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El fenómeno de la narcocultura, ha afectado diferentes aspectos culturales como la
música, la literatura, la moda, el arte, la arquitectura, costumbres y modo de
vida, vehículos, estética corporal, pero ante todo la normalización de la
violencia, el culto a las armas y el "todo vale".
¿NARCOCULTURA?
¿Es Chile un país "consumidor de
drogas"?: Las secuelas de la "inacción" del Estado, el exitismo
y el avance de la narco-culturaEx autoridades, expertos y desde el propio Senda
analizan los alcances y evolución del fenómeno, con una premisa: el país dejó
de ser lugar de tránsito y las sustancias ilícitas se comenzaron a quedar,
gracias a la alta demanda.1
15 de Mayo de 2023
Ex autoridades, expertos y desde el propio
Senda analizan los alcances y evolución del fenómeno, con una premisa: el país
dejó de ser lugar de tránsito y las sustancias ilícitas se comenzaron a quedar,
gracias a la alta demanda.
Sin consumidores,
ningún negocio puede mantenerse a flote. Esa es la premisa de cualquier
actividad económica; más simple aún: la oferta y la demanda, como principio
básico que sustenta la economía de mercado, y aquello también corre para las
economías ilegales.
Y aunque estas prácticas no tienen ninguna
novedad, el acelerado avance de actividades ilícitas trasnacionales ha llevado
a que en Chile se abran complejos desafíos en seguridad y prevención frente a
las drogas y su consumo; "producto" que pese a las cifras oficiales
de Senda, parece permear distintas capas sociales; aunque algunas con más
rimbombancia que otras. Y es que la narcocultura y el fácil acceso a las drogas
-especialmente marihuana y cocaína- ha llevado a que para muchos expertos en el
tema Chile hace rato haya dejado de ser un país de tránsito de estas
sustancias; hoy convive en una sociedad que parece tener una moral distinta a
la de antaño frente al consumo. Pero el diagnóstico también apunta a esa
"falta de preparación" que ha tenido el Estado ante un fenómeno que
se desborda hace años en la región; como si Chile, en el afán del cultivo de
una sociedad exitista, y muchas veces tuerto de si mismo ante la desigualdad,
no hubiera podido prever que, tarde o temprano, la globalización llegaría
-también- con sus efectos negativos. ¿Es hoy Chile un país consumidor de
drogas?, ¿qué tan fácil es el acceso a las sustancias ilícitas?, ¿por qué la
narco-cultura hoy se instala con fuerza en la sociedad?, ¿cómo y cuánto
incomoda a los barrios y a las élites? Expertos desglosan los datos y entregan
su perspectivas de un fenómeno que, dicen, preocupa y que exige celeridad para
enfrentarlo. Los últimos diagnósticos Una primera mirada, obligada, es la de
Senda. El servicio tiene datos disponibles hasta 2020, correspondientes al 14°
estudio de drogas para la población general. Hasta ese entonces, "el uso
de marihuana se mantuvo estable, en un 11,4%; mientras que el de cocaína bajó
significativamente de 1% a 0,5%", señalan a Emol desde el Servicio. En
tanto, afirman que "hoy estamos en el levantamiento de la muestra del 15°
estudio y los datos estarán disponibles en los próximos meses". En cuanto
al consumo de drogas en la población escolar, el último estudio disponible data
de 2021. En él, el Senda detectó una baja en el consumo de marihuana, que pasó
de 26,8% a 18,8%, y también en el caso de la cocaína, que pasó de 2,9% a 1,9%.
"Pese a todos estos descensos, no perdemos de vista que estamos hablando
de niños, niñas y adolescentes, donde todo consumo es de riesgo",
sostienen.
La teoría que manejan al interior del organismo
es que en estos resultados pudo haber incidido el fenómeno y las restricciones
asociadas al covid-19, pero precisan que "en población general la
tendencia se ha estabilizado". En materia de acceso, agregan, "el
último estudio de población escolar nos mostró que los adolescentes señalaron
recibieron menos oferta de marihuana, cocaína y pasta base en el último
año". Un informe de 2019 de la Organización de Estados Americanos (OEA)
sobre el consumo de drogas en las Américas, situaba a Chile por ese entonces
con un consumo de marihuana del 14,5%, mientras que en Canadá y Estados Unidos
era del 14%. En tanto, la mayo prevalencia se situaba en el segmento entre 18 y
34 años; y en este grupo "Chile y los Estados Unidos presentan registros
sobre el 25%; Canadá en torno al 25%; y Jamaica en torno al 20%". Más
reciente, el informe de 2022 de la OEA, sobre Oferta de Droga en las Américas,
da cuenta de la intensificación del tráfico transnacional de cannabis en
América Central y del Sur. En el caso de Chile y Perú, predomina la variedad
"creepy"; lo mismo que advirtió el VII informe anual del Observatorio
de Narcotráfico de la Fiscalía Nacional (2022), donde también hacen alusión al
aumento de consumo de drogas sintéticas en el país. "Lo que antes era una
tendencia, ahora se instalaba como una conducta dominante en todo el territorio
nacional. Por por ejemplo, el uso de mensajería encriptada, el dominio de la
marihuana 'creepy', el uso intensivo de la violencia, el trasiego a través de
nuestros puertos, y la masificación de la producción y el consumo de drogas
sintéticas en el país", sostiene el documento. Según Senda, "es
importante evitar cualquier tipo de comparación o ranking con otros países.
Chile tiene la serie de estudios de drogas en población general y escolar más
consistente de la región, con una periodicidad bianual". El siguiente
sondeo del organismo, correspondiente al 15° Estudio de Drogas en Población
General, estará disponible a fin de año, y considerará datos entre fines de
2022 y mayo de 2023. "Un problema acentuado de consumo" "Chile
dejó de ser un país de tránsito y la droga comenzó a quedarse", dice el ex
director del Senda, Carlos Charme. Detrás de eso, comenta, por supuesto está el
narcotráfico, el crimen organizado, el control territorial, pero también esta
droga se ha ido quedando en Chile porque "hay una gran demanda, y eso
está, de alguna manera, invisibilizado en la discusión".
"Chile tiene un problema acentuado de
consumo de drogas y no solamente por el consumo en población adulta, sino que
está concentrado en la juventud".
Carlos Charme, ex director de Senda
Es más: afirma que es
en los jóvenes donde existe un gran mercado para las drogas, "sobre todo,
de las ocho drogas principalmente consumidas de en nuestro país, los más
jóvenes consumen siete de ellas en mayor cantidad que los adultos. Por ejemplo,
consumen 1,6 veces más marihuana que los adultos, más cocaína, éxtasis,
tranquilizantes sin receta médica, entre otras". ¿Por qué ocurre esto?
