693

 

 

El fenómeno de la narcocultura, ha afectado diferentes aspectos culturales como la música, la literatura, la moda, el arte, la arquitectura, costumbres y modo de vida, vehículos, estética corporal, pero ante todo la normalización de la violencia, el culto a las armas y el "todo vale".

 

¿NARCOCULTURA?

 

¿Es Chile un país "consumidor de drogas"?: Las secuelas de la "inacción" del Estado, el exitismo y el avance de la narco-culturaEx autoridades, expertos y desde el propio Senda analizan los alcances y evolución del fenómeno, con una premisa: el país dejó de ser lugar de tránsito y las sustancias ilícitas se comenzaron a quedar, gracias a la alta demanda.1

 

15 de Mayo de 2023

Ex autoridades, expertos y desde el propio Senda analizan los alcances y evolución del fenómeno, con una premisa: el país dejó de ser lugar de tránsito y las sustancias ilícitas se comenzaron a quedar, gracias a la alta demanda.

 

Sin consumidores, ningún negocio puede mantenerse a flote. Esa es la premisa de cualquier actividad económica; más simple aún: la oferta y la demanda, como principio básico que sustenta la economía de mercado, y aquello también corre para las economías ilegales.

Y aunque estas prácticas no tienen ninguna novedad, el acelerado avance de actividades ilícitas trasnacionales ha llevado a que en Chile se abran complejos desafíos en seguridad y prevención frente a las drogas y su consumo; "producto" que pese a las cifras oficiales de Senda, parece permear distintas capas sociales; aunque algunas con más rimbombancia que otras. Y es que la narcocultura y el fácil acceso a las drogas -especialmente marihuana y cocaína- ha llevado a que para muchos expertos en el tema Chile hace rato haya dejado de ser un país de tránsito de estas sustancias; hoy convive en una sociedad que parece tener una moral distinta a la de antaño frente al consumo. Pero el diagnóstico también apunta a esa "falta de preparación" que ha tenido el Estado ante un fenómeno que se desborda hace años en la región; como si Chile, en el afán del cultivo de una sociedad exitista, y muchas veces tuerto de si mismo ante la desigualdad, no hubiera podido prever que, tarde o temprano, la globalización llegaría -también- con sus efectos negativos. ¿Es hoy Chile un país consumidor de drogas?, ¿qué tan fácil es el acceso a las sustancias ilícitas?, ¿por qué la narco-cultura hoy se instala con fuerza en la sociedad?, ¿cómo y cuánto incomoda a los barrios y a las élites? Expertos desglosan los datos y entregan su perspectivas de un fenómeno que, dicen, preocupa y que exige celeridad para enfrentarlo. Los últimos diagnósticos Una primera mirada, obligada, es la de Senda. El servicio tiene datos disponibles hasta 2020, correspondientes al 14° estudio de drogas para la población general. Hasta ese entonces, "el uso de marihuana se mantuvo estable, en un 11,4%; mientras que el de cocaína bajó significativamente de 1% a 0,5%", señalan a Emol desde el Servicio. En tanto, afirman que "hoy estamos en el levantamiento de la muestra del 15° estudio y los datos estarán disponibles en los próximos meses". En cuanto al consumo de drogas en la población escolar, el último estudio disponible data de 2021. En él, el Senda detectó una baja en el consumo de marihuana, que pasó de 26,8% a 18,8%, y también en el caso de la cocaína, que pasó de 2,9% a 1,9%. "Pese a todos estos descensos, no perdemos de vista que estamos hablando de niños, niñas y adolescentes, donde todo consumo es de riesgo", sostienen.

La teoría que manejan al interior del organismo es que en estos resultados pudo haber incidido el fenómeno y las restricciones asociadas al covid-19, pero precisan que "en población general la tendencia se ha estabilizado". En materia de acceso, agregan, "el último estudio de población escolar nos mostró que los adolescentes señalaron recibieron menos oferta de marihuana, cocaína y pasta base en el último año". Un informe de 2019 de la Organización de Estados Americanos (OEA) sobre el consumo de drogas en las Américas, situaba a Chile por ese entonces con un consumo de marihuana del 14,5%, mientras que en Canadá y Estados Unidos era del 14%. En tanto, la mayo prevalencia se situaba en el segmento entre 18 y 34 años; y en este grupo "Chile y los Estados Unidos presentan registros sobre el 25%; Canadá en torno al 25%; y Jamaica en torno al 20%". Más reciente, el informe de 2022 de la OEA, sobre Oferta de Droga en las Américas, da cuenta de la intensificación del tráfico transnacional de cannabis en América Central y del Sur. En el caso de Chile y Perú, predomina la variedad "creepy"; lo mismo que advirtió el VII informe anual del Observatorio de Narcotráfico de la Fiscalía Nacional (2022), donde también hacen alusión al aumento de consumo de drogas sintéticas en el país. "Lo que antes era una tendencia, ahora se instalaba como una conducta dominante en todo el territorio nacional. Por por ejemplo, el uso de mensajería encriptada, el dominio de la marihuana 'creepy', el uso intensivo de la violencia, el trasiego a través de nuestros puertos, y la masificación de la producción y el consumo de drogas sintéticas en el país", sostiene el documento. Según Senda, "es importante evitar cualquier tipo de comparación o ranking con otros países. Chile tiene la serie de estudios de drogas en población general y escolar más consistente de la región, con una periodicidad bianual". El siguiente sondeo del organismo, correspondiente al 15° Estudio de Drogas en Población General, estará disponible a fin de año, y considerará datos entre fines de 2022 y mayo de 2023. "Un problema acentuado de consumo" "Chile dejó de ser un país de tránsito y la droga comenzó a quedarse", dice el ex director del Senda, Carlos Charme. Detrás de eso, comenta, por supuesto está el narcotráfico, el crimen organizado, el control territorial, pero también esta droga se ha ido quedando en Chile porque "hay una gran demanda, y eso está, de alguna manera, invisibilizado en la discusión".

"Chile tiene un problema acentuado de consumo de drogas y no solamente por el consumo en población adulta, sino que está concentrado en la juventud".
Carlos Charme, ex director de Senda

Es más: afirma que es en los jóvenes donde existe un gran mercado para las drogas, "sobre todo, de las ocho drogas principalmente consumidas de en nuestro país, los más jóvenes consumen siete de ellas en mayor cantidad que los adultos. Por ejemplo, consumen 1,6 veces más marihuana que los adultos, más cocaína, éxtasis, tranquilizantes sin receta médica, entre otras". ¿Por qué ocurre esto? Según comenta Charme, hay distintos factores que inciden. Uno de ellos, es que los jóvenes -en base a las respuestas de los sondeos- "muchas veces dicen estar buscando a través de ella la felicidad, evadirse", y esto sería parte de la carencia alternativas de prevención, "en cultura, en deporte, u otras actividades". Así las cosas, el análisis del ex director del Senda no es alentador: "Chile tiene un problema acentuado de consumo de drogas y no solamente por el consumo en población adulta, sino que está concentrado en la juventud. Si bien hemos tenido cifras buenas en el último tiempo, tenemos todavía un gravísimo estado de consumo, que se acentúa por la inacción del Estado y de quienes tienen a cargo las políticas públicas y se están quedando callados". "Despertando al fenómeno": Las causas psicosociales "Chile está despertando al fenómeno de la circulación masiva de drogas; esto es, nunca se entendió a si mismo como un país que comercializaba, exportaba y recibía tanta droga", comenta a este medio Mauro Basaure, sociólogo de la Universidad Andrés Bello e investigador asociado de la línea Conflicto Político y Social del COES. Lo anterior trajo una consecuencia: los mecanismos de seguridad o control -jurídicos, tecnológicos o policiales- prácticamente "no existen", y el país termina por llegar "atrasado" a la explosión que hoy tiene el fenómeno. A juicio de Basaure, el país "se preocupó mucho de la globalización económica, de las importaciones o exportaciones de materias primas, pero se despreocupó de lo 'negativo' de la globalización".

