MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
EN EL
IV CENTENARIO DE LA LLEGADA
A PEKÍN DEL PADRE MATTEO RICCI, S.J.
1. Con íntima alegría me dirijo a
vosotros, ilustres señores, con ocasión del Congreso
internacional, convocado para conmemorar el 400° aniversario de la
llegada a Pekín del gran misionero, literato y científico
italiano, padre Matteo Ricci, célebre hijo de la
Compañía de Jesús. Saludo de modo especial al
rector magnífico de la Pontificia Universidad Gregoriana y a los
responsables del Instituto ítalo-chino, las dos instituciones
promotoras y organizadoras de este congreso. Al dirigirme a vosotros
con viva cordialidad, me complace particularmente expresar un deferente
saludo a los estudiosos que han venido de China, amada patria adoptiva
del padre Ricci.
Sé que vuestro Congreso romano es, en cierto sentido,
continuación del importante Simposio internacional que se
celebró en Pekín en los días pasados (14-17 de
octubre) y trató el tema "Encuentros y diálogos", sobre
todo en el horizonte de los intercambios culturales entre China y
Occidente al final de la dinastía Ming y al comienzo de la
dinastía Qing. En efecto, en esa asamblea la atención de
los estudiosos se centró también en la obra incomparable
que el padre Matteo Ricci realizó en aquel país.
2. Este encuentro nos lleva a todos, ideal y afectivamente, a
Pekín, la gran capital de la China moderna, capital del "Reino
del Medio" en la época del padre Ricci. Después de 21
años de largo, atento y apasionado estudio de la lengua, la
historia y la cultura de China, entró en Pekín, sede del
emperador, el 24 de enero de 1601. Acogido con todos los honores,
estimado y visitado a menudo por literatos, mandarines y personas
deseosas de aprender las nuevas ciencias de las que era insigne
cultivador, vivió el resto de sus días en la capital
imperial, donde murió santamente el 11 de mayo de 1610, a la
edad de 57 años, de los cuales pasó casi 28 en China. Me
agrada recordar aquí que, cuando llegó a Pekín,
escribió al emperador Wan-li un Memorial en el que,
presentándose como religioso y célibe, no
pedía ningún privilegio en la corte, sino sólo
poder poner al servicio de su majestad su persona y cuanto
había podido aprender sobre las ciencias ya en el "gran
Occidente", de donde había llegado (cf. Opere Storiche del
P. Matteo Ricci, s.j., bajo la dirección del p. Tacchi
Venturi, s.j., vol. II, Macerata 1913, p. 496 ss). La reacción
del emperador fue positiva, dando así mayor significado e
importancia a la presencia católica en la China moderna.
La misma China, desde hace cuatro siglos, tiene en alta
consideración a Li Madou, "el sabio de Occidente", como
fue designado y se suele llamar incluso hoy al padre Matteo Ricci.
Desde un punto de vista histórico y cultural, como pionero, fue
un valioso eslabón de unión entre Occidente y Oriente,
entre la cultura europea del Renacimiento y la cultura de China,
así como, recíprocamente, entre la antigua y elevada
civilización china y el mundo europeo.
Como ya destaqué, con íntima convicción, al
dirigirme a los participantes en el Congreso internacional de estudio
sobre Matteo Ricci, organizado con ocasión del IV centenario de
su llegada a China (1582-1982), tuvo un mérito especial en la
obra de inculturación: elaboró la
terminología china de la teología y la liturgia
católica, creando así las condiciones para dar a conocer
a Cristo y encarnar su mensaje evangélico y la Iglesia en el
marco de la cultura china (cf. L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 12 de diciembre de 1982, p.
6). El padre Matteo Ricci de tal modo se hizo "chino con los chinos"
que se convirtió en un verdadero sinólogo, en el sentido
cultural y espiritual más profundo del término, puesto
que en su persona supo realizar una extraordinaria armonía
interior entre el sacerdote y el estudioso, entre el católico y
el orientalista, entre el italiano y el chino.
3. A cuatrocientos años de distancia de la llegada de
Matteo Ricci a Pekín, no podemos
menos de preguntarnos cuál es el mensaje que puede
ofrecer tanto a la gran nación china como a la Iglesia
católica, a las que siempre se sintió profundamente unido
y por las que fue y es sinceramente apreciado y amado.
