Reflexión 83
Matteo Ricci

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Sabían los misioneros católicos la dificultad para ingresar con su Evangelio a China y predicar el cristianismo, los que ingresaron fueron encarcelados y expulsados, una de las excepciones fue el jesuita Matteo Ricci, nacido en Italia el año 1552 y muerto en China en 1610. Este santo misionero jesuita es un ejemplo del respeto y la tolerancia por sobre el dogma, él tuvo la visión de entender que cada cultura es diferente, respetable y no se debe imponer una creencia por decreto eliminando la de los ancestros. Ricci adaptó el cristianismo al pensamiento chino conservando sus ritos y costumbres milenarias. Su metodología fue combatida no en China sino que en la Iglesia de Europa, en especial después de su muerte lo que significó la orden imperial de impedir la nueva entrada de misioneros a China.

En un mundo en donde se vive guerras por dogmáticas separaciones y divisiones entre hermanos, honra a MUNDO MEJOR ofrecer la presente Reflexión.
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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
EN EL IV CENTENARIO DE LA LLEGADA 
A PEKÍN DEL PADRE MATTEO RICCI, S.J. 

1. Con íntima alegría me dirijo a vosotros, ilustres señores, con ocasión del Congreso internacional, convocado para conmemorar el 400° aniversario de la llegada a Pekín del gran misionero, literato y científico italiano, padre Matteo Ricci, célebre hijo de la Compañía de Jesús. Saludo de modo especial al rector magnífico de la Pontificia Universidad Gregoriana y a los responsables del Instituto ítalo-chino, las dos instituciones promotoras y organizadoras de este congreso. Al dirigirme a vosotros con viva cordialidad, me complace particularmente expresar un deferente saludo a los estudiosos que han venido de China, amada patria adoptiva del padre Ricci.

Sé que vuestro Congreso romano es, en cierto sentido, continuación del importante Simposio internacional que se celebró en Pekín en los días pasados (14-17 de octubre) y trató el tema "Encuentros y diálogos", sobre todo en el horizonte de los intercambios culturales entre China y Occidente al final de la dinastía Ming y al comienzo de la dinastía Qing. En efecto, en esa asamblea la atención de los estudiosos se centró también en la obra incomparable que el padre Matteo Ricci realizó en aquel país.

2. Este encuentro nos lleva a todos, ideal y afectivamente, a Pekín, la gran capital de la China moderna, capital del "Reino del Medio" en la época del padre Ricci. Después de 21 años de largo, atento y apasionado estudio de la lengua, la historia y la cultura de China, entró en Pekín, sede del emperador, el 24 de enero de 1601. Acogido con todos los honores, estimado y visitado a menudo por literatos, mandarines y personas deseosas de aprender las nuevas ciencias de las que era insigne cultivador, vivió el resto de sus días en la capital imperial, donde murió santamente el 11 de mayo de 1610, a la edad de 57 años, de los cuales pasó casi 28 en China. Me agrada recordar aquí que, cuando llegó a Pekín, escribió al emperador Wan-li un Memorial en el que, presentándose como religioso y célibe, no pedía ningún privilegio en la corte, sino sólo poder poner al servicio de su majestad su persona y cuanto había podido aprender sobre las ciencias ya en el "gran Occidente", de donde había llegado (cf. Opere Storiche del P. Matteo Ricci, s.j., bajo la dirección del p. Tacchi Venturi, s.j., vol. II, Macerata 1913, p. 496 ss). La reacción del emperador fue positiva, dando así mayor significado e importancia a la presencia católica en la China moderna.

La misma China, desde hace cuatro siglos, tiene en alta consideración a Li Madou, "el sabio de Occidente", como fue designado y se suele llamar incluso hoy al padre Matteo Ricci. Desde un punto de vista histórico y cultural, como pionero, fue un valioso eslabón de unión entre Occidente y Oriente, entre la cultura europea del Renacimiento y la cultura de China, así como, recíprocamente, entre la antigua y elevada civilización china y el mundo europeo.

Como ya destaqué, con íntima convicción, al dirigirme a los participantes en el Congreso internacional de estudio sobre Matteo Ricci, organizado con ocasión del IV centenario de su llegada a China (1582-1982), tuvo un mérito especial en la obra de inculturación:  elaboró la terminología china de la teología y la liturgia católica, creando así las condiciones para dar a conocer a Cristo y encarnar su mensaje evangélico y la Iglesia en el marco de la cultura china (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de diciembre de 1982, p. 6). El padre Matteo Ricci de tal modo se hizo "chino con los chinos" que se convirtió en un verdadero sinólogo, en el sentido cultural y espiritual más profundo del término, puesto que en su persona supo realizar una extraordinaria armonía interior entre el sacerdote y el estudioso, entre el católico y el orientalista, entre el italiano y el chino.

3. A cuatrocientos años de distancia de la llegada de Matteo Ricci a Pekín, no podemos menos de preguntarnos cuál es el mensaje que puede ofrecer tanto a la gran nación china como a la Iglesia católica, a las que siempre se sintió profundamente unido y por las que fue y es sinceramente apreciado y amado.

Uno de los aspectos que hacen original y siempre actual la obra del padre Ricci en China es la profunda simpatía que sintió desde el inicio hacia el pueblo chino, en la totalidad de su historia, su cultura y su tradición. Su breve Tratado sobre la amistad (De Amicitia  Jiaoyoulun), que alcanzó gran éxito en China desde su primera edición, impresa en Nankín en 1595, y la extensa red de amistades que cultivó siempre y a las que correspondió durante los 28 años que vivió en aquel país, siguen siendo un testimonio indiscutible de su lealtad, sinceridad y fraternidad con el pueblo que lo había acogido. Estos sentimientos y estas actitudes de altísimo respeto brotaban de la estima que tenía por la cultura de China, una estima que lo llevó a estudiar, interpretar y explicar la antigua tradición confuciana, proponiendo así una revalorización de los clásicos chinos.

