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Sobre Sir John Eccles

Pese a que el monismo materialista es la corriente predominante entre los científicos que estudian el cerebro humano, hay también posturas dualistas como la que mantiene el neurólogo John Eccles.  Según Eccles, el cerebro no es una estructura lo suficientemente compleja para dar cuenta de los fenómenos relacionados con la conciencia, por lo que hay que admitir la existencia autónoma de una mente autoconsciente distinta del cerebro, como una realidad no material ni orgánica que ejerce una función superior de interpretación y control de los procesos neuronales.
Miguel Angel de la Cruz Vives

Sir John Eccles, nació en Australia en el año 1903, recibió premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1963 por sus trabajos sobre la transmisión sináptica en el sistema nervioso central. Falleció en su casa de Suiza a la edad de 94 años en 1997. Se mantuvo lúcido dando Conferencias magistrales a pesar de su avanzada edad, asistentes a los cursos de verano de la Universidad Complutense de Madrid comentaron sobre la excelente charla que allí dio sobre neuronas cuando el sabio investigador ya tenía 88 años.

Por sus frases los conoceréis. Conozcamos a este sabio longevo que remeció los cimientos del materialismo ateo:

Creo que en mi existencia hay un misterio fundamental -el alma- que trasciende toda explicación biológica del desarrollo de mi cuerpo, con su herencia genética y su origen evolutivo. Si digo que la peculiaridad del ser humano no se deriva del código genético ni de la experiencia, entonces, ¿de qué se deriva? Mi respuesta es la siguiente: Se trata de una creación divina. Cada ser humano es una creación divina.

Creo que la ciencia ha ido demasiado lejos al romper la creencia del hombre en su grandeza espiritual y le ha dado la idea de que es meramente un animal insignificante que surgió por azar y necesidad en un planeta insignificante en la gran inmensidad del cosmos. Debemos aceptar el gran desconocimiento de la física y la fisiología de nuestros cerebros, de las relaciones de mente y cerebro y de nuestra imaginación creadora.

Debemos aceptar que la conciencia es un misterio.

El cerebro es una máquina tan perfecta, maravillosa y misteriosa, que ni en 2.000 años un hombre podría construir semejante máquina... no tengo dudas de la existencia de Dios ni de la existencia del alma humana.

El cerebro no es una estructura lo suficientemente compleja para dar cuenta de los fenómenos relacionados con la conciencia, por lo que hay que admitir la existencia autónoma de una mente autoconsciente distinta del cerebro, como una realidad no material ni orgánica que ejerce una función superior de interpretación y control de los procesos neuronales.

En el núcleo de nuestro mundo mental... existe un alma creada por la divinidad.

El gran reto es demostrar si el cerebro será capaz de entender cómo funciona el cerebro.

Es importante reconocer que, aunque un científico pueda formular esta pretensión, no actuaría entonces como científico, sino como un profeta enmascarado de científico. Eso sería cientifismo, no ciencia, aunque impresione fuertemente a aquellos profanos que piensan que la ciencia suministra incontrovertiblemente la verdad.

El científico no debe pensar que posee un conocimiento cierto de toda la verdad. Lo más que podemos hacer los científicos es aproximarnos más de cerca a un entendimiento verdadero de los fenómenos naturales mediante la eliminación de errores en nuestras hipótesis. Es de la mayor importancia para los científicos que aparezcan ante el público como lo que realmente son: humildes buscadores de la verdad.

Hasta hace poco, nada conocíamos de ondas electromagnéticas y de áreas cerebrales. Pero todos, desde antiguo, sabemos de nuestra vida. Para expresarla en palabras o acciones requerimos del cerebro, como también necesitamos de la laringe o de la mano. Pero ni la laringe, ni la mano, ni siquiera el cerebro son nuestra vida.

La conciencia es independiente de los centros nerviosos superiores.

La inteligencia es una facultad inmaterial exclusiva del ser humano.

La mente es más que simplemente física por mostrar que el área motora suplementaria del cerebro puede ser encendido por una mera intención de hacer algo, sin que la corteza motora del cerebro (que controla los movimientos de los músculos) esté operando. De hecho, la mente es para el cerebro lo que un bibliotecario es para la biblioteca. El primero no está rebajado por el último.

La mente espiritual controla e interactúa con la maquinaria cerebral.

La mente existe independientemente de su sustrato físico, el cerebro.

Los fenómenos mentales trascienden claramente de los fenómenos de la fisiología y la bioquímica.

La emergencia de la conciencia no es explicable por la evolución darwiniana o por la ciencia biológica. La conciencia tiene inmensas profundidades y es por consiguiente un profundo misterio. No puede explicarse a través de ninguna investigación sobre las complicaciones de su instrumento físico.

No me cabe en la cabeza que el don de experimentar conscientemente no tenga otro futuro ni la posibilidad de perdurar en otras circunstancias no palpables. De cualquier forma, me mantengo en que no hay razones científicas para rechazar una supervivencia en el futuro. Muchísimos sufrimientos psíquicos del hombre moderno se deben a haber descuidado intencionadamente pensar en la muerte.

Tengo grandes esperanzas de que pronto remontemos el largo y profundo bache de monismo materialista que se había extendido sobre el mundo intelectual como una oscura niebla que apagaba toda la brillantez y luminosidad de los ideales y de la capacidad creadora de los seres humanos. Confío en que podremos recuperarnos, mantener relaciones más sanas con el misterio de la existencia y liberarnos cada vez más de esta tiranía de las afirmaciones dogmáticas de los materialistas, que sólo pueden conducir a la desesperanza y al nihilismo. Me agradaría contemplar una vuelta a la esperanza y a los valores y a un sentido más alto de la vida, e incluso a una concepción de la vida humana donde Dios esté presente.

Una insidia perniciosa surge de la pretensión de algunos científicos, incluso eminentes, de que la ciencia proporcionará pronto una explicación completa de todos los fenómenos del mundo natural y de todas nuestras experiencias subjetivas. Es una extravagante y falsa pretensión que ha sido calificada irónicamente por Popper como “materialismo promisorio”.

Sir Jhon Eccles Reafirmó el dualismo dando dos razones principales

1° Es imposible hallar los soportes biológico-neurológicos que servirían de estructura básica a ciertas actividades (conciencia, libertad). Tampoco hay mecanismos cerebrales que expliquen la interacción entre cuerpo y cerebro.

2° Es imposible justificar neurológicamente la unicidad, identidad y continuidad de la autoexperiencia del yo personal humano, desde el principio al fin de sus días, toda vez que el cuerpo cambia continuamente. Hay que admitir heterogéneo, la mente autoconciente, creada directamente por Dios. Esta es la que integra las señales que emiten los órganos sensoriales en una percepción consciente unitaria, en una imagen coherente, y es también la única capaz de tomar una decisión. Así se justifica la dignidad humana (la libertad y la responsabilidad personal en el comportamiento), la religiosidad y la creencia en la mortalidad.