Uno de los aspectos que hacen original y siempre actual la obra del
padre Ricci en China es la profunda simpatía que
sintió desde el inicio hacia el pueblo chino, en la totalidad de
su historia, su cultura y su tradición. Su breve Tratado
sobre la amistad (De Amicitia Jiaoyoulun),
que alcanzó gran éxito en China desde su primera
edición, impresa en Nankín en 1595, y la extensa red de
amistades que cultivó siempre y a las que correspondió
durante los 28 años que vivió en aquel país,
siguen siendo un testimonio indiscutible de su lealtad, sinceridad y
fraternidad con el pueblo que lo había acogido. Estos
sentimientos y estas actitudes de altísimo respeto brotaban de la
estima que tenía por la cultura de China, una estima que lo
llevó a estudiar, interpretar y explicar la antigua
tradición confuciana, proponiendo así una
revalorización de los clásicos chinos.
Desde sus primeros contactos con los chinos, el padre Ricci
cimentó toda su metodología científica y
apostólica sobre dos pilares, a los que se mantuvo fiel hasta la
muerte, a pesar de las numerosas dificultades e incomprensiones, tanto
internas como externas. El primero: los neófitos
chinos, al abrazar el cristianismo, de ningún modo debían
dejar de ser leales a su país; el segundo: la
revelación cristiana sobre el misterio de Dios no
destruía en absoluto, antes bien valorizaba y completaba todo lo
hermoso y bueno, lo justo y santo que la antigua tradición china
había intuido y transmitido. Sobre esta intuición el
padre Ricci, como habían hecho muchos siglos antes los Padres de
la Iglesia en el encuentro entre el mensaje del Evangelio de Jesucristo
y la cultura grecorromana, fundó toda su paciente y clarividente
obra de inculturación de la fe en China, buscando constantemente
un terreno común de entendimiento con los doctos de aquel gran
país.
4. El pueblo chino se ha proyectado, de manera particular durante
los últimos tiempos, hacia la conquista de significativas metas
de progreso social. La Iglesia católica, por su parte, observa
con respeto este sorprendente impulso y esta clarividente
proyección de iniciativas, y brinda con discreción su
propia contribución a la promoción y a la defensa de la
persona humana, de sus valores, su espiritualidad y su vocación
trascendente. La Iglesia se interesa particularmente por valores y
objetivos que son de fundamental importancia también para la
China moderna: la solidaridad, la paz, la justicia social, el
gobierno inteligente del fenómeno de la globalización y
el progreso civil de todos los pueblos.
Como escribía precisamente en Pekín el padre Ricci, al
redactar durante los dos últimos años de su vida la obra
pionera, y fundamental para el conocimiento de China por parte del
resto del mundo, titulada Della Entrata della Compagnia di
Giesù e Christianità nella Cina (cf. Fonti
Ricciane,
a cura di Pasquale M. D'Elia S.I.,
vol. 2, Roma 1949, n. 617, p. 152), tampoco la Iglesia
católica de hoy pide a China y a sus autoridades políticas
ningún privilegio, sino únicamente poder reanudar el
diálogo, para llegar a una relación basada en el respeto
recíproco y en el conocimiento profundo.
5. Siguiendo el ejemplo de este insigne hijo de la Iglesia
católica, deseo reafirmar que la Santa Sede mira al pueblo chino
con profunda simpatía y con gran atención. Son conocidos
los importantes pasos que ha dado recientemente en los campos social,
económico y educativo, a pesar de que persisten muchas
dificultades. Es preciso que China sepa que la Iglesia católica
tiene el vivo propósito de prestar, una vez más, un
humilde y desinteresado servicio para el bien de los católicos
chinos y de todos los habitantes del país. Al respecto, deseo
recordar aquí el gran compromiso evangelizador de una larga
serie de generosos misioneros y misioneras, así como las obras
de promoción humana realizadas por ellos en el decurso de los
siglos: pusieron en marcha numerosas e importantes iniciativas
sociales, especialmente en el campo hospitalario y educativo, que
encontraron amplia y agradecida acogida en el pueblo chino.
