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Sobre Sir John
Eccles
Pese a que el monismo
materialista
es la corriente predominante
entre los científicos que estudian el cerebro humano, hay
también
posturas dualistas como la que mantiene el neurólogo John
Eccles. Según
Eccles, el cerebro no es una estructura lo
suficientemente compleja para dar cuenta de los fenómenos
relacionados
con la conciencia, por lo que hay que admitir la existencia
autónoma
de una mente autoconsciente distinta del cerebro, como una realidad no
material ni orgánica que ejerce una función superior de
interpretación
y control de los procesos neuronales.
Miguel Angel
de la Cruz Vives
Sir John
Eccles, nació en Australia en el año 1903, recibió
premio Nobel de Medicina y Fisiología en
1963 por sus trabajos sobre la transmisión sináptica en
el sistema nervioso central. Falleció en su casa de Suiza
a la edad de 94 años en 1997. Se mantuvo lúcido dando
Conferencias magistrales a pesar de su avanzada edad,
asistentes a los cursos de verano de la Universidad Complutense de
Madrid comentaron sobre la excelente charla que allí dio sobre
neuronas
cuando el sabio
investigador ya tenía 88 años.
Por sus frases los conoceréis. Conozcamos a este sabio longevo
que remeció los cimientos del materialismo ateo:
Creo que en mi existencia
hay un misterio fundamental -el alma- que trasciende toda
explicación biológica
del desarrollo de mi cuerpo, con su herencia genética y su
origen evolutivo. Si digo que la
peculiaridad del ser humano no se deriva del
código genético ni de la experiencia, entonces,
¿de
qué se deriva? Mi respuesta es la siguiente: Se trata de una
creación
divina. Cada ser humano es una creación divina.
Creo que la ciencia ha ido demasiado
lejos al romper la
creencia del
hombre en su grandeza espiritual y le ha dado la idea de que es
meramente un animal insignificante que surgió por azar y
necesidad en
un planeta insignificante en la gran inmensidad del cosmos. Debemos
aceptar el gran desconocimiento de la física y la
fisiología de
nuestros cerebros, de las relaciones de mente y cerebro y de nuestra
imaginación creadora.
Debemos aceptar que la
conciencia es un misterio.
El cerebro es una
máquina tan perfecta, maravillosa y misteriosa,
que ni en 2.000 años un hombre podría construir semejante
máquina... no tengo
dudas de la existencia de Dios ni de la existencia del alma humana.
El cerebro no es una
estructura lo suficientemente compleja para dar cuenta de los
fenómenos
relacionados con la conciencia, por lo que hay que admitir la
existencia
autónoma de una mente autoconsciente distinta del cerebro, como
una realidad no
material ni orgánica que ejerce una función superior de
interpretación y
control de los procesos neuronales.
En el núcleo de nuestro mundo
mental... existe un alma creada por la divinidad.
El gran reto es demostrar si el cerebro será capaz de
entender cómo funciona el cerebro.
Es importante
reconocer que, aunque un científico pueda
formular esta
pretensión, no actuaría entonces como científico,
sino como un profeta
enmascarado de científico. Eso sería cientifismo, no
ciencia, aunque
impresione fuertemente a aquellos profanos que piensan que la ciencia
suministra incontrovertiblemente la verdad.
El
científico no debe pensar que posee un conocimiento
cierto de toda
la verdad. Lo más que podemos hacer los científicos es
aproximarnos más
de cerca a un entendimiento verdadero de los fenómenos naturales
mediante la eliminación de errores en nuestras hipótesis.
Es de la
mayor importancia para los científicos que aparezcan ante el
público
como lo que realmente son: humildes buscadores de la verdad.
Hasta hace poco, nada
conocíamos de ondas electromagnéticas
y de áreas cerebrales. Pero todos, desde antiguo, sabemos de
nuestra vida. Para
expresarla en palabras o acciones requerimos del cerebro, como
también
necesitamos de la laringe o de la mano. Pero ni la laringe, ni la mano,
ni
siquiera el cerebro son nuestra vida.
La conciencia es
independiente de los centros nerviosos superiores.
La inteligencia es una facultad inmaterial
exclusiva del ser
humano.
La mente es
más que simplemente
física por
mostrar que el área motora suplementaria del cerebro puede ser
encendido por una mera intención de hacer
algo, sin
que la corteza motora del cerebro (que controla los movimientos de los
músculos) esté operando. De hecho, la mente es para el
cerebro lo que
un bibliotecario es para la biblioteca. El primero no está
rebajado por
el último.
La mente espiritual controla e
interactúa con la maquinaria
cerebral.
La mente existe
independientemente de su sustrato físico, el cerebro.
Los fenómenos
mentales trascienden claramente de
los
fenómenos de la fisiología y la bioquímica.
La emergencia de la conciencia no
es
explicable por la evolución darwiniana o por la ciencia
biológica. La
conciencia tiene inmensas profundidades y es por consiguiente un
profundo misterio. No puede explicarse a través de ninguna
investigación sobre las complicaciones de su instrumento
físico.
No me cabe en la cabeza que el don de
experimentar
conscientemente no
tenga otro futuro ni la posibilidad de perdurar en otras circunstancias
no palpables. De cualquier forma, me mantengo en que no hay razones
científicas para rechazar una supervivencia en el futuro.
Muchísimos
sufrimientos psíquicos del hombre moderno se deben a haber
descuidado
intencionadamente pensar en la muerte.
Tengo
grandes esperanzas de que pronto remontemos el largo y profundo bache
de monismo materialista que se había extendido sobre el mundo
intelectual como una oscura niebla que apagaba toda la brillantez y
luminosidad de los ideales y de la capacidad creadora de los seres
humanos. Confío en que podremos recuperarnos, mantener
relaciones más sanas con el misterio de la existencia y
liberarnos cada vez más de esta tiranía de las
afirmaciones dogmáticas de los materialistas, que sólo
pueden conducir a la desesperanza y al nihilismo. Me agradaría
contemplar una vuelta a la esperanza y a los valores y a un sentido
más alto de la vida, e incluso a una concepción de la
vida humana donde Dios esté presente.
Una insidia perniciosa
surge
de la
pretensión de algunos científicos, incluso eminentes, de
que la ciencia
proporcionará pronto una explicación completa de todos
los fenómenos
del mundo natural y de todas nuestras experiencias subjetivas. Es una
extravagante y falsa pretensión que ha sido calificada
irónicamente por
Popper como “materialismo promisorio”.
Sir Jhon Eccles
Reafirmó el
dualismo dando
dos
razones principales
1° Es imposible hallar los soportes
biológico-neurológicos que servirían de estructura
básica a ciertas
actividades (conciencia, libertad). Tampoco hay mecanismos cerebrales
que expliquen la interacción entre cuerpo y cerebro.
2° Es imposible justificar
neurológicamente la unicidad, identidad y continuidad de la
autoexperiencia del yo personal humano, desde el principio al fin de
sus días, toda vez que el cuerpo cambia continuamente. Hay que
admitir
heterogéneo, la mente autoconciente, creada directamente por
Dios. Esta
es la que integra las señales que emiten los órganos
sensoriales en una
percepción consciente unitaria, en una imagen coherente, y es
también
la única capaz de tomar una decisión. Así se
justifica la dignidad
humana (la libertad y la responsabilidad personal en el
comportamiento), la religiosidad y la creencia en la mortalidad.
