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Libre Albedrío?

-I-
Libre albedrío
1. Libertad y libre albedrío
Términos como “libertad”, “libre” o “libremente” forman parte del lenguaje cotidiano y se aplican en muy diversos contextos y a tipos de entidades también diversas, no restringidas a los seres humanos. Hablamos de ser libre como un pájaro, decimos de un caballo que galopa libremente por la pradera, de un perro, si no está atado, que es libre de moverse por donde quiera, de modo que atribuimos libertad, no solo a los seres humanos, sino también a algunos animales. En todos los casos indicados hasta ahora, la libertad está vinculada al movimiento o la acción. Se trata de la libertad de actuar. “Libertad” significa aquí grosso modo, hablando con Hobbes, ausencia de obstáculos al movimiento. Es este un sentido básico del término “libertad” y afines. Como animales que somos, apreciamos gozar de libertad en este sentido del término y tememos perderla.
La libertad de acción, en tanto distinta de la acción efectiva, es una capacidad (un poder, una disposición). Es la capacidad de actuar sin ser forzados a ello y sin obstáculos que nos lo impidan. Esta capacidad se puede tener o no. Y si se tiene, puede o no ser ejercida. Ejercer esa capacidad es actuar libremente.
A diferencia del término “libertad” y afines, la expresión “libre albedrío” es de uso menos común. Es una expresión relativamente técnica, pero el concepto que expresa no es ajeno a la vida cotidiana y a nuestro trato con otros seres vivos. Es tal vez más usual la expresión “voluntad libre” o “libre voluntad”, cuyo significado es muy próximo al de la expresión “libre albedrío”. Así, aunque atribuimos libertad a animales no humanos, como hemos indicado, no decimos de ellos que poseen voluntad libre o libre albedrío. El libre albedrío o voluntad libre es una cualidad que distingue a los miembros de la especie humana de los de otras especies animales. Constituye, hablando con la escolástica, una diferencia específica. No es la única. La racionalidad y la autoconciencia lo son también.
Como la libertad de acción, el libre albedrío es también una capacidad. Pero hay diferencias entre ambas. En primer lugar, con respecto a sus respectivos objetos. Mientras que la libertad de acción es la capacidad de actuar, el libre albedrío es, primariamente, una capacidad de decidir o elegir que, eventualmente, se traduce en la acción correspondiente. En segundo lugar, hay diferencias de complejidad. El libre albedrío es una capacidad más compleja que la libertad de movimiento o acción. Podemos decir que constituye una capacidad de orden superior, en el sentido de que presupone y requiere otras capacidades, como la de imaginar o representarnos posibilidades, deliberar sobre ellas teniendo en cuenta razones a favor y en contra de cada una de ellas, lo que a su vez presupone el dominio del lenguaje y del marco conceptual que incorpora, etc.
El libre albedrío, hemos dicho, es una capacidad de decidir y, eventualmente, de llevar a cabo la decisión actuando. Pero esta caracterización es incompleta. No cualquier decisión o acción constituyen un ejercicio del libre albedrío. Un agente guarda con aquellas decisiones y acciones que lleva a cabo libremente una relación de autoría especialmente estrecha. De hecho, la importancia del libre albedrío deriva, entre otras cosas, de su relación con la responsabilidad moral. Así, para que una decisión o una acción sean libres, es necesario que se cumplan algunas condiciones, que incluyen, en especial, ciertos tipos de control que el agente ha de tener sobre ella. La pregunta que ahora se nos plantea es, pues, cuáles son estas condiciones o tipos de control.
2. Libre albedrío y control
Es habitual distinguir dos condiciones necesarias del ejercicio del libre albedrío: autodeterminación y posibilidades alternativas. No obstante, distinguir algunas condiciones más puede resultar iluminador.
En primer lugar, no juzgamos libre una acción involuntaria o no intencional, que el agente no quería llevar a cabo o de la que no era consciente. Así, la voluntariedad sería una condición positiva necesaria de una acción libre. En segundo lugar, no consideramos libre una acción para la que no tenemos alternativas. Respirar, por ejemplo, es algo que hacemos, pero como tal no es una acción libre porque no podemos evitar llevarla a cabo. Podemos decir, así, que tener posibilidades alternativas es también una condición necesaria de una decisión o una acción libres. En tercer lugar, no consideramos libre una decisión o una acción totalmente arbitraria y absolutamente carente de razones. Así, una decisión y una acción libres requieren cierto grado de racionalidad. En cuarto lugar, no consideramos libre una decisión o una acción que resulte de fuerzas ajenas al sujeto, como la manipulación neurológica o un condicionamiento psicológico severo. Por ello, una acción libre ha de tener su origen o autoría genuina en el propio agente. Así, pues, voluntariedad, posibilidades alternativas, racionalidad y autoría serían, plausiblemente, condiciones necesarias de la acción libre. Expresadas en términos de control del agente sobre su acción, la acción libre requiere control voluntario, control plural, control racional y control de autoría u origen. Sin embargo, que estas condiciones necesarias sean conjuntamente suficientes constituiría una tesis adicional.
3. Libre albedrío y determinismo: el incompatibilismo
Desde tiempos muy antiguos, el determinismo, bajo diversas denominaciones, ha sido considerado como una amenaza para la existencia del libre albedrío. La razón de ello no es difícil de apreciar. El determinismo es la tesis según la cual, dado lo que ya ha ocurrido y las leyes naturales, todo lo que sucederá es inevitable. Si esta tesis es verdadera, hay condiciones necesarias del libre albedrío que resultan amenazadas. El control plural es quizá la más obvia: si el determinismo es cierto, hay un solo futuro físicamente posible y, por tanto, nadie puede decidir o hacer nada distinto de lo que decide o hace. Pero también el control de autoría u origen se ve comprometido: si lo que hacemos deriva necesariamente de lo que ya ha ocurrido y de las leyes naturales, el origen genuino de nuestras decisiones y actos se encuentra en el pasado, incluso en el pasado remoto, y no en nosotros mismos, que no somos sino un eslabón más en el decurso inexorable de los acontecimientos.
Consideraciones de esta naturaleza dan lugar a una posición clásica sobre la relación entre libre albedrío y determinismo, a saber, el incompatibilismo, según el cual libre albedrío y determinismo son incompatibles. Si el determinismo es verdadero, no tenemos libre albedrío, y si tenemos libre albedrío, el determinismo es falso. Dos son los principales argumentos a favor del incompatibilismo, que en realidad son versiones algo más formales de las consideraciones anteriores. El primero, que podemos denominar “argumento de control plural”, se basa en la necesidad de posibilidades alternativas (control plural) para el libre albedrío. Las premisas serían dos: 1) tener libre albedrío requiere tener posibilidades alternativas de decisión y acción; y 2) si el determinismo es verdadero, nadie tiene posibilidades alternativas de decisión y acción. La conclusión es: 3) si el determinismo es verdadero, nadie posee libre albedrío. El segundo argumento, que podemos denominar “argumento del control de autoría”, se basa en la necesidad de autoría genuina de las propias decisiones y acciones (control de autoría u origen) para el libre albedrío. Las premisas serían paralelas a las del argumento anterior: 1) tener libre albedrío requiere ser el autor u origen genuino de las propias decisiones y acciones; y 2) si el determinismo es verdadero, nadie es autor u origen genuino de sus propias decisiones y acciones. La conclusión es: 3) si el determinismo es verdadero, nadie posee libre albedrío.
El incompatibilismo tiene dos versiones básicas. Aquellos que defienden la verdad del determinismo y, por tanto, niegan el libre albedrío, son deterministas estrictos. Usando como premisa la conclusión de los argumentos anteriores, los deterministas estrictos siguen argumentando así: 4) el determinismo es verdadero, luego: 5) nadie tiene libre albedrío. Y aquellos que sostienen que poseemos libre albedrío y, por tanto, niegan el determinismo, son libertaristas. Estos, por su parte, usando asimismo como premisa la conclusión de los argumentos anteriores, siguen argumentando así: 4) algunos agentes poseen libre albedrío, luego 5) el determinismo es falso.
El libertarismo se presenta actualmente en varias versiones: el libertarismo de causalidad de eventos, el libertarismo de causalidad del agente y el libertarismo no causal.
4. Libre albedrío y determinismo: el compatibilismo
Pero el incompatibilismo no es la única posición posible ante la cuestión de las relaciones entre libre albedrío y determinismo. A partir sobre todo de Hobbes y de Hume, se abre paso otra posición: el compatibilismo. Como su nombre indica, los compatibilistas sostienen que el libre albedrío es compatible con el determinismo. El compatibilismo puede parecer extraño a quienes se acercan inicialmente al problema del libre albedrío, ya que muchos consideran obvio que la pregunta: “¿Somos libres o estamos determinados?”, plantea una disyunción exclusiva: o somos libres o estamos determinados, pero no ambas cosas a la vez. Pero los compatibilistas sostienen que la disyunción no es exclusiva: podemos estar causalmente determinados y ser, sin embargo, libres. Para el compatibilismo, una acción libre no es la que carece de causas, sino la que tiene las causas apropiadas. Así, si una acción está causada por una coacción o fuerza externa, no es una acción libre. Pero si está causada por los propios deseos y motivos, puede serlo. Según los compatibilistas, no hay que confundir causalidad con coacción. Nuestros deseos y motivos causan nuestras acciones, pero no nos fuerzan a llevarlas a cabo. Así, la libertad es, en esencia, la capacidad de hacer lo que uno desea o decide hacer. Y ejercer esa capacidad, haciendo lo que uno desea y decide hacer, es actuar libremente.
La caracterización anterior responde al compatibilismo que podemos llamar clásico, debido a pensadores como Hobbes, Hume o Stuart Mill. Pero se enfrenta a algunos problemas. En particular, como señala Harry Frankfurt, esa caracterización capta la noción de libertad de acción, pero no la de libertad de la voluntad o libre albedrío. Cuando un adicto a las drogas que quisiera no serlo toma su dosis, hace algo que quiere hacer y, por tanto, según el compatibilismo clásico, actúa libremente. Pero, intuitivamente, hay cierta falta de libertad en su comportamiento que el compatibilismo clásico no puede explicar: puesto que rechaza su adicción, el deseo de tomar la droga, que le mueve a actuar y que podemos denominar, con Frankfurt, su voluntad, no es el deseo o voluntad que él querría que le moviese a actuar. Le mueve a actuar, por decirlo así, a pesar de sí mismo. Así, podemos decir que su voluntad no es libre: no es la voluntad que él desearía tener. Para Frankfurt, el libre albedrío o voluntad libre es la capacidad de actuar por un deseo (una voluntad) que uno aprueba o con el cual se identifica, un deseo (una voluntad) por el que el agente desea ser movido a actuar. Este último deseo es un deseo reflexivo o de segundo orden: es un deseo, no acerca de una acción, sino acerca de la voluntad, del deseo que mueve al agente a actuar.
La concepción del libre albedrío que acabamos de exponer, y que debemos originalmente a Frankfurt, puede denominarse compatibilismo de ajuste, ya que concibe el libre albedrío en términos de la armonía o ajuste entre distintos niveles psicológicos, en particular entre los deseos y motivos que nos llevan a actuar y nuestros deseos o actitudes reflexivas acerca de ellos. La otra gran posición compatibilista actualmente vigente puede denominarse compatibilismo de respuesta a razones, propuesto inicialmente por John Fischer y Mark Ravizza. Mientras que el compatibilismo de ajuste subraya sobre todo el control volitivo sobre la acción, reforzado por los deseos reflexivos, el compatibilismo de respuesta a razones insiste especialmente en el control racional. Según esta propuesta, para tener libre albedrío es necesario que la deliberación y decisión del agente sean sensibles a razones, de modo que, cuando el agente decide y actúa de cierta forma, decidiría y actuaría de otro modo si tuviera razones suficientes para hacerlo así. Ambas versiones consideran que poder decidir o actuar de otro modo, o control plural, no es necesario para la responsabilidad moral, de modo que, aunque el determinismo excluya las posibilidades alternativas, no por ello excluye la responsabilidad moral ni, por tanto, la forma de libre albedrío que esta puede requerir y que no incluye el control plural.
El compatibilismo, en sus distintas versiones, puede hacer frente de modos diversos al argumento incompatibilista del control plural, formulado en la sección 3. El compatibilismo clásico ha optado por negar la premisa 2 de dicho argumento, sosteniendo que la oración “S podría haber actuado de otro modo” equivale a una oración condicional, a saber: “Si S hubiera decidido (deseado, intentado…) actuar de otro modo, lo habría hecho”. Si la equivalencia es verdadera, entonces, dado que la verdad del condicional es compatible con el determinismo, también lo es la verdad de la oración inicial. El compatibilismo de ajuste y el de respuesta a razones han optado más bien por negar la premisa 1, sosteniendo que, para poseer y ejercer el libre albedrío, al menos el que requiere la responsabilidad moral, no es necesario tener alternativas de decisión y acción (control plural). La principal línea argumentativa a favor de esta tesis descansa en los llamados “casos Frankfurt”, situaciones conceptualmente posibles en las cuales un agente decide y actúa libre y voluntariamente y, en apariencia, es moralmente responsable de lo que hace, aun cuando, sin él saberlo, no habría podido decidir y actuar de otro modo.
En cuanto al argumento del control de autoría, formulado asimismo en la sección 3, las diversas versiones del compatibilismo han tratado de responder a él arguyendo que un agente es autor de sus decisiones y acciones en la medida en que las lleva a cabo por sus propios deseos y no por coacción o fuerza externa (compatibilismo clásico), por sus deseos reflexivos o de segundo orden (compatibilismo de ajuste), o cuando sus capacidades de deliberación y decisión resultan de un proceso normal de socialización (compatibilismo de respuesta a razones). Entendida en estos sentidos, la condición de autoría es compatible con el determinismo. Los incompatibilistas replican que estas concepciones de la autoría son demasiado superficiales para sustentar apropiadamente el libre albedrío y su importante papel en la vida humana y en la responsabilidad moral por nuestras acciones.
