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Nuestro Cerebro
Proemio
¿Cómo es
y cómo funciona nuestro cerebro?
El cerebro
es, sin duda, el órgano más complejo de nuestro cuerpo y
está implicado en todas las funciones y tareas que llevamos a cabo cada día y
que nos mantienen vivos. Y es que no solo nos sirve para pensar, razonar o
hablar; también para cosas tan básicas como respirar o parpadear, así como para
soñar y emocionarnos. Este artículo analiza cómo es y cómo funciona
nuestro cerebro.
¿Cómo funciona nuestro cerebro?
A través de los sentidos, el cerebro
recibe un flujo enorme de información del mundo que nos rodea, la procesa y
hace que cobre significado, organiza y controla el movimiento. Además,
entre las funciones del cerebro también están las de regular
la temperatura corporal, la circulación sanguínea, la respiración
y la digestión.
Un cerebro adulto pesa entre 1.300 y 1.400 gramos. Contiene
unos 100.000 millones de neuronas y una cantidad mucho mayor de sinapsis, que
permiten la conexión entre neuronas. Cuando tomamos decisiones y
experimentamos emociones,
en el cerebro se produce una complicada mezcla de procesos químicos y
eléctricos.
Partes del cerebro. El cerebro es parte del
encéfalo
El encéfalo consta de tres grandes áreas: el propio cerebro, el cerebelo y el
tronco cerebral.
Cerebro
La corteza o córtex
cerebral es la superficie externa del cerebro y tiene una gran
extensión, aproximadamente equivalente a entre una y dos hojas de periódico.
Está contenida en el cráneo gracias a numerosos pliegues y hendiduras. Solo un
tercio de la corteza está expuesta superficialmente, el resto está oculto en la
profundidad de los surcos. De esta forma se aprovecha mucho mejor el espacio
que si el córtex fuese liso y permite que diferentes regiones del
cerebro se comuniquen más rápida y fácilmente, ya que están más cerca.
La corteza forma parte de lo que se conoce como sustancia
gris, que es un componente del tejido cerebral que está
mayoritariamente constituido por los cuerpos de las neuronas. Por debajo de la
corteza encontramos la sustancia blanca, formada por
prolongaciones nerviosas recubiertas de mielina (sustancia aislante que les da
el color blanco) que transmiten la información a las diferentes regiones
del cerebro (como cables que unen diferentes neuronas para que puedan
comunicarse entre ellas).
El cerebro está dividido en dos grandes partes,
el hemisferio derecho y el izquierdo, que
están conectados entre sí por un conjunto de fibras, que constituyen el cuerpo
calloso. Cada uno de los hemisferios cuenta con cuatro lóbulos:
frontal, parietal, temporal y occipital. Y cada
lóbulo contribuye de manera diferente a las distintas funciones del cerebro.
Por
ejemplo, a grandes rasgos:
- El lóbulo
occipital es fundamental para procesar la información visual.
- El parietal entre
otras cosas, es clave en la integración de distintos tipos de
información sensorial para guiar nuestros movimientos.
- El temporal
nos ayuda a dar significado a la información sensorial, auditiva y visual,
y permite muchos procesos relacionados con el lenguaje.
En este lóbulo se encuentra el hipocampo, que tiene
un papel crucial en el aprendizaje y en la memoria
y que se ve afectado por las primeras alteraciones neuropatológicas de la
enfermedad de Alzheimer.
- Y, por último, el frontal
actúa como un director de orquesta para planificar y ejecutar nuestros
actos a partir de la información que recibe de diferentes regiones
cerebrales y también participa en la producción del lenguaje.
Además, en la parte más profunda de los hemisferios,
encontramos diversos núcleos de cuerpos neuronales con funciones determinadas
que también al igual que la corteza, forman parte de la sustancia gris. Algunos
de los más importantes son los ganglios basales y el tálamo,
que, entre otras cosas, participan en funciones relacionadas con el
procesamiento de información sensitiva y motora.
Cerebelo
El cerebelo, ubicado en la parte
posterior e inferior del cráneo, tiene un papel clave en el mantenimiento del
equilibrio y en la coordinación y precisión de los movimientos.
Tronco
cerebral
En la base del cráneo se encuentra el tronco
cerebral, que conecta el cerebro con la médula espinal y controla
acciones corporales automáticas como el ritmo cardíaco, la tensión arterial y
la respiración, así como el movimiento voluntario de los ojos, la lengua y los
músculos de la cara, entre otros.
El cerebro forma parte del sistema nervioso central
El sistema nervioso central tiene, además del
cerebro, otras partes fundamentales, como la médula espinal, que
comunica el cerebro con el resto del organismo, trasladando impulsos nerviosos
procedentes de distintas zonas corporales y enviando señales y órdenes
desde el cerebro a distintas regiones del cuerpo.
En muchas ocasiones, sin embargo, la médula
espinal produce una actuación por sí misma, sin que la información llegue a ser
transmitida al cerebro. Es lo que conocemos como reflejos. Por
ejemplo, cuando retiramos rápidamente la mano del fuego para no quemarnos, la
médula espinal actúa ante esta situación de emergencia, de forma refleja.
La
comunicación entre neuronas: ¿qué son las sinapsis?
Las neuronas o células
nerviosas son las unidades fundamentales del cerebro y del
sistema nervioso. Son las responsables de la recepción de los imputs
sensoriales provenientes del mundo exterior, así como de enviar órdenes a
distintas partes del cuerpo y de transformar y transmitir las señales
eléctricas que lo permiten.
Tienen formas y tamaños distintos, pero todas
constan de tres partes elementales: el cuerpo celular o
soma, el axón y las dendritas:
- En el cuerpo
celular está el núcleo (que contiene el ADN) y es donde se forman
las proteínas.
- El axón es
una parte de la célula, parecida a un cable, que transporta los mensajes
electroquímicos.
- Las dendritas o
ramificaciones nerviosas son proyecciones cortas de la célula,
como ramas, que establecen conexiones con otras células. Las dendritas
reciben los mensajes a través de los neurotransmisores que liberan los
axones de otras células nerviosas. En la parte inicial del axón de una
neurona (donde se une al cuerpo neuronal) se genera un potencial de
acción, un breve impulso eléctrico que viaja a lo largo del axón y provoca
la liberación de neurotransmisores (son como mensajeros) en la sinapsis,
el punto donde se produce esta liberación y la recepción del mensaje por
otra neurona, permitiendo así la comunicación entre ellas.
La conexión entre las neuronas es
fundamental para su propia subsistencia. Necesitan la
cooperación con otras neuronas para desarrollar su función y el apoyo
de otros tipos de células para conservarse sanas y activas.
Además de neuronas, el tejido nervioso contiene
otro tipo de células que forman la llamada neuroglia, cuya
función consiste en dar apoyo a las células nerviosas, aportarles los
nutrientes necesarios para su correcto funcionamiento y defender al tejido
nervioso de virus u otros microorganismos.
Para prevenir su propia muerte, las
neuronas, con la ayuda de la neuroglia, se tienen que mantener
y remodelar constantemente. Si la limpieza y la reparación celular se
ralentiza o se frena por cualquier motivo, la neurona no puede
funcionar correctamente y acaba muriendo.
Conocer mejor el funcionamiento del cerebro
contribuirá a comprender mejor enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer y otras causas de demencia.
https://blog.fpmaragall.org/como-es-y-como-funciona-nuestro-cerebro
Desarrollo
1.
Los
secretos del cerebro
Una visión evolutiva de la neurociencia
Comprender el cerebro es uno de los grandes retos de
la ciencia y una aspiración fundamental del ser humano. ¿Qué hace a este
órgano, de algo más de un kilo de tejido graso, tan especial? La respuesta es
clara: en el cerebro es donde se originan nuestros pensamientos y emociones, se
genera nuestra conducta y reside nuestra memoria, es decir, donde habita
nuestra identidad. El cerebro no es algo que pueda ser reemplazado (como los
riñones, el hígado o el corazón), tu cerebro eres tú.