Durante el Congreso Mundial de
Filosofía en Dusseldorf en 1978, sostuvo
La conciencia es fundamentalmente autónoma y, dado que no puede
ser rastreada en ningún tipo de sustancia o función
orgánica, debe considerarse como algo que existe apartada del
sistema nervioso central. Por otra parte, si bien el espíritu se
entrelaza con los mecanismos neuronales del cerebro, al mismo tiempo
posee completa autonomía de ellos.
Hablando
en un
seminario de parapsicología destacó
Si quieren ver un verdadero acto
de psicoquinesis contemplen las proezas de la mente sobre la materia
que se realizan en el cerebro. Es asombroso que con cada pensamiento,
la mente sea capaz de mover los átomos de hidrógeno,
carbono, oxígeno y otras partículas de las células
del cerebro. Pareciera que nada está más alejado de un
pensamiento, carente de sustancia, que la sólida materia gris
cerebral. Todo el truco se consigue sin ninguna vinculación
aparente.
Sobre el materialismo el
sabio Transpersonal nos dice
El materialismo carece de base científica, y
los científicos que lo defienden están, en realidad,
creyendo en una superstición. El materialismo lleva a negar la
libertad y los valores morales, pues la conducta sería el
resultado de los estímulos materiales. El materialismo niega el
amor, que acaba siendo reducido a instinto sexual: por eso, Karl
Popper, uno de los pensadores actuales de más prestigio, ha
podido decir que Freud ha sido uno de los personajes que más
daño han hecho a la humanidad en el último siglo. Popper
trabajó hace muchos años en una clínica de Viena
donde se aplicaba el método freudiano y tuvo ocasión de
comprobar que el método de Freud no era científico. El
materialismo, si se lleva a las últimas consecuencias (que es lo
que tiene que hacer cualquiera si científico pretende serlo),
niega las experiencias más relevantes de la vida humana. Si el
materialismo fuera verdad, "nuestro mundo" personal sería
imposible.
Del alma podemos conocer muchas cosas: los
sentimientos, las emociones, su percepción de la belleza, la
creatividad, el amor, la amistad, la libertad, los valores morales, los
pensamientos, las intenciones... Es decir, todo "nuestro mundo"; en
otras palabras: lo más específicamente humano. Porque
todo esto que acabo de mencionar se relaciona con la voluntad. Y es en
la experiencia de la voluntad donde se estrella el materialismo y cae
por su base. El materialismo no puede explicar el hecho de que yo
quiera hacer algo y lo haga.
De una parte, la actividad cerebral nos permite
realizar acciones de modo automático. Hay mucho automatismo en
nuestra conducta. Pero también es claro que existe un nivel de
conciencia en el que la originalidad de la decisión es patente.
Por ejemplo, cuando camino, "quiero" ir más deprisa o más
despacio. Incluso podemos envolver casi todo en la conciencia: "quiero"
andar con aire de Charlot, pensando cada paso y cada movimiento...
Hasta hace poco, nada
sabíamos de ondas electromagnéticas y de áreas
cerebrales, y hay gente que no lo sabe tampoco ahora. Pero todos, y
desde antiguo, sabemos de "nuestra vida". Y nuestra vida la expresamos
en palabras y acciones, para lo cual necesitamos obviamente el cerebro,
pero también necesitamos muchas veces de la laringe o de los
músculos de la mano; y ni la laringe ni la mano son el origen o
la explicación de "nuestra vida". Tampoco lo es el cerebro. El
cerebro no explica qué es y cuál es el origen de "nuestra
vida" humana, personal, inteligente y libre. Desde luego es muy
importante investigar sobre la físico química cerebral,
pero quien sabe de "nuestra vida" es nuestro "yo", no el cerebro. Y
nuestro "yo" no es en modo alguno un producto físico
químico.
En 1985 al
libro de Mariano Artigas «Las fronteras
del evolucionismo» lo prologó
Me
preocupa especialmente el penetrante materialismo de nuestra
época, que
se basa en una mala interpretación de la visión del mundo
que nos
proporciona la ciencia. Está ampliamente difundida la creencia
de que
la evolución biológica ha proporcionado una
explicación completa de
nuestro origen y ha refutado para siempre la doctrina de un Creador
divino. Por supuesto, la Historia bíblica no pretende explicar
científicamente la creación. Ahora se explica
científicamente el origen
del cosmos mediante el Big Bang y la subsecuente evolución
cósmica de
galaxias, sistemas solares y planetas. Pero es aún más
asombroso el
origen de la vida en nuestro planeta agraciado de modo único, la
Tierra, donde se ha puesto en escena la creatividad dramática de
la
evolución biológica. ¿Podemos preguntarnos si ha
habido cierto designio
o intención de esa evolución? Recordemos que, de modo un
tanto
misterioso, cada uno de nosotros, como seres con una experiencia
consciente única, hemos llegado a existir mediante una
evolución
biológica que ha causado la aparición de nuestros cuerpos
y cerebros.
Yo creo que hay una Providencia Divina que opera sobre y por encima de
los sucesos materiales de la evolución biológica. No
debemos afirmar
dogmáticamente que la evolución biológica en su
forma actual es la
verdad Última. Deberíamos más bien creer que es la
historia principal y
que, de modo un tanto misterioso, hay una dirección que
guía la cadena
evolucionaria de contingencias.
Podemos conjeturar que los
animales superiores poseen alguna
conciencia, aunque esto no se encuentra todavía explicado por la
evolución biológica. Puede conjeturarse además que
en el proceso
filogenético de la evolución de los homínidos hubo
todas las
transiciones desde los animales conscientes hasta los seres humanos
autoconscientes, como sucede ontogenéticamente desde el
bebé humano
hasta el niño humano y la persona humana adulta; sin embargo,
esto
resulta un milagro que está más allá de la
explicación científica
UN FENÓMENO
EXTRAORDINARIO: LA AUTOCONCIENCIA
La filosofía
contemporánea descuida los problemas referentes al
carácter único que cada «yo» experimenta.
Esto se debe posiblemente al
influjo del materialismo, que es ciego para los problemas fundamentales
que surgen en la experiencia espiritual. El suceso más
extraordinario en el
mundo de nuestra experiencia es que cada uno de nosotros aparece como
un ser único autoconsciente. Es un milagro que está
siempre más allá de
la ciencia.
Una respuesta frecuente y
superficialmente plausible a este enigma es
la aserción de que el factor determinante es la unicidad de las
experiencias acumuladas por un «yo» durante su vida. Se
acepta
fácilmente que nuestro comportamiento y memoria, y de hecho todo
el
contenido de nuestra vida consciente interior, dependen de las
experiencias acumuladas en nuestras vidas; pero por muy extremo que
pueda ser el cambio producido por exigencia de las circunstancias en
algún punto particular de decisión, uno sería
todavía el mismo «yo»,
capaz de rastrear hacia atrás en la propia continuidad de la
memoria
hasta los recuerdos más tempranos, hacia la edad de
aproximadamente un
año, el mismo «yo» con otra apariencia. No puede
haber eliminación de
un «yo» y creación de un nuevo «yo».
