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Séneca
De la Brevedad de la Vida
Proemio
Lucio Anneo Séneca (Corduba, 4 a. C.-Roma,
65 d. C.), llamado Séneca el Joven para distinguirlo de su
padre, fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus
obras de carácter moral. Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue cuestor,
pretor, senador y cónsul sufecto durante los gobiernos de Tiberio, Calígula,
Claudio y Nerón, además de tutor y consejero del emperador Nerón. Su papel de
tutor durante la infancia de Nerón es representado en la famosa obra de teatro Britannicus
de Racine.
Séneca destacó como intelectual y como político. Consumado orador, fue una
figura predominante de la política romana durante los reinados de Claudio y
Nerón, siendo uno de los senadores más admirados, influyentes y respetados.
Entre los años 54 y 62, durante los primeros años del reinado de su joven
pupilo Nerón, Séneca gobernó de facto el Imperio romano junto con Sexto
Afranio Burro. Esto le granjeó numerosos enemigos, y se vio obligado a
retirarse de la primera línea política en el año 62. Acusado, tal vez
falsamente, de participar en la conjura de Pisón contra Nerón, su antiguo alumno
lo condenó a muerte, y se suicidó en el año 65.
Como escritor, Séneca pasó a la historia como uno de los máximos representantes
del estoicismo. Su obra constituye la principal fuente escrita de filosofía
estoica que se ha conservado hasta la actualidad. Abarca tanto obras de teatro
como diálogos filosóficos, tratados de filosofía natural, consolaciones y
cartas. Usando un estilo marcadamente retórico, accesible y alejado de
tecnicismos,[6] delineó las principales características
del estoicismo tardío, del que junto con Epícteto y Marco Aurelio está
considerado su máximo exponente.
La influencia de Séneca en generaciones posteriores fue inmensa. Fue citado por
escritores y filósofos cristianos como Lactancio, San Agustín y San Jerónimo.
Durante el Renacimiento fue "admirado y venerado como un oráculo de
edificación moral, incluso cristiana; un maestro de estilo literario y un
modelo para las artes dramáticas".
Fuente: Wikipedia
Desarrollo
-I- 1.
La mayor parte de los mortales, Paulino
, se queja a una voz de la malicia de la naturaleza porque se nos ha
engendrado para un período escaso, porque el espacio de tiempo
que se nos da transcurre tan veloz, tan rápidamente que, con
excepción de unos pocos, casi todos los demás quedan
inhabilitados ya en la
propia preparación de la vida. Y ante este mal, que según
creen es general, no solloza solamente la masa y el vulgo necio,
también este mismo sentimiento ha sacado quejas de personajes
esclarecidos.
2. Viene de ahí aquella proclama del más grande de los médicos de que la vida
es breve, la ciencia larga. Viene de ahí aquel pleito tan poco propio de un
hombre sabio que Aristóteles planteó a la naturaleza, pues sería que ella le ha
regalado a los animales una edad tan larga que alcanzan cinco o diez
generaciones , mientras que en el hombre, engendrado para tantas y tan grandes
empresas, el límite se ha fijado
mucho más acá.
3. No tenemos un tiempo escaso, sino que perdemos mucho. La vida es lo
bastante larga y para realizar las cosas más importantes se nos
ha otorgado con
generosidad, si se
emplea bien toda ella. Pero si se desparrama en la ostentación y la dejadez,
donde no se gasta en nada bueno, cuando al fin nos acosa el inevitable trance final, nos damos cuenta de que ha pasado una
vida que no supimos que estaba pasando.
4. Es así: no recibimos una vida corta sino que la hacemos
corta; no somos menesterosos de ella sino derrochadores. Tal como unas
riquezas cuantiosas y
principescas, cuando caen en manos de un mal amo, en un instante se
disipan, y al revés, cuando, pese a ser escasas, se entregan a
un buen custodio, crecen
al emplearlas, igualmente la existencia se le expande mucho a quien bien la organiza.
La
humana locura
-II- 1. ¿Por qué nos quejamos de la naturaleza?
Ella se porta benévolamente;
la vida, si sabes usarla, es larga. Pero al uno una avaricia insaciable, al
otro una actividad ajetreada los mantienen en tareas superfluas; el uno se empapa de vino, el otro
languidece en la holganza; a éste le fatiga una ambición siempre pendiente del
sentir ajeno, a aquél una codicia desatada lo lleva con su afán de lucro por
todas las tierras y todos los mares; a algunos los atormenta la afición a la guerra y están siempre empeñados
en los riesgos ajenos y angustiados por los propios; están los que por culpa de
una frecuentación de sus superiores no correspondida se consumen en una
servidumbre voluntaria;
2. a
muchos los retiene el sentimiento de la suerte ajena o la queja de la propia; a
los más, que no persiguen ningún fin
claro y seguro, una frivolidad tornadiza, mudable y descontenta de sí misma les
lleva a cambiar continuamente de propósito; a algunos no les agrada ninguna
orientación que puedan dar a sus vidas y la hora fatal los encuentra mustios y
dando bostezos, de manera que no cabe dudar de la verdad de aquello que, como
un oráculo, dejó dicho el mayor de los poetas: «De la vida es escasa la parte
que vivimos». Porque todo el espacio restante no es vida, es mero tiempo.
3. Les acosan y asedian vicios por todas partes y no les dejan levantarse ni
alzar los ojos a la contemplación de la verdad. Los empujan para hundirlos y
sujetarlos en sus ansias, nunca se les permite recurrir a sí mismos. Si alguna
vez acaso les toca en suerte algún descanso, como en mar profundo en el que
incluso tras la ventolera sigue el balanceo, sobrenadan agitados y jamás para
ellos hay descanso de sus ansias.
4. ¿Crees que estoy hablando de esos cuyos males son notorios?
Mira aquellos otros a cuya prosperidad se arriman todos: se ven
ahogados por sus bienes.
¡Para cuántos y cuántos las riquezas son pesadas!
¡A cuántos les cuesta sangre
su facundia y el afán diario de exhibir su talento!
¡Cuántos están pálidos por
sus voluptuosidades continuas! ¡A cuántos no les deja nada
de libertad la masa de clientes que los rodea! Repasa en fin
la nómina de todos ésos, de los más bajos a los
más altos: uno pide asesoramiento y otro lo presta, aquél
es sospechoso y
el de más allá defiende, aquél
hace justicia pero ninguno se reivindica a sí mismo, cada cual se consume para
otro. Pregunta acerca de esos cuyos nombres se aprenden de memoria, verás que
se les distinguen por las siguientes señas: éste es del círculo de aquél, este
otro de las de un tercero, ninguno del suyo propio.
5. La indignación de algunos es completamente demencial
además: ¡se quejan del desdén de los superiores,
porque cuando quieren verse con ellos no tienen
tiempo! ¿Se atreve a quejarse de la arrogancia de otro alguien
que nunca tiene tiempo para sí mismo? No obstante aquél a
ti, seas tú quien seas, te mira con
expresión insolente, es verdad, pero te mira alguna vez,
aquél rebaja sus oídos
a tus palabras, aquél te deja ir a su lado: tú no te has
dignado mirarte nunca,
no te has dignado escucharte. Así que no tienes por qué
imponer tales obligaciones a nadie, puesto que ciertamente, cuando
obrabas así, no querías estar con otro, sino que no
podías estar contigo mismo.
Echando
cuentas
-III- 1. Por más que todos los talentos que alguna
vez brillaron estén de acuerdo en ello, nunca se asombrarán lo bastante de esta ceguera de la mente
que muestran los hombres: no consienten que ninguno ocupe sus fincas; si surge la menor disputa acerca del
trazado de las lindes, recurren a pedradas y puñales; dejan a otros adentrarse
en sus vidas, más todavía por su propia cuenta hacen que otros en adelante se
adueñen de ella; no se halla nadie que quiera distribuir su dinero, la vida en
cambio ¡entre cuántos y cuántos la reparte cada cual! La gente es estricta en
preservar el patrimonio; en cuanto llega la hora de perder tiempo, es muy
derrochadora de aquello en lo que únicamente es honroso ser avaro.
2. Qué bien estaría emprenderla con uno del grupo de los viejos: «Vemos que has
llegado al término final de una
vida humana, alcanzas los cien años o más allá: ea, haz que tu vida eche las
cuentas. De ese tiempo extrae cuánto se ha llevado el acreedor, cuánto la
querida, cuánto el patrono, cuánto el cliente, cuánto el pleito con la esposa,
cuánto el control de los esclavos, cuánto los desplazamientos por la ciudad
para atender compromisos; añade las enfermedades que artificialmente nos ocasionamos, añade lo que
quedó tirado sin usar: verás que tienes menos años de los que cuentas.
