617
Olvidada heroína visionaria contra la Viruela

Proemio


La cortesía no cuesta nada y gana mucho.

- https://akifrases.com/autor/mary-wortley-montague

“La cortesía no cuesta nada y gana mucho.”
Mary Wortley Montagu


Cartas desde Estambul, Lady Mary Wortley Montagu (1689–1762)
La literatura epistolar es un género que nos permite conocer de primera mano la vida de muchos
personajes históricos. Las cartas que algunos de ellos escribieron para sus seres queridos o conocidos, nos ayudan a sumergirnos en mundos pasados relatados en primera persona. Desgraciadamente no todas las cartas que se escribieron han permanecido hasta nuestros días. Muchas se perdieron y otras se quemaron voluntariamente.
En 1763 aparecía la primera edición de Embassy Letters, una recopilación de cartas escritas por la mujer del que había sido embajador inglés en Turquía. Unas cartas que su propia hija había intentado por todos los medios que no salieran a la luz porque relataban la vida de su madre, Lady Mary Wortley Montagu, una mujer rebelde, demasiado moderna para su tiempo, que vivió una vida escandalosa para unos y apasionante para otros. Lady Mary se adentró en el secreto e imaginado mundo de los harenes orientales y relató en su correspondencia su vida en la enigmática Estambul. La vida de la señora Montagu estuvo llena de rebeldía, escándalos y afán de libertad, algo que una mujer del siglo XVIII podía conseguir sólo a cambio de poner su propia existencia en tela de juicio.
Elegancia rebelde
Mary Pierrepoint nacía un 15 de mayo de 1689 en Londres, en uno de sus barrios más selectos y elegantes, Covent Garden. Su padre se llamaba Evelyn Pierrepoint y era conde de Kingston. Estaba casado con Mary Fielding, hija de un conde y familia lejana del escritor inglés Henry Fielding. Mary era la mayor de cuatro hermanos, tres niñas y el pequeño William. Tras el nacimiento del benjamín, en 1693 fallecía lady Fielding dejando a Mary huérfana con apenas cuatro años de edad.
Los pequeños Pierrepoint se trasladaron a vivir con su abuela paterna, Elizabeth, en una bonita casa de campo en West Dean. Aquellos no fueron años felices para Mary que tuvo que soportar una estricta educación por parte de su abuela, su tía y una institutriz francesa rígida y estricta. Mary pasó en West Dean sus primeros ocho años de vida, rodeada de reglas y normas estrictas y del empeño de sus educadoras de convertirla en una dama de la alta sociedad.

En 1699 moría Elizabeth Pierrepoint y los pequeños hijos del conde de Kingston tuvieron que volver a cambiar de residencia. Mary y sus hermanos se instalaron entonces en Nottingham, en una mansión conocida como Thoresby Hall. Allí Mary fue un poco más feliz porque pudo disfrutar de la espléndida biblioteca de la mansión y porque su padre podía visitar a sus hijos con más frecuencia.
Mientras sus institutrices se empeñaban en continuar haciendo de Mary y sus hermanas unas damas dignas de su estatus, ella se adentraba en las páginas de los libros de la biblioteca familiar. Así aprendió latín, francés y conoció la obra de autores como Ovidio o Molière. Su formación autodidacta dio pronto sus frutos y en 1703 empezó a escribir poesía, ensayos y sátiras.
Cuando Mary se convirtió en una elegante dama de dieciocho años, empezó a ejercer de anfitriona en las veladas que organizaba su padre en las que asistían políticos, literatos y personalidades destacadas de la alta sociedad londinense.
Matrimonio rebelde
Lady Mary se había convertido en una bella dama en edad de contraer matrimonio y no le faltaron pretendientes interesados en emparentar con la rica y prestigiosa familia de los Pierrepoint. Pero la hija mayor de Evelyn no se lo iba a poner nada fácil.
La persona elegida por Mary no fue en absoluto del agrado de su padre. A pesar de ser alguien de buena familia, con una carrera reputada como político, Edward Wortley Montagu, once años mayor que su hija, no fue bien aceptado. Además de la falta de simpatía hacia Edward, el joven pertenecía a una familia de rancio abolengo con títulos nobiliarios pero escasa fortuna económica para aportar una buena dote al matrimonio.