 

Ahora bien, más allá del "descuido" del Estado, que permitió que los grupos del crimen organizado y el narcotráfico convirtieran al país en un blanco para el comercio de su mercancía ilícita, hay otros factores que han permitido que este negocio sea fructífero. Para Basaure, quien recalca que hay pocos estudios al respecto, hay dos explicaciones: "en general, países con índices de desigualdad altos como Chile, desempleo y falta de oportunidades en los jóvenes, hacen que sea atractivo vincularse con la droga, tanto desde el punto de vista del consumo como el tráfico. Sabemos que la droga está en las poblaciones, allí están los soldados". Una segunda dimensión tiene relación con las altas exigencias del exitismo que caracteriza a Chile. "Somos un país donde nos desvivimos por el trabajo, por el éxito, por el consumo, lo que termina por poner una presión sobre el ciudadano. Allí, la droga parece convertirse en una forma de destape, de compensación a ese esfuerzo y estrés". Esto último, además, es potenciado por el acceso a drogas como la cocaína, que no sólo son de fácil acceso, sino que también porque su costo es inferior al que tenía hace una década. Esto, sin contar que se trata de drogas adictivas, cuyos consumidores van automatizando su relación con la misma. Pero hay un último punto: hoy, la sociedad -esa misma, la exitista- parece estar un poco menos preocupada a la condena moral por el consumo de droga. "Esto ocurre especialmente en las nuevas generaciones, donde algunas normas sociales están más laxas y más abiertas a la experimentación; pero es cierto que en general hemos tenido un devenir menos crítico sobre el tema del consumo, especialmente con la marihuana", comenta el sociólogo. El "auge" de la narcocultura "Las canciones dicen: si mueres haciendo esto, es mejor que morir trabajando, ganando el mínimo", comenta Basaure. El ejemplo apunta a la llamada "narco-cultura", es decir, a esa influencia cultural que ejerce el nercotráfico en una sociedad; desde la forma de vestir, el tipo de lenguaje utilizado, la ostentación del "lujo", la música, y sobre todo, la violencia, caen en una estetización para el consumo. Pero hay varias capas que mirar. La primera, es que parte de ese producto de consumo no problematiza la cuestión del narcotráfico y sus externalidades negativas. "A mí me preocupa que el diagnóstico y la solución está capturado por las élites. Esto, porque hay una disociación de las élites respecto a lo que está ocurriendo en los territorios. A las élites, la narco-cultura llega a través de series como "Narcos" en Netflix, o escuchan música asociada al tema en Spotify", dice Charme.

"Pero hay gente que sale de su casa y ve la realidad, cómo las bandas han capturado el territorio, casi como con un control policíaco. Muchas veces, incluso se convierten en una fuente de recursos económicos. Y como ellos viven en la realidad, ven también cómo sus hijos caen en las garras de la narcocultura y del narcotráfico. Eso está pasando ahora mismo, en este minuto", complementa el ex director del Senda. Por su parte, Basaure comenta que esta estetización opera muchas veces como un "fomento" a pertenecer al mundo narco, y en el uso de esas vías, para llegar a tener autos, armas, dinero o droga. "Habemos personas que aceptamos los medios -trabajar de manera honrada- para determinados fines, como vivir bien o tener cosas para nuestras necesidades; y estos grupos, aceptan los fines, pero no aceptan los medios, y utilizan otros, como la violencia. Y como muchas veces esos medios llevan a la cárcel o a la muerte, le adosan a eso una producción cultural que termina justificando ese 'costo'", comenta el sociólogo. Eso, por cierto, explica los "narco-funerales" que alteran la vida diaria de cientos de personas y que se han replicado en comunas como Valparaíso o Pedro Aguirre Cerda. "Celebran una muerte casi superior, es una forma de 'morir en la gloria' para los que son parte de estos grupos", sentencia Basaure. Desde el Senda, dicen sobre este punto que "estigmatizar a ciertos grupos sociales, estilos de música o culturas, como si fueran los únicos responsables de la promoción de determinadas conductas es contraproducente y una mirada corta". Según comentan, "centrarse únicamente en la "narcocultura" como la causa del consumo de drogas, puede desviar la atención de otros factores relevantes, como la pobreza, la exclusión social, la falta de oportunidades educacionales y laborales, acceso a servicios de salud mental, entre otros". Las medidas preventivas de Senda Para Charme, "se ha visto un deterioro" en materia de prevención, y en esto es clave "la colaboración público-privada, aunque desde el Estado tienen que comenzar a trabajar de manera intersectorial, en pos de una política preventiva, a través de dar oportunidades a los jóvenes". Según comentan desde el Senda, existen programas permanentes de prevención a nivel familiar, escolar, laboral. "Son ámbitos en los que el servicio ha trabajado históricamente y estamos manteniendo estas iniciativas, siempre con la perspectiva de llegar a más personas. Por eso, el programa de prevención universal para escolares dejó su formato impreso, que nos limitaba según el presupuesto y era poco ecológico. Hoy está en formato online, lo que nos permite llegar a más establecimientos y escuelas. Para enfrentar la brecha de conectividad, también tenemos una alternativa offline". "Pero uno de los énfasis que tenemos como servicio es la prevención en la comunidad y en el territorio, porque el consumo de drogas es un fenómeno que tiene particularidades diversas en todo el país". Para ello, no sólo han recogido la experiencia con el modelo islandés Planet Youth, sino que están ampliando a 241 comunas la cobertura del programa Senda Previene, y triplicando la cobertura de una estrategia comunitaria para llegar a barrios de más de 190 comunas. "Además, impulsando una estrategia que nos permitan intervenir antes de que un consumo se transforme en problemático, a través de dispositivos de detección breve y referencia a tratamiento", sostienen.

https://www.emol.com/noticias/Nacional/2023/05/15/1094919/chile-consumidor-drogas-senda-narcotrafico.html

 

 

Narcocultura y construcción de sentidos de vida y muerte en jóvenes de Nayarit

América Tonantzin Becerra Romero *

Universidad Autónoma de Nayarit.México

Resumen:Los jóvenes son un grupo social que muestra interés en productos culturales cuyos temas centrales son el tráfico de drogas como películas, series de televisión y música; sin embargo, la relación que establecen con estos productos va más allá de ser una moda, ya que los contenidos pueden incidir en sus expectativas y proyectos de vida. Con base en ésto se realizó una investigación cualitativa mediante grupos de enfoque y entrevistas, para analizar los significados y sentidos que generan jóvenes de Nayarit, México, a partir de los narcocorridos y narcoseries que consumen; en esta entidad se ha incrementado notoriamente la presencia tanto del narcotráfico como de la narcocultura. Los resultados muestran aspectos que destacan dentro de las significaciones que los jóvenes crean: el poder y la riqueza como dispositivos de reconocimiento social, la violencia como rasgo de superioridad y los sentidos de vida y de muerte vinculados al narcomundo.