CADA ALMA ES UNA
CREACIÓN DIVINA
Puesto que las soluciones
materialistas fallan cuando intentan dar
cuenta de nuestra unicidad experimentada, me veo obligado a atribuir la
unicidad de la psique o alma a una creación espiritual
sobrenatural.
Para dar la explicación en términos teológicos:
cada alma es una nueva
creación divina. Es la certeza del foco interno de
individualidad única
lo que exige la «creación divina». Me permito decir
que ninguna otra
explicación es sostenible; ni la unicidad genética con su
fantásticamente imposible lotería, ni las diferencias
ambientales que
no determinan la unicidad de cada uno sino que meramente la modifican.
Esta conclusión tiene
un significado teológico inestimable. Refuerza
fuertemente nuestra creencia en el alma humana y en su origen
prodigioso por creación divina. Se reconoce no solo el Dios
trascendente, el Creador del Cosmos, el Dios en el que creía
Einstein,
sino también el Dios amoroso al que debemos nuestro ser.
JOHN ECCLES, Premio Nobel de
Medicina.
Alexia Kábana
entrevista
al Premio Nobel Sir John Eccles sobre
La
grandeza de nuestro cerebro
El sujeto humano es algo
más que la simple materia: es alguien con deseos, planes,
esperanzas. Su cerebro está formado por una red de neuronas
enormemente compleja. Pero en él descubrimos también un
sistema abierto, que se puede educar, llegando a ser enormemente
creativo. Ese elemento "cultural", añadido a los innumerables
cambios fisiológicos y bioquímicos, es para Sir John
Eccles una señal inequívoca de que existe un centro
unificador, un "yo" único e irrepetible de cada ser humano, que
debe su origen a una entidad externa a él e indudablemente
superior. ¿Se puede llamar a esa entidad Creador?
Sir John Eccles fue Premio Nobel de
Medicina en 1963 por su
investigación en fisiología cerebral. Cursó sus
estudios universitarios en Melbourne, y después del doctorado
ejerció la actividad docente en Oxford (Inglaterra), Otago
(Nueva Zelanda), Canberra (Australia) y Buffalo (EE,UU.), Entre 1957 y
1961 fue presidente de la Academia australiana de Ciencias. Es autor de
numerosas publicaciones que han abierto nuevos campos en la
investigación en fisiología cerebral y neuronal. En 1977
escribió, junto a Karl Popper., la conocida obra El yo y el
cerebro. En 1984 escribió, junto a Daniel N. Robínson, El
prodigio del ser humano. Cerebro y mente. En 1989 publicó
Evolution of the brain. Creation of the self, traducido al castellano
con el título La evolución del cerebro: creación
de la conciencia en 1992. En el número 2 de Atlántida
(págs 4-15) traíamos a nuestras páginas un
artículo del doctor Eccles en el que hablaba de la
evolución biológica y de la creatividad de la
imaginación. En él afirmaba que todo lo que hace el ser
humano es aprendido. Desde ese presupuesto era posible distinguir dos
tipos de evolución separadas rigurosamente: la evolución
biológica, determinada por la masa hereditaria, y la
evolución cultural, que nada tiene que ver con un suceso
hereditario. Toda la cultura tiene que ser aprendida. El pensamiento,
la imaginación, la preocupación por las cuestiones
sociales, etc., llevan a la conclusión de que cada hombre es un
milagro de la existencia, y no puede explicar cómo fue
introducido en ella, cómo y dónde nació, lo que
es; salvo que afirme su origen divino. La conversación de
Atlántida con Sir John Eccles que hoy publicamos sigue glosando
esa diferencia. La creatividad de la imaginación no puede ser
reducida a las funciones cerebrales ni puede ser interpretada
únicamente en términos fisiológicos. El
pensamiento, el lenguaje y la capacidad de aprender del hombre son tres
parámetros que toda investigación de tipo evolutivo debe
tener en cuenta. Así comenzó nuestra conversación.
A.K.- ¿Cómo explicar la nota diferencial del
pensamiento en
nuestra especie?
J.E.-
-El
gran problema está en saber cómo se desarrolla el
cerebro, cómo de
la información genética nace este inmenso sistema de
neuronas con su
gran complejidad y funciones. De todo esto sabemos muy poco. Incluso la
creación del movimiento implica problemas prácticamente
irresolubles.
¿Qué ocurre en la mente y en el cerebro cuando quiero
mover mi pulgar?
Éste es el problema: de dónde nace nuestra capacidad de
movimiento.
La evolución del
esqueleto y el perfeccionamiento de la
capacidad
motora permitió la famosa postura erecta tan
característica del caminar
bipedestre. Es una de las maneras más eficaces de moverse sobre
el
suelo, en vez de estar tambaleándose. Y todo ello se debe a
varios
cambios anatómicos: alargamiento de las extremidades inferiores,
acortamiento y ensanchamiento de la pelvis y ajuste de la musculatura
de la cadera. Los nuevos movimientos revelan que la maquinaria neuronal
del cerebro tuvo que sufrir alguna transformación. Sólo
cabe la
admiración ante el progreso o la transformación de la que
es capaz la
naturaleza: es un gran avance evolutivo observar cómo desde la
torpe
marcha cuadrúpeda de un simio, aparece después
«ocasionalmente» la
adopción de la postura erecta parcial y cierto bipedestrismo,
hasta
llegar a nuestro caminar ligero.
A.K.- ¿Nos podría señalar otras
características por las que se descubre la relación del
cerebro con los cambios fisiológicos?
J.E.-
-Apuntando
otros aspectos, se detectan varios avances que afectan a la
agilidad motora y provocaron un aumento de la capacidad creativa e
imaginativa gracias al desarrollo de los hemisferios cerebrales. Por
ejemplo, la estilización de la mano, cuya flexibilidad y
estructura
permiten apresar más delicadamente objetos Esto fue clave para
la
construcción y utilización de herramientas. Incluso se
puede hablar ya
de lo que más adelante sería esta cultura incoada gracias
al
maravilloso despliegue de la imaginación creativa del homo
sapiens, ya
patente en las pinturas rupestres.
Hemos nombrado los hemisferios
cerebrales porque hay que poner mucha
atención en aquellos procesos mentales: no tienen una
explicación
meramente material. De ahí que el darwinismo moderno implique
cierto
reduccionismo: hay que ir más allá de los conceptos
materialistas del
darwinismo a la hora de ver cómo surge la conciencia en los
animales
superiores, y la trascendencia de la autoconciencia de los
homínidos:
no reconocen este carácter no material de ciertos
acontecimientos
naturales. Admito la hipótesis darwinista de la evolución
biológica,
excepto cuando afirma que el gradualismo filo-genético dé
lugar a veces
a modificaciones tales como el equilibrio puntuado.
