518
La Reina del
Desierto
Preámbulo
Es
muy conocido Laurence de Arabia (1888 -
1935), sin embargo casi no se menciona a su compatriota y
coetánea Gertrude
Bell quien pasó mapas fundamentales para la misión de su
compatriota Laurence
de Arabia y además le enseñó el cómo
debía tratar a los jefes de las dispersas tribus árabes.
El año 2015 en
Alemania le dedicaron a Bell, película en homenaje a la
escritora,
arqueóloga, exploradora, espía y cartógrafa que
colaboró con el Imperio Británico a
principios del siglo XX. Película que, según la
crítica, no fue buena a
diferencia de la inspirada en Laurence de Arabia. En este Portal deseo
destacar
a esa notable mujer pensando de a cuántos se les puede decir que
crearon una Nación y
es más, eso lo logró Bell como mujer que en el medio
más machista, sectario,
dogmático y fundamentalista religioso la reconoció y respetó como "La Reina del
Desierto"...
Esta mujer británica
Gertrude Bell (1868 - 1926) lo recalco; vivió en plena época machista y qué
decir donde se hizo famosa: en El desierto árabe
que es una región desértica de la península arábiga, que cubre una extensión de
cerca de 2.330.000 km², donde se sitúan Arabia Saudita, Jordania... e Irak ese
Irak que ella colaboró para su creación. Fue condecorada con la Orden del Imperio Británico.
En realidad es como para, de
alguna manera, reconocer desde el Portal MUNDO MEJOR a esa mujer tan especial, destacada
y dedicarle el presente escrito 518.
Desarrollo
Para
conocer mejor a la, de manera injusta, poco conocida pero muy destacada Gertrude Bell veamos 9
artículos sobre ella:
1.
Gertrude
Bell, la "Lawrence de Arabia femenina" que fue clave en la creación
de Irak y a la que pocos recuerdan
4 agosto 2018
Algunos la llaman la "Lawrence de Arabia femenina", (Nota: A
Lawrence debieron en justicia llamarlo el Gertrude Bell masculino y no a ella
como él) pero cuando el
famoso arqueólogo y escritor Thomas Edward Lawrence llegó por primera vez a
Medio Oriente, Gertrude Bell ya había había recorrido gran parte de esta
región, hablaba árabe con fluidez y hasta había publicado dos libros sobre su
experiencia por aquellas tierras lejanas.
Este mes de julio se cumplieron 150
años del nacimiento de esta escritora, arqueóloga y hasta trabajó para los
servicios secretos, cuyo legado cayó en el olvido hasta hace
poco años, cuando a raíz de la
Guerra de Irak muchos empezaron a recordar su figura.
Nacida en una familia acomodada de la Inglaterra de 1868, a Bell le tocó vivir
una época en la que la libertad y el impacto que podía tener una mujer en la
sociedad estaban muy limitados.
Sin embargo, llegó a ser tan respetada e influyente que su voz fue una de las
más determinantes a la hora de
trazar los límites de un nuevo Estado árabe al que, también por
sugerencia suya, se le dio el nombre
de Irak.
El interés de Bell por Medio Oriente surgió al visitar la región por primera
vez en 1892. Acababa de salir de la Universidad de Oxford, donde se había
especializado en Historia Moderna y logró la hazaña de ser la primera mujer que consiguió los máximos
honores en esa carrera.
Tras acabar sus estudios, la joven viajó a Persia. Su tío, Sir Frank Lascelles,
era el ministro británico de aquel país y residía en Teherán (actual capital de
Irán).
Fue durante esta travesía que Bell desarrolló un cariño especial por el pueblo
árabe visitando sitios arqueológicos, aprendiendo su idioma y adentrándose en el
desierto según le dijo a la BBC
en 2014 la profesora de Historia Británica de la Universidad de
Newcastle Helen Berry.
"Era muy peligroso, pero obviamente a ella le gustaba el peligro",
afirmó entonces la experta. "Se rodeó de un gran grupo de camellos,
regalos prestigiosos y guías masculinos... Creo que no sabían qué hacer con
ella, especialmente siendo una mujer, [pero] creo que se los ganó con su
habilidad para comunicar".
Diseñando Irak
Bell llegó a aprender ocho idiomas, entre los que se encontraba el francés y el
turco, y conoció tan bien a las tribus de la zona, que los servicios de inteligencia británicos la
reclutaron. Trabajó para ellos durante la Primera Guerra
Mundial en la delegación árabe, situada en Egipto, donde también estaba
Lawrence de Arabia.
Al acabar la guerra, los Aliados decidieron desintegrar el Imperio Otomano en
varios Estados. Bell fue una de las arquitectas del diseño que se decidió para
esta región.
Su influencia fue una de las principales en la concepción de Irak. Tanto, que
Winston Churchill, entonces secretario de Estado para las colonias británicas,
la invitó en 1921 a
una conferencia en El Cairo, donde se le pidió trazar los límites de lo que en
ese momento llamaban Mesopotamia.
La misión de Bell era establecer en Irak un gobierno árabe favorable a los británicos y
servir de vínculo con las figuras políticas que iban surgiendo.
La tarea resultó pacífica durante un tiempo, hasta que empezaron las revueltas
en el lado chiita de la población, donde eran mayoría.
"Se sientan allí en una atmósfera con hedor a antigüedad y es tan gruesa
por el polvo de tantos siglos que no puedes ver a través de ella... y ellos
tampoco", le escribió a su madre sobre los clérigos chiitas en 1920.
En otra misiva, admitió los errores del Imperio Británico: "La verdad
subyacente a todas las críticas es... que habíamos prometido instituciones
autónomas y no solo no dimos ningún paso para conseguirlo sino que estábamos
ocupados estableciendo algo totalmente diferente".
Bell aconsejó finalmente dar el poder a la minoría suní, a la que creía más
educada y secular que los chiitas, que en su opinión se dejaban influenciar
demasiado por sus clérigos "fanáticos". Su candidato al trono, Fáysal
I, fue coronado rey de Irak en agosto de 1921.