3. Repasa contigo mismo en tu memoria cuándo has estado seguro de tus planes, qué
jornada entre tantas ha resultado como proyectabas, cuándo has estado a disposición
de ti mismo, cuándo la expresión de tu cara ha sido la que debiera, cuándo el
ánimo estuvo sin miedo, qué labor tienes acabada en tan largo periodo, cuántos
y cuántos han despedazado tu vida sin darte tú cuenta de lo que perdías, cuánto
te ha quitado el resentimiento vano, la alegría estúpida, el deseo ansioso, las
relaciones lisonjeras, qué poco de lo tuyo se te ha dejado: comprenderás que vas a morir prematuramente».
4. Así que ¿dónde está la razón de todo esto? Vivís como si fuerais a vivir
siempre, nunca reparáis en vuestra fragilidad, no calculáis cuánto tiempo ha
pasado ya para vosotros; como si sacarais del total y sobrante lo perdéis,
cuando a las veces ese día precisamente que se le dedica a alguien o a algún negocio
sea acaso el último. Todo como mortales lo teméis, todo como inmortales lo
anheláis.
5. Oirás a la mayoría decir: «A partir de los cincuenta me retiraré a
descansar, los sesenta años me librarán de obligaciones». ¿Pero a quién tomarás que te
avale una vida lo bastante larga? ¿Quién dará
permiso para que eso salga como dispones? ¿No te da
vergüenza reservar para ti los rebojos de tu vida y
destinar para el bien espiritual solo ese tiempo que no se puede
dedicar a ninguna cosa? ¡Qué tarde es empezar a vivir
justamente cuando hay que dejarlo! ¡Qué olvido de nuestra
mortalidad tan estúpido aplazar los planteamientos sensatos para
los
cincuenta o los sesenta años y pretender empezar la vida en un
momento al que pocos
logran llegar!
Tres
ejemplos
IV1. A los hombres más poderosos y encumbrados
verás que se les escapan frases que revelan que desean el tiempo libre, lo alaban y lo prefieren a todos sus bienes. Ansían entretanto,
si pudieran hacerlo sin riesgo, bajar de su cumbre, pues aunque desde fuera nada les amenace ni golpee, sobre sí misma su Fortuna,
ella sola, se derrumba.
Augusto
2.
El Divino Augusto,
a quien los dioses le concedieron más cosas que a nadie, nunca
dejó de suplicar descanso para su persona y de solicitar que lo
eximieran de la política; toda su conversación
desembocaba en eso de esperar su
jubilación: distraía sus fatigas con este consuelo,
—aunque engañoso, dulce al menos—, de un día
llegar a vivir para provecho propio.
3. En cierta carta
que mandó al senado, después de prometer que su retiro no estaría exento de dignidad ni discreparía de su anterior prestigio, hallé estas
palabras: «Pero esas cosas son más bonitas de hacer que de prometer. Aunque a mí las ganas de un tiempo tan deseable me han arrastrado tan lejos, que, como
la alegría de la realidad se aplaza de momento, percibo de antemano algo de
gusto a partir tan solo de dulces palabras».
4. El tiempo libre le pareció una cosa tan grande, que la tomó de antemano con la imaginación, ya que en la práctica no podía. El que veía que todos los
asuntos dependían de él solo, el que asignaba su suerte a hombres y naciones, imaginaba
con la mayor alegría el día en que se despojara de su grandeza.
5. Había comprobado cuánto sudor le costaban aquellos bienes que resplandecían por
todas las tierras, cuántas preocupaciones secretas tapaban: obligado a lidiar con
las armas contra conciudadanos primero, después contra colegas, finalmente contra parientes, derramó sangre en
mar y tierra. Viajando en torno a través de Macedonia, Sicilia, Egipto, Siria y
Asia y casi todos los territorios, dirigió contra enemigos exteriores unos
ejércitos ya cansados de matar romanos. Mientras pacifica a los Alpes y sojuzga a enemigos
presentes en medio de un imperio pacificado,
mientras desplaza las fronteras más allá del Rin y del Éufrates y del Danubio,
en la propia Roma las espadas de Murena, Cepión, Lépido, Ignacio y otros contra
él se afilaban.
6. Todavía no había escapado a las asechanzas de éstos y ya su hija y tantos jóvenes nobles comprometidos, a manera de juramento, mediante adulterio,
también Julo y otra vez una mujer temible en compañía de un Antonio, aterrorizaban su edad quebrantada. Había sajado estas llagas junto con los propios miembros: otras brotaban por debajo; como un cuerpo cargado de mucha sangre reventaba por alguna otra parte. Conque añoraba el tiempo libre,
esperándolo e imaginándolo reposaban sus fatigas, ésta era la plegaria de aquél que podía hacer que se cumplieran las plegarias de los otros.
.
Cicerón
V1. Marco Cicerón, zarandeado entre Catilinas,
Clodios, Pompeyos y Crasos, en parte adversarios manifiestos, en parte amigos dudosos, mientras se bambolea
con la república y la sostiene a punto de irse a pique, arrastrado al fin, sin descansar en la prosperidad ni
soportar las adversidades, ¡cuántas veces renegó de aquel consulado suyo
alabado por él no sin razón pero demasiadas veces!
2. ¡Qué expresiones tan llorosas revela en una carta a Ático, cuando ya Pompeyo
padre había sido vencido, y el hijo rehacía en Hispania su ejército derrotado! «¿Quieres
saber» —dice— «lo que hago aquí? Aguardo en mi finca de Tusculano medio prisionero». Añade
luego otras cosas lamentando su época anterior, quejándose del momento presente
y desesperado del provenir.
3. Medio prisionero se reconoció Cicerón: pero, vaya que sí, nunca el sabio se rebajará a términos tan bajos, nunca estará medio prisionero, siempre gozará de entera y real libertad, suelto y dueño de sí mismo y puesto por encima de los
otros.
Pues ¿qué puede estar por encima de aquél que está por encima de la Fortuna?
Livio Druso
VI1.
Livio Druso , un hombre áspero e
impulsivo, cuando, asistido en torno por una masa enorme proveniente de
Italia entera, promovía leyes revolucionarias y males como los
de los Gracos sin comprender bien el resultado de aquellas empresas que ni le estaba permitido realizar ni,
una vez empezadas, podía abandonar, se cuenta que, renegando de aquella vida
que desde sus comienzos fue inquieta, dijo que era el único que ni de niño
había tenido jamás vacaciones. Y es que estando aún bajo tutela y gastando ropa
de niño se atrevió a interceder por unos reos ante los jueces e interponer su
in fluencia en el foro con tanta eficacia que se sabe que algunos juicios fueron
arrastrados por él adonde quería. 2. ¿Hasta dónde no alcanzaría al reventar tan
prematura ambición? Tendrías que suponer que una osadía tan precoz iba a
desembocar en un mal enorme tanto privado como público. Tarde, pues, se
lamentaba de no haber tenido vacaciones quien desde niño fue alborotador y un
engorro en el foro. Se discute si él por su propia cuenta se dio el golpe, pues
de pronto, con una herida en la ingle, cayó a tierra, mientras alguno que otro
dudaba si su muerte había sido voluntaria, ninguno si había sido oportuna.
3. Está de más mencionar a muchos que,
aunque a otros les parecieran muy felices, ellos por su cuenta prestaron testimonio veraz contra sí mismos y
aborrecieron cada actuación suya al cabo de los años.
Pero con estas quejas ni cambiaron a otros ni a sí mismos. Y es
que una vez que las palabras ya
brotaron, los sentimientos se deslizan de nuevo a lo acostumbrado.
4. Vuestra vida, vaya que sí, aunque alcance más de mil años, se reduce a algo
de lo más estrecho: esos vicios no hay periodo de tiempo que no devoren;
realmente este espacio, que la razón dilata aunque por naturaleza corre, es
forzoso que pronto se os escape, pues no sujetáis ni retenéis ni ponéis freno a
la cosa más veloz de todas, sino que dejáis que se marche como algo superfluo y recuperable.
El arte
de vivir
VII1.
En primer lugar, sin embargo, pongo en la lista a aquellos que no tienen tiempo
para ninguna cosa que no sea el vino y la lascivia, pues no hay nadie que se
emplee en nada más vergonzoso.
Los otros, pese a que se dejan dominar por una vana imagen de honra, yerran sin
embargo con lucimiento; aunque me menciones uno a uno los avaros, los iracundos
o los que practican odios injustos y guerras, todos esos pecan muy virilmente:
la podredumbre de los que se entregan al vientre y a la lascivia es deshonrosa.