Durante el Congreso Mundial de Filosofía en Dusseldorf en 1978, sostuvo

La conciencia es fundamentalmente autónoma y, dado que no puede ser rastreada en ningún tipo de sustancia o función orgánica, debe considerarse como algo que existe apartada del sistema nervioso central. Por otra parte, si bien el espíritu se entrelaza con los mecanismos neuronales del cerebro, al mismo tiempo posee completa autonomía de ellos.


Hablando en un seminario de parapsicología destacó

Si quieren ver un verdadero acto de psicoquinesis contemplen las proezas de la mente sobre la materia que se realizan en el cerebro. Es asombroso que con cada pensamiento, la mente sea capaz de mover los átomos de hidrógeno, carbono, oxígeno y otras partículas de las células del cerebro. Pareciera que nada está más alejado de un pensamiento, carente de sustancia, que la sólida materia gris cerebral. Todo el truco se consigue sin ninguna vinculación aparente.

Sobre el materialismo el sabio Transpersonal nos dice

El materialismo carece de base científica, y los científicos que lo defienden están, en realidad, creyendo en una superstición. El materialismo lleva a negar la libertad y los valores morales, pues la conducta sería el resultado de los estímulos materiales. El materialismo niega el amor, que acaba siendo reducido a instinto sexual: por eso, Karl Popper, uno de los pensadores actuales de más prestigio, ha podido decir que Freud ha sido uno de los personajes que más daño han hecho a la humanidad en el último siglo. Popper trabajó hace muchos años en una clínica de Viena donde se aplicaba el método freudiano y tuvo ocasión de comprobar que el método de Freud no era científico. El materialismo, si se lleva a las últimas consecuencias (que es lo que tiene que hacer cualquiera si científico pretende serlo), niega las experiencias más relevantes de la vida humana. Si el materialismo fuera verdad, "nuestro mundo" personal sería imposible.

Del alma podemos conocer muchas cosas: los sentimientos, las emociones, su percepción de la belleza, la creatividad, el amor, la amistad, la libertad, los valores morales, los pensamientos, las intenciones... Es decir, todo "nuestro mundo"; en otras palabras: lo más específicamente humano. Porque todo esto que acabo de mencionar se relaciona con la voluntad. Y es en la experiencia de la voluntad donde se estrella el materialismo y cae por su base. El materialismo no puede explicar el hecho de que yo quiera hacer algo y lo haga.

De una parte, la actividad cerebral nos permite realizar acciones de modo automático. Hay mucho automatismo en nuestra conducta. Pero también es claro que existe un nivel de conciencia en el que la originalidad de la decisión es patente. Por ejemplo, cuando camino, "quiero" ir más deprisa o más despacio. Incluso podemos envolver casi todo en la conciencia: "quiero" andar con aire de Charlot, pensando cada paso y cada movimiento...

Hasta hace poco, nada sabíamos de ondas electromagnéticas y de áreas cerebrales, y hay gente que no lo sabe tampoco ahora. Pero todos, y desde antiguo, sabemos de "nuestra vida". Y nuestra vida la expresamos en palabras y acciones, para lo cual necesitamos obviamente el cerebro, pero también necesitamos muchas veces de la laringe o de los músculos de la mano; y ni la laringe ni la mano son el origen o la explicación de "nuestra vida". Tampoco lo es el cerebro. El cerebro no explica qué es y cuál es el origen de "nuestra vida" humana, personal, inteligente y libre. Desde luego es muy importante investigar sobre la físico química cerebral, pero quien sabe de "nuestra vida" es nuestro "yo", no el cerebro. Y nuestro "yo" no es en modo alguno un producto físico químico.

En 1985 al libro de Mariano Artigas «Las fronteras del evolucionismo» lo prologó

Me preocupa especialmente el penetrante materialismo de nuestra época, que se basa en una mala interpretación de la visión del mundo que nos proporciona la ciencia. Está ampliamente difundida la creencia de que la evolución biológica ha proporcionado una explicación completa de nuestro origen y ha refutado para siempre la doctrina de un Creador divino. Por supuesto, la Historia bíblica no pretende explicar científicamente la creación. Ahora se explica científicamente el origen del cosmos mediante el Big Bang y la subsecuente evolución cósmica de galaxias, sistemas solares y planetas. Pero es aún más asombroso el origen de la vida en nuestro planeta agraciado de modo único, la Tierra, donde se ha puesto en escena la creatividad dramática de la evolución biológica. ¿Podemos preguntarnos si ha habido cierto designio o intención de esa evolución? Recordemos que, de modo un tanto misterioso, cada uno de nosotros, como seres con una experiencia consciente única, hemos llegado a existir mediante una evolución biológica que ha causado la aparición de nuestros cuerpos y cerebros. Yo creo que hay una Providencia Divina que opera sobre y por encima de los sucesos materiales de la evolución biológica. No debemos afirmar dogmáticamente que la evolución biológica en su forma actual es la verdad Última. Deberíamos más bien creer que es la historia principal y que, de modo un tanto misterioso, hay una dirección que guía la cadena evolucionaria de contingencias.

Podemos conjeturar que los animales superiores poseen alguna conciencia, aunque esto no se encuentra todavía explicado por la evolución biológica. Puede conjeturarse además que en el proceso filogenético de la evolución de los homínidos hubo todas las transiciones desde los animales conscientes hasta los seres humanos autoconscientes, como sucede ontogenéticamente desde el bebé humano hasta el niño humano y la persona humana adulta; sin embargo, esto resulta un milagro que está más allá de la explicación científica

UN FENÓMENO EXTRAORDINARIO: LA AUTOCONCIENCIA

La filosofía contemporánea descuida los problemas referentes al carácter único que cada «yo» experimenta. Esto se debe posiblemente al influjo del materialismo, que es ciego para los problemas fundamentales que surgen en la experiencia espiritual. El suceso más extraordinario en el mundo de nuestra experiencia es que cada uno de nosotros aparece como un ser único autoconsciente. Es un milagro que está siempre más allá de la ciencia.

Una respuesta frecuente y superficialmente plausible a este enigma es la aserción de que el factor determinante es la unicidad de las experiencias acumuladas por un «yo» durante su vida. Se acepta fácilmente que nuestro comportamiento y memoria, y de hecho todo el contenido de nuestra vida consciente interior, dependen de las experiencias acumuladas en nuestras vidas; pero por muy extremo que pueda ser el cambio producido por exigencia de las circunstancias en algún punto particular de decisión, uno sería todavía el mismo «yo», capaz de rastrear hacia atrás en la propia continuidad de la memoria hasta los recuerdos más tempranos, hacia la edad de aproximadamente un año, el mismo «yo» con otra apariencia. No puede haber eliminación de un «yo» y creación de un nuevo «yo».