Desde sus primeros contactos con los chinos, el padre Ricci cimentó toda su metodología científica y apostólica sobre dos pilares, a los que se mantuvo fiel hasta la muerte, a pesar de las numerosas dificultades e incomprensiones, tanto internas como externas. El primero:  los neófitos chinos, al abrazar el cristianismo, de ningún modo debían dejar de ser leales a su país; el segundo:  la revelación cristiana sobre el misterio de Dios no destruía en absoluto, antes bien valorizaba y completaba todo lo hermoso y bueno, lo justo y santo que la antigua tradición china había intuido y transmitido. Sobre esta intuición el padre Ricci, como habían hecho muchos siglos antes los Padres de la Iglesia en el encuentro entre el mensaje del Evangelio de Jesucristo y la cultura grecorromana, fundó toda su paciente y clarividente obra de inculturación de la fe en China, buscando constantemente un terreno común de entendimiento con los doctos de aquel gran país.

4. El pueblo chino se ha proyectado, de manera particular durante los últimos tiempos, hacia la conquista de significativas metas de progreso social. La Iglesia católica, por su parte, observa con respeto este sorprendente impulso y esta clarividente proyección de iniciativas, y brinda con discreción su propia contribución a la promoción y a la defensa de la persona humana, de sus valores, su espiritualidad y su vocación trascendente. La Iglesia se interesa particularmente por valores y objetivos que son de fundamental importancia también para la China moderna:  la solidaridad, la paz, la justicia social, el gobierno inteligente del fenómeno de la globalización y el progreso civil de todos los pueblos.

Como escribía precisamente en Pekín el padre Ricci, al redactar durante los dos últimos años de su vida la obra pionera, y fundamental para el conocimiento de China por parte del resto del mundo, titulada Della Entrata della Compagnia di Giesù e Christianità nella Cina (cf. Fonti Ricciane, a cura di Pasquale M. D'Elia S.I., vol. 2, Roma 1949, n. 617, p. 152), tampoco la Iglesia católica de hoy pide a China y a sus autoridades políticas ningún privilegio, sino únicamente poder reanudar el diálogo, para llegar a una relación basada en el respeto recíproco y en el conocimiento profundo.

5. Siguiendo el ejemplo de este insigne hijo de la Iglesia católica, deseo reafirmar que la Santa Sede mira al pueblo chino con profunda simpatía y con gran atención. Son conocidos los importantes pasos que ha dado recientemente en los campos social, económico y educativo, a pesar de que persisten muchas dificultades. Es preciso que China sepa que la Iglesia católica tiene el vivo propósito de prestar, una vez más, un humilde y desinteresado servicio para el bien de los católicos chinos y de todos los habitantes del país. Al respecto, deseo recordar aquí el gran compromiso evangelizador de una larga serie de generosos misioneros y misioneras, así como las obras de promoción humana realizadas por ellos en el decurso de los siglos:  pusieron en marcha numerosas e importantes iniciativas sociales, especialmente en el campo hospitalario y educativo, que encontraron amplia y agradecida acogida en el pueblo chino.

Sin embargo, la historia, desgraciadamente, nos recuerda que la acción de los miembros de la Iglesia en China no siempre estuvo exenta de errores, fruto amargo de los límites propios del espíritu y del comportamiento humano; además, estuvo condicionada por situaciones difíciles, vinculadas a acontecimientos históricos complejos e intereses políticos opuestos. No faltaron tampoco disputas teológicas, que exacerbaron los ánimos y crearon graves inconvenientes para el proceso de evangelización. En algunos períodos de la historia moderna, una cierta "protección" por parte de las potencias políticas europeas limitó muchas veces la misma libertad de acción de la Iglesia y tuvo repercusiones negativas para China:  esas situaciones y acontecimientos influyeron en el camino de la Iglesia, impidiéndole cumplir plenamente -en favor del pueblo chino- la misión que le confió su Fundador, Jesucristo.

Siento profundo pesar por esos errores y límites del pasado, y me duele que hayan causado en muchas personas la impresión de falta de respeto y estima de la Iglesia católica hacia el pueblo chino, induciéndolas a pensar que actuaba impulsada por sentimientos de hostilidad hacia China. Por todo esto pido perdón y comprensión a cuantos, de algún modo, se hayan sentido heridos por esas maneras de actuar de los cristianos.

La Iglesia no debe tener miedo a la verdad histórica, y está dispuesta -aunque con íntimo sufrimiento- a admitir las responsabilidades de sus hijos. Esto vale también en lo que atañe a sus relaciones, pasadas y recientes, con el pueblo chino. Es preciso buscar la verdad histórica con serenidad e imparcialidad, y de modo exhaustivo. Constituye una tarea importante, de la que se deben ocupar los estudiosos y a cuya realización podéis contribuir también vosotros, que os habéis adentrado particularmente en la realidad china. Puedo asegurar que la Santa Sede está siempre dispuesta a ofrecer su disponibilidad y colaboración en este trabajo de investigación.

6. Resultan actuales y significativas en este momento las palabras que el padre Ricci escribió al inicio de su Tratado sobre la amistad (nn. 1 y 3). Llevando al corazón de la cultura y la civilización de la China de fines de 1500 la herencia de la reflexión clásica greco-romana y cristiana sobre la amistad, definía al amigo como "la mitad de mí mismo, más aún, otro yo"; por lo cual "la razón de ser de la amistad es la necesidad mutua y la ayuda recíproca".

Con este renovado y fuerte pensamiento de amistad hacia todo el pueblo chino, expreso el deseo de ver pronto establecidas vías concretas de comunicación y colaboración entre la Santa Sede y la República Popular China. La amistad se alimenta de contactos, de comunión de sentimientos en las situaciones alegres y tristes, de solidaridad y de intercambio de ayuda. La Sede apostólica procura con sinceridad ser amiga de todos los pueblos y colaborar con todas las personas de buena voluntad en el mundo entero.