2. Pasa revista a todos los momentos de esos, mira cuánto tiempo están haciendo
cálculos, cuánto están acechando, cuánto temiendo, cuánto haciendo visitas, cuánto
recibiéndolas, cuánto tiempo les ocupan las citaciones propias y las ajenas, cuánto
los banquetes (que como tales son ya obligaciones): verás que no los dejan respirar
ni sus asuntos malos ni tampoco los buenos.
3. En fin, todos están de acuerdo en que ninguna
cosa se puede practicar por parte de un hombre ocupado, ni la elocuencia, ni los saberes liberales, ya que
un
espíritu agobiado no asimila nada con profundidad sino que lo rechaza todo como
impuesto. Nada concierne menos al hombre ajetreado que el vivir: en ningún otro
asunto es el conocimiento más difícil. Los que profesan otras disciplinas son
muchos y del montón; incluso en algunas de ellas hay niños que parecen aprenderlas
de manera que hasta podrían enseñarlas: a vivir hay que estar aprendiendo toda
la vida y, algo que te va a extrañar más, toda la vida hay que estar
aprendiendo a morir.
4. Tantos hombres grandes, abandonando toda impedimenta, después
de haber renunciado a riquezas, cargos, placeres, practicaron hasta el final de sus días
eso tan solo de saber vivir; sin embargo, la mayoría de ellos
salió de la vida admitiendo no saberlo todavía;
así que mucho menos habrían de saber vivir
esos otros hombres corrientes.
5. Créeme, es propio de un personaje grande y levantado por
encima de los extravíos humanos no consentir en que le sorban ni
una pizca de su tiempo, y
su vida se hace larguísima justamente porque toda su abierta
extensión queda disponible para él solo. Nada por eso
quedó tirado sin cultivar ni laborar,
nada
dependió de otro, pues no halló nada que mereciera
tomarse a cambio de su propio tiempo un hombre que era su depositario
más ahorrativo. De esta manera tuvo
bastante: en cambio es forzoso que queden escasos aquellos de cuyas
vidas la
gente toma mucho.
6. Y no tienes por qué deducir de esto que alguna vez no vean
sus pérdidas: a los más de esos que se ven gravados por
una gran prosperidad, en medio de
catervas de clientes o en trámites de pleitos y otras honrosas miserias,
exclamar en ocasiones: «No se me permite vivir».
7. ¿Cómo que
no se
te permite? Todos esos que te llaman como asesor legal te despojan de
tu propia persona. Aquel encausado ¿cuántos días
se llevó? ¿Cuántos aquel candidato?
¿Cuántos aquella vieja cansada de enterrar herederos?
¿Cuántos aquel que para incomodar la avaricia de los caza
testamentos se finge
enfermo? ¿Cuántos aquel amigo más influyente
de la cuenta que no os tiene para ser amigos sino para exhibiros en su comitiva?
Revisa y calcula, repito, los días de tu vida: verás que entre las manos te
quedan bastante pocos y desechables.
8. El que logró los
fasces 30 ansiados quiere al punto dejarlos y anda diciendo:
«¿Cuándo pasará el año?» Otro
organiza unos juegos que él consideró en mucho
que le tocara en suerte darlos. «¿Cuándo»
—dice— «escaparé de esta historia?»
Otro como abogado defensor se desbarata por todo el foro y lo llena todo con
tan gran concurrencia que no alcanza a que le oiga toda ella. «¿Cuándo» —dice— «se
aplazarán estos asuntos?» Cada cual acelera su vida y padece añoranzas del futuro
y hastío del presente.
9. En cambio aquel otro que no hay momento que no aproveche para sus propias cosas,
que organiza cada jornada como si fuera la última, ni anhela el mañana ni de él
recela. Pues ¿qué nuevo deleite queda que pueda aportártelo ninguna hora?
Todo ya se conoce, todo ya se ha experimentado hasta la saciedad; del resto,
que la pura suerte disponga como quiera. La vida está ya en seguro; a ella se
le puede añadir, no sustraer nada; y añadirle será como poner algo más de
comida al harto y lleno: toma lo que ya no desea.
10. No tienes por qué pensar en razón de sus canas y arrugas que alguien ha
vivido mucho tiempo: ése no ha vivido mucho, sino que ha estado ahí mucho
tiempo. ¿Qué pasaría si pensaras que ha navegado mucho uno al que una tempestad
muy dura al salir del puerto lo arrastró de acá y para allá y con los tumbos de
unos vientos que arremeten por puntos opuestos lo mueve en círculos dentro del
mismo espacio? Ése no navegó mucho, sino que lo han zarandeado mucho.
El
desprecio del bien más preciado
VIII1.
Suelo extrañarme cuando veo a los unos pedir tiempo y a los otros, los solicitados, dispuestos a dárselo. Unos y otros atienden a
aquello por lo que se pide el tiempo, ninguno al tiempo en sí: se pide como si
no fuera nada, como si no fuera nada se da. Se juega con el bien más valioso de
todos, pero los engaña el que sea un bien incorpóreo, el que no esté a la
vista, de manera que se considera muy barato, más todavía, que su precio es
casi nada.
2. Las pensiones, los subsidios la gente las recibe con mucho cariño y en ellos invierte su esfuerzo, su trabajo o su empeño: nadie aprecia el tiempo; se le
maneja con soltura, como si fuera gratuito. Ahora bien, ésos mismos ¡mira cómo
cuando enferman, si hay de verdad peligro de muerte, se postran suplicantes
ante los médicos, cómo si temen la pena de muerte, están dispuestos a gastar
todo lo que tienen con tal de seguir vivos! ¡Tan grande es en ellos la
disparidad de sus sentimientos!
3. Y es que si, tal
como el de los pasados, se le pudiera poner delante a cada cual el
número de sus años futuros, ¡cómo
temblarían al ver que les quedaban pocos, cómo
mirarían por ellos! Como que es fácil administrar lo
positivo aunque sea escaso; hay que guardar con mayor cuidado aquello
que no sabes cuándo habrá de faltarte.
4. Y no tienes por qué pensar sin embargo que ellos desconozcan
lo mucho que vale esa cosa: suelen decir a los que quieren
muchísimo que están dispuestos a darles una parte de sus
años. Se los dan sin darse cuenta, y se los dan además de
manera que se los restan a sí mismos sin
añadírselos a los otros. Pero no se
dan cuenta precisamente de que se los restan; por eso soportan ellos esa
pérdida derivada de una resta inadvertida.
5. Nadie te restituirá esos años, nadie de nuevo te
devolverá tu propia
persona. Irá por donde antes solía la vida, sin echar
atrás o retener su carrera; no
armará jaleo ninguno, no te dará aviso ninguno de su
velocidad: se deslizará callada. Ella no llegará
más lejos por mandato de rey ni por aprobación del
pueblo: tal como la dejaron salir el primer día habrá de
correr, nunca hará etapa, nunca se entretendrá.
¿Qué pasará? Tú estás atareado, la
vida se apresura; llegará entretanto la muerte, para la cual, lo
quieras o no, habrás de tener tiempo de sobra.
Vivir el
presente
IX1.
¿Puede haber algo más estúpido que la actitud de
algunos, me refiero a esos hombres que presumen de ser previsores?
Andan empeñados en
demasiadas tareas para poder vivir mejor, equipan la vida a base de
gastar vida, sus pensamientos los dirigen a la lejanía. Pero,
claro, el
desperdicio
mayor de vida es la dilación: ella anula cada día que se
va presentando, ella escamotea lo presente en tanto promete lo de
más allá. El mayor estorbo del
vivir es la expectativa que depende del mañana y pierde lo de
hoy. Dispones de lo que está puesto en manos de la suerte,
abandonas lo que está en las tuyas.
¿Adónde miras? ¿Adónde te orientas? Todas
las cosas venideras quedan en la incertidumbre: vive de inmediato.
2. Ahí tenemos al más grande poeta que vocea y, como acicateado por un espasmo divino,
canta su verso saludable: Cada día bueno que a los pobres mortales les llega en
la vida es el primero que escapa.
«¿Cómo es que
vacilas?, dice, ¿cómo es que te paras? Si no te adelantas a tomarlo, escapa». Y
aunque te adelantes, escapará. De modo que hay que combatir contra la celeridad
del tiempo mediante la rapidez en hacer uso de él y, como de torrente raudo y
que no va a correr siempre, hay que absorber rápido.
3. También es muy atinado para tachar toda idea difusa el que no
diga «cada edad buena», sino «cada día».