Hablar de jóvenes es referirse a uno de los grupos más importantes por su presencia demográfica y por el papel que juegan en las transformaciones sociales. México en particular es predominantemente joven; de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) de los casi 120 millones de habitantes, poco más de 30 millones, el 26%, son jóvenes de entre 15 y 29 años de edad.1 A pesar del potencial que representan para el desarrollo económico, en el país se ha incrementado el número de jóvenes que viven en condiciones de vulnerabilidad económica y social. Si bien la pobreza existe en todos los grupos de edad, en los jóvenes es particularmente elevada: ser joven en México es ser propenso a ser pobre; pero, la pobreza es un destino obligado si además se vive en una zona rural, si se es indígena y aún más, si se es mujer.2

En este entorno la construcción de los proyectos de vida de los jóvenes se torna incierto. Dadas las condiciones de pobreza de las cuales es difícil salir por la falta de recursos materiales y simbólicos, un creciente número ingresa al crimen organizado, específicamente al tráfico de drogas, con los riesgos que ello implica: una de cada tres personas desaparecidas en el país son jóvenes de entre 15 y 24 años de edad.3

La incorporación de jóvenes al narcotráfico no solo responde a las condiciones estructurales, sino también a los imaginarios sociales en los cuales dicha actividad representa una alternativa viable ante las condiciones de precariedad y exclusión social en que viven. En la configuración de dichos imaginarios participan de manera importante las prácticas y productos culturales de la narcocultura.

Investigadores como Astorga (2004), Córdova (2007 2012) y Valenzuela (2010 2018), han puesto de manifiesto que las expresiones de la narcocultura deben considerarse como formas simbólicas a través de las cuales se idealiza al narcotráfico y a los personajes que participan en él, y tienen un alto potencial para generar ilusiones e imaginarios en grupos específicos como los jóvenes.

En este trabajo se conceptualiza a la narcocultura como un basto conjunto de elementos simbólicos, reglas y comportamientos que conforman visiones del narcomundo las cuales son compartidas por diferentes grupos sociales, incluso los que no participan en el tráfico de drogas.

Retomando a Giménez (2005a) se puede decir que al igual como sucede en todo fenómeno cultural, la narcocultura se desarrolla a través de procesos indisociables de exteriorización e interiorización de significados: se expresa u objetiva en forma de artefactos o comportamientos observables, también denominados como formas simbólicas, y se interiorizan en las personas a través de esquemas cognitivos o representaciones sociales.

Entre las expresiones objetivadas de la narcocultura se pueden mencionar los narcocorridos, narcoseries televisivas, narconarrativas o narcoliteratura, las películas con narcodramas, la narcoarquitectura, objetos religiosos, videojuegos y vestimenta y lenguaje vinculados al tráfico de drogas.

Valenzuela (2010 2018) señala que más allá de las expresiones objetivadas, la narcocultura debe entenderse como procesos y dispositivos que participan en la construcción de sentido y significado del mundo, de vida y de muerte, a partir de procesos intersubjetivos, y ejerce un poder de fascinación en las sociedades que no deriva de los cantos populares en sí, sino de las expectativas de vida que genera. A través del estudio de narcocorridos, Valenzuela identificó códigos vinculados al narcomundo como el poder, los atributos asignados a los traficantes, los sujetos que participan en el tráfico de drogas, el territorio, y las representaciones del hombre y la mujer.

No obstante, los procesos de apropiación por las audiencias son heterogéneos, ya que la interiorización y significación de los códigos integrados a las formas simbólicas están anclados a los sistemas de representación de los diferentes grupos sociales.

En la producción de formas simbólicas de la narcocultura se establecen o marcan determinados contenidos, pero en el momento de la recepción e interiorización estos se “liberan” y dan pauta a una variedad de sentidos, incluso ajenos a los propósitos de sus creadores. Su interiorización implica la generación de significados a través de los cuales los jóvenes las interpretan, valoran e incorporan a su vida dependiendo de los intereses y necesidades personales, así como de las características del entorno social.

Este documento expone los resultados de una investigación enfocada a analizar las implicaciones de la narcocultura en la construcción de sentido de vida y muerte en jóvenes; en específico se enfocó al estudio de las representaciones o referentes simbólicos que los jóvenes distinguen en la narcocultura, así como a los significados que adquieren en sus expectativas y proyectos de vida. La indagación se llevó a cabo con jóvenes de Nayarit, entidad donde se han incrementado sustancialmente los eventos característicos del tráfico de drogas, y de manera paralela se ha multiplicado la difusión de productos de la narcocultura, principalmente los narcocorridos y las narcoseries.

Los narcocorridos son producciones musicales derivadas del corrido mexicano cuyos temas hacen énfasis en la vida, trayectorias y vicisitudes de los traficantes, así como del estilo de vida narco y las particularidades del negocio del tráfico de drogas como las estrategias, enfrentamientos y recursos empleados. Las narcoseries son productos televisivos que retoman elementos del melodrama tradicional y los combinan con la tragedia y la acción para recrear tramas del tráfico de drogas.

En particular se seleccionaron jóvenes que viven en el municipio de Xalisco, ya que a escala estatal es el de mayor incidencia de sucesos relacionados con el narcotráfico; es decir, se analizaron cualitativamente las significaciones de la narcocultura en un entorno que se reconoce la presencia del tráfico de drogas.

Revisión teórica

La investigación se sustenta en tres pilares teóricos: el primero corresponde a la perspectiva desde la cual se concibe a la narcocultura; el segundo se refiere a la construcción de sentido de vida y de muerte que los jóvenes realizan desde las formas simbólicas de la narcocultura, y el tercero define a la juventud como una construcción social.

Cultura y narcocultura como sistemas simbólicos

Este trabajo se posiciona en la perspectiva semiótica y estructural de la cultura, ya que se considera que la narcocultura tiene que ver con la construcción de expresiones simbólicas que establecen significados compartidos sobre el narcotráfico. El texto no presenta una revisión exhaustiva del concepto de cultura, pero pone en relieve ejes teóricos que permitan comprender la narcocultura como un fenómeno de carácter simbólico y contextual, ligado a los entramados del tráfico de drogas.

Derivado de sus aportaciones de la escuela antropológica, en la década de los setenta Clifford Geertz conceptualizó a la cultura desde una postura que rebasó la visión descriptiva de los objetos materiales, artefactos, ritos y creencias para llevarla al plano simbólico. La cultura según Geertz (1973) se entiende como urdimbre de significación, una jerarquía estratificada de estructuras significativas que se producen, perciben e interpretan. Desde esta perspectiva la sociedad se desarrolla a través de complejos sistemas de signos que organizan y dan sentido a la totalidad de las prácticas sociales. Este cambio en la conceptualización de la cultura es importante ya que da énfasis a las personas y a los procesos de significación y producción de sentido, mediante acuerdos sociales o códigos que llegan a construir visiones del mundo que nos rodea.