Según comenta Charme, hay distintos factores que inciden. Uno de ellos, es que
los jóvenes -en base a las respuestas de los sondeos- "muchas veces dicen
estar buscando a través de ella la felicidad, evadirse", y esto sería
parte de la carencia alternativas de prevención, "en cultura, en deporte,
u otras actividades". Así las cosas, el análisis del ex director del Senda
no es alentador: "Chile tiene un problema acentuado de consumo de drogas y
no solamente por el consumo en población adulta, sino que está concentrado en
la juventud. Si bien hemos tenido cifras buenas en el último tiempo, tenemos todavía
un gravísimo estado de consumo, que se acentúa por la inacción del Estado y de
quienes tienen a cargo las políticas públicas y se están quedando
callados". "Despertando al fenómeno": Las causas psicosociales
"Chile está despertando al fenómeno de la circulación masiva de drogas;
esto es, nunca se entendió a si mismo como un país que comercializaba,
exportaba y recibía tanta droga", comenta a este medio Mauro Basaure,
sociólogo de la Universidad Andrés Bello e investigador asociado de la línea Conflicto
Político y Social del COES. Lo anterior trajo una consecuencia: los mecanismos
de seguridad o control -jurídicos, tecnológicos o policiales- prácticamente
"no existen", y el país termina por llegar "atrasado" a la
explosión que hoy tiene el fenómeno. A juicio de Basaure, el país "se
preocupó mucho de la globalización económica, de las importaciones o
exportaciones de materias primas, pero se despreocupó de lo 'negativo' de la
globalización".
Ahora bien, más allá
del "descuido" del Estado, que permitió que los grupos del crimen
organizado y el narcotráfico convirtieran al país en un blanco para el comercio
de su mercancía ilícita, hay otros factores que han permitido que este negocio
sea fructífero. Para Basaure, quien recalca que hay pocos estudios al respecto,
hay dos explicaciones: "en general, países con índices de desigualdad
altos como Chile, desempleo y falta de oportunidades en los jóvenes, hacen que
sea atractivo vincularse con la droga, tanto desde el punto de vista del
consumo como el tráfico. Sabemos que la droga está en las poblaciones, allí
están los soldados". Una segunda dimensión tiene relación con las altas
exigencias del exitismo que caracteriza a Chile. "Somos un país donde nos
desvivimos por el trabajo, por el éxito, por el consumo, lo que termina por
poner una presión sobre el ciudadano. Allí, la droga parece convertirse en una
forma de destape, de compensación a ese esfuerzo y estrés". Esto último,
además, es potenciado por el acceso a drogas como la cocaína, que no sólo son
de fácil acceso, sino que también porque su costo es inferior al que tenía hace
una década. Esto, sin contar que se trata de drogas adictivas, cuyos
consumidores van automatizando su relación con la misma. Pero hay un último
punto: hoy, la sociedad -esa misma, la exitista- parece estar un poco menos
preocupada a la condena moral por el consumo de droga. "Esto ocurre
especialmente en las nuevas generaciones, donde algunas normas sociales están
más laxas y más abiertas a la experimentación; pero es cierto que en general
hemos tenido un devenir menos crítico sobre el tema del consumo, especialmente
con la marihuana", comenta el sociólogo. El "auge" de la
narcocultura "Las canciones dicen: si mueres haciendo esto, es mejor que
morir trabajando, ganando el mínimo", comenta Basaure. El ejemplo apunta a
la llamada "narco-cultura", es decir, a esa influencia cultural que
ejerce el nercotráfico en una sociedad; desde la forma de vestir, el tipo de
lenguaje utilizado, la ostentación del "lujo", la música, y sobre
todo, la violencia, caen en una estetización para el consumo. Pero hay varias
capas que mirar. La primera, es que parte de ese producto de consumo no
problematiza la cuestión del narcotráfico y sus externalidades negativas.
"A mí me preocupa que el diagnóstico y la solución está capturado por las
élites. Esto, porque hay una disociación de las élites respecto a lo que está
ocurriendo en los territorios. A las élites, la narco-cultura llega a través de
series como "Narcos" en Netflix, o escuchan música asociada al tema
en Spotify", dice Charme.
"Pero hay gente que sale de su casa y
ve la realidad, cómo las bandas han capturado el territorio, casi como con un
control policíaco. Muchas veces, incluso se convierten en una fuente de
recursos económicos. Y como ellos viven en la realidad, ven también cómo sus
hijos caen en las garras de la narcocultura y del narcotráfico. Eso está
pasando ahora mismo, en este minuto", complementa el ex director del
Senda. Por su parte, Basaure comenta que esta estetización opera muchas veces
como un "fomento" a pertenecer al mundo narco, y en el uso de esas
vías, para llegar a tener autos, armas, dinero o droga. "Habemos personas
que aceptamos los medios -trabajar de manera honrada- para determinados fines,
como vivir bien o tener cosas para nuestras necesidades; y estos grupos,
aceptan los fines, pero no aceptan los medios, y utilizan otros, como la
violencia. Y como muchas veces esos medios llevan a la cárcel o a la muerte, le
adosan a eso una producción cultural que termina justificando ese 'costo'",
comenta el sociólogo. Eso, por cierto, explica los "narco-funerales"
que alteran la vida diaria de cientos de personas y que se han replicado en
comunas como Valparaíso o Pedro Aguirre Cerda. "Celebran una muerte casi
superior, es una forma de 'morir en la gloria' para los que son parte de estos
grupos", sentencia Basaure. Desde el Senda, dicen sobre este punto que
"estigmatizar a ciertos grupos sociales, estilos de música o culturas,
como si fueran los únicos responsables de la promoción de determinadas
conductas es contraproducente y una mirada corta". Según comentan,
"centrarse únicamente en la "narcocultura" como la causa del
consumo de drogas, puede desviar la atención de otros factores relevantes, como
la pobreza, la exclusión social, la falta de oportunidades educacionales y
laborales, acceso a servicios de salud mental, entre otros". Las medidas
preventivas de Senda Para Charme, "se ha visto un deterioro" en
materia de prevención, y en esto es clave "la colaboración público-privada,
aunque desde el Estado tienen que comenzar a trabajar de manera intersectorial,
en pos de una política preventiva, a través de dar oportunidades a los
jóvenes". Según comentan desde el Senda, existen programas permanentes de
prevención a nivel familiar, escolar, laboral. "Son ámbitos en los que el
servicio ha trabajado históricamente y estamos manteniendo estas iniciativas,
siempre con la perspectiva de llegar a más personas. Por eso, el programa de
prevención universal para escolares dejó su formato impreso, que nos limitaba
según el presupuesto y era poco ecológico. Hoy está en formato online, lo que
nos permite llegar a más establecimientos y escuelas. Para enfrentar la brecha
de conectividad, también tenemos una alternativa offline". "Pero uno
de los énfasis que tenemos como servicio es la prevención en la comunidad y en
el territorio, porque el consumo de drogas es un fenómeno que tiene
particularidades diversas en todo el país". Para ello, no sólo han
recogido la experiencia con el modelo islandés Planet Youth, sino que están
ampliando a 241 comunas la cobertura del programa Senda Previene, y triplicando
la cobertura de una estrategia comunitaria para llegar a barrios de más de 190
comunas. "Además, impulsando una estrategia que nos permitan intervenir
antes de que un consumo se transforme en problemático, a través de dispositivos
de detección breve y referencia a tratamiento", sostienen.
https://www.emol.com/noticias/Nacional/2023/05/15/1094919/chile-consumidor-drogas-senda-narcotrafico.html
Narcocultura y construcción de sentidos de vida y
muerte en jóvenes de Nayarit
América Tonantzin Becerra
Romero * americabr01@gmail.com
Universidad Autónoma de Nayarit., México
Resumen:Los jóvenes son un grupo social que muestra
interés en productos culturales cuyos temas centrales son el tráfico de drogas
como películas, series de televisión y música; sin embargo, la relación que
establecen con estos productos va más allá de ser una moda, ya que los
contenidos pueden incidir en sus expectativas y proyectos de vida. Con base en
ésto se realizó una investigación cualitativa mediante grupos de enfoque y
entrevistas, para analizar los significados y sentidos que generan jóvenes de
Nayarit, México, a partir de los narcocorridos y narcoseries que consumen; en
esta entidad se ha incrementado notoriamente la presencia tanto del narcotráfico
como de la narcocultura. Los resultados muestran aspectos que destacan dentro
de las significaciones que los jóvenes crean: el poder y la riqueza como
dispositivos de reconocimiento social, la violencia como rasgo de superioridad
y los sentidos de vida y de muerte vinculados al narcomundo.