Sin embargo, la historia, desgraciadamente, nos recuerda que la
acción de los miembros de la Iglesia en China no siempre estuvo
exenta de errores, fruto amargo de los límites propios del
espíritu y del comportamiento humano; además, estuvo
condicionada por situaciones difíciles, vinculadas a
acontecimientos históricos complejos e intereses
políticos opuestos. No faltaron tampoco disputas
teológicas, que exacerbaron los ánimos y crearon graves
inconvenientes para el proceso de evangelización. En algunos
períodos de la historia moderna, una cierta "protección"
por parte de las potencias políticas europeas limitó
muchas veces la misma libertad de acción de la Iglesia y tuvo
repercusiones negativas para China: esas situaciones y
acontecimientos influyeron en el camino de la Iglesia,
impidiéndole cumplir plenamente -en favor del pueblo chino- la
misión que le confió su Fundador, Jesucristo.
Siento profundo pesar por esos errores y límites del pasado, y
me duele que hayan causado en muchas personas la impresión de
falta de respeto y estima de la Iglesia católica hacia el pueblo
chino, induciéndolas a pensar que actuaba impulsada por
sentimientos de hostilidad hacia China. Por todo esto pido
perdón y comprensión a cuantos, de algún modo, se
hayan sentido heridos por esas maneras de actuar de los cristianos.
La Iglesia no debe tener miedo a la verdad histórica, y
está dispuesta -aunque con íntimo sufrimiento- a admitir
las responsabilidades de sus hijos. Esto vale también en lo que
atañe a sus relaciones, pasadas y recientes, con el pueblo
chino. Es preciso buscar la verdad histórica con serenidad e
imparcialidad, y de modo exhaustivo. Constituye una tarea importante,
de la que se deben ocupar los estudiosos y a cuya realización
podéis contribuir también vosotros, que os habéis
adentrado particularmente en la realidad china. Puedo asegurar que la
Santa Sede está siempre dispuesta a ofrecer su disponibilidad y
colaboración en este trabajo de investigación.
6. Resultan actuales y significativas en este momento las palabras
que el padre Ricci escribió al inicio de su Tratado sobre la
amistad (nn. 1 y 3). Llevando al corazón de la cultura y la
civilización de la China de fines de 1500 la herencia de la
reflexión clásica greco-romana y cristiana sobre la
amistad, definía al amigo como "la mitad de mí mismo,
más aún, otro yo"; por lo cual "la razón de ser de
la amistad es la necesidad mutua y la ayuda recíproca".
Con este renovado y fuerte pensamiento de amistad hacia todo el
pueblo chino, expreso el deseo de ver pronto establecidas
vías concretas de comunicación y colaboración
entre la Santa Sede y la República Popular China. La amistad se
alimenta de contactos, de comunión de sentimientos en las
situaciones alegres y tristes, de solidaridad y de intercambio de
ayuda. La Sede apostólica procura con sinceridad ser amiga de
todos los pueblos y colaborar con todas las personas de buena voluntad
en el mundo entero.
China y la Iglesia católica, bajo aspectos ciertamente diversos
pero de ningún modo contrapuestos, son históricamente dos
de las más antiguas "instituciones" vivas y activas del
mundo: ambas, aunque en ámbitos diferentes -una, en el
político-social; otra, en el religioso-espiritual-, cuentan con
más de mil millones de hijos e hijas. No es un misterio para
nadie que la Santa Sede, en nombre de toda la Iglesia católica
y, según creo, en beneficio de toda la humanidad, desea la
apertura de un espacio de diálogo con las autoridades de la
República Popular China, en el cual, superadas las
incomprensiones del pasado, puedan trabajar juntas por el bien del
pueblo chino y por la paz en el mundo. El momento actual de profunda
inquietud de la comunidad internacional exige de todos un apasionado
compromiso para favorecer la creación y el desarrollo de
vínculos de simpatía, amistad y solidaridad entre los
pueblos. En este marco, la normalización de las relaciones entre
la República Popular China y la Santa Sede tendría
indudablemente repercusiones positivas para el camino de la humanidad.
7. Al renovaros a todos vosotros, ilustres señores, la
expresión de mi aprecio por la oportuna celebración de un
acontecimiento histórico tan significativo, espero y oro para
que el camino abierto por el padre Matteo Ricci entre Oriente y
Occidente, entre la cristiandad y la cultura china, encuentre senderos
siempre nuevos de diálogo y de enriquecimiento humano y
espiritual recíproco. Con estos deseos, de buen grado os imparto
a todos la bendición apostólica, propiciadora, ante Dios,
de todo bien, de felicidad y de progreso.
Vaticano, 24 de octubre de 2001
En otro campo,
el P. Ricci realizó una adaptación en los conceptos.
Siguiendo el método que habían
utilizado los primeros apologistas cristianos con relación a la
filosofía griega, el p.