John Thompson denominó a este enfoque como concepción simbólica de la cultura y la caracterizó como el patrón de significados incorporados a las formas simbólicas, “en virtud de los cuales los individuos se comunican entre sí y comparten sus experiencias, concepciones y creencias” (Thompson, 2006:197). Sin embargo, agregó el aspecto estructural dentro de la conceptualización de la cultura ya que las formas simbólicas (acciones, objetos y expresiones significativas), siempre se insertan en contextos y procesos estructurados histórica y socialmente, los cuales definen su producción, transmisión y recepción.

Gilberto Giménez retomó ambos planteamientos y señaló que no existe una organización social que pueda concebirse sin la dimensión simbólica de la cultura; sin embargo, no se trata solo de ejercicios de producción y decodificación, sino que las significaciones constituyen “instrumentos de intervención sobre el mundo y un dispositivo de poder” (Giménez, 2005b:71). Las prácticas culturales, explica el autor, se desarrollan en instituciones poderosas como el Estado, la iglesia y los medios masivos de comunicación que administran, explican y dan sentidos específicos a los fenómenos sociales a través de operaciones como jerarquización, marginalización y exclusión. Esto deriva en un mapa cultural “donde impositivamente se asigna un lugar a todos y a cada uno de los actores sociales” (Ibid.:73).

Las realidades culturales son resultado entonces, de la aplicación constante de esquemas de percepción y acción4. Desde esta perspectiva se entiende que la narcocultura integra patrones de significados a través de formas simbólicas contextualizadas sobre el tráfico de drogas. El narcotráfico ha generado un campo de relaciones sociales complejas donde no sólo participan los traficantes y las instituciones gubernamentales como actores visibles, sino otros más difíciles de identificar entre los que se encuentran “los encargados de la representación simbólica del fenómeno, aquellos que le otorgan determinado sentido, imponen y llegan a monopolizar en ciertas situaciones los códigos éticos en función de los cuales será percibido” (Astorga, 2016:17). Es aquí donde intervienen los productores de narcocultura, como difusores de expresiones y productos culturales vinculados al narcomundo.

En esta perspectiva el análisis de la narcocultura implica tomar en cuenta los procesos específicos y socialmente estructurados desde los cuales se producen, transmiten y reciben las formas simbólicas relacionadas con el narcotráfico.

Si bien no existe una definición unánime del concepto, existen tres ámbitos desde los cuales se ha analizado la narcocultura simbólicamente: como formas simbólicas del narcomundo, como elemento generador de expectativas de vida y como factor que favorece la legitimación del tráfico de drogas. Estos ámbitos se entrelazan al poner al descubierto la carga simbólica a través de la cual se crean representaciones e imaginarios sociales que llegan a convertirse en aspiraciones y anhelos sobre el narcomundo, e inciden en los procesos de naturalización e institucionalización social del narcotráfico (Becerra, 2018).

En este trabajo la narcocultura se entiende como un conjunto dinámico de símbolos relacionadas con el tráfico de drogas que se produce y a la vez se materializa en diversas esferas sociales como los medios de comunicación masiva y las tecnologías móviles, las narrativas populares, así como en espacios cotidianos como la escuela, el barrio o la familia; asimismo, se moldea en la interacción de las culturas rurales, tradicionales y urbanas. Implica

la incorporación del narcomundo y sus opciones como referente que participa en la definición de proyectos y sentidos de vida (y de muerte) de millones de personas que participan en alguna de las actividades del narco y de quienes se ven implicados en sus entramados (Valenzuela, 2018: 507).

Concebir la narcocultura desde esta perspectiva permite rebasar el análisis en términos de estética o cultura objetivada, para posicionarla como un universo de significados sobre uno de los fenómenos de mayor presencia en la sociedad, que se sustenta en la desviación social, la transgresión, la paralegalidad, la violencia y la muerte. Sin embargo, las significaciones que puede generar no solo dependen de la oferta de productos culturales y el acceso a ellos, sino también de las disposiciones que toman las personas ante el conjunto de simbolismos que la integran.

La narcoculturaen la construcción de sentidos de vida y de muerte

El desarrollo de la semiología en el siglo XX permitió comprender que la significación es un proceso mediante el cual los individuos reconocen los objetos reales e imaginarios y los asignan o vinculan a signos. El sentido ligado a dichos objetos se construye en procesos más complejos ya que intervienen los elementos contextuales. El significado es la organización del contenido asignado a un término dentro de un sistema semiótico; de ahí que una palabra puede tener un significado, pero su sentido puede variar de acuerdo al contexto en que se expone.

Desde la psicología social, Moscovicci (1979) propuso la perspectiva de las representaciones sociales para analizar la forma en que se construyen los significados en la vida cotidiana y los diferentes grupos sociales a manera de conocimientos de sentido común, que derivan en comportamientos y acciones de los individuos en contextos específicos.

En la vertiente teórica de los Estudios Culturales, Stuart Hall (1997) planteó la producción de sentido sobre la realidad material y simbólica como una construcción social basada en el lenguaje. Los signos constituyen lo que se denomina como “sistemas de sentido de nuestra cultura.”

En la misma perspectiva, Williams (1980) planteó un cambio en la visión de la cultura al ponerla en relación tanto con la dimensión productiva de la sociedad o lo que en términos marxistas se denominó la base estructural, como con factores de la superestructura. Asimismo, señaló la necesidad de reconocer las conexiones indisolubles que existen entre la producción material y la conciencia: el estado de las fuerzas productivas, las condiciones económicas, el régimen socio-político, la psiquis del hombre social y las numerosas ideologías que reflejan las propiedades de esta psiquis. Pero, estos elementos no son áreas separadas, sino actividades y productos totales y específicos de los individuos.

A pesar de las diferencias en las perspectivas de origen, las tres vertientes anteriores tienen elementos en común que pueden recuperarse en el análisis de la narcocultura. Se puede decir que la construcción de sentido de vida y de muerte se genera mediante procesos de interiorización y subjetivación de las personas, con base en las representaciones que permiten codificar y decodificar los productos culturales, dentro de contextos histórico sociales determinados.

Los productos de la narcocultura exponen al narcotráfico como una actividad ilegal y a la vez como una forma de vida que se legitima frente al abandono de los grupos con menores recursos económicos y sociales por parte del Estado. El narco se convirtió en “otra forma de vida donde todavía es posible ascender en la escala económica y social, sin tener que pasar necesariamente por los circuitos tradicionales de las actividades legales, por la escuela o la política, aunque tampoco fuera de ellos completamente” (Astorga, 2004:78).

Como oferta de sentido, la narcocultura tiene un alto potencial para inducir deseos y esperanzas, sobre todo en jóvenes que viven en condiciones precarias. Los ensueños que genera probablemente tienen que ver con “la necesidad y las aspiraciones de ascenso en la estructuración social, e incluso con el resentimiento y los deseos de venganza social” (Córdoba, 2007:117).