El avance de las neurociencias es espectacular y cada vez sabemos
más sobre la organización y funcionamiento del cerebro, pero una cosa es
conocer y otra muy diferente comprender, como subraya el profesor Rudolf
Nieuwenhuys en la entrevista que acompaña este monográfico. Para comprender
cómo se han generado sus miles de millones de neuronas y sus billones de
conexiones, cuáles son sus principios de organización funcional, y cómo y por
qué es tan diferente en distintos animales, es esencial entender su origen, los
mecanismos que guían su construcción, en definitiva, su desarrollo y su
evolución. Estos dos procesos no son independientes, sino que están
estrechamente relacionados: los cambios evolutivos en el cerebro son resultado
de modificaciones que ocurren durante el desarrollo como consecuencia, en
muchos casos, de cambios en la expresión de genes maestros que guían su
construcción.
Los artículos de este monográfico abordan distintos
aspectos del desarrollo y evolución del cerebro, que van desde la reflexión
sobre las aportaciones a la neurobiología de la evo-devo (biología evolutiva del desarrollo), la relevancia de los genes
arquitectos del cerebro y de otros implicados en lenguaje y plasticidad
cerebral, la contribución de ésta a la evolución de nuestra especie y, para
terminar, la cognición corpórea y su importancia para comprender la evolución
del lenguaje. En definitiva, perspectivas complementarias que nos descubren los
secretos del cerebro e iluminan el camino hacia la compresión de la mente.
https://metode.es/revistas-metode/monograficos/los-secretos-del-cerebro.html
2.
Los
secretos del cerebro
Las nuevas tecnologías arrojan luz sobre el gran misterio por resolver de
la biología: el verdadero funcionamiento del cerebro
18 de enero de 2021
Las nuevas tecnologías arrojan luz sobre
el gran misterio por resolver de la biología: el verdadero funcionamiento del cerebro.
El color del pensamiento
Las diversas regiones del cerebro están conectadas
por unos 160.000 kilómetros de fibras (una longitud equivalente
a cuatro veces la circunferencia de la Tierra) que constituyen la
denominada sustancia blanca. Imágenes como esta, tomada en el Centro
de Imágenes Biomédicas Martinos, revelan por primera vez las
rutas específicas relacionadas con determinadas funciones
cognitivas. Los haces coloreados en rosa y naranja, por ejemplo,
transmiten señales de importancia crítica para el lenguaje.
Anatomía de un misterio
Las nuevas tecnologías permiten a los científicos desentrañar la
estructura oculta del cerebro.
Un detalle en alta resolución de la imagen anterior revela fibras de
sustancia blanca dispuestas en una misteriosa estructura
reticulada, como los paralelos y meridianos de un mapa.
El brillo de la memoria
Cuando formamos un recuerdo, «hay un cambio físico en el cerebro», dice Don
Arnold, de la Universidad del Sur de California.
Los puntos rojos y verdes de las ramificaciones de esta neurona de
rata muestran los puntos de contacto con otras neuronas. A
medida que se forman recuerdos, surgen puntos nuevos y los antiguos se
desvanecen.
Jennifer en el cerebro
Investigadores del Caltech y la UCLA
utilizan fotografías de personas famosas para estudiar
la manera en que el cerebro procesa
lo que percibe el ojo. En 2005 encontraron una neurona que
se activaba únicamente cuando los participantes de la prueba
veían imágenes de Jennifer Anniston. Otra neurona respondía únicamente a
fotografías de Halle Berry, aunque llevara la máscara de Catwoman.
Los estudios posteriores sugieren que muy pocas neuronas
participan en la representación mental de una persona, un lugar o un
concepto determinados, lo que convierte al cerebro en
un almacén de información enormemente eficiente.
Sin margen de error
La extirpación de tumores cerebrales es un procedimiento de riesgo, ya
que el cirujano debe eliminar tanto tejido tumoral como sea
posible sin destruir tejido nervioso esencial para funciones
tales como el habla, la vista y la memoria, ni el tejido conjuntivo entre
las neuronas.
David Fortin (en el centro, a la derecha), neurocirujano
de la Universidad de Sherbrooke, en Canadá, realiza
una intervención quirúrgica utilizando un mapa de alta resolución
del cerebro del
paciente para evitar complicaciones.
Iluminar el camino
Un equipo de científicos del Janelia Farm Research Campus,
un centro de investigación del Instituto Médico Howard Hughes,
ha añadido a las neuronas
de un pez cebra un gen que provoca una emisión de luz cada vez que la célula
envía una señal. Como los peces cebra son transparentes, los científicos pueden
observar la «brillante» actividad neuronal de la mayoría de las 100.000
neuronas presentes en el cerebro de estos animales. Los patrones de
estos «destellos» ofrecen nueva información sobre cómo el cerebro procesa
la información.
Van Wedeen se acaricia la barba entrecana y se inclina hacia
el monitor del ordenador, mientras desplaza el puntero por una cascada de
archivos. Estamos en una biblioteca sin ventanas, rodeados de cajas llenas
de cartas antiguas, viejos ejemplares de boletines científicos y un anticuado
proyector de diapositivas que nadie se ha decidido a tirar. «Me llevará
un momento localizar su cerebro»,
dice.
Wedeen tiene almacenados en un disco duro cientos de cerebros –imágenes
en 3D, exquisitamente detalladas, de cerebros de monos, ratas y humanos, entre
ellos el mío–, y me ha ofrecido un recorrido guiado por el interior de mi
cabeza.
Es mi segunda visita al Centro de Imágenes
Biomédicas Martinos, situado en el puerto de Boston. La primera vez, hace unas
semanas, me ofrecí al equipo de Wedeen como cobaya para una investigación
neurocientífica. En la sala del escáner, me recosté sobre una camilla
dura, con la parte posterior de la cabeza apoyada sobre una caja de plástico
abierta. Un radiólogo me puso sobre la cara un casco blanco también de
plástico, con dos orificios a través de los cuales pude seguir sus movimientos.
Me ajustó bien el casco para que las 96 antenas diminutas que contenía
estuvieran cerca de mi cerebro y pudieran captar las ondas de radio que estaba
a punto de emitir. Mientras la camilla se deslizaba hacia las fauces
cilíndricas del escáner, pensé en El hombre de la máscara de hierro.
Los imanes a mi alrededor empezaron a zumbar y a emitir
pitidos. Durante una hora permanecí inmóvil y con los ojos cerrados, tratando
de pensar en cosas que me ayudaran a mantener la calma. No fue fácil. Para
lograr la mayor resolución posible, Wedeen y su equipo habían diseñado el
aparato con muy poco espacio interior, apenas suficiente para albergar a una
persona de mi tamaño. Para no sumirme en el pánico, mantuve la
respiración regular e intenté transportarme mentalmente a lugares que guardaba
en la memoria. Por ejemplo, me acordé de una vez que había llevado a
mi hija de nueve años a la escuela sorteando montones de nieve después de una
tormenta.
Mientras estaba ahí tumbado, reflexioné sobre el hecho de que todos esos
pensamientos y emociones eran el producto del trozo de carne de casi un kilo y
medio que estaba siendo objeto del estudio: mis miedos, transmitidos por
impulsos eléctricos que convergían en un pedazo de tejido en forma de almendra
llamado amígdala, y la reacción para aquietarlos, activada y dirigida desde
regiones de la corteza frontal. Y el recuerdo del paseo con mi hija, coordinado
por una estructura llamada hipocampo, un montón
de neuronas en forma de caballito de mar, que había reactivado una
vasta red de conexiones a través de mi cerebro, tendida por primera vez cuando
caminé entre la nieve y almacené aquel momento en la memoria.
