Y EL "HEREJE" TENÍA LA RAZÓN
Poco antes del año 1600 un hereje tuvo la osadía de decir que la Reencarnación era real y necesaria para la evolución del alma con el fin de algún día, tras muchas vidas en varios mundos manifestar la perfección. Osó además señalar que el alma evoluciona y rechazó el santo dogma del Juicio Final. Para colmo de males se permitió decir:
Las estrellas, consideradas fijas, no lo son en absoluto. Ya que si pudiéramos observar el movimiento de cada una de ellas, podríamos ver que jamás dos estrellas conservan la misma dirección a la misma velocidad; sólo la gran distancia que nos separa de ellas nos impide percibir las variaciones... Por tanto hay innumerables soles y un sinnúmero de tierras que giran alrededor de dichos soles, igual que los siete astros que podemos observar a simple vista girando alrededor del Sol que tan próximo se halla de nosotros... Si se acepta el punto de vista de que el universo es infinito, en tal caso, suponer que está habitado tan sólo por una limitada y, en consecuencia, imperfecta población de seres inteligentes, es incompatible con la infinita bondad y perfección atribuidas a Dios y sus obras. La perfección infinita se manifiesta muchísimo mejor en innumerables individuos que en los contados y finitos. Debe haber un infinito número de seres moralmente imperfectos, habitando la infinitud de mundos, e igual número de seres moralmente más perfectos...
Salido de prisión angosta y negra, donde por luengos años error me tuvo atado, aquí dejo las cadenas que me impuso la mano de mi enemiga cruel y fiera... A ti me vuelvo y alzo, mi voz nutricia; gracias te doy, sol mío, mi luz divina; te consagro mi corazón, excelsa mano que me apartaste de aquel tormento atroz, que a mejor estancia te me hiciste guía y el corazón contrito me volviste sano.
Existe un universo infinito con mundos infinitos, en el que las estrellas fijas no lo son en absoluto. Hay innumerables soles con un sinnúmero de tierras que giran alrededor de dichos soles. Estos planetas no son visibles porque las estrellas se hallan a enormes distancias de nosotros, y deben haber en nuestro sistema solar otros planetas no visibles. Si se acepta el punto de vista de que el universo es infinito, lo que resulta inevitable, en tal caso suponer que está habitado por una limitada e imperfecta población de seres inteligentes, es incompatible con la infinita bondad y perfección de Dios y Sus Obras. Debe haber un infinito número de seres moralmente imperfectos y otros más perfectos, habitando la infinitud de mundos.
En cada hombre, en cada individuo se contempla un mundo, un universo. La elección del cuerpo para cada vida se determina por la justicia del destino de acuerdo con la conducta tenida en la vida anterior. Los dioses han otorgado al hombre el intelecto y las manos y lo han hecho semejante a ellos. En todo tiempo, en toda edad y en cualquier situación que se encuentre, el hombre siempre aspira a la conquista de la Verdad. La teoría de la infinidad del Universo es un desafío a las amenazas que la superstición solía imaginar en el cielo encerrado por la esfera externa de las estrellas fijas; esta teoría rompe aquella bóveda celeste como si fuera un escenario pintado, procediendo luego al descubrimiento de otros mundos infinitos más allá del nuestro.
Las estrellas, consideradas fijas, no lo son en absoluto. Ya que si pudiéramos observar el movimiento de cada una de ellas, podríamos ver que jamás dos estrellas conservan la misma dirección a la misma velocidad; sólo la gran distancia que nos separa de ellas nos impide percibir las variaciones... Por tanto hay innumerables soles y un sinnúmero de tierras que giran alrededor de dichos soles, igual que los siete astros que podemos observar a simple vista girando alrededor del Sol que tan próximo se halla de nosotros... Si se acepta el punto de vista de que el universo es infinito, en tal caso, suponer que está habitado tan sólo por una limitada y, en consecuencia, imperfecta población de seres inteligentes, es incompatible con la infinita bondad y perfección atribuidas a Dios y sus obras. La perfección infinita se manifiesta muchísimo mejor en innumerables individuos que en los contados y finitos. Debe haber un infinito número de seres moralmente imperfectos, habitando la infinitud de mundos, e igual número de seres moralmente más perfectos...
No puede lograrse una conquista de la Verdad si no hay Libertad para todos en el ejercicio y la manifestación del pensamiento... Es necesario luchar contra el espíritu de intolerancia y sectarismo... La unión espiritual con Dios puede realizarse únicamente en la contemplación de la VERDAD. Hay que derribar el obstáculo de la Santa Ignorancia enemiga declarada de toda investigación de la VERDAD... Un pensamiento y sentimiento natural humano está en oposición directa con la Santa Ignorancia... En todo tiempo, en toda edad y en cualquier situación que se encuentre, el hombre siempre aspira a la conquista de la VERDAD. La potencia intelectual jamás se apacigua, jamás se satisface en la comprensión ya lograda de una verdad, sino que siempre avanza más y más allá, hacia la verdad incomprensible... La teoría de la infinitud del universo es un desafío a las amenazas de la superstición, procediendo luego al descubrimiento de otros mundos infinitos, más allá del nuestro.