Hablar de
jóvenes es referirse a uno de los grupos más importantes por su presencia
demográfica y por el papel que juegan en las transformaciones sociales. México
en particular es predominantemente joven; de acuerdo con el Instituto Nacional
de Estadística y Geografía (INEGI) de los casi 120 millones de habitantes, poco
más de 30 millones, el 26%, son jóvenes de entre 15 y 29 años de edad.1 A pesar del potencial que
representan para el desarrollo económico, en el país se ha incrementado el
número de jóvenes que viven en condiciones de vulnerabilidad económica y
social. Si bien la pobreza existe en todos los grupos de edad, en los jóvenes
es particularmente elevada: ser joven en México es ser propenso a ser pobre;
pero, la pobreza es un destino obligado si además se vive en una zona rural, si
se es indígena y aún más, si se es mujer.2
En este entorno
la construcción de los proyectos de vida de los jóvenes se torna incierto.
Dadas las condiciones de pobreza de las cuales es difícil salir por la falta de
recursos materiales y simbólicos, un creciente número ingresa al crimen
organizado, específicamente al tráfico de drogas, con los riesgos que ello
implica: una de cada tres personas desaparecidas en el país son jóvenes de
entre 15 y 24 años de edad.3
La
incorporación de jóvenes al narcotráfico no solo responde a las condiciones
estructurales, sino también a los imaginarios sociales en los cuales dicha
actividad representa una alternativa viable ante las condiciones de precariedad
y exclusión social en que viven. En la configuración de dichos imaginarios
participan de manera importante las prácticas y productos culturales de la
narcocultura.
Investigadores
como Astorga (2004), Córdova (2007 y 2012) y Valenzuela (2010 y 2018), han puesto de manifiesto que las
expresiones de la narcocultura deben considerarse como formas simbólicas a
través de las cuales se idealiza al narcotráfico y a los personajes que
participan en él, y tienen un alto potencial para generar ilusiones e
imaginarios en grupos específicos como los jóvenes.
En este trabajo
se conceptualiza a la narcocultura como un basto conjunto de elementos
simbólicos, reglas y comportamientos que conforman visiones del narcomundo las
cuales son compartidas por diferentes grupos sociales, incluso los que no
participan en el tráfico de drogas.
Retomando a
Giménez (2005a) se puede decir que al igual como sucede
en todo fenómeno cultural, la narcocultura se desarrolla a través de procesos
indisociables de exteriorización e interiorización de significados: se expresa
u objetiva en forma de artefactos o comportamientos observables, también
denominados como formas simbólicas, y se interiorizan en las personas a través
de esquemas cognitivos o representaciones sociales.
Entre las
expresiones objetivadas de la narcocultura se pueden mencionar los
narcocorridos, narcoseries televisivas, narconarrativas o narcoliteratura, las
películas con narcodramas, la narcoarquitectura, objetos religiosos,
videojuegos y vestimenta y lenguaje vinculados al tráfico de drogas.
Valenzuela (2010 y 2018) señala que más allá de las expresiones
objetivadas, la narcocultura debe entenderse como procesos y dispositivos que
participan en la construcción de sentido y significado del mundo, de vida y de
muerte, a partir de procesos intersubjetivos, y ejerce un poder de fascinación
en las sociedades que no deriva de los cantos populares en sí, sino de las
expectativas de vida que genera. A través del estudio de narcocorridos,
Valenzuela identificó códigos vinculados al narcomundo como el poder, los
atributos asignados a los traficantes, los sujetos que participan en el tráfico
de drogas, el territorio, y las representaciones del hombre y la mujer.
No obstante,
los procesos de apropiación por las audiencias son heterogéneos, ya que la
interiorización y significación de los códigos integrados a las formas
simbólicas están anclados a los sistemas de representación de los diferentes
grupos sociales.
En la
producción de formas simbólicas de la narcocultura se establecen o marcan
determinados contenidos, pero en el momento de la recepción e interiorización
estos se “liberan” y dan pauta a una variedad de sentidos, incluso ajenos a los
propósitos de sus creadores. Su interiorización implica la generación de significados
a través de los cuales los jóvenes las interpretan, valoran e incorporan a su
vida dependiendo de los intereses y necesidades personales, así como de las
características del entorno social.
Este documento
expone los resultados de una investigación enfocada a analizar las
implicaciones de la narcocultura en la construcción de sentido de vida y muerte
en jóvenes; en específico se enfocó al estudio de las representaciones o
referentes simbólicos que los jóvenes distinguen en la narcocultura, así como a
los significados que adquieren en sus expectativas y proyectos de vida. La
indagación se llevó a cabo con jóvenes de Nayarit, entidad donde se han
incrementado sustancialmente los eventos característicos del tráfico de drogas,
y de manera paralela se ha multiplicado la difusión de productos de la
narcocultura, principalmente los narcocorridos y las narcoseries.
Los
narcocorridos son producciones musicales derivadas del corrido mexicano cuyos
temas hacen énfasis en la vida, trayectorias y vicisitudes de los traficantes,
así como del estilo de vida narco y las particularidades del negocio del
tráfico de drogas como las estrategias, enfrentamientos y recursos empleados.
Las narcoseries son productos televisivos que retoman elementos del melodrama
tradicional y los combinan con la tragedia y la acción para recrear tramas del
tráfico de drogas.
En particular
se seleccionaron jóvenes que viven en el municipio de Xalisco, ya que a escala
estatal es el de mayor incidencia de sucesos relacionados con el narcotráfico;
es decir, se analizaron cualitativamente las significaciones de la narcocultura
en un entorno que se reconoce la presencia del tráfico de drogas.
Revisión teórica
La
investigación se sustenta en tres pilares teóricos: el primero corresponde a la
perspectiva desde la cual se concibe a la narcocultura; el segundo se refiere a
la construcción de sentido de vida y de muerte que los jóvenes realizan desde
las formas simbólicas de la narcocultura, y el tercero define a la juventud
como una construcción social.
Cultura y narcocultura como
sistemas simbólicos
Este trabajo se
posiciona en la perspectiva semiótica y estructural de la cultura, ya que se
considera que la narcocultura tiene que ver con la construcción de expresiones
simbólicas que establecen significados compartidos sobre el narcotráfico. El
texto no presenta una revisión exhaustiva del concepto de cultura, pero pone en
relieve ejes teóricos que permitan comprender la narcocultura como un fenómeno
de carácter simbólico y contextual, ligado a los entramados del tráfico de
drogas.
Derivado de sus
aportaciones de la escuela antropológica, en la década de los setenta Clifford
Geertz conceptualizó a la cultura desde una postura que rebasó la visión
descriptiva de los objetos materiales, artefactos, ritos y creencias para
llevarla al plano simbólico. La cultura según Geertz (1973) se entiende como urdimbre de
significación, una jerarquía estratificada de estructuras significativas que se
producen, perciben e interpretan. Desde esta perspectiva la sociedad se
desarrolla a través de complejos sistemas de signos que organizan y dan sentido
a la totalidad de las prácticas sociales. Este cambio en la conceptualización de
la cultura es importante ya que da énfasis a las personas y a los procesos de
significación y producción de sentido, mediante acuerdos sociales o códigos que
llegan a construir visiones del mundo que nos rodea.