Por razones como esta, algunos culpan a la exploradora de los problemas
actuales de este país, ya que ayudó a imponer un sistema occidental que, según
sus críticos, no encaja con la cultura árabe y una prueba de esto sería las
décadas de inestabilidad que Irak ha vivido desde su fundación.
Ella creía que las mujeres no
podían manejar el estrés y el contenido de la educación superior
porque no eran tan fuertes como los hombres física, mental y emocionalmente,
según la
Enciclopedia Digital de Arqueólogos.
"Tenía una opinión pobre de la mayoría de mujeres, incluso de las que
estaban a su nivel social... y era notablemente intolerante con las esposas de
sus colegas", según recoge en su libro su biógrafa Susan Goodman.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-44979439
2.
La reina del desierto
Viajera, arqueóloga y espía, Gertrude
Bell pasó de describir ruinas bizantinas a participar en la creación de
Irak, cuyas fronteras actuales ayudó a trazar
Gertrude
Bell se lanzó a recorrer el mundo para huir de la encorsetada sociedad
victoriana y acabó convertida en la mujer más poderosa del Imperio
Británico. La aventurera inglesa fue exploradora, escritora, fotógrafa,
alpinista, etnógrafa, espía, geógrafa, administradora política y
diplomática. Y también arqueóloga. Aunque la importancia de su papel en
la creación del estado de Irak hace que su trabajo arqueológico quede en
un segundo plano, o a veces ni se mencione, ella siempre lo consideró
el eje de su vida viajera. "El sendero de la arqueología me llevó hasta
la puerta de los jeques", escribió Bell, a la que en ocasiones se ha
llamado la 'Lawrence de Arabia femenina', cuando lo más justo sería
decir que Lawrence, casi veinte años más joven que ella y que la admiró,
fue 'el Gertrude Bell masculino'.
Gertrude Margaret Lowthian
Bell, la 'hija del desierto', 'la reina sin corona de Mesopotamia', 'la
tigresa de Irak', nació el 14 de julio de 1868 en Washington Hall,
Durham (Inglaterra), en una familia y un entorno que no tenían nada que
ver ni con desiertos, ni con reinas, ni con tigres. Fue la primera hija
del matrimonio formado por Sir Hugh Bell y Mary Shield Bell. La familia
era muy rica. Poseía la sexta fortuna de Inglaterra, que había sido
amasada por el abuelo, Sir Isaac Lowthian Bell, propietario de varias
fundiciones, y engordada por el padre, Hugh Bell, que mantuvo el negocio
bien rentable y saneado. Durante su infancia, Gertrude disfrutó de
todas las ventajas y comodidades propias de la alta sociedad británica
de finales del siglo XIX. La muerte de su madre, después de dar a luz a
su segundo hijo, cuando Gertrude tenía 3 años, afectó mucho a la niña y
reforzó la unión con su padre, que se mantuvo firme a lo largo de toda
su vida. "No creo que alguna vez me sienta sola, aunque la única persona
a la que a menudo echo de menos es papá", escribió en una carta durante
uno de sus viajes. Sir Hugh volvió a casarse cuando la pequeña contaba
siete años. Florence, la madrastra de Gertrude, era una joven de 24 años
aficionada a escribir cuentos infantiles y obras de teatro, con la que
la niña se encariñó enseguida y que acabaría siendo su segunda
confidente después de su padre.
A pesar de que consideraban que
una joven de su posición no debía recibir una educación que fuera mucho
más allá de las lecciones de piano, los Bell se preocuparon por que
Gertrude tuviera estudios. Después de asistir al Queen's College de
Londres, y por recomendación de su tutor, la joven estudió en la
Universidad de Oxford, a la que llegó con 17 años y en la que se
convirtió en la segunda mujer en pasar un examen de grado. Concluyó su
carrera de historia moderna -que entonces abarcaba prácticamente todo
desde el mundo antiguo hasta el siglo XVIII- en dos años (uno menos de
lo habitual) con honores de primera clase ('first class honours'). Un
reconocimiento informal, pues nunca recibió ningún título: Oxford no los
dio a las mujeres hasta 1920.
Al acabar sus estudios, Bell se
quedó en una especie de 'fuera de juego social'. Su franqueza y su
inteligencia desbordante parecían espantar a cualquier posible
pretendiente. No había ninguno a su altura. Todos le parecían aburridos o
medio idiotas. Convertida en una 'soltera difícil', la joven decidió
ver mundo para escapar de una sociedad que le resultaba opresiva y
limitada. "Fue en 1892, a la edad de 24 cuando tuvo su primer contacto
con el Oriente Próximo", detalla Amanda Adams en 'Ladies of the Field:
Early Women Archaeologists and Their Search for Adventure' (Greystone
Books). Su destino fue Persia, hoy Irán. Este fue el primero de una
serie asombrosa de viajes, todos pagados gracias a las arcas familiares,
que incluyó dos vueltas al mundo (de 1897 a 1898 y de 1902 a 1903). La
mayor parte transcurrieron por el Oriente Próximo, sobre todo en
Mesopotamia, aunque también viajó por Turquía, Siria, Palestina y
Arabia. Bell no solo atravesó desiertos: fue una alpinista
extraordinaria. Escaló en las Montañas Rocosas y en los Alpes, en los
que sobrevivió a un accidente colgada del extremo de una cuerda durante
53 horas, en plena ventisca con tormenta eléctrica incluida.
La 'H' aspirada
Bell
se interesó por la arqueología desde el inicio de su vida viajera.
Llevaba una cámara Kodak y empezó a retratar todas las ruinas que veía,
como se puede apreciar en las numerosas imágenes que iluminan su primer
libro, 'Syria: the desert and the sown' (1907). Una estancia de siete
meses en Jerusalén le permitió demostrar su habilidad para aprender
idiomas que, según sus amigos, "se tragaba como aspirinas", tal y como
detalla Cristina Morató en 'Las damas de Oriente: grandes viajeras por
los países árabes' (Debolsillo). Hablaba persa, francés y alemán, entre
otros, y acabó dominando el árabe y muchas de sus variantes dialectales.