China y la Iglesia católica, bajo aspectos ciertamente diversos pero de ningún modo contrapuestos, son históricamente dos de las más antiguas "instituciones" vivas y activas del mundo:  ambas, aunque en ámbitos diferentes -una, en el político-social; otra, en el religioso-espiritual-, cuentan con más de mil millones de hijos e hijas. No es un misterio para nadie que la Santa Sede, en nombre de toda la Iglesia católica y, según creo, en beneficio de toda la humanidad, desea la apertura de un espacio de diálogo con las autoridades de la República Popular China, en el cual, superadas las incomprensiones del pasado, puedan trabajar juntas por el bien del pueblo chino y por la paz en el mundo. El momento actual de profunda inquietud de la comunidad internacional exige de todos un apasionado compromiso para favorecer la creación y el desarrollo de vínculos de simpatía, amistad y solidaridad entre los pueblos. En este marco, la normalización de las relaciones entre la República Popular China y la Santa Sede tendría indudablemente repercusiones positivas para el camino de la humanidad.

7. Al renovaros a todos vosotros, ilustres señores, la expresión de mi aprecio por la oportuna celebración de un acontecimiento histórico tan significativo, espero y oro para que el camino abierto por el padre Matteo Ricci entre Oriente y Occidente, entre la cristiandad y la cultura china, encuentre senderos siempre nuevos de diálogo y de enriquecimiento humano y espiritual recíproco. Con estos deseos, de buen grado os imparto a todos la bendición apostólica, propiciadora, ante Dios, de todo bien, de felicidad y de progreso.

Vaticano, 24 de octubre de 2001

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Es de destacar el ejemplo del P. Ricci: en un primer momento adoptó la vestimenta de los budistas, denominados "bonzos", por parecerles más cercanos al cristianismo. Pero en los últimos años de su misión cambió radical y audazmente: externa y espiritualmente los misioneros serán, a partir de ese momento, "predicadores letrados".

        En otro campo, el P. Ricci realizó una adaptación en los conceptos. Siguiendo el método que habían utilizado los primeros apologistas cristianos con relación a la filosofía griega, el p. Ricci asumió algunos términos y categorías del pensamiento chino para expresar las verdades cristianas y filosóficas (como sustancia y accidentes). Uno de los hechos más positivos de este período se conecta con la actividad del grupo de misioneros, en su casi totalidad jesuitas, que continuaron ofreciendo a la cortes sus servicios como sabios, científicos o artistas realizando una mediación cultural a lo largo de dos siglos,  cumpliendo un rol capital como agentes de intenso intercambio cultural entre China y Europa.
R.P. Carlos M. Baeza, V.E.

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El Papa ha pedido perdón al pueblo chino. Prescindiendo de la reacción del Gobierno chino, no es la primera vez que las autoridades eclesiásticas de China han reconocido pasados errores y han pedido perdón. Esta vez ha sido la autoridad suprema de la Iglesia, el Papa.
El Symposium sobre el padre. Matteo Ricci, y el acto de pedir perdón, son dos cosas que a mi modo de ver están muy unidas. El padre Matteo Ricci es un modelo de adaptación misionera, y como ejemplo de predicación del Evangelio a un pueblo culto, como el chino, es perfecto. El perdón viene a querer borrar hechos que la Iglesia no aprueba ni son según su doctrina, pero que se han realizado en la historia de China.
Aun hoy día en las escuelas chinas, en los libros de texto de Historia, se alaba al padre Matteo Ricci.
El Embajador de la República de China en Roma ha declarado que "el Papa es el primero en pedir perdón; ninguna de las otras potencias europeas que han invadido China y le han hecho tantos males, le han imitado con su ejemplo..."
Higinio Arenas S.J.
desde Taiwán

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La «política de acomodación» del jesuita Mateo Ricci, pionero en la cristianización de China a fines del siglo XVI, constituyó toda una revolución y originó la llamada «Controversia de los ritos chinos y malabares», que se prolongaría durante más de doscientos años. La Santa Sede, y Europa en general, creyó hallar idolatría en los tolerantes métodos de los misioneros de la Compañía.
Eva María Saint Clair Segurado
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El Padre Mateo Ricci (1552-1610), por ejemplo, evangelizador de China vestía como chino, pensaba como chino, y no omitió traducir la piedad y visión cristiana al chino, sin crear oposiciones donde no fueran ineludibles; es célebre la polémica con los dominicos y franciscanos, quienes se oponían al confucianismo y a la veneración de los antepasados, que no debían combatirse, según los jesuitas y que eran incompatibles con el cristianismo según dichas órdenes mendicantes: Roma estuvo en contra de los jesuitas, pero luego, muy tarde por cierto (1936-7) cambió de opinión y aceptó que se trataba de costumbres puramente civiles que debían ser toleradas y permitidas, pues en nada comprometían la piedad cristiana.
Alberto Di Mare
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En 1582, Michele Ruggieri y Matteo Ricci son los primeros jesuitas que obtienen permiso para entrar en China. En 1601, se instalan en Pekín donde Matteo Ricci, gracias a sus conocimientos en ciencias y sobre todo en lengua china, es aceptado rápidamente en los círculos eruditos de la ciudad. Escribe numerosas obras para promover y dar a conocer la religión cristiana al pueblo chino. Es también el iniciador del primer proyecto de diccionario de traducción chino.
Se puede dividir el período de la primera misión jesuítica en China (1582 a 1773) en tres partes. La primera, de 1582 a 1610, corresponde a la llegada a China, y la instauración del método Ricci. Llega hasta la muerte de este último. Es el encuentro con la civilización y cultura china. Es el momento también en el que se convierten al cristianismo los primeros eruditos chinos. También se hace un gran esfuerzo en la publicación y traducción de libros occidentales. La segunda parte va desde 1610 a 1705, y en ella el cristianismo progresa lentamente. En 1705, un incidente con el Emperador Kangxi pondrá freno a la propagación del cristianismo en China. El último período, que va de 1705 a 1773, supone una decadencia de la presencia de los jesuitas. Varias olas de persecuciones afectan a los misioneros y a los conversos, y se clasifica al cristianismo como una secta perversa y peligrosa. Este período termina con la disolución de la orden en China.
A su llegada a China los jesuitas vestían el traje de los bonzos, según el modelo japonés. Hacia 1594, Matteo Ricci pide autorización para vestir el traje de docto. Este último sería más idóneo a su modo de ver para la conversión y evitaría confusiones. Esta elección está justificada por varias razones, el status de los bonzos en China no es tan bueno como lo es en Japón, el Estado chino controla la iglesia budista y las otras religiones oficiales y de esta manera evitan toda confusión con cualquier secta budista. Piensan que el papel de erudito o de sabio es una buena manera de ganarse el aprecio popular y de las clases dirigentes y en consecuencia mostrar un rango social importante, lo que implica la utilización de vistosa prendas de vestir en seda. Este comportamiento se percibe en Europa como una ofensa a la humildad.
Ricci intentó una adaptación del cristianismo a la realidad china. Esta actitud fue una fuente de conflicto con el Vaticano, que veía con reticencia cualquier intento de adaptar los ritos a las costumbres chinas en la evangelización de China. Ricci fue quien acuñó muchos de los términos cristianos utilizados aun hoy en día por los cristianos chinos, como (Shāngdì, "Dios") y (tiān, "cielo").
http://es.wikipedia.org/wiki/Matteo_Ricci
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LA ESTELA DE MATEO RICCI