A.K.- ¿Pero bastaría una explicación
materialista de
esas modificaciones a lo largo de un proceso evolutivo?
J.E.-
-Hay
que advertir que estas modificaciones no se deben a una simple
interacción materia-energía; la inteligencia no es una
secreción de la
masa cerebral. Tampoco hay que caer en el psiquismo de la res
cogitans cartesiana. Sin
duda, plantearse la
conciencia animal
es un reto para los evolucionistas dogmáticos que sólo se
mueven en la
perspectiva de un proceso exclusivamente natural, en un mundo
totalmente material. Diría con Popper que tanto la
aparición de la
conciencia como la del mismo origen de la vida tiene algo de misterio,
de enigma, que incluso se trata de un milagro, como él dice.
No basta sólo con
reconocer una conciencia animal, sino que se
trata de
descubrir lo que cabría llamar la cumbre de la evolución:
la
autoconciencia, por la que una persona sabe que es,
y que además su existencia es finita: conoce la muerte y le
tiene
miedo. No es extraño considerar como indicio de
humanización las
costumbres ceremoniales de los enterramientos.
A.K.- Pero el estudio de las neuronas y de sus modificaciones
ancestrales
se hace bastante arduo cuando se pretende interpretar esos
cambios estructurales.
J.E.-
-Lo
único que puedo hacer es señalar alguno de los
problemas. Me
llevaría semanas explicar todo lo que sé acerca de ellos.
Aún estamos
muy al principio en el proceso de entendimiento de las maravillosas
estructuras del cerebro. Hasta cierto punto, contamos con los medios
necesarios para investigar, tenemos técnicas muy desarrolladas a
nuestro alcance, podemos estudiar las células masculinas
aisladas, así
como los procesos químicos de funcionamiento del cerebro. Esto
está
bien, pero solamente el principio. Lo que me preocupa es que haya gente
estúpida que piense que el cerebro funciona como un computador y
hablan
de inteligencia artificial y de robots. Con su mentalidad capitalista
creen que todo puede ser producido y después vendido. Esto es
falso.
Esta tendencia ha perjudicado la investigación, porque la gente
que
trabaja con inteligencia artificial tiene mucha influencia.
A.K.- Si critica la aproximación al estudio del cerebro por
comparación
con la inteligencia artificial, ¿cuál sería su
método de trabajo?
J.E.-
-Debemos
acercarnos al cerebro de una forma mucho más humilde,
para
progresar estudiando qué es y descubrir su sistema operativo
elemental.
Es preciso descender al nivel de las unidades operativas básicas
y
crear nuevas teorías que nos lleven a resultados experimentales.
Pero
esto no puede ser todo. El cerebro es la estructura más compleja
de
nuestro cuerpo. El problema que más me interesa es el de su
evolución:
cómo ha llegado a ser lo que es.
Nosotros trabajamos
principalmente con células nerviosas, que
son las
unidades primarias del cerebro. Estudiamos la relación entre
ellas, las
sinapsis y sus propiedades. Todo esto son cosas que estamos empezando a
entender. Estudiamos cómo la estructura se combina en toda su
complejidad. Luego se aíslan las células masculinas y
partiendo de
estas unidades se puede ascender hacia grupos de células
nerviosas que
originan nuevos problemas de organización. Sólo puedo
darle unas ideas
generales de hacia dónde vamos, porque el cerebro está
formado por
10.000 millones de neuronas. Luego hay que estudiar la forma en que
funciona la comunicación entre neuronas. Ninguna neurona trabaja
sola.
Trabajan como una unidad formada con otras neuronas de la misma clase.
El cerebro no es simplemente un caos, sino una estructura muy compleja
formada por cientos de miles de elementos, que a su vez están
formados
por miles de neuronas.
A.K.- Ha mencionado varias veces la evolución como
explicación del origen del hombre. ¿Qué piensa
usted de la teoría de la evolución?
J.E.-
-Acabo
de publicar un libro sobre este tema: Evolution of the
brain, creation of the self.
Trato este tema a partir del cerebro primario, o primer estado del
cerebro humano, porque es allí donde suceden las cosas realmente
importantes. Antes del homo
sapiens, fruto de
una larga
evolución, lo que había eran «animales
listos». El homo sapiens sapiens
tenía un cerebro parecido al nuestro. Pero esto sólo fue
el principio,
ya que el homo sapiens más
primitivo no puede
compararse con nosotros. Sin duda, la aparición del Homo
habilis
marcó el principio de una nueva fase en la evolución
humana: es el
desarrollo del homínido con un amplio cerebro, manipulador de
herramientas, culturalmente dependiente.
En el comienzo de la
evolución de los homínidos hay un
misterio, un
«vacío» de fósiles de 5 millones de
años. Pero se puede aceptar que la
evolución humana se formó sobre la ya alcanzada por los
primates
superiores en los que se da un perfeccionamiento de los sistemas
perceptivos y motores. Las características netamente humanas van
surgiendo en un progreso de continuo perfeccionamiento anatómico
y de
ampliación cerebral. Su imaginación creativa se
desplegará también a
través de la función expresiva que cumple el lenguaje: en
un principio
emociones y sensaciones se expresan con voces, gritos, etc.
A.K.- ¿Se podría decir que nos hace hombres no
sólo el mero proceso biológico, sino la capacidad de
aprendizaje del homínido?
J.E.-
-En
esa línea opino que el hombre debe educarse, cultivarse,
aprender a
sacar provecho de su cerebro. Cada uno de nosotros debe darse cuenta de
ese maravilloso regalo que ha recibido: su cerebro. Está
allí para que
lo utilicemos, para sacarle partido. También los hay que abusan
de él,
con drogas o cosas por el estilo, o que no aprecian lo que tienen por
dejadez, de forma que no se desarrollan culturalmente como debieran. El
cerebro es un sistema abierto, que se puede educar y cultivar mediante
el aprendizaje, llegando a ser enormemente creativo.
A pesar de que la
evolución biológica y cultural tienen
en común, por
ejemplo, la respuesta a los retos del entorno, suelo hablar de una
«sabiduría conservadora» por la que lo bueno
adquirido se mantiene. Se
trata de una preeminencia a pesar de una evolución patente. El
perfeccionamiento exige cambio, pero también continuidad de todo
aquello que la naturaleza considera aprovechable. Hay mutaciones
favorables que mediante la selección
natural se
incorporan a una especie. Variando la fórmula de Darwin, se
trataría de la
supervivencia de los mejor adaptados
una vez seleccionadas o descartadas ciertas mutaciones
genéticas. Sin
embargo, esta idea de selección es esencialmente oportunista,
porque se
reduce a la cuestión de la pervivencia y extensión de una
generación
particular. Popper lo califica de darwinismo pasivo, de formas que se
acoplan al medio ambiente.
A.K.- Cuando se habla del origen del hombre, ¿hay una
teoría alternativa al evolucionismo?