Todo este orbe, esta estrella, no estando sujeta a la muerte, y siendo imposibles la disolución y la aniquilación en la Naturaleza, de tanto en tanto se renueva a sí mismo cambiando y alterando todas sus partes. No hay un arriba o abajo absolutos, como enseñó Aristóteles; ninguna posición absoluta en el espacio; sino que la posición de un cuerpo es relativa a las de los otros cuerpos. En todos lados hay un incesante cambio relativo de posición a través del universo, y el observador siempre está en el centro.
Si no es verdad, es bien inventada.
La Santa VERDAD no debe ser avasallada por la Santa Ignorancia.
Respetado Amigo Giordano Bruno el Nolano, por estos y otros conceptos el Santo Tribunal a la Santa Hoguera te condenó, y en ella quemado, un día en Italia, cruel muerte te despidió. Sin embargo tus verdugos sin saberlo, de la humana evolución de tú alma te liberó. El castigo fue un premio. Tus soberbios santos jueces inquisidores purgan ahora el karma de la humildad y admiran, en esta encarnación, tu sabia e inspirada enseñanza, la misma que a la hoguera hace cuatro siglos por su miopía te llevó.
Han pasado 400 años de ese incidente, y aquí en Quilpué, Chile, humildemente GIORDANO BRUNO te rindo un respetuoso homenaje que abarca a todos los LIBRES DEL MUNDO que fueron sacrificados por no transar ideales, que el paso del tiempo, al caer dogmas, validó como veraces, nobles y elevados. Tengo la suerte Giordano de esto poder escribir sin Santa Inquisición. Lo hago revisando mis escritos, pues si la hubiera, hace ya tiempo en la hoguera mis días hubieran terminado y las abundantes hojas que me rodean sólo cenizas ellas serían junto con las de su autor. Quisiera conocer tu tumba amigo mío y estas cuartillas ponerlas allí como un ramo de flores. Ramillete en que lo único mío es el modesto cordel que las ata, pero ramillete al fin, y entregado con respeto, admiración y profunda emoción. Gracias amigo Giordano por la semilla que sembraste, y que ahora en buena tierra da sus frutos, en el momento en que ellos eran más necesarios. Fuiste con otros, un adelantado para tú pretérita época, a lo mejor presente...
Por miles de años la masa humana aceptó que las estrellas estaban fijadas a una esfera inmensa, luego se dijo que eran agujeros de esa esfera, los que dejaban pasar la luz de un gran fuego universal externo. No olvidemos que hasta el siglo XVI, XVII los teólogos cristianos imponían el dogma, basados en Ptolomeo y sus interpretaciones bíblicas, en el que la Tierra era el centro del universo y el Sol giraba alrededor de ella. Pasan los años y la ciencia los obliga a aceptar una nueva realidad: No somos el centro del universo, sino que un planeta marginal de un sol marginal de la galaxia compuesta de miles de miles de millones de soles. Más difícil aún les es tener que llegar a aceptar la posibilidad, cada vez más real, que quizás seamos inferiores física, mental, moral y espiritualmente a otros seres más evolucionados que nosotros...
Como lo expuso el físico matemático Harol P. Roberston:
La realidad define al hombre primitivo sentado en el centro, en calidad de observador favorecido. Actualmente el hombre, se siente residiendo en un planeta en órbita alrededor de una estrella común dentro de una galaxia, y enfrentado a la enorme posibilidad de que su inteligencia y moral, sean inferiores a las existentes en, por lo menos algún otro sistema solar.
Hace más de 2.000 años Tales de Mileto dijo:
Las estrellas son otros mundos.
Su discípulo Anaxímenes señaló que:
El número de mundos es infinito, algunos en proceso de nacimiento y otros en el de desaparición.
Demócrito, hace 2.500 años habló sobre los átomos indivisibles que componen la materia y señaló:
La Tierra se formó de
una
masa arremolinada de dichos átomos; como sea que el
espacio y el tiempo son infinitos
y los átomos están siempre en movimiento,
tiene que existir y
existirá
siempre un número infinito de otros mundos
en diversas etapas de
formación,
apogeo y decaimiento.
Para Lucrecio, hace 2.100 años:
Admitiendo que el espacio vacío se extiende sin límites en todos los sentidos, y que los astros, incontables en número, describen órbitas innumerables a través de un insondable universo bajo el impulso de un movimiento perpetuo, resulta del todo improbable que esta Tierra y firmamento sea lo único creado y que todas las demás partículas exteriores no sirvan para nada en absoluto... Por tanto, estás obligado a reconocer que en otros mundos existen muchas tribus de hombres y razas de animales.
En el año 1534, estando Copérnico en su lecho de muerte se publicó su obra sobre el sistema solar en la que destacó que el centro del universo no era la Tierra, sino que era el Sol, y que, además, la Tierra no estaba fija sino que giraba alrededor del Sol. En 1610 Galileo casi es llevado a la santa hoguera por perfeccionar y defender lo manifestado por Copérnico. Cuánta herejía tener la osadía de manifestar que la Tierra no estaba fija y no era el centro del universo y único lugar habitado. ¡CUÁNTA SOBERBIA E IGNORANCIA FANÁTICO-DOGMÁTICA, diría yo sobre quienes condenaron a los sabios inspirados de diferentes épocas...