Fascina aún la vida y obra de este misionero del siglo XVII que sigue cautivando a investigadores, científicos, misioneros y cristianos en general. Ricci subrayaba la necesidad de la amabilidad y la afabilidad en el trato y la conversación, como expresión de la gentileza de espíritu. Estas virtudes las cultivó con esmero y fueron el motivo que atrajo a muchos chinos al seguimiento de Cristo. Ricci fue reacio a una presentación proselitista del Evangelio en el mundo chino.

Dos de los medios fundamentales que Ricci intuyó para llegar al corazón de la cultura china fueron el diálogo y la apertura a otras maneras de pensar. Adoptó la forma de vida del pueblo con quien se relacionaba. Esto es algo que hoy nos puede parecer normal, pero no lo era en una época en la que los misioneros fueron enviados a China por la corona de Portugal. Su apertura a otras formas de pensamiento y otros credos fue patente también en su relación con los judíos y musulmanes de China.

Comenzó vistiendo el hábito de bonzo y más tarde el de los mandarines, letrados intelectuales de la época. A través de las discusiones con éstos, se le abrió la puerta de la corte imperial 24 años después de llegar a China. Para llevar a cabo su misión, Ricci pasó malos tragos, no sólo por la incomprensión de algunos de sus hermanos de religión, que no veían con buenos ojos sus métodos misioneros, sino también por las sospechas de los chinos, que hasta le tildaron de brujo. Más de una vez tuvo que escapar de la misión porque incluso peligraba su vida. Él creía que, para que los chinos llegaran al Evangelio, se debía acceder por la puerta trasera de las ciencias. Cuando conseguía el interés de los chinos con los discursos e intercambios de conocimientos de las distintas ciencias humanas, en las cuales Ricci era una lumbrera, el auditorio -según él- estaba preparado para recibir el mensaje cristiano, que siempre provocó y fomentó Relación con el pueblo, esperanza en la adversidad y diálogo con el otro, son tres legados y tres retos, de permanente actualidad, que Ricci dejó a la Iglesia misionera universal.

Este misionero que dio su vida, conocimientos y energías por el pueblo chino está enterrado en el cementerio de Zhalan, un recinto que hoy es sede de la Escuela Administrativa de Beijing.
http://www.obracultural.org/anecdotas%20y%20reflexiones/la%20estela%20de%20ricci.htm

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El inicio de la Misión

En el siglo XVI, nada quedaba de las comunidades cristianas fundadas en China por los misioneros nestorianos en el siglo VII y por los monjes católicos en el XIII y XIV (ver CHINA). Es más es dudoso que la vida de la población nativa china estuviera afectada en serio por esta antigua evangelización. Por lo tanto, para aquéllos que deseaban reasumir el trabajo, todo estaba por hacer y los obstáculos eran mayores que antes. Después de la muerte de San Francisco Javier (el 27 de noviembre de1552) se habían hecho muchos esfuerzos infructuosos. El primer misionero a quien se le abrieron temporalmente las barreras chinas fue el jesuita, Melchor Núñez Barreto, que fue dos veces hasta Cantón dónde estuvo un mes en cada ocasión (1555). Un dominico, el padre Gaspar da Cruz, también fue admitido en Cantón durante un mes, pero igualmente tenía que abstenerse de "formar una Comunidad Cristiana". Todavía otros, jesuitas, agustinos y franciscanos en 1568, 1575, 1579 y 1582, tocaron tierra china únicamente al verse forzados a descansar, a veces por el tratamiento de enfermedades. Al padre Valignani se atribuye el mérito de haber descubierto aquello que impedía a todas estas tareas tener resultados duraderos. Los esfuerzos habían sido hechos, hasta el momento, improvisadamente, con hombres insuficientemente preparados e incapaces de aprovechar las circunstancias favorables que habían encontrado. El padre Valignani sustituyó el ataque metódico por una cuidadosa selección previa de los misioneros que, una vez abierto el campo, implantarían la Cristiandad allí. Con este fin llamó primero a Macao al padre Miguel de Ruggieri, que también había ido a la India desde Italia en 1578. Sólo habían pasado veinte años desde que los portugueses habían conseguido establecer sus colonias a las puertas de China y los chinos, atraídos por las oportunidades para los negocios, estaban congregándose allá. Ruggieri llegó a Macao en julio de 1579 y, siguiendo las órdenes recibidas, se aplicó totalmente al estudio del idioma mandarín, es decir, el chino hablado a lo largo del imperio por los funcionarios y la gente culta. Su progreso, aunque muy lento, le permitió trabajar, con más frutos que sus predecesores, en sus dos estancias en Cantón (1580-81), permitidas por una inusual complacencia de los mandarines. Finalmente, después de muchos episodios adversos, fue autorizado (el 10 de septiembre de 1583) a fijar su residencia con el padre Ricci en Chao-K'ing, la capital administrativa de Cantón.