John Thompson
denominó a este enfoque como concepción simbólica de la cultura y la
caracterizó como el patrón de significados incorporados a las formas
simbólicas, “en virtud de los cuales los individuos se comunican entre sí y
comparten sus experiencias, concepciones y creencias” (Thompson, 2006:197). Sin embargo, agregó el
aspecto estructural dentro de la conceptualización de la cultura ya que las
formas simbólicas (acciones, objetos y expresiones significativas), siempre se
insertan en contextos y procesos estructurados histórica y socialmente, los
cuales definen su producción, transmisión y recepción.
Gilberto
Giménez retomó ambos planteamientos y señaló que no existe una organización
social que pueda concebirse sin la dimensión simbólica de la cultura; sin
embargo, no se trata solo de ejercicios de producción y decodificación, sino
que las significaciones constituyen “instrumentos de intervención sobre el
mundo y un dispositivo de poder” (Giménez, 2005b:71). Las prácticas culturales,
explica el autor, se desarrollan en instituciones poderosas como el Estado, la
iglesia y los medios masivos de comunicación que administran, explican y dan
sentidos específicos a los fenómenos sociales a través de operaciones como
jerarquización, marginalización y exclusión. Esto deriva en un mapa cultural
“donde impositivamente se asigna un lugar a todos y a cada uno de los actores
sociales” (Ibid.:73).
Las realidades
culturales son resultado entonces, de la aplicación constante de esquemas de
percepción y acción4. Desde esta perspectiva se entiende que
la narcocultura integra patrones de significados a través de formas simbólicas
contextualizadas sobre el tráfico de drogas. El narcotráfico ha generado un
campo de relaciones sociales complejas donde no sólo participan los traficantes
y las instituciones gubernamentales como actores visibles, sino otros más
difíciles de identificar entre los que se encuentran “los encargados de la
representación simbólica del fenómeno, aquellos que le otorgan determinado
sentido, imponen y llegan a monopolizar en ciertas situaciones los códigos
éticos en función de los cuales será percibido” (Astorga, 2016:17). Es aquí donde intervienen los
productores de narcocultura, como difusores de expresiones y productos
culturales vinculados al narcomundo.
En esta
perspectiva el análisis de la narcocultura implica tomar en cuenta los procesos
específicos y socialmente estructurados desde los cuales se producen,
transmiten y reciben las formas simbólicas relacionadas con el narcotráfico.
Si bien no
existe una definición unánime del concepto, existen tres ámbitos desde los
cuales se ha analizado la narcocultura simbólicamente: como formas simbólicas
del narcomundo, como elemento generador de expectativas de vida y como factor
que favorece la legitimación del tráfico de drogas. Estos ámbitos se entrelazan
al poner al descubierto la carga simbólica a través de la cual se crean
representaciones e imaginarios sociales que llegan a convertirse en
aspiraciones y anhelos sobre el narcomundo, e inciden en los procesos de
naturalización e institucionalización social del narcotráfico (Becerra, 2018).
En este trabajo
la narcocultura se entiende como un conjunto dinámico de símbolos relacionadas
con el tráfico de drogas que se produce y a la vez se materializa en diversas
esferas sociales como los medios de comunicación masiva y las tecnologías
móviles, las narrativas populares, así como en espacios cotidianos como la
escuela, el barrio o la familia; asimismo, se moldea en la interacción de las culturas
rurales, tradicionales y urbanas. Implica
la
incorporación del narcomundo y sus opciones como referente que participa en la
definición de proyectos y sentidos de vida (y de muerte) de millones de
personas que participan en alguna de las actividades del narco y de quienes se
ven implicados en sus entramados (Valenzuela, 2018: 507).
Concebir la
narcocultura desde esta perspectiva permite rebasar el análisis en términos de
estética o cultura objetivada, para posicionarla como un universo de
significados sobre uno de los fenómenos de mayor presencia en la sociedad, que
se sustenta en la desviación social, la transgresión, la paralegalidad, la
violencia y la muerte. Sin embargo, las significaciones que puede generar no
solo dependen de la oferta de productos culturales y el acceso a ellos, sino
también de las disposiciones que toman las personas ante el conjunto de
simbolismos que la integran.
La narcoculturaen la
construcción de sentidos de vida y de muerte
El desarrollo
de la semiología en el siglo XX permitió comprender que la significación es un
proceso mediante el cual los individuos reconocen los objetos reales e
imaginarios y los asignan o vinculan a signos. El sentido ligado a dichos
objetos se construye en procesos más complejos ya que intervienen los elementos
contextuales. El significado es la organización del contenido
asignado a un término dentro de un sistema semiótico; de ahí
que una palabra puede tener un significado, pero su sentido puede variar de
acuerdo al contexto en que se expone.
Desde la
psicología social, Moscovicci (1979) propuso la perspectiva de las
representaciones sociales para analizar la forma en que se construyen los
significados en la vida cotidiana y los diferentes grupos sociales a manera de
conocimientos de sentido común, que derivan en comportamientos y acciones de
los individuos en contextos específicos.
En la vertiente
teórica de los Estudios Culturales, Stuart Hall (1997) planteó la producción de sentido sobre la
realidad material y simbólica como una construcción social basada en el
lenguaje. Los signos constituyen lo que se denomina como “sistemas de sentido
de nuestra cultura.”
En la misma
perspectiva, Williams (1980) planteó un cambio en la visión de la
cultura al ponerla en relación tanto con la dimensión productiva de la sociedad
o lo que en términos marxistas se denominó la base estructural, como con
factores de la superestructura. Asimismo, señaló la necesidad de reconocer las
conexiones indisolubles que existen entre la producción material y la
conciencia: el estado de las fuerzas productivas, las condiciones económicas,
el régimen socio-político, la psiquis del hombre social y las numerosas
ideologías que reflejan las propiedades de esta psiquis. Pero, estos elementos
no son áreas separadas, sino actividades y productos totales y específicos de
los individuos.
A pesar de las
diferencias en las perspectivas de origen, las tres vertientes anteriores
tienen elementos en común que pueden recuperarse en el análisis de la
narcocultura. Se puede decir que la construcción de sentido de vida y de muerte
se genera mediante procesos de interiorización y subjetivación de las personas,
con base en las representaciones que permiten codificar y decodificar los
productos culturales, dentro de contextos histórico sociales determinados.
Los productos
de la narcocultura exponen al narcotráfico como una actividad ilegal y a la vez
como una forma de vida que se legitima frente al abandono de los grupos con
menores recursos económicos y sociales por parte del Estado. El narco se
convirtió en “otra forma de vida donde todavía es posible ascender en la escala
económica y social, sin tener que pasar necesariamente por los circuitos
tradicionales de las actividades legales, por la escuela o la política, aunque
tampoco fuera de ellos completamente” (Astorga, 2004:78).
Como oferta de
sentido, la narcocultura tiene un alto potencial para inducir deseos y
esperanzas, sobre todo en jóvenes que viven en condiciones precarias. Los
ensueños que genera probablemente tienen que ver con “la necesidad y las
aspiraciones de ascenso en la estructuración social, e incluso con el
resentimiento y los deseos de venganza social” (Córdoba, 2007:117).