Así, en 1710, mientras su padre intentaba llegar a un buen acuerdo matrimonial con Edward, Mary fue trasladada de nuevo a Weast Dean. La joven aguantó allí dos largos años hasta que decidió que ya no soportaba más aquella situación y el 21 de agosto de 1712 la joven e impetuosa Mary saltaba por la terraza de su casa y huía en un coche de caballos. Aquella huida novelesca le valió el rechazo total de su familia que la desheredó de inmediato.
Pero aquel idilio de cuento de hadas que empezó de un modo tan original no seguiría por buenos derroteros. La pareja se fue distanciando al poco de haberse casado en secreto en Londres a causa, sobretodo, de la obsesión de su marido por su propia carrera política. A pesar de todo, los entonces señores Montagu tuvieron un hijo, el 16 de mayo de 1713 al que llamaron Edward como su padre y años después, ya en Estambul, nacería su segunda hija que recibiría el nombre de su madre.
Tras años de desencuentros entre la pareja, en 1716 su destino daría un giro de 180 grados. Sir Wortley era nombrado embajador en Estambul y representante de la Compañía de Oriente.
Rebeldía en Oriente
La posibilidad de viajar hasta Turquía y conocer de primera mano aquellos parajes que sólo conocía por los libros que había ojeado de niña hizo renacer a Lady Mary. El 1 de agosto de 1716 la familia Wortley Montagu con el pequeño Edward de tan sólo cuatro años de edad, partía de Londres rumbo a la Sublime Puerta.
El viaje por tierra atravesando media Europa duró casi un año. En ese tiempo visitaron distintos lugares de Alemania y Austria y permanecieron un tiempo en Edirne. Los pormenores de la primera parte de su aventura oriental fueron detallados por carta a su hermana Lady Frances a la que seguiría escribiendo durante todo el tiempo que permaneció en Estambul. En aquellas letras Lady Mary relató su visita a un auténtico harén, algo que marcó su viaje pues pudo comprobar de primera mano la realidad de aquellos misteriosos lugares relatados por hombres que más bien los habían soñado que observado de primera mano.
El 1 de junio de 1717 Lady Mary pisaba al fin Estambul. La familia del nuevo embajador se instaló en un bello palacio del siglo XVII situado en el barrio de Pera. Pero Lady Montagu no permanecería recluida tras los muros de aquella vivienda suntuosa. Lady Mary hizo uso de las costumbres turcas de cubrir a las mujeres con un velo para ocultar su identidad y poder adentrarse en la verdadera vida de la ciudad.
Lady Mary se sumergió de lleno en la vida oriental y adoptó incluso su manera de vestir. La esposa del embajador pasó el tiempo disfrutando de los lujos ofrecidos por el sultán, adentrándose en el gran laberinto del Gran Bazar, sumergiéndose en los harenes de la ciudad y relatando a sus amigas inglesas y a su querida hermana aquella fantástica existencia. En 1718 nacía su hija, Mary, hecho que no le impidió continuar con su ajetreada vida social.
El final de un sueño
Aquel mismo año Mary recibió la triste noticia de la cesión de su esposo de sus cargos en Estambul. El 5 de julio terminaba su aventura oriental. Aun tardarían un tiempo en volver a Londres porque hicieron varias escalas en el camino. Una de ellas, en París, donde Mary pudo reencontrarse con su hermana Frances, con la que había mantenido su relación gracias a las cartas.
El viaje terminaba definitivamente el 2 de octubre de aquel mismo año cuando la familia Wortley Montagu llegaba a Londres. Mientras su esposo de volvió a centrar en su carrera política, Lady Montagu disfrutó de su éxito como escritora.
La cura de la viruela
Poco tiempo después, en 1721, toda Inglaterra sufrió el duro golpe de una gran epidemia de viruela. Mary había conocido en Estambul la técnica de inoculación como vacuna eficaz contra esa enfermedad. Ella misma había sufrido sus consecuencias en 1715 y, aunque había podido sobrevivir, las marcas en su cara le recordaron toda su vida aquel terrible trance que se había llevado a su hermano años atrás. Lady Mary no había dudado de los médicos turcos y había pinchado a su propio hijo una aguja con viruela para hacerle inmune a la enfermedad.
Ya en Londres, y con la amenaza de la viruela en todos los rincones del reino, Lady Mary intentó convencer a las autoridades sanitarias de la fiabilidad de la inoculación. A pesar de que consiguió su cometido, la opinión contraria de la iglesia, que tachó el método de herejía musulmana, hizo volver a los médicos a sus antiguos e inefectivos procedimientos.
El final rebelde de una dama rebelde
Con un matrimonio roto, un hijo del que sólo recibía disgustos y una hija casada en Escocia, Lady Mary encontró consuelo en la poesía y en los brazos de un poeta veneciano, Francesco Algarotti. El joven escritor, 24 años menor que ella y con unas tendencias sexuales dudosas, utilizó el entusiasmo y apasionamiento de su amada para conseguir favores en la corte inglesa.
Cegada por el amor de Algarotti, Lady Mary se fugó por segunda vez en su vida. El destino era Venecia, donde pensaba encontrarse con su galán. Pasó años esperando durante los cuales se convirtió en una dama admirada por los círculos literarios venecianos. Pero al final, en 1741, cuando se encontró con Algarotti en Turín se dio cuenta de que su amor iba a ser imposible. Lady Mary ahogó su profunda decepción amorosa en una vida itinerante. Pasó años viajando por distintas ciudades europeas hasta que decidió volver a Londres tras la insistencia de su hija, la entonces Lady Bute. Cuando Lady Mary pisaba de nuevo Londres, en enero de 1762, era ya una mujer viuda. Su marido había muerto hacía tiempo con más de 80 años.
En el viaje de vuelta a su país, Lady Mary había conocido a un clérigo inglés llamado Benjamín Sowden a quien decidió confiar toda su correspondencia de los años vividos en Turquía. Lady Mary autorizaba al reverendo Sowden a publicarlas solamente después de su muerte si así lo consideraba oportuno.
El 21 de agosto de 1762 después de luchar contra un cáncer de pecho, moría rodeada de su hija y sus nietos.
Desaparecida Lady Mary, su hija se dispuso a recuperar las cartas que no quería que nadie publicara por miedo al escándalo. Cuando las consiguió le tranquilizó ver que no tenían nada de lo que se pudiera arrepentir. Sin embargo, cuando en 1763 se publicó la primera edición de las cartas de su madre, probablemente copiadas mientras estuvieron en manos del reverendo Sowden, Lady Bute no aceptó con agrado el éxito de las mismas.

https://www.mujeresenlahistoria.com/2012/11/cartas-desde-estambul-lady-mary-wortley.html


Desarrollo

La vida es demasiado corta para una larga historia.