5. Argumentos recientes contra el compatibilismo
Dos argumentos formulados recientemente en contra del compatibilismo son el llamado “Argumento de la Manipulación” (Derk Pereboom) y el llamado “Argumento del Zigoto” (Alfred Mele). Ambos argumentos tratan de mostrar que las condiciones que el compatibilismo propone para la responsabilidad moral no son suficientes, aunque puedan resultar necesarias; pero pueden también usarse para llegar a la misma conclusión acerca del libre albedrío. Ambos ponen el acento, sobre todo, en la incapacidad del compatibilismo para dar cuenta apropiadamente del control de autoría u origen.
El Argumento de la Manipulación parte de un ejemplo en el cual un agente, el profesor Plum, decide llevar, y lleva a cabo, voluntaria y racionalmente, una acción moralmente impermisible, el asesinato de una colega suya, la Sra. White. Esta acción se sitúa, imaginariamente, en cuatro contextos distintos, todos ellos deterministas. En el primer caso, un grupo de neurocientíficos manipula a distancia el cerebro de Plum e induce en él un razonamiento que culmina inevitablemente en su decisión de matar a la Sra. White. En este caso, prácticamente todo el mundo, incluidos los compatibilistas, juzgaría que Plum no ha decidido ni actuado libremente, y la razón parece ser que su decisión ha sido causada por factores ajenos a su control. En el segundo caso, los científicos dotan a Plum, desde su nacimiento, de un programa que le lleva inevitablemente, en un momento dado, a decidir matar a la Sra. White. El juicio intuitivo sería aquí el mismo que en el primer caso, y por las mismas razones, ya que las diferencias entre ambos casos, en cuanto al tipo de manipulación y el momento en que se produce, no parecen relevantes para justificar juicios distintos. En el tercer caso, la decisión está causalmente determinada por los rasgos de carácter y capacidades de Plum, que son resultado necesario de su entorno familiar y social. Puesto que también aquí la decisión resulta de factores ajenos al control de Plum, el juicio ha de ser también, por coherencia, que no ha sido una decisión libre. Finalmente, en el cuarto caso el determinismo es verdadero, de modo que la decisión de Plum es el resultado inevitable del pasado y las leyes de la naturaleza. Si en los casos anteriores el juicio contrario al carácter libre de la decisión de Plum se debe a que esta se halla causalmente determinada por factores ajenos a su control, lo mismo sucede en este último caso y, por lo tanto, el juicio debería ser el mismo: Plum no ha decidido ni actuado libremente. Por lo tanto, el determinismo no es compatible con el libre albedrío, y el compatibilismo es falso.
Los compatibilistas tienen al menos dos formas de responder a este argumento: pueden sostener que, al menos en el segundo caso, y por lo tanto en los siguientes, Plum ha decidido libremente, o bien han de encontrar diferencias relevantes entre los diversos casos que justifiquen el juicio según el cual, al menos en el cuarto caso, la decisión de Plum ha sido libre.
El Argumento del Zigoto nos presenta a una diosa, Diana, que, en un mundo determinista, crea e implanta en una mujer un zigoto, combinando sus átomos de un modo determinado. La razón de que los combine de esa forma es que quiere que cierto suceso tenga lugar, digamos, treinta años después. Diana tiene un conocimiento perfecto del pasado y de las leyes de la naturaleza, y de este conocimiento, junto con el de la estructura del zigoto, deduce lógicamente que el zigoto se convertirá en una persona, Ernesto, que llevará a cabo treinta años después una acción cuyo resultado será el suceso deseado por Diana. Y así sucede efectivamente al cabo de treinta años.
El juicio intuitivo que el ejemplo pretende suscitar es que, debido al modo en que el zigoto fue producido en un mundo determinista, Ernesto no actuó libremente. Ahora bien, por lo que respecta al libre albedrío de los agentes generados por sus zigotos respectivos, no hay diferencias relevantes entre el modo en que el zigoto de Ernesto llegó a existir y el modo en que los zigotos llegan a existir en un mundo determinista. Por lo tanto, el determinismo es incompatible con el libre albedrío y el compatibilismo es falso.
Como en el caso del Argumento de la Manipulación, el compatibilista tiene también dos vías para responder al Argumento del Zigoto. O bien puede argüir que, a pesar de las apariencias, Ernesto actúa libremente y es moralmente responsable de sus acciones, o bien puede tratar de hallar diferencias relevantes entre la producción del zigoto de Ernesto, planificada por Diana, y la producción no planificada de los zigotos ordinarios, siempre que ambas tengan lugar en un mundo determinista.
Es justo decir que, tanto el Argumento de la Manipulación como el del Zigoto son argumentos de plausibilidad, no demostrativos, y que la discusión sigue abierta.
6. Un argumento contra el incompatibilismo
El principal argumento en contra del incompatibilismo, en su vertiente libertarista, es el llamado Argumento de la Suerte o del Azar. Según el libertarismo, que defiende la realidad del libre albedrío, para que nuestras decisiones y acciones sean libres han de estar causalmente indeterminadas (ya que, para el libertarista, el libre albedrío es incompatible con el determinismo). La necesidad del indeterminismo para el libre albedrío es la base del argumento mencionado. Según este argumento, si nuestras decisiones están causalmente indeterminadas, son entonces azarosas o arbitrarias; es una cuestión de suerte o azar que decidamos una cosa u otra. Ahora bien, no tenemos control sobre aquello que es cuestión de suerte o azar. Pero el control sobre nuestras decisiones es necesario para que sean libres. Por lo tanto, si nuestras decisiones están causalmente indeterminadas, no son libres, y el libertarismo es falso.
El Argumento de la Suerte ha adoptado diversas formulaciones. Atenderemos a una de ellas, representada por A. Mele y N. Levy, que podemos denominar el Argumento de la Explicación. Podemos exponerlo así. Supongamos que un juez de instrucción, J, que se ocupa de un caso penal, duda entre enviar al acusado a prisión preventiva o dejarlo en libertad con medidas cautelares. Finalmente, tras deliberar con calma y apropiadamente, tomando en cuenta razones pertinentes para una y otra opción, decide dejarlo en libertad. Esta decisión parece claramente libre. Ahora bien, puesto que, según el libertarista, la decisión de J, si es libre, está causalmente indeterminada, hay entonces una situación o mundo posible en el que J, exactamente con las mismas razones, deliberación, rasgos de carácter, valores morales y estados mentales que se dan en el mundo real, decide enviar al acusado a prisión. Pero entonces si, previamente a la decisión, no hay diferencias relevantes entre ambas situaciones, la decisión que de hecho J toma es una cuestión de suerte o azar. Igualmente habría podido decidir mandar al acusado a prisión. Así, pues, J carece de control, especialmente de control racional, sobre su decisión y, siendo el control racional necesario para una decisión libre, su decisión no lo es. Generalizando el argumento a todos los casos de decisiones causalmente indeterminadas, el indeterminismo excluye el control, especialmente racional, sobre las decisiones y, con ello, el libre albedrío, de modo que el libertarismo es falso.
En el mismo espíritu, Neil Levy sostiene que, para que una elección entre dos alternativas sea libre, ha de haber una explicación contrastiva de la misma, es decir, una explicación del hecho de que el agente optó por una de ellas en lugar de por la otra. No basta con explicar por qué el agente decidió como lo hizo. Dado que su decisión estuvo causalmente indeterminada y otra decisión era posible, es necesario explicar también por qué no tomó esa otra decisión. Si no existe una explicación contrastiva, la decisión que el agente toma resulta ser una cuestión de azar o suerte. Pero, aparentemente, el libertarista no está en condiciones de ofrecer una explicación así, ya que los mismos factores que precedieron a la decisión que el agente tomó habrían precedido a la decisión opuesta si el agente la hubiera tomado. La exigencia de una explicación contrastiva, y la incapacidad del libertarista para proporcionarla, se halla también implícita en la argumentación de Mele.
La conclusión del Argumento de la Explicación, y de otras versiones del Argumento de la Suerte, es, así, la equiparación entre las decisiones causalmente indeterminadas y sucesos meramente azarosos, ajenos al control racional del agente.
El libertarista no se halla inerme frente a este importante argumento y su conclusión. Hay varias consideraciones que puede ofrecer para defender su posición.
En primer lugar, el libertarista puede sostener que una explicación simple de la decisión que el agente tomó, apelando a las razones que le llevaron a ella, basta para sustentar la racionalidad y el control racional del agente sobre dicha decisión. No se requiere una explicación contrastiva.
En segundo lugar, puede cuestionar la concepción de la deliberación y de la decisión asumida en el argumento, según la cual las razones poseen para el agente una importancia o un peso determinado previamente a la decisión. Deliberar consistiría en comparar el peso respectivo de las razones y la decisión reflejaría el resultado de esa comparación. Para un libertarista, no tenemos por qué aceptar esa concepción. El agente puede intervenir de modo más activo en la deliberación, asignando peso a unas u otras razones, en lugar de registrar ese peso pasivamente. En cuanto a la decisión, puede concebirse como un acto de asignación definitiva de peso e importancia a una razón o un conjunto de razones frente a otras. De este modo se conectan estrechamente las razones y la decisión y aumenta el control racional del agente sobre su deliberación y decisión.
En tercer lugar, el caso más favorable al defensor del Argumento de la Explicación, y de otras versiones del Argumento de la Suerte, es aquel en que un agente se enfrenta a una elección entre alternativas respaldadas por razones igualmente importantes para él, pero inconmensurables entre sí, como razones morales y razones de interés propio. Se trata de elecciones en que el agente se halla internamente dividido o escindido entre dos opciones. Por ello podemos llamar esta clase de elecciones “elecciones escindidas”. La elección del juez en el ejemplo anterior podría ser de este tipo. Es en estos casos donde la decisión final puede tener mayor apariencia de un suceso azaroso, una especie de apuesta ciega y no racional. Pero el libertarista puede responder que el problema que plantean las elecciones escindidas no desaparece con el determinismo y es también, por ello, un problema para el compatibilista. Sin duda puede haber elecciones escindidas en un mundo determinista. Pero como, para un compatibilista, la decisión está causalmente determinada y las razones en estos casos no pueden determinarla causalmente, ya que por hipótesis poseen para el agente el mismo peso, habrá entonces factores no racionales e inconscientes, tal vez neurológicos, que la determinen, con lo que el compatibilista se enfrenta también al problema de la pérdida de control racional sobre la decisión que él esgrime contra los libertaristas (Pérez de Calleja, Moya).
En cuarto lugar, y en general, la equiparación de las decisiones libres y causalmente indeterminadas con sucesos azarosos resulta muy poco convincente. En el caso de las primeras, el agente mantiene sobre ellas un control que no puede ejercer sobre los últimos. Comparemos el lanzamiento de una moneda con la situación del juez en el ejemplo antes descrito. Parece clara la existencia de una diferencia central entre ambos casos, ya que, mientras que el resultado de lanzar al aire una moneda (no marcada) no está bajo el control del lanzador, la decisión que toma el juez está en sus manos y bajo su control.
7. Variedades del escepticismo sobre el libre albedrío
La negación del libre albedrío es una posición con importantes defensores en la actualidad.
En primer lugar, es posible aceptar todos los argumentos expuestos más arriba y sostener en consecuencia que el libre albedrío es incompatible con el determinismo, pero también con el indeterminismo. Ya que determinismo e indeterminismo agotan las opciones, la consecuencia es que no existe el libre albedrío. Esta posición puede denominarse, siguiendo a su principal proponente (Pereboom), incompatibilismo estricto o duro (hard incompatibilism).
En segundo lugar, desde hace un tiempo asistimos a una potente ofensiva contra la existencia del libre albedrío basada en experimentos desarrollados en el ámbito de la psicología empírica y de la neurociencia. Algunos de estos experimentos pretenden mostrar que no tenemos conciencia de los factores que explican realmente nuestro comportamiento, con lo que perdemos control racional sobre este. Otro grupo de experimentos sugieren que nuestras decisiones y acciones dependen más de las situaciones externas en que nos hallamos que de nuestros deseos, valores y convicciones. En este grupo cabe incluir los importantes experimentos de la prisión de Stanford (Zimbardo) y de la obediencia a la autoridad (S. Milgram). Finalmente, ha tenido y sigue teniendo gran influencia un conjunto de experimentos neurocientíficos iniciados por B. Libet, cuya conclusión sería que las causas reales de nuestras acciones no son nuestras intenciones y decisiones conscientes, sino sucesos neurológicos de los que no tenemos conciencia, con lo que carecemos, en cualquiera de sus formas, del control sobre nuestro comportamiento que requiere el libre albedrío.
Finalmente, una variedad radical de escepticismo sobre el libre albedrío puede denominarse imposibilismo. Según esta posición, el libre albedrío es un concepto internamente incoherente, ya que requiere algo imposible de satisfacer, a saber, ser autor, origen o causa de uno mismo. Ha sido defendida por F. Nietzsche, y en la actualidad por G. Strawson y S. Smilansky.
8. Observación final
Todas las líneas de discusión sobre la posibilidad y la existencia del libre albedrío que hemos examinado siguen abiertas. Los argumentos y contraargumentos que en ellas se desarrollan proporcionan consideraciones plausibles, pero no demostrativas, a favor de sus conclusiones. El debate sobre el libre albedrío sigue abierto y no se vislumbra por ahora un final.