J.E.-
-Creo
que el hombre original es el resultado de la evolución
según Darwin, pasando por los estados de homo erectus, homo
sapiens,
etc. Esta es, con seguridad, la historia de nuestro origen, aunque sus
detalles puedan ser discutidos. Existen disputas en algunas
teorías
religiosas que quieren explicar la doctrina del origen del hombre
según
una lectura literal de la Biblia. Sin embargo, estudiando el Génesis,
se puede ver cómo se trata de una especie de alegoría, y
no de una
descripción exacta de cómo ocurrió. Es una bonita
historia, y a mí me
gusta, pero creo que es simbólica, escrita para la gente antes
de que
existiera un conocimiento científico, de manera que ellos
pudieran
comprenderla. Esto no significa que la historia científica sea
materialista. Yo diría que ésta es la manera de actuar de
Dios: la
Creación divina ocurrió como un proceso de
evolución.
A.K.- ¿Quiere usted decir que admite la intervención
de
Dios más allá de la Creación primera?
J.E.-
-La
evolución biológica no se debe simplemente a la
necesidad o a la
probabilidad. Se trata de una especie de instrumento de un
Propósito
cuya trascendencia hace que se engendren criaturas humanas dotadas de
autoconciencia. Sin duda, la evolución cultural se funda en un
progreso
fisiológico: la selección natural permite una riqueza de
innovaciones
tecnológicas que se utilizarán en beneficio de los seres
humanos cuyo
comportamiento está basado en unas valoraciones que inspiran
toda la
cultura. Ésta se reconoce y valora en un principio a
través de las
artes plásticas: la arquitectura, la pintura, la
cerámica..., reflejan
motivos representativos con unos simbolismos que sólo pueden ser
fruto
de la creatividad del homo
sapiens.
A.K.- ¿Afirmar la existencia de la cultura es un indicativo
del
componente espiritual del hombre?
J.E.-
-Empiece
por fijarse en el nacimiento de un bebé, dotado de un
espíritu: vemos que este espíritu no forma parte del
proceso evolutivo.
La existencia espiritual, el «yo», es único, y esta
unicidad implica un
acto creativo por parte de una entidad, cualquiera que sea el nombre
que se le quiera dar. Ese «yo» con unidad mental, esa
psique centraliza
en un comportamiento los diferentes sentidos externos e internos. No
obstante, el sujeto es algo más: es alguien con deseos, planes,
esperanzas, y todo ello con la certeza de ser él mismo quien
elige y
actúa. Ya Kant decía que la persona es responsable de sus
actos.
Se puede decir, pues, que
somos un elemento dentro de un proceso de
evolución y, a la vez, el fruto de un acto creativo. Nuestro
cuerpo,
nuestra existencia material pertenecería al proceso evolutivo,
mientras
que nuestra espiritualidad pertenece al acto de creación. Y se
podría
preguntar: ¿en qué consiste esta espiritualidad? Pues en
todo: nuestros
pensamientos, sensaciones, sentimientos, todo lo que se valora en la
vida constituye el «yo» espiritual.
A.K.- Entonces, ¿no se podría decir, por ejemplo, que
los
pensamientos son producidos por el cerebro...?
J.E.-
-Aunque
reconozca que queda mucho por conocer, o conocido de forma
imperfecta, he sido capaz de revelar la historia fascinante de la
evolución homínida del cerebro humano usando la
imaginación creativa
reprimida por la crítica racionalista.
Habría que describirlo
más bien como un trabajo en
equipo. Utilizamos
nuestro cerebro, y nuestro «yo» espiritual está
firmemente ligado a él.
El «yo» es lo que somos, lo que conocemos. Aunque no
conocemos nuestro
cerebro, nos conocemos a nosotros mismos, conocemos nuestros
pensamientos, nuestro carácter. El «yo» espiritual
es inmensamente rico
y variado. Por tanto, distinguimos dos partes. El lado material incluye
el cerebro, y esto no le resta valor precisamente por su
increíble
capacidad de relacionarse con el espíritu.
A.K.- ¿La materia del cerebro es condición necesaria,
aunque no explique por qué pensamos o qué es el
pensamiento?
J.E.-
-En
efecto, es cierto que el cerebro es necesario, pues la forma en que
los pensamientos se crean, se memorizan y se elaboran implica procesos
mentales. De nuevo hay que hacer hincapié en que estos
rendimientos
diferenciales del ser humano van en paralelo con el desarrollo de las
áreas del lenguaje en el cerebro, de la memoria cognitiva; ya
Popper
propuso la existencia de dos clases de memoria, la explícita y
la
implícita: esta última hace presentes eventos especiales
sin que seamos
verdaderamente conscientes de ello. El rendimiento se recuerda
implícitamente, aunque, por ejemplo, en el caso del lenguaje
pensemos
que se trata de algo innato.
De nuevo hay que recordar que
el hecho de la expresión
está ligado a
una morfología determinada; sin embargo, el tracto vocal no es
suficiente para explicar su capacidad oral. Chomsky afirma que el
lenguaje humano, a pesar de que se desarrolle a niveles inferiores de
inteligencia, está fuera de la capacidad de otras especies. Las
diferencias son cualitativas. Se trata de un tipo diferente de
organización intelectual. Pero nuestro conocimiento de los
mecanismos
cerebrales del lenguaje es todavía muy primitivo.
A.K. -De todos modos, ¿se puede perfilar lo que nos separa de
las
demás criaturas del mundo?
J.E.-
-Todos
los animales conscientes tienen sentimientos y sensaciones de la
vida. Pero carecen de la consciencia del «yo», que
pertenece al nivel
espiritual. En definitiva, es el desarrollo evolutivo de su cerebro el
que asegura la superioridad de la especie humana, ya que así
vemos unos
animales que crean herramientas, las saben utilizar, tienen la
capacidad de abstraer para solucionar problemas; aunque se trata de
razonamientos primitivos, son ya parte de la inteligencia que
más
adelante será capaz de cualquier razonamiento lógico, de
articular unas
palabras, de colaborar de modo altruista con sus semejantes.
El progreso se funda en la
capacidad del cerebro, no sólo en la
medida
en que varía sus formas y sus dimensiones; recuerde que en un
principio
el desarrollo evolutivo del cerebro parece cuantitativo y no
cualitativo, incluso para la corteza cerebral, donde la estructura
histológica ha permanecido esencialmente inalterada.
Hemos de hablar también
por esa especie de bancos de datos que
supone
el almacenamiento de conocimientos, experiencias, etc. Todo ello es
imprescindible para cualquier aprendizaje.
Lo que quiero decir es que no
estamos ante una mera repetición
de
actos, sino que conocemos gracias a la memoria, a la capacidad de
asociar, de razonar gracias a una flexibilidad mental sin
comparación.
No cabe comparación con el aprendizaje de un chimpancé:
es como el de
un niño de tres años.
Además de esta
capacidad se encuentra la capacidad de hablar: la
verdadera comunicación se hace a través de
señales, se dan avisos de un
modo cada vez más sofisticado hasta llegar al grado superior
cuando se
argumenta: la facultad de la discusión exige la capacidad humana
de
pensar. El lenguaje no se realiza por simple imitación. El
niño
construye sus propias expresiones una vez que establece relaciones
entre lo que oye y abstrae.