CADA ALMA ES UNA CREACIÓN DIVINA

Puesto que las soluciones materialistas fallan cuando intentan dar cuenta de nuestra unicidad experimentada, me veo obligado a atribuir la unicidad de la psique o alma a una creación espiritual sobrenatural. Para dar la explicación en términos teológicos: cada alma es una nueva creación divina. Es la certeza del foco interno de individualidad única lo que exige la «creación divina». Me permito decir que ninguna otra explicación es sostenible; ni la unicidad genética con su fantásticamente imposible lotería, ni las diferencias ambientales que no determinan la unicidad de cada uno sino que meramente la modifican.

Esta conclusión tiene un significado teológico inestimable. Refuerza fuertemente nuestra creencia en el alma humana y en su origen prodigioso por creación divina. Se reconoce no solo el Dios trascendente, el Creador del Cosmos, el Dios en el que creía Einstein, sino también el Dios amoroso al que debemos nuestro ser.

JOHN ECCLES, Premio Nobel de Medicina.


Alexia Kábana
entrevista al Premio Nobel Sir John Eccles sobre

La grandeza de nuestro cerebro
El sujeto humano es algo más que la simple materia: es alguien con deseos, planes, esperanzas. Su cerebro está formado por una red de neuronas enormemente compleja. Pero en él descubrimos también un sistema abierto, que se puede educar, llegando a ser enormemente creativo. Ese elemento "cultural", añadido a los innumerables cambios fisiológicos y bioquímicos, es para Sir John Eccles una señal inequívoca de que existe un centro unificador, un "yo" único e irrepetible de cada ser humano, que debe su origen a una entidad externa a él e indudablemente superior. ¿Se puede llamar a esa entidad Creador?

Sir John Eccles fue Premio Nobel de Medicina en 1963 por su investigación en fisiología cerebral. Cursó sus estudios universitarios en Melbourne, y después del doctorado ejerció la actividad docente en Oxford (Inglaterra), Otago (Nueva Zelanda), Canberra (Australia) y Buffalo (EE,UU.), Entre 1957 y 1961 fue presidente de la Academia australiana de Ciencias. Es autor de numerosas publicaciones que han abierto nuevos campos en la investigación en fisiología cerebral y neuronal. En 1977 escribió, junto a Karl Popper., la conocida obra El yo y el cerebro. En 1984 escribió, junto a Daniel N. Robínson, El prodigio del ser humano. Cerebro y mente. En 1989 publicó Evolution of the brain. Creation of the self, traducido al castellano con el título La evolución del cerebro: creación de la conciencia en 1992. En el número 2 de Atlántida (págs 4-15) traíamos a nuestras páginas un artículo del doctor Eccles en el que hablaba de la evolución biológica y de la creatividad de la imaginación. En él afirmaba que todo lo que hace el ser humano es aprendido. Desde ese presupuesto era posible distinguir dos tipos de evolución separadas rigurosamente: la evolución biológica, determinada por la masa hereditaria, y la evolución cultural, que nada tiene que ver con un suceso hereditario. Toda la cultura tiene que ser aprendida. El pensamiento, la imaginación, la preocupación por las cuestiones sociales, etc., llevan a la conclusión de que cada hombre es un milagro de la existencia, y no puede explicar cómo fue introducido en ella, cómo y dónde nació, lo que es; salvo que afirme su origen divino. La conversación de Atlántida con Sir John Eccles que hoy publicamos sigue glosando esa diferencia. La creatividad de la imaginación no puede ser reducida a las funciones cerebrales ni puede ser interpretada únicamente en términos fisiológicos. El pensamiento, el lenguaje y la capacidad de aprender del hombre son tres parámetros que toda investigación de tipo evolutivo debe tener en cuenta. Así comenzó nuestra conversación.

A.K.- ¿Cómo explicar la nota diferencial del pensamiento en nuestra especie?


J.E.-
-El gran problema está en saber cómo se desarrolla el cerebro, cómo de la información genética nace este inmenso sistema de neuronas con su gran complejidad y funciones. De todo esto sabemos muy poco. Incluso la creación del movimiento implica problemas prácticamente irresolubles. ¿Qué ocurre en la mente y en el cerebro cuando quiero mover mi pulgar? Éste es el problema: de dónde nace nuestra capacidad de movimiento.


La evolución del esqueleto y el perfeccionamiento de la capacidad motora permitió la famosa postura erecta tan característica del caminar bipedestre. Es una de las maneras más eficaces de moverse sobre el suelo, en vez de estar tambaleándose. Y todo ello se debe a varios cambios anatómicos: alargamiento de las extremidades inferiores, acortamiento y ensanchamiento de la pelvis y ajuste de la musculatura de la cadera. Los nuevos movimientos revelan que la maquinaria neuronal del cerebro tuvo que sufrir alguna transformación. Sólo cabe la admiración ante el progreso o la transformación de la que es capaz la naturaleza: es un gran avance evolutivo observar cómo desde la torpe marcha cuadrúpeda de un simio, aparece después «ocasionalmente» la adopción de la postura erecta parcial y cierto bipedestrismo, hasta llegar a nuestro caminar ligero.

A.K.- ¿Nos podría señalar otras características por las que se descubre la relación del cerebro con los cambios fisiológicos?

J.E.-
-Apuntando otros aspectos, se detectan varios avances que afectan a la agilidad motora y provocaron un aumento de la capacidad creativa e imaginativa gracias al desarrollo de los hemisferios cerebrales. Por ejemplo, la estilización de la mano, cuya flexibilidad y estructura permiten apresar más delicadamente objetos Esto fue clave para la construcción y utilización de herramientas. Incluso se puede hablar ya de lo que más adelante sería esta cultura incoada gracias al maravilloso despliegue de la imaginación creativa del
homo sapiens, ya patente en las pinturas rupestres.

Hemos nombrado los hemisferios cerebrales porque hay que poner mucha atención en aquellos procesos mentales: no tienen una explicación meramente material. De ahí que el darwinismo moderno implique cierto reduccionismo: hay que ir más allá de los conceptos materialistas del darwinismo a la hora de ver cómo surge la conciencia en los animales superiores, y la trascendencia de la autoconciencia de los homínidos: no reconocen este carácter no material de ciertos acontecimientos naturales. Admito la hipótesis darwinista de la evolución biológica, excepto cuando afirma que el gradualismo filo-genético dé lugar a veces a modificaciones tales como el equilibrio puntuado.