Hace 300 años, Cristián Huyghens afirmó:
El Sol es tan sólo otra estrella. ¿Por qué razón cada una de esas estrellas o soles no puede tener un séquito de planetas y lunas como nuestro Sol? Tienen que tener sus planetas con plantas y animales, al igual como también criaturas racionales.
El año 1616 Roma declaró como dogma de fe que el sistema solar planteado por Copérnico era peligroso para la fe...
Pasan los años, en 1924 Edwin Hublle demostró la existencia de otras galaxias y que la nuestra no era centro del universo sino marginal, al igual que nuestro sistema solar lo es de la galaxia. En 1950 el astrónomo Shapley escribe:
Hasta donde podamos afirmarlo, en todas partes prevalecen las mismas leyes físicas. Las mismas reglas son aplicables al centro de la Vía Láctea, en las remotas galaxias y en las estrellas cercanas al Sol. En vista de la existencia de una física y química cósmica ¿acaso no podemos confiar en que hay en todas partes animales y plantas? Esta idea parece ser del todo razonable y a no tardar diremos que parecerá inevitable.
De entre las otras páginas de
InterNet que el buscador ante mi consulta destacó, rescato lo
siguiente:
Por Hebert Abimorad
Todos los años me dirijo a Roma y allí con mis amigos masones en Campo dei Fiori, homenajeamos la memoria del libre pensador Giordano Bruno. Este año la concurrencia fue masiva pues se cumplían 400 años de su muerte en la hoguera. Y frente a él, como siempre, la misma sensación, de que el filósofo nos está mirando y no nos cree. Me retiro a mi hotel cercano a Campo dei Fiori acompañado en mis pensamientos por aquel napolitano que fue excomulgado por las iglesias católica, luterana y calvinista. Sólo me espera el sueño luego de un día intenso. Es allí donde encuentro al filósofo, un hombre gordo de poca estatura. Es entonces que aprovecho y me acerco pidiéndole permiso para una entrevista, saco mi pequeño grabador y le pregunto.
¿Cuál es la principal
acusación de sus inquisidores?
-Lo que más les molesta es
mi aseveración que el Universo es infinito con multiplicidad de
mundos, rechazando por consiguiente la idea de que es estático,
geocéntrico, que la iglesia rescata de Aristóteles.
Y además, dañando
la fe clerical, al concebir que Dios es todo el Universo y no una
persona.
¿Sus poemas parecen
haber sido el detonante de estas acusaciones?
-Sí, es cierto, éstos
fueron publicados en latín en Francfort, y les dolió
porque
ridiculicé mediante la sátira las creencias
supersticiosas
de la iglesia.
Mis recuerdos vuelan a una entrevista que le hice al artista español, Francisco Goya, siglos más tarde, que fue amonestado por la iglesia por su serie de aguafuertes Los Caprichos, que también satirizaban la supersticiones de la iglesia.
¿Con esos pensamientos
usted se acerca a la filosofía de la kabbalah judía?
-Sí, he estudiado esta filosofía
y su desarrollo en el tiempo, me acerco con sus ideas al período
actual, pero niego la reencarnación de las almas.
¿Cómo se dejó
apresar, teniendo usted tantos conocidos y amigos en otros
países
por donde ha viajado, Francia, Inglaterra, Suiza, Alemania?
-Regresé a Italia a instancia
de Giovanni Moncenigo, noble veneciano que se convirtió en mi
protector,
allí impartí cátedra particular. Al poco tiempo de
residir en Venecia, “mi amigo” me entregó a la Santa
Inquisición.
¿De qué manera
piensa que en el año 2000, el teólogo Rino Fisichella
nombrado
por Juan Pablo como auxiliar de Roma, explicó el hecho de que
usted
no ha sido rehabilitado como lo hicieron con Galileo?
-Seguramente la causa que expone
el obispo es la misma que la de la Santa Inquisición, “la falta
de fe”, demostrando una vez más que el dogmatismo religioso
puede
más que la tolerancia. Repetirán que cada religión
tiene su doctrina, sus propios textos sagrados, sus propias reglas, en
suma, nada ha cambiado desde el siglo XVI.
A Giordano Bruno lo mantendrán cautivo en el Palacio del Santo Oficio en el Vaticano siete años, este hombre que se inició como Domínico, se le adjudicaron cargos de blasfemia, herejía e inmoralidad; y principalmente por sus enseñanzas sobre sistemas solares y sobre la infinitud del Universo, fue condenado por el papa Clemente VII y por el tribunal del Santo Oficio a morir en la hoguera.
Una idea me persigue y es la de quiénes podrían ser los inquisidores y herejes contemporáneos. La respuesta inmediata es, la burguesía y el Estado que tienen como enemigos: a los que no cumplen con un horario de trabajo determinado; los que consumen lo imprescindible; los que no viven comiendo para comer a otros; los que no piensan en las jerarquías, para los que el tiempo no es oro, para los que no creen que la libertad de expresión tiene sus límites; a los que no hacen valer sus palabras en el mercado; a los que no compiten para estar en la gloria; los antibelicistas; la lista es larga...