Ricci asumió algunos términos y categorías del
pensamiento chino para expresar las
verdades cristianas y filosóficas (como sustancia y accidentes).
Uno de los hechos más
positivos de este período se conecta con la actividad del grupo
de misioneros, en su casi
totalidad jesuitas, que continuaron ofreciendo a la cortes sus
servicios como sabios,
científicos o artistas realizando una mediación cultural
a lo largo de dos siglos,
cumpliendo un rol capital como agentes de intenso intercambio cultural
entre China y
Europa.
R.P. Carlos M. Baeza, V.E.
LA ESTELA DE MATEO RICCI
Fascina aún la vida y obra de este misionero del siglo XVII que sigue cautivando a investigadores, científicos, misioneros y cristianos en general. Ricci subrayaba la necesidad de la amabilidad y la afabilidad en el trato y la conversación, como expresión de la gentileza de espíritu. Estas virtudes las cultivó con esmero y fueron el motivo que atrajo a muchos chinos al seguimiento de Cristo. Ricci fue reacio a una presentación proselitista del Evangelio en el mundo chino.
Dos de los medios fundamentales que Ricci intuyó para llegar al corazón de la cultura china fueron el diálogo y la apertura a otras maneras de pensar. Adoptó la forma de vida del pueblo con quien se relacionaba. Esto es algo que hoy nos puede parecer normal, pero no lo era en una época en la que los misioneros fueron enviados a China por la corona de Portugal. Su apertura a otras formas de pensamiento y otros credos fue patente también en su relación con los judíos y musulmanes de China.
Comenzó vistiendo el hábito de bonzo y más tarde el de los mandarines, letrados intelectuales de la época. A través de las discusiones con éstos, se le abrió la puerta de la corte imperial 24 años después de llegar a China. Para llevar a cabo su misión, Ricci pasó malos tragos, no sólo por la incomprensión de algunos de sus hermanos de religión, que no veían con buenos ojos sus métodos misioneros, sino también por las sospechas de los chinos, que hasta le tildaron de brujo. Más de una vez tuvo que escapar de la misión porque incluso peligraba su vida. Él creía que, para que los chinos llegaran al Evangelio, se debía acceder por la puerta trasera de las ciencias. Cuando conseguía el interés de los chinos con los discursos e intercambios de conocimientos de las distintas ciencias humanas, en las cuales Ricci era una lumbrera, el auditorio -según él- estaba preparado para recibir el mensaje cristiano, que siempre provocó y fomentó Relación con el pueblo, esperanza en la adversidad y diálogo con el otro, son tres legados y tres retos, de permanente actualidad, que Ricci dejó a la Iglesia misionera universal.
Este
misionero que dio su vida, conocimientos y energías por el
pueblo chino está
enterrado en el cementerio de Zhalan, un recinto que hoy es sede de la
Escuela
Administrativa de Beijing.
http://www.obracultural.org/anecdotas%20y%20reflexiones/la%20estela%20de%20ricci.htm
En el siglo XVI, nada quedaba de las comunidades cristianas fundadas en China por los misioneros nestorianos en el siglo VII y por los monjes católicos en el XIII y XIV (ver CHINA). Es más es dudoso que la vida de la población nativa china estuviera afectada en serio por esta antigua evangelización. Por lo tanto, para aquéllos que deseaban reasumir el trabajo, todo estaba por hacer y los obstáculos eran mayores que antes. Después de la muerte de San Francisco Javier (el 27 de noviembre de1552) se habían hecho muchos esfuerzos infructuosos. El primer misionero a quien se le abrieron temporalmente las barreras chinas fue el jesuita, Melchor Núñez Barreto, que fue dos veces hasta Cantón dónde estuvo un mes en cada ocasión (1555). Un dominico, el padre Gaspar da Cruz, también fue admitido en Cantón durante un mes, pero igualmente tenía que abstenerse de "formar una Comunidad Cristiana". Todavía otros, jesuitas, agustinos y franciscanos en 1568, 1575, 1579 y 1582, tocaron tierra china únicamente al verse forzados a descansar, a veces por el tratamiento de enfermedades. Al padre Valignani se atribuye el mérito de haber descubierto aquello que impedía a todas estas tareas tener resultados duraderos. Los esfuerzos habían sido hechos, hasta el momento, improvisadamente, con hombres insuficientemente preparados e incapaces de aprovechar las circunstancias favorables que habían encontrado. El padre Valignani sustituyó el ataque metódico por una cuidadosa selección previa de los misioneros que, una vez abierto el campo, implantarían la Cristiandad allí. Con este fin llamó primero a Macao al padre Miguel de Ruggieri, que también había ido a la India desde Italia en 1578. Sólo habían pasado veinte años desde que los portugueses habían conseguido establecer sus colonias a las puertas de China y los chinos, atraídos por las oportunidades para los negocios, estaban congregándose allá. Ruggieri llegó a Macao en julio de 1579 y, siguiendo las órdenes recibidas, se aplicó totalmente al estudio del idioma mandarín, es decir, el chino hablado a lo largo del imperio por los funcionarios y la gente culta. Su progreso, aunque muy lento, le permitió trabajar, con más frutos que sus predecesores, en sus dos estancias en Cantón (1580-81), permitidas por una inusual complacencia de los mandarines. Finalmente, después de muchos episodios adversos, fue autorizado (el 10 de septiembre de 1583) a fijar su residencia con el padre Ricci en Chao-K'ing, la capital administrativa de Cantón.