De manera
particular Valenzuela (2010 y 2018) hace referencia tanto al sentido de vida
como de muerte vinculado al narcomundo a manera de dualidad, como coexistencia
de ambos fenómenos en la definición de sentido que construyen los jóvenes a
partir de los sistemas de referencia y el entorno social. Esto se puede
observar entre otra situaciones, en el caso de los tonas (quienes
se la juegan por el todo o nada) o los ponchis (niños
que entran al sicariato).
No es que
los tonas desconozcan los peligros que
encierra el sicariato, el trasiego de drogas o de armas, el secuestro, el
levantón, la cobranza u otras narcoactividades, las conocen y asumen
costos y riesgos, pero entre más se cierran
los canales formales para la generación de proyectos
de vida de los jóvenes, más se fortalecen las opciones emanadas
de la informalidad, la paralegalidad y el narcomundo. (Valenzuela, 2012:100)
Al construirse
y desarrollarse los propósitos de vida, también se define de manera paralela,
el sentido de la muerte. La narcocultura integra de igual forma, a manera de
luces y sobras, las trayectorias y sentidos de vida y muerte de los capos, así
como los que emanan en general del mundo narco; de ahí la necesidad de analizar
las implicaciones que puede tener en grupos de jóvenes en contextos
específicos.
Jóvenes y condiciones
juveniles
Desde el ámbito
académico el estudio de los jóvenes y las juventudes se ha realizado a través
de diferentes enfoques, algunos hacen énfasis en la edad y las etapas de vida,
otros se guían por los fundamentos de la instrucción de los niños y jóvenes;
desde ambos, la concepción de la juventud resulta estática, homogénea e
independiente de los contextos históricos y culturales. A fin de rebasar dichas
limitantes, esta investigación se sustenta en la perspectiva sociológica que
destaca su condición cambiante, situada, histórica y relacional. Por lo tanto,
el concepto de juventud en sí mismo no define a los diversos grupos juveniles,
sino que es una construcción social.
La juventud alude
a construcciones heterogéneas, históricamente significadas dentro de ámbitos
relacionales y situacionales. Ubicar la condición histórica de los estilos de
vida y praxis juveniles supone reconocer su diversidad y transformación en el
tiempo; por ello, la conceptualización de las juventudes requiere reconocer su
condición diacrónica y polisémica (Valenzuela, 2009:327).
Hasta mediados
del siglo pasado la configuración de la juventud se podía explicar a partir de
ámbitos claramente delimitados como la clase social, el trabajo, la familia o
la etnia; sin embargo, el deterioro económico, laboral, jurídico y político
propició la apertura a otros entornos como las industrias culturales o incluso
a instancias ilegales y paralegales. Como consecuencia se han generado
modificaciones sustanciales en los elementos que intervienen en la
autodefinición de los jóvenes y de sus proyectos de vida.
De acuerdo con
Reguillo (2000), para finales del siglo XX los procesos
que volvían visibles a los jóvenes era la reorganización económica y
productiva, el discurso jurídico y, sobre todo, la oferta y consumo cultural,
éste como espacio al que se han subordinado las demás esferas constitutivas de
las identidades juveniles.
En la
actualidad la elevada vulnerabilidad social y económica aumenta la
incertidumbre de los jóvenes sobre sí mismos y su relación con el entorno
social. Reguillo (2010) señala que para muchos jóvenes su desafío
central consiste en “reapropiarse” o “reinscribir” su biografía en contextos
que consideren más estables, aún con mínimas certezas de lealtades,
solidaridades y reconocimiento. Asimismo, plantea que una de las instancias
clave que operan como espacios para la “reinscripción” del yo juvenil son las
estructuras del crimen organizado y el narcotráfico.
Los jóvenes son
agentes elementales dentro del narcotráfico. La Red por los Derechos de la
Infancia en México estimaba que para el 2011 colaboraban cerca de 30 mil niños
y adolescentes en toda la línea del tráfico de estupefacientes. Una parte
importante de los imaginarios sociales vinculados al narcotráfico se crean
desde las narrativas difundidas en las canciones, las series de televisión, las
películas y los relatos populares, todas ellas cargadas de simbolismos y
representaciones de lo que es el narcomundo.
Estas
condiciones se trasladan y ajustan a los contextos locales, de manera que se
tornan en condiciones particulares desde las cuales se desarrollan los jóvenes
y construyen sus proyectos de vida.
Condiciones juvenilesen Nayarit
Nayarit se
localiza en la región noroccidente de México. La entidad posee una limitada
productividad económica e históricamente es una de las que menos porcentaje
aporta al Producto Interno Bruto nacional. En la actualidad presenta dos polos
de crecimiento: el primero en la costa sur, apuntalado por el impulso turístico
a la Riviera Nayarit, y el segundo en el centro donde se ubica Tepic, capital
del estado, cuyo desarrollo partió de las políticas que priorizaron a este
municipio como lugar para la inversión pública.
La entidad
presenta un crecimiento altamente polarizado, con grandes desigualdades
sociales y económicas que afectan de manera específica a los jóvenes debido a
que se concentran en la capital los espacios laborales, de profesionalización y
formación para el trabajo, las instituciones de salud y seguridad social, las
actividades culturales y las instancias políticas y gubernamentales. Como
resultado se genera el desplazamiento de jóvenes de los diversos municipios al
centro de la entidad, sin garantías para mejorar sus condiciones de vida.
De acuerdo con
el INEGI (2016), en 2015 el 26.3% de la población de
Nayarit correspondía a jóvenes de entre 15 y 29 años, por lo que es uno de los
grupos más numerosos en la estructura por edades de la población. Becerra y
Hernández (2019), han resumido las desfavorables
condiciones educativas y sociales de los jóvenes en esta entidad y de su
incidencia en delitos como robos y narcomenudeo debido al incremento del crimen
organizado a partir del 2010.
Como en el
resto del país, el fortalecimiento del narcotráfico se acompañó de una fuerte
dinámica cultural impulsada tanto por las industrias mediáticas como por las
narrativas populares. Los narcocorridos son expresión clara de la presencia de
la narcocultura en la población, lo cual se puede observar cuando uno transita
en los espacios públicos ya que se escuchan narcocorridos desde los carros que
transitan, los interiores de casas o pequeños comercios, y sobre todo en la
numerosa audiencia que tienen los grupos musicales o cantantes de narcocorrido
que se presentan en la entidad. En particular, se observa en la Feria Estatal
que cada año se realiza en Tepic, donde entre el 50 y 65% de los grupos
participantes cantan narcocorridos; los costos dependen del recinto: la
explanada pública con entrada gratuita y el palenque de acceso exclusivo, de
ahí que acudan personas de los diversos estratos económicos.
Asimismo, es
palpable la difusión de narcoseries por los anuncios publicitarios que las
promocionan; por ejemplo, a un costado de las instalaciones de la Universidad
Autónoma de Nayarit se desplegó por varias semanas un espectacular con la
imagen del personaje de Aurelio Casillas que invita a ver por televisión de
paga la nueva temporada de El señor de los cielos. Esto
muestra que como producto cultural, la narcocutura está disponible para los
jóvenes en diversas formas simbólicas y diferentes tecnologías de acceso.
Metodología
El trabajo tuvo
un enfoque cualitativo, debido a que los objetivos de la investigación
demandaban profundizar en los significados de la narcocultura desde la
perspectiva de los sujetos.