A
mi regreso de Italia me llevo algunas
palabras de Giordano Bruno y las hago mías, “cada individuo es
un
universo”.
***
Jesús
Colina/ZENIT
Su doctrina no era cristiana. Sobró la hoguera
Al igual que todos los años, asociaciones de la masonería
italiana y de
librepensadores realizaron el pasado 17 de febrero un vistoso homenaje
a Giordano Bruno en la plaza romana de Campo dei Fiori, donde una
estatua recuerda que, hace exactamente cuatrocientos años, este
filósofo fue condenado por el Tribunal de la Inquisición
a morir en la
hoguera por herejía. Durante estos cuatro siglos, Bruno ha sido
para
estos grupos «el símbolo de la libertad de pensamiento
frente a la
intolerancia dogmática de la Iglesia». El teólogo
Rino Fisichella, a
quien Juan Pablo II ha nombrado recientemente obispo auxiliar de Roma,
después de haberle pedido su ayuda como miembro del
Comité vaticano
histórico-teológico del Gran Jubileo, ha querido aclarar
las
implicaciones que se esconden detrás del caso Giordano Bruno.
“Está claro que hoy día vivimos en una época
separada por años luz de
la cultura del siglo XVII –dice-. La maduración de la conciencia
eclesial en relación con la pena de muerte ha quedado, hoy por
hoy,
codificada en los documentos más significativos de la Iglesia, y
lo
mismo se puede decir de la libertad religiosa. Nadie puede contestar en
conciencia la pasión que el Magisterio actual ha puesto en la
lucha
contra la pena de muerte y en defensa de la libertad de pensamiento y
de religión. A pesar de ello, cargamos con el peso de nuestra
historia”.
Se trata de pedir perdón, no de una rehabilitación
Giordano Bruno (1548-1600) no sólo fue condenado por la Iglesia
católica, sino también por la luterana y la protestante.
Era un
sacerdote dominico que abandonó la Orden a causa de sus dudas de
fe y
de sus ganas de explorar los mundos culturales de la Europa
renacentista. Sus primeras obras, De umbris idearum o Cantus circaeus,
son ya manifestación de un monismo panteísta.
Los cristianos, ¿pueden replantear su posición sobre
Giordano Bruno?
“Desde mi punto de vista tienen que hacerlo -responde monseñor
Fisichella-, pero hay que distinguir. Las tesis del fraile eran y
siguen siendo contrarias a la fe. No es una cuestión de libertad
o de
tolerancia. Cada religión tiene su doctrina, sus propios textos
sagrados, sus propias reglas. Cuando la visión personal no
está de
acuerdo con la de la religión, hay que sacar las consecuencias.
Pero no
se le puede pedir a la religión que cambie para satisfacer las
propias
convicciones personales”.
Ahora bien, el teólogo italiano considera que lo que sí
hay que
replantear es el tema de la condena a muerte. “En este sentido
-explica- es justo reconocer que una relación demasiado estrecha
con la
sociedad de la época alejó a la Iglesia de la
primacía del amor y de la
misericordia, y del justo reconocimiento de la libertad. El deber de la
verdad eclipsó el mandamiento del amor. Cuando la Iglesia se
alineó con
las estructuras civiles y copió sus formas, experimentó
aquello por lo
que hoy debe pedir perdón. Nosotros, creyentes del 2000, tenemos
que
sacar lecciones y hacer memoria. Recordar el ‘caso Giordano Bruno’
obliga, por tanto, a purificar la memoria creyente de un pecado grande
que fue cometido violando el mandamiento divino”.
Palabras semejantes a las de monseñor Fisichella han sido
pronunciadas
estos días por importantes exponentes de la Iglesia
católica, que han
afrontado el debate que suscita la ideología de Bruno. En un
encuentro
organizado por la La Civiltà Cattolica sobre el tema, el
cardenal Paul
Poupard, Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, aclaró
que, a
diferencia del caso de Galileo, aquí no se trata de
rehabilitación,
pues su pensamiento, su filosofía, no eran cristianos. “Se trata
más
bien de analizar la actitud que tuvo la Iglesia con él
-aclaró el
cardenal-. Una vez constatada la incompatibilidad de la
filosofía de
Bruno con el pensamiento cristiano, es necesario confirmar el respeto a
la persona y a su dignidad. La hoguera en el Campo dei Fiori es
ciertamente uno de esos momentos históricos, de esas acciones
que hoy
día sólo pueden ser deploradas con claridad”.
El teólogo de la Casa Pontificia, quien por cierto es dominico
como lo
fue Giordano Bruno, confirma: “Bruno no puede ser rehabilitado como
pensador católico, pues simplemente su pensamiento no lo era:
desde el
inicio negaba el dogma de la Trinidad, o la unicidad del alma
personal... En su caso, la petición de perdón a Dios, por
parte de la
Iglesia, afecta a los medios que se utilizaron para la defensa de la
verdad. La Iglesia siempre debe apoyar la fe, pero no con el poder
secular”.