El método de los Misioneros

Solo el ejercicio de una gran prudencia permitió a los misioneros permanecer en la región en la que habían tenido tanta dificultad para entrar. Omitiendo al principio toda mención de su intención de predicar el Evangelio, respondieron a los mandarines que les preguntaban sobre su objeto " que ellos eran religiosos, que había dejado su país en el distante oeste debido al renombre del buen gobierno de China dónde ellos deseaban permanecer hasta su muerte, sirviendo a dios, el "Señor de Cielo". Si hubieran declarado inmediatamente su intención de predicar una nueva religión, nunca habrían sido recibidos; esto habría chocado con el orgullo chino, que no admitía que China tuviera algo que aprender de los extranjeros, y habría alarmado especialmente a sus políticos que veían un peligro nacional en cada innovación. Sin embargo, los misioneros nunca escondieron ni su fe ni el hecho de que eran sacerdotes cristianos. En cuanto se establecieron en Chao-k'ing pusieron en un lugar destacado de su casa un cuadro de la Bienaventurada Virgen con el niño Jesús en sus brazos. Los visitantes raramente dejaban de preguntar por el significado de esta, para ellos, nueva representación y los misioneros lo aprovechaban para darles una primera idea del Cristianismo. Los misioneros tomaron la iniciativa de hablar de su religión en cuanto hubieron superado suficientemente la antipatía y la desconfianza chinas, esperando a que su enseñanza fuera deseada o, al menos, tener la certeza de hacérsela entender sin asustar a sus oyentes. Lograron este resultado apelando a la curiosidad de los chinos, haciéndoles sentir, sin decirlo, que los extranjeros tenían algo nuevo e interesante que enseñar; con este fin hicieron uso de las cosas europeas que habían traído con ellos. Tales eran los relojes, grandes y pequeños, instrumentos matemáticos y astronómicos, prismas que mostraban los diferentes colores, instrumentos musicales, pinturas al óleo e impresos, el cosmógrafo, trabajos geográficos y arquitectónicos con diagramas, mapas y vistas de pueblos y edificios, grandes volúmenes, magníficamente impresos y espléndidamente encuadernados, etc.
Los chinos, que habían imaginado hasta el momento que fuera de país sólo existía el barbarismo, quedaron asombrados. Los rumores de las maravillas mostradas por los religiosos de occidente se extendieron por todos los lugares y desde ese momento su casa siempre estuvo llena, sobre todo de mandarines y gente culta. A continuación, dice el padre Ricci, "todos llegaron gradualmente a tener, con respecto a nuestros países, nuestra gente y, sobre todo, a nuestros hombres cultos, una idea inmensamente diferente de la que habían tenido hasta el momento". Esta impresión se intensificó por las explicaciones, concernientes a su pequeño, museo dadas por los misioneros en respuesta a las numerosas preguntas de sus visitantes. Uno de los artículos que despertó más su curiosidad era un mapa del mundo. Los chinos tenían mapas, llamados por sus geógrafos "descripciones del mundo", pero casi todo el espacio estaba cubierto por las quince provincias de China, alrededor de las que se pintaba un trozo de mar y unas islas en las que se inscribían los nombres de los países de los que ellos habían oído hablar --todos juntos no eran más grandes que una pequeña provincia china-. Naturalmente los hombres sabios de Chao-K'ing protestaron inmediatamente, cuando el padre Ricci señaló las diferentes partes del mundo en su mapa europeo y cuando vieron la pequeña porción que ocupaba China. Pero, después de que los misioneros hubieran explicado su construcción y el cuidado tomado por los geógrafos de occidente al asignar a cada país su posición real y límites, los más sabios de entre ellos se rindieron a la evidencia y, empezando por el gobernador de Chao-K'ing, todos instaron al misionero a que hiciera una copia de su mapa con los nombres e inscripciones en chino. Ricci dibujó un mapa más grande del mundo en el que escribió inscripciones más detalladas, adaptadas a las necesidades de los chinos; cuando el trabajo fue completado, el gobernador lo imprimió y entregó copias como regalo a sus amigos en la provincia y fuera de ella. El padre Ricci no duda en decir: "Éste era el trabajo más útil que podría hacerse en ese momento para disponer a China a dar crédito a las cosas de nuestra santa Fe... Su concepción de la grandeza de su país y de la insignificancia de todas las otras tierras los hacía tan orgullosos que el todo el mundo les parecía salvaje y bárbaro comparado con ellos; sería extraño esperar de ellos, mientras mantuvieran esta idea, que prestaran atención a maestros extranjeros". Pero ahora muchos estaban ávidos por aprender de los misioneros asuntos europeos, que aprovecharon esta disposición para presentar más a menudo la religión en sus explicaciones. Por ejemplo, sus bonitas Biblias y las pinturas y grabados de motivos religiosos, los monumentos, las iglesias, etc., les dieron la oportunidad de hablar de "las buenas costumbres en los países cristianos, de la falsedad de idolatría, de la conformidad de la ley de Dios con la razón natural y enseñanzas similares encontradas en las escrituras de los antiguos sabios de China". Este último caso muestra que el padre Ricci supo extraer, de sus estudios chinos, testimonios favorables a la religión que iba a predicar.

Se hizo pronto evidente a los misioneros que sus comentarios con respecto a la religión no eran menos interesantes para muchos de sus visitantes que sus curiosidades occidentales y sus enseñanzas y, para satisfacer aquéllos que deseaban aprender más, distribuyeron hojas impresas que contenían una traducción china del Decálogo, una abreviación del código moral, muy apreciado por los chinos, compusieron un pequeño catecismo en el que se explicaban los puntos principales de doctrina cristiana, en forma de diálogo entre un pagano y un presbítero europeo. Este trabajo, impreso aproximadamente en 1584, también fue bien recibió, los más altos mandarines de la provincia se consideraron honrados de recibirlo como un regalo. Los misioneros distribuyeron ciento y miles de copias y así "el buen olor de nuestra Fe empezó a ser extendido a lo largo de China." Habiendo empezado su apostolado directo de esta manera, lo llevaron más allá, y no poco, por su edificante vida moral, su desinterés, su caridad y su perseverancia en las persecuciones, que a menudo destruyeron los frutos de su trabajo.
JOSEPH BRUCKER
Transcribed por John Looby
Traducido por Quique Sancho
Como agradecimiento al Señor por aquellos que anuncian y anunciarán el Evangelio en la China del Tercer Milenio.