Aunque parece que al principio esta lengua se le resistió: "Hay por lo
menos tres sonidos casi imposibles para una garganta europea. El peor,
en mi opinión, es una 'H' muy aspirada. Solo puedo pronunciarla
sujetando mi lengua con un dedo. Pero claro, no puedes mantener una
conversación con un dedo metido en la garganta, ¿no?", le escribió a su
padre.
Bell empezó a publicar artículos en los que
describía las ruinas y yacimientos que encontraba en la 'Revue
archéologique', que editaba Salomon Reinach, al que conoció en París en
1904, un año antes de iniciar otra expedición a Líbano. Bell viajaba
sola. Sin compañeros occidentales, se entiende, porque solía contratar
guías y sirvientes locales, por lo que se desplazaba con un pequeño
grupo de asistentes que, si se torcían las cosas, se convertían en
escoltas. Procuraba disfrutar de ciertas comodidades, así que se
desplazaba con gran cantidad de baúles que contenían desde polvo
antipulgas hasta una bañera desplegable, además de vestidos y una
vajilla completa. Bell nunca se disfrazó de hombre para evitar
problemas, como sí hicieron otras viajeras de la época, y de hecho
siempre llevaba falda, incluso al montar a caballo, pues se negaba a
usar pantalones.
Semejante personaje llamaba la atención en el
Oriente Próximo de principios de finales del siglo XIX y principios del
XX. Pero en su caso fue para bien. Su exotismo atrajo a los jeques y
jefes tribales. Morató explica que "sus temerarias expediciones en
solitario la habían hecho famosa y todos querían conocerla, algo que la
hacía sentirse importante". En una carta desde Bagdad, la aventurera
explica a su familia que "en este país soy alguien. ¡Soy alguien! Parece
que una de las preguntas que todo el mundo le hace a los demás es '¿ha
conocido usted a la señorita Gertrude Bell?'"
La mayor parte del
trabajo arqueológico de la viajera es descriptivo: localizaba los
yacimientos, a menudo inéditos, los describía y los documentaba con
cientos de fotografías. Amanda Adams llega a decir que no participó en
una campaña de excavación propiamente dicha. Pero no es del todo exacto.
En 1907 codirigió junto al arqueólogo escocés William Mitchell Ramsay
una excavación en el yacimiento bizantino de Binbirkilise, situado en
Anatolia. La ciudad era conocida como la de 'las mil y una iglesias'.
Estos templos, de los que ya solo queda apenas una docena, fueron el
centro de atención de los dos excavadores, que en realidad se dedicaron a
despejar las estructuras más notables para su estudio arquitectónico
sin tener en cuenta ninguna estratigrafía. Ramsay, que había visitado el
yacimiento por primera vez acompañado de Sir Charles Warren en 1882,
escribió que, "en nuestras excavaciones, nunca profundas, no encontramos
ningún artículo que mereciera recogerse".
La aproximación al
estudio de la arquitectura de Binbirkilise "fue sistemática y
disciplinada" por parte de Ramsay y Bell, explican Robert G. Ousterhout y
Mark P. C. Jackson en la introducción de una reciente edición de 'The
Thousand and One Church' (Universidad de Pensilvania, 2008), el libro
que documenta la expedición, publicado en 1909. Sus partes II y III son
obra de Bell en solitario. En ellas describe al detalle las iglesias
bizantinas del yacimiento y establece su tipología y una secuencia
cronológica de su construcción. Las partes I y IV del libro son de
Ramsay. Se ocupan de cuestiones históricas y geográficas, además de
comentar otros monumentos del yacimiento y sus partes más antiguas, que
se remontan a época hitita. A pesar de que el número de páginas escritas
por Bell es muy superior al de las de Ramsay, la firma de él va por
delante.
Yacimientos enormes
Hay que subrayar que la
arqueología a la que se incorpora la exploradora inglesa es una
disciplina en formación. Y más todavía en Oriente Próximo. Sus
practicantes occidentales -ingleses, alemanes, franceses...- se han
formado excavando yacimientos romanos, asentamientos de la Edad del
Hierro y túmulos neolíticos en sus países de origen. En el mejor de los
casos, han adquirido experiencia en Egipto. En Siria y Mesopotamia se
enfrentan a un tipo de yacimiento para el que no se ha desarrollado aún
una metodología específica: se trata de inmensos tells, yacimientos
inabarcables que ocupan kilómetros de extensión y alcanzan alturas de
decenas de metros. Alturas que cubren acumulaciones de etapas de
ocupación que pueden llegar a abarcar desde el Neolítico a la Edad Media
sin solución de continuidad. A veces, la 'cumbre' sigue siendo un
pueblo habitado. En otras, hay un cementerio árabe con tumbas de santos
que no conviene ni rozar. Cada excavador aprende por su cuenta y
desarrolla sus propios métodos, a menudo a costa de la destrucción de
yacimientos enteros, algunos de los cuales llegan a la década de los
años 20 convertidos en auténticos patatales -como escribirá Mortimer
Wheeler-. Trabajan con grupos numerosísimos de obreros y cada director
desarrollará sus manías y métodos para manejarlos. El trato oscila entre
el paternalismo en el mejor de los casos y la tiranía en el peor; el
fondo es siempre colonialista.
Se discute sobre la
conveniencia de recompensar con una propina extra a los trabajadores
locales que den con un hallazgo notable, o sobre separarlos o no por
grupos tribales, o sobre los castigos en público a los revoltosos, o
sobre la necesidad de usar armas para defenderse de los nativos. En
muchos yacimientos, los arqueólogos llevan revólver o un rifle. En
Karkemish (en la frontera entre Turquía y Siria) van armados todos,
desde el director y su asistente hasta el último obrero, y una costumbre
adquirida de la excavación será celebrar cada gran descubrimiento (una
estela hitita, una estatua, cualquier cosa monumental) con una salva de
fusilería, para terror de los visitantes occidentales desprevenidos.