El método de los Misioneros
Solo el ejercicio de una gran prudencia
permitió a los misioneros permanecer en la región en la
que habían tenido tanta dificultad para entrar. Omitiendo al
principio toda mención de su intención de predicar el
Evangelio, respondieron a los mandarines que les preguntaban sobre su
objeto " que ellos eran religiosos, que había dejado su
país en el distante oeste debido al renombre del buen gobierno
de China dónde ellos deseaban permanecer hasta su muerte,
sirviendo a dios, el "Señor de Cielo". Si hubieran declarado
inmediatamente su intención de predicar una nueva
religión, nunca habrían sido recibidos; esto
habría chocado con el orgullo chino, que no admitía que
China tuviera algo que aprender de los extranjeros, y habría
alarmado especialmente a sus políticos que veían un
peligro nacional en cada innovación. Sin embargo, los misioneros
nunca escondieron ni su fe ni el hecho de que eran sacerdotes
cristianos. En cuanto se establecieron en Chao-k'ing pusieron en un
lugar destacado de su casa un cuadro de la Bienaventurada Virgen con el
niño Jesús en sus brazos. Los visitantes raramente
dejaban de preguntar por el significado de esta, para ellos, nueva
representación y los misioneros lo aprovechaban para darles una
primera idea del Cristianismo. Los misioneros tomaron la iniciativa de
hablar de su religión en cuanto hubieron superado
suficientemente la antipatía y la desconfianza chinas, esperando
a que su enseñanza fuera deseada o, al menos, tener la certeza
de hacérsela entender sin asustar a sus oyentes. Lograron este
resultado apelando a la curiosidad de los chinos, haciéndoles
sentir, sin decirlo, que los extranjeros tenían algo nuevo e
interesante que enseñar; con este fin hicieron uso de las cosas
europeas que habían traído con ellos. Tales eran los
relojes, grandes y pequeños, instrumentos matemáticos y
astronómicos, prismas que mostraban los diferentes colores,
instrumentos musicales, pinturas al óleo e impresos, el
cosmógrafo, trabajos geográficos y arquitectónicos
con diagramas, mapas y vistas de pueblos y edificios, grandes
volúmenes, magníficamente impresos y
espléndidamente encuadernados, etc.