Fisichella concluye con gran realismo: “A muchos este reconocimiento no
les parecerá suficiente y querrán de nosotros algo
más. Entonces, todos
tendrán que recordar la expresión del gran Montalembert,
quien
escribía: ‘Para juzgar el pasado deberíamos haberlo
vivido; para
condenarlo no deberíamos deberle nada’. Todos, creyentes o no,
católicos o laicos, nos guste o no, tenemos una deuda con el
pasado y
todos, en lo bueno y en lo malo, estamos comprometidos con él”.
Fisichella toca de lleno el problema del examen de conciencia que Juan
Pablo II ha invitado a hacer a la Iglesia sobre el pasado para
atravesar el umbral del tercer milenio con la memoria purificada,
habiendo examinado episodios que, en ocasiones, pueden ser motivo de
reflexión y arrepentimiento.
El Cardenal Angelo Sodano expresa “profundo pesar” por la muerte de
Giordano Bruno
A propósito de Giordano Bruno, la Iglesia, en voz del Secretario
de
Estado Vaticano, Cardenal Sodano, ha expresado su «profundo
pesar» por
la condena a muerte del filósofo italiano. Así lo expresa
el purpurado
en una carta que envió a los participantes en un congreso sobre
este
pensador, que se celebró en la Facultad Teológica de
Italia Meriodinal
en Nápoles.
Fue «una muerte atroz», «un triste episodio de la
historia cristiana
moderna», sigue explicando el cardenal Sodano. Se trata de
incoherencias que han marcado el comportamiento de los cristianos a
través de los siglos «echando sombras al anuncio del
Evangelio». Por
este motivo, añade el cardenal italiano, con motivo del Jubileo,
el
Papa pide «que todos hagan un acto de valentía y de
humildad para
reconocer las propias faltas y las de quienes han llevado y llevan el
nombre de cristianos». El caso Giordano Bruno nos recuerda que
«la
verdad sólo se impone con la fuerza de la misma verdad» y
que, por
tanto, la verdad «debe ser testimoniada en el respeto absoluto de
la
conciencia y de la dignidad de cada persona».
El cardenal Sodano invita a superar «la tentación de la
polémica»,
analizando este acontecimiento con «espíritu abierto a la
verdad
histórica plena». De hecho, no es posible comprender lo
sucedido
prescindiendo del contexto histórico y de la mentalidad de la
sociedad
del año 1600. El Tribunal de la Inquisición, subraya el
secretario de
Estado, procesó a Bruno «con los métodos de
coacción que entonces eran
comunes, pronunciando un veredicto en conformidad con el derecho de la
época», y es de suponer que «los jueces del pensador
estaban animados
por el deseo de servir la verdad y de promover el bien común,
haciendo
lo posible para salvarle la vida».
El documento no pretende, por tanto, rehabilitar las ideas de Giordano
Bruno –como ya lo habíamos señalado-, que eran
«incompatibles con la
doctrina cristiana». Pero «en este caso al igual que en
otros análogos»
es importante reconocer los errores «para orientar la conciencia
cristiana hacia un futuro más atento en la fidelidad a
Cristo».
Conocer la historia para entender los acontecimientos
Giordano Bruno nace en Nola, cerca de Nápoles, a los pies del
Vesuvio.
Nos encontramos en 1548. La cristiandad estaba en plena crisis. La
Iglesia se dividió en pedazos en pocos años: Lutero,
Calvino, Enrique
VIII, separaron naciones enteras de Roma. Estallan las así
llamadas
guerras de religión. La Iglesia católica responde a la
Reforma
protestante con el Concilio de Trento, que promovió una profunda
renovación espiritual, pero que al mismo tiempo generó
una necesaria
mentalidad defensiva para sostener la unidad.
Bruno nace en este tiempo. Un tiempo en el que el pluralismo de las
ideas era con frecuencia sinónimo de guerra entre pueblos. Es un
muchacho inteligente, arde en deseos de saber. Su destino está
marcado
desde el inicio por la soledad: pierde a su padre y a su madre siendo
muy pequeño. A los 17 años entra en el convento dominico
de Nápoles.
Pero ya al año siguiente, tras las primeras dudas sobre la
Trinidad y
la Encarnación, huye por sospecha de herejía. Comienza su
vagabundeo
por Europa: se va al norte de Italia, a Suiza, Francia, Inglaterra,
Alemania. Donde quiera que llegue es admirado, en un primer momento,
después, ridiculizado, odiado, expulsado.
Hombre de gran cultura, de extraordinaria memoria, de ingenio
fascinante, rompe todos los esquemas de época: no pertenece a
ninguna
escuela. Rechaza todo principio de autoridad. Genial e irreverente,
considera a los monjes como «santos burros». Para
él, las religiones no
son más que un conjunto de supersticiones útiles para
mantener bajo
control a los pueblos ignorantes. Considera a Jesús como una
especie de
mago, la Eucaristía como una blasfemia. Cree en la
reencarnación y ve
en todas las cosas el latido de un alma universal. Es casi un
panteísta: Dios se confunde con la Naturaleza. Bruno abandona el
cristianismo. Así, antes de que lo hicieran los
católicos, es
excomulgado por los calvinistas y los luteranos.