Me estaba sometiendo a ese estudio como parte del reportaje que estaba
realizando por todo Estados Unidos para documentar una de las grandes
revoluciones científicas de nuestro tiempo: los asombrosos avances en la
comprensión del funcionamiento del cerebro humano. Algunos neurocientíficos
estudian la delicada y sofisticada estructura de las células nerviosas, o
neuronas. Otros se ocupan de cartografiar la bioquímica del cerebro, para
determinar de qué manera nuestros miles de millones de neuronas producen y
emplean miles de proteínas diferentes. Y otros, como Wedeen, crean
representaciones increíblemente detalladas del «cableado» cerebral, esa
red de unos 160.000
kilómetros de fibras nerviosas que constituyen la
sustancia blanca y que conecta los diversos componentes del cerebro,
dando origen a todo lo que pensamos, sentimos y percibimos. El Gobierno de
Estados Unidos respalda esta investigación a través de la iniciativa BRAIN
(siglas en inglés de «investigación del cerebro mediante neurotecnologías
innovadoras y avanzadas»). La primavera pasada, el presidente Obama anunció que
este proyecto a gran escala tiene como objetivo acelerar la confección de mapas
del sistema de circuitos neuronales, «ofreciendo así a los científicos los
instrumentos que necesitan para componer una imagen dinámica del cerebro en
acción». En Europa existe un esfuerzo similar financiado por la Comisión
Europea llamado Proyecto Cerebro Humano (HBP), en el que participan 15
países, entre ellos España.
Al observar el cerebro en acción, los neurocientíficos pueden ver también
sus defectos; de hecho, empiezan a identificar diferencias entre la estructura
de un cerebro corriente y el de otro aquejado por trastornos como la
esquizofrenia, el autismo o la enfermedad de Alzheimer. A medida que avancen en
la confección de mapas cada vez más detallados del cerebro, es posible que
puedan diagnosticar trastornos por sus manifestaciones anatómicas y quizás
incluso lleguen a comprender su génesis.
En mi segunda visita al laboratorio, Wedeen localiza finalmente la imagen de
mi sesión en el escáner. Mi cerebro aparece en el monitor. La técnica
que utiliza, la resonancia magnética por difusión, interpreta las señales de radio
emitidas por la sustancia blanca y produce un atlas de alta resolución de
esa «internet» neurológica. El escáner traza el mapa de los haces de fibras
nerviosas que forman cientos de miles de rutas para transportar la información
de una parte a otra del cerebro. En el ordenador se aplica a cada ruta un
color, de tal manera que mi cerebro parece una explosión de pelos multicolores.
Wedeen presta especial atención a determinadas rutas y me enseña, por
ejemplo, algunos de los circuitos importantes para el lenguaje y otros tipos de
actividad mental. Después borra temporalmente la mayoría de las rutas de mi
cerebro, para que pueda apreciar con más facilidad la organización de las
restantes. A medida que amplía la imagen, algo sorprendente cobra forma ante mis
ojos. Pese a la increíble complejidad de los circuitos, todos ellos se
entrecruzan en ángulo recto, como las líneas en una hoja de papel
cuadriculado.
«Todo son cuadrículas», dice Wedeen.
Una nueva manera de observar el cerebro
Cuando en 2012 sacó a la luz la estructura reticulada del cerebro, algunos
científicos reaccionaron con escepticismo, preguntándose si no habría
descubierto solo una parte de una anatomía mucho más enmarañada. Pero hoy
Wedeen está más convencido que nunca de que se trata de una característica
relevante. Mire donde mire –en cerebros humanos, de monos o de ratas–,
encuentra la cuadrícula. Me indica que los sistemas nerviosos primigenios, en
los gusanos del cámbrico, eran simples cuadrículas: apenas un par de cordones
nerviosos tendidos de la cabeza a la cola, con conexiones entre ellos
semejantes a los peldaños de una escalera de mano. En el linaje de nuestra
especie los nervios del encéfalo aumentaron exponencialmente de número hasta
contarse por miles de millones, pero conservaron la estructura cuadriculada. Es
posible que nuestros pensamientos discurran como tranvías sobre los raíles de
la sustancia blanca, conforme los impulsos nerviosos viajan de una región del cerebro a otra.
«Es absolutamente improbable que no haya algún principio básico detrás de todo
esto –dice Wedeen, con la mirada fija en la imagen de mi cerebro–. Pero aún no
estamos en condiciones de apreciarlo».
Los científicos están averiguando tantas cosas últimamente acerca del
cerebro que a veces se nos olvida que durante buena parte de la historia no
supimos cómo funcionaba, ni tan siquiera qué era. En la Antigüedad, los
médicos creían que el cerebro estaba compuesto de «flema». Aristóteles lo
consideraba una especie de refrigerador, capaz de contrarrestar el calor del
corazón. Desde entonces hasta el Renacimiento los anatomistas declaraban con
gran convicción que nuestras percepciones, emociones, razonamientos y acciones
eran el resultado de «espíritus animales», vapores misteriosos e
intangibles que se arremolinaban en las cavidades de nuestras cabezas y
viajaban por nuestro cuerpo.
La revolución científica del siglo XVII empezó a cambiarlo todo. El médico
británico Thomas Willis reconoció que esos tejidos cerebrales de
consistencia semejante a la cuajada eran la sede de nuestro mundo mental.
Para estudiar su funcionamiento, diseccionó cerebros de ovejas, de perros y de
pacientes fallecidos, y produjo así los primeros diagramas exactos del órgano.
Tuvo que pasar otro siglo para que los investigadores comprendieran que el
cerebro es un órgano eléctrico. En lugar de espíritus animales, son impulsos
eléctricos los que recorren el sistema nervioso. Aun así, los científicos del
siglo XIX sabían muy poco acerca de las rutas seguidas por esos impulsos. El
médico italiano Camillo Golgi sostenía que el cerebro era una red de conexiones
sin interrupciones. Basándose en la investigación de Golgi, el
científico español Santiago Ramón y Cajal aplicó nuevos métodos de tinción de
las neuronas para observar sus enmarañadas ramificaciones y descubrió
lo que Golgi no había podido discernir: que cada neurona es una célula
distinta, separada de todas las demás. Las neuronas envían señales a través de
unas prolongaciones llamadas axones, y las reciben a través de las
prolongaciones receptoras, denominadas dendritas. Entre el extremo de los
axones y el de las dendritas hay un pequeño espacio: la hendidura sináptica.
Posteriormente los científicos descubrirían que los axones vierten un cóctel de
sustancias químicas en dicho espacio para desencadenar una señal en la neurona
vecina.
El neurocientífico Jeff Lichtman, actual titular de la cátedra Ramón y Cajal
de la Universidad Harvard, continúa el proyecto del científico español en el
siglo XXI. En lugar de dibujar las neuronas manualmente a tinta y plumilla, él
y su equipo están creando minuciosas imágenes tridimensionales de las neuronas, que
permiten apreciar cada abultamiento y cada ramificación. Desentrañando los
pequeños detalles de la estructura de las células nerviosas, es posible que
por fin se hallen respuestas a algunas de las preguntas más básicas acerca de
la naturaleza del cerebro. Cada neurona tiene un promedio de 10.000 sinapsis
(conexiones con otras neuronas). ¿Siguen algún orden esas conexiones, o son puramente
aleatorias? ¿Se producen esas conexiones preferentemente con algún tipo
específico de neuronas?
Para producir las imágenes, Lichtman y sus colegas cortan secciones de cerebro
de ratón con la versión neuroanatómica de una máquina de cortar fiambre. Las
finísimas capas de tejido resultantes tienen la milésima parte del grosor de un
cabello humano. Después, con un microscopio electrónico, los investigadores
fotografían cada sección transversal, y con el ordenador combinan las imágenes
apilándolas una encima de otra. De este modo, poco a poco va cobrando forma una
imagen tridimensional que los científicos pueden explorar.
«Todo queda a la vista», asegura Lichtman.
¿Cómo está organizado el caos del cerebro?
El único problema es la enormidad de ese «todo». Hasta el momento, el mayor
volumen de un cerebro de ratón que el equipo de Lichtman ha conseguido
reproducir es más o menos del tamaño de un grano de sal. Los datos de ese
minúsculo volumen suman 100 terabytes, una cantidad de información equivalente
a la de 25.000 películas almacenadas en alta definición.
Una vez que se ha reunido toda esa información empieza el trabajo
verdaderamente difícil: buscar las reglas que organizan el aparente caos del
cerebro. Recientemente el investigador posdoctoral del equipo de Lichtman
Narayanan Kasthuri emprendió la tarea de analizar hasta el último detalle de un
trozo cilíndrico de cerebro de ratón de apenas 1.000 micrómetros cúbicos (la
cienmilésima parte del volumen de un grano de sal). Escogió la región que
rodeaba un pequeño segmento de un solo axón, para identificar todas las
neuronas que pasaban por allí.