De manera particular Valenzuela (2010 2018) hace referencia tanto al sentido de vida como de muerte vinculado al narcomundo a manera de dualidad, como coexistencia de ambos fenómenos en la definición de sentido que construyen los jóvenes a partir de los sistemas de referencia y el entorno social. Esto se puede observar entre otra situaciones, en el caso de los tonas (quienes se la juegan por el todo o nada) o los ponchis (niños que entran al sicariato).

No es que los tonas desconozcan los peligros que encierra el sicariato, el trasiego de drogas o de armas, el secuestro, el levantón, la cobranza u otras narcoactividades, las conocen y asumen costos y riesgos, pero entre más se cierran los canales formales para la generación de proyectos de vida de los jóvenes, más se fortalecen las opciones emanadas de la informalidad, la paralegalidad y el narcomundo. (Valenzuela, 2012:100)

Al construirse y desarrollarse los propósitos de vida, también se define de manera paralela, el sentido de la muerte. La narcocultura integra de igual forma, a manera de luces y sobras, las trayectorias y sentidos de vida y muerte de los capos, así como los que emanan en general del mundo narco; de ahí la necesidad de analizar las implicaciones que puede tener en grupos de jóvenes en contextos específicos.

Jóvenes y condiciones juveniles

Desde el ámbito académico el estudio de los jóvenes y las juventudes se ha realizado a través de diferentes enfoques, algunos hacen énfasis en la edad y las etapas de vida, otros se guían por los fundamentos de la instrucción de los niños y jóvenes; desde ambos, la concepción de la juventud resulta estática, homogénea e independiente de los contextos históricos y culturales. A fin de rebasar dichas limitantes, esta investigación se sustenta en la perspectiva sociológica que destaca su condición cambiante, situada, histórica y relacional. Por lo tanto, el concepto de juventud en sí mismo no define a los diversos grupos juveniles, sino que es una construcción social.

La juventud alude a construcciones heterogéneas, históricamente significadas dentro de ámbitos relacionales y situacionales. Ubicar la condición histórica de los estilos de vida y praxis juveniles supone reconocer su diversidad y transformación en el tiempo; por ello, la conceptualización de las juventudes requiere reconocer su condición diacrónica y polisémica (Valenzuela, 2009:327).

Hasta mediados del siglo pasado la configuración de la juventud se podía explicar a partir de ámbitos claramente delimitados como la clase social, el trabajo, la familia o la etnia; sin embargo, el deterioro económico, laboral, jurídico y político propició la apertura a otros entornos como las industrias culturales o incluso a instancias ilegales y paralegales. Como consecuencia se han generado modificaciones sustanciales en los elementos que intervienen en la autodefinición de los jóvenes y de sus proyectos de vida.

De acuerdo con Reguillo (2000), para finales del siglo XX los procesos que volvían visibles a los jóvenes era la reorganización económica y productiva, el discurso jurídico y, sobre todo, la oferta y consumo cultural, éste como espacio al que se han subordinado las demás esferas constitutivas de las identidades juveniles.

En la actualidad la elevada vulnerabilidad social y económica aumenta la incertidumbre de los jóvenes sobre sí mismos y su relación con el entorno social. Reguillo (2010) señala que para muchos jóvenes su desafío central consiste en “reapropiarse” o “reinscribir” su biografía en contextos que consideren más estables, aún con mínimas certezas de lealtades, solidaridades y reconocimiento. Asimismo, plantea que una de las instancias clave que operan como espacios para la “reinscripción” del yo juvenil son las estructuras del crimen organizado y el narcotráfico.

Los jóvenes son agentes elementales dentro del narcotráfico. La Red por los Derechos de la Infancia en México estimaba que para el 2011 colaboraban cerca de 30 mil niños y adolescentes en toda la línea del tráfico de estupefacientes. Una parte importante de los imaginarios sociales vinculados al narcotráfico se crean desde las narrativas difundidas en las canciones, las series de televisión, las películas y los relatos populares, todas ellas cargadas de simbolismos y representaciones de lo que es el narcomundo.

Estas condiciones se trasladan y ajustan a los contextos locales, de manera que se tornan en condiciones particulares desde las cuales se desarrollan los jóvenes y construyen sus proyectos de vida.

Condiciones juvenilesen Nayarit

Nayarit se localiza en la región noroccidente de México. La entidad posee una limitada productividad económica e históricamente es una de las que menos porcentaje aporta al Producto Interno Bruto nacional. En la actualidad presenta dos polos de crecimiento: el primero en la costa sur, apuntalado por el impulso turístico a la Riviera Nayarit, y el segundo en el centro donde se ubica Tepic, capital del estado, cuyo desarrollo partió de las políticas que priorizaron a este municipio como lugar para la inversión pública.

La entidad presenta un crecimiento altamente polarizado, con grandes desigualdades sociales y económicas que afectan de manera específica a los jóvenes debido a que se concentran en la capital los espacios laborales, de profesionalización y formación para el trabajo, las instituciones de salud y seguridad social, las actividades culturales y las instancias políticas y gubernamentales. Como resultado se genera el desplazamiento de jóvenes de los diversos municipios al centro de la entidad, sin garantías para mejorar sus condiciones de vida.

De acuerdo con el INEGI (2016), en 2015 el 26.3% de la población de Nayarit correspondía a jóvenes de entre 15 y 29 años, por lo que es uno de los grupos más numerosos en la estructura por edades de la población. Becerra y Hernández (2019), han resumido las desfavorables condiciones educativas y sociales de los jóvenes en esta entidad y de su incidencia en delitos como robos y narcomenudeo debido al incremento del crimen organizado a partir del 2010.

Como en el resto del país, el fortalecimiento del narcotráfico se acompañó de una fuerte dinámica cultural impulsada tanto por las industrias mediáticas como por las narrativas populares. Los narcocorridos son expresión clara de la presencia de la narcocultura en la población, lo cual se puede observar cuando uno transita en los espacios públicos ya que se escuchan narcocorridos desde los carros que transitan, los interiores de casas o pequeños comercios, y sobre todo en la numerosa audiencia que tienen los grupos musicales o cantantes de narcocorrido que se presentan en la entidad. En particular, se observa en la Feria Estatal que cada año se realiza en Tepic, donde entre el 50 y 65% de los grupos participantes cantan narcocorridos; los costos dependen del recinto: la explanada pública con entrada gratuita y el palenque de acceso exclusivo, de ahí que acudan personas de los diversos estratos económicos.

Asimismo, es palpable la difusión de narcoseries por los anuncios publicitarios que las promocionan; por ejemplo, a un costado de las instalaciones de la Universidad Autónoma de Nayarit se desplegó por varias semanas un espectacular con la imagen del personaje de Aurelio Casillas que invita a ver por televisión de paga la nueva temporada de El señor de los cielos. Esto muestra que como producto cultural, la narcocutura está disponible para los jóvenes en diversas formas simbólicas y diferentes tecnologías de acceso.

Metodología

El trabajo tuvo un enfoque cualitativo, debido a que los objetivos de la investigación demandaban profundizar en los significados de la narcocultura desde la perspectiva de los sujetos.