Todos
estos arqueólogos insistirán en sus publicaciones y libros de
divulgación en que su objetivo es desentrañar el pasado, en reconstruir
la historia de las grandes civilizaciones de la región, y subrayarán la
naturaleza científica de su trabajo. Pero a menudo este discurso solapa
el interés por obtener piezas excepcionales que puedan ser exhibidas en
los grandes museos de sus respectivas naciones. Esta es la arqueología
con la que se encuentra Gertrude Bell y con la que, a pesar de las
carencias de su propio trabajo en Binbirkilise, se mostrará muy crítica
en su visita a Karkemish, en la que conocerá a su futuro amigo y colega
de aventuras T. E. Lawrence, esto es, 'Lawrence de Arabia'. Él tenía 23
años y ella 42 cuando se encontraron por primera vez. Para aplacar el
disgusto evidente de ella por la forma en la que se estaba llevando la
excavación, Lawrence y su compañero Reginald Campbell desplegaron su
erudición en una charla interminable. "La dejamos agotada, pero
impresionada -escribirá Lawrence-. Es agradable, de unos 36 años, no es
guapa (excepto cuando lleva velo, quizá). Si hubiera denunciado nuestros
métodos por escrito habría sido realmente fastidioso. Creo que no lo
hará".
Como reconocimiento a su labor, Bell fue nombrada 'fellow'
de la Royal Geographical Society en 1913. Pero la Gran Guerra
interrumpiría su carrera arqueológica. El petróleo había sustituido al
carbón como combustible principal de los barcos de la Royal Navy y cada
vez había más automóviles. Para el Imperio Británico era necesario
controlar Arabia y Mesopotamia. El conocimiento de Bell de aquellos
países, y sobre todo sus contactos e influencia sobre sus caóticas
jefaturas tribales, hizo que sus servicios fueran requeridos por el Arab
Intelligence Bureau of the British Army, en El Cairo. Se convirtió en
indispensable a la hora de tratar con los jeques de la zona del Golfo
Pérsico y se trasladó a Basra en 1916.
Después de
que los británicos quitaran Bagdad a los turcos, Bell fue nombrada
'secretaria oriental' ('oriental secretary'), responsable de tratar con
las autoridades locales. Su objetivo fue convertirlas en manejables
títeres del Reino Unido. Bell era una defensora de la independencia de
Irak, pero solo concebía la misma bajo la protección -es decir, el
manejo- de su país. Su trabajo consistió en colaborar en el 'montaje' de
una nueva monarquía unificada con Faysal ibn Husayn como rey. A las
órdenes de Winston Churchill, la arqueóloga fue la única mujer que
participó en la conferencia de El Cairo de 1921 que selló el proyecto.
Su papel fue mucho más allá, pues intervino en la redacción de las leyes
fundamentales del nuevo país e incluso trazó sus fronteras, las mismas
que tantos problemas han supuesto después.
Prohibido excavar sin permiso
Pero
acabada su misión, fue dejada de lado. Dada su buena relación con el ya
rey Faysal I, decidió quedarse en Irak y ocuparse de su patrimonio
arqueológico. Se las apañó para sacar adelante una ley que prohibió
realizar excavaciones en cualquier terreno del país sin un permiso
escrito. Además, fundó el Museo Arqueológico de Bagdad, al que donó su
propia colección, y supervisó las excavaciones extranjeras en el
territorio. Entre sus labores como directora honoraria de Antigüedades
de Irak estaba controlar el reparto de los artefactos obtenidos por las
expediciones extranjeras. Arqueólogos como Leonard Woolley, excavador de
Ur y compañero de Lawrence, y Max Mallowan, marido de Agatha Christie,
la recordarían como inflexible, exigente y autoritaria en este cometido.
No había lugar a la negociación o el regateo. Por ello Mallowan
escribió en sus memorias que "ninguna tigresa hubiera salvaguardado los
derechos de Irak como lo hizo ella". "Soy más ciudadana de Bagdad que
muchos nacidos en Bagdad, Y apostaría que ningún bagdadí se preocupa
más, o la mitad, por la belleza del río o de los jardines de palmeras, o
se aferra más a los derechos de ciudadanía que he adquirido", escribió a
su padre en una carta fechada el 30 de enero de 1922.
El
contacto con sus padres no se perdió nunca. Su autoridad sobre ella
tampoco. Cuando a los 24 años les pidió permiso para casarse con Henry
Cadogan, secretario de la embajada británica en Persia, al que conoció
en Teherán y con quien disfrutaba cabalgando por el desierto, aceptó su
negativa sin rechistar. El motivo de la desautorización de los Bell fue
que Cadogan tenía fama de jugador. Gertrude Bell nunca se casó. Veinte
años después de su frustrado romance con Cadogan, mantuvo una especie de
idilio platónico con el militar Charles 'Dick' Doughty-Wylie. Estaba
casado y Bell se negó a mantener ningún contacto físico con él por esta
causa. Era una defensora convencida del matrimonio y en ningún momento
consideró mantener una relación adúltera, para ella inaceptable. Bell
era muy conservadora, tanto que llegó a luchar contra el voto femenino
militando en la Liga Británica Antisufragista. Consideraba que las
mujeres de su tiempo no estaban preparadas para tomar decisiones
políticas importantes. Algo como mínimo chocante viniendo de una mujer
que prácticamente montó una monarquía y trazó las fronteras de países
enteros.
Gertrude Bell murió en la capital de Irak la noche del 11
al 12 de julio de 1926, a los 57 años. El día 11 envió una nota a un
amigo en la que le rogaba que se preocupara por que no le faltara de
nada a su perro. La mañana del 12 la encontraron muerta en su
dormitorio. En la mesilla había un bote vacío de somníferos. Fue
enterrada en el cementerio británico de Bagdad esa misma tarde. Una
multitud asistió al funeral. Además de sus libros, dejó 16 volúmenes de
diarios, unas 1.600 cartas y 7.000 fotografías de gran valor, porque en
muchos casos forman la única documentación disponible de yacimientos
enteros que han desaparecido por el pillaje o por la guerra. El estreno
de la película 'Queen of the desert', dirigida por Werner Herzog y ahora
en fase de posproducción, recuperará su recuerdo a finales de este año.