Fuente: https://quote-citation.com/es/topic/citas-de-mary-wortley-montagu
La vida es demasiado corta para una larga historia.
Ningún hombre modesto alguna vez hizo o alguna vez hará una fortuna.
Una cara es una base demasiado pequeña para la felicidad.
La soledad engendra caprichos.
Prefiero la libertad a las cadenas de diamantes.
Mary Wortley Montague



-I-
Mary Montagu, la feminista que dio el primer gran paso para vencer a la viruela

Las vacunas han sido uno de los mejores inventos de la historia de la humanidad. Es una lástima que no dispongamos de una máquina del tiempo para que los defensores de los movimientos antivacunas pudieran darse una vuelta por el siglo XVIII y épocas anteriores para ver los estragos que causaba la viruela, una patología hoy erradicada.
Precisamente, la primera vacuna fue inventada en 1796 contra esta enfermedad. Su creador, Edward Jenner, se dio cuenta de que las personas que estaban en contacto con las vacas no la contraían, así que inoculó a personas sanas la viruela de las vacas, que confiere inmunidad. Y de vaca, vacuna.
Sin embargo, aunque Jenner fuera muy listo, no hay que atribuirle todo el mérito. Muchos avances científicos que parecen fruto de la genialidad de una sola persona tienen detrás una larga de historia de ideas y observaciones anteriores y muy probablemente también ocurrió en este caso, sobre todo teniendo en cuenta que en la Inglaterra de finales del siglo XVIII ya se practicaba un procedimiento similar aunque más arriesgado, la inoculación o variolización, que fue introducida en Occidente por la aristócrata Lady Mary Wortley Montagu.
La vida de esta viajera que asombró a intelectuales como Voltaire, convertida hoy en día en un icono feminista, fue muy poco convencional para una mujer de su época. Era esposa de un miembro del parlamento inglés que en 1716 fue nombrado embajador en Constantinopla, hoy Estambul y entonces capital del poderoso Imperio otomano, así que el matrimonio se instaló allí durante algún tiempo.
En su intensa correspondencia, Mary Montagu relata su fascinación por un mundo nuevo y sorprendente. Las cartas derriban mitos y prejuicios sobre una cultura completamente alejada de su Inglaterra natal. Los lugares a los que ella accedió, como mujer de posición acomodada, no tenían nada que ver con la visión que habían ofrecido viajeros anteriores, así que se la considera pionera del orientalismo y de la literatura de viajes.
El papel de las mujeres
En particular, se fijó en el papel de las mujeres turcas, que en aquella época y en algunos sentidos eran más libres que las inglesas, ya que podían comprar, vender y viajar sin permiso de sus maridos. No obstante, los otomanos valoraban a las féminas por los hijos que tenían, así que no se privó de criticar éste y otros aspectos de la sociedad que no le gustaban con una mirada muy avanzada.
Uno de los temas más destacados de los escritos que enviaba a Inglaterra era la viruela –ella misma la había sufrido y había perdido a un hermano–, en una época en la que se calcula que un 60% de la población europea padecía la enfermedad y un 10% moría. En abril de 1718 describió cómo entre los turcos el problema era mucho menor gracias a que un grupo de ancianas practicaban un injerto.
Montagu lo relata así: "Viene la anciana con una cáscara de nuez llena de pus de la mejor viruela y entonces pregunta a la gente qué venas desean que les abra. De inmediato, abre aquella que le es ofrecida con una aguja enorme —no produce más dolor que un simple rasguño— e introduce en la vena tanto veneno como cabe en la punta de su aguja y después venda la pequeña herida con una cáscara hueca y así, de esta manera, abre cuatro o cinco venas".
Lo que estaban haciendo –parece ser que heredando una tradición procedente de China y la India– era inocular pústulas o polvo de las costras de enfermos, de manera que provocaban los síntomas más leves de la enfermedad, por ejemplo, fiebres de un par de días, pero la persona quedaba inmunizada.
Su propio hijo, inoculado
No dejaba de ser una práctica arriesgada, porque transmitía la propia enfermedad aunque en una fase ya atenuada, a diferencia de lo que después haría Jenner, al vacunar con una forma leve de viruela bovina que el ser humano no desarrollaba. En cualquier caso, tras haber visto con sus propios ojos que aquello funcionaba, Montagu no dudó en inocular a su propio hijo, que había nacido en suelo turco.
Además, en sus cartas manifestó su firme voluntad de llevar el remedio a su tierra. Al principio encontró una oposición feroz tanto entre los médicos, que aún no entendían lo que era la inmunidad, como en la iglesia, que consideraba aquellas ideas orientales como "herejía musulmana". Sin embargo, logró convencer a la familia real británica y pocos años más tarde ya se inoculaban contra la viruela todas las cortes europeas.
En España
En España también se extendió la práctica y está documentado algún caso, como el de la localidad de Majaelrayo, en Guadalajara, que en 1768 logró frenar una epidemia con esta técnica. Por el contrario, el cura de un pueblo cercano, Campillo de Ranas, se opuso porque decía que estaba detrás la mano del demonio y el resultado fue desastroso, ya que la viruela causó muchísimas muertes.
Aunque regresó pronto a Londres, la vida de Lady Montagu quedó marcada por sus años en Constantinopla y ya no pudo soportar los corsés de la sociedad británica. Aunque formalmente siguió casada, se fue a Venecia con un poeta italiano y más tarde se dedicó a viajar sin descanso por Europa.
https://www.elespanol.com/ciencia/salud/20181108/mary-montagu-feminista-primer-paso-vencer-viruela/351465419_0.html