Los chinos, que habían imaginado hasta el momento que fuera de
país sólo existía el barbarismo, quedaron
asombrados. Los rumores de las maravillas mostradas por los religiosos
de occidente se extendieron por todos los lugares y desde ese momento
su casa siempre estuvo llena, sobre todo de mandarines y gente culta. A
continuación, dice el padre Ricci, "todos llegaron gradualmente
a tener, con respecto a nuestros países, nuestra gente y, sobre
todo, a nuestros hombres cultos, una idea inmensamente diferente de la
que habían tenido hasta el momento". Esta impresión se
intensificó por las explicaciones, concernientes a su
pequeño, museo dadas por los misioneros en respuesta a las
numerosas preguntas de sus visitantes. Uno de los artículos que
despertó más su curiosidad era un mapa del mundo. Los
chinos tenían mapas, llamados por sus geógrafos
"descripciones del mundo", pero casi todo el espacio estaba cubierto
por las quince provincias de China, alrededor de las que se pintaba un
trozo de mar y unas islas en las que se inscribían los nombres
de los países de los que ellos habían oído hablar
--todos juntos no eran más grandes que una pequeña
provincia china-. Naturalmente los hombres sabios de Chao-K'ing
protestaron inmediatamente, cuando el padre Ricci señaló
las diferentes partes del mundo en su mapa europeo y cuando vieron la
pequeña porción que ocupaba China. Pero, después
de que los misioneros hubieran explicado su construcción y el
cuidado tomado por los geógrafos de occidente al asignar a cada
país su posición real y límites, los más
sabios de entre ellos se rindieron a la evidencia y, empezando por el
gobernador de Chao-K'ing, todos instaron al misionero a que hiciera una
copia de su mapa con los nombres e inscripciones en chino. Ricci
dibujó un mapa más grande del mundo en el que
escribió inscripciones más detalladas, adaptadas a las
necesidades de los chinos; cuando el trabajo fue completado, el
gobernador lo imprimió y entregó copias como regalo a sus
amigos en la provincia y fuera de ella. El padre Ricci no duda en
decir: "Éste era el trabajo más útil que
podría hacerse en ese momento para disponer a China a dar
crédito a las cosas de nuestra santa Fe... Su concepción
de la grandeza de su país y de la insignificancia de todas las
otras tierras los hacía tan orgullosos que el todo el mundo les
parecía salvaje y bárbaro comparado con ellos;
sería extraño esperar de ellos, mientras mantuvieran esta
idea, que prestaran atención a maestros extranjeros". Pero ahora
muchos estaban ávidos por aprender de los misioneros asuntos
europeos, que aprovecharon esta disposición para presentar
más a menudo la religión en sus explicaciones. Por
ejemplo, sus bonitas Biblias y las pinturas y grabados de motivos
religiosos, los monumentos, las iglesias, etc., les dieron la
oportunidad de hablar de "las buenas costumbres en los países cristianos,
de la falsedad de idolatría, de la conformidad de la ley de
Dios con la razón natural y enseñanzas similares
encontradas en las escrituras de los antiguos sabios de China". Este
último caso muestra que el padre Ricci supo extraer, de sus
estudios chinos, testimonios favorables a la religión que iba a
predicar.
Se hizo pronto evidente a los misioneros
que sus comentarios con respecto a la religión no eran menos
interesantes para muchos de sus visitantes que sus curiosidades
occidentales y sus enseñanzas y, para satisfacer aquéllos
que deseaban aprender más, distribuyeron hojas impresas que
contenían una traducción china del Decálogo, una
abreviación del código moral, muy apreciado por los
chinos, compusieron un pequeño catecismo en el que se explicaban
los puntos principales de doctrina cristiana, en forma de
diálogo entre un pagano y un presbítero europeo. Este
trabajo, impreso aproximadamente en 1584, también fue bien
recibió, los más altos mandarines de la provincia se
consideraron honrados de recibirlo como un regalo. Los misioneros
distribuyeron ciento y miles de copias y así "el buen olor de
nuestra Fe empezó a ser extendido a lo largo de China." Habiendo
empezado su apostolado directo de esta manera, lo llevaron más
allá, y no poco, por su edificante vida moral, su
desinterés, su caridad y su perseverancia en las persecuciones,
que a menudo destruyeron los frutos de su trabajo.
JOSEPH BRUCKER
Transcribed por John Looby
Traducido por Quique Sancho
Como agradecimiento al Señor por aquellos que anuncian y
anunciarán el Evangelio en la China del Tercer Milenio.
Luego de pasar algún tiempo en la colonia portuguesa de Macao, en la desembocadura del río Cantón, entró en China. Luego de un estudio intensivo del chino y de su inmersión en los textos clásicos del confucianismo, Ricci pudo presentarse como erudito, posición que se vio confirmada por el respeto de sus pares chinos (los eruditos y aristócratas de la corte imperial). Se vestía de manera apropiada, con elaborada ropa de seda y publicaba obras sobre temas tales como astronomía, ciencia y filosofía.
La obra de Mateo Ricci y de los jesuitas que le siguieron se mostró como una gran promesa de establecer una cristiandad auténticamente china. Finalmente sus esfuerzos se vieron frenados por las autoridades vaticanas, cuya filosofía era, en efecto, "en China haz como los romanos".