En ella Nicole Kidman da vida a la exploradora que en una carta fechada
en 1892 escribió "qué grande es el mundo. Qué grande y qué
maravilloso".
https://www.elcorreo.com/vizcaya/20140425/mas-actualidad/sociedad/reina-desierto-201404242232.html
3.
Mujeres en la historia
La constructora de Irak, Gertrude Bell (1868 - 1926)
El 23 de agosto de 1921 el emir Faisal era coronado rey de Irak. Su
elección había sido fruto de amplias negociaciones, conferencias en
París y El Cairo pero, sobre todo, de las indicaciones de una dama
inglesa que conocía el mundo árabe como la palma de su mano. Rica,
elegante, amante del desierto, Gertrude Bell fue una mujer fascinante
que se pasó buena parte de su vida viajando por Oriente Próximo,
conviviendo y estudiando su cultura y su gente, de la que se ganó un
profundo respeto. Sus conocimientos del terreno fueron de gran valor
para el gobierno británico quien la contrató para formar parte del
equipo de inteligencia militar de la Oficina de Oriente. Sus viajes,
estudios arqueológicos y cometidos políticos salvarían, por un tiempo, a
Gertrude Bell de la tristeza y la melancolía.
Una niña rica
Gertrude Margaret Lowthian Bell nació el 14 de julio de 1868 en el
condado inglés de Durham. Su madre se llamaba Mary Shield y su padre
Hugh Bell. Hugh era heredero del gran magnate de la siderurgia sir Isaac
Lowlluan Bell. Gertrude había nacido en uno de los hogares victorianos
más ricos y prósperos pero la felicidad fue truncada por la muerte
prematura de su madre cuando dio a luz a su hermano Maurice. Gertrude
tenía entonces tres años y la desaparición repentina de la madre
fortalecería muchísimo la relación de tuvo con su padre la cual no
desaparecería a lo largo de toda su vida. Ni tan siquiera cuando Hugh
volvió a casarse en 1876 con Florence Olliffe, una joven escritora de
veintiséis años que descubrió a la pequeña los fantásticos cuentos
orientales.
Su padre y su madrastra tendrían tres hijos, Elsa, Molly y Hugo y en
aquel tiempo Gertrude pasó largas temporadas con sus primos y abuelos y
fue educada en casa. Cuando la joven cumplió dieciséis años, su padre,
consciente del talento de su hija no dudó en enviarla a estudiar al
prestigioso colegio femenino londinense Queen’s College. Allí Gertrude
demostró ser una estudiante modelo y destacó hasta tal punto que su
profesor de historia le propuso continuar sus estudios en Oxford, un
lugar muy poco común para una mujer y donde su estancia académica no
estuvo exenta de comentarios machistas por parte de profesores y
estudiantes.
A pesar de los prejuicios sociales, Gertrude se había convertido en una
joven coqueta, inteligente pero con tal nivel de arrogancia que espantó a
cualquier posible pretendiente. Empezaron entonces unos años difíciles
en los que la búsqueda de marido se convirtió en una tarea poco menos
que imposible.
Buscando su camino
Gertrude Bell era una joven de poco más de veinte años que a pesar de
haber demostrado grandes capacidades intelectuales no había conseguido
el principal cometido de una muchacha en la Inglaterra victoriana,
convertirse en esposa y madre.
Cansada de la búsqueda infructuosa de marido decidió dar un giro radical
a su vida y marchar lejos de casa. Ni más ni menos que a Irán, donde
estaba dispuesta a encontrar, sino el amor, al menos su camino vital.
En la embajada británica Gertrude sí conoció a un hombre que la atrajo,
Henry Cadogan. Henry era secretario de la embajada, inteligente, culto,
encantador pero había un pequeño detalle que el padre de la joven no
pasaría por alto, la falta de fortuna. Esta fue la razón que adujo Hugh
Bell para negarse a la petición de matrimonio de su hija. Y ella lo
aceptó con todo el dolor de su corazón, tal era el respeto que sentía
por su padre.
De vuelta a Inglaterra, Gertrude plasmó en su primer libro las
experiencias vividas en Persia. Persian Pictures se publicaría en 1894.
Un año antes había recibido la trágica noticia de la muerte en un
accidente de su amado Henry Cadogan.
En 1899, después de varios viajes por Europa atravesando montañas y
disfrutando de la cultura occidental, decidió volver a Oriente. Esta vez
con un objetivo más audaz, viajar al desierto en una expedición
organizada por ella. Aun pasarían unos años estudiando y preparándose
para aquella aventura que la adentraría en un peligroso mundo nómada en
el que conocería culturas totalmente opuestas a sus orígenes. The desert
and de sown, publicado en 1906, fue su testimonio de aquella aventura.
Los siguientes años los pasó en Turquía, volcada en la arqueología y
continuó realizando viajes al desierto, con su elegante equipaje, pero
dispuesta a vivir esa total sensación de libertad que necesitaba para
seguir adelante con su existencia solitaria.
Fue en una de esas expediciones arqueológicas en Mesopotamia cuando en
1911 conocería a un joven estudiante llamado T.E. Lawrence y que la
historia bautizaría como Lawrence de Arabia.
La política en Oriente Próximo salvó a Gertrude de la depresión, sobre
todo después de haber sufrido su segundo desengaño amoroso tras perder a
un amor imposible, un hombre casado y que tendría también un final
trágico.
El gobierno inglés contrató a la aventurera conocedora del mundo árabe
gracias a sus constantes expediciones al desierto y a su constante
contacto con las tribus árabes. Su papel más importante se encontraría
en la conformación de Irak. Como secretaria para Oriente, Gertrude pudo
tomar sus propias decisiones en materia política y tomo las riendas de
la construcción de Irak, un largo camino que culminó con la coronación
del emir Faisal como rey iraquí.