El método fenomenológico permitió rescatar las experiencias de los jóvenes, tal y como son vividas y percibidas por ellos mismos. De acuerdo con este enfoque el investigador debe reducir la influencia de sus propias ideas y teorías previas, y hacer un esfuerzo por captar la realidad que se presenta de manera vivencial. Edmund Husserl, inventor del método fenomenológico, señaló la importancia de dar mayor fidelidad al “mundo de vida” y al “mundo vivido” de las personas. Con el tiempo se ha desarrollado y modificado la propuesta original, de manera que en la actualidad existen diversas vertientes, aunque todas comparten premisas básicas: que la experiencia vivida es un elemento fundamental en las personas y que los comportamientos humanos se contextualizan por las relaciones con los objetos, las personas, los sucesos y las situaciones (Alvarez-Gayou, 2005).

El proceso de categorización fue deductivo-inductivo, se partió de categorías definidas a priori que posteriormente se modificaron con base en el trabajo de campo; como resultado se lograron dos categorías a manera de grandes temáticas de análisis.

1.     a) Los códigos o referentes simbólicos: hace referencia a la identificación de los códigos que los jóvenes distinguen en las formas simbólicas relacionadas con la narcocultura, así como su explicación a partir de los sistemas de representaciones a través de los cuales los interpretan y dan significado; y

b) El significado de los referentes simbólicos: contempla la interiorización de códigos de la narcocultura y su implicación en los propósitos, proyectos y expectativas de los jóvenes.

El trabajo de campo se hizo mediante la visita a dos centros educativos públicos, uno de preparatoria y el otro de nivel superior, en cada uno se realizaron dos grupos de enfoque; los jóvenes se integraron voluntariamente a la investigación una vez realizada la invitación en los salones de clase, con autorización de autoridades escolares. Además, a través del acercamiento directo se pudo contactar a cuatro más con quienes se realizaron entrevistas semiestructuradas. En total participaron 26 jóvenes, entre 15 y 21 años de edad, con un promedio de 19 años; 16 hombres y 10 mujeres. 

El total de los y las jóvenes seleccionados viven en localidades del municipio de Xalisco, Nayarit, el cual se encuentra de manera conurbada con la capital del estado. Desde el 2010 en este municipio se han presentado múltiples eventos relacionados al narcotráfico como ejecuciones, enfrentamientos entre cárteles, operativos militares, desmantelamiento de laboratorios de drogas sintéticas y ubicación de fosas clandestinas. Ello implica que los y las jóvenes conviven en entornos de narcotráfico; algunos indicaron tener familiares o amigos que participan en el tráfico de drogas, y los entrevistados expresaron aspiraciones por integrarse a esta actividad.

Se pudo detectar que los y las jóvenes seleccionados pertenecen a hogares con bajos ingresos económicos, ya que estos fluctúan entre los 3 mil 500 y los diez mil pesos mensuales. En el caso de los estudiantes de preparatoria algunos dijeron no están seguros de lograr una licenciatura por que tienen incertidumbre de aprobar el examen de ingreso a la universidad pública o por la insuficiencia de recursos en la familia; además, tanto en ellos como en los de primer año de licenciatura se encontraron jóvenes que han tenido que trabajar para obtener ingresos económicos. Esto denota que de manera general viven en condiciones de precariedad y vulnerabilidad. Con el fin de proteger su integridad se omitirán las identidades personales.

Resultados

Los resultados se exponen con base en las categorías de análisis planteadas; para enriquecerlos, se incluyen extractos de las declaraciones hechas por los participantes.

Los referentes simbólicosque los jóvenes distinguen en la narcocultura

Los jóvenes coinciden en que en los últimos años se ha incrementado en Nayarit la difusión de producciones culturales relacionadas con el tráfico de drogas, lo cual observan en los espacios donde se desenvuelven, tanto públicos como privados. De las diversas expresiones de la narcocultura, consumen principalmente las narcoseries y los narcocorridos. Las primeras son preferidas porque contienen drama, acción y “adrenalina”; mientras, el gusto por los segundos deriva de los anclajes que tienen con géneros como los corridos, la banda y la canción ranchera, de ahí que se escuchan en combinación con este tipo de melodías.

Se me hacen interesantes, vi la [serie] de El Chapo, la de El Chema, El señor de los cielos, la [película] de Cara cortada, nada más la [serie] de La piloto no me gusta. Las canciones son las que más escucho, en todos lados, con mis amigos y mi familia […] hablan del dinero y del poder […] mi mamá dice que por qué escucho eso, que son puras tonterías, yo no las tomo como críticas sino que ella escucha otro tipo de canciones, pero van saliendo más canciones y te agradan (Declaración de un joven).

Más allá del gusto, los jóvenes generan significados y sentidos a partir de los cuales los interpretan e interiorizan; dichos significados se vinculan a las experiencias personales así como a los contextos sociales en que se desenvuelven, como declaró un joven:

La situación en la que nos encontramos, la región de todo Jalisco y Nayarit, casi la mayor parte de la sociedad tanto jóvenes y adultos hemos escuchado un narcocorrido y nos sabemos algún narcocorrido y lo tenemos en nuestra mente. Al lugar que vayamos, siempre se va a escuchar un narcocorrido, hasta en las fiestas infantiles se escuchan, entonces como que nadie está libre de esto. Todo el mundo los escuchamos, pero no todos se identifican con ellos (Declaración de un joven).

Lo que más llama la atención de la gente joven es la representación que se hace del poder y la riqueza que logran los capos, ya que les permite adquirir reconocimiento y respeto social. Ellos identifican este tipo de poder con la posibilidad de dominio y control que tienen sobre todo lo que les rodea: situaciones, territorios y recursos, así como con la capacidad para corromper al gobierno, y de dar muerte a otros. Además, ubican la riqueza como el medio para tener todo tipo de lujos.

En la serie mostraban al traficante como que hace lo que quiere, comprando gente y cosas así para lograr su objetivo y eso es poder, que esa persona tiene poder y autoridad sobre otras personas (Declaración de un joven).

Sin embargo, no basta con tener poder y riqueza sino que es necesario exhibirlo para tener distinción social, de ahí que los jóvenes que pretenden este estatus requieren asumir la apariencia del estilo de vida narco, participen o no en el tráfico de drogas. Esta representación inicia con el cuerpo de los propios jóvenes ya que se convierte en un medio de expresión de este estilo de vida, por lo que cobran relevancia la vestimenta, el lenguaje, las posturas, los gestos y la forma de caminar. De acuerdo con las declaraciones, algunos jóvenes tratan de imitar lo que ven en los videos musicales o las narcoseries: la forma como visten los artistas, las expresiones verbales como “fierro”, “compa” y “arremangados”, y tratan de comportase de manera altiva y con superioridad. Señalan también que algunos no están dentro del narcotráfico, pero tratan de imitar lo que ven en las series para convencer a otros de que son poderosos.

Lo que atrae es tener los lujos del narco, principalmente es el modo de vida lujoso que muestran de ciertos traficantes y son fuertes en el negocio y se dan muchos lujos. Es como que lo que más apantalla y los jóvenes también quieren apantallar de la misma manera en que hacen los traficantes (Declaración de un joven).