Sus libros Geometría Práctica y Trigonometría eran traducciones de los trabajos del jesuita Christopher Clavius al chino. Ricci logró que los desarrollos occidentales en matemáticas fueran asequibles a los chinos, y en 1584 y 1600 publicó los primeros mapas de China que jamás hubiera visto Occidente. Por primera vez los chinos tenían una idea de la distribución de los mares y las masas terrestres. Ricci introdujo la trigonometría y los instrumentos astronómicos, y tradujo los primeros seis libros de Euclides al chino. Los trabajos geométricos en chino por los cuales Ricci es recordado fueron libros sobre el astrolabio, la esfera y diversas medidas. Pero especialmente importante fue su versión china de los primeros seis libros de Los Elementos, de Euclides, que fue escrito en colaboración con uno de sus discípulos. Titulado Primer texto de geometría, este trabajo asegura a Ricci un importante lugar en la historia de las matemáticas.
El éxito de Ricci fue debido a sus cualidades personales, su completa adaptación a las costumbres chinas (usaba el atuendo de un académico chino) y a su conocimiento autorizado de las ciencias. Es recordado por sus trabajos en chino sobre religión y temas morales tanto como por sus trabajos científicos. Aun hoy se puede encontrar su tumba en los suburbios de Pekín. En la Enciclopedia Británica se dice: “probablemente ningún nombre europeo de los pasados siglos es mejor conocido en China que el de Li-ma-teu (Mateo Ricci)”.
Las contribuciones de Ricci a la geografía incluyen su cálculo de la anchura de China, el cual era tres cuartas partes del que presumían los geógrafos occidentales. Sus mapas fueron considerados más precisos aun que los mapas contemporáneos de Europa. También identificó China y Pekín con el Cathay de Marco Polo. Y compartió este reconocimiento con otro jesuita, el hermano coadjutor Bennedeto de Goes, que hizo un viaje de India a China durante los años 1602 a 1605, para verificar que China y Cathay eran lo mismo. Se ganó una particular admiración también por sus logros como maestro de ciencias mnemónicas.
Ricci pensaba, y era su estrategia, que para que el cristianismo pudiera avanzar en China era necesario ganar la aceptación de la aristocracia culta. Para lograr esto debía evitar cualquier matiz de imperialismo extranjero y presentarse en los términos de la cultura china. A Ricci no le preocupaban los casos de conversiones. Pensaba que su trabajo era sentar los fundamentos para una misión futura. Una vez que el cristianismo fuera aceptado por la sociedad china, otros podrían trabajar para difundir el evangelio entre las masas.
Para el tiempo en que Ricci obtuvo permiso para vivir en la ciudad imperial de Pekín, había obtenido renombre como erudito confuciano. Su estudio lo había convencido de que los preceptos éticos del confucianismo -la religión dominante sobre la que se apoyaba la cultura china- era reconciliable con la moral cristiana. Además, argumentaba que en sus orígenes, el confucianismo reconocía un Creador supremo, que podía identificarse con el Dios cristiano. Para él, su trabajo de asimilar el confucianismo al cristianismo, no era diferente de lo que Tomás de Aquino había hecho con la filosofía de Aristóteles.
De manera notable, la interpretación de Ricci del confucianismo, si bien contradecía el consenso de la mayoría de los hombres ilustrados, ganó el respeto general e incluso una cierta aceptación de sus pares chinos. En el momento de su muerte, el 11 de mayo de 1610, en Pekín, su cuerpo fue velado en una capilla ardiente por cientos de mandarines que se unieron a los cristianos en rendir un postrer saludo. Por decreto imperial, Ricci fue enterrado en una tumba especial; raro honor para cualquier chino, y algo nunca visto para un extranjero.
Resulta imposible saber qué efecto hubiesen tenido los esfuerzos de Ricci con el tiempo. Desgraciadamente, su proyecto nació muerto; dentro de los cien años cayó víctima de los así llamado “ritos de controversia”, y fue rechazado por el Vaticano. Ricci había reconocido el importante papel que tenía en la cultura china la veneración de los antepasados. Su profundo conocimiento de la cultura china lo convenció de que estas expresiones de piedad filial no representaban, necesariamente, un conflicto con la fe y la moral cristianas. Además, prohibir a los cristianos chinos la participación en estos ritos no significaba excomulgarlos de forma instantánea de su sociedad, resultado que hubiera vuelto problemático cualquier esfuerzo misionero.