A.K. -Esto también nos diferencia de los computadores. No se
puede
comparar
al hombre con el animal, pero tampoco con el computador.
¿Cómo se puede
explicar entonces que hoy en día intentemos demostrar que los
computadores son mucho más poderosos que la mente humana?
J.E.-
-No
quiero ni puedo discutir con gente tan estúpida. No se puede
discutir con un robot. Carece de sentido. Espero que desaparezca la
superstición de que se puede construir un computador que
sobrepase
la mente
humana. Los computadores pueden resolver problemas matemáticos,
lo que
equivale a las facultades de un nivel bajo de la actividad humana, pero
son incapaces de desarrollar un pensamiento original. ¡Ni
siquiera
podrían expresar que son más poderosos que nosotros!
A.K. -¿Pero habrá gente que piense que un computador
no
comete errores, y
el hombre sí? ¿Piensa usted que este punto de vista nace
del
cientifismo...?
J.E.-
-¿Quiere
que le explique cómo se puede argumentar en
contra de la inteligencia artificial? Incluso en el libro de Penrose (La
mente del emperador),
aunque no estoy de acuerdo con él, porque su pensamiento es
materialista, se admite que la analogía con los computadores y
con la
inteligencia artificial es falsa. Siempre tiene que haber alguna
persona que controle a los computadores, por tanto está por
encima de
ellos. Verá, yo soy muy impopular entre los científicos:
me consideran
un visionario que habla del bien y del mal.
A.K. -Usted se ha hecho impopular por creer que existe algo
más
allá de
lo meramente material. Quizás se considera que tales creencias y
opiniones no son hechos ni verdades científicas, cuya validez
siempre
depende de experimentos...
J.E.-
-Para
empezar, tengo que decir que nadie puede conocer la verdad. Lo
más
que podemos esperar es estar acercándonos a ella, pero la verdad
no es
algo que se pueda conocer. Newton creyó haber encontrado la
verdad,
pero existen muchos aspectos distintos y por ello Einstein nos dio
explicaciones más convincentes, de forma que la verdad original
quedó
en entredicho.
Nunca debemos decir que
conocemos toda la verdad. Lo más que
podemos
afirmar es que tenemos ideas y pensamientos y que, por el momento, los
experimentos no han demostrado que estuvieran equivocados, o que fueran
incompatibles con algo. Los resultados de los experimentos no contienen
la verdad, pero sí tienen un poder explicativo muy importante.
Por
ejemplo, la teoría de la evolución de Darwin: no se
pueden hacer
experimentos para probar esta teoría, pero su poder explicativo
es
inmenso. Tenemos que pensar en el poder explicativo y no decir que
nuestros resultados sean últimos. Nuestras ideas acerca de todo
tipo de
fenómenos sólo existen gracias a su poder explicativo y
en relación a
él.
A.K. -Pero cuando se le acusa por creer en algo más
allá de
lo material,
no se trata de una hipótesis. Usted piensa que está en lo
cierto...
J.E.-
-Yo
más bien diría que los criterios metafísicos
son distintos de los
que aplica la ciencia natural, que es el campo en el que la
falsificación de hipótesis -sostenida por Popper- y el
poder
explicativo tienen gran importancia. Cuando se trata de
metafísica o
filosofía, la no-contradicción pasa a ser el criterio
importante. Yo
utilizo ambos caminos. Creo que vivimos en una era
increíblemente
supersticiosa y los más supersticiosos son los
científicos, que creen
falsamente en todo tipo de criterios, particularmente los
científicos,
distanciados de la metafísica y de los valores espirituales.
Aunque
quieren huir de la ética, siguen necesitando algo que impulse la
ciencia y la mantenga en movimiento.
Mariano Artigas
conversa con Sir John Eccles
Alma humana y evolución
LO QUE EXPLICA EL «EMERGENTISMO»
M.A.—El 11 de abril de 1980, usted dio una conferencia sobre Lenguaje,
pensamiento y cerebro, en el Simposio de la «Académie
Internationale de
Philosophie des Sciences» de Bruselas. En el coloquio, yo le
pregunté
sobre un tema que ya habíamos comentado en privado: el
emergentismo, o
sea, la teoría según la cual, en el curso de la
evolución, los aspectos
propios del hombre tales como los que solemos llamar espirituales,
habrían surgido por emergencia a partir de la
organización de lo
material. A pesar de que esta doctrina ha alcanzado cierta
difusión yo
no la comparto, y me parece que usted tampoco.
J.E.—Efectivamente,
el «emergentismo» no explica nada. No
es más que un
nombre sin contenido real, una etiqueta. Además, si lo que se
pretende
es decir que las características específicamente humanas
surgen de la
materia por «emergencia», se trata de un materialismo
reduccionista
pseudocientifico e inaceptable: la ciencia no proporciona ninguna base
para esa doctrina.
M.A.—El 1 de marzo de 1984, usted estuvo en Barcelona y dio, en el
Paraninfo de la Facultad de Medicina, la primera lección Cajal,
en
memoria de los importantes trabajos que Ramón y Cajal
realizó durante
su estancia en Barcelona. Cajal recibió el Premio Nobel por sus
estudios sobre el sistema nervioso en 1906. Usted lo recibió en
1963
por trabajos en la misma línea, dedicados al cerebro. En este
siglo se
han realizado avances muy importantes en ese campo fundamental para
comprender la estructura de la persona humana. Algunos interpretan esos
progresos en favor de posturas materialistas, y usted ha escrito
bastante sobre este tema. ¿Podría sintetizar cómo
ve la cuestión?
EL MATERIALISMO ES UNA SUPERSTICION
J.E.—El
materialismo carece de base científica, y los
científicos que
lo defienden están, en realidad, creyendo en una
superstición. Lleva a
negar la libertad y los valores morales, pues la conducta sería
el
resultado de los estímulos materiales. Niega el amor, que acaba
siendo
reducido a instinto sexual: por eso, Popper ha dicho que Freud ha sido
uno de los personajes que más daño han hecho a la
humanidad en el
último siglo y tuvo ocasión de comprobar que el
método de Freud no es
científico, pues trabajó hace muchos años en Viena
en una clínica donde
se aplicaba ese método. El materialismo, si se lleva a sus
consecuencias, niega las experiencias más importantes de la vida
humana: «nuestro mundo» personal seria imposible".
M.A.—Siguiendo con esta cuestión, hay quien dice que podemos
estudiar
científicamente el cerebro, pero, en cambio, no tenemos
conocimientos
fiables acerca del alma. ¿Qué podemos conocer del alma?.
J.E.—Los
sentimientos, las emociones, la percepción de la
belleza, la
creatividad, el amor, la amistad, los valores morales, los
pensamientos, las intenciones... Todo «nuestro mundo», en
definitiva. Y
todo ello se relaciona con la voluntad; es aquí donde cae por su
base
el materialismo, pues no explica el hecho de que yo quiera hacer algo y
lo haga.