¿Cómo es que despreocupado tú y perezoso ante
la huida de tantos momentos te prometes en adelante meses y años
en larga fila, según le parezca bien a tus deseos? Te
está hablando de un día y de este que ya se te escapa.
4. Porque ¿acaso hay duda de que el día mejor es el
primero que se les escapa a los pobres mortales, esto es, a los
atareados? Sus actitudes infantiles las
abruma una vejez a la que llegan desprevenidos e inermes, pues nada se
ha previsto: se topan con ella de pronto y sin esperarlo, no se daban
cuenta de que se les
acercaba cada día.
5. Tal como una charla o una lectura o alguna re flexión
más atenta engaña a los que van de viaje, y ven que han
llegado antes de ver que les quedaba poco,
así este viaje de la vida, continuo y aceleradísimo, que recorremos con el
mismo paso despiertos y dormidos, no se les descubre a los atareados si no es cuando
ya acaba.
Recuerdos
y esperanzas
X1. En
lo que
vengo planteando, si quisiera desarrollarlo por partes y puntos
concretos, se me ocurrirían muchas cosas para demostrar que la
vida de los atareados es muy corta. Solía decir Fabiano , un
filósofo no de esos entronizados sino de los auténticos y
antiguos: «Contra las pasiones
hay que luchar al asalto, no con añagazas ni con golpes menudos,
sino que hay que rechazar sus líneas en un ataque
general». No aprobaba las sutilezas, pues, según
él, «había que aplastarlas, no que
pellizcarlas».
A pesar de todo esto, para sacar a esta gente de su error, hay que instruirla
no sólo criticarla.
2. La vida se divide en tres momentos: el que ha sido, el que es, el que será.
De ellos, el que ahora recorremos es corto, el que vamos a recorrer es dudoso, el
que hemos recorrido es seguro. En éste es justamente en el que la Fortuna pierde todo
derecho, pues no puede ya someterse de nuevo al albedrío de nadie. Eso es lo
que se pierden los atareados, pues ya no les queda tiempo para volver la vista
al pasado y, si les queda, les es desagradable el recuerdo de cosas de las que deben
arrepentirse.
3. A desgana, pues, dirigen su atención atrás
hacia tiempos mal llevados, sin atreverse a tantear de nuevo momentos cuyos
vicios (incluso los que merced a las alcahueterías del placer de entonces se
les escamoteaban) se manifiestan
ahora al repasarlos. Ninguno, si no es aquél que todo lo ha hecho a la vista de
su propia censura, esa que nunca se deja engañar, se vuelve gustoso hacia el
pasado.
4. Aquel otro que
con ansias ambicionó muchas cosas, despreció con soberbia, venció con
prepotencia, engañó con alevosía, sustrajo con avaricia, gastó con derroche, es
forzoso que tenga miedo de sus propios recuerdos. Y es que esa es una parte de
nuestro tiempo consagrada y santa, situada más allá de todos los avatares
humanos, excluida del poder de la suerte, ya que ni la carestía, ni el miedo,
ni el ataque de las enfermedades la trastorna; es imposible que la perturben o
roben; su posesión es perdurable y sosegada. Los días sólo están presentes uno
a uno y divididos en momentos; en cambio todos los días del
tiempo pasado, no más deis la orden, se presentarán
juntos, se dejarán examinar y retener a tu albedrío, cosa
que los atareados no tienen tiempo de hacer.
5. Es propio de una
mente tranquila y serena recorrer todas las etapas de su propia vida; los
espíritus de los atareados, como puestos bajo un yugo, no pueden darse la
vuelta y mirar atrás. Sus vidas se van, pues, a lo hondo y, así como no sirve
de nada cualquier cosa que pese a todo eches dentro, si no hay debajo algo que
lo recoja y retenga, así no importa nada el tiempo que se les quiera dar si no
tiene donde asentarse: se escurre por unos espíritus rotos y agujereados.
6. El tiempo presente
es cortísimo, tanto que algunos creen que no es nada, toda vez que siempre está
de camino, discurre y se acelera, deja de ser antes de llegar, y no se permite
una parada tal como tampoco se la permiten el firmamento y los astros, cuyo paso siempre
inquieto nunca permanece en un mismo sitio. De manera que a los atareados sólo
les corresponde el tiempo presente, que es tan corto que no se puede agarrar, y
ese mismo tiempo, puesto que están distraídos en tantas cosas, se les
escamotea.
Al
encuentro de la muerte
XI1.
En fin, ¿quieres saber hasta qué punto viven poco
tiempo? Mira cuánto anhelan vivir largo tiempo. Ancianos decrépitos mendigan en sus
oraciones el añadido de unos pocos años: simulan ser de menor edad de la que
son; se halagan a sí mismos con mentiras, y se engañan tan a gusto como si a la
vez le dieran el pego al destino. Ahora bien, cuando algún achaque les recuerda
su mortalidad, mueren despavoridos, no como si salieran de la vida, sino como
si los arrancaran de ella. Repiten a voces que han sido tontos por no haber
vivido y que, si acaso escapan de aquella enfermedad, habrán de vivir en
holganza. Piensan entonces cómo se han procurado tan en vano bienes de los que no
gozarán, cómo ha resultado para nada todo su esfuerzo.
2. En cambio para aquellos
que llevan una vida lejos de todo negocio ¿cómo no va a ser dilatada? Nada de
ella se delega, nada se dispersa acá y allá, nada de ahí se confía a la suerte,
nada destruye la dejadez, nada se detrae con donaciones, nada es superfluo: toda entera por así decirlo está
rentando. Por poquita que sea abastece con suficiencia, y por eso, cuando a la sazón llegue
el último día, el sabio no dudará en ir al encuentro de la muerte con paso
decidido.
Ocupados
y desocupados
XII1. ¿Quieres saber acaso a quiénes llamo
atareados? No tienes por qué pensar que así me refiero
sólo a los que andan metidos en las oficinas
hasta que los echan los perros, a los que uno ve en medio de la masa de los
suyos recibir apretujones de prestigio o en medio de los otros recibir
apretujones de afrenta, a los que sus obligaciones sacan de sus casas para llamar
a las puertas ajenas o la subasta del pretor, con sus ganancias infames y destinadas
un día a gangrenarse, da tarea.
2. La holganza de algunos es atareada: en la casa de campo o en su cama, en medio de la soledad, aunque se hayan apartado de todos, se agobian a sí mismos. Su vida no se debe llamar holganza sino ocupada desidia. ¿Llamas tú desocupado al
que restaura con ansiosa delicadeza bronces de Corinto, vueltos valiosos por la
locura de unos pocos, y gasta la mayor parte de sus jornadas entre chapas enmohecidas?
¿Al que en el ceroma (¡maldita sea, ni siquiera padecemos males exclusivamente
romanos!) se sienta a contemplar los combates de los muchachos? ¿Al que
distribuye por parejas según edades y colores su rebaño de pringosos? ¿Al que
ceba los atletas más de moda?
3. ¿Cómo? ¿Llamas
desocupados a los que pasan muchas horas en la barbería mientras le cortan lo
poco que la noche antes le haya crecido el pelo, mientras se delibera sobre
cada uno de sus cabellos, mientras la melena si está caída se le hace regresar
a su sitio o si es escasa se le echa de acá y allá a la fuerza sobre la
frente? ¡De qué manera se enfadan si el barbero —como debe hacer cuando pela a
un varón— fue un poco descuidado! ¡Cómo se ponen pálidos si se corta algo de sus
crines, si algo queda fuera de su sitio, si no acaba todo con los rizos
debidos! ¿Quién hay de esos que no prefiera
que la república se trastorne antes que su melena, que no ande más preocupado
por la elegancia de su cabeza que por su vida, que no prefiera lucir mejor peinado que dignidad?
¿Llamas tú desocupados a esos que andan siempre atareados entre el peine y el
espejo?
4. ¿Qué me dices de aquellos que se afanan en componer,
escuchar, aprender canciones, mientras retuercen en giros de
modulación absurda la voz, cuya
emisión correcta la naturaleza ha hecho que sea la mejor y
más sencilla? ¿De aquellos cuyos dedos resuenan
continuamente por estar midiendo algún verso
para sus adentros? ¿De aquellos que, cuando comparecen para
asuntos serios y a menudo hasta tristes, dejan oír una
melodía en voz baja? Esos no tienen a
disposición ocio sino negocio absurdo.