Ricci había obtenido para su política una aceptación provisoria de Roma. Sin embargo, el asunto se decidió luego de otra manera. Un decreto papal de 1704, renovado en términos aun más duros en 1742, condenó de manera vehemente la tolerancia cristiana de los ritos para con los ancestros como idólatra y supersticiosa, y rechazó de manera terminante los esfuerzos de Ricci por reconciliar el evangelio con el confucianismo.
Como dice
Robert Ellsberg, “esta fue una
decisión fatal para la novel comunidad cristiana en China. De
allí en adelante, esa antigua sociedad habría de
permanecer efectivamente cerrada a la evangelización, y el
cristianismo jamás seguiría la senda preparada por Ricci.
Fue asimismo una decisión fatal para la Iglesia, que se vio
privada por otros 200 años, de la sabiduría de los
caminos no occidentales hacia Dios”.
Jorge De Las Casas
http://ediciones.prensa.com/mensual/contenido/2002/04/20/hoy/revista/529162.html
Estampilla de 1983, con la que el Gobierno de China rindió
homenaje al P. Mateo Ricci,
en la conmemoración de los 400
años de su llegada a China
La Plaza Matteo
Ricci, que estará construida en
septiembre, tendrá una superficie de 2.900 metros
cuadrados y en su
centro se erigirá una estatua del italiano de tres metros
de altura, en
cuya base una pequeña biografía, en chino y en
inglés informará sus
méritos.
El lugar
será un centro de ocio con bares y cafés
al aire libre, y contará con un pequeño teatro de
estilo romano.
Ricci
(1552-1610) llegó a Macao en 1582 y se dedicó
a expandir el catolicismo por muchas ciudades chinas, como
Beijing,
Guangzhou, Nanjing y Nanchang. El italiano introdujo en el
país asiático avances
culturales y científicos europeos.
El italiano
pasó tres años en Nanchang, desde 1595
hasta 1598. En una de sus cartas "Ricci dijo a sus amigos de su
país que
Nanchang tenía calles limpias y anchas y que era dos
veces más
grande que Florencia", señaló Yang Jianbao,
diseñador del
proyecto y vicepresidente de la asociación de escritores de
la ciudad.
Ricci murió en Beijing en 1610 y fue enterrado en la parte occidental de la ciudad.
Cansados de tantas deserciones, a los misioneros jesuitas se les ocurrió organizarse de forma similar a los indios para de esta forma atraerlos, o al menos ayudar a que se quedaran. Así las nuevas reducciones funcionarían como comunas. Este experimento tuvo un éxito arrollador, en pocas décadas los jesuitas formaron un país que abarcaba desde el río Paraguay hasta el río Uruguay y más allá. La vida en estas reducciones era casi idílica, los habitantes de estos lugares vivían en un estado de felicidad moral casi permanente, interrumpido tan sólo por las incursiones de los bandeirantes y algún que otro conflicto con las autoridades civiles y militares españolas. Voltaire, no demasiado amante de la religión o de los jesuitas, escribió sobre las reducciones de éstos:
"Cuando en 1768 las misiones dejaron las manos de los jesuitas, éstas habían alcanzado quizás el grado más alto de perfección al que es posible llevar a un pueblo joven, y ciertamente a un estado muy superior al que existe en el resto del nuevo hemisferio. Las leyes eran respetadas allí, la moral permanecía pura, una feliz hermandad unía cada corazón, todas las artes útiles estaban en un estado floreciente e incluso algunas de las más agradables ciencias; la plenitud era universal."
Si el Congreso de las Religiones ha demostrado
algo al
mundo es lo siguiente: Ha probado que la santidad, la pureza y la
caridad no
son la posesión exclusiva de ninguna iglesia del mundo y que
cada sistema ha
producido hombres y mujeres del más elevado orden.
La santidad, la pureza y la caridad no son la posesión exclusiva
de ninguna
Iglesia del mundo, y cada sistema ha producido hombres y mujeres del
más
elevado orden. En presencia de este hecho evidente, si alguien
sueña con la
exclusiva supervivencia de su religión y la destrucción
de las otras, le
compadezco desde el fondo de mi corazón y le hago notar que en
la bandera de
cada religión pronto se escribirá, a despecho de su
resistencia: "Ayuda y
no lucha", "Asimilación y no destrucción",
"Armonía y paz y
no discrepancia
Con Esperanza me nace PEDIR:
Padre, dadme
valor para llevar mejor mi carga
y, si puedo ser útil, os pido Fuerza para lograrlo |