A.K.- ¿Pero bastaría una explicación materialista de esas modificaciones a lo largo de un proceso evolutivo?

J.E.-
-Hay que advertir que estas modificaciones no se deben a una simple interacción materia-energía; la inteligencia no es una secreción de la masa cerebral. Tampoco hay que caer en el psiquismo de la
res cogitans cartesiana. Sin duda, plantearse la conciencia animal es un reto para los evolucionistas dogmáticos que sólo se mueven en la perspectiva de un proceso exclusivamente natural, en un mundo totalmente material. Diría con Popper que tanto la aparición de la conciencia como la del mismo origen de la vida tiene algo de misterio, de enigma, que incluso se trata de un milagro, como él dice.

No basta sólo con reconocer una conciencia animal, sino que se trata de descubrir lo que cabría llamar la cumbre de la evolución: la autoconciencia, por la que una persona sabe que es, y que además su existencia es finita: conoce la muerte y le tiene miedo. No es extraño considerar como indicio de humanización las costumbres ceremoniales de los enterramientos.

A.K.- Pero el estudio de las neuronas y de sus modificaciones ancestrales se hace bastante arduo cuando se pretende interpretar esos cambios estructurales.

J.E.-
-Lo único que puedo hacer es señalar alguno de los problemas. Me llevaría semanas explicar todo lo que sé acerca de ellos. Aún estamos muy al principio en el proceso de entendimiento de las maravillosas estructuras del cerebro. Hasta cierto punto, contamos con los medios necesarios para investigar, tenemos técnicas muy desarrolladas a nuestro alcance, podemos estudiar las células masculinas aisladas, así como los procesos químicos de funcionamiento del cerebro. Esto está bien, pero solamente el principio. Lo que me preocupa es que haya gente estúpida que piense que el cerebro funciona como un computador y hablan de inteligencia artificial y de robots. Con su mentalidad capitalista creen que todo puede ser producido y después vendido. Esto es falso. Esta tendencia ha perjudicado la investigación, porque la gente que trabaja con inteligencia artificial tiene mucha influencia.


A.K.- Si critica la aproximación al estudio del cerebro por comparación con la inteligencia artificial, ¿cuál sería su método de trabajo?

J.E.-
-Debemos acercarnos al cerebro de una forma mucho más humilde, para progresar estudiando qué es y descubrir su sistema operativo elemental. Es preciso descender al nivel de las unidades operativas básicas y crear nuevas teorías que nos lleven a resultados experimentales. Pero esto no puede ser todo. El cerebro es la estructura más compleja de nuestro cuerpo. El problema que más me interesa es el de su evolución: cómo ha llegado a ser lo que es.


Nosotros trabajamos principalmente con células nerviosas, que son las unidades primarias del cerebro. Estudiamos la relación entre ellas, las sinapsis y sus propiedades. Todo esto son cosas que estamos empezando a entender. Estudiamos cómo la estructura se combina en toda su complejidad. Luego se aíslan las células masculinas y partiendo de estas unidades se puede ascender hacia grupos de células nerviosas que originan nuevos problemas de organización. Sólo puedo darle unas ideas generales de hacia dónde vamos, porque el cerebro está formado por 10.000 millones de neuronas. Luego hay que estudiar la forma en que funciona la comunicación entre neuronas. Ninguna neurona trabaja sola. Trabajan como una unidad formada con otras neuronas de la misma clase. El cerebro no es simplemente un caos, sino una estructura muy compleja formada por cientos de miles de elementos, que a su vez están formados por miles de neuronas.

A.K.- Ha mencionado varias veces la evolución como explicación del origen del hombre. ¿Qué piensa usted de la teoría de la evolución?

J.E.-
-Acabo de publicar un libro sobre este tema:
Evolution of the brain, creation of the self. Trato este tema a partir del cerebro primario, o primer estado del cerebro humano, porque es allí donde suceden las cosas realmente importantes. Antes del homo sapiens, fruto de una larga evolución, lo que había eran «animales listos». El homo sapiens sapiens tenía un cerebro parecido al nuestro. Pero esto sólo fue el principio, ya que el homo sapiens más primitivo no puede compararse con nosotros. Sin duda, la aparición del Homo habilis marcó el principio de una nueva fase en la evolución humana: es el desarrollo del homínido con un amplio cerebro, manipulador de herramientas, culturalmente dependiente.

En el comienzo de la evolución de los homínidos hay un misterio, un «vacío» de fósiles de 5 millones de años. Pero se puede aceptar que la evolución humana se formó sobre la ya alcanzada por los primates superiores en los que se da un perfeccionamiento de los sistemas perceptivos y motores. Las características netamente humanas van surgiendo en un progreso de continuo perfeccionamiento anatómico y de ampliación cerebral. Su imaginación creativa se desplegará también a través de la función expresiva que cumple el lenguaje: en un principio emociones y sensaciones se expresan con voces, gritos, etc.

A.K.- ¿Se podría decir que nos hace hombres no sólo el mero proceso biológico, sino la capacidad de aprendizaje del homínido?

J.E.-
-En esa línea opino que el hombre debe educarse, cultivarse, aprender a sacar provecho de su cerebro. Cada uno de nosotros debe darse cuenta de ese maravilloso regalo que ha recibido: su cerebro. Está allí para que lo utilicemos, para sacarle partido. También los hay que abusan de él, con drogas o cosas por el estilo, o que no aprecian lo que tienen por dejadez, de forma que no se desarrollan culturalmente como debieran. El cerebro es un sistema abierto, que se puede educar y cultivar mediante el aprendizaje, llegando a ser enormemente creativo.


A pesar de que la evolución biológica y cultural tienen en común, por ejemplo, la respuesta a los retos del entorno, suelo hablar de una «sabiduría conservadora» por la que lo bueno adquirido se mantiene. Se trata de una preeminencia a pesar de una evolución patente. El perfeccionamiento exige cambio, pero también continuidad de todo aquello que la naturaleza considera aprovechable. Hay mutaciones favorables que mediante la selección natural se incorporan a una especie. Variando la fórmula de Darwin, se trataría de la supervivencia de los mejor adaptados una vez seleccionadas o descartadas ciertas mutaciones genéticas. Sin embargo, esta idea de selección es esencialmente oportunista, porque se reduce a la cuestión de la pervivencia y extensión de una generación particular. Popper lo califica de darwinismo pasivo, de formas que se acoplan al medio ambiente.

A.K.- Cuando se habla del origen del hombre, ¿hay una teoría alternativa al evolucionismo?