-II- Mary Wortley Montagu (1689-1762)
Fue una destacada escritora, famosa por sus “Cartas desde la embajada”, que escribió desde Turquía. Además Mary Wortley Montagu fue una mujer atrevida, que llevó hasta Gran Bretaña la técnica de la inoculación contra la viruela.
Nació en una familia de la aristocracia y recibió buena educación; ella misma aprendió latín gracias a la biblioteca de su hogar. Con menos de 20 años ya había publicado ensayos y poemas. Mary era muy hermosa, pero su piel acarreaba las marcas de la viruela, una enfermedad contagiosa que dejaba cicatrices en el cuerpo a quienes la sobrevivían y que había matado a su hermano; uno de cada cuatro infectados moría de ella.
Aunque su padre había escogido un marido para ella, Mary en vez decidió huir y casarse en vez con un aspirante a político llamado Edward Wortley Montagu. Él fue nombrado embajador en Constantinopla, hoy conocido como Estambul. La pareja partió, llevando a sus hijos. Fue desde Turquía que Mary escribió cartas, describiendo la sociedad de la época. La compilación de estas misivas es valorada hasta el día de hoy por historiadores, y la mantuvieron como una precursora de la escritura en su país hecha por mujeres.
En Turquía Mary notó que nadie traía las cicatrices de la viruela. Se enteró de que las mujeres turcas usaban el pus de alguna herida infectada ajena, y se la aplicaban en pequeños cortes. Con eso generaban una pequeña infección en el cuerpo que rápidamente desaparecía y las dejaba protegidas.
Mary se atrevió a hacerlo con su hijo, y de regreso en Gran Bretaña, optó por inocular a su hija frente a una nueva epidemia de viruela. En su país Mary se encontró con gran resistencia a la técnica, entendida como rudimentaria, y mal vista por los doctores -todos hombres-. Fue luego de que la Princesa de Gales se entusiasmara y pidiera inocular a sus hijos tras ver el éxito en los de Mary, que comenzó a expandirse. Eventualmente sería uno de los primeros pasos de las técnicas de vacunación modernas.
Mary dejó Inglaterra y vivió por un tiempo en Italia y Francia; nunca más vio a su esposo, y tuvo relaciones con otros hombres. Al enterarse de que era por fin viuda, volvió a Londres para ver a su hija y nietos.
https://mujeresbacanas.com/mary-wortley-montagu-1689-1762/