Ese minúsculo trozo de cerebro resultó ser como un tonel lleno de serpientes.
Kasthuri encontró un millar de axones y unas 80 dendritas, cada una ramificada
en unas 600 conexiones con otras neuronas dentro del cilindro. «Es una señal de
alerta. Ahora sabemos que los cerebros son mucho más complicados de lo que
creemos», advierte Lichtman.
Complicados, pero no desordenados. Lichtman y Kasthuri descubrieron que cada
neurona establece casi todas sus conexiones con una sola neurona, y evita
escrupulosamente conectarse con casi todas las otras células apiñadas a su
alrededor. «Parece importarles mucho con quién se relacionan», afirma Lichtman.
El neurocientífico no puede saber todavía si esa minuciosa disposición es una
regla general o una característica propia de la diminuta región de cerebro de
ratón analizada. Incluso con mejor tecnología, su equipo necesitará dos años
más para completar el estudio de los 70 millones de neuronas del cerebro de un
ratón. Le pregunto por la exploración de un cerebro humano completo, que
contiene mil veces más neuronas que el de un ratón.
«Ni siquiera me lo planteo –dice, con una carcajada–. Es demasiado abrumador.»
El retrato tridimensional del cerebro que prepara Lichtman será muy
revelador, pero aun así no será más que una simple escultura exquisitamente
detallada. Las neuronas representadas son modelos huecos, mientras que
las neuronas auténticas están llenas a rebosar de ADN vivo, proteínas
y otras moléculas. Cada tipo de neurona emplea un conjunto específico de genes
para construir la maquinaria molecular que necesita para realizar su función.
Por ejemplo, las neuronas sensibles a la luz que tenemos en los ojos producen
proteínas capaces de captar los fotones, y las situadas en una región llamada
sustancia negra producen dopamina, un neurotransmisor crucial para el mecanismo
de la recompensa. La geografía de las proteínas y otras sustancias químicas
es esencial para comprender el funcionamiento del cerebro y las razones por las
que a veces no funciona bien. En la enfermedad de Parkinson, las neuronas de la
sustancia negra producen menos dopamina de lo normal. En la enfermedad de
Alzheimer hay marañas de proteínas dispersas por todo el cerebro, aunque no se
conoce con certeza la relación entre esas marañas y la devastadora demencia que
caracteriza la enfermedad.
El Instituto Allen para la Ciencia del Cerebro, situado en Seattle, ha
producido un mapa de la maquinaria molecular del cerebro denominado Atlas Allen
del Cerebro. Allí los científicos trabajan con cerebros de personas recién
fallecidas, donados por sus familiares. En primer lugar, los escanean con
aparatos de resonancia magnética de alta resolución y después, utilizando sus
imágenes tridimensionales como referencia, los cortan en secciones de grosor
microscópico, que a continuación montan sobre un portaobjetos. Finalmente impregnan
las secciones con diferentes sustancias químicas que revelan la presencia de
genes activos situados en las neuronas.
Hasta el momento los investigadores han estudiado seis cerebros humanos y
han cartografiado la actividad de 20.000 genes codificadores de proteínas en
700 localizaciones de cada cerebro. Se trata de una cantidad impresionante de
datos, que los científicos solo han empezado a interpretar. Se calcula que el
84% del total de los genes presentes en nuestro ADN se activan en algún lugar
del cerebro adulto. (Un órgano más sencillo como puede ser el corazón o el páncreas
requiere una cantidad muy inferior de genes para funcionar.) En cada una de las
700 localizaciones estudiadas, las neuronas activan un grupo diferente de
genes. En un estudio preliminar de dos regiones del cerebro, los científicos
compararon un millar de genes de los que ya se conocía su importancia para la
función neuronal. De una persona a otra, las áreas del cerebro donde los
diferentes grupos de genes estaban activos eran prácticamente las mismas.
Se diría que el cerebro tiene un paisaje genético enormemente definido y
preciso, en el que ciertas combinaciones de genes desempeñan determinadas
tareas en diferentes localizaciones.
Cabe la posibilidad de que el secreto de muchas enfermedades neurológicas se
esconda en ese paisaje, por la activación o la desactivación anómala de
determinados genes.
Toda la información del Atlas Allen del Cerebro está disponible en Internet,
donde otros científicos pueden analizar los datos utilizando programas hechos a
medida. Y ya están haciendo descubrimientos. Un equipo brasileño, por ejemplo,
ha usado los datos para estudiar un trastorno devastador llamado enfermedad de
Fahr, que se caracteriza por formar calcificaciones en el interior del cerebro
y que produce demencia. Ya se había observado una relación entre algunos casos
de esta afección y una mutación del gen SLC20A2. En el atlas del
cerebro humano los científicos comprobaron que este gen está activado sobre
todo en las regiones afectadas por la enfermedad.
De todas las formas novedosas de visualizar el cerebro, quizá la más notable
sea la inventada por el equipo de Karl Deisseroth, neurocientífico y psiquiatra
de la Universidad Stanford. Para ver el cerebro, primero lo hacen desaparecer.
Cuando visité el laboratorio de Deisseroth, Jenelle Wallace, una estudiante, me
llevó hasta una repisa donde había media docena de frascos. Levantó uno de
ellos y me indicó en el fondo un cerebro de ratón, del tamaño de una uva. En
realidad no ví el cerebro, sino a través de él, ya que era transparente como
una canica de vidrio.
No hace falta decir que todo cerebro normal, humano o de ratón, es opaco,
porque sus células están envueltas en grasa y otros compuestos que impiden el
paso de la luz. Por esa razón Ramón y Cajal tuvo que teñir las neuronas para
verlas, y el grupo de Lichtman y los científicos del Instituto Allen tienen que
cortar los cerebros en secciones finísimas para acceder a su interior. La
ventaja de un cerebro transparente es que permite observar sus mecanismos con
el órgano todavía intacto. En colaboración con el investigador
posdoctoral Kwanghun Chung, Deisseroth ha desarrollado una receta para
reemplazar los compuestos opacos del cerebro por moléculas transparentes. Tras
volver transparente un cerebro de ratón con su método, pueden inyectarle
marcadores químicos fluorescentes que se fijan solo a determinadas proteínas o
siguen una ruta específica que conecta diferentes neuronas en
regiones distantes del cerebro. Los científicos pueden luego lavar esos
marcadores y añadir otros para revelar la localización y la estructura de un
tipo diferente de neurona, desenmarañando de ese modo los circuitos neuronales,
uno a uno. «No es necesario desmontarlo para ver el cableado», afirma
Deisseroth.
No es fácil que los neurocientíficos se asombren por algo, pero el método de
Deisseroth, denominado CLARITY, los ha dejado boquiabiertos. «Es bastante
impresionante», comenta Christof Koch, director científico del Instituto Allen.
Para Wedeen, la investigación de Deisseroth es «espectacular, diferente de todo
lo que se ha hecho en este campo».
Debido a nuestro pasado evolutivo común, esclarecer el funcionamiento del
cerebro de un ratón puede ofrecer mucha información acerca del funcionamiento
del cerebro humano. Pero el objetivo final de Deisseroth es lograr la misma
transformación con un cerebro humano, es decir, volverlo transparente, una
tarea mucho más complicada, entre otras cosas porque es 3.000 veces más grande
que el de ratón.
Una imagen CLARITY que mostrara la localización de un solo tipo de proteína en
un único cerebro humano produciría una cantidad colosal de información: unos
dos petabytes, el equivalente a varios cientos de miles de películas en alta
definición. Deisseroth espera que CLARITY pueda algún día revelar las
características ocultas de trastornos como el autismo o la depresión. Pero sabe
que falta mucho para eso.
«Es tanto lo que todavía queda por hacer antes de desarrollar tratamientos, que
normalmente le digo a la gente que ni siquiera lo piense todavía –comenta–. Por
ahora, no es más que un viaje de descubrimiento.»