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-II- 
La ilusión del libre albedrío
Los científicos estudian cómo encajar la voluntad en la realidad del mundo físico
Ahora que acabamos de pasar otro fin de año, muchos de ustedes han decidido ser mejores, más sabios, más fuertes y más ricos en los meses y años venideros. Al fin y al cabo, somos seres humanos libres, no esclavos, robots o animales condenados a repetir los mismos errores odiosos una y otra vez. Como escribía William James en 1890, toda la "salsa y la emoción" de la vida provienen de "nuestra idea de que en ella las cosas realmente se deciden de un momento a otro, y que no es el monótono repiqueteo de una cadena que se forjó hace innumerables siglos". Ya basta, doctor James. Una serie de experimentos realizados durante los últimos años indica que la mente consciente es como un mono cabalgando un tigre de decisiones y acciones subconscientes en progreso, que inventa frenéticamente cuentos de que tiene el control.
 

Al plantearnos si la libertad de elección es ilusión o realidad, nos asomamos al abismo
La evolución, la historia y la cultura nos han dotado de sistemas de reacción 

En consecuencia, médicos, neurocientíficos e informáticos se han unido a los herederos de Platón y Aristóteles para discutir qué es el libre albedrío, si lo tenemos o no, y qué nos llevó a creer que lo teníamos en primer lugar.
"¿Es una ilusión? Ésa es la cuestión", dice Michael Silberstein, filósofo de la ciencia del Elizabethtown College de Pensilvania (EE UU). Otro interrogante, añade, es si hablar sobre esto en público avivará las guerras culturales. "Si la gente alucina con la evolución y otras cosas", escribía en un correo electrónico, "cómo no va a alucinar si los científicos y los filósofos le dicen que no es más que una avanzada máquina de carne; además, ¿esa conclusión está ahora claramente justificada o es prematura?".
Daniel C. Dennett, un filósofo y científico cognitivo de la Tufts University que ha escrito mucho sobre el libre albedrío, dice que "cuando nos planteamos si el libre albedrío es una ilusión o una realidad, nos asomamos a un abismo. Al parecer, afrontamos una caída en el nihilismo y la desesperación".
Mark Hallett, un investigador en neurología, dice: "El libre albedrío no existe, sino que es una percepción, y no un poder o una fuerza impulsora. La gente experimenta el libre albedrío. Tiene la sensación de ser libre. Cuanto más lo examinas, más te das cuenta de que no lo tienes", afirma.
Esa idea no es nueva, ni mucho menos. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer dijo, como parafraseó Einstein, que "un ser humano puede hacer lo que quiera, pero no desear lo que quiere".
A Einstein, entre otros, le parecía una idea reconfortante. "El saber que la voluntad no es libre me protege de perder el buen humor y tomarme demasiado en serio a mí mismo y a los demás seres humanos como individuos que actúan y juzgan", afirmó.
El grado de consuelo o depresión que esto les produzca quizá dependa de lo que entiendan por libre albedrío. La definición tradicional se denomina "libertaria" o libre albedrío "profundo". Sostiene que los humanos son agentes morales libres cuyas acciones no están predeterminadas. Esta escuela de pensamiento en la práctica dice que toda la cadena de causa y efecto de la historia del universo se detiene en seco cuando sopesas la carta de postres en un restaurante.
Llegados a ese punto, todo es posible. Sea cual sea su elección, no es forzada y podría haber sido distinta, pero no es aleatoria. Ustedes son responsables de cualquier daño ocasionado a su cartera o arterias.
"A mucha gente eso le parece incoherente", comenta Silberstein, que señala que todo sistema físico que se ha investigado ha resultado ser determinista o aleatorio. "Ambas son malas noticias para el libre albedrío", asegura. Por tanto, si las acciones humanas no pueden causarse ni son aleatorias, dice, "debe de ser, ¿qué? ¿Una especie de extraño poder mágico?".
Pero sea lo que sea ese poder -llámenlo alma o espíritu-, esa gente tiene que explicar cómo pudo independizarse del universo físico y aun así extender el brazo desde el mundo inmaterial e inmiscuirse en nuestras agitadas neuronas.
Un voto a favor del libre albedrío proviene de algunos físicos, quienes afirman que es un requisito previo para inventar teorías y planificar experimentos. Eso es particularmente cierto cuando hablamos de mecánica cuántica, la extraña y paradójica teoría que atribuye una aleatoriedad microscópica a los cimientos de la realidad. Anton Zeilinger, un físico cuántico de la Universidad de Viena, decía recientemente que la aleatoriedad cuántica no era "una prueba, sino tan sólo un indicio de que tenemos voluntad propia".
En algunos experimentos, se ha engañado a sujetos para que crean que están reaccionando a estímulos que no pueden haber visto con tiempo suficiente como para responder a ellos, o para que se atribuyan o culpen de cosas que no pueden haber hecho. Pongamos por caso el "experimento vudú" de Dan Wegner, un psicólogo de Harvard, y Emily Pronin, de Princeton. En él, se invita a dos personas a jugar al hechicero.
Una persona, el sujeto, lanza una maldición a la otra clavando agujas a un muñeco. Sin embargo, la segunda persona participa en el experimento y, según ha convenido anteriormente con los médicos, actúa de manera detestable para caer mal al que clava las agujas, o con simpatía. Al cabo de un rato, la supuesta víctima se queja de un dolor de cabeza. En los casos en los que la persona había sido desagradable, el sujeto tendía a hacerse responsable de su dolor de cabeza, un ejemplo del "pensamiento mágico" que lleva a los aficionados al béisbol a ponerse sus gorras con la parte de dentro hacia fuera [para traer suerte al equipo]. "Conseguimos que pasara en un laboratorio", dice Wegner.
¿Es un tipo de pensamiento mágico similar el responsable de la experiencia del libre albedrío? "Vemos dos puntas del iceberg, el pensamiento y la acción", señala Wegner, "y establecemos una conexión".
Pero buena parte de la acción se desarrolla bajo la superficie. De hecho, la mente consciente a menudo supone una carga para muchas actividades. Pensar demasiado puede causar ansiedad a un golfista. La gente conduce mejor con el piloto automático. Los escritores de ficción afirman escribir en una especie de trance en el que sencillamente siguen el dictado de las voces y personajes que pueblan su cabeza, una bendición que, por desgracia, rara vez o nunca se concede a los escritores de no ficción.
Dennett es una de las muchas personas que han intentado redefinir el libre albedrío de un modo que no implique una huida del mundo materialista, a la vez que ofrece suficiente autonomía para la responsabilidad moral, que parece ser lo que preocupa a todo el mundo. Según Dennett, la idea intuitiva tradicional de un libre albedrío distanciado de la causalidad es una tontería exagerada y metafísica, que refleja una anticuada visión dualista del mundo. Por el contrario, sostiene Dennett, nuestra inmersión en la causalidad y el mundo material es precisamente lo que nos libera. La evolución, la historia y la cultura, explica, nos han dotado de sistemas de reacción que nos otorgan la capacidad única de reflexionar y pensar las cosas e imaginar el futuro. El libre albedrío y el determinismo pueden coexistir.
"Tenemos todas las variedades de libre albedrío que merece la pena tener", dice Dennett. "Tenemos el poder de vetar nuestros impulsos y luego vetar nuestros vetos", agrega. "Tenemos el poder de la imaginación, de ver e imaginar futuros".
©The New York Times

https://elpais.com/diario/2007/02/07/futuro/1170802801_850215.html


-III-
Libre albedrío
Las causas de los actos voluntarios.
Por libre albedrío se entiende la capacidad de optar entre distintas alternativas que se nos ofrecen o crear otras nuevas. Nadie ni ninguna ley de la naturaleza puede torcer en principio nuestra voluntad. Nos consideramos capacitados para tomar decisiones. Por ello, va estrechamente vinculado al concepto de responsabilidad (moral, civil, penal, etcétera). Abordado en perspectiva histórica, el denominado problema del libre albedrío se halla relacionado con la moral de los actos, la responsabilidad, la dignidad y el rechazo social, en ética; con la naturaleza y los límites de la libertad humana, la autonomía, la coerción y el control en teoría social y política; con la compulsión, la adicción, el autocontrol, la autodecepción y la debilidad de la voluntad en psicología; con la responsabilidad y el castigo en derecho; con la relación entre mente y cuerpo, la consciencia, la naturaleza de la acción y la personalidad, en filosofía de la mente, teoría cognitiva y neurociencias; con cuestiones sobre la predestinación, el mal y la libertad humana en teología y filosofía de la religión; con cuestiones metafísicas sobre necesidad y posibilidad, determinismo, tiempo y azar, realidad cuántica, leyes de la naturaleza, causalidad y explicación en filosofía y en ciencia; y con los mecanismos cerebrales subyacentes de los procesos psicológicos aludidos en neurociencia.
Hay una explicación diagnóstica (descriptiva) del libre albedrío y una descripción prescriptiva del mismo. La primera pormenoriza los tipos de compromisos mantenidos a propósito del libre albedrío; la segunda es una propuesta para los compromisos que debieran mantenerse. Se parte, en cualquier caso, del supuesto de que la mente y la voluntad controlan algunas acciones del cuerpo.
El debate sobre la existencia o no del libre albedrío atraviesa toda la historia del pensamiento. Muchas expresiones de la cultura (pintura, teatro) lo han reflejado también. La primera edición de esta obra, aparecida en 2002, se centró en los trabajos de la segunda mitad del siglo s.f. cuando se renovó el interés en el tema, a raíz de los avances registrados en ciencia y filosofía. Esta segunda edición reúne 28 ensayos y agrega los debates desarrollados en la nueva centuria. Desde el siglo ski, la controversia ha girado en torno a la cuestión determinista y la cuestión de la incompatibilidad. ¿Es verdadero el determinismo?; ¿es compatible o incompatible con el libre albedrío? Las respuestas ofrecidas a esas dos cuestiones han dado origen a las dos principales divisiones en los debates contemporáneos: deterministas e indeterministas, por un lado, y compatibilistas e incompatibilistas, por otro. Se reconocen dos clases de incompatibilistas: la libertaria, que sostiene que, al menos a veces, disponemos de libre albedrío, y la eliminativista, que defiende que carecemos de libre albedrío, atrapados como estamos en el determinismo.
Determinismo y necesidad amenazan la libertad de elección. No cabe escoger donde todo está prescrito, desde el momento en que se dan las condiciones para que se produzca el acto en cuestión. La determinación constituye un tipo de necesidad condicional. En el lenguaje de la lógica modal, el fenómeno o suceso determinado acontece en todos los mundos lógicamente posibles en que se dan las condiciones determinantes (por ejemplo, causas físicas antecedentes más leyes de la naturaleza). William James introdujo la distinción entre deterministas blandos y deterministas duros. Ambos sostienen que toda la conducta humana está determinada. Pero el determinismo duro niega incluso la propia existencia del libre albedrío, en cuanto son conceptos antitéticos.
Cabría preguntarse por qué el determinismo ético persistió a lo largo del siglo s.f., siendo así que las leyes físicas —antaño baluarte del pensamiento determinista— se iban alejando de ese tipo de postulados. La mecánica cuántica introdujo el indeterminismo en el mundo físico. Hemos recorrido un largo camino desde que Pierre Simón de Aplace ponderaba los éxitos de la mecánica y la astronomía, unificadas por la teoría de la gravitación de Newton. La física incoada por Plancha cuestionó el determinismo laplaciano. De acuerdo con la teoría cuántica, las partículas elementales que componen el sistema del mundo no tienen posición y momento exactos que pudieran ser simultáneamente conocidos por cualquier observador («principio de incertidumbre» de Heisenberg). En buena medida, el comportamiento de las partículas elementales, del salto cuántico en los átomos a la desintegración radiactiva, no pueden predecirse con exactitud y solo pueden explicarse mediante leyes probabilistas. Además, la incertidumbre y la indeterminación del mundo cuántico no se deben solo a nuestro conocimiento limitado, sino a la propia naturaleza del mundo físico.
Pese al evidente retroceso del determinismo en el dominio de la ciencia (teoría del caos como ejemplo), los planteamientos deterministas y compatibilistas del comportamiento humano han persistido tenaces. ¿A qué se debe semejante paradoja? Tras reconocer que algunos conceptos eje de la física cuántica podrían aplicarse al libre albedrío (indeterminismo, no localidad y participación del observador), se insiste en que el comportamiento indeterminado de las partículas elementales tiene poco que ver en cómo hemos de pensar sobre la conducta humana; podemos prescindir de la indeterminación cuántica en los sistemas físicos macroscópicos, como son el cuerpo y el cerebro humano, y continuar considerando determinado el comportamiento.
Si resulta que el determinismo no supone ninguna amenaza real contra el libre albedrío porque pudieran conciliarse, no tendría sentido preocuparse por el determinismo en la ciencia. Siendo compatibles, mantendríamos la libertad de desear lo mejor. Mostrar que tal es lo que acontece ha constituido el objetivo de los compatibilistas desde Thomas Hobbes, en el siglo XVII. Más aún, los defensores de la tesis compatibilista han trasladado la carga de la prueba a los incompatibilistas. Para estos, existen dos rasgos del libre albedrío que reflejan su incompatibilidad con el determinismo: escogemos entre un abanico de opciones, y el origen (o fuente) de nuestra elección se encuentra dentro de nosotros, no en algo sobre lo que no tenemos control. La mayoría de los argumentos en pro de la incompatibilidad proceden del primer aspecto: la exigencia de que un agente actúe libremente, por iniciativa propia, solo si este tiene posibilidades alternativas o podría haber actuado de otra forma. Se trata de la condición AP (de alternative possibilities condition), también denominada condición de la evitabilidad, por cuanto pudo haberlo hecho de otra manera. Esa incompatibilidad presume, en efecto, la existencia de posibilidades alternativas (o el poder del agente de actuar de otra manera), a modo de condición necesaria para actuar libremente.
Puesto que aquí, por definición, el determinismo no es compatible con la actuación libre, la defensa de la incompatibilidad se esquematiza en el «argumento de la consecuencia». Formulado inicialmente por Carl Ginet, David Wiggins, Peter van Inwagen, James Lamb y, en versión teológica, por Nelson Pike, el argumento de la consecuencia establece, en líneas generales, que, si el determinismo es verdadero, entonces nuestros actos son consecuencia de las leyes de la naturaleza y de acontecimientos de un pasado. Pero no depende de nosotros lo que sucedió antes de que naciéramos, ni, por ende, tampoco las consecuencias de esas cosas, incluidos nuestros actos. Si uno no es capaz de cambiar p (el pasado o las leyes de la naturaleza), entonces tampoco podemos cambiar cualquiera de las consecuencias lógicas de p (principio beta).
En una situación de determinismo, careceríamos de toda opción de actuar de un modo distinto del que actuamos; con el determinismo se descarta cualquier posibilidad de alternativa.
La idea de libre albedrío evoca una capacidad de elegir que ni remotamente se asemeja a un proceso físico, sino al concepto de yo, mente o consciencia. De ahí que muchos no admitan su adquisición en el curso de la evolución por selección natural, incardinada en una cadena de acontecimientos físicos causalmente conectados. Los enfoques biológicos modernos del problema de la elección se proponen revelar los mecanismos nerviosos implicados en la toma de decisiones, en la elección. Algunos autores recurren a parámetros economicistas, pues los organismos operan con recursos energéticos limitados. Dentro del grupo de opciones disponibles hay unas que son mejores que otras. Imaginemos que un animal, tras descubrir la presencia de un depredador, tuviera un sistema nervioso que le indujera a correr directo al depredador. No existe hoy sistema nervioso alguno que induzca semejante conducta. Con el advenimiento de las nuevas técnicas neurofisiológicas de formación de imágenes, se ha avanzado en el conocimiento de los mecanismos subyacentes de la toma de decisiones por primates (humanos y no humanos). Antes, el trabajo biológico principal se había realizado sobre bacterias e insectos, porque comprendemos mejor la genética de esos organismos y presentan sistemas nerviosos accesibles.
A modo de ejemplo, consideremos el fenómeno de la drogadicción, resultado de nuestra capacidad de tomar estimulantes. Conocemos la neuroanatomía, la neurofisiología y las interacciones moleculares del abuso de drogas. En los últimos 15 años, los modelos informáticos sobre los sistemas de procesamiento de la recompensa han añadido otra perspectiva. Los sistemas de dopamina del mesencéfalo son saboteados o perturbados por el abuso de drogas. Esos sistemas endocrinos se encuentran estrechamente vinculados con la forma en que el sistema nervioso pondera las elecciones disponibles.
En buena medida, los debates contemporáneos sobre el libre albedrío se encuadran en la naturaleza de la responsabilidad moral. Rige el principio de las posibilidades alternativas: una persona es moralmente responsable solo si pudiera haber actuado de una manera distinta. Ictus, lesiones cerebrales, coma y diversas condiciones metabólicas arruinan nuestra capacidad de enjuiciar la moralidad de los actos o ponderar nuestros estados mentales. En el replanteamiento moderno del libre albedrío han tenido un protagonismo destacado el neurocientífico Benjamín Libet y el psicólogo Daniel Wegner. Los estudios experimentales de Libet sobre actividad cerebral y producción subsiguiente de experiencia consciente, volición y acción deseada han sido objeto de vivo de debate. Libet observó que los actos voluntarios venían precedidos por una carga eléctrica específica en el cerebro («el potencial de disposición»), que empezaba cientos de milisegundos antes de que el probando mostrara consciencia de la decisión que iba a tomar. Por su parte, Wegner sostenía en The Illusion of Conscious Will (2002), que nuestra experiencia de control consciente de la acción voluntaria es una ilusión; las acciones voluntarias se iniciarían inconscientemente y nuestra consciencia de las mismas vendría causada por procesos físicos cerebrales.
Libet se ganó críticos y partidarios. Algunos le siguen en cierto tramo del recorrido: aceptan la tesis sobre cómo y cuándo se toman decisiones, pero rechazan la idea de que la voluntad sea mera ilusión. En los ensayos, a los probandos se les instruía para que indicaran la posición espacial de un punto de una esfera que iba girando en el sentido de las agujas del reloj cuando tomaran una decisión consciente sobre algo, x, que Libet describía como decisión, intención, urgencia, voluntad o deseo de hacer un movimiento. (El punto completaba una revolución en menos de tres segundos.) El momento se indicaba a través del movimiento de un dedo de la mano derecha o de la muñeca entera. Contemporáneamente, el investigador medía el movimiento real del sujeto con un electromiograma, técnica que revela la actividad bioeléctrica de los músculos, el momento exacto en que los nervios transmiten la orden motora al aparato muscular.
Un parámetro importante era el potencial de disposición (RP, de readiness potential), una medida de actividad en la corteza motora que precede al movimiento muscular voluntario; por definición, los electroencefalogramas generados en situaciones en que no existe pulso muscular no cuentan como RP.
En promedio, la aparición del RP precedía a la declaración de los individuos sobre el tiempo de su consciencia inicial de x (tiempo W) en 350 milisegundos. El tiempo W informado precede al comienzo del movimiento muscular en unos 200 milisegundos. (El potencial de disposición suele preceder a la decisión de la voluntad entre 500 y 300 milisegundos.) En breve a los –550 milisegundos se producía la respuesta RP; a los –200 milisegundos, el tiempo W informado; a los 0 milisegundos, el músculo comenzaba a moverse.
De acuerdo con la descripción de Libet, si un individuo se percata de su decisión o intención a unos –50 milisegundos, su condición es tal que el acto procede hasta su cumplimiento sin posibilidad de detenerse por el resto de la corteza cerebral; su resquicio de oportunidad queda abierto a lo largo de 100 milisegundos. El papel del libre albedrío consciente no consiste en iniciar un acto voluntario, sino en controlar si el acto ocurre. Podríamos considerar las iniciativas inconscientes como un brote cerebral. La voluntad consciente selecciona entonces cuál de esas iniciativas sigue adelante y se realiza y cuáles merecen un veto y se abortan.
Daniel Wegner descarta las intenciones conscientes entre las causas de las acciones. Admitir lo contrario es caer en una ilusión. Unas veces, las personas no son conscientes de sus acciones; otras, creen que realizan intencionadamente cosas que en realidad no hacen, y otras, las personas operan de forma automática, sin motivo aparente.