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Mateo Ricci nació en Macerata, Italia, en 1552. Contra los deseos de su padre, que había prohibido hablar de religión en derredor de la casa, Mateo Ricci ingresó a la Compañía de Jesús. Al final de su formación él fue destinado a la misión en China, y llegó allí en 1583, donde trabajó por 27 años. El jesuita italiano Mateo Ricci es sin duda una de las figuras más extraordinarias en la historia de las misiones cristianas. Un ejemplo de tolerancia, de convivencia, de genuino interés en los demás, sin por ello abandonar sus propias convicciones. Fue uno de los primeros occidentales en poder entrar en la cerrada y xenófoba sociedad de la China del siglo XVI.

Luego de pasar algún tiempo en la colonia portuguesa de Macao, en la desembocadura del río Cantón, entró en China. Luego de un estudio intensivo del chino y de su inmersión en los textos clásicos del confucianismo, Ricci pudo presentarse como erudito, posición que se vio confirmada por el respeto de sus pares chinos (los eruditos y aristócratas de la corte imperial). Se vestía de manera apropiada, con elaborada ropa de seda y publicaba obras sobre temas tales como astronomía, ciencia y filosofía.

La obra de Mateo Ricci y de los jesuitas que le siguieron se mostró como una gran promesa de establecer una cristiandad auténticamente china. Finalmente sus esfuerzos se vieron frenados por las autoridades vaticanas, cuya filosofía era, en efecto, "en China haz como los romanos".

Sus libros Geometría Práctica y Trigonometría eran traducciones de los trabajos del jesuita Christopher Clavius al chino. Ricci logró que los desarrollos occidentales en matemáticas fueran asequibles a los chinos, y en 1584 y 1600 publicó los primeros mapas de China que jamás hubiera visto Occidente. Por primera vez los chinos tenían una idea de la distribución de los mares y las masas terrestres. Ricci introdujo la trigonometría y los instrumentos astronómicos, y tradujo los primeros seis libros de Euclides al chino. Los trabajos geométricos en chino por los cuales Ricci es recordado fueron libros sobre el astrolabio, la esfera y diversas medidas. Pero especialmente importante fue su versión china de los primeros seis libros de Los Elementos, de Euclides, que fue escrito en colaboración con uno de sus discípulos. Titulado Primer texto de geometría, este trabajo asegura a Ricci un importante lugar en la historia de las matemáticas.

El éxito de Ricci fue debido a sus cualidades personales, su completa adaptación a las costumbres chinas (usaba el atuendo de un académico chino) y a su conocimiento autorizado de las ciencias. Es recordado por sus trabajos en chino sobre religión y temas morales tanto como por sus trabajos científicos. Aun hoy se puede encontrar su tumba en los suburbios de Pekín. En la Enciclopedia Británica se dice: “probablemente ningún nombre europeo de los pasados siglos es mejor conocido en China que el de Li-ma-teu (Mateo Ricci)”.

Las contribuciones de Ricci a la geografía incluyen su cálculo de la anchura de China, el cual era tres cuartas partes del que presumían los geógrafos occidentales. Sus mapas fueron considerados más precisos aun que los mapas contemporáneos de Europa. También identificó China y Pekín con el Cathay de Marco Polo. Y compartió este reconocimiento con otro jesuita, el hermano coadjutor Bennedeto de Goes, que hizo un viaje de India a China durante los años 1602 a 1605, para verificar que China y Cathay eran lo mismo. Se ganó una particular admiración también por sus logros como maestro de ciencias mnemónicas.

Ricci pensaba, y era su estrategia, que para que el cristianismo pudiera avanzar en China era necesario ganar la aceptación de la aristocracia culta. Para lograr esto debía evitar cualquier matiz de imperialismo extranjero y presentarse en los términos de la cultura china. A Ricci no le preocupaban los casos de conversiones. Pensaba que su trabajo era sentar los fundamentos para una misión futura. Una vez que el cristianismo fuera aceptado por la sociedad china, otros podrían trabajar para difundir el evangelio entre las masas.

Para el tiempo en que Ricci obtuvo permiso para vivir en la ciudad imperial de Pekín, había obtenido renombre como erudito confuciano. Su estudio lo había convencido de que los preceptos éticos del confucianismo -la religión dominante sobre la que se apoyaba la cultura china- era reconciliable con la moral cristiana. Además, argumentaba que en sus orígenes, el confucianismo reconocía un Creador supremo, que podía identificarse con el Dios cristiano. Para él, su trabajo de asimilar el confucianismo al cristianismo, no era diferente de lo que Tomás de Aquino había hecho con la filosofía de Aristóteles.

De manera notable, la interpretación de Ricci del confucianismo, si bien contradecía el consenso de la mayoría de los hombres ilustrados, ganó el respeto general e incluso una cierta aceptación de sus pares chinos. En el momento de su muerte, el 11 de mayo de 1610, en Pekín, su cuerpo fue velado en una capilla ardiente por cientos de mandarines que se unieron a los cristianos en rendir un postrer saludo. Por decreto imperial, Ricci fue enterrado en una tumba especial; raro honor para cualquier chino, y algo nunca visto para un extranjero.

Resulta imposible saber qué efecto hubiesen tenido los esfuerzos de Ricci con el tiempo. Desgraciadamente, su proyecto nació muerto; dentro de los cien años cayó víctima de los así llamado “ritos de controversia”, y fue rechazado por el Vaticano. Ricci había reconocido el importante papel que tenía en la cultura china la veneración de los antepasados. Su profundo conocimiento de la cultura china lo convenció de que estas expresiones de piedad filial no representaban, necesariamente, un conflicto con la fe y la moral cristianas. Además, prohibir a los cristianos chinos la participación en estos ritos no significaba excomulgarlos de forma instantánea de su sociedad, resultado que hubiera vuelto problemático cualquier esfuerzo misionero.