J.E.-
-Creo que el hombre original es el resultado de la evolución según Darwin, pasando por los estados de
homo erectus, homo sapiens, etc. Esta es, con seguridad, la historia de nuestro origen, aunque sus detalles puedan ser discutidos. Existen disputas en algunas teorías religiosas que quieren explicar la doctrina del origen del hombre según una lectura literal de la Biblia. Sin embargo, estudiando el Génesis, se puede ver cómo se trata de una especie de alegoría, y no de una descripción exacta de cómo ocurrió. Es una bonita historia, y a mí me gusta, pero creo que es simbólica, escrita para la gente antes de que existiera un conocimiento científico, de manera que ellos pudieran comprenderla. Esto no significa que la historia científica sea materialista. Yo diría que ésta es la manera de actuar de Dios: la Creación divina ocurrió como un proceso de evolución.

A.K.- ¿Quiere usted decir que admite la intervención de Dios más allá de la Creación primera?

J.E.-
-La evolución biológica no se debe simplemente a la necesidad o a la probabilidad. Se trata de una especie de instrumento de un Propósito cuya trascendencia hace que se engendren criaturas humanas dotadas de autoconciencia. Sin duda, la evolución cultural se funda en un progreso fisiológico: la selección natural permite una riqueza de innovaciones tecnológicas que se utilizarán en beneficio de los seres humanos cuyo comportamiento está basado en unas valoraciones que inspiran toda la cultura. Ésta se reconoce y valora en un principio a través de las artes plásticas: la arquitectura, la pintura, la cerámica..., reflejan motivos representativos con unos simbolismos que sólo pueden ser fruto de la creatividad del
homo sapiens.

A.K.- ¿Afirmar la existencia de la cultura es un indicativo del componente espiritual del hombre?

J.E.-
-Empiece por fijarse en el nacimiento de un bebé, dotado de un espíritu: vemos que este espíritu no forma parte del proceso evolutivo. La existencia espiritual, el «yo», es único, y esta unicidad implica un acto creativo por parte de una entidad, cualquiera que sea el nombre que se le quiera dar. Ese «yo» con unidad mental, esa psique centraliza en un comportamiento los diferentes sentidos externos e internos. No obstante, el sujeto es algo más: es alguien con deseos, planes, esperanzas, y todo ello con la certeza de ser él mismo quien elige y actúa. Ya Kant decía que la persona es responsable de sus actos.


Se puede decir, pues, que somos un elemento dentro de un proceso de evolución y, a la vez, el fruto de un acto creativo. Nuestro cuerpo, nuestra existencia material pertenecería al proceso evolutivo, mientras que nuestra espiritualidad pertenece al acto de creación. Y se podría preguntar: ¿en qué consiste esta espiritualidad? Pues en todo: nuestros pensamientos, sensaciones, sentimientos, todo lo que se valora en la vida constituye el «yo» espiritual.

A.K.- Entonces, ¿no se podría decir, por ejemplo, que los pensamientos son producidos por el cerebro...?

J.E.-
-Aunque reconozca que queda mucho por conocer, o conocido de forma imperfecta, he sido capaz de revelar la historia fascinante de la evolución homínida del cerebro humano usando la imaginación creativa reprimida por la crítica racionalista.


Habría que describirlo más bien como un trabajo en equipo. Utilizamos nuestro cerebro, y nuestro «yo» espiritual está firmemente ligado a él. El «yo» es lo que somos, lo que conocemos. Aunque no conocemos nuestro cerebro, nos conocemos a nosotros mismos, conocemos nuestros pensamientos, nuestro carácter. El «yo» espiritual es inmensamente rico y variado. Por tanto, distinguimos dos partes. El lado material incluye el cerebro, y esto no le resta valor precisamente por su increíble capacidad de relacionarse con el espíritu.

A.K.- ¿La materia del cerebro es condición necesaria, aunque no explique por qué pensamos o qué es el pensamiento?

J.E.-
-En efecto, es cierto que el cerebro es necesario, pues la forma en que los pensamientos se crean, se memorizan y se elaboran implica procesos mentales. De nuevo hay que hacer hincapié en que estos rendimientos diferenciales del ser humano van en paralelo con el desarrollo de las áreas del lenguaje en el cerebro, de la memoria cognitiva; ya Popper propuso la existencia de dos clases de memoria, la explícita y la implícita: esta última hace presentes eventos especiales sin que seamos verdaderamente conscientes de ello. El rendimiento se recuerda implícitamente, aunque, por ejemplo, en el caso del lenguaje pensemos que se trata de algo innato.


De nuevo hay que recordar que el hecho de la expresión está ligado a una morfología determinada; sin embargo, el tracto vocal no es suficiente para explicar su capacidad oral. Chomsky afirma que el lenguaje humano, a pesar de que se desarrolle a niveles inferiores de inteligencia, está fuera de la capacidad de otras especies. Las diferencias son cualitativas. Se trata de un tipo diferente de organización intelectual. Pero nuestro conocimiento de los mecanismos cerebrales del lenguaje es todavía muy primitivo.

A.K. -De todos modos, ¿se puede perfilar lo que nos separa de las demás criaturas del mundo?

J.E.-
-Todos los animales conscientes tienen sentimientos y sensaciones de la vida. Pero carecen de la consciencia del «yo», que pertenece al nivel espiritual. En definitiva, es el desarrollo evolutivo de su cerebro el que asegura la superioridad de la especie humana, ya que así vemos unos animales que crean herramientas, las saben utilizar, tienen la capacidad de abstraer para solucionar problemas; aunque se trata de razonamientos primitivos, son ya parte de la inteligencia que más adelante será capaz de cualquier razonamiento lógico, de articular unas palabras, de colaborar de modo altruista con sus semejantes.


El progreso se funda en la capacidad del cerebro, no sólo en la medida en que varía sus formas y sus dimensiones; recuerde que en un principio el desarrollo evolutivo del cerebro parece cuantitativo y no cualitativo, incluso para la corteza cerebral, donde la estructura histológica ha permanecido esencialmente inalterada.

Hemos de hablar también por esa especie de bancos de datos que supone el almacenamiento de conocimientos, experiencias, etc. Todo ello es imprescindible para cualquier aprendizaje.

Lo que quiero decir es que no estamos ante una mera repetición de actos, sino que conocemos gracias a la memoria, a la capacidad de asociar, de razonar gracias a una flexibilidad mental sin comparación. No cabe comparación con el aprendizaje de un chimpancé: es como el de un niño de tres años.

Además de esta capacidad se encuentra la capacidad de hablar: la verdadera comunicación se hace a través de señales, se dan avisos de un modo cada vez más sofisticado hasta llegar al grado superior cuando se argumenta: la facultad de la discusión exige la capacidad humana de pensar. El lenguaje no se realiza por simple imitación. El niño construye sus propias expresiones una vez que establece relaciones entre lo que oye y abstrae.