Por muy revelador que pueda ser un cerebro transparente, siempre será un
órgano muerto. Los científicos necesitan otros instrumentos para explorar
cerebros vivos. Utilizando una programación diferente, las técnicas que Wedeen
emplea para estudiar la sustancia blanca pueden registrar el cerebro en acción.
La resonancia magnética funcional (RMf) permite observar las regiones del
cerebro que participan en una tarea mental determinada. A lo largo de
las dos últimas décadas, la RMf ha revelado redes implicadas en todo tipo de
procesos mentales, desde el reconocimiento de caras hasta el acto de
beber un café o la rememoración de un suceso traumático.
Es fácil dejarse deslumbrar por las imágenes de RMf, pero es importante
recordar que en realidad se trata de representaciones bastante burdas. Los
aparatos más potentes solo pueden registrar la actividad en una escala de un
milímetro cúbico, un volumen de tejido equivalente al de una semilla de sésamo.
En ese espacio, son cientos de miles las neuronas que se están activando e
intercambiando señales de manera sincronizada. El modo en que esas señales dan
origen a los patrones más amplios observados a través de la RMf continúa siendo
un misterio.
«Hay muchas dudas sobre la corteza, incluso algunas ridículamente simples, que
no podemos despejar», confiesa Clay Reid. En 2012 Reid se trasladó a Seattle
para unirse al Instituto Allen con la esperanza de despejar algunas de esas
dudas mediante una serie de experimentos que él y sus colegas llaman MindScope.
Su objetivo es entender los mecanismos por los que un grupo de neuronas lleva a
cabo una tarea compleja.
La función que el equipo de Reid ha decidido descifrar es la vista, un sentido
que los científicos llevan decenios estudiando pero que solo han podido
descifrar fragmentariamente. Un ejemplo de un antiguo experimento era colocar
un electrodo en la región del cerebro de un ratón relacionada con la percepción
visual y observar las neuronas que se activaban cuando el animal veía
una imagen en particular.
Ese enfoque ha permitido a los científicos cartografiar las regiones de la
corteza visual especializadas en diferentes tareas, como detectar los bordes de
un objeto o percibir la luminosidad. Pero nunca han conseguido ver todas esas
regiones trabajando a la vez, y descubrir así cómo hace el millón de neuronas
de un ratón presentes en las regiones del cerebro relacionadas con la visión
para organizar instantáneamente la información en la imagen de un gato.
Reid y sus colaboradores están tratando de resolver ese problema mediante la
manipulación genética de ratones, para que sus neuronas relacionadas con la
visión liberen destellos de luz cuando se activan. Los destellos registran la
actividad neuronal cuando el ratón ve un objeto determinado, ya sea un gato o
un apetitoso trozo de queso. A partir de ahí, los científicos pueden
compilar los datos y crear con ellos enormes modelos matemáticos de la visión.
Si los modelos son exactos, los investigadores serán literalmente capaces de
leer la mente de un ratón.
«Nuestro objetivo es reconstruir lo que ve el ratón –afirma Reid–. Y creo que
podemos conseguirlo».
La investigación de Reid sobre la visión de los ratones es un paso más hacia
el objetivo último de la neurociencia: obtener un panorama completo del
funcionamiento del complicadísimo sentido de la visión, lo que los científicos
con los que hablé llaman «una teoría del cerebro». Falta mucho para alcanzar
una meta tan ambiciosa, y los pasos que se han dado prácticamente no han
cambiado aún los tratamientos que los médicos ofrecen a los pacientes. Pero hay
una línea de investigación (las interfaces cerebro-máquina) donde el estudio
del cerebro ya ha empezado a cambiar la vida de muchas personas.
A los 43 años, Cathy Hutchinson sufrió un accidente cerebrovascular que la
paralizó y la dejó sin habla. Desde su cama del Hospital General de
Massachusetts, se fue dando cuenta poco a poco de que sus médicos no sabían si
estaba consciente o en estado de muerte cerebral. Cuando su hermana le preguntó
si la oía y le entendía, ella logró responder moviendo los ojos.
«Fue un gran alivio –me cuenta Cathy 17 años después–, porque todos
hablaban de mí como si estuviera a punto de morir».
Un gélido día de invierno me recibe en su casa del este de Massachusetts,
sentada en su silla de ruedas. Su cuerpo sigue paralizado casi por completo y
no ha recuperado el habla, pero se comunica mirando las letras que hay en la
pantalla de un ordenador acoplado a su silla de ruedas: una cámara sigue el
movimiento de un diminuto disco de metal instalado en el centro de sus gafas e
interpreta qué letras está mirando, lo que permite deletrear palabras.
Hay una parte del cerebro denominada corteza motora donde generamos las órdenes
para mover los músculos. Desde hace más de un siglo sabemos que cada parte de
la corteza corresponde a un área determinada del cuerpo. Cuando una persona se
queda paralítica, como Cathy, es frecuente que su corteza motora esté intacta,
pero haya perdido la posibilidad de comunicarse con el resto del cuerpo, porque
las conexiones se han destruido. John Donoghue, neurocientífico de la
Universidad Brown, quería encontrar la manera de ayudar a gente con parálisis
utilizando las señales de su propia corteza motora. Tenía la esperanza de que
algún día pudieran pulsar las teclas de un ordenador o accionar una máquina
solo con el pensamiento. Dedicó años al desarrollo de un implante y lo probó en
monos. Después pudieron empezar a probarlo en seres humanos.
Uno de ellos fue Cathy Hutchinson. En 2005, cirujanos del
Hospital de Rhode Island le practicaron un orificio de más de 2,50 centímetros
en el cráneo y le implantaron el sensor del dispositivo de Donoghue. El sensor,
más o menos de medio centímetro de diámetro, contenía un centenar de agujas
diminutas, que, al presionar la corteza motora de la paciente, registraban las
señales de las neuronas cercanas. Un juego de cables conectado al
dispositivo pasaba por el orificio del cráneo y llegaba hasta un
conector de metal situado sobre el cuero cabelludo.
Cuando la herida quirúrgica hubo cicatrizado, los investigadores de la
Universidad Brown conectaron un cable al implante de Cathy que transmitía las
señales de su cerebro a una serie de ordenadores montados en un carrito que
llevaron a su habitación. Como primer paso, los científicos enseñaron a
los ordenadores a reconocer las señales de la corteza motora de la paciente y
a utilizarlas para mover un puntero por una pantalla. Cathy lo logró en el
primer intento, porque los ordenadores ya sabían traducir en movimientos los
patrones de actividad cerebral. Dos años después conectaron un brazo robótico a
los ordenadores y perfeccionaron el programa que interpretaba las señales
cerebrales para que ella pudiera mover el brazo hacia delante y hacia atrás,
arriba y abajo, además de abrir los dedos robóticos y cerrarlos.
Después de unas pocas sesiones, Cathy, el ordenador y el brazo robótico ya
trabajaban en equipo. «Me resultó muy natural», me comenta. Tan natural, que un
día tendió el brazo robótico hacia una taza de café con leche y canela, la
cogió y se la llevó a los labios para beber.
«La sonrisa de Cathy cuando dejó la taza en la mesa… es impagable»,
dice Donoghue.
Hoy Donoghue y otros científicos siguen trabajando a partir de ese éxito con la
intención de crear interfaces cerebro-máquina potentes, seguras y fáciles de
usar. En la Universidad Duke, Miguel Nicolelis experimenta con exoesqueletos
que se acoplan al cuerpo para que las señales del cerebro controlen sus
extremidades. Ya ha conseguido que unos monos controlen exoesqueletos de cuerpo
entero. Si todo sale bien, un parapléjico equipado con una versión más sencilla
del dispositivo hará el saque inicial en el partido inaugural del Mundial de
Fútbol de 2014 en Brasil, país natal de Nicolelis.
«Con el tiempo, los implantes cerebrales serán tan corrientes como los
marcapasos –afirma el investigador–. No tengo la menor duda.»
Cuando se trata del cerebro, predecir el futuro es muy complicado. Algunos
avances del pasado inspiraron expectativas que en muchos casos no han llegado a
realizarse. «No podemos distinguir un cerebro esquizofrénico de uno autista o
uno normal», reconoce Christof Koch. Pero, en su opinión, la investigación
actual está llevando a la neurociencia hacia una fase totalmente nueva. «Creo
que ya podemos empezar a unir las piezas del rompecabezas.»
https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/grandes-secretos-cerebro_8039
3.