https://www.investigacionyciencia.es/revistas/mente-y-cerebro/el-poder-del-beb-567/libre-albedro-10767


 
-IV-
¿Existe el libre albedrío? Esto es lo que reflexionan filósofos y científicos
01 de febrero de 2022
·  Si la gente alucina con la evolución y otras cosas cómo no va a alucinar si los científicos y los filósofos le dicen que no es más que una avanzada máquina de carne", se plantea el filósofo Michael Silberstein.
·  Según el historiador Yuval Noah Harari, el libre albedrío es un mito y además muy peligroso porque convierte en invisibles las formas en que los poderes pueden manipularnos.
 
La existencia del libre albedrío es algo a lo que se le lleva dando vueltas a lo largo de la historia de la filosofía y de la ciencia.
 
¿Tenemos capacidad los seres humanos para tomar decisiones y llevarlas a cabo o por el contrario se trata de un mito eso de la libertad de elección? El albedrío, también conocido como libre albedrío o libre elección es la creencia de aquellas doctrinas filosóficas según las cuales las personas tienen el poder de elegir y tomar sus propias decisiones.
Esta escuela de pensamiento, por tanto, sostenía y sigue sosteniendo que los humanos son agentes morales libres cuyas acciones no están predeterminadas. Pero la existencia del libre albedrío es algo a lo que se le lleva dando vueltas a lo largo de la historia de la filosofía y de la ciencia y con lo que muchos no están de acuerdo.
Mientras muchas autoridades religiosas han apoyado esta creencia, por el contrario también ha sido criticada como una forma de ideología individualista por pensadores como Baruch Spinoza, Arthur Schopenhauer, Karl Marx o Friedrich Nietzsche.
Son tantos los que han opinado y analizado el libre albedrío que en el año 2007 Dennis Overbye - importante escritor científico especializado en física y cosmología así como responsable de asuntos cósmicos para The New York Times- escribía la columna La ilusión del libre albedrío, en la que recogía algunas de las más importante teorías al respecto sobre este asunto.
El filósofo alemán Schopenhauer, por ejemplo, señalaba que “un ser humano puede hacer lo que quiera pero no desear lo que quiere” mientras que a Einstein le parecía reconfortante saber que la voluntad no es libre: “me protege de perder el buen humor y tomarme demasiado en serio a mí mismo y a los demás seres humanos como individuos que actúan y juzgan”.
Más recientemente, médicos, neurocientíficos e investigadores se han unido también a esta discusión sobre si poseemos o no ese libre albedrío. Por ejemplo, Michael Silberstein, filósofo de la ciencia del Elizabethtown College de Pensilvania (EE UU), se plantea: “¿Es una ilusión? Si la gente alucina con la evolución y otras cosas cómo no va a alucinar si los científicos y los filósofos le dicen que no es más que una avanzada máquina de carne; además, ¿esa conclusión está ahora claramente justificada o es prematura?”.
Por su parte, Daniel C. Dennett, filósofo y científico cognitivo de la Tufts University que ha escrito mucho sobre el libre albedrío, dice que "cuando nos planteamos si el libre albedrío es una ilusión o una realidad, nos asomamos a un abismo. Al parecer, afrontamos una caída en el nihilismo y la desesperación”.
Según este experto, la evolución, la historia y la cultura nos han dotado de sistemas de reacción que nos otorgan la capacidad única de reflexionar y pensar las cosas e imaginar el futuro. Por lo tanto, el libre albedrío y el determinismo pueden coexistir. “Tenemos todas las variedades de libre albedrío que merece la pena tener. Tenemos el poder de vetar nuestros impulsos y luego vetar nuestros vetos. Tenemos el poder de la imaginación, de ver e imaginar futuros", añade.
Otros, sin embargo, piensan de manera muy distinta. Mark Hallett, un investigador en neurología, dice: "El libre albedrío no existe, sino que es una percepción, y no un poder o una fuerza impulsora. La gente experimenta el libre albedrío. Tiene la sensación de ser libre. Cuanto más lo examinas, más te das cuenta de que no lo tienes", afirma.
Cerebro inconsciente vs cerebro consciente
Incluso se han realizado diversos experimentos para corroborar la existencia del libre albedrío. En la década de los setenta, por ejemplo, el fisiólogo Benjamin Libet conectó el cerebro de unos voluntarios a un electroencefalógrafo e indicó a dichos voluntarios que realizaran movimientos aleatorios, como pulsar un botón o chasquear los dedos.
Libet descubrió que las señales cerebrales asociadas a esas acciones se producían medio segundo antes de que el sujeto fuera consciente de la decisión de llevarlas a cabo. El orden de las actividades cerebrales parecía ser percepción del movimiento y luego decisión, y no a la inversa. En resumen: el cerebro consciente sólo intentaba ponerse al nivel de lo que ya estaba haciendo el cerebro inconsciente. La decisión de actuar era una ilusión.
A lo largo de estos años, los resultados de Libet se han reproducido una y otra vez, junto con otros experimentos que apuntan a que se puede engañar fácilmente a la gente cuando se trata de asumir la autoría de sus acciones.
Más recientemente, en un análisis publicado en El País en el año 2019 por el historiador Yuval Noah Harari y titulado Los cerebros ‘hackeados’ votan, éste sostenía que el libre albedrío es un mito y además muy peligroso porque convierte en invisibles las formas en que los poderes pueden manipularnos.
“Aunque el libre albedrío siempre ha sido un mito, en siglos anteriores fue útil. Infundió valor a quienes lucharon contra la Inquisición, el derecho divino de los reyes, el KGB y el Ku Klux Klan. Y era un mito que tenía pocos costes. En 1776 y en 1939 no era muy grave creer que nuestras convicciones y decisiones eran producto del libre albedrío, y no de la bioquímica y la neurología. Porque en 1776 y en 1939 nadie entendía muy bien la bioquímica, ni la neurología. Ahora, sin embargo, tener fe en el libre albedrío es peligroso. Si los Gobiernos y las empresas logran hackear o piratear el sistema operativo humano, las personas más fáciles de manipular serán aquellas que creen en el libre albedrío” insistía.
Según este experto, además, para conseguir piratear a los seres humanos hacen falta solo tres cosas: sólidos conocimientos de biología, muchos datos y una gran capacidad informática. “La Inquisición y el KGB nunca lograron penetrar en los seres humanos porque carecían de esos conocimientos de biología, de ese arsenal de datos y esa capacidad informática. Ahora, en cambio, es posible que tanto las empresas como los Gobiernos cuenten pronto con todo ello y, cuando logren piratearnos, no solo podrán predecir nuestras decisiones, sino también manipular nuestros sentimientos”.
El periodista científico y responsable de ciencia, salud y medio ambiente en Xataka Javier Jiménez, reflexiona sobre las ideas de Harari en otro artículo dedicado al libre albedrío y titulado La ciencia lleva siglos luchando contra el libre albedrío: así es como uno de los grandes problemas filosóficos se resiste a morir. Para Jiménez el problema aparece en cuanto reflexionamos sobre esa ‘sensación de control’ que tenemos cuando elegimos entre varias opciones.
“Por muy intensa que sea esa sensación de control, libertad y autonomía, hace aguas en seguida. Basta con caer en la cuenta de que, ante una elección cualquiera, podemos escoger la opción más interesante, beneficiosa o atractiva, sí; pero, en realidad, no tenemos ninguna capacidad de decisión sobre cómo de interesantes, beneficiosas o atractivas son las opciones. Es decir, elegimos sobre motivos, deseos y creencias que ya existen. ¿De verdad podemos decir que somos libres?”.

https://www.20minutos.es/salud/familia/los-limites-del-libre-albedrio-tenemos-capacidad-los-seres-humanos-para-tomar-decisiones-o-por-el-contrario-se-trata-de-un-mito-4945052/

 

-V-
La libertad en la adolescencia: ¿quién es más libre?
10/08/2020
 Cómo entienden la libertad los adolescentes
Libertad es una palabra que nos gusta oír. Somos partidarios de la libertad. Pero al mismo tiempo algo nos hace pensar que hay matizaciones y aspectos menos claros. Para comenzar a matizar, hay algunas cuestiones que debemos preguntarnos, por ejemplo...
¿Quién es más libre?
1. ¿Es más libre el que siempre sigue sus caprichos? Más bien es esclavo de sus apetencias. Así lo reconocía una joven que afirmaba: "Me gusta sacrificarme de vez en cuando, pues esto me hace sentirme libre".
2. ¿Un caballo salvaje es libre? Ningún animal es libre. Un caballo salvaje parece gozar de libertad de movimientos, pero los instintos le dirigen inevitablemente. Sólo los seres inteligentes son libres.
3. ¿Es más libre quien cambia de criterios según el ambiente? Más bien es esclavo del ambiente, como una veleta no se mueve por sí misma sino al dictado del viento. Otra cosa diferente es la persona que sin faltar a sus ideales sabe manejarse con flexibilidad.
4. ¿Quien no decide es más libre? Es más indeciso. Aparenta más libertad porque tiene más opciones donde escoger al no haberse comprometido con ninguna. Pero en realidad no se es más libre por el número de opciones sino por saber descubrir y elegir las correctas. El recién nacido y el animal salvaje tienen muchas posibilidades, pero no son libres. Quien nunca decide deteriora su libertad pues en ocasiones futuras le será más difícil escoger. Por otro lado, mientras no se decida está eligiendo no actuar y su pasividad le domina.
5. ¿Quien no tiene metas en su vida es más libre? El barco mercante que nunca llega a puerto es inútil, por mucho que navegue. La inteligencia que no descubre verdades es defectuosa, por mucho que piense. La libertad sin fines donde ir es una herramienta inservible. La mejor libertad es la que conduce a puertos mejores.
Lo que la libertad no es
1. ¿Puesto que soy libre puedo hacer lo que me da la gana? Bueno, pero esto no significa que dé lo mismo. No es indiferente escoger el bien o el mal. No da igual conseguir dinero mediante el trabajo o a base de robos. En ambos casos son decisiones libres, pero una es equivocada y malvada. Somos responsables de nuestras elecciones.
2. ¿La libertad humana es absoluta? Es limitada. No podemos respirar bajo el agua, ni volar, etc. No somos todopoderosos, pero dentro de nuestras limitaciones podemos dirigir nuestra vida en un sentido u otro.
3. ¿Libertad es capacidad de elegir? Los animales y seres privados de razón también escogen, pero no son libres. (Y no se les encarcela porque no son responsables de sus actos). La libertad requiere elegir inteligentemente. La mejor libertad es la que siempre reconoce y elige el bien, como la mejor inteligencia es la que razona siempre bien alcanzando la verdad.
¿Qué es y cómo crece la libertad?
1. La libertad requiere el uso de la inteligencia y de la voluntad. Es una capacidad propia de los seres inteligentes que eligen empleando su inteligencia y voluntad.
2. La libertad necesita de la verdad. La libertad requiere: del entendimiento (facultad que busca la verdad) y de la voluntad (facultad que busca el bien). Usando ambas el hombre puede determinar dónde está el bien verdadero y escogerlo.
3. Definiciones de libertad. Estas tres definiciones coinciden:
Capacidad de elegir inteligentemente.
Capacidad de realizar acciones deliberadas.
Capacidad de elegir el bien previamente conocido.
4. ¿Puede crecer la libertad? Puede aumentar en el sentido de adquirir mayor facilidad de conocer y escoger el bien. Mejorará a base de realizar buenas elecciones, pues se crea el hábito de optar por el bien.
5. ¿Quiénes ayudan a ser libres? Los que difunden la verdad y ayudan a escoger el bien. Por ejemplo, quien anima a trabajar o a comportarse bien facilita el buen ejercicio de la libertad.
6. ¿Las leyes obstaculizan la libertad? Las leyes correctas favorecen la libertad. La libertad propia se mueve habitualmente en roce y conflicto con otras libertades. Entonces es necesario un ordenamiento que regule las relaciones humanas. Sin esto, imperaría la ley del más fuerte aplastando la libertad de los demás. En este sentido, las leyes son imprescindibles para la libertad humana.

https://www.hacerfamilia.com/adolescentes/libertad-adolescencia-quien-mas-libre-20200302145240.html 

 

-VI-
¿Quién decide cuando decidimos?
En el capítulo 36 de House of Cards, Francis Underwood mira a la cámara y dice: "Siento que la toma de decisiones en la presidencia de Estados Unidos es una ilusión". Muy distantes de ese mundo pero próximos a la reflexión, neurocientíficos de gran prestigio sostienen más o menos lo mismo: que el libre albedrío es, en gran medida, una ilusión.
¿Quién decide cuando decidimos? ¿Uno? ¿El mundo? ¿El destino? Durante siglos la filosofía, la religión y luego la ciencia han debatido acerca de la existencia (o no) del libre albedrío, es decir, de la facultad que tendría una persona para poder elegir, tomar sus propias decisiones y, de esta manera, ejercer el control sobre la propia vida.
Hoy sabemos que nuestra genética y el entorno colaboran en mayor o menor medida para modular nuestro organismo y nuestra conducta. Si un mismo cerebro de un niño hubiese crecido en un lugar y una época diferente del que vivió, seguramente se habría amoldado a cada entorno y tomado decisiones a partir de ese contexto. La cultura, las experiencias, las historias compartidas por la sociedad, las creencias colectivas, pero también la alimentación y la exposición solar, entre otros elementos, interactúan con nuestros genes y nuestro organismo influyendo en la estructura de nuestro cerebro y definiendo quiénes somos. En cierta manera, nuestra libertad es condicionada por el mundo que nos rodea o nos toca vivir.
 