5. Sus banquetes, desde luego que no, no los consideraría yo entre sus momentos
de ocio, pues veo con cuánto afán disponen la plata, con cuánto cuidado
remangan las túnicas de sus favoritos, qué atentos están a ver cómo le queda el
jabalí al cocinero, con qué rapidez, en cuanto se da la señal, los
barbilampiños se dirigen cada uno a sus menesteres, con cuánta maña se trinchan
las aves en filetes nunca excesivos,
con qué esmero unos criaditos desdichados limpian los escupitajos de los
borrachos: con estas cosas se ganan fama de refinados y elegantes, y hasta tal punto sus propios
males los siguen a todos los rincones donde se retiran a vivir, que nunca comen
ni beben sino para medrar.
6. Tampoco deberías contar entre los desocupados a los que se desplazan acá y
allá en silla o litera y, como si no las pudieran dejar, acuden a la hora
exacta de cada traslado. A estos algún otro les avisa cuándo tienen que
bañarse, cuándo nadar, cuándo cenar: hasta tal punto están rotos por la flojedad de un alma exquisita, que no pueden
saber por sí solos si tienen ganas de comer.
7. Oigo que uno de esos hombres exquisitos (si es que hay que llamar exquisitez
eso de desaprender la conducta y los hábitos propios de un hombre) una vez que lo
sacaron de la casa de baños en volandas y lo hubieron colocado en la litera,
hizo esta pregunta: «¿Estoy ya sentado?» ¿Ése que desconoce si está sentado
crees tú que sabe si está vivo, si está viendo, si está desocupado? No me es
fácil decir cuál de las dos cosas me daría más pena, el que lo desconociera o
el que simulara desconocerlo.
8. Es verdad que experimentan el olvido de muchas cosas, pero de otras
muchas no hacen más que remedarlo; ciertos fallos a ellos les
gustan como si fueran
demostraciones de riqueza; parece que es propio de un hombre demasiado bajo y despreciable
saber lo que hace. Anda, anda, piensa ahora que los cómicos fantasean muchas
cosas para criticar nuestras formas de vida ostentosas. Pasan por alto, desde
luego, más cosas de las que inventan y la provisión de vicios sorprendentes —en
una época que sólo en esto es creativa— ha subido tanto, que ya podemos acusar
a los cómicos de perezosos. ¡Que haya alguien que con estas exquisiteces ande
tan perdido que confíe a otro el saber si está o no sentado!
9. Conque ese tal no es un desocupado, dale otro nombre: es un enfermo,
más todavía, un muerto. Es un desocupado aquél que
de su desocupación tiene
también conciencia. Pero ese medio muerto, que para comprender
las posturas de su cuerpo necesita un informante, ¿cómo
puede ser dueño de tiempo alguno?
El ocio de los hombres de
letras
XIII1.
Es largo repasar los casos particulares de aquellos cuyas vidas consumen o el
ajedrez o la pelota o el afán de broncearse al sol. No están desocupados
aquellos cuyos placeres suponen mucha ocupación. Porque nadie pondrá en duda
que no hay cosa que no hagan sin esfuerzo grande los que se entretienen en
inútiles estudios literarios, una tropa que ya también en Roma es grande.
2. Propia de
griegos fue esa enfermedad de indagar qué número de remeros llevaba Ulises, si
se escribió primero la Ilíada
o la Odisea,
si las dos además son de un mismo autor y más cosas de este tipo, las cuales,
si tú las dejas para ti, nada aprovechan a tu íntima conciencia y, si las
publicas, no parecerás más sabio sino más pesado.
3. Mira por dónde a
los romanos también les atacó ese afán de aprender
cosas superflua. Por estos días he oído a un individuo
relatar las empresas que hizo por vez primera cada general romano: el
primero
que ganó una batalla naval fue Duilio, el primero que en un
desfile triunfal llevó elefantes fue Curio
Dentato... Todavía esas cosas, aunque no atienden a la gloria
auténtica, al
menos versan sobre casos de acciones civiles; no es beneficioso tal
conocimiento y es sin embargo
capaz de entretenernos en asuntos brillantemente vanos.
4. Dejemos también
para los que indagan por ahí quién convenció
primero a los romanos para que embarcaran (fue Claudio, llamado
Cáudice precisamente
porque la trabazón de muchas tablas se llamaba entre los antiguos ‘caudex’; por eso las tablas oficiales se
denominan códices y a los barcos todavía ahora
que siguiendo una vieja práctica traen las provisiones por el Tíber se llaman ‘codiciarios’).
5. Bien haría al
caso también eso de que Valerio Corvino fuera el primero que venció a Mesana y
el primero de la familia de los Valerios que, tomando el nombre de esa ciudad
tras conquistarla, se llamó ‘Mesana’ y luego cuando la gente poco a poco cambió
las letras le dijeron ‘Mesala’;
6. ¿No dejarás
tal
vez que cualquier otro se preocupe de que L. Sula fuera el primero que
en el Hipódromo ofreció un espectáculo de leones
sueltos, —pues
antes se presentaban atados—, al tiempo que el rey Boco
envió unos lanceros para matarlos? También eso en buena
hora se consienta. Pero el que Pompeyo
fuera el primero en haber ofrecido en el Hipódromo una lucha de
dieciocho elefantes enfrentados como en batalla a unos condenados,
¿tiene que ver con
ninguna cosa buena? El primero de la ciudadanía —y entre
los antiguos prohombres (según es fama) uno de calidad
destacada— consideró un tipo de
espectáculo memorable eliminar personas de una manera nueva.
¿Se defienden? Es poco. ¿Quedan desgarrados? Es poco:
¡que los triture la masa enorme de los animales!
7. Mejor era que tales cosas cayeran en olvido, para que luego
ningún poderoso aprendiera y, picado, emulara una acción
muy poco humanitaria. ¡Oh cuánta
niebla pone delante de nuestras mentes la prosperidad grande! Él
creyó estar entonces por encima de la naturaleza, al enfrentar
tantas catervas de hombres
desdichados a bestias nacidas bajo otro cielo, al meter guerra entre
animales tan diferentes, al derramar mucha sangre a la vista del pueblo
romano al que
pronto obligaría a derramar más todavía de la suya
propia. Ese mismo más tarde, sin embargo, traicionado por la
desleal Alejandría, se entregaría al
último
esclavo para que lo traspasara, comprendiendo al fin la jactancia vana de su sobrenombre.
8. Pero, para
regresar al punto de donde me aparté y mostrar en esta misma materia el esmero
superfluo de algunos, ese mismo individuo contaba
que Metelo, cuando marchaba en triunfo tras derrotar a los cartagineses en
Sicilia, fue el único entre todos los romanos que llevó delante de su carro
ciento veinte elegantes cautivos; que Sula fue el último de los romanos que
ensanchó el pomerio, el cual nunca fue costumbre entre los antiguos que se
ensanchara con la adquisición de suelo provincial, sino itálico. ¿Saber esto es
más provechoso que saber que el monte Aventino estaba fuera del pomerio, como
él aseguraba, por una de estas dos razones, bien porque la plebe se retiró
allá, bien porque cuando Remo estaba oficiando
los auspicios en ese lugar no les llegaron las aves, e innumerables cosas además
que o son falsas o poco menos que mentiras?
9. Porque, aunque uno admita que ellos dicen todas esas cosas de buena fe, aunque escriban para ilustrar, ¿a quién rebajarán sus errores tales cosas sin
embargo? ¿A
quién le reprimirán sus deseos? ¿A quién
harán más valiente, más justo, más generoso? Nuestro amigo Fabiano decía dudar a veces si no sería
mejor no arrimarse a ningún estudio antes que enredarse en ellos.
Dedica
tu ocio a conversar con los sabios del pasado
XIV1.
Los únicos entre todos que están desocupados son los que
dedican su tiempo a la sabiduría. Son los únicos que
viven, pues no sólo
preservan bien su época: le añaden el tiempo todo; sean
los que sean los años
que antes que ellos han transcurrido, ellos los adquieren para
sí. Si no somos
muy desagradecidos, aquellos celebérrimos iniciadores de
dictámenes sagrados
nacieron para nosotros, prepararon la vida para nosotros.
Hacia bienes muy hermosos sacados de las tinieblas a la luz por el esfuerzo
ajeno nos van llevando; no tenemos cerrado el paso hacia ninguna época, nos
admiten en todos lados y, si cabe con la grandeza de ánimo traspasar las
angosturas de la poquedad humana, hay mucho tiempo por el que podemos
pasearnos.
2. Es posible discutir con Sócrates, dudar con Carnéades,
serenarnos con Epicuro, superar la naturaleza humana con los
estoicos, salir fuera de ella con
los cínicos. Puesto que la naturaleza admite que lleguemos a ser
copropietarios
de todas las épocas, ¿por qué desde este tramo
escaso y perecedero de tiempo no
nos entregamos de todo corazón a esas realidades que son
inmensas, que son
eternas, que compartimos con los mejores?