El método
fenomenológico permitió rescatar las experiencias de los jóvenes, tal y como
son vividas y percibidas por ellos mismos. De acuerdo con este enfoque el
investigador debe reducir la influencia de sus propias ideas y teorías previas,
y hacer un esfuerzo por captar la realidad que se presenta de manera vivencial.
Edmund Husserl, inventor del método fenomenológico, señaló la importancia de
dar mayor fidelidad al “mundo de vida” y al “mundo vivido” de las personas. Con
el tiempo se ha desarrollado y modificado la propuesta original, de manera que
en la actualidad existen diversas vertientes, aunque todas comparten premisas
básicas: que la experiencia vivida es un elemento fundamental en las personas y
que los comportamientos humanos se contextualizan por las relaciones con los
objetos, las personas, los sucesos y las situaciones (Alvarez-Gayou, 2005).
El proceso de
categorización fue deductivo-inductivo, se partió de categorías definidas a
priori que posteriormente se modificaron con base en el trabajo de campo; como
resultado se lograron dos categorías a manera de grandes temáticas de análisis.
1.
a) Los códigos o referentes simbólicos: hace referencia a la
identificación de los códigos que los jóvenes distinguen en las formas
simbólicas relacionadas con la narcocultura, así como su explicación a partir
de los sistemas de representaciones a través de los cuales los interpretan y
dan significado; y
b) El
significado de los referentes simbólicos: contempla la interiorización de
códigos de la narcocultura y su implicación en los propósitos, proyectos y
expectativas de los jóvenes.
El trabajo de
campo se hizo mediante la visita a dos centros educativos públicos, uno de
preparatoria y el otro de nivel superior, en cada uno se realizaron dos grupos
de enfoque; los jóvenes se integraron voluntariamente a la investigación una
vez realizada la invitación en los salones de clase, con autorización de
autoridades escolares. Además, a través del acercamiento directo se pudo
contactar a cuatro más con quienes se realizaron entrevistas semiestructuradas.
En total participaron 26 jóvenes, entre 15 y 21 años de edad, con un promedio
de 19 años; 16 hombres y 10 mujeres.
El total de los
y las jóvenes seleccionados viven en localidades del municipio de Xalisco,
Nayarit, el cual se encuentra de manera conurbada con la capital del estado.
Desde el 2010 en este municipio se han presentado múltiples eventos
relacionados al narcotráfico como ejecuciones, enfrentamientos entre cárteles,
operativos militares, desmantelamiento de laboratorios de drogas sintéticas y
ubicación de fosas clandestinas. Ello implica que los y las jóvenes conviven en
entornos de narcotráfico; algunos indicaron tener familiares o amigos que
participan en el tráfico de drogas, y los entrevistados expresaron aspiraciones
por integrarse a esta actividad.
Se pudo
detectar que los y las jóvenes seleccionados pertenecen a hogares con bajos
ingresos económicos, ya que estos fluctúan entre los 3 mil 500 y los diez mil
pesos mensuales. En el caso de los estudiantes de preparatoria algunos dijeron
no están seguros de lograr una licenciatura por que tienen incertidumbre de aprobar
el examen de ingreso a la universidad pública o por la insuficiencia de
recursos en la familia; además, tanto en ellos como en los de primer año de
licenciatura se encontraron jóvenes que han tenido que trabajar para obtener
ingresos económicos. Esto denota que de manera general viven en condiciones de
precariedad y vulnerabilidad. Con el fin de proteger su integridad se omitirán
las identidades personales.
Resultados
Los resultados
se exponen con base en las categorías de análisis planteadas; para enriquecerlos,
se incluyen extractos de las declaraciones hechas por los participantes.
Los referentes simbólicosque los jóvenes
distinguen en la narcocultura
Los jóvenes
coinciden en que en los últimos años se ha incrementado en Nayarit la difusión
de producciones culturales relacionadas con el tráfico de drogas, lo cual
observan en los espacios donde se desenvuelven, tanto públicos como privados.
De las diversas expresiones de la narcocultura, consumen principalmente las
narcoseries y los narcocorridos. Las primeras son preferidas porque contienen
drama, acción y “adrenalina”; mientras, el gusto por los segundos deriva de los
anclajes que tienen con géneros como los corridos, la banda y la canción
ranchera, de ahí que se escuchan en combinación con este tipo de melodías.
Se me hacen
interesantes, vi la [serie] de
El Chapo, la de El Chema, El señor de los cielos, la [película] de Cara cortada, nada más la [serie] de La piloto no me gusta.
Las canciones son las que más escucho, en todos lados, con mis amigos y mi
familia […] hablan del dinero y del
poder […] mi mamá dice que por qué escucho
eso, que son puras tonterías, yo no las tomo como críticas sino que ella
escucha otro tipo de canciones, pero van saliendo más canciones y te
agradan (Declaración de un joven).
Más allá del
gusto, los jóvenes generan significados y sentidos a partir de los cuales los
interpretan e interiorizan; dichos significados se vinculan a las experiencias
personales así como a los contextos sociales en que se desenvuelven, como
declaró un joven:
La situación en
la que nos encontramos, la región de todo Jalisco y Nayarit, casi la mayor
parte de la sociedad tanto jóvenes y adultos hemos escuchado un narcocorrido y
nos sabemos algún narcocorrido y lo tenemos en nuestra mente. Al lugar que vayamos,
siempre se va a escuchar un narcocorrido, hasta en las fiestas infantiles se
escuchan, entonces como que nadie está libre de esto. Todo el mundo los
escuchamos, pero no todos se identifican con ellos (Declaración
de un joven).
Lo que más
llama la atención de la gente joven es la representación que se hace del poder
y la riqueza que logran los capos, ya que les permite adquirir reconocimiento y
respeto social. Ellos identifican este tipo de poder con la posibilidad de
dominio y control que tienen sobre todo lo que les rodea: situaciones,
territorios y recursos, así como con la capacidad para corromper al gobierno, y
de dar muerte a otros. Además, ubican la riqueza como el medio para tener todo
tipo de lujos.
En la serie
mostraban al traficante como que hace lo que quiere, comprando gente y cosas
así para lograr su objetivo y eso es poder, que esa persona tiene poder y
autoridad sobre otras personas (Declaración de
un joven).
Sin embargo, no
basta con tener poder y riqueza sino que es necesario exhibirlo para tener
distinción social, de ahí que los jóvenes que pretenden este estatus requieren
asumir la apariencia del estilo de vida narco, participen o no en el tráfico de
drogas. Esta representación inicia con el cuerpo de los propios jóvenes ya que
se convierte en un medio de expresión de este estilo de vida, por lo que cobran
relevancia la vestimenta, el lenguaje, las posturas, los gestos y la forma de
caminar. De acuerdo con las declaraciones, algunos jóvenes tratan de imitar lo
que ven en los videos musicales o las narcoseries: la forma como visten los
artistas, las expresiones verbales como “fierro”, “compa” y “arremangados”, y
tratan de comportase de manera altiva y con superioridad. Señalan también que
algunos no están dentro del narcotráfico, pero tratan de imitar lo que ven en
las series para convencer a otros de que son poderosos.
Lo que atrae es
tener los lujos del narco, principalmente es el modo de vida lujoso que
muestran de ciertos traficantes y son fuertes en el negocio y se dan muchos
lujos. Es como que lo que más apantalla y los jóvenes también quieren
apantallar de la misma manera en que hacen los traficantes (Declaración de
un joven).