Pero al final de su trayectoria vital y profesional, Gertrude Bell
volvía a estar sola. El nuevo rey ya no la necesitaba y ella se
encontraba en aquel verano de 1926 con casi sesenta años, sola, sin una
familia a la que cuidar o que cuidara de ella. Cuando el 12 de julio ya
no despertó, la sombra del suicidio, causa de la muerte nunca declarada
oficialmente, sobrevoló en su hermoso palacio.
Gertrude Bell fue una mujer de carácter cuya inteligencia y valentía no
encajaron con la sociedad victoriana que le tocó vivir. Así, a pesar de
que para la gran historia contemporánea jugó un papel determinante en la
construcción de Oriente Próximo, al final su vida fue un continuo huir
hacia delante, buscando su verdadero lugar en el mundo. Quizás fueron
sus estancias en el desierto, con las gentes nómadas que habitaban en
él, el único consuelo que tuvo en su vida.
4.
Gertrude Bell, la dama inglesa que soñó Babilonia
Es un museo situado en Bagdad, Iraq que alberga preciosas reliquias de
la civilización mesopotámica, algunas de las cuales fueron saqueadas
durante la invasión de Iraq de 2003.
El museo fue inaugurado bajo el nombre primigenio Museo Arqueológico de
Bagdad por el escritora y viajera británica, Gertrude Bell en 1926, poco
antes de fallecer.
A la edad de 53 años ya era la mayor especialista en la compleja política de la región Mesopotámica
actualmente conocida como Irak. La llamaban la “Lawrence de Arabia femenina”
El 12 de julio de 1926, Bell fue encontrada muerta, aparentemente de una sobredosis de pastillas para dormir. Hay
un gran debate sobre su muerte, pero se desconoce si la sobredosis fue
un suicidio intencional o accidental ya que ella había pedido a su
criada que la dejase sola.
Ella nunca se casó ni tuvo hijos. Algunos
dicen que la muerte del Mayor Charles Doughty-Wylie le afectó para el
resto de su vida y puede haber contribuido a un estado depresivo. Fue enterrada en el cementerio británico en Bagdad , en el distrito Bab al-Sharji .
Su entierro fue un acontecimiento importante, al que asistieron un gran
número de personas, incluyendo a sus colegas, los funcionarios
británicos y el rey de Irak. Se
dijo al rey Faisal observó la procesión desde su
balcón privado, ya que llevaron el ataúd a hombros hasta
el cementerio.
Un obituario escrito por su par David G. Hogarth expresa el respeto de los funcionarios británicos para con ella. Hogarth escribió en su honor diciendo:
Ninguna mujer en los últimos tiempos ha combinado sus
cualidades – su gusto por la aventura ardua y peligrosa, con su interés y
el conocimiento científico, su competencia en la arqueología y el arte,
su talento literario distinguido, su simpatía por todo tipo y condición
de los hombres, su visión política y apreciación de los valores
humanos, su vigor masculino, el sentido común y difícil de eficacia
práctica – todo moderado por el encanto femenino y un espíritu muy
romántico.
http://www.bloganavazquez.com/2012/01/19/gertrude-bell-la-inglesa-que-sono-babilonia/
5.
Más allá de tal arco iris de oscuros conflictos milenaristas, me
atrae muy poderosamente la personalidad de Gertrude Bell, gran
lingüista, orientalista emérita, espía, estratega, la primera mujer que
llegó a doctorarse en historia contemporánea en Oxford, arqueóloga
ejemplar, viajera apasionada, que, entre 1900 y 1913 recorrió más de
30.000 kilómetros, en camello, en coche, a caballo, a pie, etc., entre
Turquía, Siria, Irak, Líbano, Israel, Egipto, “naciones” que todavía no
tenían su fisonomía actual, que ella contribuyó a forjar, como primera
mujer oficial del contraespionaje militar del Imperio Británico (una military intelligence donde ella tuvo como colega algo más turbulento a T.E. Lawrence).
Para acabar de seducirme, Gertrude Bell es autora de una traducción más o menos canónica del diván de Hafez / Hafiz, el más alto de los místicos y poetas persas de todos los tiempos.
Fuente: http://unatemporadaenelinfierno.net/2006/09/13/gertrude-bell-aventuras-espionaje-mistica-y-guerra-revolucionaria/
6.
Gertrude Bell, la dama de las arenas.
Arqueóloga y arabista, Gertrude Bell fue también una eficaz espía
británica y una gran geopolítica. Ella dibujó el mapa de Irak tras la
Primera Guerra Mundial que ha marcado dramáticamente la historia de
Oriente Medio desde entonces. Cuando se cumplen 90 años de su misteriosa
muerte, te contamos su apasionante historia.
En la madrugada del 12 de julio de
1926, la Reina del Desierto yace muerta en su lecho de su residencia de
Bagdad, junto a un frasco vacío de somníferos. No se sabe si se suicidó o
no. Gertrude Bell había encargado a su doncella que la despertase a la
mañana siguiente. Ha muerto una de las exploradoras, arqueólogas y
diplomáticas más importantes de su generación.
Gertrude Bell estaba destinada a convertirse en la perfecta esposa
victoriana, cuyo cometido es administrar la casa, supervisar la
educación de los hijos y dejar que los hombres moldeasen un mundo para
ella, sin ella y a pesar de ella. Por suerte, su padre, un político,
pensó que sería interesante no alejar a su hija de las conversaciones
sobre política internacional y le permitió estudiar en la Universidad
una de las escasas carreras que admitían mujeres. Gertrude se doctoró en
Historia Moderna en Oxford.
Con 24 años Gertrude tiene su primer contacto con Oriente Medio. Ha
convencido a su padre para recibir autorización para visitar a unos
familiares destinados en la embajada británica en Teherán.
A su vuelta a Inglaterra, Gertrude recopila todas sus notas de
etnografía y sus fotografías de los beduinos para la publicación de su
primer libro PERSIAN PICTURES (1894), en cuya elaboración ejerce una
gran influencia la madrastra de Gertrude, Florence O Cliffe.