¿Quién decide cuando decidimos? ¿Uno? ¿El mundo? ¿El destino?
 
Para Descartes, nuestra libertad se expresa cuando ante una situación determinada podríamos haber actuado de una manera diferente. ¿Podríamos de verdad haber decidido distinto a como decidimos? ¿Tenemos los seres humanos control sobre nuestras acciones? ¿Hay alguna decisión que podamos tomar en forma independiente de nuestra historia? Plantearse este tipo de preguntas nos puede inducir a malas interpretaciones del libre albedrío, que no tiene por qué ser una sola entidad absoluta e indivisible. Estos dilemas han sido abordados desde innumerables posturas, que han arrojado conclusiones ubicadas en los espacios más disímiles del espectro: desde la aseveración de que no existe de ninguna manera el libre albedrío, hasta la afirmación de que está presente en cada acción, pasando por numerosos matices que aparecen en el medio de estos dos extremos. Por nombrar algunas de estas líneas encontramos: el determinismo físico, desde donde se piensa que no habría libre albedrío ya que todas las acciones del presente están determinadas enteramente por los eventos que las antecedieron; el compatibilismo clásico, que considera que existe un cierto determinismo pero también contamos con posibilidades alternativas de decisión para actuar libremente; y el libertarismo metafísico, que contempla que no existe la determinación y, por ende, los seres humanos sí tendríamos libre albedrío.
Las neurociencias estudian qué grado de influencia consciente tenemos en nuestras decisiones, y han intentado intervenir aportando información sobre cómo surgen en el cerebro. Esto ha dado lugar al surgimiento de lo que se conoce como neurociencias del libre albedrío. Algunos de sus hallazgos han resultado ser muy llamativos y han aportado argumentos que parecen cuestionar la existencia de una libertad total.
Benjamin Libet, investigador de la Universidad de California en San Francisco, condujo un conocido experimento en los años ’80, en el cual les pedía a sus participantes que decidieran apretar un botón en un momento cualquiera, sin previo aviso, mientras registraba la actividad eléctrica de su cerebro asociada a este movimiento. Cuando movemos intencionalmente alguna parte del cuerpo pueden registrarse dos tipos de señales eléctricas: una señal que surge de la acción motora (por ejemplo, apretar un botón) y una señal, que la antecede, que surge de la preparación para realizar este movimiento, conocida como "potencial de preparación" (readiness potential). Libet quería observar si este potencial de preparación se relacionaba con el registro consciente que tenían los sujetos de querer mover la muñeca o si esta señal se relacionaba con una actividad automática. Para ello, les pedía a los participantes que observaran en un reloj el lugar de la aguja al momento de decidir hacer el movimiento. Así encontró que el potencial de preparación antecedía al registro subjetivo de querer mover la muñeca. Esto indicaría, según él, que en el cerebro toda la cadena de sucesos eléctricos necesarios para el movimiento se inicia antes de tener conciencia de querer realizarlo. Dicho de otro modo, si los sujetos decidieran conscientemente mover la muñeca a las 14:01:55, el cerebro ya estaba ejecutando la acción a las 14:01:54. A partir de sus observaciones, algunos autores han sugerido que habría evidencia científica de que la noción que tenemos de control de nuestras acciones, como decía Underwood, es una ilusión. Es importante aclarar que Libet, en realidad, no midió la decisión de mover, sino la estimación metacognitiva de una decisión ya hecha. Además, esta versión de libre albedrío involucra una explicación radical y absoluta que asume que toda decisión depende absolutamente de aspectos conscientes.
 
Las neurociencias estudian qué grado de influencia consciente tenemos en nuestras decisiones; descubrieron cuestiones que parecen cuestionar la existencia de una libertad total
 
La idea de una voluntad consciente también fue puesta en cuestión desde las neurociencias por el psicólogo Daniel Wegner de la Universidad de Harvard. Le pidió a una voluntaria que usara guantes y posara frente a un espejo. Otro investigador del laboratorio ubicaba sus brazos por detrás de ella de tal manera que parecieran los de la voluntaria, como a menudo suelen hacer los niños para jugar. Ambos participantes tenían auriculares a través de los cuales Wegner le daba indicaciones al investigador para mover o no los brazos. La voluntaria reportó que cuando oía la instrucción de mover los brazos antes de que se produjera el movimiento, ella tenía la sensación de que eran sus propios brazos los que se movían, pero cuando la instrucción la escuchaba después de que se efectuaba el movimiento, esta sensación desaparecía. Wegner relativizó así la noción de experiencia consciente al plantear que la misma es, justamente, una ilusión.
Estos y otros experimentos sugieren que, para algunas acciones, nuestros cerebros inician el proceso de toma de decisiones antes de que seamos conscientes. Esto es esperable para muchas de ellas. Si tuviéramos que pensar cada pequeña cosa que hacemos cotidianamente no podríamos hablar con fluidez, bailar, caminar o manejar. La atención consciente requiere esfuerzo y es un proceso más lento. Por eso los experimentos que llegaron a la conclusión de que el libre albedrío es una ilusión involucraban decisiones simples y rápidas (se les pide a las personas que no planifiquen sus decisiones, sino que esperen a tener un impulso).
Eddy Nahmias, un influyente filósofo y neurocientífico de la Universidad de Georgia State, señala que quienes consideran que estos hallazgos implican que el libre albedrío es una ilusión, lo hacen partiendo de una concepción equivocada de libre albedrío. Según Nahmias, algunos pensadores que sostienen que este no existe asumen que se encuentra en un alma inmaterial o en una mente no-física, pero las neurociencias muestran evidencia de que nuestras mentes son físicas y que la toma de decisiones surge de la actividad de nuestro cerebro. Concluir que la conciencia o el libre albedrío son ilusiones es apresurado. Sería, según Nahmias, como inferir por los descubrimientos de la química orgánica que la vida es una ilusión porque los organismos vivos están compuestos por elementos no vivos. Precisamente el progreso en la ciencia sobreviene de la compresión de un todo en términos de sus partes, sin sugerir que el todo no existe.
No existiría el libre albedrío si se pudiera demostrar de alguna manera que la deliberación consciente y el auto-control racional no son posibles. Nada de esto es probable aunque sea cierto que la conciencia no funciona exactamente como pensamos, y que hay limitaciones significativas en la extensión de nuestra racionalidad, auto-conocimiento y auto-control.
No hace falta suponer que nuestra conciencia debe estar en todas las decisiones que tomamos para poder afirmar que contamos con un libre albedrío. Necesitamos la deliberación consciente para hacer la diferencia en lo que importa, cuando tenemos que tomar decisiones claves para nuestra vida o la de los demás, planificar o vetar una acción. Todos los días, constantemente, debemos tomar una gran cantidad de decisiones, algunas muy simples y otras muy complejas. Los recursos cognitivos son limitados y la deliberación consciente demanda una gran cantidad de recursos, con lo cual no podemos esperar que todo lo que hacemos pase por nuestra conciencia. Algunas de nuestras acciones, como por ejemplo la manera en la que debemos mover cada uno de los dedos, junto con manos y muñecas, para escribir una oración como esta, escapan a la conciencia, porque ella está ocupada con las decisiones más importantes como la manera de seguir esta argumentación, su estilo y su forma. Cada acción que realizamos, cada decisión que tomamos, cada creencia que tenemos están elaboradas por circuitos cerebrales a los que no tenemos acceso. Los procesos no conscientes operan en casi toda nuestra vida. El cerebro controla la compleja maquinaria de nuestro cuerpo y lleva adelante decisiones automáticas sin que tengamos conocimiento.
El cerebro consciente juega un rol mucho menor del que imaginamos. Muchas veces vamos en auto de regreso del trabajo y nos damos cuenta de que estamos llegando a casa sin haber prestado mucha atención al camino que hacemos cada día. Sin embargo, antes de llegar, en una esquina aparece súbitamente un camión que pasa muy rápido y esto hace que la consciencia entre en acción. Nuestra consciencia además juega un rol importante, realizando decisiones ejecutivas, cuando hay conflictos internos entre los muchos sistemas automáticos del cerebro: es, de alguna manera, un árbitro que monitorea los resultados de operaciones no conscientes del cerebro y nos permite planificar a largo plazo incluso evaluando las propias funciones cognitivas.
Muchos filósofos entienden que el libre albedrío es un conjunto de capacidades para imaginar futuros cursos de acción, para deliberar sobre las razones para elegirlos, para planificar las propias acciones en consecuencia de lo deliberado y para controlar las acciones de cara a deseos que compiten. Actuamos con libre albedrío en la medida en que tenemos la oportunidad de ejercitar estas capacidades en ausencia de presiones irracionales externas e internas. Somos responsables de nuestras acciones en la medida que poseemos estas capacidades y tenemos la oportunidad de ejercerlas.
Por eso quizás Francis Underwood utilice la reflexión sobre la ilusión en sus decisiones como una estrategia más, razonada y consciente, para lograr sus cometidos.

https://www.lanacion.com.ar/opinion/quien-decide-cuando-decidimos-nid1888834/ 

 

Aristóteles define el acto voluntario como "todo lo que uno hace estando en su poder hacerlo o no" (EN11135a 23-24). Esta definición tan sencilla y, en apariencia, tan clara contiene, sin embargo, un término cuyo sentido conviene precisar a fin de no caer en una interpretación errónea del pensamiento aristotélico.

 

Para San Agustín “el libre albedrío fue concedido al hombre para que conquistara méritos, siendo bueno no por necesidad, sino por libre voluntad”, además, “es soporte de todo el orden moral”, el principio esencial de un mundo de valores superiores, y, por consiguiente, un grande bien.

 -VII- 

5 razones convincentes por las que el libre albedrío no existe
¿Son nuestras decisiones verdaderamente libres? ¿Somos capaces de escoger, basados en pensamientos espontáneos y creativos? Los siguientes argumentos sugieren que no.
Es instintivo pensar que tenemos control sobre nuestras acciones, que somos libres de escoger como nos plazca y que nuestro futuro depende de cada pequeña elección que realicemos, a lo largo de nuestra vida. Así, seríamos totalmente responsables por lo que nos suceda. Esta libertad absoluta es denominada "libre albedrío".
Los debates de si este famoso concepto en verdad existe o si es una ilusión, llevan siglos desarrollándose, sin llegar a una conclusión clara. Sin embargo, existen varias razones por las cuales deberíamos dudar de la existencia del libre albedrío. A continuación expondremos las más convincentes.
## 5. Si existe un dios omnipotente y omnipresente, no puede existir el libre albedrío
Imaginemos que conoces al chico/a de tus sueños. Superan con éxito (con mucho esfuerzo y dedicación) todos los obstáculos que surgen al construir una relación estable. Deciden casarse y, de pie frente al sacerdote, escuchan que este dice: "...estas dos almas fieles, que han cumplido el plan que Dios les tenía preparado, vivirán felices para siempre". La reacción adecuada en ese momento sería poner de cabeza el altar, seguida por una salida dramática. ¿Cómo que "el plan que Dios les tenía preparado"? ¿Acaso no escogiste a este/a muchacho/a ejerciendo tu libre albedrío? ¿Dios sabe lo que vas a hacer antes de que lo hagas? Si la respuesta es afirmativa, entonces ¿cómo se puede ser libre bajo esas circunstancias?
Claramente hay una contradicción aquí. O existe un dios que sabe todo lo que vas a hacer, por lo tanto, no eres libre para cambiar ese plan divino, o tienes libre albedrío, lo que significa que Dios no es omnipotente ni omnipresente, porque no sabe lo que harás a continuación. Si en verdad somos libres, pues Dios no podría saber nuestro futuro, ya que sería impredecible. Entonces no existiría tal cosa como "el plan de Dios".  
El libre albedrío es incompatible con la noción de un plan divino. Es imposible que existan ambos. Si "elegimos" creer que tenemos libertad y existe el libre albedrío, pues sería contradictorio creer que también existe un dios todo poderoso, capaz de observar el tiempo como otra dimensión más. Y hablando de eso.
## 4. Si el espacio-tiempo es una dimensión física como cualquier otra, no pude existir el libre albedrío
Imagina que eres arrastrado de espaldas por la violenta corriente de un río. Estás atrapado en el cauce. Apenas puedes divisar lo que dejas atrás y lo que yace adelante te es desconocido. Así es como los humanos experimentamos el tiempo. Como pasado, presente y futuro.
Ahora, si alguien estuviera parado en el borde de ese mismo río, podría observar sin problema que todo es lo mismo. Solo le bastaría caminar de un lado a otro para ver por dónde pasaste y, por ejemplo, notar la enorme catarata que te espera al final del recorrido. Pero como nosotros estamos atrapados en una perspectiva subjetiva del espacio-tiempo, no notamos nada de esto.
El tiempo no es absoluto, como se pensaba antes, sino que está íntimamente ligado con el espacio y el movimiento. Pasado, presente, futuro, son conceptos relativos, provenientes de la intuición. Según Albert Einstein, al analizarlos con más calma, nos damos cuenta de que lo que comúnmente llamamos "tiempo" no existe como tal. El pasado no sucedió y dejó de ser, sino que sigue existiendo, al igual que el futuro, no será, sino que, para algunos, ya es y, para otros, todavía no.
Dependiendo de nuestra ubicación en el universo, pudiéramos estar viviendo en lo que alguien más considera el futuro, igualmente sucede con el pasado. Por tanto, si existiera un ser capaz de observar todo esto, sin estar ligado al espacio-tiempo, como el dios del que hablaba Kant o como Cooper en Interstellar, dicho individuo podría confirmar que todo está predeterminado, solo que no estamos conscientes de ello.  
## 3. Si el principio de causa y efecto rige despóticamente el universo, no puede existir el libre albedrío
Si todo efecto tiene una causa, y si todo lo que pasa ahora en el presente es el resultado necesario de eventos que ocurrieron en el pasado, entonces ¿queda lugar en el universo para algo como el libre albedrío?
Como decía Aristóteles, conocer algo es conocer la causa de ese algo. Por tanto, bastaría con investigar las verdaderas motivaciones de cada elección humana para concluir que siempre estamos influenciados por factores externos, fuera de nuestro control, que determinan a priori las acciones que luego consideramos libres. Esto es lo que piensan los individuos denominados "deterministas". Según ellos, la existencia del libre albedrío es completamente imposible.
Algunos filósofos sugieren que sería extremadamente complicado encontrar las razones que motivan las decisiones humanas; pero la posibilidad existe. Quizá llegue el día en que podremos usar la tecnología para rastrear los eventos que nos llevaron a realizar tal o cual acción perjudicial. Guiándonos solo por el principio inquebrantable de causa y efecto, no vemos como podría existir una libertad singular que rompa con las leyes físicas que rigen el universo.
## 2. Si es cierto que nuestro cerebro es una máquina tan compleja que le esconde a nuestra conciencia procesos clave, pues no puede existir el libre albedrío
Apuesto que mientras lees esto no estás preocupado por seguir respirando, por regular la temperatura de tu cuerpo, por parpadear lo suficiente para que tus ojos no se resequen o por asegurarte de que la sangre necesaria llegue a tus músculos para que puedas moverte con normalidad. De todos estos procesos se encarga tu cerebro y ni siquiera somos conscientes de que suceden constantemente. Siguiendo este argumento, ¿pueden existir más procesos que nuestro cerebro esté realizando y que nosotros no nos demos cuenta en lo absoluto?
El director del instituto Max Planck de investigación cerebral, Wolf Singer, argumenta que nuestro cerebro toma todas las decisiones que nosotros consideramos "libres", basado en un complejo sistema que constantemente sopesa prioridades fisiológicas y elige acorde.
Al igual que sucede en todos los procesos biológicos anteriormente mencionados, no somos conscientes de que nuestro cerebro se encuentra ideando nuestras acciones futuras. Solo nos sentimos libres porque racionalizamos lo que acabamos de hacer para que, desde nuestra perspectiva, tenga sentido y podamos pensar que somos responsables de nuestros actos.
Siguiendo esto, Singer argumenta que los criminales no son culpables per se por sus crímenes, sino que los individuos que realizan actos delictivos sufren defectos cerebrales, los cuales causan su comportamiento errático. Aún no pueden ser ubicados por los escáneres actuales pero, según Wolf, la tecnología evolucionará hasta el punto en que podremos saber si alguien cometerá un crimen luego escanear rápidamente sus ondas cerebrales.
## 1. Si consideramos que nuestros pensamientos constituyen un tipo de estado biológico-físico, no puede existir el libre albedrío
¿Por qué no consideramos que las demás especies animales tienen libre albedrío? Algunos dirían que los humanos somos diferentes porque somos racionales, porque sabemos deducir lógicamente y medir las consecuencias de nuestras acciones. Sin embargo, nuestro trasfondo biológico es el mismo.
Así que, si tomamos en cuenta que, tanto los pensamientos de, digamos, un gato, son estados biológicos, al igual que los nuestros, pues tanto nosotros como ese gato estamos tan determinados como todo lo demás en el mundo físico.
Si aceptamos la razón número tres de esta lista, pues no tenemos más opción que aceptar esta también. Podemos encontrar pruebas de la causalidad determinista del universo en todas partes: una pelota de béisbol vuela por el aire porque alguien la lanzó, la lluvia cae porque antes se condensó, tu abuelo es viejo porque antes fue joven, etc. ¿Por qué nuestras decisiones funcionarían de manera distinta?