Conocer el cerebro para mejorar nuestra forma de
aprender
11 | 02 | 2020
Está
demostrado que las emociones son fundamentales para aprender. ¿Por qué no se
suelen incluir en la enseñanza estándar?
David
Bueno es director de la Cátedra de Neuroeducación
en la Universidad de Barcelona, que reúne a varios profesionales del área de
datos para cerrar la brecha entre neurociencia y educación. Su
objetivo es conocer el cerebro para mejorar nuestra forma de aprender.
Para ello, quieren recopilar los datos que tenemos sobre el cerebro
humano y utilizarlos para optimizar y mejorar las capacidades
de los niños a través de los propios mecanismos de aprendizaje del cerebro.
Como David cuenta, el cerebro humano es un órgano que ha sufrido un largo
proceso de evolución, aprendiendo del entorno y adaptándose a los cambios. Ese
propio proceso de evolución, innato en el cerebro, se
puede aprovechar para aprender nuevo conocimiento.
El trabajo de David también sugiere que conociendo qué áreas del
cerebro maduran en cada etapa, los alumnos pueden beneficiarse de una mejor
enseñanza. Está demostrado que las emociones son fundamentales para
aprender. ¿Por qué no se suelen incluir en la enseñanza estándar? De acuerdo
con la genética del aprendizaje, los genes influyen en nuestra capacidad
mental. Si tuviéramos en cuenta esas diferencias, el sistema de
enseñanza sería distinto a como es hoy, sería personalizado y
más útil para todos los alumnos.
¿Cuál debería ser el principal propósito de la enseñanza? Según
la cátedra de Neuroeducación que David dirige, debería ser “educar con
dignidad”. Como el mismo explica “Se refiere a los problemas
profesionales, a los problemas sociales, al respeto por las diferencias, a
darle a todo el mundo las mejores oportunidades posibles para aprender y
conocerse a sí mismos”.
La idea de la educación con dignidad comprende algunos principios como el
entendimiento del origen de las diferencias biológicas y la manera en la que el
cerebro aprende, ofrecer a los distintos alumnos las mejores oportunidades para
desarrollarse cognitivamente y mejorar esas capacidades de manera ética.
Sin embargo, como David plantea, debemos tener en cuenta los límites
éticos a la hora de monitorizar la actividad de los alumnos durante el proceso
de aprendizaje. Se trata de un asunto muy importante que se debe
abordar desde la perspectiva de la neurociencia aplicada al aprendizaje.
A continuación, puedes ver la conferencia completa de David en la reunión
del Future Trends
Forum sobre Neurociencia:
https://www.fundacionbankinter.org/noticias/conocer-el-cerebro-para-mejorar-nuestra-forma-de-aprender/?_adin=02021864894
4.
Conociendo nuestra química cerebral
Estas son las hormonas usadas por tu cuerpo y que generan sensación de
bienestar.
17 mayo, 2022
Hoy en día se habla de la felicidad con mucha frecuencia.
¿Cómo lograrla? ¿Cómo mantenerla? Y es que, sin duda, es uno de nuestros más
grandes anhelos, alcanzar la felicidad.
Pero pensar en ella y hablar de ella no nos ayuda a cambiar algo en nuestras
vidas como para sentirla. Cuando no te sientes feliz y satisfecho contigo
mismo/a, cuando te sientas triste, o estresado/a, o incluso ansioso/a, es
porque, entre otras cosas, tienes bajos los niveles de algunas hormonas
cerebrales.
¿Sabes que tu cerebro tiene un grupo de hormonas que puedes
estimular muy fácilmente para ser más feliz?
Las hormonas clave en nuestro bienestar
Hay varias formas de estimular la secreción de estas hormonas, por ejemplo,
comer comida picante, ver películas tristes, consumir alimentos con triptófano
(legumbres, o chocolate alto en cacao), trazarte metas y objetivos e ir tras
ellos, establecer vínculos saludables y duraderos con otros.
Estas hormonas son la dopamina, la serotonina, la oxitocina y
endorfinas, el “cuarteto de la felicidad”, ya que estimulan tu cerebro
naturalmente, sin necesidad de fármacos o sustancias dañinas.
Loretta G. Breuning, investigadora y autora del libro Habits of a happy
brain, explica que "cuando tu cerebro emite uno de estos químicos
cerebrales, te sientes bien".
A continuación, encontrarás la función de cada una de estas hormonas, y las
actividades que puedes implementar en tu rutina diaria para que tu cerebro las
produzca en mayor cantidad, y así se llene de ellas.
1. Dopamina
La dopamina
está relacionada con la experiencia del placer y nos orienta hacia la
consecución de metas vinculadas a nuestros deseos. Para estimular su
producción, sigue estas pautas.
- Dormir de 7 a 9 horas y descansar lo
suficiente.
- Celebrar tus logros
diariamente.
- Hacer ejercicio a diario, o
con una frecuencia semanal estable (2-3 veces).
- Beber suficiente agua todos
los días (1,5-2 litros,
en verano o haciendo ejercicio 2-3 litros).
- Alimentarse correctamente
con una dieta equilibrada es importante (ver siguiente apartado).
2. Oxitocina
Nos ayuda a reducir el estrés y aumenta la libido y se relaciona con
la intimidad, y los lazos afectivos
y emocionales que establecemos. Estos son algunos consejos para potenciar su
producción:
- Meditar cada mañana (o al
menos hacer ejercicios de respiración y relajación).
- Abrazar a tus seres
queridos (durante 20 segundos para que sea terapéutico).
- Ser generoso/a (dar sin
esperar recibir nada a cambio, de forma altruista y solidaria).
- Acariciar a tu mascota, y
estar cerca de personas de confianza.
- Tener relaciones sexuales,
pero hasta un beso o una mirada ayuda.
3. Serotonina
Regula el estado de ánimo y se relaciona con la autoestima,
la autoconfianza, aumentando cuando nos sentimos importantes.
Para hacer que tu cuerpo la genere en grandes cantidades, sigue estas pautas:
- Agradecer todos los días,
siempre hay algo de lo que estar agradecido/a.
- Disfrutar de la naturaleza,
y tener plantas en tu hogar es imprescindible.
- Recordar momentos
importantes, pensar en recuerdos felices.
- Buscar lugares con sol y
mucha luz, incluso dentro de casa.
4. Endorfinas
Son consideradas la morfina del cuerpo, un analgésico natural,
nos ayuda a reducir el dolor, el estrés y el miedo. Si te interesa estimular su
producción, haz lo siguiente:
- Practicar hobbies,
escribir, escuchar música, leer, cocinar, pintar, etc.
- Reír, reírse mucho, con una
sonrisa legítima que involucre los músculos de la cara.
- Bailar y cantar, sin
vergüenza, y disfrutándolo.
- Trabajar en equipo, ya que
potencia la unión social.
- Practica estos ejercicios
regularmente y mantendrás los niveles de tus hormonas cerebrales al nivel
óptimo para sentirte mejor siempre.
Ciertos alimentos también ayudan a su producción
Otra forma de producir estas hormonas de forma natural es mediante
la ingesta de algunos alimentos que te ayudarán a liberar estas
hormonas.
El placer que sentimos cuando comemos no es solo físico,
sino también es químico, nuestro cuerpo intensifica esa sensación gracias a la
producción de estas hormonas.
A continuación encontrarás cómo estimular estas hormonas de la felicidad a
través de la alimentación. Los mejores alimentos para conseguir este objetivo
son:
1. Dopamina
Las legumbres aportan muchos aminoácidos que ayudan en la actividad cerebral
y al equilibrio interno.
Los plátanos contienen vitamina B6 y magnesio, que ayudan a
fabricar dopamina y otros neurotransmisores.
El pescado produce tirosina, lo que más adelante se convierte en dopamina.