Como indica
Nateras (2016) ante el quiebre de sentidos, de
significados de las instituciones y la ausencia del Estado para procurar
seguridad, justicia social y satisfacer las necesidades mínimas, “el
narcotráfico surge como instancia identificatoria para una parte de nuestras
juventudes, porque ofrece la posibilidad de construir un lugar y un prestigio
social” (Nateras, 2016:37).
Otro elemento
que los jóvenes resaltan de la narcocultura son las representaciones que se
hacen de la violencia como elemento inherente al tráfico de drogas. El
significado que le dan tiene dos sentidos: por una parte la relacionan con
acción, emoción y escenas fuertes; en particular, encuentran excitante la
portación de armas de fuego y los enfrentamientos armados. Por otra, la
entienden como el recurso de superioridad obligado para la defensa y control
del territorio, el negocio, la familia y los amigos frente a la amenaza que
representan los otros.
Si vas a querer
poder vas a tener que aplacar a todos los demás, como quien dice. Poder para
tener todo el país o todo el continente, ser dueños de todas las plazas del
tráfico, que ellos nomás vendan en todo el país digamos, y que nadie más haya (Declaración
de un joven).
Los dos
significados propician que los jóvenes dejen en segundo plano la violencia en
sí misma a la vez que destacan valores como la valentía, la hombría, la lealtad
y el arrojo, los cuales se convierten en atributos de distinción dentro del
narcomundo. Asimismo, adquiere sentido para la integración y reconocimiento
grupal dentro de la ilegalidad, esto se puede observar en la atracción que
sienten por corridos que hablan de las cualidades de los traficantes.
Me gustan los
corridos, se me hace padre […] Me
gusta Gente de accionar, habla de que siempre van a estar accionando, dicen que
como quien busca encuentra y que no se va a quedar con los brazos cruzados si
alguien se mete con él, eso me gusta. No son dejados, que hacen las cosas de
otra manera, como ilegal (Declaración de un joven).
Lipovetsky (2007) señala que ante la disolución de las
reglas familiares y comunitarias, los individuos tienen que definirse eligiendo
modelos de referencia que encuentran en el contexto, algunos lo hacen a través
de cuestionamientos sobre sí mismo; pero en otros, la violencia se materializa
como forma para “ser alguien”; es decir, se establece como un vector de
descollamiento personal.
En los varones
la violencia tiene que ver con representaciones identitarias ligadas al género.
Como indica Cruz (2016) las prácticas sociales de la violencia son
una oportunidad de identificación y subjetivación de la masculinidad y de ser
hombre, “la performatividad de
género y de su vínculo con la violencia como elemento inherente del sentido de
sí mismo, al parecer, hace a algunos hombres efectivamente, proclives al
ejercicio de dicha violencia” (Cruz 2016:168). Una joven señaló:
Hay chavos que
hablan mucho de esas canciones y se imaginan cómo se verían con armas, carros
deportivos y mujeres a sus pies (Declaración de
una joven).
Los jóvenes
pueden encontrar en la narcocultura elementos que coinciden con las
expectativas de los jóvenes y detonan significados de la violencia del
narcomundo en configuraciones propias de ser y vivir. Como dijo una
participante:
Además de lo
que escuchan les interesa el narcotráfico como un empleo o una vida. Es una
decisión de cada quién, sobre qué quiere hacer con su vida (Declaración de
una joven).
Referentes simbólicos de la narcocultura en los proyectos y expectativas de vida de los jóvenes
A través de las
declaraciones se observaron tres factores que favorecen la imbricación de los
códigos de la narcocultura con sus expectativas:
1.
1) La representación del origen humilde y de pobreza de la que
partieron los traficantes, como indicó un entrevistado: “de cómo empezaron así, su vida; antes cómo eran pobres y ya
pues, todo lo que tienen”;
2) el entorno
social que los rodea: “por como están las cosas
ahora, de que las balaceras y ese tipo de cosas y para algunos es padre seguir
esas cosas, ese tipo de vida y tener sus lujos”; y
3) la
posibilidad de integrarse al tráfico de drogas: “ahorita
estamos de que la gente ve mucho de que las personas pueden inmiscuirse en ese
ámbito fácilmente, entonces yo creo que también eso influye”.
Los jóvenes
coinciden en que la mayor parte de lo que se dice en los narcocorridos y se
muestra en las series es real.
Hay mucha gente
que no sabe, o que dice “eso es mentira” pero realmente sí pasa. Uno no se da
cuenta pero, así como lo cuentan es lo que pasa realmente; pero pues hay gente
que sabe un poquito más de eso. Y quizá sí atrae a uno porque ¿qué prefieres,
un cuento que sea mentira o algo que sea real? ¿Una historia ficticia o una
real? ¿Qué te estén contando un cuento y al final te digan: “no pues es
mentira”, o que te digan: “esto sí pasó”? (Declaración de
un joven).
Asimismo,
reconocen que las principales representaciones de la narcocultura se centran en
el poder y en la riqueza, aunque no son totalmente afines a ellas; algunos
hombres se identifican con la idea de tener los carros, el dinero, las mujeres
que traen los narcos y su estilo de vida. En comparación, los cuatro
entrevistados coinciden en anhelar el carácter, tenacidad y valentía con que se
les representa a los traficantes, como muestran los siguientes testimonios:
Me gusta la
manera como ellos [los traficantes] ven
la vida: siempre queriendo más, el reto (Declaración de un joven).
Más que nada me
gusta cómo es que fueron de niños y que cuando algo lo quieren sacar adelante,
lo hacen hasta que lo consiguen (Declaración de un joven).
[Los
narcocorridos] hablan de gente por así decirlo
batallando para poder salir adelante. Tal vez sí sea en el narcotráfico y sí la
droga y todo, pero es lo que hace uno para salir adelante (Declaración
de un joven).
Estas
significaciones corresponden menos a propósitos de posesión de riquezas
materiales, y más a configuraciones simbólicas de lo que debe ser y hacer un
joven para salir de la pobreza. Es decir, se anclan a los atributos de valentía
y tenacidad que la narcocultura suele asignar a los traficantes y a los cuales
se sujetan los jóvenes como virtudes masculinas reconocidas en su entorno
social.
Para el caso de
las mujeres, si bien los jóvenes reconocen en la narcocultura representaciones
femeninas de traficantes exitosas, en su entorno solo identifican afinidades
con las que se exponen como acompañantes de los grandes capos.
Al igual que
los hombres igual escuchan pura música de esa […] las mujeres denominadas como buchonas son así como más fresas,
pero les gusta la banda y todas esas cosas y también usan ropa muy extravagante
y van muy arregladas (Declaración de una joven).
Yo creo que
pretenden llegar a ser esposa del líder del cartel o del mero mero porque pues,
tendría dinero (Declaración de un joven).
En las mujeres
las significaciones se orientan a proyectos de vida determinados por la visión
tradicional de género en el narcomundo: atractivas físicamente y subordinadas
al mando de un hombre que las provee de protección y riquezas.