Como indica Nateras (2016) ante el quiebre de sentidos, de significados de las instituciones y la ausencia del Estado para procurar seguridad, justicia social y satisfacer las necesidades mínimas, “el narcotráfico surge como instancia identificatoria para una parte de nuestras juventudes, porque ofrece la posibilidad de construir un lugar y un prestigio social” (Nateras, 2016:37).

Otro elemento que los jóvenes resaltan de la narcocultura son las representaciones que se hacen de la violencia como elemento inherente al tráfico de drogas. El significado que le dan tiene dos sentidos: por una parte la relacionan con acción, emoción y escenas fuertes; en particular, encuentran excitante la portación de armas de fuego y los enfrentamientos armados. Por otra, la entienden como el recurso de superioridad obligado para la defensa y control del territorio, el negocio, la familia y los amigos frente a la amenaza que representan los otros.

Si vas a querer poder vas a tener que aplacar a todos los demás, como quien dice. Poder para tener todo el país o todo el continente, ser dueños de todas las plazas del tráfico, que ellos nomás vendan en todo el país digamos, y que nadie más haya (Declaración de un joven).

Los dos significados propician que los jóvenes dejen en segundo plano la violencia en sí misma a la vez que destacan valores como la valentía, la hombría, la lealtad y el arrojo, los cuales se convierten en atributos de distinción dentro del narcomundo. Asimismo, adquiere sentido para la integración y reconocimiento grupal dentro de la ilegalidad, esto se puede observar en la atracción que sienten por corridos que hablan de las cualidades de los traficantes.

Me gustan los corridos, se me hace padre […] Me gusta Gente de accionar, habla de que siempre van a estar accionando, dicen que como quien busca encuentra y que no se va a quedar con los brazos cruzados si alguien se mete con él, eso me gusta. No son dejados, que hacen las cosas de otra manera, como ilegal (Declaración de un joven).

Lipovetsky (2007) señala que ante la disolución de las reglas familiares y comunitarias, los individuos tienen que definirse eligiendo modelos de referencia que encuentran en el contexto, algunos lo hacen a través de cuestionamientos sobre sí mismo; pero en otros, la violencia se materializa como forma para “ser alguien”; es decir, se establece como un vector de descollamiento personal.

En los varones la violencia tiene que ver con representaciones identitarias ligadas al género. Como indica Cruz (2016) las prácticas sociales de la violencia son una oportunidad de identificación y subjetivación de la masculinidad y de ser hombre, “la performatividad de género y de su vínculo con la violencia como elemento inherente del sentido de sí mismo, al parecer, hace a algunos hombres efectivamente, proclives al ejercicio de dicha violencia” (Cruz 2016:168). Una joven señaló:

Hay chavos que hablan mucho de esas canciones y se imaginan cómo se verían con armas, carros deportivos y mujeres a sus pies (Declaración de una joven).

Los jóvenes pueden encontrar en la narcocultura elementos que coinciden con las expectativas de los jóvenes y detonan significados de la violencia del narcomundo en configuraciones propias de ser y vivir. Como dijo una participante:

Además de lo que escuchan les interesa el narcotráfico como un empleo o una vida. Es una decisión de cada quién, sobre qué quiere hacer con su vida (Declaración de una joven).

Referentes simbólicos de la narcocultura en los proyectos y expectativas de vida de los jóvenes

A través de las declaraciones se observaron tres factores que favorecen la imbricación de los códigos de la narcocultura con sus expectativas:

1.     1) La representación del origen humilde y de pobreza de la que partieron los traficantes, como indicó un entrevistado: “de cómo empezaron así, su vida; antes cómo eran pobres y ya pues, todo lo que tienen”;

2) el entorno social que los rodea: “por como están las cosas ahora, de que las balaceras y ese tipo de cosas y para algunos es padre seguir esas cosas, ese tipo de vida y tener sus lujos”; y

3) la posibilidad de integrarse al tráfico de drogas: “ahorita estamos de que la gente ve mucho de que las personas pueden inmiscuirse en ese ámbito fácilmente, entonces yo creo que también eso influye”.

Los jóvenes coinciden en que la mayor parte de lo que se dice en los narcocorridos y se muestra en las series es real.

Hay mucha gente que no sabe, o que dice “eso es mentira” pero realmente sí pasa. Uno no se da cuenta pero, así como lo cuentan es lo que pasa realmente; pero pues hay gente que sabe un poquito más de eso. Y quizá sí atrae a uno porque ¿qué prefieres, un cuento que sea mentira o algo que sea real? ¿Una historia ficticia o una real? ¿Qué te estén contando un cuento y al final te digan: “no pues es mentira”, o que te digan: “esto sí pasó”? (Declaración de un joven).

Asimismo, reconocen que las principales representaciones de la narcocultura se centran en el poder y en la riqueza, aunque no son totalmente afines a ellas; algunos hombres se identifican con la idea de tener los carros, el dinero, las mujeres que traen los narcos y su estilo de vida. En comparación, los cuatro entrevistados coinciden en anhelar el carácter, tenacidad y valentía con que se les representa a los traficantes, como muestran los siguientes testimonios:

Me gusta la manera como ellos [los traficantes] ven la vida: siempre queriendo más, el reto (Declaración de un joven).

Más que nada me gusta cómo es que fueron de niños y que cuando algo lo quieren sacar adelante, lo hacen hasta que lo consiguen (Declaración de un joven).

[Los narcocorridos] hablan de gente por así decirlo batallando para poder salir adelante. Tal vez sí sea en el narcotráfico y sí la droga y todo, pero es lo que hace uno para salir adelante (Declaración de un joven).

Estas significaciones corresponden menos a propósitos de posesión de riquezas materiales, y más a configuraciones simbólicas de lo que debe ser y hacer un joven para salir de la pobreza. Es decir, se anclan a los atributos de valentía y tenacidad que la narcocultura suele asignar a los traficantes y a los cuales se sujetan los jóvenes como virtudes masculinas reconocidas en su entorno social.

Para el caso de las mujeres, si bien los jóvenes reconocen en la narcocultura representaciones femeninas de traficantes exitosas, en su entorno solo identifican afinidades con las que se exponen como acompañantes de los grandes capos.

Al igual que los hombres igual escuchan pura música de esa […] las mujeres denominadas como buchonas son así como más fresas, pero les gusta la banda y todas esas cosas y también usan ropa muy extravagante y van muy arregladas (Declaración de una joven).

Yo creo que pretenden llegar a ser esposa del líder del cartel o del mero mero porque pues, tendría dinero (Declaración de un joven).

En las mujeres las significaciones se orientan a proyectos de vida determinados por la visión tradicional de género en el narcomundo: atractivas físicamente y subordinadas al mando de un hombre que las provee de protección y riquezas.

A continuación se exponen fragmentos de una entrevista realizada a uno de los jóvenes. Tiene 17 años, a los 15 dejó la escuela preparatoria para trabajar como dependiente en una zapatería, ocho horas al día por 600 pesos a la semana; sin embargo, el elevado esfuerzo y el salario precario lo llevaron a renunciar, por lo que su mamá lo obligó a regresar a la escuela, aunque él no estuviera de acuerdo. Es tímido y su fisonomía es la de un adolescente que no hace mucho dejó la niñez; de hecho, sus facciones y gestos son aniñados, rasgos que contrastan con su gusto por las armas, la violencia y el tráfico de drogas.