Un nudo de contradicciones
Bruno es un personaje genial, pero al mismo tiempo contradictorio:
anticipa en cierto sentido el pensamiento moderno fundado sólo
en la
razón, pero al mismo tiempo mira al pasado y se entrega a la
magia,
alejándose de la ciencia experimental de Galileo. Parece
presentarse
como heraldo del pensamiento libre y de la libertad de conciencia, pero
al mismo tiempo es hijo de su tiempo: considera a los luteranos como la
peste del mundo por el hecho de que niegan el libre albedrío, la
posibilidad de escoger entre el bien y el mal, y desea su
represión
violenta y el exterminio por parte de los Estados. Ciertamente puede
ser considerado como uno de los padres del relativismo: no sólo
va más
allá del sistema ptolemaico geocéntrico, que entonces
imperaba, sino
que va más allá del mismo Copérnico y su
heliocentrismo. ¡El universo
es infinito, grita, y el centro soy yo!
La sed de infinito es quizá uno de los aspectos más
fascinantes de
Bruno: sus ganas de superar los propios límites para alcanzar lo
absoluto, una búsqueda que nunca pudo satisfacer. Fue este
«furor
heroico» que le llevó a buscar al Infinito en Dios y a
ensimismarse en
Él en un extremo empuje intuitivo. Expulsado por todos, Bruno
acabó
cansado y quiso regresar a la Iglesia católica, conservando su
pensamiento. Regresa a Italia, donde fue arrestado en Venecia y llevado
a Roma.
Tras ocho años de prisión y de interminables
interrogatorios, tras
haber estado en varias ocasiones a punto de abjurar, fue condenado como
hereje impenitente. Es famosa la frase que dirigió a sus jueces:
«Tembláis más vosotros al anunciar esta sentencia
que yo al recibirla».
El 17 de febrero de 1600 murió en la hoguera. Tenía 52
años. Bruno,
según dice la crónica de la época, se negó
a rezar ante el crucifijo y
murió gritando «palabrotas». El inquisidor del
proceso fue el teólogo
jesuita Roberto Belarmino.
El Pbro. Jesús Colina es periodista, analista de asuntos religiosos internacionales vistos desde el vaticano.
***
Por Carlos Iglesia
El 17 de febrero de
1600, en la Plaza de las Flores, en Roma, arde una hoguera y en
medio
de las llamas se despide de la Vida física, Giordano Bruno, en
la
cruel ejecución a que fuera condenado por la Santa
Inquisición.
Entre sus crímenes estaban los relacionados con la
Astronomía,
como las afirmaciones de que ni la Tierra ni el Sol eran el centro del
Universo y que el Sol era una estrella como las demás; que
tenían
planetas alrededor de ellas y que todas estaban llenas de Vida. Tales
cosas
eran herejías abominables para la época, pues
según
las tradiciones católicas, esto seria imposible.
Además, ¡Oh suprema herejía! ¡Bruno creía en la reencarnación!...
Giordano Bruno nació en 1548, en Nola, una villa en la base del volcán Vesubio, cerca de Nápoles. Con la edad de 17 años entró para el monasterio dominicano de Nápoles, donde recibió la ordenación en 1572.
El escritor brasileño Hermínio C. Miranda, en su libro Guerrilleros de la Intolerancia, aclara que Giordano Bruno hizo esta opción motivado por el deseo de estudiar y no por inclinaciones religiosas, como su propia conducta iría demostrar más tarde.
Como consecuencia de sus estudios, Bruno se hizo hostil a las ideas de Aristóteles (384-322 a.C.), que imaginaba la Tierra como el Centro del Universo, con la luna, el sol y los planetas girando alrededor de ella, y las estrellas estarían prendidas en una esfera de cristal.
Su pensamiento estaba más de acuerdo con el del astrónomo polonés Nicolau Copérnico (1473-1543), que publicó un libro intitulado: De las Revoluciones de las Esferas Celestes, en el cual declaraba que la Tierra no era el centro del Universo (según la creencia hasta entonces vigente, que se basaba en Aristóteles), sino el Sol; y que las estrellas no estaban prendidas a una esfera, sino sueltas, a una gran distancia; y que giraban... (No creía, sin embargo, que el Sol fuera una estrella!)
La
teoría de Copérnico fue considerada
herética y rehusada, pero Giordano Bruno la adoptó y la
desarrolló.
Su fantástica inteligencia lo llevó a tales inferencias,
que acabaron por condenarlo a la hoguera.
***
LOS PERDONES DEL VATICANO
< style="font-family: tahoma;">Por ULISES CASASDesde que el Emperador Constantino se convirtió al cristianismo, para tratar de ocultar sus crímenes, las jerarquías cristianas se convirtieron en el brazo criminal que servía los intereses de las castas dominantes. Constantino fue el mayor criminal del momento histórico en el que se convirtió al cristianismo: "Ese monstruo Constantino. (...) Ese verdugo hipócrita y frío, que degolló a su hijo, estranguló a su mujer, asesinó a su padre y a su hermano político, y mantuvo en su Corte una caterva de sacerdotes sanguinarios y serviles, de los que uno sólo se hubiera bastado para poner a media humanidad en contra de la otra media y obligarlas a matarse mutuamente" ( Percy Bysshe Shelley- Citado en "Historia Criminal del Cristianismo" - Karlheinz Deschner- pag. 169 Tomo I- Editorial Martínez Roca).