2. Serotonina
Las legumbres son especialmente importantes con la producción de
esta hormona. Los garbanzos, por ejemplo, intervienen directamente en
nuestro cuerpo produciendo serotonina, un antidepresivo natural que ayuda a
combatir los altibajos emocionales tan impredecibles hoy en día.
3. Oxitocina
Tomar un poco de chocolate es beneficioso, ya que contiene
tirosina, una sustancia que ayuda a producir oxitocina y dopaminas. Pero ojo,
estamos hablando de chocolate negro, debemos asegurarnos que tenga un porcentaje
alto en cacao, a partir de un 70% es lo ideal (hay muchos chocolates que son
más leche y azúcar que otra cosa).
4. Endorfinas
Los dulces sanos, por ejemplo las frutas en general, que son ricas
en azúcares (y recuerda que el chocolate negro también), contribuyen a
generar esta sensación de bienestar.
La vitamina C y B, la piña, los cereales o el pimiento, por
ejemplo, son alimentos óptimos para incluir en nuestra alimentación, porque
producen cobalamina y ácido fólico, dos componentes que intervienen en la
producción de endorfinas.
Comer alimentos un poco picantes también ayudará a la producción de
endorfinas, pero de nuevo debemos ir con cautela, ya que los picantes fuertes
pueden ser muy perjudiciales para nuestro organismo.
Otros alimentos ayudan a producir neurotransmisores y/u hormonas de la
felicidad
- La avena es
considerada como un carbohidrato inteligente porque tiene un
efecto calmante en el cerebro. Ayuda a controlar los niveles de azúcar y
colesterol, mantiene y equilibra el funcionamiento del sistema nervioso.
- Las nueces contienen la
L-fenilalanina, que ayuda a producir hormonas que generarán muchos de los
neurotransmisores comentados.
- El yogur o el kéfir,
ya que los probióticos mejoran la flora intestinal, y hoy en día está más
que demostrado que la salud intestinal está muy relacionada con el
bienestar físico y mental. Una de sus funciones es absorber correctamente
los nutrientes en nuestro cuerpo (vitaminas, minerales, carbohidratos,
grasas y proteínas).
https://psicologiaymente.com/neurociencias/conociendo-nuestra-quimica-cerebral
5.
Ocho grandes avances en neurociencia
Año tras año, el ritmo de los descubrimientos de la neurociencia es
emocionante e implacable. Desde minicerebros cultivados en laboratorio hasta
una neuroprótesis que convierte pensamientos en oraciones, te desvelamos ocho
de sus últimos avances.
5 de mayo
de 2022
La neurociencia es una ciencia
multidisciplinar que se ocupa del estudio de la estructura y función del
sistema nervioso. Abarca desde la biología celular y molecular, la fisiología,
la anatomía y la farmacología, así como la neurociencia computacional,
conductual y cognitiva. Revisamos las innovaciones y avances que se están
produciendo o se han producido en este campo en los últimos tiempos.
1. Tratamiento de la depresión severa con estimulación cerebral profunda
adaptativa
Un equipo de investigación de la Universidad de California, en San
Francisco, ha desarrollado con éxito un método que utiliza la estimulación cerebral
profunda (DBS) para tratar de forma adaptativa los síntomas
depresivos solo cuando aparecen. La estimulación cerebral profunda
consiste en implantar electrodos dentro del cerebro para suministrar corrientes
eléctricas y alterar la actividad cerebral.
Estudios previos han tenido un éxito limitado en el tratamiento de
la depresión con DBS, porque los dispositivos solo podían proporcionar
estimulación eléctrica constante en un área del cerebro. Sin embargo, la
depresión puede afectar varias zonas y las señales neuronales de ésta pueden
aumentar y disminuir de manera impredecible.
Con el objetivo de crear esencialmente un marcapasos para el
cerebro, los científicos decodificaron un nuevo biomarcador neural.
Este patrón específico de actividad cerebral predice efectivamente la aparición
de los síntomas. Con este conocimiento, el equipo personalizó una nueva
tecnología DBS que solo se activa cuando y donde reconoce ese patrón.
Este método personalizado se probó con un paciente que sufría de depresión
severa y lo aprobó con creces. Casi de inmediato, los síntomas se aliviaron, y
esto siguió siendo así a largo plazo
En su primera prueba, este método personalizado se probó con un paciente que
sufría de depresión severa y lo aprobó con creces. Casi de inmediato, los
síntomas se aliviaron, y esto siguió siendo así a largo plazo.
En la era Covid, donde la ansiedad y los problemas de salud mental se están
volviendo comunes, este enfoque de la neurociencia podría resultar una
terapia invaluable sin medicamentos para cientos de millones de personas.
2. Más allá de la audición humana
Al igual que las ondas de luz, los humanos solo pueden percibir un espectro
relativamente pequeño de las ondas de sonido que viajan a nuestro alrededor.
Por lo general, solo podemos captar frecuencias entre 20 Hz y 20,000 Hz,
más allá de esto se considera ultrasónico. Este es el rango de frecuencia en el
que operan animales como los murciélagos, y también lo que se utiliza en las
exploraciones médicas de ultrasonido.
Científicos de la Universidad de Aalto han sido pioneros en un nuevo método
que usa tecnología sofisticada y ha dado lugar a un dispositivo que,
básicamente, brinda a los
humanos una audición a nivel de murciélago. Esto incluye no solo
la capacidad de escuchar frecuencias mucho más allá de los 20 000 Hz, sino
también de discernir la dirección y la distancia de las fuentes de sonido.
Funciona grabando ultrasonido a través de un conjunto de micrófonos
esféricos, y utiliza una computadora para traducir el tono a frecuencias
audibles
Funciona grabando ultrasonido a través de un conjunto de micrófonos
esféricos, y utiliza una computadora para traducir el tono a frecuencias
audibles. Luego, reproduce las ondas de sonido convertidas a través de
auriculares en tiempo real. Ser capaz de percibir sonidos normalmente
inaudibles podría tener valiosas aplicaciones industriales, por ejemplo, poder
escuchar y localizar fugas de gas que, de otro modo, serían silenciosas.
3. Inteligencia Artificial que huele igual que lo hacen los humanos
Aunque la neurociencia es un dominio de la ciencia relativamente joven y de
rápido crecimiento, la inteligencia artificial (IA) es mucho más nueva y está
creciendo más rápido. Investigadores del MIT han revelado el
potencial de combinar estos dos campos de la ciencia.
Usando el aprendizaje automático, descubrieron que las redes
neuronales artificiales pueden autoaprender a oler en solo unos minutos,
imitando los circuitos olfativos en los cerebros de los mamíferos. Esto resulta
sorprendente, porque el algoritmo puesto a trabajar no tenía conocimiento de
los millones de años de evolución necesarios para desarrollar biológicamente el
olfato.
Sin embargo, la red neuronal artificial reprodujo esta actividad biológica
tan fielmente, que reveló que la red olfativa del cerebro está matemáticamente
optimizada para su función.
La IA nos enseña los secretos internos de la evolución biológica. El
sentido del olfato es el punto de partida
Esta imitación precisa de la estructura natural de los circuitos en el
cerebro por parte del aprendizaje automático independiente puede presagiar una
nueva era en la neurociencia, en la que la IA nos enseña los secretos
internos de la evolución biológica. El sentido del olfato es el punto de
partida, pero quién sabe a dónde podría conducir esto...
4. Neuroprótesis convierte pensamientos en oraciones en paciente
severamente paralizado
Investigadores de la UC San Francisco desarrollaron un nuevo tipo
de neuroprótesis del habla para pacientes con parálisis que les impide
hablar. El método se demostró con éxito en un hombre con un tronco
encefálico gravemente dañado, lo que provocó parálisis en todo el
cuerpo.
Sorprendentemente, funciona al detectar señales cerebrales relacionadas con
el habla que controlan las cuerdas vocales. Cuando hablamos, éstas requieren
complejas instrucciones de función motora para articular la amplia variedad de
sonidos que usamos al conversar. Incluso cuando no puede moverse, estas señales
aún pueden enviarse desde el cerebro.
Usando grabaciones cerebrales de pacientes con epilepsia,
los científicos desarrollaron un método para decodificar en tiempo real
las instrucciones para los músculos vocales, en palabras. A partir de
estos patrones, pudieron discernir de manera confiable 50 palabras comunes
diferentes cada vez que el paciente las pensaba.