https://hipertextual.com/2016/10/5-razones-convincentes-por-las-que-el-libre-albedrio-no-existe

 

-VIII-
La creencia en el libre albedrío y su influencia en la Psiquiatría
“En modo alguno creo en el libre albedrío en sentido filosófico. Todo el mundo actúa no solo bajo compulsión externa sino también de acuerdo a una necesidad interna. Lo que Schopenhauer decía “un hombre puede hacer lo que desee pero no puede desear lo que quiera” ha sido para mí una verdadera inspiración desde mi juventud, un consuelo constante frente a las dificultades de mi vida tanto como la de los otros, ha sido una fuente incalculable de tolerancia.”
-Albert Einstein
 
Antes de entrar en materia creo que conviene hacer una mínima justificación de por qué este milenario problema filosófico tiene interés para la Psiquiatría. Existe un discurso ampliamente aceptado, tanto en Psiquiatría como en el Derecho, la que podemos considerar la hipótesis por defecto, que plantea que los seres humanos somos libres pero que en determinadas circunstancias perdemos esa libertad1. Los trastornos mentales, desde este enfoque, son reconocidas como enfermedades de la libertad, especialmente las psicosis porque ocurre en ellas una distorsión de la realidad. Sin embargo, este discurso ha sido fuertemente cuestionado por los descubrimientos de la neurociencia en los últimos años2,3 y también por poderosos planteamientos filosóficos4,5.
En este artículo yo voy a defender que ni los pacientes ni los terapeutas (psiquiatras o psicólogos) somos libres y que nuestra creencia en el libre albedrío influye en la forma en que entendemos y tratamos los trastornos mentales. Mi postura es que creer en el libre albedrío es erróneo y tiene inconvenientes sociales e individuales y que no creer en el libre albedrío tendría ventajas a nivel social y también en la concepción y tratamiento de los trastornos mentales.
La definición de libre albedrío que voy a usar es la capacidad de poder hacer otra cosa (dado un estado del mundo determinado). Se le llama en filosofía la definición contrafactual. Para la mayoría de autores, una voluntad libre implica también:
  1. que hablamos de un poder racional, es decir que el sujeto usa la razón para valorar un curso de acción y decide racionalmente. Si alguien decide sin razones se supone que no es una elección libre. Habitualmente, se acepta que los animales no tienen libre albedrío porque no son racionales;
  2. una voluntad libre implica control, si las cosas ocurren por razones sobre las que yo no tengo control, no son mis actos y no se me pude pedir responsabilidad.
El libre albedrío está muy unido a la responsabilidad moral. De hecho existe otra definición de libre albedrío que dice que el libre albedrío es el poder que tiene un agente moral por el que se le puede considerar digno de alabanza o castigo, es decir, responsable moral. Los sistemas judiciales de todos los países del mundo se basan en la creencia en el libre albedrío, se considera que la persona que ha actuado mal o ha cometido un delito podía haber hecho otra cosa, y por lo tanto es responsable de sus acciones.
Antes de seguir, una matización porque toda definición es imperfecta. Se ha discutido en filosofía si realmente la posibilidad de poder hacer otra cosa es necesaria para la existencia del libre albedrío. En concreto, el filósofo Harry Frankfurt6 ha presentado unos casos hipotéticos a modo de experimento mental en los que defiende que disponer de alternativas no es necesario para considerar que una persona tiene libre albedrío y que es responsable.
Estos casos siguen el siguiente esquema: Un científico malo, Jack, le ha puesto a una persona, Jones, un chip en el cerebro de manera que cuando Jones va a tomar una decisión, pongamos votar demócrata o republicano, el chip puede detectar lo que va a hacer. Entonces, si Jones quiere votar demócrata le deja continuar pero si quiere votar republicano el chip cambia la acción de Jones y le haría votar demócrata. En este escenario, supongamos que Jones quiere realmente votar demócrata. Aunque no puede hacer otra cosa porque el chip no le permitiría la otra alternativa, Frankfurt plantea que Jones es responsable de su acto.
Estos ejemplos de Frankfurt son en realidad variaciones de un ejemplo anterior de John Locke, que es el caso del hombre en la habitación. Locke pone el ejemplo de un hombre que es sedado y llevado a una habitación. El hombre se despierta y no sabe que la puerta de la habitación está cerrada. A pesar de ello, el hombre desea continuar en la habitación por sus propias razones. Para Locke el hombre sería responsable de su decisión, aunque en realidad no podría haber hecho otra cosa. Lo que hace Frankfurt en sus ejemplos es pasar la limitación o coerción situada en el mundo exterior (la puerta cerrada) al mundo interior (un chip en el cerebro).
Creo que las personas escépticas del libre albedrío podemos rebatir de una manera bastante contundente estos ejemplos porque el problema de la libertad es anterior a que la puerta esté abierta o cerrada o el chip entre en acción o no. Lo que tenemos que preguntarnos es por el origen de la decisión inicial del hombre de quedarse en la habitación o de votar demócrata. La intuición de los escépticos del libre albedrío es que si seguimos la historia causal de esa decisión de estar en la habitación siempre nos va a remitir a causas de esa acción que no están bajo el control de la persona y por lo tanto esa decisión (independientemente de chips y puertas) no es libre. Veremos esto a continuación.
A pesar de que no voy a tratar el tema de una manera filosófica, sino más bien desde la fenomenología psicológica y psiquiátrica creo que conviene resumir brevemente las principales posiciones filosóficas ante el problema del libre albedrío. El tema es muy complejo y hay casi tantas posturas como filósofos, los tres grandes grupos serían:
  1. Libertarios: creen que las leyes del Universo no son deterministas (no reconocen el determinismo causal que implica que toda causa tiene una causa previa y así hasta el origen del Universo) y que tenemos libre albedrío.
  2. Compatibilistas: reconocen que el determinismo causal es cierto (o puede serlo) pero creen que el libre albedrío es compatible con un Universo donde las leyes son deterministas.
  3. Escépticos del libre albedrío o incompatibilistas duros (Pereboom): son los que creen que no existe el libre albedrío. Consideran que las leyes del universo son deterministas y que el determinismo es incompatible con el libre albedrío. Tanto los libertarios como los escépticos del libre albedríos son incompatibilistas, es decir creen que determinismo y libre albedrío no pueden existir a la vez. La diferencia es que los libertarios creen que lo que no existe es el determinismo mientras que los escépticos del libre albedrío creen que lo que no existe es el libre albedrío.
Según encuestas, la mayoría de la gente de la calle en todo el mundo piensa a) que nuestro universo es indeterminista y b) que la responsabilidad moral no es compatible con el determinismo. Por el contrario, la postura mayoritaria entre los filósofos es el compatibilismo. Según el estudio de Bourget y Chambers el 59,1% son compatibilistas, 13,7% libertarios, 12,2% no creen en el libre albedrío y 14,9% quedarían en la categoría “otros”.
Decía Borges que el futuro es un jardín de caminos que se bifurcan. Esa es la intuición que todos tenemos, que en muchos puntos de nuestra vida llegamos a bifurcaciones donde podemos elegir un camino u otro, que reflexionamos y, tras esa reflexión, de una manera racional optamos.
A partir de este punto voy a intentar convencer al lector de que esas bifurcaciones que vemos tan claras son en realidad ilusorias, que no existen más que en nuestra imaginación, y que el hecho de que podamos imaginar opciones no quiere decir que realmente las tengamos a nuestro alcance.
Sé que dicho así el lector va a pensar que mi objetivo es imposible y que estoy fuera de la realidad pero espero que, si tiene la paciencia de seguir conmigo, no llegue al final con la misma certeza de que estoy equivocado de la que tiene ahora. Por todas las razones que ahora voy a analizar creo que no es posible sostener la idea de que la voluntad es libre. Al final plantearé los inconvenientes de la creencia en el libre albedrío para la sociedad y para la Psiquiatría.
Origen y control de nuestras acciones
“Las decisiones de la mente no son nada salvo deseos, que varían según varias disposiciones puntuales”. “No hay en la mente un absoluto libre albedrío, pero la mente es determinada por el desear esto o aquello, por una causa determinada a su vez por otra causa, y ésta a su vez por otra causa, y así hasta el infinito.”
-Baruch Spinoza
Los seres humanos no elegimos cosas tan importantes como nuestra inteligencia, nuestra orientación sexual, nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras creencias, nuestra personalidad, nuestra emociones (de quién nos enamoramos, p.ej.),etc. Dado que a la hora de elegir elegimos en base a nuestras creencias, deseos, preferencias, carácter, etc., es evidente que no se nos puede pedir responsabilidad por actuar con facultades que no hemos elegido nosotros y de las que no hemos tenido el control. Esto en terminología del filósofo Bernard Williams se llama constitutive luck. Básicamente que no somos responsables de
ser lo que somos.

Los seres humanos no elegimos cosas tan importantes como nuestra inteligencia, nuestra orientación sexual, nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras creencias, nuestra personalidad, nuestra emociones
 
Quiero hacer hincapié en dos de las cosas que he dicho que no elegimos porque son bastante contrarias al sentido común. Una de ellas es que no elegimos nuestros deseos, nuestras preferencias, las cosas que nos gustan. Cuando yo como cerezas porque me gustan más que las naranjas yo no he decidido racionalmente que me gustaran las cerezas y no las naranjas. Recordad que en la definición de libre albedrío he dicho que era un poder racional. Yo no me encuentro en ningún momento en una bifurcación en la que racionalmente elijo entre que me guste Honky Tonk Women o me guste La Macarena. Hay una música o una fruta que me gusta y eso no es en ningún momento una elección racional. De igual manera, yo no decido de quién me enamoro. Para verlo más claro fijaos en que los niños pequeños, de meses incluso, tienen preferencias y les gusta más una comida que otra y no son todavía capaces de elegir racionalmente. Lo mismo ocurre con los animales. Si le doy a elegir a mi perra entre un trozo de carne o una manzana es claro que tiene preferencias.
Vamos ahora con algo mucho más interesante: no elegimos nuestras creencias. Imaginemos que yo me enfrento por primera vez a la homeopatía, no sé nada de ella y quiero saber qué es, en qué consiste, es decir, conocerla y por lo tanto forjarme una creencia acerca de ella.
Entonces me pongo a leer y me voy enterando de que dice que si diluimos un supuesto medicamento va ganando en potencia, que en cierto momento no queda ni una molécula del producto original pero que el agua tiene el recuerdo de la sustancia que estuvo en contacto con ella, etc.
Dada mi naturaleza escéptica y mis conocimientos de medicina y de física (tampoco muchos), automáticamente se va formando en mí la idea de que eso no tiene ni pies de cabeza y que no hay un mecanismo científico conocido que pueda sustentar las afirmaciones de la homeopatía. Si lo que dice la homeopatía es cierto se merecen varios premisos Nobel, los de Medicina, Física y Química, por lo menos.
Entonces, si analizamos fenomenológicamente lo que ocurre en mi mente cuando estoy formando una creencia acerca de la homeopatía es que en ningún momento se produce una bifurcación en la que tengo dos opciones: 1) creer que la homeopatía es un tratamiento con base científica 2) creer que la homeopatía no es un tratamiento con base científica, y que entonces con mi voluntad libre elijo una u otra. En mi mente sólo hay una posibilidad, yo sólo puedo pensar que la homeopatía no tiene base científica.
Cuando formo una creencia yo trato de encontrar la verdad sobre el estado del mundo en ese momento. Lo que hago se parece más a una percepción que a otra cosa. Es como si veo que el cielo es azul, yo no puedo elegir entre verlo azul o verlo verde. Con la homeopatía me ocurre lo mismo: yo no elijo entre creer que tiene base científica y creer que no. Para mí el cielo es azul y la homeopatía no es más que efecto placebo.