Me gustan más los corridos, no soy de ver la tele, me gusta más escuchar música […] dicen del tráfico de drogas, cultivos y matanzas, secuestros; tal vez esté mal, pero nos llama la atención a varios. Te están contando cómo hacen las cosas y pues tú te quedas así de ¿qué onda? Te llama más la atención por cómo hacen las cosas y te hace que escuches y escuches para darte cuenta cómo está todo eso, porque ahí te cuentan cómo está todo eso, en las canciones.

[…] Escuchas los corridos para ver cómo está todo ahí, cómo se maneja todo, cómo se hacen las cosas, no tienes que ser traicionero o doble cara o algo así porque luego te va mal, y una que otra canción te dicen eso.

[…] Yo no siento poder, porque nomás escuchas una rola. Pero sí creo que a otros les provoque estar en esas situaciones, mucho. Por lo que uno ha visto y en las canciones te cuentan un poquito más [del narcotráfico], pero pues ya con lo que has visto pues te llama la atención. Primero tienes que ver bien cómo está todo el rollo, para antes de meter los pies.

[…] Yo pienso que si les gusta [el narcotráfico], eso no va a cambiar de que hay peligros ¿edá?, mientras les guste o les llame la atención y si están bien decididos yo pienso que nada va a ser echarse pa’ atrás porque ya saben a qué le tiran y eso no va a cambiar. Si me llegó [la muerte] pues me llegó, y ya. Ya los que le tiran a eso saben que puede ser cualquier día.

[…] Eso de traer carrazo y eso, no se me hace. Me gusta más tener armas, más violencia. Sí me gustaría vivir algo así, sí te llama la atención, como quien dice andar como que tirando bolitas5, y pues acá, siempre con algo para defenderme por si algo me llegara a pasar; no acá con carrazos y eso. Es más adrenalina que estar acá nomas esperando a que llegue el dinero. La vida común, la escuela, es más aburrida.

[…] Uno que otro sí le entraría [al narcotráfico]. Yo pienso que yo también le entraría, no me gustaría que me llegaran a matar, pero sí me gustaría. La muerte es algo que va a llegar, pero pues estoy chico, pero todavía no la quiero buscar, pero pues ya entrado, pues ya ni modo, pero pues sí como que tantito le corro.

[…] Es por la emoción y por el dinero. Casi todos los que llegan [a traficar] ya hacen su casita al menos, y tu casita es tuya, nadie te la quita.

La atracción por los narcocorridos deriva del interés por saber cómo se realiza la producción y la venta de drogas, sus particularidades, organización, estrategias y personajes importantes con el fin de evaluar el ingreso a la actividad, saber los riesgos del trabajo y la forma de enfrentarlos. Estos contenidos llegan a ser un marco de referencia para tomar decisiones apoyadas en procesos de valoración y elección que se traducen en acciones, no obstante, impliquen vivir en condiciones de ilegalidad y transgresión.

Tal como indica Valenzuela (2018), la narcocultura sirve como referente en la inserción del narcomundo en la definición de sus proyectos y sentidos de vida y de muerte. En este caso, los jóvenes encuentran afinidades entre sus aspiraciones y lo que la narcocultura y el narcotráfico les ofrecen como proyecto de vida, ligada al riesgo de muerte.

Comentarios finales

Como se planteó en la revisión teórica, la narcocultura integra un complejo y dinámico sistema de signos que dan sentido a los objetos, situaciones, individuos y prácticas vinculadas al narcomundo según los contextos sociales en que emergen. En el caso de los jóvenes, dichos sentidos se crean a partir de las condiciones juveniles en que se desenvuelven; de ahí que, para algunos representan espacios de entretenimiento y diversión, en tanto otros los consideran como referentes para decidir su ingreso al tráfico de drogas. Trasladando los planteamientos de Giménez (2005a) se puede decir que las formas simbólicas de la narcocultura asignan un lugar a cada uno de los componentes y actores sociales del tráfico de drogas; pero, su interpretación les permite a los jóvenes posicionarse ante el fenómeno del narcotráfico e intervenir en él, tomar decisiones, actuar y asumir comportamientos que pueden ir desde el rechazo hasta la aceptación.

Entre las significaciones que los jóvenes dan a las representaciones del narcotráfico se encuentra su reconocimiento como una actividad ilegal y transgresora que asegura el enriquecimiento de los traficantes, y que se justifica ante la falta de oportunidades. Sin embargo, las significaciones más palpables son las que tienen que ver con sus condiciones de juventud y de género estructuradas por los contextos locales. Las representaciones de poder, riqueza y violencia de la narcocultura son interpretadas a la luz de dichas condiciones, de ahí que ellos destaquen aspectos como el poder, la acción y emoción al límite, la valentía, virilidad, capacidad de protección y provisión masculina, así como la subordinación de la mujer según el rol tradicional.

El consumo de productos de la narcocultura o el gusto por las representaciones implícitas no determina en sí la participación de los jóvenes en el tráfico de drogas; sin embargo, si en su sistema de representaciones se visualiza la necesidad de transitar y sobrevivir en entornos que los configuran como individuos vulnerables, es factible que los contenidos se interioricen como una opción de vivir válida, pese a que constituyan representaciones de riesgo y violencia; como señala Valenzuela (2018), la narcocultura se transforma en marcos de referencia que definen la vida y la muerte.

En estas condiciones los porcesos de interiorización permean los proyectos de vida de los jóvenes, que no se reduce a la manera de lograr ingresos económicos, sino que influyen en la definición de lo que son como individuos y sujetos sociales. Los jóvenes asumen como problema personal su posición de desventaja social y su imposibilidad para mejorar sus condiciones de vida a través de la escuela y el trabajo, así como la presión social por ser exitosos en su entorno; a esto habría que agregar el valor de las experiencias, aspiraciones e imaginarios generados desde el contexto de narcotráfico en que se han desenvuelto de manera cotidiana. Esto es el sustrato donde se asientan los códigos y representaciones de la narcocultura como un modo y estilo de vida. Son proyectos de presentismo intenso (Valenzuela, 2009) y de muerte latente enmascarada en existencias intrépidas, que definen lo juvenil dentro del narcomundo.

Si, como señala Reguillo (2010), las condiciones juveniles arrancan a los jóvenes la certeza de su ‘yo’ y el control del curso de su vida, entonces en la narcocultura pueden encontrar rutas para su reapropiación aunque con garantías desdibujadas. No obstante, estas mínimas certezas pueden ser suficientes para trazar su futuro. Retomando a Nateras (2016) se podría decir que estas definiciones son parte de las estrategias de sobrevivencia que los jóvenes elaboran a fin de no ser borrados socialmente y diseñarse un lugar que los visibilice en la sociedad.

https://www.redalyc.org/journal/316/31661318006/html/

 

 

Dr. Iván Seperiza Pasquali
Quilpué, Chile
Mayo de 2022
Portal MUNDO MEJOR: http://www.mundomejorchile.com/
Correo electrónico: isp2002@vtr.net