Entre 1900 y 1918 Bell aprovecha su paso por distintos destinos de su
padre en Oriente Medio para explorar. Escribe libros, establece
contactos con los jeques beduinos, hace regalos a sus esposas, traza
mapas...Toma 7000 fotos de estos grupos que se conservan en un archivo
de la Universidad de Newcastle. Gertrude recorre el desierto llevando
consigo a sus criados y sus baúles con su vestuario, su bañera portátil y
su vajilla de porcelana.
Bell se siente tan a gusto fumando una pipa con los beduinos como
compartiendo confidencias con las mujeres de los harenes de sus
anfitriones. Y no duda en tumbarse en el suelo con un vestido de faena
para ayudar a los peones de las excavaciones arqueológicas en Karkemish,
donde además, coincide con un joven compañero de Oxford llamado. T. E.
Lawrence.
Cuando estalla la Primera Guerra Mundial ambos son reclutados a causa de
su conocimiento de la psicología y la etnografía de los árabes por el
Servicio de Inteligencia Británico de El Cairo, Egipto. El objetivo es
acabar con el Imperio Otomano en Oriente Medio. Entre sus misiones
secretas para ganarse el apoyo de los líderes tribales Bell obtiene el
apodo de Al Khatun, La Dama del Estado.
Ella desea, como Lawrence, un estado dirigido por los árabes con
asesores ingleses. Por eso le duele mucho encontrarse con un reparto del
nuevo pastel colonial. Habría una provincia gestionada por el Imperio
británico con asesores árabes.
Le piden que tracen un mapa de una región en Mesopotamia llamada Iraq y
ella lo hace. Las condiciones es que los ingleses deben tener acceso a
los recursos energéticos de la región del Tigris y del Eúfrates y
proporcionar a la Armada Inglesa un puerto en el Golfo Pérsico. También
se debe evitar que los kurdos tengan su propio Estado - a día de hoy
siguen sin tenerlo- en beneficio de los intereses árabes. Bell mueve su
ficha diplomática para sentar en el trono de Irak al príncipe Feysal,
hijo del Jerife de La Meca. Este mueve sus propias fichas e independiza
el país de sus asesores y protectores británicos en 1932. Pero es un
país inestable donde distintas facciones luchan por el poder. Los
monarcas de Irak son derrocados en los años 50. En 1968, un partido de
ideología suní toma en control. Se le conoce como el Baas. En 1979
accede al control del país un líder laico llamado Saddam Hussein que
asesina en negras fosas comunes a los kurdos y los chiítas. Tras dos
guerras a causa del interés de Saddam por armas que podrían
desestabilizar la región contra los Estados Unidos, Saddam y sus dos
hijos son derrocados y asesinados en 2003.
Bell pasa el periodo de entreguerras dedicada a la documentación y
protección del rico patrimonio arqueológico de Irak. También crea la
Biblioteca Nacional.
Murió sola, sin un marido ni hijos a su lado, aunque inició una
relación con un hombre casado antes de la Primera Guerra Mundial que
terminó mal. Le pidió en reiteradas veces al mayor Charles Doughti-
Willie, que abandonase a su esposa para irse con ella. "Es eso o nada. No puedo vivir sin tí".
Fue nada para las dos mujeres implicadas en el triángulo amoroso, porque
Doughti- Willie fue uno de los oficiales caídos en Gallípolli.
Se puede visitar la tumba de Gertrude Bell en el cementerio cristiano de
Bagdad, donde fue enterrada con honores. Incluso un asesino dictatorial
como Saddam Husseim hablaba con respeto de ella. Es lo bueno de estar
muerta y no poder causar problemas, que eres buena hasta que se
demuestre lo contrario.
"Nuri Said dice que solo hay una Khatum... que en los próximos
años se hablará de la Khatum que pasaba montada a caballo. Y creo que
así será".
GERTRUDE BELL, en una carta a su padre.
http://elrincndecuchi.blogspot.com/2016/10/gertrude-bell-la-dama-de-las-arenas.html
7.
Gertrude Bell fue la mayor enemiga del sufragio femenino... y la mayor aventurera del Imperio Británico
Hablaba
ocho idiomas, fue espía, montañera, arqueóloga, aventurera y
diplomática. Dio forma a Irak. Y no quería que las mujeres votasen.
La semana pasada celebramos 100 años, y solo
100, de uno de los mayores avances sociales de la Historia de la
Humanidad: el voto femenino en Inglaterra. Hoy es el centenario de Clara
Campoamor, una de las grandes defensoras del sufragio para las mujeres
en España.
Que las mujeres tienen el mismo derecho a votar que los hombres es
algo que hoy hemos asumido como natural, pero que fue el producto de
mies de protestas tanto moderadas (las sufragistas de Millicent Garrett) como un tanto más extrema (las sufragettes de Emmeline Prankhurst, con “acciones directas”, violentas e incluso explosivas) .
Ambas tuvieron una gran enemiga en una figura que hoy es un icono
feminista a reivindicar, pero que en su momento fue una de las mayores
opositoras al voto femenino: Gertrude Bell, arqueóloga, exploradora, diplomática, espía, alpinista…
Bell nació en 1868, poco después de que John Stuart Mill llevase por primera vez al Parlamento la idea del voto femenino.
Hija de un noble y empresario industrial y nieta de diplomático, su
prodigiosa cabeza la llevó a dominar no menos de ocho idiomas y
a vivir una vida casi masculina para la época. Bell no sólo pudo viajar
-más como aventurera que como turista- gracias a la fortuna familiar,
también educarse nada menos que en Oxford, donde las mujeres no tenían
permitido dar clase, no podían relacionarse con sus compañeros
masculinos y tenían prohibido intervenir en clase. Allí estudió Historia
(una de las pocas carreras que se le permitía a las mujeres) y fue la
primera mujer en licenciarse con honores. ¿Qué hizo después?