3. Ésos
que corren
en medio de sus compromisos, que se desasosiegan a ellos mismos y a los
demás, cuando ya estén bien locos, cuando día a
día hayan
recorrido los umbrales de todos sin pasar de largo ante ninguna puerta
abierta, cuando hayan llevado en torno su interesado saludo61 por las
casas más
alejadas, ¿a cuántos en concreto podrán ver en una
ciudad tan enorme y
desgarrada entre intereses tan diversos?
4. ¡Cuántos por tener sueño o por regalones o por desconsiderados los
despacharán sin más! ¡Cuántos después de haberlos torturado largo rato pasarán
de largo ante ellos pretextando tener prisa! ¡Cuántos evitarán asomar por el
atrio atestado de clientes y escaparán por los oscuros pasillos de sus
mansiones como si no fuera más inhumano engañar que no tener en cuenta!
¡Cuántos medio dormidos por el desenfreno de la víspera y enfadados con
aquellos pobres, —que han roto su propio sueño para aguardar a que otro
despierte—, repiten, entre bostezos más que desdeñosos, con los labios apenas
entreabiertos, el nombre que le han apuntado mil veces!
5. ¿Pensamos que éstos se entretienen en obligaciones auténticas? Podemos decir
eso de aquellos que diariamente quieren tener como sus más allegados a Zenón, a
Pitágoras y Demócrito, y a todos los demás sacerdotes de las buenas artes, a Aristóteles
y Teofrasto. Ninguno de estos dejará de tener tiempo libre, ninguno despachará
a quien a él acuda sin hacerlo más dichoso, más conforme consigo mismo; ninguno
consentirá que nadie se vaya de su lado con las manos vacías; reunirse con
ellos de noche, reunirse de día pueden hacerlo todos los mortales.
Los
sabios alargan y enriquecen tu vida
XV1.
Ninguno de estos te obligará a morir, todos te enseñarán a ello; ninguno de
estos gastará tus años, te prestará los suyos; con ninguno de estos será
peligrosa la charla, con ninguno será la amistad comprometida, con ninguno
costará caro el trato. Tomarás de ellos lo que quieras; por ellos no quedará
que tú les saques todo lo que seas capaz.
2. ¡Qué
prosperidad,
qué hermosa vejez aguarda a aquel que se agrega a su clientela!
Tendrá con
quienes deliberar sobre las cuestiones más pequeñas y
sobre las más grandes, a quienes consultar diariamente sobre
sí mismo, de quienes oír la
verdad sin desdoro, recibir alabanzas sin adulación, a quienes
hacerse
semejante.
3. Solemos decir que no estuvo en nuestro poder qué clase de
padres había de caernos en suerte, que se nos dieron por azar.
Ahora bien, a nosotros se nos
permite nacer a nuestro albedrío. Están ahí las familias de los más nobles
talentos: escoge en cuál quieres entrar; tu adopción no sólo te dará un nombre
sino esos bienes justamente que no habrá que custodiar con mezquindad ni
malicia: se irán haciendo tanto mayores cuanto con más gente los compartas.
4. Estos te
proporcionarán un camino
hacia la eternidad y te alzarán a un sitio de donde a nadie
echan abajo. Este es el único método de extender nuestra
condición de mortales y hasta de transformarnos en inmortales.
Los cargos, los monumentos, cualquier cosa que la ambición
consigue sea con nombramientos
o edificaciones, pronto cae, no hay nada que no lo
derruya una larga vejez y lo revoque; no puede en cambio perjudicar a los bienes consagrados por la
sabiduría: ninguna edad los abolirá, ninguna los achicará; la siguiente y la
que luego venga le añadirán siempre algo más de prestigio, puesto que la
envidia se ejerce en lo cercano y admiramos con mayor franqueza las cosas
lejanas.
5. De manera que la vida del sabio se extiende mucho; a él no lo
encierran los mismos límites que a los otros; es el único
que se ve libre de las leyes del género humano; todas las
épocas como a un dios le prestan servicio. Que algún
momento ya
pasó: lo posee mediante el recuerdo. Que es inminente: lo
aprovecha. Que habrá
de llegar: lo toma de antemano. Larga vida le otorga la reunión
de todos los
momentos en uno solo.
El
aburrimiento del rico
XVI1. Es muy corta y desasosegada la vida de aquellos que olvidan
las cosas pasadas, descuidan las presentes, abrigan temores del porvenir:
cuando llegan al final,
comprenden tarde los pobres cuánto tiempo han estado ocupados en no hacer nada.
2. Y no hay razón para que creas
demostrar que ellos viven una vida larga según el argumento ese de que de vez
en cuando llaman a la muerte: los atormenta la imprevisión en medio de pasiones
vagas y que desembocan en lo mismo que más temen: desean a menudo la muerte
justamente porque la temen.
3. Tampoco es un argumento para que los pongas entre los que viven
mucho tiempo el hecho de que la jornada les parezca larga, el hecho de
que, hasta que
llega el momento convenido de la cena, se quejan de que las horas marchan
lentas; y es que si alguna vez las ocupaciones los dejan libres, se requeman
desamparados en medio de la desocupación y no saben cómo organizarla, cómo
salvarla. De manera que aguardan alguna ocupación concreta y todo el tiempo que
hay en medio les es pesado, tanto, vaya que sí, como cuando se ha anunciado la
fecha de un espectáculo de gladiadores, o cuando se espera la convocatoria de
un festival o una diversión, quieren saltarse los días intermedios.
4. Toda dilación del acontecimiento esperado es para ellos
larga; en cambio ese momento que desean es breve y veloz, y mucho
más breve por culpa de su fallo; pasan
huyendo de un sitio a otro y no pueden detenerse en un solo deseo. Los
días no
son para ellos largos, sino odiosos; por el contrario ¡qué
escasas les parecen
las noches que pasan en brazos de sus putas o entre copas!
5. De ahí vino también el delirio de esos poetas que
alimentan con sus fábulas los errores de los hombres, pues,
según ellos, Júpiter, lisonjeado las delicias
de
la cohabitación, hizo que una noche durara el doble. ¿Qué otra cosa es sino inflamar nuestros vicios eso de poner a los
dioses en la lista de sus promotores y dar a nuestros padecimientos licencia
excusada con el ejemplo divino? ¿Pueden a ésos no parecerles cortísimas unas
noches que compran tan caras? Pierden el día aguardando la noche y la noche
temiendo el alba.
La
frustración del poderoso
XVII1.
Hasta sus placeres son asustadizos y se
ven alterados por diversos terrores, cuando andan más alegres se
les viene este pensamiento angustioso: «¿Cuánto
tiempo durará esto?».
Por causa de este sentimiento los reyes protestan de su propio poderío y no les complace su inmensa suerte, sino que el final
que alguna vez llegará les espanta.
2. Cuando por los grandes espacios de las llanuras extendía su ejército, sin
alcanzar a abarcar su número, sino tan sólo sus dimensiones, aquel rey de
Persia tan insolente, derramó lágrimas porque dentro de cien años no quedaría
ninguno de tantos jóvenes; pero precisamente ése que los lloraba iba a acelerar
su destino y se disponía a perder a unos en el mar, a otros en tierra, a otros
en la batalla, a otros en la retirada, y en poco espacio de tiempo iba a gastar
a aquellos por los que sentía temor para dentro de cien años.
3. ¿Y cómo es que incluso sus gozos son asustadizos? Pues
porque no se apoyan en principios sólidos sino que se ven
perturbados con esa misma frivolidad con
que nacen. Pero
¿cómo crees que son para ellos los momentos que ellos
mismos reconocen infelices, cuando incluso esos otros con los que se
exaltan y se
alzan por encima del hombre son poco auténticos?
4. Cada uno de nuestros bienes mayores está lleno de preocupación y en ninguna suerte
confiamos menos que en la muy buena; hace falta
una segunda felicidad para proteger esa felicidad y hay que hacer ruegos otra
vez por aquello que salió conforme a nuestros ruegos. Y es que todo lo que
sucede por azar es inestable: cuanto más alto se alza, tanto más propenso es a
caer; es así que a nadie le agradan las cosas caedizas, luego por fuerza es muy
desdichada, y no sólo muy corta, la vida de aquellos que disponen con gran
esfuerzo algo que habrán de poseer con uno mayor todavía.