A.K. -Esto también nos diferencia de los computadores. No se puede comparar al hombre con el animal, pero tampoco con el computador. ¿Cómo se puede explicar entonces que hoy en día intentemos demostrar que los computadores son mucho más poderosos que la mente humana?

J.E.-
-No quiero ni puedo discutir con gente tan estúpida. No se puede discutir con un robot. Carece de sentido. Espero que desaparezca la superstición de que se puede construir un computador que sobrepase la mente humana. Los computadores pueden resolver problemas matemáticos, lo que equivale a las facultades de un nivel bajo de la actividad humana, pero son incapaces de desarrollar un pensamiento original. ¡Ni siquiera podrían expresar que son más poderosos que nosotros!


A.K. -¿Pero habrá gente que piense que un computador no comete errores, y el hombre sí? ¿Piensa usted que este punto de vista nace del cientifismo...?

J.E.-
-¿Quiere que le explique cómo se puede argumentar en contra de la inteligencia artificial? Incluso en el libro de Penrose (
La mente del emperador), aunque no estoy de acuerdo con él, porque su pensamiento es materialista, se admite que la analogía con los computadores y con la inteligencia artificial es falsa. Siempre tiene que haber alguna persona que controle a los computadores, por tanto está por encima de ellos. Verá, yo soy muy impopular entre los científicos: me consideran un visionario que habla del bien y del mal.

A.K. -Usted se ha hecho impopular por creer que existe algo más allá de lo meramente material. Quizás se considera que tales creencias y opiniones no son hechos ni verdades científicas, cuya validez siempre depende de experimentos...

J.E.-
-Para empezar, tengo que decir que nadie puede conocer la verdad. Lo más que podemos esperar es estar acercándonos a ella, pero la verdad no es algo que se pueda conocer. Newton creyó haber encontrado la verdad, pero existen muchos aspectos distintos y por ello Einstein nos dio explicaciones más convincentes, de forma que la verdad original quedó en entredicho.


Nunca debemos decir que conocemos toda la verdad. Lo más que podemos afirmar es que tenemos ideas y pensamientos y que, por el momento, los experimentos no han demostrado que estuvieran equivocados, o que fueran incompatibles con algo. Los resultados de los experimentos no contienen la verdad, pero sí tienen un poder explicativo muy importante. Por ejemplo, la teoría de la evolución de Darwin: no se pueden hacer experimentos para probar esta teoría, pero su poder explicativo es inmenso. Tenemos que pensar en el poder explicativo y no decir que nuestros resultados sean últimos. Nuestras ideas acerca de todo tipo de fenómenos sólo existen gracias a su poder explicativo y en relación a él.

A.K. -Pero cuando se le acusa por creer en algo más allá de lo material, no se trata de una hipótesis. Usted piensa que está en lo cierto...

J.E.-
-Yo más bien diría que los criterios metafísicos son distintos de los que aplica la ciencia natural, que es el campo en el que la falsificación de hipótesis -sostenida por Popper- y el poder explicativo tienen gran importancia. Cuando se trata de metafísica o filosofía, la no-contradicción pasa a ser el criterio importante. Yo utilizo ambos caminos. Creo que vivimos en una era increíblemente supersticiosa y los más supersticiosos son los científicos, que creen falsamente en todo tipo de criterios, particularmente los científicos, distanciados de la metafísica y de los valores espirituales. Aunque quieren huir de la ética, siguen necesitando algo que impulse la ciencia y la mantenga en movimiento.



Mariano Artigas
conversa con Sir John Eccles
Alma humana y evolución


LO QUE EXPLICA EL «EMERGENTISMO»
M.A.—El 11 de abril de 1980, usted dio una conferencia sobre Lenguaje, pensamiento y cerebro, en el Simposio de la «Académie Internationale de Philosophie des Sciences» de Bruselas. En el coloquio, yo le pregunté sobre un tema que ya habíamos comentado en privado: el emergentismo, o sea, la teoría según la cual, en el curso de la evolución, los aspectos propios del hombre tales como los que solemos llamar espirituales, habrían surgido por emergencia a partir de la organización de lo material. A pesar de que esta doctrina ha alcanzado cierta difusión yo no la comparto, y me parece que usted tampoco.

J.E.—Efectivamente, el «emergentismo» no explica nada. No es más que un nombre sin contenido real, una etiqueta. Además, si lo que se pretende es decir que las características específicamente humanas surgen de la materia por «emergencia», se trata de un materialismo reduccionista pseudocientifico e inaceptable: la ciencia no proporciona ninguna base para esa doctrina.

M.A.—El 1 de marzo de 1984, usted estuvo en Barcelona y dio, en el Paraninfo de la Facultad de Medicina, la primera lección Cajal, en memoria de los importantes trabajos que Ramón y Cajal realizó durante su estancia en Barcelona. Cajal recibió el Premio Nobel por sus estudios sobre el sistema nervioso en 1906. Usted lo recibió en 1963 por trabajos en la misma línea, dedicados al cerebro. En este siglo se han realizado avances muy importantes en ese campo fundamental para comprender la estructura de la persona humana. Algunos interpretan esos progresos en favor de posturas materialistas, y usted ha escrito bastante sobre este tema. ¿Podría sintetizar cómo ve la cuestión?

EL MATERIALISMO ES UNA SUPERSTICION
J.E.—El materialismo carece de base científica, y los científicos que lo defienden están, en realidad, creyendo en una superstición. Lleva a negar la libertad y los valores morales, pues la conducta sería el resultado de los estímulos materiales. Niega el amor, que acaba siendo reducido a instinto sexual: por eso, Popper ha dicho que Freud ha sido uno de los personajes que más daño han hecho a la humanidad en el último siglo y tuvo ocasión de comprobar que el método de Freud no es científico, pues trabajó hace muchos años en Viena en una clínica donde se aplicaba ese método. El materialismo, si se lleva a sus consecuencias, niega las experiencias más importantes de la vida humana: «nuestro mundo» personal seria imposible".

M.A.—Siguiendo con esta cuestión, hay quien dice que podemos estudiar científicamente el cerebro, pero, en cambio, no tenemos conocimientos fiables acerca del alma. ¿Qué podemos conocer del alma?.

J.E.—Los sentimientos, las emociones, la percepción de la belleza, la creatividad, el amor, la amistad, los valores morales, los pensamientos, las intenciones... Todo «nuestro mundo», en definitiva. Y todo ello se relaciona con la voluntad; es aquí donde cae por su base el materialismo, pues no explica el hecho de que yo quiera hacer algo y lo haga.