Presumir de nuestras creencias es como presumir de nuestra altura o del color de nuestros ojos
 
Pero esto que estoy comentando vale para todas las creencias. Si intento saber la verdad acerca de la existencia de Dios vuelve a ocurrir lo mismo. No tengo la opción de creer en Dios o no creer y entonces decido, con mi voluntad libre, que voy a creer. Y si hablamos de ser de derechas o de izquierdas, o nacionalista o no-nacionalista, etc., ocurre exactamente lo mismo. Si el lector cree que no tengo razón y cree que él sí puede elegir sus creencias, le desafío a que cambie sus creencias con su voluntad, a que elija otra cosa. Si por ejemplo es creyente, le desafío a que cambie sus creencias y se convierta en ateo; o si es de izquierdas le desafío a que cambie sus creencias y pase a tener las creencias de la derecha… Sencillamente no se puede. Bifurcaciones ilusorias.
Así que estamos muy orgullosos de nuestra ideas y vamos por ahí presumiendo de nuestras creencias pero presumir de nuestras creencias es como presumir de nuestra altura o del color de nuestros ojos y discriminar a los demás por sus ideas tiene la misma lógica que hacerlo por el color de su piel o por su sexo, es decir, por algo que no está bajo su control.
Así que resumo el punto principal de este apartado: si mis acciones se deben a mi carácter, motivaciones, deseos, preferencias y creencias y yo no he elegido nada de todo ello, ¿cómo puedo decir que soy libre y responsable de mis actos? Imaginaos que en vez de ser la naturaleza la que me ha otorgado mi carácter, mi inteligencia, mis creencias, etc., hubiera sido un científico loco quien hubiera programado todas esas cosas, como ocurre con los replicantes en la película Blade Runner. Programa todas esas facultades en mi mente y me suelta en el mundo. Si yo actúo según una programación sea artificial o natural que yo no he elegido ¿se puede decir que soy libre? A mi modo de ver, no. En cualquier caso, creo que la respuesta que demos para esos androides replicantes vale para nosotros.
La existencia del inconsciente
“Los Hombres se creen libres porque ellos son conscientes de sus voluntades y deseos, pero son ignorantes de las causas por las cuales ellos son llevados al deseo y a la esperanza.”
-Baruch Spinoza
Si nuestros actos se deben en una medida mayor de la que creemos a razones que no conocemos, a factores inconscientes que no controlamos, esto mina las condiciones de racionalidad y de control que forman parte del concepto de libre albedrío. Sólo voy a dar un dato: se calcula que el cerebro humano maneja 11 millones de bits de información por segundo y que de esos 11 millones sólo 16-50 bits de información son conscientes. Creo que el dato es lo suficientemente elocuente. Hay toda una literatura en psicología sobre el implicit bias y la que se llama situacional10 en la que se ve que por ejemplo los jueces dictan condenas más leves a personas guapas y a mujeres o que no dan libertad condicional antes de la comida y la dan en un 60 por ciento después de comer con el estómago lleno. Los jueces creen que están decidiendo en base a los datos del expediente pero está influyendo un factor, que ellos desconocen y no controlan, y están decidiendo influidos por esos factores inconscientes. Hay miles de ejemplos  de estos sesgos y no abundaré en ellos, creo que mi punto está suficientemente argumentado.
La suerte. La hipótesis del mundo justo
La suerte es un factor del que nuestra cultura no quiere hablar. Existe la llamada “hipótesis del mundo justo” que plantea que el mundo es justo y que a la gente buena le pasan cosas buenas y a la gente mala le pasan cosas malas. Y que si te pasa algo malo pues será porque algo malo habrás hecho. Es la filosofía del “si quieres puedes”, de que todo el mundo puede llegar a presidente de Estados Unidos y de que si te esfuerzas triunfas, y si eres pobre es porque eres un vago. Evidentemente esto es absolutamente falso. Es verdad que la gente que triunfa se ha esforzado pero también lo es que la mayoría de los que se esfuerzan no triunfan. Pero no podemos dar ese mensaje a la gente porque cundiría el pánico. No podemos decir a la gente que la pobreza se hereda, que tus ingresos y riqueza dependerán del país del mundo en el que hayas nacido y de la clase social en la que hayas nacido.
Hay estudios que demuestran que existe una relación entre ambientes pobres e inestables y la delincuencia. La precariedad da lugar a estrategias vitales cortoplacistas: conductas antisociales, experiencias sexuales tempranas, consumo de drogas, más promiscuidad sexual y menos inversión parental, y mortalidad temprana. La pobreza da lugar a impulsividad, falta de autocontrol y delincuencia pero también a una alteración del desarrollo del cerebro y de sus funciones cognitivas que algunos han estimado equivalente a una pérdida de 13 puntos en el Cociente Intelectual15.
Auto-control
“Puedo hacer lo que deseo: Si puedo, si lo deseo, dar todo lo que tengo a los pobres y por lo tanto hacerme pobre yo mismo -si lo deseo. Pero yo no puedo desear esto, porque los motivos opuestos tienen demasiado poder sobre mí para poder hacerlo. Por otro lado, si tuviera un carácter distinto, al extremo de que yo fuera un santo, podría desearlo. Pero entonces no podría dejar de desearlo por lo que tendría que hacerlo… tampoco como una bola en una mesa de billar no se puede mover antes de recibir un impacto, tampoco puede un hombre levantarse de su silla antes de ser jalado o impulsado por un motivo. Pero el pararse es tan necesario e inevitable como el rodar de una bola después del golpe. Y esperar que alguien haga algo a lo que absolutamente ningún interés lo impulsa… Es lo mismo que esperar que un trozo de madera se mueva hacia mí sin ser jalado por una cuerda…”
-Schopenhauer
Quiero tocar este punto porque para muchos autores (el eminente psicólogo Roy Baumeister, por ejemplo) libre albedrío es equivalente a autocontrol o “fuerza de voluntad”. Los animales actúan por instinto, hacen sus necesidades sin ninguna reflexión, o sin tener en cuenta otras consideraciones, pero nosotros no, nosotros controlamos nuestros instintos.
En mi opinión, lo que llamamos auto-control es en realidad hetero-control y es muy dudoso que implique libertad. Cuando yo no hago algo que quiero hacer y aplico un veto (algunos llaman free won´t a esta capacidad de veto que supuestamente implica libertad) nunca lo hago desde una voluntad libre sino que lo hago por fuerzas y razones que actúan sobre esa libertad como contrapeso , inclinándola a frenar una acción que quería realizar en primera instancia. Por ejemplo, si no me como un trozo de tarta de chocolate porque tengo miedo a engordar y a que mi novia me deje o a que la gente se ría de mí y me llame gordo, no creo que a eso se le pueda llamar libertad. Si no robo un reloj por miedo a ir a la cárcel o si no le robo 50 euros a mi abuela por miedo a lo mal que me voy a sentir luego y a los dolorosos sentimientos de culpa que me asaltarán, tampoco creo que eso sea la actuación de una voluntad no determinada por nada.


La neurociencia no ha encontrado ningún homúnculo en el cerebro, ningún núcleo que no este conectado con todos los demás y que por lo tanto no se vea influido por todas las causas previas
 
En estos casos la voluntad no es libre sino que actúa por unas razones que muchas veces son los intereses de los demás más que los míos. Sin embargo, consideramos habitualmente que mi verdadero yo es el que se pliega ante lo aceptado como “bueno o moral”. Un ejemplo: hace calor y me gustaría ir al trabajo en pantalón corto y chanclas. Pero como eso no está aceptado voy con traje y corbata. En teoría, estoy ejerciendo mi autocontrol y mi voluntad libre. Según mi visión estoy siendo hetero-controlado por los intereses del grupo y es muy dudoso llamar a eso libertad.
En moral siempre lo bueno es lo que beneficia al grupo. Si existe la moral es porque somos criaturas sociales, no existe ninguna necesidad de moral en seres no sociales porque no existe el daño al otro. La moral son, simplificando mucho, las normas de tráfico para vivir en sociedad. Podríamos decir que la moral es una aplicación que el grupo instala en nuestro polo prefrontal para que nos sujetemos a los intereses del grupo y no trastornemos la convivencia social. Los psicópatas serían, según esta visión, personas que no tienen esta aplicación instalada en su polo frontal. Voy a poner para cerrar este apartado lo que le dice un psicópata a Kevin Dutton , autor del libro The Wisdom of Psycopaths. Dutton se dedicó a entrevistar a psicópatas encarcelados y uno de ellos le hace esta inquietante pregunta:
“No dejes que te engañe tu cerebro, Kev, con todos esos exámenes que no te dejan ver la realidad. Solo hay una diferencia entre tú y yo: Yo lo quiero y voy a por ello, tú lo quieres y no vas a por ello. Estás asustado Kev, tienes miedo. Tienes miedo de todo, lo veo en tus ojos. Miedo de las consecuencias. Miedo de que te cojan. Miedo de lo que pensarán. Miedo de lo que te harán cuando vengan a llamar a tu puerta. Tienes miedo de mí. Mírate. Tienes razón, tú estás fuera y yo estoy aquí dentro. Pero… ¿quién es libre, Kev? Libre de verdad, quiero decir. ¿Tú o yo? Piensa en ello esta noche. ¿Dónde están los barrotes de verdad Kev? ¿Ahí afuera ? (señala la ventana). ¿O aquí dentro?” (y se toca la sien)”
Dualismo
“El cuadro que emerge del análisis científico no es el de un cuerpo con una persona dentro, sino el de un cuerpo que es una persona.”
-BF Skinner
Creer en el libre albedrío implica seguir manteniendo un dualismo, es seguir creyendo que hay algo “espiritual” “mental”, etc., que está al margen del cuerpo. Todo tiene causas previas pero si creemos en el libre albedrío pensamos que hay algo que no es afectado por genes, ambiente y azar; algo que está ahí “flotando” valorando todo fría y racionalmente y decidiendo al margen de la historia causal previa que tienen los actos. Esto es científicamente imposible, la neurociencia no ha encontrado ningún homúnculo en el cerebro, ningún núcleo que no este conectado con todos los demás y que por lo tanto no se vea influido por todas las causas previas.
Meseta Moral, diferencias y limitaciones psicológicas
Creer que tenemos free will es juzgar a todas las personas por igual. Es creer que a partir de cierta edad todos alcanzamos un grado de desarrollo moral en el que somos iguales, es decir, subimos a una meseta moral (es un concepto de Bruce Waller, ver) donde todos tenemos las misma capacidades de hacer lo moralmente correcto. La realidad es que no todos tenemos las mismas capacidades y condiciones que sabemos que influyen en la conducta moral como el autocontrol o “fuerza de voluntad”, control de impulsos, intensidad del deseo sexual, etc. Esto no se hace en otras esferas de la vida. Si Ronaldo mete 50 goles o Usain Bolt corre los 100m en menos de 10´ no pensamos que todos lo podemos hacer. Pero si yo no robo me creo que alguien nacido en Vallecas o en las favelas de Río de Janeiro, hijo de unos padres traficantes y drogadictos, también puede no robar.
Existen datos para pensar que existe un cerebro moral o, por lo menos, que muchas cualidades que tienen que ver con nuestra capacidad moral (control de impulsos, disposición al riesgo, gusto por la novedad, fuerza de voluntad o capacidad de esfuerzo, etc.) pueden variar de forma natural y por lo tanto dar lugar a capacidades morales que no son iguales en todas las personas.


El cerebro no es libre, no es una tabla rasa y nacemos con una serie de reglas, programas, y algoritmos implementados
 
Esto lo podemos demostrar en casos extremos. Es un clásico el caso de Phineas Gage que tras sufrir un accidente que afectó a su polo prefrontal cambió de ser una persona formal y cumplidora a ser un informal incapaz de mantener un trabajo. Antonio Damasio ha estudiado casos de personas con tumores o accidentes cerebrovasculares en la región ventromedial del polo prefrontal y se puede apreciar en ellos que aunque la inteligencia es normal y no se ve afectada, su conducta se psicopatiza: juego patológico, inconstancia en el trabajo, violaciones de normas, incapacidad de asumir sus responsabilidades como padres o maridos, la mayoría se divorcian, pierden el trabajo, etc. Si esto ocurre por alteraciones posteriores al nacimiento es lógico pensar que esas mismas variaciones pueden venir implementadas de “fábrica” y que lo mismo que hay una variación en la altura también la hay en la capacidad de cumplir las normas sociales.
La evolución
Aunque nos resulta profundamente antipático, la teoría de la evolución nos dice que somos vehículos diseñados por nuestros genes para hacer copias de sí mismos. El cerebro lo crean los genes para hacer copias de sí mismos. El cerebro no es libre, no es una tabla rasa y nacemos con una serie de reglas, programas, y algoritmos implementados. No voy a extenderme porque el tema es vastísimo pero voy a poner un ejemplo simple: nosotros no elegimos querer vivir, la decisión de querer vivir no es fruto de una decisión razonada y libre.

Somos marionetas manejadas por los genes y por el ambiente, somos gentes y ambiente pero no elegimos ninguno de los dos
Existe el llamado sesgo optimista, como todo ser vivo queremos vivir y eso no es una decisión racional. Otro ejemplo: las chicas quieren estar delgadas, aparentar juventud, una cintura estrecha… Todo ello son signos de fertilidad y es precisamente lo que atrae a los hombres. Ellas dirán que quieren estar delgadas porque se les ha ocurrido a ellas pero qué casualidad que sea lo que los genes de una mujer necesitan que haga esa mujer para hacer más copias de sí mismos. Y a las chicas les gustan los chicos fuertes, listos y guapos. Y esto también indica buenos genes y un individuo del otro sexo con el que es buena idea intercambiar genes porque tiene las condiciones necesarias para que sus hijos sobrevivan mejor y se reproduzcan… De nuevo qué casualidad que les guste lo que sus genes precisan… En todas las culturas el grupo más violento de la población son los hombres jóvenes, nunca las mujeres postmenopáusicas… es decir, hay leyes biológicas que determinan nuestros deseos y las cosas que podemos incluso pensar o no pensar. Somos marionetas manejadas por los genes (y por el ambiente, somos gentes y ambiente pero no elegimos ninguno de los dos)
Lo Posible Adyacente
Tú puedes hacer lo que siempre haces, pero en algún momento de tu vida sólo podrás hacer una actividad definida, y no podrás hacer absolutamente nada que no sea esta actividad.
-Schopenhauer
A mi modo de ver, si existiera el libre albedrío la sociedad sería muy diferente. Por ejemplo, no habría obesidad, no habría drogadictos, no habría jugadores patológicos, ni personas que no pueden dejar de fumar, ni habría depresiones. La persona obesa usaría su libre albedrío para hacer ejercicio y cuidar la dieta y así quedaría solucionado el problema de su obesidad. Y lo mismo en muchos otros casos y situaciones. Pero no es esto lo que vemos, lo que vemos es que en cada momento la gente no puede querer otra cosa que lo que quiere y que, como dice Schopenhauer, sólo hay una posibilidad a su alcance.
El físico Stuart Kauffman ha puesto en circulación la idea de lo Posible Adyacente. En cada momento, la biosfera, el Universo y cada uno de nosotros, se expande hacia lo posible adyacente. Un reptil no puede desarrollar alas de golpe o en la Edad Media no era posible inventar un iPhone. Todo debe seguir una evolución: primero se descubre la electricidad, luego los transistores, luego los ordenadores y luego el iPhone. Esto explica el hecho de que muchos descubrimientos se han realizado a la vez por diferentes personas, los ejemplos son miles. La explicación sería que ese descubrimiento ya estaba en el posible adyacente. La propia selección natural es un ejemplo. Tanto Darwin como Wallace la descubrieron casi a la vez y podemos estar seguros de que si no hubieran sido ellos algún otro científico la habría descubierto, pero el mundo no se habría quedado sin conocer la teoría de la selección natural.
Los cambios en la vida de las personas siguen también esta regla. Ocurren cuando son posibles, no cuando quiere la voluntad. Voy a poner un ejemplo. El psicólogo Walter Mischel, autor del famoso experimento del test de la golosina, era un empedernido fumador que no conseguía dejar de fumar. En los años 50 se publicó el informe del Cirujano General de USA confirmando la relación entre el tabaco y el cáncer de pulmón, pero Mischel no dejó de fumar.