El alto clero cristiano asumió la posesión y propiedad de grandes extensiones de tierras y a quienes le hicieran resistencia condenaban como "herejes" y les expropiaban sus propiedades. Se inicia una persecución inmisericorde contra todo lo que pusiera en duda los dogmas y la conducta de esa horrenda y criminal casta jerárquica cristiana. Podríamos traer miles de ejemplos de crímenes a partir de este acceso al poder por parte de la jerarquía cristiana, pero es suficiente con anotar la connivencia con Hitler al comenzar la Segunda Guerra Mundial, el caso del desfalco al Banco Ambrosiano por la suma de mil trescientos setenta y tres millones de dólares, suma que el cardenal Marzinskus utilizó para desestabilizar el régimen comunista de Polonia y financiar los asesinatos que la organización paramilitar argentina llamada la "Triple A" llevó a cabo en la humanidad de todo aquel que era considerado como "comunista" así no lo fuese en la realidad. Las dictaduras de Argentina, Brasil, Chile, Bolivia y otras más, estuvieron siempre legitimadas por los jerarcas de la Iglesia católica o las Iglesias cristianas.
En Colombia, la Iglesia ha sido cómplice en toda su historia de violencia y represión contra movimientos y partidos que no se someten a la dominación capitalista. En las épocas de la llamada "violencia", entre los años 1.946 y 1953, cuando fueron asesinados por el régimen conservador-católico, apostólico y romano, unos trescientos mil colombianos, la Iglesia estuvo siempre al lado del gobierno de turno. Más aún, se inventó "consagrar" la nación al denominado "corazón de Jesús".
Qué bonito espectáculo era, entonces, el que teníamos que presenciar todos los años cuando los altos funcionarios del Estado a cuya cabeza estaba su Presidente, acudían a la Catedral de la Capital del País para hacer la consabida "consagración" mientras en los campos caían cientos de campesinos bajo las balas asesinas del régimen del cual los jerarcas católica que oficiaban eran sus legitimantes ideológicos y políticos.
¿Qué se pretende con esta comedia del bufón del mundo cristiano? Que los ingenuos y los ignorantes sigan bajo el engaño que por siglos vienen protagonizando. Sin embargo, el mundo en que vivimos ya no es el mismo ni siquiera como el de hace pocos años. Los medios de comunicación, el acceso a ciertos niveles del conocimiento, impiden que las gentes de mayor capacidad intelectual caigan en el engaño. Para supeditarse a los "cuentos" del Vaticano es necesario tener intereses qué defender o qué obtener. Y para ello, el fraude, la mentira, el engaño, son las armas que sigue empleando el Vaticano y toda esa casta de sacerdotes y monjes que obedecen su mandato.
Debemos tener claro que para nosotros toda esa jerga clerical tiene como fin el ocultar la conducta fraudulenta y criminal que las iglesias siguen llevando a cabo contra las gentes que padecen de ignorancia sobre la realidad histórica de la humanidad. Pero debemos denunciar toda esa farsa que, como teatro del absurdo, viene protagonizando el Vaticano a través de los siglos. Difundir el conocimiento, la verdad de los acontecimientos históricos, elevar la calidad intelectual de quienes nos rodean, es la actividad que llevamos a cabo como materialistas dialécticos y como humanistas reales.***
La Santa sede expresa "profundo pesar"
por la muerte de Giordano Bruno
Carta del cardenal Sodano sobre el
filósofo condenado a la hoguera
CIUDAD DEL VATICANO, 18 feb (ZENIT).- La Iglesia expresa su «profundo pesar»» por la condena a muerte de Giordano Bruno, el filósofo que fue condenado a la hoguera hace exactamente cuatrocientos años. Lo escribe el secretario de Estado vaticano, el cardenal Angelo Sodano, en una carta que envió ayer a los participantes en un congreso sobre este pensador italiano que se celebró en la Facultad Teológica de Italia Meridional en Nápoles.
Fue «una muerte atroz», «un triste episodio de la historia cristiana moderna», sigue explicando el cardenal Sodano. Se trata de incoherencias que han marcado el comportamiento de los cristianos a través de los siglos «echando sombras al anuncio del Evangelio». Por este motivo, añade el purpurado italiano, con motivo del Jubileo, el Papa pide «que todos hagan un acto de valentía y de humildad para reconocer las propias faltas y las de quienes han llevado y llevan el nombre de cristianos». El caso Giordano Bruno nos recuerda que «la verdad sólo se impone con la fuerza de la misma verdad» y que, por tanto, la verdad «debe ser testimoniada en el respeto absoluto de la conciencia y de la dignidad de cada persona».