M.A.—Sin embargo, cabría pensar que, en el fondo, el
funcionamiento de
la persona está determinado por procesos materiales enormemente
complejos que poco a poco vamos conociendo. Si en el cerebro hay unos
cien mil millones de neuronas, y el número de sinapsis que
establecen
contactos podría ser del orden de 100 billones, siempre cabe
remitirse
a complejidades todavía mal conocidas que condicionarían
un
comportamiento determinista. Usted acaba de hablar de la voluntad.
¿Podría poner algún ejemplo sencillo de
comportamiento no determinista?
J.E.—La
actividad cerebral nos permite realizar acciones de modo
automático. Pero podemos añadir un nivel de conciencia.
Por ejemplo,
cuando camino, «quiero» ir más deprisa o más
despacio. Incluso podemos
envolver casi todo en la conciencia: «quiero» andar con
aire de
Charlot, pensando cada paso y cada movimiento...
M.A.—Prosigamos todavía con este tema. El progreso futuro de la
ciencia
es difícil de prever. Algunos se preguntan si nuestras
experiencias
personales no son más que un aspecto subjetivo de los
fenómenos
físicos; ésta es la tesis de la teoría de la
identidad psico-física,
que en nuestra época sigue contando con defensores (por ejemplo,
Herbert Feigl la ha expuesto de manera bastante sofisticada). Usted ha
criticado esta teoría como una de las variantes del
materialismo, la
más extendida, llegando a decir que se trata de «una
creencia religiosa
sostenida por materialistas dogmáticos que a menudo confunden su
religión con su ciencia», y que «tiene todos los
rasgos de una profecía
mesiánica».
J.E.—Hasta
hace poco, nada sabíamos de ondas
electromagnéticas y de
áreas cerebrales, y hay gente que no lo sabe tampoco ahora. Pero
todos,
y desde antiguo, sabemos de «nuestra vida». Para expresarla
en palabras
o acciones necesitamos el cerebro, como también, muchas veces,
necesitamos de la laringe o de los músculos de la mano; pero ni
la
laringe, ni la mano, ni siquiera el cerebro son «nuestra
vida». Desde
luego, es fundamental investigar sobre la físico-química
cerebral, pero
nuestro «yo» sabe de «nuestra vida», no del
cerebro.
M.A.—¿Cómo se explica entonces que no pocas veces el
ambiente científico parezca favorable a diversos tipos de
materialismo?
J.E.—Existe
actualmente un «establishment» materialista que
pretende
apoyarse en la ciencia y parece coparlo todo. Entonces, yo soy un
«hereje». Pero, en realidad, son muchos los
científicos no
materialistas y creyentes, también gente importante en los
países del
este de Europa. Una vez, en un debate televisivo, Monod me llamó
«animista»; yo me limité a llamarle a él
«supersticioso», porque
presentaba su materialismo como si fuera científico, lo cual no
es
cierto: es una creencia, y de tipo supersticioso.
M.A.—Evidentemente, su postura implica que existe en el hombre un alma
espiritual que, siendo irreductible a lo material, debe ser creada para
cada hombre por Dios. Usted lo ha escrito en sus obras. No deja de ser
paradójico que, en una época en que algunos pensadores
espiritualistas
encuentran dificultades para hablar del alma, no las encuentre un
Premio Nobel de neurofisiología que, al ocuparse del cerebro,
estudia
científicamente los aspectos del cuerpo más relacionados
con el
pensamiento y la voluntad.
J.E.—Los
fenómenos del mundo material son causas necesarias
pero no suficientes
para las experiencias conscientes y para mi «yo» en cuanto
sujeto de
experiencias conscientes. Hay argumentos serios que conducen al
concepto religioso del alma y su creación especial por Dios.
Creo que
en mi existencia hay un misterio fundamental que trasciende toda
explicación biológica del desarrollo de mi cuerpo
(incluyendo el
cerebro) con su herencia genética y su origen evolutivo; y que
si es
así, lo mismo he de creer de cada uno de los otros y de todos
los seres
humanos.
PROFUNDOS INTERROGANTES
M.A.—Estoy de acuerdo, desde luego, con sus argumentos. Sin embargo, en
sus obras expone hipótesis sobre la interacción entre
espíritu y
materia que me recuerdan planteamientos cartesiano poco satisfactorios.
Convendrá en que la persona humana es una unidad en la que la
realidad
espiritual y la material no pueden concebirse como agentes separados;
aunque esta tesis tenga su inevitable aire de misterio, pienso que es
la única que hace justicia a los datos completos de nuestra
experiencia.
J.E.—La
ciencia explica muchos fenómenos mediante las
teorías de la
gravedad; sin embargo, no sabemos decir qué es la gravedad en
sí misma.
El evolucionismo explica un cierto nivel de hechos, pero hay profundos
interrogantes difíciles de explicar. No puede sorprender que,
admitiendo con motivos bien fundados que en el hombre hay
espíritu y
materia, sea muy difícil e incluso misterioso comprender su
relación.
Yo he propuesto algunas hipótesis al respecto, pero está
claro que se
trata de un tema muy difícil. Sin embargo, esas dificultades no
debilitan los argumentos que llevan a admitir el alma y su origen
sobrenatural.
M.A.—Me parece obvio que, en contra de lo que algunos siguen
sosteniendo, las relaciones entre ciencia y fe son, bajo distintos
aspectos, de cooperación, y que no hay conflictos reales entre
ellas.
Me gustaría que expresara su punto de vista al respecto, como
científico y como creyente que admite muchas tesis
evolucionistas.
J.E.—He
tenido ocasión de estar varias veces con el Papa Juan
Pablo II,
en una reunión con Premios Nobel y en otro encuentro con
científicos.
Tiene razón cuando dice que la ciencia y la religión no
pueden
contradecirse. Además, ¿no es una labor profundamente
cristiana
investigar la naturaleza creada por Dios? En el caso de Galileo, todos
reconocen que hubo errores por ambas partes, que nadie desea repetir.
Respecto al evolucionismo, ya Pío XII declaró que la
Iglesia no se
opone al estudio del origen del cuerpo humano; lo que sostiene es que
Dios crea individualmente el alma de cada hombre, y a esto la ciencia
no se puede oponer. Y esa es la base de la maravilla de ser hombre.
M.A.—Como sucede con no pocos científicos de primera fila, usted
se
muestra siempre muy interesado por el impacto social de la ciencia. Ha
escrito mucho al respecto, y parece preocupado por el impacto negativo
de algunas interpretaciones que se presentan como científicas,
que
llevan en último término a una crisis de valores.
J.E.—Sí.
Me parece que el hombre ha perdido un poco el sentido
de su
condición humana, como si la ciencia dijera que es sólo
un
insignificante ser material en la inmensidad cósmica. Pero el
hombre es
mucho más de lo que dice el materialismo. Y necesita un nuevo
aliento
para volver a encontrar la esperanza y el sentido de su vida.
DESENMASCARAR LA PSEUDO-CIENCIA
M.A.—Está claro que importa mucho desenmascarar la
pseudo-ciencia en
sus diversas manifestaciones, para evitar que el prestigio de la
ciencia se utilice abusivamente en favor de ideologías que nada
tienen
que ver con ella. Hemos hablado ya de algunas de ellas. Sin embargo
cabe preguntarse si la ciencia puede realizar tareas positivas en el
ámbito de la existencia humana. Es evidente que lo hace en
cuanto sirve
de base a la técnica, pero el uso de la técnica es
ambivalente, se
puede utilizar para bien y para mal. ¿Se puede decir algo
semejante
acerca de la ciencia?