Empeñarnos en conseguir algo que no está al alcance de los pacientes sólo va a provocar frustración y desesperanza.
Sin embargo, un día que estaba de visita en un hospital vio a un enfermo pintado de verde al que iban a radiar por un cáncer de pulmón y el impacto de esta visión hizo que dejara de fumar. ¿Dejó Mischel de fumar por un acto libre de su voluntad? A mi modo de ver, desde luego que no. Dejó de fumar por una razón que antes no se había presentado en su vida. Si todo dependiera de una voluntad libre su voluntad podría haber conseguido dejar de fumar 5 o 10 años antes pero, según el concepto de Kauffman, en aquel entonces dejar de fumar no se  encontraba en el posible adyacente de Mischel.
Creo que este es un concepto que psicólogos y psiquiatras deberían entender y aplicar en su práctica. Sería muy importante conocer si los cambios que queremos conseguir en los pacientes están o no en su posible adyacente (desgraciadamente, no existe un método científico para hacerlo). Empeñarnos en conseguir algo que no está al alcance de los pacientes sólo va a provocar frustración y desesperanza.
A  un nivel filosófico el concepto de Posible Adyacente nos transmite una idea del Universo como un todo, como un único suceso. Creo que cuestiona el concepto de causalidad como tal, la propia existencia de causas y efectos. Entendido de esta manera, sólo existe un único suceso en el Universo, el propio Universo que se va “desplegando” y va cambiando y evolucionando. Nada es causa de nada.
Consecuencias negativas de la creencia en el libre albedrío
Los del norte no debemos sentirnos demasiado moralmente superiores a los esclavistas del sur porque si estuviéramos situados donde ellos están actuaríamos y sentiríamos como ellos; y si ellos estuvieran situados como estamos nosotros actuarían y sentirían como nosotros; y no debemos perder de vista este hecho al tratar este asunto.
-Abraham Lincoln
Una vez expuestas todas estas razones, creo que la creencia en el libre albedrío es no sólo errónea sino perjudicial para la sociedad por su asociación con la hipótesis del mundo justo, entre otras razones. Creer en el libre albedrío ayuda a mantener el statu quo y a que las élites sigan disfrutando de su privilegios. Según esta visión, la causa de los problemas y desigualdades son individuales, no sociales. Ayuda a que las mayorías sean dominadas por las minorías, encima con su beneplácito haciendo creer a los más desfavorecidos que ellos tienen la culpa de su situación. Una sociedad sin la creencia en el libre albedrío sería más solidaria y se esforzaría más en repartir la mala suerte y en no abandonar a su suerte a los más pobres y desfavorecidos, tanto económica como psicológicamente.

La creencia en el libre albedrío es no sólo errónea sino perjudicial para la sociedad
No creer en el libre albedrío promovería un sentido mayor de solidaridad, igualdad y empatía con los menos favorecidos así como un sentido de gratitud por la posición de uno en la vida. A la hora de resolver los problemas y las diferencias partiríamos de una posición totalmente diferente, mucho más tolerante y abierta de la que partimos ahora, como vemos en la cita de Lincoln, conocido por su determinismo. Los problemas derivados de un choque de ideologías seguirían siendo muy difíciles de resolver, pero sería un avance partir desde otra visión del mundo totalmente diferente.
Consecuencias negativas de la creencia en el libre albedrío en Psiquiatría
Algunas consecuencias derivadas de la creencia en el libre albedrío que afectan al campo de la Psiquiatría y Psicología serían las siguientes:
  1. Impide que se reconozcan las trastornos mentales como enfermedades. Si yo soy libre puedo cambiar mi conducta, esforzarme, poner de mi parte y salir de la depresión o de la adicción. Desde la visión de la creencia en el libre albedrío estas situaciones no son enfermedades sino debilidades morales. Los enfermos y familias no buscarán ayuda si no creen que esto es una enfermedad.
  2. Aumenta el estigma de la trastorno mental, o de otras enfermedades en general. Ahora estamos viendo el estigma de la obesidad: son unos vagos y perezosos que no se esfuerzan y se ponen morados a chocolate. Se lo merecen y les vamos a cobrar más en los aviones y van a pagar una parte de la atención sanitaria porque ese gasto es evitable si cambian su conducta y es evidente que pueden cambiarla.
  3. Aumenta la culpa y la vergüenza de las personas con trastornos mentales. Les hace sufrir doblemente: por su enfermedad y por ser los causantes de su enfermedad. Esto puede dificultar su atención y su búsqueda de ayuda también.
  4. Entorpece la relación médico-paciente: Si creemos en el libre albedrío es más fácil que juzguemos a los pacientes, y que les juzguemos negativamente por sus conductas inadecuadas y por no corregirlas. No creer en el libre albedrío ayudaría a aceptar al paciente, a darnos cuenta de que está haciendo todo lo que puede hacer. Se sentiría más escuchado y atendido. Veríamos sus limitaciones psicológicas, que normalmente no se ven y esto disminuiría el sufrimiento de los pacientes.
Conclusiones
“Toda la teoría está en contra del libre albedrío; toda la experiencia a favor.”
-Samuel Johnson
Creo que el debate acerca de la existencia o no del libre albedrío sigue sin resolverse porque diferentes sistemas psicológicos dan diferentes respuestas al mismo problema; chocan dos intuiciones profundas e incompatibles de la mente humana.
Escojamos la respuesta que escojamos una mitad de nosotros no queda satisfecha, por lo que básicamente el dilema no tiene solución. Una parte lógica, abstracta o “fría” nos dice que todo efecto tiene causas previas y que el universo es determinista, pero cuando hay un daño y alguien comete un asesinato, por ejemplo, el sistema “caliente” se dispara y nos dice que el sujeto es responsable y se merece el castigo.
Estos sistemas psicológicos tienen su origen en la selección natural y es lógico pensar que la creencia en el libre albedrío es adaptativa para el ser humano y está cableada por tanto en nuestra mente. Tenemos unos instintos retributivos que nos llevan a castigar las acciones que causan un daño; estas acciones despiertan en nosotros unas “emociones reactivas”, como las llamaba el filósofo P. F. Strawson padre de Galen Strawson, como la ira y el deseo de castigo y de reparación, y en estas emociones podemos trazar el origen de nuestra creencia en el libre albedrío. En este sentido es significativo que atribuyamos más libre albedrío a las acciones malas que a las buenas, algo que demuestra también el llamado efecto Knobe.
A pesar de ello, creo que la pérdida de la creencia en el libre albedrío es la próxima frontera en la evolución moral humana. Las neurociencias la están poniendo en cuestión y este cambio en la forma de pensar ya está empezando a tener repercusiones en el sistema legal y en la aplicación de la justicia. Cambiar la creencia en el libre albedrío supone una reestructuración de la sociedad en muchos sentidos y es de esperar que las resistencias van a ser muy fuertes. También se decía que si dejábamos de creer en Dios no existiría la moral y nos comeríamos los unos a los otros. Vemos que esta profecía no se ha cumplido. Podemos construir un mundo sin la creencia en el libre albedrío, un mundo mejor y más habitable para todos, y en especial para las personas con trastornos mentales.

https://www.psyciencia.com/la-creencia-en-el-libre-albedrio-y-su-influencia-en-psiquiatria/


-IX-
Libertad, causalidad, autoridad
Cuestionarse acerca del concepto de libertad supone advertir la contradicción existente entre, por un lado, nuestra conciencia, esto es, nuestro ser consciente y, por otro, nuestra experiencia cotidiana. La primera de ellas nos dice que somos libres y responsables, mientras que la experiencia diaria, con la que hacemos frente al mundo cada día, pone de manifiesto que nos regimos según el principio de causalidad. Aunque en el ámbito de la política, así como en los asuntos más prácticos, pensemos que la libertad del ser humano es algo obvio, y conforme a ese supuesto se acuerden leyes, y se adopten opiniones que se aplican a colectivos sociales, sin embargo, en el ámbito teórico y científico la idea que predomina es la que asegura que, en último término, nuestras vidas están guiadas por la causalidad; teniendo siempre en cuenta que ni siquiera estamos capacitados para conocer todas las posibles causas que entran en juego, debido al gran número de elementos implicados en nuestras acciones, y porque las motivaciones de los seres humanos son imposibles de prever.
Causalidad y libertad en filosofía y política a lo largo de la historia
Para autores como Hannah Arendt, la causalidad, tanto en la naturaleza como en el universo, constituye una categoría mental que permite poner orden en los datos percibidos por los sentidos, y esto hace posible la experiencia. Es decir, que en el momento en el que pensamos y reflexionamos acerca de una acción que se hizo considerando que nuestro yo era un agente libre, entonces ese acto parece quedar bajo el dominio de la causalidad. Y no sólo de la causalidad que proviene de las motivaciones internas del individuo, sino de la causalidad que rige el mundo exterior.
En el ámbito de la teoría política la cuestión acerca de la libertad se convierte en un asunto ineludible. La libertad requiere de un espacio público garantizado desde el punto de vista de la política para poder hacer su aparición, necesita un espacio mundano.
Esta consideración de la libertad política como libertad “potencial” política ha tenido un papel muy relevante a lo largo de la historia y del desarrollo de la teoría política. En los siglos XVII y XVIII, se mantuvo la idea de que era posible identificar la libertad política con la seguridad. La principal finalidad del gobierno consistía en garantizar la seguridad, y esta seguridad daba lugar a la libertad, a una libertad que suponía una serie de acciones que se llevaban a cabo fuera del marco político.
Con el nacimiento de la ciencia política y de la ciencia social, se incrementó el abismo entre libertad y política, debido a que el gobierno pasó a considerarse el garante del proceso vital, y de los intereses de los hombres y de sus sociedades. Permaneció el criterio de la seguridad, pero ya no se entendía como antaño, sino como una seguridad que diera lugar a un desarrollo continuo del proceso vital de la sociedad. Por lo que la libertad era más bien una especie de corriente que fluía, y que lo hacía sin impedimentos.
Los filósofos comenzaron a preocuparse por el problema de la libertad en el momento en el que ésta se llevó al ámbito de la voluntad y de la relación con el yo, cuando la libertad se convirtió en el libre albedrío, y dejó de estar vinculada sólo al hacer y a las relaciones con los demás. Así, el ideal de la libertad dejó de pertenecer al virtuosismo y se convirtió en soberanía, capaz de prevalecer frente al resto de ideales. Desde el punto de vista político, esa identificación entre soberanía y libertad supone un peligro para el planteamiento filosófico que equiparaba libertad con libre albedrío, debido a que conlleva, o bien la negación de la libertad humana (los hombres nunca son soberanos), o bien que la libertad de un individuo, o grupo de individuos, sólo se consigue a costa de la libertad de los demás.
Pero en condiciones humanas, las cuales vienen determinadas por la idea de que en el mundo viven los seres humanos, resulta que la libertad y la soberanía no son idénticas, y cuando los individuos quieren ser libres han de renunciar a la soberanía. En la antigüedad la libertad se experimentaba en el actuar. La libertad en Roma constituía un legado que los fundadores de la polis habían transmitido al pueblo romano. Para ellos el ser libre y el empezar o comenzar una cosa eran conceptos que estaban relacionados, su libertad estaba vinculada al inicio establecido por los antepasados en la fundación de la ciudad romana.
La autoridad: herencia de la antigua Roma
Pero no ha de dejarse de tener en cuenta que los seres humanos son los que llevan a cabo las acciones, son individuos que, por haber nacido con los “dones” de la libertad y de la acción, son capaces, de algún modo, de configurar la realidad que les rodea.
También la cuestión acerca de la autoridad ha sido ampliamente debatida. El concepto de autoridad, en tanto que factor único y decisivo propio de las comunidades humanas, no existió siempre, tanto el concepto como el vocablo encuentran su origen en Roma, y se inspiran, por un lado, en el campo de la política pública y, por otro, en la vida privada y familiar. En principio, el concepto de autoridad parece hacer referencia a una obediencia, por lo que suele ser habitual confundirla con determinadas formas de violencia o de poder. Sin embargo sólo se recurre a la fuerza, o a la coacción externa, cuando fracasa la autoridad, además la persuasión excluye la autoridad, dado que se vale de un proceso de argumentación. Parece ser que la autoridad proporcionó al mundo la estabilidad necesaria para que los hombres, en tanto que seres inestables y mortales, se sintieran más o menos seguros. Sin embargo, la pérdida de estabilidad mundana no ha de implicar, necesariamente, otra pérdida, como es la de la capacidad de la que goza el ser humano, de construir, de cuidar, de preservar su mundo, su universo, para que éste sea un lugar en el que puedan vivir las futuras generaciones.

https://www.bbvaopenmind.com/humanidades/politica/libertad-causalidad-autoridad/

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Amiga, Amigo:
 
Mi Portal nació en abril de 1994 y a la fecha acumula ya 640 títulos. En mi primera etapa interactuaba con los que se presentaban como ciber lectores. Un día llega un email de un ingeniero de México que me decía que escribiera sobre Mi Vida. Al día siguiente recibo un correo de Israel, un ingeniero que me pedía relatara Mi Vida. Esa noche VI mi vida, de madrugada me levanto al Computador y de una “plumada” di forma a “Mi Vida” o Autobiografía. Al leerla entendí la Fuerza del Destino que a todos nos acompaña.
 
Somos un alma que debe cumplir un ciclo de encarnaciones en el plano de la materia y, vida a vida vamos desarrollando los atributos en este Mundo que al alma le permiten crecer.
 
Para cada encarnación el alma estructura la mente adecuada a la Misión a desarrollar, esa Misión es cual ovillo de lana con muchas posibilidades… Depende de nuestro Libre Albedrío el camino a tomar dentro de esas posibilidades regidas por nuestro subconsciente mental en la que el cerebro es el maravilloso computador biológico para que la mente se exprese, mente regida por la energía del alma.
 
Muchas vidas hemos tenido para estar donde nos encontramos de acuerdo a nuestro Destino a desarrollar según lo dicte nuestra libre capacidad de elección o albedrío enmarcado en el personal Destino ya sea como alma antigua o más joven...

 



Dr. Iván Seperiza Pasquali
Quilpué, Chile
Mayo de 2022
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