-III-
Mary Wortley Montagu y la inoculación de viruela
Aunque todos atribuimos a Edward Jenner el descubrimiento de la vacuna contra la viruela, lo cierto es que, años antes, cuando Jenner ni siquiera había nacido, hubo una mujer que extendió por Europa la práctica de inocular a niños y jóvenes con pus de enfermos para inmunizarles frente a esta enfermedad.
Hablamos de Mary Wortley Montagu (1689-1762), una mujer de origen aristócrata que vivió una vida nada convencional para los cánones de la época. Lady Montagu, cuyo nombre de soltera era Mary Pierrepoint, fue una autodidacta que aprovechó, desde su más tierna infancia, la posibilidad de aprender idiomas y de estudiar a los clásicos en la biblioteca de su padre. Escribía poesía y ensayos, se declaraba una amante de la lectura y llegó a dirigirse al obispo de Salisbury para quejarse de las dificultades que tenían las mujeres para acceder a la cultura.
Ella, sin embargo, no se conformó con seguir el camino marcado para una joven de su categoría social. Huyó de un matrimonio pactado para casarse por amor con Edward Wortley Montagu, quien en 1716 fue nombrado embajador de la corte turca. De este modo, lady Montagu acabó mudándose con su familia a Constantinopla (actual Estambul) y, gracias a su curiosidad natural, logró sumergirse en la vida oriental y conocer de cerca las costumbres turcas. Además, a través de sus cartas a amigos y familiares dio a conocer todos sus descubrimientos de este mundo por entonces tan desconocido, y su obra se ha convertido en una referencia del género epistolar y de la literatura viajera de la época.
Cartas desde Estambul
Fue en Estambul donde Mary Montagu observó una curiosa costumbre que conseguía mantener a raya a la viruela, una enfermedad devastadora que ella misma había sufrido con 26 años y que se había llevado por delante la vida de su hermano. Se trataba de la inoculación o variolación, una práctica originaria de China y la India que se fue extendiendo por toda Asia.
“La viruela, tan fatal y frecuente entre nosotros, aquí es totalmente inofensiva gracias al descubrimiento de la inoculación, (así es como la llaman)”, relata en una de sus cartas a su amiga Sarah Chisvell. “Existe un grupo de mujeres ancianas especializadas en esta operación. Cada otoño, en el mes de septiembre, que es cuando el calor se apacigua, las personas se consultan unas a otras para saber quién de entre ellos está dispuesto a tener la viruela…”. La técnica descrita consistía, básicamente, en inocular a los voluntarios con pus de enfermos en cuatro o cinco venas abiertas. Lady Montagu había observado la eficacia del método y llegó a probarlo en su propio hijo Edward. Desde entonces, se propuso hacer llegar esta costumbre a su tierra para hacer frente a la enfermedad, como así puso de manifiesto en la citada carta: “Soy lo bastante patriota para tomarme la molestia de llevar esta útil invención a Inglaterra y tratar de imponerla”, afirmaba.
Y así lo hizo. A su regreso a Inglaterra, usó sus influencias y sus dotes de persuasión y llegó a convencer a la esposa del futuro rey Jorge II para inocular a su hijo. No fueron estos los únicos monarcas seducidos por el exótico método importado de Oriente: la influencia de Mary Montagu llegó a la corte francesa gracias a la aprobación del rey Luis XV y en Italia toda la familia real de Nápoles fue vacunada en 1777.
Mary Montagu no fue una científica en el término más estricto, pero estudió los efectos de la inoculación a través de dos ensayos clínicos: uno con seis condenados a muerte en la prisión de Newgate y otro con varios niños de un orfanato de Westminster. Gracias a esta suerte de experimentos fue como su método se empezó a difundir –y a salvar vidas– por toda Europa.
Lady Montagu fue una mujer excepcional que vivió como quiso sin temer juicios, represalias ni escándalos. Desheredada de la fortuna familiar debido a su apasionado matrimonio, años más tarde se separó y se fue a vivir a Venecia con su nuevo amante, una relación que tampoco prosperó. Fue independiente, se rodeó de intelectuales, escribió, viajó y defendió los derechos de las mujeres. Se dice que, antes de morir a consecuencia de un cáncer de mama, sus últimas palabras fueron: “ha sido todo muy interesante”.
https://mujeresconciencia.com/2018/10/30/mary-wortley-montagu-y-la-inoculacion-de-viruela/


-IV-
La mujer que trajo la vacuna de la viruela y a la que nadie creyó
En 1717, Mary Wortley Montagu, la esposa del embajador británico en Estambul, Edward Wortley Montagu, se convirtió en una de las primeras europeas en visitar las habitaciones secretas de los harenes imperiales otomanos que conseguían hacer volar la imaginación de los viajeros occidentales. Pero si ha pasado a la historia es por tratar, sin éxito, de popularizar en 1718 el remedio turco para la viruela, treinta años antes de que naciera Edward Jenner, el médico que se llevó la gloria tras publicar en 1798 la investigación que dio lugar a la vacuna.
Este último había oído afirmar a una ordeñadora de vacas de Sodbury (Inglaterra) que ella nunca tendría la viruela, ya que había pasado la viruela bovina. Con esta historia revoloteando en sus oídos, Jenner decidió inocular en mayo de 1796 a un niño de ocho años llamado James Phillips una pequeña cantidad de viruela. El pequeño tuvo solo una fiebre leve que despareció a los pocos días, con lo que los resultados avalaron su método.

La viruela fue durante siglos una de las enfermedades más temidas en Europa, pero los médicos carecían de remedio

Pero el remedio no era innovador: la inoculación era utilizada ya por los médicos árabes desde el siglo VI y había sido probado con éxito en campesinos y esclavos africanos, chinos o griegos. Lady Wortley Montagu (1689-1762) lo había conocido en Turquía y a su regreso a Inglaterra, en 1718, intentó por todos los medios que los médicos ingleses tomaran en consideración este antídoto, pero su condición de mujer y la desconfianza hacia Oriente, llevaron a ignorar un método que contradecía todo cuanto los médicos habían estudiado antes: enfermar deliberadamente a un paciente sano.
Ese fue, precisamente, uno de los problemas: ni Galeno ni Hipócrates habían mencionado en sus escritos cómo tratar el mal, por lo que los doctores del siglo XVIII empleaban en ocasiones el tratamiento recomendado por el médico persa Avicena de mantener a los enfermos de viruela durante días en un cuarto cerrado sobrecalentado para que “sudaran lo malo”.
A principios del siglo XVIII se estima que la viruela mataba entre el 10 y el 15% de la población del viejo continente. Tanto es así que un refrán advertía: “Nunca cuentes a tus hijos hasta que todos hayan tenido viruela”. La mayoría de la población sufría la enfermedad en la infancia, cuando la viruela se presentaba en su forma más leve, como una fiebre con erupciones cutáneas, y no volvía a contagiarse después.
Por este motivo, era práctica común entre los padres exponer deliberadamente a los hijos, con la esperanza de que se contagiaran y sobrevivieran. Apodada “el ángel de la muerte” y the speckled monster (el monstruo moteado), la viruela era, además de mortífera, muy desagradable, ya que podía dejar profundas cicatrices.