5. Consiguen trabajosamente lo que quieren, retienen angustiados lo que
consiguieron; entretanto no echan cuenta ninguna de un tiempo que no ha de
volver jamás. Nuevas ocupaciones suplantan a las antiguas, una esperanza
suscita otra esperanza, una ambición otra nueva ambición. No se busca el final de las desgracias, sino que se cambia su
trama. Que nuestros cargos ya nos han torturado: más tiempo nos roban los
ajenos.
Que dejamos ya de sufrir como candidatos: empezamos a hacerlo como votantes. Que
nos quitamos de encima el fastidio de presentar acusaciones: nos empeñamos en
participar en juicios. Que uno dejó de ser jurado: es presidente. Que envejeció
administrando a sueldo bienes ajenos: ahora está cogido por sus propios
caudales.
6. Que Mario ya se quitó sus sandalias de soldado: ejerce como
cónsul. Quincio se da prisas en pasar la dictadura: lo llaman y
apartan del arado. Marchará
contra los cartagineses un Escipión aún no maduro para
tan gran empresa; el vencedor de Aníbal, el vencedor de
Antíoco, la honra de su propio consulado,
el garante de su hermano, si por su parte no hubiera puesto pegas, lo
habrían colocado al lado de Júpiter: revueltas civiles
sacudirán al salvador y, después
de rechazar de joven unos honores poco menos que divinos, ya de viejo se dará
el gusto de obstinarse en un destierro pretencioso. Nunca faltarán razones felices
o desgraciadas de preocupación; la vida se va sacando en medio de ocupaciones; la
desocupación nunca se llevará a cabo, siempre se echará de menos.
Incomodidades
y riesgos de un cargo
XVIII1. Conque záfate del vulgo, queridísimo
Paulino, y sin dejarte zarandear el espacio entero de la vida, retírate por fin a puerto más tranquilo. Piensa cuántas
olas has afrontado, cuántas tempestades —en parte tuyas privadas— has sufrido o
—en parte públicas— te has echado encima; ya se ha revelado lo suficiente mediante pruebas esforzadas y penosas
tu valía; mira a ver qué puede hacer en el ocio. La mayor parte de tus años,
desde luego la mejor, se le ha entregado a la república: algo de tu tiempo
propio tómalo también para ti.
2. Y no te estoy invitando a un descanso desidioso e inactivo, ni a que hundas
en el sueño y los placeres preferidos de la multitud todo ese carácter
vitalista tuyo: no es tal cosa descansar. Hallarás tareas mayores que todas las
que hasta ahora has cumplido bravamente para ir ejerciéndolas retirado y
tranquilo.
3. Tú, es verdad, administras las cuentas del mundo entero tan fielmente como las ajenas, tan esmeradamente como las tuyas, tan escrupulosamente como las
públicas. Logras
simpatías en unas funciones en las que evitar el odio es
difícil; pero sin embargo, créeme, es mejor saber las
cuentas de la propia vida que las
del trigo público.
4. Ese vigor de tu ánimo muy capaz de las mayores cosas
apártalo de un servicio
honroso ciertamente, pero poco adecuado para una vida dichosa, y piensa
que desde tu edad primera no has andado metido en el estudio de todas
las
disciplinas propias de un hombre libre para que buenamente se te
encomiende los
muchos millares de medidas de trigo; algo más grande y elevado
se esperaba de
ti. No faltarán hombres de cabal honradez y laboriosidad
incansable; tan buenos
para llevar carga son los lentos mulos como los nobles caballos, pero
¿quién
abruma alguna vez con pesados sacos los sueltos andares de un caballo
de raza?
5. Piensa además cuánta preocupación supone
enfrentarte a mole tan grande: tu negocio tiene que ver con el vientre
humano; el pueblo hambriento no sufre
el reparto calculado, no se aplaca con la asignación justa ni se
doblega por
ruego ninguno. Hace poco tiempo, en los días recientes en que G.
César pereció sobrellevando muy mal (si es que alguna
conciencia les queda a los de abajo) justamente eso
de que veía que mientras el pueblo romano le sobrevivía
le quedaban alimentos para siete o a lo más ocho días.
Mientras él arma puentes de naves y juega con los recursos del
imperio, se les presentaba el último de sus males también
a
los sitiados: la falta de alimentos. Casi vino a parar en desastre y
hambruna, y en el hundimiento de todo que sigue a la hambruna, la
imitación de un rey loco y extranjero y fatalmente orgulloso.
6. ¿Qué ánimo tuvieron entonces los que
tenían a su cargo el suministro público de trigo, listos
para recibir golpes de piedras, de espadas, de fuegos, de
Gayo? Con gran disimulo ocultaban un mal que sólo en sus
entrañas se escondía,
sin duda con razón, pues ciertos males hay que curarlos sin que
se enteren los
enfermos: ha sido causa de muerte para muchos el conocer su propia
enfermedad.
Invitación
a un ocio digno
XIX1.
Retírate a estas
tareas más tranquilas, más seguras, más
importantes. ¿Crees tú que si procuras que el trigo, sin
engaño o descuido de
los transportistas, pase a los graneros en buen estado, que no se vicie
y
recueza por coger humedad, que responda al peso y la medida, es lo
mismo que si
te arrimas a estas tareas sagradas y sublimes dispuesto a saber
cuál es la
sustancia de dios, su voluntad, su condición, su forma,
qué destino espera a tu
alma, dónde nos coloca la naturaleza tras la salida del cuerpo,
qué es lo que
sostiene en el centro cada uno de los cuerpos más pesados del
mundo y mantiene
arriba colgados los ligeros, lleva a lo alto el fuego, mueve las
estrellas según
sus ciclos, y todas las demás cosas llenas de inmensas
maravillas?
2. ¿Quieres tú dejar el suelo y mirar con la mente esas
cosas? Ahora, cuando la sangre está caliente, tienen los
animosos que dirigirse a mejores cosas. En
esta
clase de vida te aguardan muchas habilidades nobles, el amor y la práctica de
las virtudes, el olvido de los deseos, la ciencia de vivir y morir, un hondo
descanso de todo.
3. La condición de
todos los atareados es desde luego desdichada, pero es la más miserable la de
aquellos que ni siquiera se afanan en sus propias ocupaciones: duermen según el
sueño de otro, caminan según los pasos de otro, reciben órdenes para amar y
odiar, que son las acciones más libres de todas. Si estos quieren acaso saber
lo corta que es su vida, que piensen en qué proporción es suya propia.
Jubilarse
a tiempo
XX1. Cuando veas, pues, que algunos visten
ropa de gala una y otra vez, que sus nombres resuenan en el foro, no sientas envidia: esas cosas se
granjean con pérdida de vida. Para que un solo año reciba
su nombre, habrán de machacar ellos todos sus años. A
algunos, antes de que pisen la
cumbre de su ambición, en las primeras escaramuzas, los abandona
la vida; a
otros, después de haberse arrastrado hasta el logro de una
dignidad a través de
mil indignidades, les viene el pensamiento lamentable de que han estado
trabajando para la inscripción del sepulcro; la vejez extrema de
algunos, al
tiempo que se organiza para nuevos proyectos como si fuera la juventud,
falla
impotente entre grandes y descomunales intentos.
2. Es grotesco aquél al que en un juicio a favor de litigantes más que
desconocidos, mientras perora ya con demasiados años e intenta ganarse la aprobación
de una audiencia inexperta, le falta el resuello; está mal visto aquél que
cansado antes de vivir que de trabajar se derrumba en medio de sus tareas; está
mal visto aquél que a punto de morirse pide que le rindan cuentas y provoca la
risa del que lleva mucho tiempo esperando la herencia.
3. No puedo pasar
por alto un caso que me viene a la memoria: Turanio fue un anciano de
escrupulosa laboriosidad que, pasados ya los noventa años,
cuando recibió de manos de G. César la licencia de un
cargo, mandó que lo amortajaran en la cama y que la familia
puesta alrededor lo llorara como muerto. La casa hacía duelo por
el ocio de su señor anciano y no acabó sus lloros si no
es
cuando se le devolvieron sus funciones. ¡Hasta tal punto le gusta
a la gente
morir ocupada!
4. La misma actitud tiene la mayoría; les dura más tiempo
el deseo de trabajar que la capacidad; combaten contra la flaqueza
del cuerpo, a la propia vejez no la consideran pesada por ningún concepto si no
es porque los pone aparte. La ley no alista a nadie como soldado a partir de
los cincuenta, a partir de los sesenta ya no convoca al senador: la gente tiene
más dificultades para conseguir la jubilación por
ella misma que por la ley.