Viajar. Dedicarse a la
arqueología. Descubrir la diplomacia de la mano de su abuelo
-Gertrude, huérfana de madre desde los tres años, se
había criado casi como varón -. Escribir. Escalar.
Conquistar los Alpes. Entre 1899 y 1904, Bell dominó
el Mont Blanc y La Meija, y abrió al menos 10 nuevas rutas en los Alpes
berneses. Incluso una de las cimas lleva su nombre. Cuando las
sufragistas estaban a punto de dividirse para siempre entre moderadas y
radicarles, Gertrude estaba bautizando una cima alpina: Gertrudespitze.
O pasando dos días al borde de la muerte colgando de una cuerda
a 4.000 metros de altura en una cara inexplorada del Finsteraarhorn:
“48 horas en la cuerda. (...) Mis pies se han congelado un
poco”.
Bell convirtió sus viajes y su capacidad políglota en una excelente
red de contactos, especialmente en Asia Menor. Una que el Imperio
Británico supo aprovechar. Directa o indirectamente, a Bell se la
considera una de las figuras claves de la diplomacia británica en la
región mesopotámica y, sobre todo, una de las edificadoras de Irak como
país. Pero eso sería después de una
década en la que Bell, soltera y sin compromiso, recorrió
todo el Eúfrates, la Anatolia y zonas mesopotámicas
que habían estado vedadas para los europeos durante décadas. Al mismo
tiempo que esta mujer increíble exploraba el mundo como una Lara Croft de principios de siglo, sus diarios y sus cartas reflejaban su potente antisufragismo.
La antisufragista Bell es un buen ejemplo de que incluso las
conquistas sociales se encuentran con oposición incluso en los grupos a
los que favorece. En 1908, Bell aceptó el puesto de secretaria de la
recién nacida Liga Nacional de Mujeres contra el Sufragio, que creció rápidamente hasta tener más de 10.000 socias
en un par de años, y donde Bell era una de las figuras públicas. En sus
diarios, Bell hablaba de cómo hasta en los viajes en tren convencía a
las mujeres que se encontraba para que pasasen a ser parte de “las
antis”.
Las antis no se oponían totalmente al voto: consideraban que las
mujeres podían votar en las elecciones locales. Pero en las generales,
donde es “la fuerza física del hombre la que ha creado el Estado”, las
mujeres “pertenecen a otra esfera” y podrían “poner en peligro a
Inglaterra, dado que su naturaleza y sus circunstancias las han privado
del conocimiento político necesario”. Con lo que era mejor que se
dedicasen a la vida doméstica. La forma sutil en la que las mujeres ricas como Bell le decían a las pobres que menos voto y que a fregar. Por Inglaterra.
Y eso que Inglaterra no fue el primer país en incorporar el voto femenino. Ni siquiera el primer país británico: Nueva Zelanda permitió el voto en 1893 y Australia le seguiría en 1902,
incorporando la posibilidad también de que las mujeres se presentasen a
cargos políticos. En Europa, Finlandia y el resto de países nórdicos se
adelantarían varios años a esta celebración. Pero el país que empezó a
promover la idea -la primera vez que se incorporó como promesa electoral
fue en 1865 en el Reino Unido- y que todavía era el centro del mundo
fue de los que más se resistieron: hasta el final de la Primera Guerra
Mundial. Las mujeres tuvieron que pelear durante dos generaciones para
conseguir el voto.
Bell, afortunadamente, perdió la batalla anti. Tampoco era el mayor
de sus problemas. Estuvo presente como enviada de los británicos en la
Conferencia de París de 1919, donde se repartió el mundo posterior a la
Gran Guerra. Y un año después presentó su propuesta para “civilizar”
Mesopotamia. Gran parte de las fronteras actuales de Jordania,
Irak, Siria y el resto de la región se deben a ella (incluyendo, por
supuesto, el problema kurdo, que desde entonces son un pueblo sin Estado) .
Se dice que Churchill confiaba mucho más en ella que en el otro
aventurero reconvertido en diplomático: Lawrence de Arabia. Bell murió
en 1926, sin descendencia.
https://www.revistavanityfair.es/poder/articulos/gertrude-bell-antisufragista/29001
Para nada
concuerdo con el machista pensar que llevó al autor del artículo N°1 del presente
escrito y de otros que dicen: Gertrude Bell, la "Lawrence de
Arabia femenina". En justicia y méritos algunos artículos
sobre el más conocido Lawrence de Arabia debieron decir Lawrence el Gertrude
Bell masculino. Es más Winston Churchill, entonces secretario de Estado para las
colonias británicas, la invitó en 1921 a una conferencia en
El
Cairo, donde se le pidió trazar los límites de lo que en
ese momento llamaban
Mesopotamia e intervino de manera convincente y destacada en la
redacción de
las leyes fundamentales del nuevo país e incluso trazó
sus fronteras y
Churchill confiaba mucho más en Gertrude Bell que en Lawrence de
Arabia. Es
decir reitero lo mal puesto del título de ese artículo
acá dejado. Gertrude no
necesitó de Lawrence para realizar su especial Misión,
Lawrence si necesitó de
la enseñanza y apoyo de Gertrude para lograr la suya. Espero
que con estos siete artículos nos quede claro quién fue y por
qué recibió por parte del mundo
árabe con admiración y respeto el nombre de la "Reina del
Desierto" quien sin Lawrence por igual sería la Reina del
Desierto y Lawrence sin Gertrude no sería el de Arabia.
Sobre su muerte por sobredosis de somníferos se
habla de
accidente o, en especial por la nota pidiendo que cuidaran a su perro
sería suicidio, pero por igual yo agregaría a la duda el
homicidio.
Sobre
su rechazo al sufragio femenino siendo ella la Reina de la Femineidad
de la época, bueno; nadie es perfecta o perfecto...
Dr. Iván Seperiza Pasquali
Quilpué, Chile
Enero de 2020
Portal
MUNDO MEJOR: http://www.mundomejorchile.com/
Correo
electrónico: isp2002@vtr.net