A continuación
se exponen fragmentos de una entrevista realizada a uno de los jóvenes. Tiene
17 años, a los 15 dejó la escuela preparatoria para trabajar como dependiente
en una zapatería, ocho horas al día por 600 pesos a la semana; sin embargo, el
elevado esfuerzo y el salario precario lo llevaron a renunciar, por lo que su
mamá lo obligó a regresar a la escuela, aunque él no estuviera de acuerdo. Es
tímido y su fisonomía es la de un adolescente que no hace mucho dejó la niñez;
de hecho, sus facciones y gestos son aniñados, rasgos que contrastan con su
gusto por las armas, la violencia y el tráfico de drogas.
Me gustan más
los corridos, no soy de ver la tele, me gusta más escuchar música […] dicen del tráfico de drogas, cultivos y matanzas, secuestros; tal
vez esté mal, pero nos llama la atención a varios. Te están contando cómo hacen
las cosas y pues tú te quedas así de ¿qué onda? Te llama más la atención por
cómo hacen las cosas y te hace que escuches y escuches para darte cuenta cómo
está todo eso, porque ahí te cuentan cómo está todo eso, en las canciones.
[…] Escuchas los corridos para ver cómo está todo ahí, cómo se maneja
todo, cómo se hacen las cosas, no tienes que ser traicionero o doble cara o
algo así porque luego te va mal, y una que otra canción te dicen eso.
[…] Yo no siento poder, porque nomás escuchas una rola. Pero sí creo
que a otros les provoque estar en esas situaciones, mucho. Por lo que uno ha
visto y en las canciones te cuentan un poquito más [del
narcotráfico], pero pues ya con lo que has visto pues te
llama la atención. Primero tienes que ver bien cómo está todo el rollo, para
antes de meter los pies.
[…] Yo pienso que si les gusta [el narcotráfico], eso no va a cambiar de que hay peligros ¿edá?, mientras les
guste o les llame la atención y si están bien decididos yo pienso que nada va a
ser echarse pa’ atrás porque ya saben a qué le tiran y eso no va a cambiar. Si
me llegó [la muerte] pues me llegó, y ya.
Ya los que le tiran a eso saben que puede ser cualquier día.
[…] Eso de traer carrazo y eso, no se me hace. Me gusta más tener
armas, más violencia. Sí me gustaría vivir algo así, sí te llama la atención,
como quien dice andar como que tirando bolitas5, y pues acá, siempre
con algo para defenderme por si algo me llegara a pasar; no acá con carrazos y
eso. Es más adrenalina que estar acá nomas esperando a que llegue el dinero. La
vida común, la escuela, es más aburrida.
[…] Uno que otro sí le entraría [al narcotráfico]. Yo pienso que yo también le entraría, no me gustaría que me
llegaran a matar, pero sí me gustaría. La muerte es algo que va a llegar, pero
pues estoy chico, pero todavía no la quiero buscar, pero pues ya entrado, pues
ya ni modo, pero pues sí como que tantito le corro.
[…] Es por la emoción y por el dinero. Casi todos los que
llegan [a traficar] ya hacen su casita al
menos, y tu casita es tuya, nadie te la quita.
La atracción por
los narcocorridos deriva del interés por saber cómo se realiza la producción y
la venta de drogas, sus particularidades, organización, estrategias y
personajes importantes con el fin de evaluar el ingreso a la actividad, saber
los riesgos del trabajo y la forma de enfrentarlos. Estos contenidos llegan a
ser un marco de referencia para tomar decisiones apoyadas en procesos de
valoración y elección que se traducen en acciones, no obstante, impliquen vivir
en condiciones de ilegalidad y transgresión.
Tal como indica
Valenzuela (2018), la narcocultura sirve como referente en
la inserción del narcomundo en la definición de sus proyectos y sentidos de
vida y de muerte. En este caso, los jóvenes encuentran afinidades entre sus
aspiraciones y lo que la narcocultura y el narcotráfico les ofrecen como
proyecto de vida, ligada al riesgo de muerte.
Comentarios finales
Como se planteó
en la revisión teórica, la narcocultura integra un complejo y dinámico sistema
de signos que dan sentido a los objetos, situaciones, individuos y prácticas
vinculadas al narcomundo según los contextos sociales en que emergen. En el
caso de los jóvenes, dichos sentidos se crean a partir de las condiciones
juveniles en que se desenvuelven; de ahí que, para algunos representan espacios
de entretenimiento y diversión, en tanto otros los consideran como referentes
para decidir su ingreso al tráfico de drogas. Trasladando los planteamientos de
Giménez (2005a) se puede decir que las formas simbólicas
de la narcocultura asignan un lugar a cada uno de los componentes y actores
sociales del tráfico de drogas; pero, su interpretación les permite a los
jóvenes posicionarse ante el fenómeno del narcotráfico e intervenir en él,
tomar decisiones, actuar y asumir comportamientos que pueden ir desde el
rechazo hasta la aceptación.
Entre las
significaciones que los jóvenes dan a las representaciones del narcotráfico se
encuentra su reconocimiento como una actividad ilegal y transgresora que
asegura el enriquecimiento de los traficantes, y que se justifica ante la falta
de oportunidades. Sin embargo, las significaciones más palpables son las que
tienen que ver con sus condiciones de juventud y de género estructuradas por
los contextos locales. Las representaciones de poder, riqueza y violencia de la
narcocultura son interpretadas a la luz de dichas condiciones, de ahí que ellos
destaquen aspectos como el poder, la acción y emoción al límite, la valentía,
virilidad, capacidad de protección y provisión masculina, así como la
subordinación de la mujer según el rol tradicional.
El consumo de
productos de la narcocultura o el gusto por las representaciones implícitas no
determina en sí la participación de los jóvenes en el tráfico de drogas; sin
embargo, si en su sistema de representaciones se visualiza la necesidad de
transitar y sobrevivir en entornos que los configuran como individuos
vulnerables, es factible que los contenidos se interioricen como una opción de
vivir válida, pese a que constituyan representaciones de riesgo y violencia;
como señala Valenzuela (2018), la narcocultura se transforma en marcos
de referencia que definen la vida y la muerte.
En estas
condiciones los porcesos de interiorización permean los proyectos de vida de
los jóvenes, que no se reduce a la manera de lograr ingresos económicos, sino
que influyen en la definición de lo que son como individuos y sujetos sociales.
Los jóvenes asumen como problema personal su posición de desventaja social y su
imposibilidad para mejorar sus condiciones de vida a través de la escuela y el
trabajo, así como la presión social por ser exitosos en su entorno; a esto
habría que agregar el valor de las experiencias, aspiraciones e imaginarios
generados desde el contexto de narcotráfico en que se han desenvuelto de manera
cotidiana. Esto es el sustrato donde se asientan los códigos y representaciones
de la narcocultura como un modo y estilo de vida. Son proyectos de presentismo
intenso (Valenzuela, 2009) y de muerte latente
enmascarada en existencias intrépidas, que definen lo juvenil dentro del
narcomundo.
Si, como señala
Reguillo (2010), las condiciones juveniles arrancan a los
jóvenes la certeza de su ‘yo’ y el control del curso de su vida, entonces en la
narcocultura pueden encontrar rutas para su reapropiación aunque con garantías
desdibujadas. No obstante, estas mínimas certezas pueden ser suficientes para
trazar su futuro. Retomando a Nateras (2016) se podría decir que estas definiciones son
parte de las estrategias de sobrevivencia que los jóvenes elaboran a fin de no
ser borrados socialmente y diseñarse un lugar que los visibilice en la
sociedad.
https://www.redalyc.org/journal/316/31661318006/html/
Dr. Iván Seperiza Pasquali
Quilpué, Chile
Mayo de 2022
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