Lady Wortley Montagu conoció en Turquía el método: “aquí es una enfermedad inocua”, escribió
 
El 1 abril de 1718 lady Mary Wortley Montagu escribió una carta a su amiga de la infancia Sarah Chiswell (quien acabaría muriendo de viruela en 1726) en la que reconocía estar muy cómoda en Constantinopla “y no en la soledad que usted se figura”. Unas cuantas líneas más adelante, añadía: “La viruela, tan fatal y generalizada entre nosotros, es aquí por completo inocua gracias a la invención del injerto, que es el término con que lo nombran”.
A continuación la carta relataba de forma detallada cuál era el procedimiento administrado normalmente por mujeres ancianas. Todo ello está recogido en Cartas desde Estambul (La Línea del Horizonte Ediciones), un libro que reúne la correspondencia que mantuvo desde el extranjero con sus familiares y un selecto grupo de amigos –que incluía a la esposa del rey Jorge II de Inglaterra–, así como un diario que llevó en sus viajes en 1716.
En uno de las magníficas representaciones que se conservan de ella, pintado por el retratista más famoso del siglo XVIII, Godfrey Kneller, se observa a Wortley Montagu posando con su vestimenta turca. Aparece sentada y medio reclinada en una actitud de afectada indolencia, apoyando la cabeza en su mano derecha. En los hombros lleva una estola de armiño, sobre un vestido con un pronunciado escote y luce un turbante sujeto al cabello con un broche. De alguna forma, la embajadora inglesa acabó adoptando a las costumbres turcas y aprendió a expresarse en el idioma del país.
A principios del siglo XVIII la sociedad otomana era en muchos aspectos más avanzada que la inglesa. Como anota el historiador e islamólogo Victor Pallejà de Bustinza en el prólogo de Cartas desde Estambul, ella no se sometió a los tópicos de la época y observó admirada la libertad de las mujeres otomanas para comprar y vender o viajar sin permiso conyugal o que se les reconociera el derecho a recibir herencia, prerrogativas que no fueron realidad en Inglaterra hasta mediados del siglo XIX.

Inoculó el antídoto a sus hijos y a miembros de la familia real británica con éxito
 
Mary Wortley Montagu había contraído la viruela a mediados de diciembre de 1715, justo antes de viajar a Estambul, y fue atendida por los médicos ingleses más eminentes del momento. “Finalmente consiguió salvar su vida, pero su rostro quedó para siempre marcado y perdió las pestañas”, anota Cristina Morató en Las damas de Oriente. Grandes viajeras por los países árabes (Plaza Janés). Además, su hermano William había muerto en 1713 con sólo 21 años víctima de la viruela, una enfermedad que desde hacía siglos causaba estragos en Europa.
Convencida de que la inoculación era el mejor método para combatir con la enfermedad que había acabado con la vida de su joven hermano y que a ella le había dejado el rostro marcado de por vida, decidió probarla en su hijo. El 19 de marzo de 1718 lady Mary le aplicó en el brazo la vacuna a su pequeño Edward, que se recuperó a los pocos días sin ningún contratiempo.
El doctor Emmanuel Timoni, el médico más eminente de Estambul, la animó a que difundiera la vacuna a su regreso a Inglaterra. “Soy lo bastante patriota como para tomarme la molestia de llevar esta útil invención a Inglaterra y tratar de imponerla”, le escribía ella a su amiga Sara.
¿Qué sucedió al regresar a Inglaterra en octubre de 1718? A sus 30 años de edad, su única preocupación era proteger a su hija de la terrible enfermedad, por lo que decidió aplicarle el método de la inoculación turca, como había hecho anteriormente con su otro hijo, Edward. La princesa Carolina, amiga y admiradora, se sintió impresionada con el éxito del ”remedio turco” y decidió probarlo con la familia real.

Los médicos ingleses eran contrarios a la vacuna y la Iglesia la calificó de antinatural

Pero, para asegurarse, quiso aplicar la vacuna a seis condenados de la prisión de Newgate a los que se les ofreció la libertad en caso de sobrevivir. Todos los hicieron. Pero como Carolina aun no se fiaba del todo, en la primavera de 1722 volvieron a intentarlo (con éxito) con varios niños del orfanato de Saint James. Finalmente, las dos hijas de la princesa Carolina se sometieron a la operación sin ningún tipo de complicación.