Ricci había obtenido para su política una aceptación provisoria de Roma. Sin embargo, el asunto se decidió luego de otra manera. Un decreto papal de 1704, renovado en términos aun más duros en 1742, condenó de manera vehemente la tolerancia cristiana de los ritos para con los ancestros como idólatra y supersticiosa, y rechazó de manera terminante los esfuerzos de Ricci por reconciliar el evangelio con el confucianismo.

Como dice Robert Ellsberg, “esta fue una decisión fatal para la novel comunidad cristiana en China. De allí en adelante, esa antigua sociedad habría de permanecer efectivamente cerrada a la evangelización, y el cristianismo jamás seguiría la senda preparada por Ricci. Fue asimismo una decisión fatal para la Iglesia, que se vio privada por otros 200 años, de la sabiduría de los caminos no occidentales hacia Dios”.
Jorge De Las Casas 
http://ediciones.prensa.com/mensual/contenido/2002/04/20/hoy/revista/529162.html

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Con el nombre de Li Madou, Matteo Ricci figura en los libros escolares chinos, cuyo gobierno lo inmortalizó en el aniversario de los 400 años de su llegada al país con una estampilla de correo emitida en el año 1983 y la construcción de una plaza con una estatua central de tres metros de alto en el año 2006.



Estampilla de 1983, con la que el Gobierno de China rindió homenaje al P. Mateo Ricci,
en la conmemoración de los 400 años de su llegada a China

NANCHANG, 7 jun 2006 (Xinhua) -- Matteo Ricci, un jesuita italiano  que en el siglo XVI introdujo en China el mapa mundial, las  matemáticas y la astronomí­a occidentales, tendrá una plaza  conmemorativa en Nanchang, capital de la provincia de Jiangxi.  

     La Plaza Matteo Ricci, que estará construida en septiembre,  tendrá una superficie de 2.900 metros cuadrados y en su centro se  erigirá una estatua del italiano de tres metros de altura, en cuya base una pequeña biografí­a, en chino y en inglés informará sus  méritos.  

     El lugar será un centro de ocio con bares y cafés al aire libre, y contará con un pequeño teatro de estilo romano.  

     Ricci (1552-1610) llegó a Macao en 1582 y se dedicó a expandir  el catolicismo por muchas ciudades chinas, como Beijing, Guangzhou, Nanjing y Nanchang. El italiano introdujo en el paí­s asiático avances culturales y cientí­ficos europeos.  

     El italiano pasó tres años en Nanchang, desde 1595 hasta 1598. En una de sus cartas "Ricci dijo a sus amigos de su paí­s que  Nanchang tení­a calles limpias y anchas y que era dos veces más  grande que Florencia", señaló Yang Jianbao, diseñador del proyecto y vicepresidente de la asociación de escritores de la ciudad.  

     Ricci murió en Beijing en 1610 y fue enterrado en la parte occidental de la ciudad.



Mapa del mundo elaborado por Matteo Ricci en China
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La vida y obra del padre Matteo Ricci expuesta en esta página para una Reflexión, más allá de su sorprendente obra de sabiduría, amor, respeto y tolerancia, me hace recordar a las misiones jesuitas en Paraguay y a Vivekananda.

Con la evocación de la melodía de la película "La Misión" pienso que en la misma época que Matteo Ricci otros jesuitas vinieron a la selva de América del Sur:

Cansados de tantas deserciones, a los misioneros jesuitas se les ocurrió organizarse de forma similar a los indios para de esta forma atraerlos, o al menos ayudar a que se quedaran. Así las nuevas reducciones funcionarían como comunas. Este experimento tuvo un éxito arrollador, en pocas décadas los jesuitas formaron un país que abarcaba desde el río Paraguay hasta el río Uruguay y más allá. La vida en estas reducciones era casi idílica, los habitantes de estos lugares vivían en un estado de felicidad moral casi permanente, interrumpido tan sólo por las incursiones de los bandeirantes y algún que otro conflicto con las autoridades civiles y militares españolas. Voltaire, no demasiado amante de la religión o de los jesuitas, escribió sobre las reducciones de éstos:

"Cuando en 1768 las misiones dejaron las manos de los jesuitas, éstas habían alcanzado quizás el grado más alto de perfección al que es posible llevar a un pueblo joven, y ciertamente a un estado muy superior al que existe en el resto del nuevo hemisferio. Las leyes eran respetadas allí, la moral permanecía pura, una feliz hermandad unía cada corazón, todas las artes útiles estaban en un estado floreciente e incluso algunas de las más agradables ciencias; la plenitud era universal."
Los jesuitas no parecieron preocuparse del gobierno político de estas gentes, más bien se preocupaban sólo del bienestar moral y social del pueblo. En lugar de ser gobernados por los misioneros éstos se dedicaban a dejarles hacer y en proporcionarles ayuda técnica en lo que necesitaran. Los misioneros se dedicaban a gobernar según los evangelios y sus instrumentos para ello eran los sacramentos, las penitencias y la comunión. A pesar de esto la vida estaba altamente estructurada. Parece que en la construcción del nuevo sistema tuvieron influencia las utopías renacentistas de Tomás Moro y de Tomás Campanella así como también de Platón, pero la influencia mayor es la del propio pueblo indígena que ya se organizaba de forma comunalista antes de llegar los europeos. Es posible que estos habitantes del Paraguay fueran más felices de lo que jamás serían los habitantes de la República de Platón o de la Utopía de T. Moro. Al sustituir el supuesto buen gobierno por la buena administración real es lo que suele pasar.
http://www.galeon.com/ateneosant/Ateneo/Historia/arf-jesuitas.html

Para los misioneros jesuitas los indios guaraníes eran seres humanos que tenían un modelo de vida envidiable para el paradigma de vida del mundo civilizado. Sin embargo para las autoridades del reino de España eran bestias, a lo más esclavos, y no entendían que esas bestias tocaran la flauta y cantaran.