J.E.—He
escrito que, de hecho, la ciencia está impregnada de
valores:
de carácter ético, en nuestro esfuerzo por llegar a la
verdad, y de
carácter estético. Si conseguimos dar a la humanidad un
concepto de la
ciencia como un esfuerzo humano para comprender la naturaleza y ofrecer
con toda humildad nuestros afanes para conseguirlo, la ciencia
merecerá
ser considerada como una obra grande y noble; en otro caso, corre el
peligro de convertirse en un enorme monstruo, temido y venerado por el
hombre y que lleva en sí la amenaza de destruirlo.
M.A.— Vivimos una época de profundas transformaciones
culturales,
condicionadas en buena parte por el influyo de la ciencia. En este
contexto, ¿qué podría decir respecto a los valores
cristianos, tan
relacionados con nuestra cultura?
J.E.—Que
los valores cristianos tienen una importancia grande para
conseguir que la admirable empresa humana que es la ciencia esté
verdaderamente al servicio del hombre. La ciencia moderna nació
en unas
circunstancias favorables debidas, en buena parte, al cristianismo, que
lleva a ver al mundo como obra racional de un Creador infinitamente
sabio, y al hombre como criatura hecha a imagen de Dios, con una
inteligencia capaz de penetrar en el orden impreso por Dios en el
mundo. Esa ciencia se desarrolló gracias al trabajo y a las
convicciones de científicos profundamente cristianos. La ciencia
y la
fe son aliadas, no enemigas. Y la fe cristiana proporciona ayudas muy
valiosas para que se evite un materialismo que nada tiene que ver con
la ciencia, y para que la ciencia pueda contribuir a la solución
de los
graves problemas que tiene planteados hoy día la humanidad.
Sobre el dilema
científico del evolucionismo cerebral sir John Eccles un
día
manifestó
De
todas formas, uno de los problemas reales en la conexión con el
desarrollo cerebral de los homínidos es la pregunta:
¿Cómo se ha llegado a este
gran cerebro? En la selva animal de Africa, en donde principalmente
acontece
esto, no eran necesarios para la supervivencia cerebros con todas las
capacidades que nosotros tenemos. Pero entonces, ¿cómo se
originan? ¿Por qué
debía allí tener el cerebro todas las aptitudes propias
de un matemático
instruido o de un músico hábil? ¿Por qué se
desarrolló con disposición de
aprendizaje para todas las cosas admirables en las que pensamos: los
grandes
artistas de todos los tiempos, los pintores y escultores, o la
imaginación
creadora que nos encontramos en todos los géneros literarios,
por nombrar esto
solamente?
Esto es precisamente lo que ha
sucedido, y lo que requiere una
explicación. Porque el cerebro allí originado dispone no
sólo de la capacidad
de lenguaje, sino también de todas aquellas otras capacidades.
Parece como si
la formación del cerebro transcendiera la situación
histórica de la
supervivencia en las primitivas circunstancias de la sabana africana.
Sostengo
que la cuestión está abierta a un misterio, y estoy
convencido, por lo que a mi
se refiere, de que la evolución de los homínidos sigue
aquí un plan y un
proyecto divinos. Y hasta aquí no hemos hablado todavía
del yo-consciente, que
aparece en algún punto del tiempo y nos proporciona el
conocimiento de que cada
uno de nosotros es un yo singular.
Reflexión
Con justicia considero
a Sir John Eccles el Top One
de los "Sires" del pensamiento Transpersonal, antónimo de la
praxis ateo
materialista, quizá aún paradigma de moda entre algunos
pensadores "snob" o muy resentidos como seres humanos, a pesar de su
destacado intelecto, al no entender los Propósitos del Plan
Divino que nos rige lo cual Einstein visionó al señalar:
¿Azar?
Jamás creeré que Dios juega a los
dados
con el mundo.
Dios no juega a los dados con el Universo.
O aceptar una simple realidad
destacada por el
Dr. Pablo Argibay:
Un cerebro que trata con más de un
millón de
piezas de información cada segundo, mientras que evalúa
su importancia
y le permite actuar sobre la información más pertinente .
. . ¿podemos
decir que el simple azar construyó un órgano tan
fantástico?
O entender a Allan Sandage al confesar:
Era casi
un ateo prácticamente en la niñez, a los
50 años, accedí a reconocer la existencia de Dios. La
ciencia
fue la que me llevó a la conclusión de que el mundo es
mucho
más complejo de lo que la propia ciencia puede explicar. El
misterio
de la existencia sólo puedo explicármelo mediante lo
sobrenatural.
O concordar con el sabio
chileno
Arturo Aldunate Phillips y junto a él afirmar:
La
negación de la existencia de un Creador Omnisciente de
características inimaginables para la limitada inteligencia del
hombre, junto con la fatuidad del llamado "libre pensamiento
científico",
y del manido agnosticismo, están definitivamente desterrados.
O aplaudir a rabiar cuando otro
Sir, que la terna la haría cuaterna, me refiero a Sir Frederick
Hoyle quien de manera genial
ilustró la debilidad del "azar", pilar fundamental del
materialismo, demostrando con la siguiente
analogía que la
posibilidad de que los aminoácidos de una célula humana
se puedan
unir al azar, es matemáticamente absurda:
¿Cuáles
son
las probabilidades de que un tornado pueda atravesar un depósito
de
chatarra que contenga todas las partes de un 747 y los ensamblara
accidentalmente formando un avión y dejándolo listo para
despegar? Las
posibilidades son tan pequeñas e insignificantes como para ser
despreciables
¡aun si el
tornado atravesara una cantidad de depósitos de chatarra
suficiente
como para llenar el universo!
Os he dejado acá los
argumentos de este destacado sabio como lo fue Sir John Eccles, cuya
sabiduría lo acercó a Dios, lo hago con la esperanza que
por ti
mismo uses, al leerlos, el discernimiento y por ti mismo decidas y
entiendas que:
Antes que tu
cerebro fuera, la mente ya
era, después que tu
cerebro
desaparezca la mente seguirá siendo. Antes que tu mente fuera el
alma era,
después que la mente deje de ser el alma seguirá siendo.
Antes que tu alma
fuera el espíritu era, después que tu alma deje de ser,
el espíritu infinito e
inmortal seguirá siendo en su retorno a DIOS.
Para que así mejores
la autoestima, no decaigas ante el huracán de Fin de Tiempo que
nos azota y, sabiendo lo que eres: Mucho más que un cerebro
pensante, uses tu Fuerza Interior y sigas adelante con más fe,
intentando levantar con tu palabra al caído de la vida... que,
por mucho que haya caído en la ilusión de esta
transitoria vida, un sueño del alma, igual es un Hijo de Dios
como
tú.
Dr.
Iván Seperiza
Pasquali
Quilpué,
Chile
Noviembre
de 2005
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