Sin embargo, el remedio turco para la viruela no tuvo éxito entre los médicos ingleses, que en ningún momento se fiaron de un remedio oriental avalado por una mujer. Tampoco la iglesia puso las cosas fáciles. A lady Mary le acusaron de ser una madre “antinatural” por haber arriesgado la vida de sus dos hijos al intentar salvarlos de la viruela.
También la clase médica se alzó en armas e hizo lo posible, a veces involuntariamente, para que fracasara el método turco, añadiéndole sangrados innecesarios y purgas. Tendría que ser Edward Jenner (1749-1823) el que se llevara el mérito de ser probablemente el científico que más vidas ha salvado a lo largo de la historia, pese a los ímprobos esfuerzos de lady Wortley Montagu por socorrer a los millones de personas que fallecieron a causa de la viruela desde su regreso de Estambul en 1718.
https://www.lavanguardia.com/historiayvida/edad-moderna/20200620481830202485/viruela-vacuna-coronavirus-epidemia-covid-wortley-montagu.html


-V-
Lady Mary Wortley Montagu, la mujer pionera de la inmunización olvidada por la historia
 11 diciembre 2021
Lady Mary Wortley Montagu basó sus experimentos en lo que observó que hacían las mujeres turcas cuando ella vivía en Estambul.
El progreso notable de la inmunización contra la covid-19 ha centrado la atención del mundo en la brillantez de las vacunas.
Muchos conocen la historia del descubrimiento de Edward Jenner de la vacunación contra la viruela en Gloucestershire, Reino Unido, hace casi 250 años.
Pero muchos menos han oído hablar de Lady Mary Wortley Montagu.
Ella fue la mujer de la alta sociedad cuyos pioneros experimentos de inoculación sentaron las bases para el descubrimiento de Jenner, pero cuya contribución está casi olvidada.
Este año, que se cumple el 300 aniversario de sus extraordinarios experimentos con humanos, nos brinda una gran oportunidad para revisitar su asombrosa contribución a la salud pública.
Opiniones progresistas
Nacida como Mary Pierrepont en 1689, ella era una mujer vivaz y testaruda que escribía poemas y cartas y tenía opiniones progresistas sobre el papel de la mujer en la sociedad.
Para evitar un matrimonio arreglado, se fugó cuando tenía 23 años y se casó con Edward Wortley Montagu, nieto del primer conde de Sandwich.
En 1716, Edward se convirtió en embajador de Inglaterra en Estambul (o Constantinopla como se conocía en ese entonces), capital del Imperio otomano.
Desde allí, Wortley Montagu escribió vívidas descripciones de la vida oriental, especialmente de las mujeres turcas, cuya vestimenta, estilo de vida y tradiciones la intrigaban.
La más notable fue sobre su método de inoculación contra la temida viruela.
Tratamiento con "injertos"
Desde hacía mucho tiempo se sabía que las personas solo podían contraer esta enfermedad una vez.
Si sobrevivían, eran inmunes por el resto de sus vidas.
En lugar de arriesgarse a una infección natural que tenía una alta tasa de mortalidad, las mujeres turcas mayores buscaban inducir un caso leve en los niños mediante lo que llamaban un "injerto".
La viruela provoca pústulas y costras en la piel de las personas afectadas por la enfermedad.
Las mujeres tomaban el pus de la pústula de un paciente y se lo añadían a una incisión que le hacían en el brazo a la persona que querían proteger.
Esto generalmente daba lugar a síntomas leves, seguidos de protección de por vida.
"Hay un grupo de ancianas [aquí]", escribió Wortley Montagu, "que se dedican a realizar la operación, cada otoño... miles se someten a esto... [y no hay] un solo ejemplo de alguien que haya muerto por ello".
La propia Wortley Montagu había sobrevivido a la viruela, pero quedó con cicatrices faciales. Su hermano había sucumbido a la enfermedad.
Ella estaba ansiosa por proteger a su hijo pequeño de la enfermedad y convenció al cirujano de la embajada para que lo inoculara.
"El niño fue injertado el martes pasado", escribió en una carta a su esposo, "y en este momento está cantando y jugando, y muy impaciente por su cena".
Wortley Montagu estaba decidida a "poner de moda este útil invento en Inglaterra".
Experimento con su hija
Después de un par de años, había regresado a casa. En 1721, hubo una epidemia de viruela, y Wortley Montagu le pidió al médico de la embajada, que había venido con ella a Londres, que injertara a su pequeña hija que no había sido inoculada.
Preocupado por su reputación, el médico le pidió a varios testigos médicos que observaran el procedimiento.
En abril de 1721, el médico inoculó a la joven Mary Alice. Fue la primera vez que se realizó el procedimiento en Reino Unido.
Aunque los observadores quedaron impresionados, otros se mostraron escépticos sobre esta práctica peligrosa y exótica.
Wortley Montagu y su hija visitaron hogares afectados por la viruela para demostrar que la niña estaba protegida.
Aún así, muchos médicos se mantuvieron cautelosos. ¿No era este un procedimiento arriesgado? ¿Y si causara una enfermedad grave o mortal?
Inoculación o muerte
En agosto de 1721, se realizó un experimento extraordinario en la prisión de Newgate de Londres que ayudó a persuadir a la gente del beneficio de la vacuna contra la viruela.
A varios prisioneros que esperaban ser ejecutados se les ofreció la oportunidad de vacunarse contra la viruela, y la posibilidad de quedar en libertad si sobrevivían.
Todos aceptaron la oferta y vivieron para contarlo.
Para demostrar que la inmunización realmente protegía contra la enfermedad, una de las prisioneras fue enviada a cuidar a un niño con viruela, y durmió con él todas las noches durante seis semanas sin enfermarse.
Aunque la inoculación siguió siendo una práctica controvertida, con cierta oposición médica y religiosa, este experimento carcelario fortaleció considerablemente la campaña de "variolización", como se conoce ahora a este procedimiento.
Procedimiento que salvó miles de vidas
La princesa de Gales, amiga de Wortley Montagu, estaba convencida e hizo vacunar a sus propios hijos.
La realeza en toda Europa hizo lo mismo, al igual que los ricos de Nueva Inglaterra, donde la viruela estaba causando estragos.
A pesar de que ocasionalmente se produjeron casos de enfermedad graves después de la inoculación, y algunas veces fueron fatales, el procedimiento salvó miles de vidas.
La contribución de Wortley Montagu fue celebrada por el poeta francés Voltaire, entre otros, y la inoculación se convirtió en un punto de encuentro para la Ilustración.
Un paso más
Setenta y cinco años después, el médico británico Edward Jenner, que había sido vacunado cuando era niño, llevó el proceso un paso más allá.
Él se dio cuenta de que aquellos que habían sufrido de viruela bovina, una enfermedad relacionada con el ganado que es muy leve en los humanos, eran posteriormente inmunes a la viruela.
Jenner entonces inoculó a gente con material de la viruela bovina y luego demostró que esto era efectivo contra la viruela (inyectarlos con viruela utilizando el enfoque de variolización de Wortley Montagu).
La vacunación, como se conoció más tarde al procedimiento de Jenner por el nombre en latín vacca, demostró ser segura y, posteriormente, se adoptó a nivel mundial.
Jenner recibió muchos premios y honores, y su trabajo condujo a la eventual erradicación de la viruela en 1976.
Todos los estudiantes de medicina del mundo aprenden ahora sobre Jenner; su retrato cuelga en el Colegio Real de Médicos de Londres.
Incluso se recuerda a Blossom, la vaca que proporcionó el material original de viruela bovina para el experimento de Jenner.
Su piel se encuentra en la Escuela de Medicina del Hospital St George, y su retrato cuelga en el Colegio Real de Patólogos.
Pero Wortley Montagu, cuyos esfuerzos pioneros sentaron las bases para los experimentos de Jenner, ha caído en el olvido.
¿Recordaríamos su trabajo si hubiera sido obra de un médico hombre, en lugar de una dama de la alta sociedad?
Ahora, 300 años después, el Colegio Real de Médicos de Londres está buscando la forma más adecuada de reconocer su contribución.
*Tom Solomon es director del la Unidad de Investigación de Protección Sanitaria de Infecciones Zoonóticas y Emergentes del Instituto Nacional de Investigación Sanitaria, y profesor de neurología, de la Universidad de Liverpool, Reino Unido.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-58054138