Permitió traducir hasta 18 palabras por minuto con un 93 % de precisión
Todo lo que se requería era que el paciente usara una matriz de electrodos
de alta densidad para capturar y registrar la actividad neuronal, que
registraba las señales de la corteza motora del habla. Esto permitió traducir
hasta 18 palabras por minuto con un 93 % de precisión. La ventaja para el
paciente era que simplemente tenía que actuar como si realmente estuviera
hablando y podía comunicar cientos de oraciones diferentes del
vocabulario de 50 palabras.
5. Minicerebros humanos desarrollados con actividad neuronal compleja
Denominados técnicamente "organoides cerebrales", los
minicerebros se pueden cultivar a partir de células madre pluripotentes
inducidas. Éstas se pueden tomar de la piel o la sangre de una
persona y tienen el potencial de transformarse en cualquier tipo de células. El
beneficio es que las estructuras celulares normalmente de muy difícil acceso,
en principio, pueden cultivarse y aislarse para su estudio. Esto es
especialmente relevante para el cerebro, sin embargo, los mini-cerebros
anteriores tenían estructuras funcionales limitadas.
El avance de este año de los científicos de la UCLA ha catapultado la
complejidad estructural mediante el crecimiento de agregados de organoides,
para formar estructuras cerebrales tridimensionales complejas. Los
investigadores tomaron células madre de pacientes con síndrome de Rett (una
afección con convulsiones) y pudieron desarrollar minicerebros con una
actividad funcional similar a partes del cerebro humano.
La ventaja clave es que estos minicerebros se pueden cultivar para replicar
aspectos de las funciones cerebrales normales y enfermas, así como para probar
medicamentos y tratamientos sin riesgos para humanos o animales
Esta investigación muestra por primera vez que algunos aspectos de
la función cerebral se pueden aislar y estudiar en el laboratorio hasta el
nivel de las células vivas individuales. La ventaja clave es que estos
minicerebros se pueden cultivar para replicar aspectos de las funciones
cerebrales normales y enfermas, así como para probar medicamentos y
tratamientos sin riesgos para humanos o animales.
6. Restauración de la visión funcional para personas completamente ciegas
La neurociencia ha utilizado un nuevo tipo de matriz de microelectrodos para
crear una forma de visión artificial a través de una prótesis visual.
Científicos de la Universidad de Utah en el John A. Moran Eye Center
construyeron un
dispositivo para registrar y estimular la actividad neuronal dentro de la
corteza visual.
Implantado dentro del ojo, el conjunto recibe información visual a través de
lentes que contienen una pequeña cámara de vídeo, y los datos son procesados
por un software especializado. Luego, el dispositivo activa las neuronas de
la retina para producir fosfenos, como si estuvieran recibiendo puntos de luz.
A su vez, permite que la mente perciba imágenes básicas de líneas y formas.
Probado con un paciente completamente ciego, este método
demostró ser efectivo y no involucró complicaciones por la cirugía o la
estimulación neuronal. En esta primera prueba, solo se utilizó una única
matriz. Sin embargo, el siguiente objetivo es utilizar de 7 a 10 matrices para ofrecer imágenes
más detalladas que permitan a las personas ciegas navegar visualmente por el
mundo.
7. Nueva terapia molecular inyectable repara lesiones graves de la médula
espinal
Investigadores de la Universidad Northwestern han aplicado una nueva clase
de "moléculas danzantes" para reparar tejido en lesiones graves de la
médula espinal y revertir con éxito la
parálisis. Consiste en manipular el movimiento de estas moléculas para que
puedan abrirse camino hacia receptores celulares que, normalmente, son
imposibles de alcanzar, con el fin de impulsarlos para ponerse en marcha y
reparar los tejidos nerviosos.
Probado en ratones paralizados, solo una inyección de la terapia molecular
hizo que éstos pudieran caminar nuevamente en menos de cuatro semanas
Estas moléculas, aparentemente mágicas, funcionan activando señales en cascada
y la regeneración de axones y ayudando a las neuronas a sobrevivir después de
una lesión, al alentar el nacimiento de una variedad de nuevos tipos de
células. Esto a su vez apoya el nuevo crecimiento de los vasos
sanguíneos perdidos necesarios para la curación celular.
8. La realidad virtual
brinda terapia para superar el miedo a las alturas
Los
psicofísicos han utilizado la realidad virtual (VR) durante décadas para
investigar cómo percibimos la información sensorial. Investigadores de
neurociencia de la Universidad de Basilea, la universidad más antigua de Suiza,
han desarrollado una
aplicación de realidad virtual para tratar la fobia a las alturas.
El software compatible con teléfonos inteligentes
brinda terapia de exposición, utilizando imágenes de 360° de ubicaciones reales
Llamado
Easyheights, el software compatible con
teléfonos inteligentes brinda terapia de exposición, utilizando imágenes de
360° de ubicaciones reales. Con un auricular VR, los usuarios se paran en
una plataforma que comienza un metro sobre el suelo y luego se eleva
progresivamente a medida que éstos se aclimatan a cada etapa de altura.
Funciona aumentando la exposición sensorial a la altura sin incrementar el
nivel de miedo.
Un ensayo clínico demostró la eficacia de esta forma de
tratamiento inmersivo, produciendo reducciones significativas en la fobia en
situaciones reales de altura. Los beneficios se lograron con solo
cuatro horas de capacitación en el hogar. Este descubrimiento muestra
cómo la combinación del conocimiento de la neurociencia con las tecnologías
actuales puede mejorar clínicamente la calidad de vida de las personas de
maneras que son fácilmente accesibles.
https://www.mundo-geo.es/conocimiento/siete-grandes-avances-en-neurociencia_255867_102.html
6.
Existen
pocas diferencias entre los cerebros de hombres y mujeres
Un nuevo estudio, realizado por
investigadores de la Universidad Rosalind Franklin (EEUU) y publicado en Neuroscience and Biobehavioral Reviews, ha sido el primero
en determinar las posibles diferencias entre los cerebros de hombres y mujeres,
determinando que apenas existen diferencias. La investigación concluye que los
cerebros de hombres y mujeres difieren ligeramente, pero el hallazgo clave es
que estas distinciones se deben al tamaño del cerebro, no al sexo o al género.
Las diferencias de sexo en el cerebro son minúsculas e inconsistentes, una vez
que se tiene en cuenta el tamaño de la cabeza de los individuos.
El estudio confirma que el cerebro de las mujeres es un 11%
más pequeño que el de los hombres, en proporción a su tamaño corporal. Los
cerebros más pequeños permiten ciertas características, como una proporción
ligeramente mayor de materia gris con respecto a la materia blanca, y una mayor
proporción de conexiones entre los hemisferios cerebrales, frente a las que hay
dentro de ellos.
El equipo de investigación llevó a cabo una metasíntesis de
tres décadas de investigación, asimilando cientos de los estudios de imágenes
cerebrales más grandes y más citados que abordaban 13 medidas distintas de
supuesta diferencia de sexo. Para casi todas las medidas, no encontraron casi
ninguna diferencia que se reprodujera ampliamente en todos los estudios,
incluso en los que incluían a miles de participantes. Por ejemplo, el volumen o
el grosor de regiones específicas de la corteza cerebral suelen ser diferentes
entre hombres y mujeres. Sin embargo, la metasíntesis muestra que las regiones
identificadas difieren enormemente entre los estudios.
Las diferencias cerebrales entre hombres y mujeres tampoco
se replican entre poblaciones diversas, como la china y la estadounidense, lo
que significa que no hay un marcador universal que distinga los cerebros de
hombres y mujeres en toda la especie humana. El estudio también refuta la
opinión que se tiene desde hace tiempo de que el cerebro de los hombres está
más lateralizado, es decir, que cada hemisferio actúa de forma independiente,
mientras que se dice que los dos hemisferios de las mujeres están mejor
conectados y funcionan más sincronizados entre sí.
https://neurologia.com/noticia/8080/existen-pocas-diferencias-entre-los-cerebros-de-hombres-y-mujeres