M.A.—Sin embargo, cabría pensar que, en el fondo, el funcionamiento de la persona está determinado por procesos materiales enormemente complejos que poco a poco vamos conociendo. Si en el cerebro hay unos cien mil millones de neuronas, y el número de sinapsis que establecen contactos podría ser del orden de 100 billones, siempre cabe remitirse a complejidades todavía mal conocidas que condicionarían un comportamiento determinista. Usted acaba de hablar de la voluntad. ¿Podría poner algún ejemplo sencillo de comportamiento no determinista?

J.E.—La actividad cerebral nos permite realizar acciones de modo automático. Pero podemos añadir un nivel de conciencia. Por ejemplo, cuando camino, «quiero» ir más deprisa o más despacio. Incluso podemos envolver casi todo en la conciencia: «quiero» andar con aire de Charlot, pensando cada paso y cada movimiento...

M.A.—Prosigamos todavía con este tema. El progreso futuro de la ciencia es difícil de prever. Algunos se preguntan si nuestras experiencias personales no son más que un aspecto subjetivo de los fenómenos físicos; ésta es la tesis de la teoría de la identidad psico-física, que en nuestra época sigue contando con defensores (por ejemplo, Herbert Feigl la ha expuesto de manera bastante sofisticada). Usted ha criticado esta teoría como una de las variantes del materialismo, la más extendida, llegando a decir que se trata de «una creencia religiosa sostenida por materialistas dogmáticos que a menudo confunden su religión con su ciencia», y que «tiene todos los rasgos de una profecía mesiánica».

J.E.—Hasta hace poco, nada sabíamos de ondas electromagnéticas y de áreas cerebrales, y hay gente que no lo sabe tampoco ahora. Pero todos, y desde antiguo, sabemos de «nuestra vida». Para expresarla en palabras o acciones necesitamos el cerebro, como también, muchas veces, necesitamos de la laringe o de los músculos de la mano; pero ni la laringe, ni la mano, ni siquiera el cerebro son «nuestra vida». Desde luego, es fundamental investigar sobre la físico-química cerebral, pero nuestro «yo» sabe de «nuestra vida», no del cerebro.

M.A.—¿Cómo se explica entonces que no pocas veces el ambiente científico parezca favorable a diversos tipos de materialismo?

J.E.—Existe actualmente un «establishment» materialista que pretende apoyarse en la ciencia y parece coparlo todo. Entonces, yo soy un «hereje». Pero, en realidad, son muchos los científicos no materialistas y creyentes, también gente importante en los países del este de Europa. Una vez, en un debate televisivo, Monod me llamó «animista»; yo me limité a llamarle a él «supersticioso», porque presentaba su materialismo como si fuera científico, lo cual no es cierto: es una creencia, y de tipo supersticioso.

M.A.—Evidentemente, su postura implica que existe en el hombre un alma espiritual que, siendo irreductible a lo material, debe ser creada para cada hombre por Dios. Usted lo ha escrito en sus obras. No deja de ser paradójico que, en una época en que algunos pensadores espiritualistas encuentran dificultades para hablar del alma, no las encuentre un Premio Nobel de neurofisiología que, al ocuparse del cerebro, estudia científicamente los aspectos del cuerpo más relacionados con el pensamiento y la voluntad.

J.E.—Los fenómenos del mundo material son causas necesarias pero no suficientes para las experiencias conscientes y para mi «yo» en cuanto sujeto de experiencias conscientes. Hay argumentos serios que conducen al concepto religioso del alma y su creación especial por Dios. Creo que en mi existencia hay un misterio fundamental que trasciende toda explicación biológica del desarrollo de mi cuerpo (incluyendo el cerebro) con su herencia genética y su origen evolutivo; y que si es así, lo mismo he de creer de cada uno de los otros y de todos los seres humanos.

PROFUNDOS INTERROGANTES
M.A.—Estoy de acuerdo, desde luego, con sus argumentos. Sin embargo, en sus obras expone hipótesis sobre la interacción entre espíritu y materia que me recuerdan planteamientos cartesiano poco satisfactorios. Convendrá en que la persona humana es una unidad en la que la realidad espiritual y la material no pueden concebirse como agentes separados; aunque esta tesis tenga su inevitable aire de misterio, pienso que es la única que hace justicia a los datos completos de nuestra experiencia.

J.E.—La ciencia explica muchos fenómenos mediante las teorías de la gravedad; sin embargo, no sabemos decir qué es la gravedad en sí misma. El evolucionismo explica un cierto nivel de hechos, pero hay profundos interrogantes difíciles de explicar. No puede sorprender que, admitiendo con motivos bien fundados que en el hombre hay espíritu y materia, sea muy difícil e incluso misterioso comprender su relación. Yo he propuesto algunas hipótesis al respecto, pero está claro que se trata de un tema muy difícil. Sin embargo, esas dificultades no debilitan los argumentos que llevan a admitir el alma y su origen sobrenatural.

M.A.—Me parece obvio que, en contra de lo que algunos siguen sosteniendo, las relaciones entre ciencia y fe son, bajo distintos aspectos, de cooperación, y que no hay conflictos reales entre ellas. Me gustaría que expresara su punto de vista al respecto, como científico y como creyente que admite muchas tesis evolucionistas.

J.E.—He tenido ocasión de estar varias veces con el Papa Juan Pablo II, en una reunión con Premios Nobel y en otro encuentro con científicos. Tiene razón cuando dice que la ciencia y la religión no pueden contradecirse. Además, ¿no es una labor profundamente cristiana investigar la naturaleza creada por Dios? En el caso de Galileo, todos reconocen que hubo errores por ambas partes, que nadie desea repetir. Respecto al evolucionismo, ya Pío XII declaró que la Iglesia no se opone al estudio del origen del cuerpo humano; lo que sostiene es que Dios crea individualmente el alma de cada hombre, y a esto la ciencia no se puede oponer. Y esa es la base de la maravilla de ser hombre.

M.A.—Como sucede con no pocos científicos de primera fila, usted se muestra siempre muy interesado por el impacto social de la ciencia. Ha escrito mucho al respecto, y parece preocupado por el impacto negativo de algunas interpretaciones que se presentan como científicas, que llevan en último término a una crisis de valores.

J.E.—Sí. Me parece que el hombre ha perdido un poco el sentido de su condición humana, como si la ciencia dijera que es sólo un insignificante ser material en la inmensidad cósmica. Pero el hombre es mucho más de lo que dice el materialismo. Y necesita un nuevo aliento para volver a encontrar la esperanza y el sentido de su vida.

DESENMASCARAR LA PSEUDO-CIENCIA
M.A.—Está claro que importa mucho desenmascarar la pseudo-ciencia en sus diversas manifestaciones, para evitar que el prestigio de la ciencia se utilice abusivamente en favor de ideologías que nada tienen que ver con ella. Hemos hablado ya de algunas de ellas. Sin embargo cabe preguntarse si la ciencia puede realizar tareas positivas en el ámbito de la existencia humana. Es evidente que lo hace en cuanto sirve de base a la técnica, pero el uso de la técnica es ambivalente, se puede utilizar para bien y para mal. ¿Se puede decir algo semejante acerca de la ciencia?