Amiga, Amigo:

Mary Wortley Montagu logró pasar a la historia por tratar, sin éxito, de popularizar en 1718 el remedio turco para la viruela, treinta años antes de que naciera Edward Jenner, el médico que se llevó la gloria tras publicar en 1798 la investigación que dio lugar a la vacuna. Si los médicos y la iglesia de su época la hubieran entendido cuantas vidas se habrían salvado y, quizá, no sería el posterior Jenner el homenajeado y recordado. 
Lady Wortley Montagu (1689-1762) conoció en 1718 en Turquía el remedio, en realidad VACUNA para tratar la viruela y a su regreso a Inglaterra, en 1718, intentó por todos los medios que los médicos ingleses tomaran en consideración este antídoto, pero su condición de mujer y la desconfianza hacia Oriente, los hicieron ignorar el método que contradecía todo cuanto los médicos habían estudiado: "enfermar deliberadamente a un paciente sano".
El método que ella en Turquía aprendió era el de tomar pus de la pústula de un paciente y añadirlo a una incisión que le hacían en el brazo a la persona que querían proteger.
Convencida de que la inoculación era el mejor método para combatir con la enfermedad que había acabado con la vida de su joven hermano y que a ella le había dejado el rostro marcado de por vida, decidió probarlo en su hijo. El 19 de marzo de 1718 lady Mary le aplicó en el brazo la vacuna a su pequeño Edward, que se recuperó a los pocos días sin ningún contratiempo.
Regresó a Inglaterra en octubre de 1718, tenía 30 años de edad, protege a su hija. Luchó por convencer de esta realidad, pero los médicos ingleses lo rechazaron por ser MUJER y usar un método turco... y la iglesia la tildó de ser madre antinatural al arriesgar la vida de sus dos hijos... a los que en realidad los salvó de la viruela
Por suerte a pesar de todo el machismo, sectarismo y fanatismo la Historia de manera misteriosa no la olvidó del todo y aquí podemos entonces dejar el testimonio de esta valiente y visionaria mujer... Un testimonio más de la larga lista femenina que primó por sobre el machismo.






Dr. Iván Seperiza Pasquali
Quilpué, Chile
Diciembre de 2021
Portal MUNDO MEJOR: http://www.mundomejorchile.com/
Correo electrónico: isp2002@vtr.net