5. Entretanto, mientras se ven arrastrados y arrastran ellos, mientras
los unos interrumpen el descanso de los otros, mientras son desdichados
por turno, su
vida es sin provecho, sin deleite, sin ningún progreso espiritual. Ninguno
tiene la muerte a la vista, ninguno deja de extender sus esperanzas hasta
lejos, y algunos hasta organizan las cosas más allá de la propia vida, moles
inmensas para su sepulcro y asignaciones para obras públicas y espectáculos
ante la pira y exequias pretenciosas. Pero, maldita sea, los funerales de ésos,
como si hubieran vivido muy poco, habría que celebrarlos con hachones y cirios.
http://www.juntadeandalucia.es/cultura/bivian/media/flashbooks/lecturas_pendientes/sobre_la_brevedad_de_la_vida/files/seneca.pdf
70
de las más conocidas frases de Séneca
1. La vida es como una leyenda: no importa que sea
larga, sino que esté bien narrada
2. Un hombre sin pasiones está tan cerca de la
estupidez que sólo le falta abrir la boca para caer en ella
3. No nos atrevemos a muchas cosas porque son
difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas
4. A través de lo áspero se llega a las estrellas
5. La mayor rémora de la vida es la espera del
mañana y la pérdida del día de hoy
6. La ira: un ácido que puede hacer más daño al
recipiente en la que se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierte
7. No hay nadie menos afortunado que el hombre a
quien la adversidad olvida, pues no tiene oportunidad de ponerse a prueba
8. El alma noble posee la gran cualidad de
apasionarse por las cosas honestas
9. Importa mucho más lo tú pienses de ti mismo que
lo que otros piensen de tí
10. Decir lo que sentimos. Sentir lo que decimos.
Concordar las palabras con la vida
11. En tres tiempos se divide la vida: en presente,
pasado y futuro. De éstos, el presente es brevísimo; el futuro, dudoso; el
pasado, cierto
12. Cuando se está en medio de las adversidades, ya
es tarde para ser cauto
13. No hay mayor causa de llanto que no poder llorar
14. ¿Quieres saber que es libertad? No ser esclavo
de ninguna cosa, de ninguna necesidad, de ningún azar, reducir la fortuna a
términos de equidad
15. Sabed que cuando uno es amigo de sí mismo, lo es
también de todo el mundo
16. Nunca hizo rico al hombre el dinero, porque
solamente le sirve para aumentar su codicia
17. Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo
la honestidad
18. Vive con el inferior tal cual quisieras que el
superior viviera contigo. Siempre haz con el esclavo no más que lo que
quisieras hiciera contigo un dueño
19. Hay ciertas cosas que para hacerlas bien no
basta haberlas aprendido
20. Te diré cuál es el verdadero placer y de dónde
viene: de la buena conciencia, de las rectas intenciones, de las buenas
acciones, del menosprecio de las cosas del azar, del aire plácido y lleno de
seguridad, de la vida que siempre pisa el mismo camino
21. No tener nada que te excite, que te acucie, que
con su ataque o con su anuncio ponga a prueba el temple de tu alma, estar
echado en un ocio sin inquietudes no es tranquilidad sino indolencia
22. Por muy elevado que la fortuna haya puesto a un
hombre, siempre necesita un amigo
23. Dar consejos al hombre avisado es superfluo;
darlos al ignorante es poca cosa
24. La vida no ni es un bien ni un mal, es sólo
ocasión de bien y de mal
25. Más dura la memoria de las injurias recibidas
que de los beneficios
26. El que tiene mucho desea más, lo cual demuestra
que no tiene bastante; pero el que tiene bastante ha llegado un punto al que el
rico no llega jamás
27. Compra sólo lo necesario, no lo conveniente. Lo
innecesario, aunque cueste un solo céntimo, es caro
28. Los brazos de la fortuna no son largos. Suelen
apoyarse en quien más se acerca a ella
29. La felicidad no mira dónde nace, sino adónde
puede llegar
30. Algunas veces incluso vivir es un acto de coraje
31. Si quieres que tu secreto sea guardado, guárdalo
tú mismo
32. A algunos se les considera grandes porque también se
cuenta el pedestal
33. El destino conduce a quien lo acepta, y arrastra
al que rehúsa admitirlo
34. La llaga del amor, quien la sana, la crea
35. Admira a quien lo intenta, aunque fracase
36. Un solo bien puede haber en el mal: la vergüenza
de haberlo hecho
37. Para ser feliz hay que vivir en guerra con las
propias pasiones y en paz con las de los demás
38. Merece salir engañado el que, al hacer un
beneficio, tenía en cuenta la recompensa
39. Jamás se descubriría nada, si nos consideraremos
satisfechos con las cosas descubiertas
40. Necesitamos la vida entera para aprender a
vivir, y también, cosa sorprendente, para aprender a morir.
41. La tristeza, aunque esté siempre justificada,
muchas veces sólo es pereza. Nada necesita menos esfuerzo que estar triste
42. El que no quiere vivir sino entre justos, que
viva en el desierto
43. La naturaleza nos ha dado las semillas del
conocimiento, no el conocimiento mismo
44. No hay cosa más fuerte que el verdadero amor
45. El primer arte que deben aprender los que
aspiran al poder es el de ser capaces de soportar el odio
46. El hombre más poderoso es el que es dueño de sí
mismo
47. No existe ningún genio sin un toque de demencia
48. Peores son los odios ocultos que los descubiertos
49. Prefiero molestar con la verdad que complacer
con adulaciones
50. El que siempre busca grandezas, alguna vez la
encuentra
51. No es necesaria la fortuna para sólo subsistir
52. Una buena conciencia no teme a ningún testigo
53. Escucha aún a los pequeños, porque nada es
despreciable en ellos
54. Incontenida, la cólera es frecuentemente más
dañina que la injuria que la provoca
55. La esclavitud más denigrante es la de ser
esclavo de uno mismo
56. Este día que tanto temes por ser el último, es
la aurora del día eterno
57. Un gran marinero puede navegar aunque sus velas
sean de alquiler
58. El que es prudente es moderado; el que es
moderado es constante; el que es constante es imperturbable; el que es
imperturbable vive sin tristeza; el que vive sin tristeza es feliz; luego el
prudente es feliz
59. Ingrato es el que por miedo es agradecido
60. Tanto más crece el esfuerzo, cuanto más consideramos
la grandeza de lo emprendido
61. No hay, en mi dictamen, hombre que aprecie más
la virtud y la siga con más gusto, que el que por no hacer traición a su
conciencia, ha perdido la reputación de hombre de bien
62. Desdichado es el que por tal se tiene
63. La recompensa de una buena acción es haberla
hecho
64. La amistad y la enemistad proceden de la voluntad
65. No recibimos una vida corta, sino que nosotros
la acortamos. No somos de ella indigentes, sino manirrotos
66. Nuestra naturaleza está en la acción. El reposo
presagia la muerte
67. La conversación es la expresión de nuestro modo
de pensar
68. Cuando un velero no sabe a que puerto se dirige,
ningún viento es el adecuado
69. El amor en su esencia es el fuego espiritual
70. No hay árbol recio ni consistente sino aquel que
el viento azota con frecuencia
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Séneca y
la administración de nuestra mortalidad
Ideas de la muerte y vida
La muerte es un tema
central de la filosofía desde los tiempos
de Sócrates (Platón le hace decir en sus diálogos que toda la
vida del filósofo es meditación y entrenamiento en la muerte).
Aunque Séneca conoce y propaga ciertos silogismos y frases
brillantes que parecen reducir la muerte a nada (así «ningún
mal es grande si es el último», mira más allá y
defiende una conciliación trágica de muerte y vida.
Una primera cuestión es la del suicidio, tan presente en la
ideología estoica. Defienden también la buena muerte, que
muchas veces será la muerte voluntaria. Una muerte serena y
pacífica debe coronar la vida entera si es posible. Una muerte
angustiosa y resentida puede devaluar o borrar todos los
recuerdos buenos. La divinidad nos ha hecho inteligentes, lo
que lleva consigo la conciencia amarga de la mortalidad, pero
también la alegría de poder escapar de la necesidad y del dolor
irremediable. Llaman al suicidio eulogos exagoge, que quiere
decir «la salida razonable». La muerte voluntaria es, pues,
para ellos un acto de razón. La buena muerte (euthanasia) es
un don de los dioses y la muerte más humana.
La muerte voluntaria, aceptada e incluso provocada por uno
mismo, representa la libertad. No se puede ser esclavo ni
siquiera del vivir, ya que la vida, si falta la valenơa para
morir,
es servidumbre (Cartas, 77.15). Quien ha aprendido a morir
ha desaprendido a servir y está por encima de todo poder…