Era el día 11 de septiembre de 1893, en Chicago, EE.UU. con mucha pompa se inauguraba el Primer Parlamento Mundial de las Religiones. Destacaban los jerarcas de diferentes religiones del mundo con sus trajes, séquito, adornos y aire de superioridad. Entonces, un humilde swami vedanta, sin parafernalia, deslumbró a los asistentes y opacó al resto con su palabra, sus ideas y su magnetismo de Maestro. Era el joven Vivekananda quien, entre otras Enseñanzas les dijo:

Os saludo en nombre de la Orden monástica más antigua del mundo que ha dejado este precepto: ¡Aceptaos y comprendeos unos a otros!
Os citaré, hermanos, algunas líneas de un himno:

Así como los diferentes arroyos tienen sus fuentes en diversos lugares y vierten todos sus aguas en el mar,
así, ¡Oh Señor!, las distintas sendas que los hombres toman por diferentes tendencias,
por diversas que parezcan, tortuosas o rectas, todas conducen a Ti.

Debe haber causas, antes del nacimiento, que hagan a un hombre desgraciado o feliz, y esas causas son sus acciones pasadas.
Levantaos ¡oh leones! y sacudíos la ilusión de que sois carneros; sois almas inmortales, espíritus libres, benditos y eternos; no sois materia, no sois cuerpo; la materia es sierva vuestra y no vosotros los siervos de ella.

Si algún día llega a haber una Religión Universal, ha de ser aquella que no esté radicada en el tiempo o en el espacio; que sea infinita, como el Dios que predique, y cuyo sol brille sobre los discípulos de Krishna y los de Cristo igualmente, sobre los santos y sobre los pecadores; que no sea brahmánica, ni budista, ni cristiana, ni mahometana, sino la suma total de todas ellas y tenga todavía infinito espacio para evolucionar; que en su catolicidad abrace con sus infinitos brazos y le haga un lugar para cada ser humano, desde el salvaje más inferior y envilecido, que muy poco sobrepasa al bruto, hasta el hombre más encumbrado que se eleva por las virtudes de su cerebro y de su corazón casi por encima de la humanidad, haciendo que la sociedad se asombre en su presencia y dude que sea de naturaleza humana. Será una religión que no tenga lugar en su seno para la persecución ni la intolerancia, que reconozca la divinidad en cada hombre y mujer, y cuyo fin, cuya fuerza total, esté reconcentrada en ayudar a la humanidad a realizar su propia y verdadera naturaleza divina.

Pero si alguno de los presentes espera que esta unidad se produzca mediante el triunfo de alguna de las religiones y la destrucción de otras, yo le digo: "Hermano, esperáis un imposible". ¿He de desear yo que un cristiano se haga hindú? Dios me libre. ¿Desearé que el hindú o el budista se conviertan en cristianos? No lo permita Dios. Cada uno debe asimilar el espíritu de los otros y conservar, sin embargo, su individualidad, creciendo según sus propias leyes.

Si el Congreso de las Religiones ha demostrado algo al mundo es lo siguiente: Ha probado que la santidad, la pureza y la caridad no son la posesión exclusiva de ninguna iglesia del mundo y que cada sistema ha producido hombres y mujeres del más elevado orden.

La santidad, la pureza y la caridad no son la posesión exclusiva de ninguna Iglesia del mundo, y cada sistema ha producido hombres y mujeres del más elevado orden. En presencia de este hecho evidente, si alguien sueña con la exclusiva supervivencia de su religión y la destrucción de las otras, le compadezco desde el fondo de mi corazón y le hago notar que en la bandera de cada religión pronto se escribirá, a despecho de su resistencia: "Ayuda y no lucha", "Asimilación y no destrucción", "Armonía y paz y no discrepancia

Vivekananda, con su vedanta tolerancia y respeto por cada credo, por ser cada religión un rayo más, Y NO EL ÚNICO, que conduce al Centro Común de todos los credos y por ser cada persona, no por credo, sino por sí mismo muy importante como un IGUAL a los ojos de Dios, por sobre las transitorias desigualdades de un mundo ilusorio dijo una Verdad que los menos entienden. Intentó Vivekananda unir lo que la intolerancia separa al hacer creer a los menos que son los únicos salvos o escogidos, rebajando, al así hacerlo, a Dios al nivel del peor padre que jamás como humano haya existido.

El padre Matteo Ricci vivió y practicó en China lo que sus hermanos de orden hicieron en Paraguay, reforzando su labor misionera con la milenaria Enseñanza que Vivekananda recordó en los Estados Unidos casi 300 años después:


Así como los diferentes arroyos tienen sus fuentes en diversos lugares y vierten todos sus aguas en el mar, así, ¡Oh Señor!, las distintas sendas que los hombres toman por diferentes tendencias, por diversas que parezcan, tortuosas o rectas, todas conducen a Ti.

Sin embargo, el dogmatismo, intolerancia y fanatismo religioso han llevado a olvidar el sentido inicial del Conocimiento que todos los credos tienen y ha dividido a los hombres separando a hermanos en cada nación, llevando a guerras fratricidas y teniendo al género humano al borde del abismo. Matteo Ricci fue un ejemplo que la sabiduría China respetó y admiró. Él, al igual que otros misioneros de su orden jesuita, con su ejemplo de vida, unió lo que a su muerte la intolerancia dogmática desunió.

Conocer la vida y obra del padre jesuita Matteo Ricci más valorado en China que entre los católicos de Occidente, luego de 400 años abre una puerta de esperanza para lograr un Mundo Mejor y me lleva a invocar este anhelo personal:

Con Esperanza me nace PEDIR:

Que la Paz, el Amor, la Armonía y la Protección, rodeen al Planeta Tierra
 PARA TODOS POR IGUAL

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Padre, dadme valor para llevar mejor mi carga
y, si puedo ser útil, os pido Fuerza para lograrlo
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Dr. Iván Seperiza Pasquali
Quilpué, Chile
Agosto de 2006
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