J.E.—He escrito que, de hecho, la ciencia está impregnada de valores: de carácter ético, en nuestro esfuerzo por llegar a la verdad, y de carácter estético. Si conseguimos dar a la humanidad un concepto de la ciencia como un esfuerzo humano para comprender la naturaleza y ofrecer con toda humildad nuestros afanes para conseguirlo, la ciencia merecerá ser considerada como una obra grande y noble; en otro caso, corre el peligro de convertirse en un enorme monstruo, temido y venerado por el hombre y que lleva en sí la amenaza de destruirlo.

M.A.— Vivimos una época de profundas transformaciones culturales, condicionadas en buena parte por el influyo de la ciencia. En este contexto, ¿qué podría decir respecto a los valores cristianos, tan relacionados con nuestra cultura?

J.E.—Que los valores cristianos tienen una importancia grande para conseguir que la admirable empresa humana que es la ciencia esté verdaderamente al servicio del hombre. La ciencia moderna nació en unas circunstancias favorables debidas, en buena parte, al cristianismo, que lleva a ver al mundo como obra racional de un Creador infinitamente sabio, y al hombre como criatura hecha a imagen de Dios, con una inteligencia capaz de penetrar en el orden impreso por Dios en el mundo. Esa ciencia se desarrolló gracias al trabajo y a las convicciones de científicos profundamente cristianos. La ciencia y la fe son aliadas, no enemigas. Y la fe cristiana proporciona ayudas muy valiosas para que se evite un materialismo que nada tiene que ver con la ciencia, y para que la ciencia pueda contribuir a la solución de los graves problemas que tiene planteados hoy día la humanidad.

Sobre el dilema científico del evolucionismo cerebral sir John Eccles un día manifestó

De todas formas, uno de los problemas reales en la conexión con el desarrollo cerebral de los homínidos es la pregunta: ¿Cómo se ha llegado a este gran cerebro? En la selva animal de Africa, en donde principalmente acontece esto, no eran necesarios para la supervivencia cerebros con todas las capacidades que nosotros tenemos. Pero entonces, ¿cómo se originan? ¿Por qué debía allí tener el cerebro todas las aptitudes propias de un matemático instruido o de un músico hábil? ¿Por qué se desarrolló con disposición de aprendizaje para todas las cosas admirables en las que pensamos: los grandes artistas de todos los tiempos, los pintores y escultores, o la imaginación creadora que nos encontramos en todos los géneros literarios, por nombrar esto solamente?

Esto es precisamente lo que ha sucedido, y lo que requiere una explicación. Porque el cerebro allí originado dispone no sólo de la capacidad de lenguaje, sino también de todas aquellas otras capacidades. Parece como si la formación del cerebro transcendiera la situación histórica de la supervivencia en las primitivas circunstancias de la sabana africana. Sostengo que la cuestión está abierta a un misterio, y estoy convencido, por lo que a mi se refiere, de que la evolución de los homínidos sigue aquí un plan y un proyecto divinos. Y hasta aquí no hemos hablado todavía del yo-consciente, que aparece en algún punto del tiempo y nos proporciona el conocimiento de que cada uno de nosotros es un yo singular.

Reflexión
Con justicia considero a Sir John Eccles el Top One de los "Sires" del pensamiento Transpersonal, antónimo de la praxis ateo materialista, quizá aún paradigma de moda entre algunos pensadores "snob" o muy resentidos como seres humanos, a pesar de su destacado intelecto, al no entender los Propósitos del Plan Divino que nos rige lo cual Einstein visionó al señalar:

¿Azar? Jamás creeré que Dios juega a los dados con el mundo.
Dios no juega a los dados con el Universo.

O aceptar una simple realidad destacada por el Dr. Pablo Argibay:

Un cerebro que trata con más de un millón de piezas de información cada segundo, mientras que evalúa su importancia y le permite actuar sobre la información más pertinente . . . ¿podemos decir que el simple azar construyó un órgano tan fantástico?

O entender a Allan Sandage al confesar:

Era casi un ateo prácticamente en la niñez, a los 50 años, accedí a reconocer la existencia de Dios. La ciencia fue la que me llevó a la conclusión de que el mundo es mucho más complejo de lo que la propia ciencia puede explicar. El misterio de la existencia sólo puedo explicármelo mediante lo sobrenatural.

O concordar con el sabio chileno Arturo Aldunate Phillips y junto a él afirmar:

La negación de la existencia de un Creador Omnisciente de características inimaginables para la limitada inteligencia del hombre, junto con la fatuidad del llamado "libre pensamiento científico", y del manido agnosticismo, están definitivamente desterrados.

O aplaudir a rabiar cuando otro Sir, que la terna la haría cuaterna, me refiero a Sir Frederick Hoyle quien de manera genial ilustró la debilidad del "azar", pilar fundamental del materialismo, demostrando con la siguiente analogía que la posibilidad de que los aminoácidos de una célula humana se puedan unir al azar, es matemáticamente absurda:

¿Cuáles son las probabilidades de que un tornado pueda atravesar un depósito de chatarra que contenga todas las partes de un 747 y los ensamblara accidentalmente formando un avión y dejándolo listo para despegar? Las posibilidades son tan pequeñas e insignificantes como para ser despreciables ¡aun si el tornado atravesara una cantidad de depósitos de chatarra suficiente como para llenar el universo!

Os he dejado acá los argumentos de este destacado sabio como lo fue Sir John Eccles, cuya sabiduría lo acercó a Dios, lo hago con la esperanza que por ti mismo uses, al leerlos, el discernimiento y por ti mismo decidas y entiendas que:

Antes que tu cerebro fuera, la mente ya era, después que tu cerebro desaparezca la mente seguirá siendo. Antes que tu mente fuera el alma era, después que la mente deje de ser el alma seguirá siendo. Antes que tu alma fuera el espíritu era, después que tu alma deje de ser, el espíritu infinito e inmortal seguirá siendo en su retorno a DIOS.

Para que así mejores la autoestima, no decaigas ante el huracán de Fin de Tiempo que nos azota y, sabiendo lo que eres: Mucho más que un cerebro pensante, uses tu Fuerza Interior y sigas adelante con más fe, intentando levantar con tu palabra al caído de la vida... que, por mucho que haya caído en la ilusión de esta transitoria vida, un sueño del alma, igual es un Hijo de Dios como tú.

Dr. Iván Seperiza Pasquali
Quilpué, Chile
Noviembre
de 2005

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