El cardenal Sodano invita a superar «la tentación de la polémica», analizando este acontecimiento con «espíritu abierto a la verdad histórica plena». De hecho, no es posible comprender lo sucedido prescindiendo del contexto histórico y de la mentalidad de la sociedad del año 1600. El Tribunal de la Inquisición, subraya el secretario de Estado, procesó a Bruno «con los métodos de coacción que entonces eran comunes, pronunciando un veredicto en conformidad con el derecho de la época» y es de suponer que «los jueces del pensador estaban animados por el deseo de servir la verdad y de promover el bien común, haciendo lo posible para salvarle la vida».
El documento no pretende por tanto rehabilitar las ideas de Giordano Bruno, que eran «incompatibles con la doctrina cristiana». Pero «en este caso al igual que en otros análogos» es importante reconocer los errores «para orientar la conciencia cristiana hacia un futuro más atento en la fidelidad a Cristo».
El caso Bruno Giordano Bruno nace en Nola, cerca de Nápoles, a los pies del Vesubio. Nos encontramos en 1548. La cristiandad estaba en plena crisis. La Iglesia se dividió en pedazos en pocos años: Lutero, Calvino, Enrique VIII separaron naciones enteras de Roma. Estallan las así llamadas guerras de religión. La Iglesia católica responde a la Reforma protestante con el Concilio de Trento, que promovió una profunda renovación espiritual, pero que al mismo tiempo generó una necesaria mentalidad defensiva para defender la unidad.
Bruno nace en este tiempo. Un tiempo en el que el pluralismo de las ideas era con frecuencia sinónimo de guerra entre pueblos. Es un muchacho inteligente, arde en deseos de saber. Su destino está marcado desde el inicio por la soledad: pierde a su padre y a su madre siendo muy pequeño. A los 17 años entra en el convento dominico de Nápoles. Pero ya al año siguiente, tras las primeras dudas sobre la Trinidad y la Encarnación, huye por sospecha de herejía. Comienza su vagabundeo por Europa: se va al norte de Italia, a Suiza, Francia, Inglaterra, Alemania. Donde quiera que llegue es admirado, en un primer momento, después, ridiculizado, odiado, expulsado. Hombre de gran cultura, de extraordinaria memoria, de ingenio fascinante, rompe todos los esquemas de época: no pertenece a ninguna escuela. Rechaza todo principio de autoridad. Genial e irreverente, considera a los monjes como «santos burros». Para él, las religiones no son más que un conjunto de supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos ignorantes. Considera a Jesús como una especie de mago, la Eucaristía como una blasfemia. Cree en la reencarnación y ve en todas las cosas el latido de un alma universal. Es casi un panteísta: Dios se confunde con la Naturaleza. Bruno abandona el cristianismo. Así, antes de que lo hicieran los católicos, es excomulgado por los calvinistas y los luteranos.
Un ovillo de contradicciones Bruno es un personaje genial, pero al mismo tiempo contradictorio: anticipa en cierto sentido el pensamiento moderno fundado sólo en la razón, pero al mismo tiempo mira al pasado y se entrega a la magia, alejándose de la ciencia experimental de Galileo. Parece presentarse como heraldo del pensamiento libre y de la libertad de conciencia, pero al mismo tiempo es hijo de su tiempo: considera a los luteranos como la peste del mundo por el hecho de que niegan el libre albedrío, la posibilidad de escoger entre el bien y el mal, y desea su represión violenta y el exterminio por parte de los Estados. Ciertamente puede ser considerado como uno de los padres del relativismo: no sólo va más allá del sistema ptolomeico geocéntrico, que entonces imperaba, sino que va más allá del mismo Copérnico y su heliocentrismo. ¡El universo es infinito, grita, y el centro soy yo!
La sed de infinito es quizá uno de los aspectos más fascinantes de Bruno: sus ganas de superar los propios límites para alcanzar lo absoluto, una búsqueda que nunca pudo satisfacer. Fue este «furor heroico» que le llevó a buscar al Infinito en Dios y a ensimismarse en Él en un extremo empuje intuitivo. Expulsado por todos, Bruno acabó cansado y quiere regresar a la Iglesia católica, conservando su pensamiento. Regresa a Italia, donde fue arrestado a Venecia y llevado a Roma. Tras ocho años de prisión y de interminables interrogatorios, tras haber estado en varias ocasiones a punto de abjurar, fue condenado como hereje impenitente. Es famosa la frase que dirigió a sus jueces: «Tembláis más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla». El 17 de febrero de 1600 murió en la hoguera. Tenía 52 años. Bruno, según dice la crónica de la época, se negó a rezar ante el crucifijo y murió gritando «palabrotas». El inquisidor del proceso fue el teólogo jesuita Roberto Belarmino.
Aunque no lo parezca, a la luz de
la secuencia de estos pensamientos hemos avanzado en el despertar
mental. Y, en este avance miro a uno de los estantes de mi biblioteca y
allí destaca un libro de Giordano Bruno cuyo contenido tanto a
unos doctos varones enmarcados en la linealidad mental del dogma de su
época, irritó y tan revelador hoy se nos hace presente
y... nos permitirá tener el siguiente soliloquio con barroca
música de fondo: