385
Spinoza
1632 - 1677
Baruch Spinoza y Albert Einstein consideraban que Dios
es básicamente
la suma total de las leyes físicas que describen al Universo.
Carl Sagan
Proemio
En el reciente escrito 381, titulado "Einstein y Dios" me llamó la
atención que Einstein menciona a Spinoza señalando:
Entre sus biógrafos opinan que:
El Dios en el que creía Einstein era el Dios de Spinoza,
de modo que la Naturaleza y Dios se identifican
Gerald Holto
Einstein era un pitagórico creyente "en el Dios de Spinoza que se
revela en la armonía del mundo, no en un Dios que se ocupa del destino y
los actos de los seres humanos". Sentía una gran admiración por el
filósofo Baruch Spinoza y cuya visión del mundo le resultaba próxima a
la que él mismo había elaborado a partir de la física del siglo XIX.
Para entender el papel de la
experiencia religiosa en la vida de Einstein, hemos de
retroceder a su juventud. A los
doce años, al someter la interpretación literal
de la Biblia al análisis
científico, entró en una crisis de fe que le llevó a un
episodio de ateísmo. La posterior
lectura de los escritos de filósofos, como
Spinoza, y, sobre todo, sus
propias reflexiones personales sería lo que le
reconcilió con la creencia en
Dios. Puede decirse que debajo de la experiencia
religiosa de Einstein late el
corazón de dos filósofos que fueron muy queridos
por él: Arthur Schopenhauer
(1788-1860) y, sobre todo, Baruch Spinoza (1632-1677).
En repetidas ocasiones, Einstein
se proclamó seguidor de Spinoza en su
concepción filosófica del mundo,
de Dios, de lo humano y de la religión.
No
hablaremos aquí de la notable
influencia de la filosofía de Spinoza sobre el
desarrollo de la filosofía misma
y de las ciencias moderna y contemporánea,
sino de cómo concebía a Dios.
Para la Filosofía de la Religión de Spinoza y de
Einstein, Dios y el universo
constituyen una totalidad esencial, una unidad.
Para Spinoza, Dios está presente
en cada una de las manifestaciones
materiales, en cada objeto que
puebla el Universo por más pequeño que sea.
En cada mota de polvo, en cada
átomo, en cada partícula subatómica, está
Dios.
Si Dios es perfecto y ha
cambiado, o ha dejado de ser perfecto o antes en
realidad no lo era y ahora sí,
como Dios es perfecto por definición, entonces no
cabe la posibilidad de cambio, y
como en la filosofía de Spinoza, Dios y el
Universo forman una unidad, si
Dios no puede cambiar, el universo tampoco.
Para Einstein aceptar que el
Universo cambiaba con el tiempo, que
evolucionaba, era como admitir
que Dios mismo cambiaba, que Dios
evolucionaba, por lo que la
perfección de Dios se veía comprometida. ¿Como
podía cambiar algo que era
perfecto? Si Dios era perfecto, no podía cambiar,
no podía verse afectado por el
paso del tiempo. Lo que es perfecto, si cambia,
sólo puede cambiar para
transformarse en algo inferior, pues la perfección ha
de ser un estado único, no puede
haber dos perfecciones y Dios no puede
cambiar a un estado inferior.
Como consecuencia de ello, el
Universo, ha de ser infinito, eterno e inmutable.
Tal vez un resumen de su
pensamiento puede encontrarse en la respuesta que
dio a un rabino americano que le
preguntó si creía en Dios. Respondió: “creo
en el Dios de Spinoza, que se revela
en la armonía de lo existente regido por
leyes, no creo en un Dios que se
ocupe de la suerte y de los actos de los
humanos”. No obstante, en su
discurso en el Seminario Teológico de
Princeton en 1939, dejó claros
sus fundamentos éticos: “Los más elevados
principios de nuestras
aspiraciones y juicios nos los proporciona la tradición
judeo-cristiana”. Sus más
profundas convicciones se enraizaban en dicha
tradición: “Sólo una vida vivida
para los demás vale la pena ser vivida”.
Al releer esta afinidad de Einstein con Spinoza, recibí por idea un
título, "Spinoza", es decir, teniendo el título debo dar forma al escrito 385. Mi intelecto es
limitado, ignoro quien fue Spinoza. Esto, y... me
hizo pensar:
¿Por qué Einstein, alguien que vino del futuro,
admiró y respetó tanto a Baruch Spinoza? Entonces
Decidí buscar sobre ese
filósofo Spinoza y, con sorpresa, orgullo y grato
agrado, lograr intentar dejarlo ahora en la
Galería de Personajes del Portal MUNDO MEJOR, sabiendo que no me
será fácil armar de lo abstracto de su magno pensar algo
ojalá, por lo menos para mí, más concreto y
entendible. Para Spinoza no soy del vulgo ya que el opinó que:
Ahora bien, la Escritura suele pintar a Dios a imagen del hombre y
atribuirle alma, ánimo, afectos e incluso cuerpo y aliento, a causa de
la débil inteligencia del vulgo.
* * *
Desarrollo
La nueva síntesis es un fenómeno del siglo XX, por el cual todos los
campos del conocimiento convergen, para mostrar que la evolución física,
biológica y psicosocial son sólo distintas facetas de un solo proceso
cosmológico. La nueva síntesis se inicia en este siglo con Einstein
quien, mediante su entendimiento profundo de la filosofía de Spinoza,
logró una nueva comprensión de cómo está estructurado el universo.
John David Garcia
Sobre su vida se comenta que:
Baruch
(o Benedictus, como él firmaba, o Bento, como lo llamaban sus amigos) fue dos
veces maldito: en vida, por los judíos, y después de su muerte, por los
cristianos, a pesar de haber sido un hombre bueno, honesto, sabio y
profundamente religioso.
Nació en
Ámsterdam, en 1632. Pertenecía a una comunidad
sefardí de
antiguos españoles y portugueses, que eran rigurosamente
ortodoxos. Vivió
en un barrio floreciente, cerca de la casa de Rembrandt. Entre los 6 y
los 22
años perdió a su madre, a dos hermanos, su padre y su
madrastra, probablemente padeció de silicosis pulmonar por ser tallador pulidor
de cristales, enfermedad que lo
mataría 20 años después.
Spinoza cursó estudios de teología y comercio en la
escuela judía, donde aprendió hebreo y conoció
el Talmud, pero en la escuela latina de Van don Enden descubrió
la filosofía y las investigaciones científicas cartesianas.
Testigo de la lucha entre republicanos y partidarios de los Orange,
tomó partido por la república de Juan de Witt.
Con el
único hermano que le quedaba puso un comercio de fruta.
Concurría
regularmente a la sinagoga y era un estudioso de la Biblia, a la que
conocía demasiado bien. Este conocimiento lo apartó
progresivamente del judaísmo, a
quien acusó de sostener leyes ilógicas, injustas y
anticuadas. En la comunidad había un tremendo conflicto con un
sefardí portugués, Da Costa,
quien fue azotado en la plaza pública y, humillado, se
suicidó. No querían otro conflicto con Spinoza. Le
propusieron una discusión en privado, pero,
viendo que era un polemista imbatible, decidieron sobornarlo,
ofreciéndole una pensión de 1.000 florines para que se
callara y se hiciera ver, de vez en
cuando, en la sinagoga. Esto enfureció a Baruch, quien hizo
público su disenso.
El 27 de julio de 1656, el Colegio Rabínico lo expulsó y maldijo para toda la
eternidad, ordenando que nadie tuviera trato con él. Un fanático intentó
asesinarlo en la calle. Se trasladó a Ringsburg y luego a La Haya...
Fue un notable filósofo racionalista y pensador religioso holandés, considerado
como el exponente moderno más completo del panteísmo. Spinoza recibió una
educación que ponía un gran énfasis en el estudio de las fuentes clásicas
judías. Más tarde, sin embargo, se apartó del judaísmo ortodoxo como
consecuencia de sus estudios de ciencias físicas y por el efecto que le
produjeron los escritos del filósofo inglés Thomas Hobbes y del científico y
filósofo francés René Descartes. En 1656 fue excomulgado por los rabinos, que
le desterraron de Amsterdam. Durante cinco años, Spinoza permaneció en las
afueras de la ciudad, puliendo lentes para vivir. Durante ese periodo escribió su
primer trabajo filosófico, Tratado de Dios, del hombre y de su felicidad, donde
se prefiguran ya las líneas maestras del que sería su sistema filosófico. El Tratado
teológico-político y la disertación De la reforma del entendimiento quizá
fueron escritos también en este periodo, aunque el primero no se publicó hasta
1670 y el segundo hasta 1677. En 1661 se trasladó a Rinjnsburg, ciudad cercana
a Leiden, y dos o tres años más tarde a Voorburg, no lejos de La Haya. Poco
después, al trasladarse a La Haya, se le ofreció una cátedra de filosofía
occidental en la Universidad de Heidelberg. El responsable de ello fue Charles
Louis, el elector palatino. Sin embargo, Spinoza rechazó esta responsabilidad,
para poder mantenerse libre de cualquier restricción que pudieran aplicar los
teólogos sobre sus actividades intelectuales. También rechazó una pensión que
le ofreció el rey de Francia Luis XIV, a cambio de que dedicara al monarca uno
de sus trabajos.
La más completa expresión de Spinoza es su gran obra Etica demostrada según el
orden geométrico (1674). De acuerdo con este tratado, el universo es idéntico a
Dios, que es la 'sustancia' incausada de todas las cosas. El concepto de
sustancia, que Spinoza saca de los filósofos escolásticos, no es el de una
realidad material, sino más bien el de una entidad metafísica, una base amplia
y autosuficiente de toda realidad. Spinoza admitió la posible existencia de
atributos infinitos de la sustancia, pero mantuvo que tan sólo dos son
accesibles a la mente humana, a saber, la extensión, o el mundo de las cosas
materiales, y la racionalidad. El pensamiento y la extensión existen en una
última realidad que es Dios, de quien dependen. La causalidad, en el sistema de
Spinoza, puede hallarse entre los objetos individuales (es decir, entre los
cuerpos físicos) en el atributo extensión, o entre ideas individuales en el
atributo pensamiento, pero no entre objetos e ideas. Para explicar las
aparentes interacciones causales entre objetos e ideas, Spinoza propuso una teoría
conocida como paralelismo, según la cual cada idea tiene un complemento físico
y, del mismo modo, cada objeto físico tiene su correspondiente idea.
El punto de partida de la filosofía de Spinoza es la identificación
de Dios con la naturaleza. Dios es un ser que se confunde completamente
con la naturaleza, tanto si ésta ha sido creada como si se
crea a sí misma. Dios es la sustancia única, de la que
Spinoza dice al principio de la Etica que es "aquello cuya esencia
implica la existencia, es decir, aquello que no necesita de otra cosa
para ser creado". Y, por el conocimiento, el ser humano
accede al amor intelectual de Dios, que hace conocer por medio del
entendimiento intuitivo la esencia singular en forma de eternidad,
la cual no guarda relación con la noción común
de inmortalidad.
Para Spinoza se puede conocer el
mundo, porque el entendimiento, en tanto parte del entendimiento de
Dios, es una modificación o «modo» de la misma sustancia divina,
entendimiento infinito de Dios, que «piensa» su objeto extenso o cuerpo,
de modo que el entendimiento puro puede «aprehender» la realidad,
porque el alma, o sea la idea del cuerpo, «replica» lo que afecta a éste
cuerpo. La unidad del alma y el cuerpo está justificada por la unidad
de la sustancia infinita de la que son sus modificaciones finitas o
modos.
Su posición en la historia de la filosofía es única en muchos
aspectos. No perteneció a ninguna escuela y no fundó ninguna. Aunque en ciertos
puntos su trabajo se basaba en el de algunos de sus predecesores, muestra y
afirma un individualismo tan acusado como para que se le pueda considerar un
simple continuador o epígono, incluso en el caso del pensamiento de Descartes.
Por la profundidad y la grandeza de sus ideas y su notable capacidad de síntesis,
Spinoza se sitúa junto a los mayores pensadores filosóficos de todos los
tiempos. Hasta un siglo después de su muerte, ocurrida el 21 febrero de 1677,
su pensamiento no obtuvo reconocimiento y, aunque su sistema no consiguiera
seguidores organizados, ha tenido, tal vez, la más penetrante influencia de
todos los filósofos modernos con la excepción de Immanuel Kant. No sólo
metafísicos sino también poetas como Johann Wolfgang von Goethe, William
Wordsworth y Percy Bysshe Shelley han consultado y estudiado los trabajos de
Spinoza en busca de inspiración y su pensamiento ha influido en el panteísmo
poético subyacente de muchas interpretaciones modernas de la naturaleza.
Spinoza publicó dos obras en vida:
- Principios de la filosofía de Descartes. Pensamientos metafísicos (1663; versión en holandés, 1664).
- Tratado teológico-político (1670).
El resto de sus obras, incluyendo la Ética, fueron publicadas por amigos suyos en las Ópera pósthuma (OP) / Nagelate Schriften (NS) de 1677, excepto el Tratado breve, que fue descubierto y publicado en 1852:
- Tratado breve (escrito hacia 1660).
- Tratado de la reforma del entendimiento (OP, escrito hacia 1661).
- Ética demostrada según el orden geométrico (OP, escrito en 1661-1675).
- Tratado político (OP, escrito 1675-1677).
- Compendio de gramática hebrea (OP).
Además de las mencionadas, se atribuyen a Spinoza dos pequeñas obras
de carácter científico, publicadas de manera anónima en 1687. Sin
embargo, la autenticidad de estas obras se encuentra en disputa.
- Cálculo algebraico del arcoiris
- Cálculo de probabilidades
Por último, se encuentran las cartas de Spinoza, las cuales están
fechadas entre 1661 y 1676 y son consideradas de interés filosófico.
- Correspondencia (1661-1676).
* * *
Reflexiones y frases de Spinoza
La vida de
Spinoza fue la de un sabio. Para poder pensar con libertad, decidió vivir del
trabajo manual, y dedicó una parte de su tiempo a pulir lentes para
instrumentos ópticos. Sabemos por sus biógrafos que era sencillo y bueno, que
vivía austeramente y que, a pesar de su mala salud, era feliz. También sabemos
que estaba profundamente vinculado a la República de Holanda y que
consideraba que la libertad de conciencia y la libertad política se contaban
entre los bienes más preciosos. Como buscaba los principios de la Religión
verdadera y pretendía reemplazar la revolución por las luces naturales de la
razón, fue acusado de ateísmo. Practicaba, como prueba de su Religión, una vida
sencilla y frugal, indiferente a todo lo que no fuera la Verdad. La salvación
está, pues, en la búsqueda del espíritu de Dios en nosotros. La salvación está
en la filosofía. La filosofía es la verdad de toda religión.
Alain, filósofo francés Émile-Auguste
Chartier (1868-1951)
A
la esencia del hombre no pertenece el ser de la sustancia, o sea, no
es una sustancia lo que constituye la forma del hombre. En efecto: el
ser de la sustancia implica la existencia necesaria. Así pues,
si a la esencia del hombre perteneciese el ser de la sustancia, dada
la sustancia, se daría necesariamente el hombre, y,
consiguientemente, el hombre existiría de un modo necesario, lo
que es absurdo. No hay dos sustancias de la misma naturaleza. Pero,
dado que pueden existir varios hombres, entonces no es el ser de la
sustancia lo que constituye la forma del hombre. De aquí se
sigue que la esencia del hombre está constituida por ciertas
modificaciones de los atributos de Dios.
A la
naturaleza de la sustancia le pertenece existir; su esencia envuelve
necesariamente la existencia.
Además,
no se sigue que esta
idea o conocimiento del alma se de en Dios en cuanto que es infinito,
sino en
cuanto es afectado por otra idea de una cosa singular. Ahora bien, el
orden y
conexión de las ideas es el mismo que el orden y
conexión de las cosas, luego
esta idea o conocimiento del alma se sigue en dios, y se refiere a
Dios, del
mismo modo que la idea o conocimiento del cuerpo.
Ahora bien, la Escritura suele pintar a Dios a imagen del hombre y
atribuirle alma, ánimo, afectos e incluso cuerpo y aliento, a causa de
la débil inteligencia del vulgo.
Aquello que es en sí y se concibe por sí;
esto es, aquello cuyo concepto no necesita del concepto de otra cosa, a partir
de lo cual deba formarse.
Aún más, en la cosa creada es una perfección que ella exista y que sea
causada por Dios, ya que la mayor de todas las imperfecciones es el no
existir.
Comprender es el principio de aprobar.
Cualquier cosa que sea
contraria a la naturaleza lo es también a la razón y cualquier cosa que
sea contraria a la razón es absurda.
Cuanto más conocemos las cosas singulares, tanto más conocemos a Dios.
Demostré que
nadie está obligado, según el derecho natural, a vivir a gusto de otro, sino
que cada uno es protector nato de su propia libertad.
Debido a que no podemos
controlar los objetos que valoramos y que influyen sobre nuestro
bienestar, debemos tratar de controlar las evaluaciones que hacemos de
nosotros mismos para poder disminuir la influencia que los objetos
externos ejercen en nosotros.
Dios es la
causa inmanente y no transeúnte, de todas las cosas.
Digo que no
bastan la "decisión" por la libertad ni la pura reflexión a favor de
la misma. Se requiere "experimentarla". La experiencia de la libertad
sólo puede realizarse en la negatividad, o mejor dicho, a partir de su opuesto.
La "medida" de la libertad es una negación débilmente sustentada en
un factor de difícil localización y complicada expresión: el impulso o, en
términos psicoanalíticos, la pulsión de "no querer ser esclavos de lo que
hay". Esta provocación, aunque se manifiesta espontáneamente, emerge
después de un trabajoso esfuerzo ante la carencia de "rectitud", es
decir, de compasión. Quien no se sienta impulsado a
prestar ayuda a los demás ni por la razón ni por la compasión, es llamado con
justicia inhumano.
Digo
que pertenece a la esencia de una cosa aquello dado lo cual la cosa
resulta necesariamente dada, y quitado lo cual la cosa necesariamente
no se da; o sea, aquello sin lo cual la cosa —y viceversa,
aquello que sin la cosa— no puede ni ser ni concebirse.
El alma humana es apta para
percibir muchísimas cosas, y tanto más apta cuanto de
más maneras pueda estar dispuesto su cuerpo.
El alma humana no puede destruirse absolutamente con el cuerpo, sino que de ella queda algo que es eterno. Se da en Dios necesariamente un concepto o idea que expresa la esencia del cuerpo humano, y esa idea de la esencia
del cuerpo humano es, por ello, algo que pertenece a la esencia del
alma humana. Desde luego, no atribuimos duración alguna,
definible por el tiempo, al alma humana, sino en la medida en que
ésta expresa la existencia actual del cuerpo, que se desarrolla
en la duración y puede definirse por el tiempo; esto es, no
atribuimos duración al alma sino en tanto que dura el cuerpo.
Como, de todas maneras, eso que se concibe con una cierta necesidad
eterna por medio de la esencia misma de Dios es algo, ese algo, que
pertenece a la esencia del alma, será necesariamente eterno.
El alma humana tiene un conocimiento adecuado de la eterna e infinita esencia de Dios.
No hay en el alma ninguna voluntad absoluta o libre, sino que el alma
es determinada a querer esto o aquello por una causa, que
también es determinada por otra, y ésta a su vez por
otra, y así hasta el infinito.
El amor por una cosa eterna e infinita alimenta el alma de pura
alegría y la libra de toda tristeza, lo que es muy de desear y digno de
ser buscado con todas nuestras fuerzas.}
El amor y el deseo pueden tener exceso.
El conocimiento de la esencia eterna e infinita de Dios, implícito en toda idea, es adecuado y perfecto.
El contento de sí mismo puede nacer de la razón, y, naciendo de ella, es el mayor contento que puede darse.
El deseo es la verdadera esencia del hombre.
El hombre piensa.
El miedo no puede
existir sin la esperanza y la esperanza no puede existir sin el miedo.
El objeto de la idea que constituye el alma humana es un cuerpo, o sea,
cierto modo de la Extensión existente en acto, y no otra cosa.
El odio nunca puede ser bueno.
El orden y la
conexión de las ideas es lo mismo que el orden y la conexión de las cosas.
El pecado no puede ser concebido en un estado natural, sino sólo en un
estado civil, donde es decretado por común consentimiento qué es bueno o
malo.
El Pensamiento es un atributo de Dios, o sea, Dios es una cosa pensante.
El soberbio ama la presencia de los parásitos o de los aduladores, y odia la de los generosos.
El Universo es idéntico a Dios, que es la “sustancia”
incausada de todas las cosas.
El vulgo entiende por potencia de Dios una
voluntad libre y un derecho sobre todas las cosas que existen, y que
son, por ello, comúnmente consideradas contingentes. Dicen, en
efecto, que Dios tiene la potestad de destruirlo todo y reducirlo a la nada. Y comparan, además, muy frecuentemente la potencia de Dios con la de los reyes... Hemos mostrado que Dios actúa
con la misma necesidad con que se entiende a sí mismo; esto es,
así como en virtud de la necesidad de la divina naturaleza se
sigue que Dios se entiende a sí mismo, con la misma necesidad se sigue también que Dios obra infinitas cosas de infinitos modos... Hemos mostrado que la potencia de Dios no es otra cosa que la esencia activa de Dios, y, por tanto, nos es tan imposible concebir que Dios no actúa como que Dios
no existe. Por lo demás, si me pluguiera proseguir con este
tema, podría mostrar también aquí que esa potencia
que el vulgo se imagina haber en Dios no sólo es humana (lo que muestra que Dios
es concebido por el vulgo como un hombre, o a semejanza de un hombre),
sino que implica, además, impotencia. Pero no quiero reiterar
tantas veces el mismo discurso. Pues nadie podrá percibir
rectamente lo que pretendo, a no ser que se guarde muy bien de
confundir la potencia de Dios con la humana potencia, o derecho, de los reyes.
En
la medida en que el alma concibe las cosas según el dictamen de
la razón, es afectada igualmente por la idea de una cosa futura,
que por la de una pretérita o presente.
En la razón ordenada matemáticamente, entra
todo, incluso, la emoción geométrica.
Entiendo por
atributo lo que el entendimiento percibe de la sustancia como constitutivo de
su esencia.
La mente humana conoce sólo dos «atributos» o formas de aparecer de
Dios, el pensamiento y la extensión, aunque sus atributos deben ser
infinitos. Los individuos son a su vez modos, determinaciones concretas,
de los atributos. La sustancia es la realidad, que es causa de sí misma y a la vez de
todas las cosas; que existe por sí misma y es productora de toda la
realidad; por tanto, la naturaleza es equivalente a Dios. Dios y el
mundo, su producción, son entonces idénticos.
Entiendo por cosas singulares las cosas que son finitas y tienen una
existencia limitada; y si varios individuos cooperan a una sola
acción de tal manera que todos sean a la vez causa de un solo
efecto, los considero a todos ellos, en este respecto, como una sola
cosa singular.
Entiendo por cuerpo un modo que expresa de cierta y determinada manera la esencia de Dios, en cuanto se la considera como una cosa extensa.
Entiendo por idea adecuada una idea que, en cuanto considerada en
sí misma, sin relación al objeto, posee todas las
propiedades o denominaciones intrínsecas de una idea verdadera.
Digo «intrínsecas» para excluir algo
extrínseco, a saber: la conformidad de la idea con lo ideado por
ella.
Entiendo
por idea un concepto del alma, que el alma forma por ser una cosa
pensante. Digo concepto, más bien que percepción, porque
la palabra «percepción» parece indicar que el alma
padece por obra del objeto; en cambio, «concepto» parece
expresar una acción del alma.
Es un hecho comprobado que el pueblo ha logrado cambiar muchas veces de tirano, mas nunca suprimirlo.
Esclavo es quien está obligado a obedecer
las órdenes del señor, que sólo buscan la utilidad
del que manda.
Hay en Dios conocimiento de todo cuanto ocurre en el objeto singular de una idea cualquiera sólo en cuanto Dios tiene la idea de ese
objeto.
Hay en Dios necesariamente una idea, tanto de su esencia, como de todo lo que se sigue necesariamente de esa esencia.
He cuidado atentamente de no burlarme de las acciones humanas, no deplorarlas, ni detestarlas, sino entenderlas.
La
abyección lleva implícita una falsa apariencia de
moralidad y religión. Y aunque la abyección sea contraria
a la soberbia, está, con todo, el abyecto muy próximo del soberbio.
La acción realizada por un mandato, es decir; la obediencia suprime de
algún modo la libertad; pero no es la obediencia, sino el fin de la
acción, lo que hace a uno esclavo. Si el fin de la acción no es la
utilidad del mismo agente, sino del que manda, entonces el agente es
esclavo e inútil para sí.
La actividad más importante que un ser humano puede lograr es aprender para entender, porque entender es ser libre.
La alegría es el paso del hombre de una menor perfección a una mayor.
La causa que hace surgir, que conserva y que fomenta la superstición es, pues, el miedo.
La duración es una continuación indefinida de la
existencia. Digo «indefinida», porque no puede ser limitada
en modo alguno por la naturaleza misma de la cosa existente, ni tampoco por la causa
eficiente, la cual, en efecto, da necesariamente existencia a la cosa,
pero no se la quita.
La
esencia del hombre está
constituida por ciertos modos de los atributos de Dios, a saber, por
modos de
pensar, de todos los cuales es la idea, por naturaleza, el primero, y,
dada
ella, los restantes modos (es decir, aquellos a quienes la idea es
anterior por
naturaleza) deben darse en el mismo individuo. Y así, la idea
es lo primero que
constituye el ser del alma humana. Pero no la idea de una cosa
inexistente,
pues en ese caso no podría decirse que existe la idea misma.
Se tratará, pues,
de la idea de una cosa existente en acto. Pero no de una cosa infinita,
ya que
una cosa infinita debe existir siempre necesariamente, ahora bien, eso
es
absurdo, y, por consiguiente, lo primero que constituye el ser actual
del alma
humana es la idea de una cosa singular existente en acto.
La esencia del hombre no implica la existencia necesaria, esto es: en
virtud del orden de la naturaleza, tanto puede ocurrir que este o aquel
hombre exista como que no exista.
La experiencia nos ha demostrado que a la persona no le resulta nada más difícil de dominar que su lengua.
La Extensión es un atributo de Dios, o sea, Dios es una cosa extensa.
La fe sin obras está muerta.
La felicidad es una
virtud no es un premio.
La felicidad o
infelicidad depende de la calidad del objeto al que estamos apegados por el
amor.
La idea de Dios, de la que se siguen infinitas cosas de infinitos modos, sólo puede ser única.
La idea de una cosa singular existente en acto tiene como causa a Dios
no en cuanto es infinito, sino en cuanto se lo considera afectado por
la idea de otra cosa singular existente en acto, de la que Dios es
también causa en cuanto afectado por una tercera, y así
hasta el infinito. La idea de una cosa singular existente en acto es un
modo singular de pensar y distinto de los demás y así,
tiene como causa a Dios en cuanto es
sólo cosa pensante. Pero no en cuanto es cosa pensante en
términos absolutos, sino en cuanto se lo considera afectado por
otro modo de pensar, y de éste es Dios
también causa en cuanto afectado por otro, y así hasta el
infinito. Ahora bien: el orden y conexión de las ideas es el
mismo que el orden y conexión de las causas; por consiguiente,
de la idea de una cosa singular es causa otra idea, o sea, Dios
en cuanto se lo considera afectado por otra idea, y también de
ésta en cuanto es afectado por otra, y así hasta el
infinito.
La idea que constituye el ser formal del alma humana no es simple, sino
compuesta de muchísimas ideas. El alma humana no conoce el
cuerpo humano mismo, ni sabe que éste existe, sino por las ideas
de las afecciones de que es afectado el cuerpo. Se da también en
Dios una idea o conocimiento del alma humana, cuya idea se sigue en
Dios y se refiere a Dios de la misma manera que la idea o conocimiento
del cuerpo humano. La idea de la idea de una afección cualquiera
del cuerpo humano no implica el conocimiento adecuado del alma humana.
Digo expresamente que el alma no tiene ni de sí misma, ni de su
cuerpo, ni de los cuerpos exteriores un conocimiento adecuado, sino
sólo confuso y mutilado, cuantas veces percibe las cosas
según el orden común de la naturaleza, esto es, siempre
que es determinada de un modo externo, a saber, según la
fortuita presentación de las cosas, a considerar esto o aquello;
y no cuantas veces es determinada de un modo interno —a saber, en
virtud de la consideración de muchas cosas a la vez— a
entender sus concordancias, diferencias y oposiciones, pues siempre que
está internamente dispuesta, de ese modo o de otro, entonces
considera las cosas clara y distintamente.
La mente humana conoce sólo
dos «atributos» o formas de aparecer de Dios, el pensamiento y la
extensión, aunque sus atributos deben ser infinitos. Los individuos son a
su vez modos, determinaciones concretas, de los atributos. Este monismo
radical resuelve el problema cartesiano de la relación entre
pensamiento y extensión, pues son sólo formas de presentarse la
sustancia divina, así como el conflicto entre libertad y necesidad, que
se identifican desde el punto de vista de Dios, pues es libre como
natura naturans (en cuanto causa) y determinado en cuanto natura
naturata (en cuanto efecto). Desde el punto de vista del hombre, la
libertad individual es una ilusión.
La mayor soberbia, y la mayor abyección, son la mayor ignorancia de sí mismo.
La potencia humana es sumamente limitada, y la potencia de las causas
exteriores la supera infinitamente. Por ello, no tenemos la
potestad absoluta de amoldar según nuestra conveniencia las
cosas exteriores a nosotros. Sin embargo, sobrellevaremos con serenidad
los acontecimientos contrarios a las exigencias de la regla de nuestra
utilidad, si somos conscientes de haber cumplido con nuestro deber, y
de que nuestra potencia no ha sido lo bastante fuerte como para
evitarlos, y de que somos una parte de la naturaleza total, cuyo orden
seguimos. Si entendemos eso con claridad y distinción, aquella
parte nuestra que se define por el conocimiento, es decir, nuestra
mejor parte, se contentará por completo con ello,
esforzándose por perseverar en ese contento. Pues en la medida
en que conocemos, no podemos apetecer sino lo que es necesario, ni, en
términos absolutos, podemos sentir contento si no es ante la
verdad. De esta suerte, en la medida en que entendemos eso rectamente,
el esfuerzo de lo que es en nosotros la mejor parte concuerda con el
orden de la naturaleza entera.
La sabiduría, es decir, la inteligencia, únicamente nos enseña a
temer a Dios racionalmente, o sea, a darle culto verdaderamente
religioso.
La soberbia más grande y abyecta implica el mayor desconocimiento de sí. Tal
soberbia delata igual impotencia interior. El soberbio ama a los
adulones y parásitos, y, en cambio, odia a los generosos.
La sobreestimación hace soberbio con facilidad al hombre que es sobreestimado.
Las academias que se forman a cargo del Estado se instituyen no tanto para cultivar las mentes, cuanto para embridarlas.
Las ideas de las cosas singulares —o sea, de los modos— no
existentes deben estar comprendidas en la idea infinita de Dios, tal como las esencias formales de las cosas singulares, o sea, de los modos, están contenidas en los atributos de Dios.
Las ideas no son unas pinturas mudas sobre una pizarra; una idea, en
tanto que es idea, incluye una afirmación o una negación.
Las ideas son tanto más perfectas cuanto mayor es la perfección del objeto que expresan: no admiramos igualmente al artista que ha concebido una iglesia cualquiera que al que ha ideado un templo magnífico.
Lo primero que constituye el ser
actual del alma humana no es más que la idea de una cosa
singular existente en acto. El alma humana es una parte del
entendimiento infinito de Dios.
Los afectos de la sobreestimación y el menosprecio son siempre malos.
Los hombres luchan por su servidumbre como si fuese su libertad.
Los hombres
se engañan al creerse libres; y el motivo de esta opinión es que tienen
conciencia de sus acciones, pero ignoran las causas por que son determinadas;
por tanto, lo que constituye su idea de libertad, es que no conocen causa
alguna de sus acciones.
Los modos de pensar, como el amor, el deseo o cualquier otro de los que
son denominados «afectos del ánimo», no se dan si no
se da en el mismo individuo la idea de la cosa amada, deseada, etc.
Pero puede darse una idea sin que se dé ningún otro modo
de pensar.
Los modos de un atributo cualquiera tienen como causa a Dios
sólo en cuanto se lo considera desde el atributo del que son
modos, y no en cuanto se lo considera desde algún otro atributo.
Llamo causa adecuada aquella cuyo efecto puede ser percibido clara y
distintamente en virtud de ella misma. Por el contrario, llamo
inadecuada o parcial aquella cuyo efecto no puede entenderse por ella
sola.
Llegué finalmente a esta
consecuencia, que hay que dejar a cada cual la libertad de su juicio, y los
poderes de entender los principios de la religión como le plazca, y juzgar sólo
la piedad o la impiedad de cada uno según sus obra.
Me he esmerado en no ridiculizar ni lamentar ni detestar las acciones humanas, sino en entenderlas.
Mientras las cosas singulares existen sólo en la medida en que están comprendidas en los atributos de Dios, su ser objetivo, o sea, sus ideas, existen sólo en la medida en que existe la idea infinita de Dios, y cuando se dice que las cosas singulares existen, no sólo en la medida en que están comprendidas en los atributos de Dios, sino cuenta habida de su duración, entonces sus ideas implican también esa existencia, atendiendo a la cual se dice que duran.
Mientras pensamos no podemos fingir que
pensamos y
que no pensamos, así también una vez que hemos
conocido la naturaleza del
cuerpo, no podemos fingir una mosca infinita; e igualmente,
después que hemos
conocido la naturaleza del alma, no podemos fingir que es cuadrada,
aunque
podamos expresar todas esas cosas con palabras.
Muchos filósofos, que se han creído que fuera del pequeño campo del
globito terráqueo, donde ellos están, no existe ningún otro, puesto que
ellos no lo observan.
Nada
hay azaroso en el universo. El hombre sabio ha de asumir que su
aparente libertad no es más que una ficción producto de su ignorancia
sobre el orden racional y necesario que impera en el mundo. Deus sive
natura.
No existe nada de cuya naturaleza no siga algún efecto.
No me arrepiento de nada. El que se arrepiente de lo que ha hecho es doblemente miserable.
No percibimos ni tenemos conciencia de ninguna cosa singular más que los cuerpos y los modos de pensar.
Nosotros tenemos
miedo de las cosas inciertas que nos van a producir tristeza.
Nuestros afectos,
amor, rabia, odio, envidia, orgullo, celos, etc, se manifiestan de la misma
necesidad y fuerza de la naturaleza.
Para que
yo sepa que sé,
debo saber primero.
Para servirnos correctamente de nuestro entendimiento
en el conocimiento de las cosas debemos conocerlas en sus causas; ahora bien,
siendo Dios la causa primera de todas las cosas se sigue que el conocimiento de
Dios precede por prioridad de naturaleza al conocimiento de todos los demás
objetos; y así el conocimiento de todas las demás cosas debe derivarse del de
la causa primera.
Por Dios entiendo un ser absolutamente
infinito, esto es, una sustancia que consta de infinitos atributos, cada uno
de los cuales expresa una esencia eterna e infinita. Digo absolutamente
infinito, y no en su género; pues de aquello que es meramente
infinito en su género podemos negar infinitos atributos, mientras que a la
esencia de lo que es absolutamente infinito pertenece todo cuanto expresa su
esencia, y no implica negación alguna.
Por naturaleza naturante entendemos un ser que captamos clara y
distintamente por sí mismo y sin tener que acudir a algo distinto de él,
como todos los atributos que hemos descrito hasta aquí, y ese ser es
Dios.
Por realidad entiendo lo mismo que por perfección.
Pues bien, nosotros hemos dicho que el alma es una idea, que existe en
la cosa pensante y que procede de la existencia de una cosa que existe
en la naturaleza.
Que un entendimiento finito no puede entender nada por sí mismo, a menos que sea determinado por algo exterior.
Quien se deja llevar por el miedo, y hace el bien para evitar el mal, no es guiado por la razón.
Quizá alguien piense, sin embargo, que de este modo convertimos a los
súbditos en esclavos, por creer que es esclavo quien obra por una orden,
y libre quien vive a su antojo. Pero esto está muy lejos de ser verdad,
ya que, en realidad, quien es llevado por sus apetitos y es incapaz de
ver ni hacer nada que le sea útil, es esclavo al máximo.
Se
llama libre a aquella cosa que existe en virtud de la sola necesidad de
su naturaleza y es determinada por sí sola a obrar; y necesaria,
o mejor compelida, a la que es determinada por otra cosa a existir y operar,
de cierta y determinada manera.
Se llama Sustancia es aquello que es en sí
y se concibe por sí, esto es, aquello cuyo concepto, para formarse,
no precisa del concepto de otra cosa.
Sé también que es tan imposible que el vulgo se libere de la superstición como del miedo.
Si el hombre tiene una idea de Dios, Dios debe existir formalmente.
Si los hombres nacieran libres, no formarían, en tanto que siguieran siendo libres, concepto alguno del bien y del mal.
Si no quieres repetir el pasado, estúdialo.
Sólo es libre aquel que vive con sinceridad bajo la sola guía de la razón.
Sólo es libre aquello que existe por las necesidades de
su propia naturaleza y cuyos actos se originan exclusivamente dentro de
sí.
Solamente es libre lo que existe por las necesidades de su propia
naturaleza, y es influenciado en sus acciones sólo por sí mismo.
Sólo los hombres Libres son entre sí muy agradecidos.
Sustancia es «aquello que es en sí mismo y se concibe
por sí mismo», por lo que sólo puede existir una sustancia, la divina.
Tenemos conciencia de que un cuerpo es afectado de muchas maneras.
Toda idea que en nosotros es absoluta, o sea, adecuada y perfecta, es verdadera.
Todas las cosas que hay en la naturaleza son o cosas o acciones. Ahora
bien, el bien y el mal no son cosas ni acciones. Luego el bien y el mal
no existen en la naturaleza.
Todas las ideas, en cuanto referidas a Dios, son verdaderas.
Todas las ideas que se siguen en el alma de ideas que en ella son adecuadas, son también adecuadas.
Todas las
maneras en las que un cuerpo es afectado por otro se siguen de la
naturaleza del cuerpo afectado y, a la vez, de la naturaleza del cuerpo
que lo afecta; de suerte que un solo y mismo cuerpo es movido de
diversas maneras según la diversidad de la naturaleza de los
cuerpos que lo mueven, y, por contra, cuerpos distintos son movidos de
diversas maneras por un solo y mismo cuerpo.
Todo aquello que deseamos y hacemos y de lo que somos causa en
cuanto tenemos idea de Dios o en cuanto conocemos a Dios lo refiero a la
religión. Pero el deseo de hacer el bien que nace del hecho de vivir
según la guía de la razón, lo llamo moralidad.
Todo
cuanto acaece en el objeto de la idea que constituye el alma
humana debe ser percibido por el alma humana o, lo que es lo mismo,
habrá necesariamente una idea de ello en el alma. Es decir: si
el objeto de la idea que constituye el alma humana es un cuerpo, nada
podrá acaecer en ese cuerpo que no sea percibido por el alma.
Todo cuanto hacemos debe tender al progreso y al perfeccionamiento.
Todo cuanto los hombres deciden para su bienestar no se sigue que sea
también para el bienestar de toda la naturaleza, sino más bien, por el
contrario, puede ser para la destrucción de otras muchas cosas.
Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su
sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la
vida. Desea el bien directamente, esto es, desea obrar, vivir o
conservar su ser poniendo como fundamento la búsqueda de su
propia utilidad, y, por ello, en nada piensa menos que en la muerte,
sino que su sabiduría es una meditación de la vida.
Una misma cosa puede ser al mismo tiempo buena, mala, e indiferente.
Por ejemplo, la música es buena para la melancolía, mala para los que
están de luto, y ni buena ni mala para el sordo.
Y como aquellos que no entienden la naturaleza de las cosas nada afirman
realmente acerca de ellas, sino que sólo se las imaginan, y confunden
la imaginación con el entendimiento, creen por ello firmemente que en
las cosas hay un Orden, ignorantes como son de la naturaleza de las
cosas y de la suya propia. Pues decimos que están bien ordenadas cuando
están dispuestas de tal manera que, al representárnoslas por medio de
los sentidos, podemos imaginarlas fácilmente y, por consiguiente,
recordarlas con facilidad; y, si no es así, decimos que están mal
ordenadas o que son confusas. Y puesto que las cosas que más nos agradan
son las que podemos imaginar fácilmente, los hombres prefieren, por
ello, el orden a la confusión, como si, en la naturaleza, el orden fuese
algo independiente de nuestra imaginación.
Y de todas las ideas, que cada uno tiene, hacemos un todo o, lo que es
lo mismo, un ente de razón, al que llamamos entendimiento.
* * *
Del Pensar de Spinoza
-I-
El Estado
democrático
Así, pues, se puede formar una sociedad
y lograr que todo pacto sea siempre observado con máxima fidelidad sin que ello
contradiga al derecho natural, a condición que cada uno transfiera a la
sociedad todo el derecho que él posee, de suerte que ella sola mantenga el
supremo derecho de la naturaleza a todo, es decir, la potestad suprema, a la
que todo el mundo tiene que obedecer, ya por propia iniciativa, ya por miedo al
máximo suplicio.
El derecho de dicha sociedad se llama
democracia; ésta se define, pues, la asociación general de los hombres, que posee
colegialmente el supremo derecho a todo lo que puede. De donde se sigue que la
potestad suprema no está sometida a ninguna ley, sino que todos deben
obedecerla en todo. Todos, en efecto, tuvieron que hacer, tácita o
expresamente, este pacto, cuando le transfirieron a ella todo su poder de
defenderse, esto es, todo su derecho. Porque, si quisieran conservar algo para
sí, debieran haber previsto cómo podrían defenderlo con seguridad, pero, como
no lo hicieron ni podían haberlo hecho sin dividir y, por tanto, destruir la
potestad suprema, se sometieron totalmente, ipso facto al arbitrio de la
suprema autoridad. Puesto que lo han hecho incondicionalmente (ya fuera, como
hemos dicho porque la necesidad les obligó o porque la razón se lo aconsejó),
se sigue que estamos obligados a cumplir absolutamente todas las órdenes de la
potestad suprema, por más absurdas que sean, a menos que queramos ser enemigos
del Estado y obrar contra la razón, que nos aconseja defenderlo con todas las
fuerzas. Porque la razón nos manda cumplir dichas órdenes, a fin de que
elijamos de dos males el menor.
Adviértase, además, que cualquiera podía
asumir fácilmente este peligro, a saber, de someterse incondicionalmente al
poder y al arbitrio de otro. Ya que, según hemos demostrado, las supremas
potestades sólo poseen este derecho de mandar cuanto quieran, en tanto en
cuanto tienen realmente la suprema potestad; pues, si la pierden, pierden, al
mismo tiempo, el derecho de mandarlo todo, el cual pasa a aquel o aquellos que
lo han adquirido y pueden mantenerlo. Por eso, muy rara vez puede acontecer que
las supremas potestades manden cosas muy absurdas, puesto que les interesa
muchísimo velar por el bien común y dirigirlo todo conforme al dictamen de la
razón, a fin de velar por sí mismas y conservar el mando. Pues, como dice
Séneca, nadie mantuvo largo tiempo gobiernos violentos.
Añádase a lo anterior que tales absurdos
son menos de temer en un Estado democrático; es casi imposible, en efecto, que
la mayor parte de una asamblea, si ésta es numerosa, se ponga de acuerdo en un
absurdo. Lo impide, además, su mismo fundamento y su fin, el cual no es otro,
según hemos visto, que evitar los absurdos del apetito y mantener a los
hombres, en la medida de lo posible, dentro de los límites de la razón, a fin
de que vivan en paz y concordia; si ese fundamento se suprime, se derrumbará
fácilmente todo el edificio. Ocuparse de todo esto incumbe, pues, solamente a
la suprema potestad; a los súbditos, en cambio, incumbe, como hemos dicho,
cumplir sus órdenes y no reconocer otro derecho que el proclamado por la
suprema autoridad.
Quizá alguien piense, sin embargo, que
de este modo convertimos a los súbditos en esclavos, por creer que es esclavo quien
obra por una orden, y libre quien vive a su antojo. Pero esto está muy lejos de
ser verdad, ya que, en realidad, quien es llevado por sus apetitos y es incapaz
de ver ni hacer nada que le sea útil, es esclavo al máximo; y sólo es libre
aquel que vive con sinceridad bajo la sola guía de la razón. La acción
realizada por un mandato, es decir; la obediencia suprime de algún modo la
libertad; pero no es la obediencia, sino el fin de la acción, lo que hace a uno
esclavo. Si el fin de la acción no es la utilidad del mismo agente, sino del
que manda, entonces el agente es esclavo e inútil para sí. Ahora bien, en el
Estado y en el gobierno, donde la suprema ley es la salvación del pueblo y no
del que manda, quien obedece en todo a la suprema potestad, no debe ser
considerado como esclavo inútil para sí mismo, sino como súbdito. De ahí que el
Estado más libre será aquel cuyas leyes están fundadas en la sana razón, ya que
en él todo el mundo puede ser libre, es decir, vivir sinceramente según la guía
de la razón, donde
quiera. Y así también, aunque los hijos tienen que obedecer en todo a sus
padres, no por eso son esclavos: porque los preceptos paternos buscan, ante
todo, la utilidad de los hijos. Admitimos, pues, una gran diferencia entre el
esclavo, el hijo y el súbdito. Los definimos así: esclavo es quien está
obligado a obedecer las órdenes del señor, que sólo buscan la utilidad del que
manda; hijo, en cambio, es aquel que hace, por mandato de los padres, lo que le
es útil; súbdito, finalmente, es aquel que hace, por mandato de la autoridad
suprema, lo que es útil a la comunidad y, por tanto, también a él.
Con esto pienso haber mostrado, con
suficiente claridad, los fundamentos del Estado democrático. He tratado de él,
con preferencia a todos los demás, porque me parecía el más natural y el que
más se aproxima a la libertad que la naturaleza concede a cada individuo. Pues
en este Estado, nadie transfiere a otro su derecho natural, hasta el punto de
que no se le consulte nada en lo sucesivo, sino que lo entrega a la mayor parte
de toda la sociedad, de la que él es una parte. En este sentido, siguen siendo
todos iguales, como antes en el estado natural. Por otra parte, sólo he querido
tratar expresamente de este Estado, porque responde al máximo al objetivo que
me he propuesto, de tratar de las ventajas de la libertad en el Estado. Prescindo,
pues, de los fundamentos de los demás Estados, ya que, para conocer sus
derechos, tampoco es necesario que sepamos en dónde tuvieron su origen y en
dónde lo tienen con frecuencia; esto lo sabemos ya con creces por cuanto hemos
dicho. Efectivamente, a quien ostenta la suprema potestad, ya sea uno, ya
varios, ya todos, le compete, sin duda alguna, el derecho supremo de mandar
cuanto quiera. Por otra parte, quien ha transferido a otro, espontáneamente o
por la fuerza, su poder de defenderse, le cedió completamente su derecho
natural y decidió, por tanto, obedecerle plenamente en todo, y está obligado a
hacerlo sin reservas, mientras el rey o los nobles o el pueblo conserven la
potestad suprema que recibieron y que fue la razón de que los individuos les
transfirieran su derecho. Y no es necesario añadir más a esto.
-II-
El odio religioso
El odio se incrementa con un odio
recíproco y, en cambio, puede ser destruido por el amor, de suerte que el
odio se transforme en amor. Quien quiere vengar las ofensas mediante un odio
recíproco vive, sin duda, miserablemente. Quien, por el contrario, procura
vencer el odio con el amor lucha con alegría y confianza, resiste con igual
facilidad a muchos que a uno solo, y apenas necesita la ayuda de la fortuna. Si
vence, sus vencidos están alegres, pues su derrota se produce no por defecto de
fuerza, sino por aumento de ella.
El odio más profundo suele ser el odio teológico.
El odio
al ser justo lo contrario del amor, surge del error que procede de la
opinión. Surge también del simple testimonio, como lo vemos en los
turcos contra los judíos y cristianos, en los judíos contra turcos y
cristianos, en los cristianos contra judíos y turcos, etc. ¡Cuán
ignorante es, en efecto, la gran masa de todos estos acerca de la
religión y las costumbres de los otros!
El amor
de los hebreos a la patria no era, pues, simple amor, sino piedad, que
junto con el odio a las otras naciones, era fomentada y alimentada
mediante el culto diario, hasta el punto de convertirse en una segunda
naturaleza.
Debió
surgir en ellos un odio permanente, que arraigó en su interior más que
otro ninguno, puesto que era un odio nacido de una gran piedad o
devoción y tenido por piadoso, que es el mayor y más pertinaz que puede
existir. No faltaba, además, la causa habitual, que siempre suele
encender sin cesar el odio, a saber, su reciprocidad, puesto que las
otras naciones no pudieron menos de corresponderles con el odio más
terrible.
El orden de la Iglesia Romana, que usted tanto elogia, confieso que es
político y lucrativo para muchísimos, y yo no creería que hubiera otro
más adecuado para engañar a la plebe y para subyugar a los espíritus
humanos, de no existir el orden de la Iglesia Mahometana, que lo
aventaja con mucho. Ya que, desde la época que comenzó esta
superstición, no surgió ningún cisma en su iglesia.
Deseche
esa mortífera superstición y reconozca la razón que Dios le ha
concedido y cultívela, si no quiere ser contado entre los brutos. Deje
de llamar misterios a los errores absurdos, ni confunda torpemente las
cosas que nos son desconocidas o que aún no hemos descubierto con
aquellas que se demuestran que son absurdas, como lo son los horribles
secretos de esa iglesia que, cuanto más repugnan a la recta razón, más
cree usted que trascienden al entendimiento.
Dice que no me queda ningún argumento para demostrar que Mahoma no
fue un verdadero profeta. Incluso intenta probarlo a partir de mis opiniones,
siendo así que de ellas se sigue claramente que fue un impostor, puesto que él
suprime de raíz aquella libertad que la religión universal, iluminada por la
luz natural y profética, concede y yo he probado que se debe conceder a toda
costa. Y aunque así no fuera, ¿estoy yo obligado, pregunto, a probar que
alguien es un falso profeta?
Por lo que respecta a los mismos turcos y a los demás pueblos, si
adoran a Dios mediante la práctica de la justicia y del amor hacia el
prójimo, creo que ellos poseen el espíritu o mente de Cristo y se salvan,
cualquiera que sea la opinión que, por ignorancia, tengan sobre Mahoma y sus
oráculos.
Me ha sorprendido muchas
veces que hombres, que se glorían de profesar la religión cristiana, es decir,
el amor, la alegría, la paz, la continencia y la lealtad a todos, se atacaran
unos a otros con tal malevolencia y se odiaran a diario con tal crueldad, que
se conoce mejor su fe por estos últimos sentimientos que por los primeros.
Tiempo ha que las cosas
han llegado a tal extremo, que ya no es posible distinguir quién es casi nadie
–si cristiano, turco, judío o pagano-, a no ser por el vestido y el
comportamiento exterior, o porque frecuenta esta o aquella iglesia o porque,
finalmente, simpatiza con tal o cual opinión y suele jurar en el nombre de tal
maestro. Por lo demás, la forma de vida es la misma para todos.
Al investigar la causa de
este mal, me he convencido plenamente de que reside en que el vulgo ha llegado
a poner la religión en considerar los ministerios eclesiásticos como dignidades
y los oficios como beneficios, y en tener en alta estima a los pastores. Pues,
tan pronto se introdujo tal abuso en la iglesia, surgió inmediatamente en los
peores un ansia desmedida por ejercer oficios religiosos, degenerando el deseo
de propagar la religión divina en sórdida avaricia y ambición.
De ahí que el mismo templo
degeneró en teatro, donde no se escucha ya a doctores eclesiásticos, sino a
oradores, arrastrados por el deseo, no ya de enseñar al pueblo, sino de
atraerse su admiración, de reprender públicamente a los disidentes y de enseñar
tan sólo cosas nuevas e insólitas, que son las que más sorprenden al vulgo.
Fue, pues, inevitable, que
surgieran de ahí grandes controversias, envidias y odios, que ni el paso del
tiempo ha logrado suavizar.
-III-
Conjunto de ideas sobre el Comercio
En esta gran ciudad, Ámsterdam, en que me encuentro, no
habiendo hombre alguno, salvo yo, que no se dedique a los negocios, cada cual
se halla tan atento a su provecho que bien podría yo permanecer aquí toda mi
vida sin ser jamás visto por nadie. Me paseo todos los días entre la confusión
de este gran pueblo, con tanta libertad y relajo como podríais hacerlo vos por
vuestras alamedas, y no considero a los hombres que veo de manera distinta a
como haría con los árboles que se hallan en vuestros bosques o a los animales
que en ellos pacen.
Para conceder un préstamo a alguien, se preocupan solamente por saber si
es rico o pobre, si obra habitualmente de buena fe o de forma
fraudulenta. Por lo demás, la religión o la secta no les interesa en
absoluto.
Tiene a otro bajo su potestad, quien lo tiene preso o quien le quitó sus
armas, o quien le infundió miedo o lo vinculó a él mediante favores.
Otro elemento que desempeña un importante papel en favor de la paz y la
concordia, es que ningún ciudadano posea bienes inmuebles. De ahí
que los peligros derivados de la guerra son casi iguales para todos. En
efecto, el afán de lucro hará que todos se dediquen al comercio.
Las ganancias de los senadores deben ser tales que les resulte más
ventajosa la paz que la guerra. Por eso se les asignará la centésima o
la quincuagésima parte de las mercancías que se exportan del Estado a
otras regiones.
Se llama libre a aquella cosa que existe en virtud de la sola necesidad de su naturaleza.
Tener comercio con otras cosas es ser producido por ellas o producirlas,
Ninguna cosa que es finita y tiene una existencia determinada, puede
existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir y
obrar por otra causa, que es también finita y tiene una existencia
determinada.
El cuerpo humano necesita, para conservarse, de muchísimos otros
cuerpos, y es como si éstos lo regenerasen continuamente.
Nosotros no podemos prescindir de todo lo que nos es externo, para
conservar nuestro ser, y que no podemos vivir sin tener algún comercio (nullum commercium habemus con las cosas que están fuera de nosotros.
Aquellas cosas que tienen comercio con otras, como sucede con todas las
que existen en la Naturaleza, serán entendidas, y sus esencias objetivas
tendrán ese mismo comercio unas con otras.
Todos los cuerpos están rodeados por otros, y determinados los unos por
los otros a existir y a obrar de forma precisa y determinada, y siempre
al servicio de una misma relación entre movimiento y reposo en todos
ellos a la vez, es decir, en todo el universo. Se sigue de aquí que todo
cuerpo, en tanto que existe modificado según un cierto modo, debe
considerarse como parte del universo entero, convenir con el todo y
estar en cohesión con el resto de los cuerpos.
¿Por qué saciar el hambre y la sed va a ser más
decente que desechar la melancolía? Nada puede concordar mejor
con la naturaleza de una cosa que los demás individuos de su
especie.
Si nos imaginamos que alguien disfruta con alguna cosa que uno solo
puede poseer, nos esforzaremos por lograr que ya no la posea.
En la medida en que los hombres están sujetos a las pasiones, no puede decirse que concuerden en naturaleza.
Porque los hombres que tienen mucho ocio, suelen maquinar crímenes.
Buscar el dinero tan sólo en cuanto es suficiente para conservar la
vida y la salud y para imitar las costumbres ciudadanas que no se oponen
a nuestro objetivo. El dinero ha llegado a ser un compendio de todas las cosas.
-IV-
El Entendimiento
Baruch Spinoza con
su obra que lo hizo ser maldecido en vida por sus pares judíos,
maldecido post-morten al publicarse su obra por cristianos,
mahometanos...
Y bendecido por los modernos pensantes en el Orden Cósmico de Dios en todo y en Todos... sin a ninguno discriminar
-V-
Del Tratado de la Reforma
La experiencia me enseñó que cuanto ocurre frecuentemente en la vida ordinaria es vano y fútil; veía que todo lo que para mí era causa u objeto de temor no contenía en sí nada bueno
ni malo, fuera del efecto que excitaba en mi alma: resolví
finalmente investigar si no habría algo que fuera un bien
verdadero,
posible de alcanzar y el único capaz de afectar el alma una vez
rechazadas todas las demás cosas; un bien cuyo descubrimiento y
posesión tuvieran por resultado una eternidad de goce continuo y
soberano. Digo resolví finalmente, porque a primera vista
parecía insensato renunciar a algo seguro por algo inseguro.
Veía, por cierto, las ventajas que nos procuran el honor y la
riqueza y cuya persecución debería abandonar si
quería contraerme seriamente a algún propósito
nuevo; si la felicidad suprema residía en ellos, debía
renunciar a poseerla; y en el caso de que no la contuvieran, el apego
exclusivo a esas ventajas me la haría perder igualmente. Se
inquietaba mi alma por saber si acaso era posible instituir una vida
nueva, o cuando menos adquirir alguna certeza respecto de ello, sin
cambiar el orden antiguo ni la conducta ordinaria de mi vida. Muchas
veces lo intenté en vano. Pues lo más frecuente en la
vida, lo que los hombres, según puede inferirse de sus acciones,
consideran como el bien supremo, se reduce, en efecto, a estas tres
cosas: riqueza, honor y placer sensual. Cada una distrae el
espíritu de cualquier pensamiento relativo a otro bien: en el
placer el alma queda suspensa como si descansara en un bien verdadero,
lo que le impide en absoluto pensar en otro bien; por otra parte, al
goce sucede una tristeza profunda, que, si no suspende el pensamiento,
lo perturba y embota. La persecución del honor y de la riqueza
no absorbe menos el espíritu; especialmente cuando la riqueza se
la busca por sí misma pues entonces se la supone el bien
supremo.
El honor absorbe el espíritu más exclusivamente
aún porque siempre se le considera como algo bueno en sí
y como un fin último al que se refieren todas las acciones.
Además, el honor y la riqueza no son seguidos de
arrepentimiento, como sucede con el placer; por el contrario, cuanto más poseemos de ellos, el gozo
experimentado acrece, de donde se deriva la constante excitación
a aumentarlos; y si algunas veces se frustra nuestra esperanza,
sentimos extrema tristeza. El honor, en fin, constituye un gran
impedimento porque para lograrlo es preciso vivir según la
manera de ver de la gente, es decir, huir de lo que ella huye y buscar
lo que ella busca.
Viendo, pues, que esos objetos obstaculizan la institución de un
nuevo modo de vida, que hasta existe entre ellos y éste una
oposición que hace necesario renunciar a unos o a otro, me vi
constreñido a buscar qué partido era más
útil; parecía, en efecto, como dije, que quería cambiar un bien cierto por otro incierto.
Pero después de alguna reflexión sobre este asunto,
reconocí, en primer lugar, que si dejaba estas cosas de lado y
me entregaba al nuevo modo de vida, abandonaría un bien incierto
por su naturaleza, como se infiere claramente de lo dicho, por un bien
incierto, no por su naturaleza (pues yo buscaba un bien estable), sino
en cuanto a su logro. Una meditación más prolongada me
persuadió de que si podía decidirme por completo,
renunciaba a males seguros por un bien seguro. Veía que estaba expuesto a un
peligro extremo, y obligado a buscar, con todas mis fuerzas, un
remedio, aunque fuera inseguro, como el enfermo grave que, cuando
prevé una muerte segura si no recurre a algún remedio, se
ve impelido a buscarlo con todas sus fuerzas, por incierto que sea,
pues constituye toda su esperanza.
Ahora bien; las cosas que el vulgo persigue no sólo no ofrecen
ningún remedio para la conservación de nuestro ser, sino
que la impiden y son, a menudo, causa de ruina de los que las poseen y
siempre causa de muerte de los poseídos por ellas.
Son numerosos los ejemplos de hombres que a causa de sus riquezas
han sufrido una persecución que llegó hasta la muerte; y
también de hombres que, por adquirir bienes, se expusieron a
tantos peligros que acabaron por pagar su desatino con la vida. Y no
son menos numerosos los ejemplos de quienes sufrieron cruelmente por
adquirir o conservar el honor. Innumerables, en fin, son los ejemplos
de aquellos que han apresurado su muerte por el exceso de placer. Por
lo demás, esos males parecían provenir de que toda
nuestra felicidad o infelicidad reside en un sólo punto:
¿á qué clase de objeto estamos apegados por el
amor? En efecto, lo que no se ama no engendra nunca disputa; no
estaremos tristes si se pierde, ni sentiremos envidia si cae en
posesión de otro; ni temor, ni odio, en una palabra, ninguna
conmoción del alma. Pero estas pasiones son nuestra herencia
cuando amamos cosas perecederas, como aquellas de que hemos hablado. Mas el amor hacia una cosa eterna e
infinita alimenta el alma con una alegría pura y exenta de toda
tristeza; bien grandemente deseable y que merece ser buscado con todas
nuestras fuerzas. Por cierto no he escrito sin razón estas
palabras: sólo si podía reflexionar seriamente. Pues por
más claramente que mi espíritu percibiera lo que precede,
aun no podía desprenderme por entero de toda avidez, deseo de
placer y de gloria.
Un solo punto era claro: mientras mi espíritu estaba entregado a
tales meditaciones, se apartaba de las cosas perecederas y seriamente
pensaba en la institución de una vida nueva. Esto fue para
mí gran consuelo, pues vi que el mal no era de naturaleza
irremediable. Aunque esos intervalos fueron al principio raros y de
breve duración, a medida que conocí cada vez más
el verdadero bien, se hicieron más frecuentes y prolongados,
sobre todo cuando observé que el atesorar, el placer y la gloria
sólo son perjudiciales en tanto se les persigue por sí
mismos y no como medios para
otros fines. Al contrario, si se les busca como medios, nunca
excederán de cierta medida, y, lejos de perjudicar,
contribuirán mucho a lograr el fin que uno se propone, como
mostraremos a su tiempo.
Aquí sólo diré brevemente lo que entiendo por bien
verdadero y también qué es el soberano bien. Para
entenderlo rectamente, es preciso advertir que bien y mal se expresan
en forma puramente relativa, y que una sola y misma cosa puede ser
llamada buena y mala según como se la considere; lo mismo ocurre
con lo perfecto y lo imperfecto. Ninguna cosa, en efecto, considerada
en su propia naturaleza, podrá llamarse perfecta o imperfecta,
sobre todo cuando sabemos que cuanto sucede se cumple según el
orden eterno y las leyes determinadas de la naturaleza. Pero como la
flaqueza humana no puede abrazar este orden con el pensamiento, concibe
por eso una naturaleza humana muy superior en fuerza a la suya, y como no
ve que nada le impida adquirir una semejante, está impulsada a
buscar los medios que la conduzcan a esa perfección. Todo lo que
desde entonces puede servirle de medio para llegar a ella es llamado bien verdadero; y es considerado bien soberano llegar a
disfrutar, con otros individuos si es posible, de esa naturaleza
superior. ¿Cuál es, pues, esa naturaleza? La expondremos
en su lugar correspondiente y mostraremos que es el conocimiento de la
unión que tiene la mente con la naturaleza entera.
Tal es, pues, el fin a que tiendo: adquirir esa naturaleza superior y
hacer cuanto pueda para que muchos la adquieran conmigo; pues
también pertenece a mi felicidad esforzarme para que otros
conozcan claramente lo que es claro para mí, de manera que su
entendimiento y sus deseos concuerden plenamente con mi propio
entendimiento y con mi propio deseo. Para llegar a este fin es
necesario tener de la Naturaleza una comprensión que baste para
adquirir esa naturaleza, y además constituir una sociedad tal
como se requiere para que el mayor número posible llegue a ese
fin tan fácil y seguramente como se pueda. Hay que dedicarse
luego a la
Filosofía moral y a la Ciencia de la educación; y como la
salud no es un medio desdeñable para conseguir ese fin,
sería necesario crear una Medicina perfecta; como, en fin, el
arte vuelve fáciles muchas cosas, difíciles, ahorra
tiempo y aumenta las comodidades de la vida, no deberá ser descuidada la Mecánica. Pero
ante todo hay que pensar en el medio de curar el entendimiento y de
purificarlo, hasta donde sea posible al comienzo, de modo que conozca
las cosas fácilmente, sin error y lo mejor posible.
Desde ahora puede verse que quiero dirigir todas las ciencias a un solo
fin y a un solo propósito, que es llegar a la suprema
perfección humana de que hemos hablado; todo lo que en las
ciencias no nos hace avanzar hacia nuestro fin deberá desecharse
como inútil; en tina palabra, todos nuestros actos y pensamientos
deberán dirigirse a ese fin. Pero mientras nos esforzamos por
alcanzarlo y por llevar nuestro entendimiento por el recto camino, es
necesario vivir; estamos, pues, obligados, ante todo, a establecer
algunas reglas que reputaremos buenas y que son éstas:
I. Hablar según la capacidad del vulgo y hacer, a su modo, todo
lo que no nos impida alcanzar nuestro propósito: ganaremos
bastante con él con tal que, en la medida de lo posible,
condescendamos con su manera de ver y encontraremos así
oídos dispuestos a escuchar la verdad.
II. Gozar de los placeres justamente lo necesario para conservar la salud.
III. Por último, buscar el dinero o cualquier otro bien material
semejante sólo en cuanto es necesario para conservar la vida y
la salud y para conformarnos con los usos sociales que no se opongan a
nuestro fin.
Establecidas estas reglas, me pongo a la tarea y me dedico ante todo a
la que tiene prelación, es decir, a reformar el entendimiento y
a volverlo apto para conocer las cosas como es preciso para lograr
nuestro fin. Para esto, el orden natural exige que revise todos los
modos de percepción que he usado hasta ahora para afirmar o
negar con certeza, a fin de escoger el mejor y de empezar al mismo
tiempo a conocer mis fuerzas y mi naturaleza, que deseo perfeccionar.
Si discurro con atención, lo mejor que puedo hacer es reducir esos modos de percepción a cuatro:
I. Existe una percepción adquirida de oídas o mediante algún signo convencional arbitrario.
II. Existe una percepción adquirida por experiencia vaga, es
decir, por una experiencia que no está determinada por el
entendimiento; se llama así porque, adquirida fortuitamente y no
contradicha por otra alguna, subsiste en nosotros como inquebrantable.
III. Existe una percepción en que la esencia de una cosa se
infiere de otra, pero no adecuadamente, como ocurre cuando de un efecto
inferimos la causa, o bien cuando una conclusión se extrae de
algún carácter general, siempre acompañado de
cierta propiedad.
IV. Existe, en fin, una percepción en la cual la cosa es
percibida por su sola esencia o por el conocimiento de su causa
próxima.
...Toda percepción tiene por objeto una cosa considerada como
existencia o bien sólo su esencia y como la mayoría de
las ficciones se refieren a cosas consideradas como existentes,
hablaré ante todo de esta última especie, es decir, de la
que sólo la existencia es imaginada, mientras que la cosa que
uno se representa ficticiamente en esa condición es conocida o
se supone que lo es. Por ejemplo, me forjo la idea de que Pedro, a
quien conozco, va a su casa, me visita u otras cosas semejantes. Si
inquiero a qué se refiere tal idea, veo que se relaciona
únicamente con las cosas posibles, pero no necesarias ni
imposibles.
Llamo imposible a una cosa cuya naturaleza implica que hay
contradicción si establecemos su existencia; llamo posible a una
cosa cuya existencia, por su naturaleza misma, no implica que hay
contradicción en plantear la existencia o la no existencia, ya
que la posibilidad o la imposibilidad de la existencia de esta cosa depende de
causas que desconocemos mientras imaginamos su existencia; por
consiguiente, si esta necesidad o esta imposibilidad, que depende de
causas exteriores, nos fuera conocida, no podríamos forjar
ninguna ficción a propósito de esta cosa. Por tanto, si
existiese un dios o algún ser omnisciente, este ser no
podría forjar* absolutamente ficción alguna.
Respecto de nosotros, apenas sé que existo no puedo forjar
ficción alguna respecto a mi existencia o no existencia, como
tampoco puedo representarme un elefante que pase por el ojo de una
aguja. Cuando conozco la naturaleza de Dios tampoco me la represento
ficticiamente como existente o no existente. Preciso es reconocer que
lo mismo acaece con la Quimera, cuya naturaleza se opone a la
existencia. Resulta, pues, evidente que la ficción de que
hablamos no puede darse respecto de las verdades eternas. Antes de
proseguir es preciso advertir de paso que la diferencia existente entre
la esencia de una cosa y la de otra, existe también entre la
actualidad o la existencia de la primera y la actualidad o la
existencia de la segunda. Si quisiéramos, pues, concebir la
existencia de Adán, por ejemplo, por medio de la existencia en
general, ocurriría como si para concebir la esencia de
Adán dirigiéramos nuestro pensamiento hacia la naturaleza
del ser y definiéramos a Adán como un ser. Por eso cuanto
más se concibe la existencia en general, más confusamente
se la concibe y más fácilmente puede ser atribuida a
cualquier cosa; por el contrario, apenas es concebida como la
existencia más particular de una cosa, tenemos de ella una idea
más clara y difícilmente podemos atribuirla (aun cuando
no nos preocupemos del orden de la naturaleza) a otra cosa; y esto
convenía destacarlo.
-VI-
Religión y Superstición
Entre
la religión y la superstición yo descubro esta diferencia capital: que esta
tiene por fundamento la ignorancia, y aquella la sabiduría. ¿Nos extrañaremos,
entonces, que de la antigua religión (cristiana) no haya quedado más que el
culto externo (con el que el vulgo parece adular a Dios, más bien que adorarlo)
y de que la fe ya no sea más que credulidad y prejuicios? Pero unos prejuicios
que transforman a los hombres de racionales en brutos. ¡Dios mío!, la piedad y
la religión consisten en absurdos misterios. Y aquellos que desprecian
completamente la razón y rechazan el entendimiento, como si estuviera
corrompido por naturaleza, son precisamente quienes cometen la iniquidad de
creerse en posesión de la luz divina. ¡Qué feliz sería nuestra época si la
viéramos libre de toda superstición!
Por lo que toca a los milagros, estoy persuadido de que la
certeza de la divina revelación solamente se puede fundar sobre la sabiduría de
la doctrina y no sobre los milagros, es decir, sobre la ignorancia.
LA
VERDADERA RELIGIÓN SE FUNDA EN LA SABIDURÍA; LA SUPERSTICIÓN, EN LA IGNORANCIA
Sólo añadiré aquí que entre
la religión y la superstición yo descubro esta diferencia capital: que esta
tiene por fundamento la ignorancia, y aquella la sabiduría.
Y esta me parece ser la
causa de que los cristianos se distinguen de los demás, no por la fe ni por la
caridad, ni por los demás frutos del Espíritu Santo, sino únicamente por la
opinión; pues, como se defienden, como todos los demás, con los milagros, o lo
que es lo mismo, con la ignorancia, que es la fuente de toda malicia,
convierten la fe, incluso verdadera, en superstición.
Y para expresar más
claramente mi opinión, digo que para salvarse no es en absoluto necesario
conocer a Cristo según la carne; de forma muy distinta, sin
embargo, hay que opinar de aquel hijo eterno de Dios, a saber, la sabiduría
eterna de Dios, que se manifestó en todas las cosas y, sobre todo, en el alma
humana y, más que en ninguna otra cosa, en Jesucristo.
Pues sin esa sabiduría nadie
puede llegar al estado de beatitud, ya que sólo ella enseña qué es lo verdadero
y lo falso, lo bueno y lo malo. Y como, según he dicho, esa sabiduría se
manifestó, ante todo, en Jesucristo, por eso sus discípulos la
predicaron tal como les fue revelada por él y mostraron que podían gloriarse
más que nadie de aquél espíritu de Cristo.
En cuanto a lo que añaden
algunas Iglesias, que Dios asumió la naturaleza humana, advertí expresamente
que no sé qué dicen; aún más, si he de confesar la verdad, no me parecen hablar
de modo menos absurdo que si alguien me dijera que el círculo ha revestido la
forma del cuadrado”.
LA
FE CRISTIANA YA NO ES MÁS QUE CREDULIDAD Y PREJUICIOS
¿Nos extrañaremos, entonces, que de la antigua religión
(cristiana) no haya quedado más que el culto externo (con el que el vulgo
parece adular a Dios, más bien que adorarlo) y de que la fe ya no sea más que
credulidad y prejuicios? Pero unos prejuicios que transforman a los hombres de
racionales en brutos, puesto que impiden que cada uno use de su libre juicio y
distinga lo verdadero de lo falso; se diría que fueron expresamente inventados
para extinguir del todo la luz del entendimiento.
¡Dios mío!, la piedad y la religión consisten en absurdos
arcanos. Y aquellos que desprecian completamente la razón y rechazan el
entendimiento, como si estuviera corrompido por naturaleza, son precisamente
quienes cometen la iniquidad de creerse en posesión de la luz divina.
Claro que si tuvieran el
mínimo destello de esa luz, no desvariarían con tanta altivez, sino que
aprenderían a rendir culto a Dios con más prudencia y se distinguirían, no por
el odio que ahora tienen, sino por el amor hacia los demás; ni perseguirían
tampoco con tanta animosidad a quienes no comparten sus opiniones, sino
que más bien se compadecerían de ellos, si es que realmente temen por su
salvación y no por su propia suerte.
Por otra parte, si poseyeran
alguna luz divina, aparecería, al menos, en su doctrina. Ahora bien, yo confieso
que nunca se han dado por satisfechos en su admiración hacia los profundísimos
misterios de la Escritura; pero no veo que hayan enseñado nada, aparte de las
especulaciones de aristotélicos y platónicos, ya que, para no dar la impresión
de seguir a los gentiles, adaptaron a ellas la Escritura. No satisfechos de
desvariar ellos con los griegos, quisieron que también los profetas delirasen
con éstos”.
LA
DOCTRINA DE CRISTO CONSISTIÓ EN SENCILLAS LECCIONES MORALES
Aunque la religión, tal como
la predicaban los apóstoles, en cuanto se limitaban a narrar la historia de Cristo,
no cae bajo el dominio de la razón, cualquiera puede, sin embargo, alcanzar
fácilmente por la luz natural una síntesis de la misma, ya que consiste
esencialmente, como toda la doctrina de Cristo (es decir,
aquella que él había enseñado en la montaña y que menciona Mateo cap. 5 y ss.),
en enseñanzas morales.
Si recorremos ahora con
cierta atención las mismas cartas de los apóstoles, veremos que estos convienen
sin duda en la religión, en cuanto tal, pero que discrepan mucho en los
fundamentos. De este hecho se sigue, sin duda alguna, que han surgido muchas
discusiones y cismas que han vejado continuamente a la Iglesia, desde la misma
época de los apóstoles, y que la seguirán vejando eternamente, hasta que la
religión se separe, al fin, de las especulaciones filosóficas y se reduzca a
los poquísimos y sencillísimos dogmas que enseñó Cristo a
los suyos.
Los apóstoles no pudieron
lograrlo, porque, como el evangelio era desconocido por los hombres, para que
la novedad de su doctrina no hiriera demasiado sus oídos, la adaptaron cuanto
pudieron al ingenio de los hombres de su tiempo (ver 1ª Corintios 9: 19-20) y
la construyeron sobre los fundamentos entonces mejor conocidos y aceptados. Por
eso ningún apóstol filosofó más que Pablo, que fue llamado a
predicar a los gentiles.
Los demás, en cambio, como
predicaron a los judíos, que desprecian, como se sabe, la filosofía, también se
adaptaron a su ingenio (véase sobre esto Gálatas 2:11) y les enseñaron la
religión desprovista de especulaciones filosóficas. ¡Qué feliz sería también
nuestra época, si la viéramos libre, además, de toda superstición!
-VII-
De su Doctrina
Eso
que dices acerca del común consenso de multitud de hombres, y de
la ininterrumpida sucesión de la Iglesia, es la misma cantinela
de los fariseos. No presumo de haber encontrado la mejor de todas
las filosofías, pero sí sé que conozco la
verdadera, y si me preguntas que cómo lo sé, te
responderé que del mismo modo que tú sabes que los
ángulos de un triángulo valen dos rectos.
Así también, un modo de la extensión y la idea de
dicho modo son una sola y misma cosa, pero expresada de dos maneras.
Esto parecen haberlo visto ciertos hebreos como al través de la
niebla: me refiero a quienes afirman que Dios, el entendimiento de Dios, y las cosas por él entendidas son todo uno y lo mismo. Por
ejemplo, un círculo existente en la naturaleza, y la idea de ese
círculo existente, que también es en Dios,
son una sola y misma cosa, que se explica por medio de atributos
distintos, y, por eso, ya concibamos la naturaleza desde el atributo de
la Extensión, ya desde el atributo del Pensamiento, ya desde
otro cualquiera, hallaremos un solo y mismo orden, o sea, una sola y misma
conexión de causas, esto es: hallaremos las mismas cosas
siguiéndose unas de otras. Y si he dicho que Dios
es causa, por ejemplo, de la idea de círculo sólo en
cuanto que es cosa pensante, y del círculo mismo sólo en
cuanto que es cosa extensa, ello se ha debido a que el ser formal de la
idea del círculo no puede percibirse sino por medio de otro modo
de pensar, que desempeña el papel de su causa próxima, y
éste a su vez por medio de otro, y así hasta el infinito;
de manera que, en tanto se consideren las cosas como modos de pensar,
debemos explicar el orden de la naturaleza entera, o sea, la
conexión de las causas, por el solo atributo del Pensamiento, y
en tanto se consideren como modos de la Extensión, el orden de
la naturaleza entera debe asimismo explicarse por el solo atributo de
la Extensión, y lo mismo entiendo respecto de los otros atributos. Por lo cual, Dios
es realmente causa de las cosas tal como son en sí, en cuanto
que consta de infinitos atributos. Y por el momento no puedo explicar
esto más claramente.
Sólo
después de haber conocido la naturaleza de las cosas y gustado las
excelencias de la ciencia es posible fijar las bases de la moral y
comprender la verdadera virtud". De ahí que: sólo
después de haber conocido la naturaleza de las cosas y gustado las
excelencias de la ciencia es posible fijar las bases de la moral y
comprender la verdadera virtud". De ahí que:
1. El verdadero culto religioso es temer a Dios racionalmente,
2. La religión es una virtud interior por la cual la inteligencia rinde "culto" a la naturaleza.
El culto de la religión y el ejercicio de la piedad deben
acomodarse a la paz y a la utilidad de la república y ser determinados
únicamente por los poderes soberanos, que de este modo se convierten en
intérpretes suyos. Hablo expresamente del ejercicio de la piedad y del
culto externo de la religión, no de la piedad misma y del culto interno,
o sea, los medios con los cuales se dispone interiormente del espíritu
para adorar a Dios en la interioridad de la conciencia. El culto interno
de Dios y la piedad misma son un derecho de cada uno... que no puede
depositarse en otro. El Pontífice o la Institución no debe nunca interpretar la
religión como culto interior, aunque sí tiene el deber de hacerlo con
respecto al culto externo. Los derechos de la conciencia son
inalienables y cada uno puede profesar el culto que mejor le parezca de
acuerdo con una actitud de tolerancia.
Queda sólo por indicar cuan útil es para la vida el
conocimiento de esta doctrina, lo que advertiremos fácilmente
por lo que sigue, a saber:
1.°
En cuanto nos enseña que obramos por el solo mandato de Dios, y
somos partícipes de la naturaleza divina, y ello tanto
más cuanto más perfectas acciones llevamos a cabo, y
cuanto más y más entendemos a Dios. Por consiguiente,
esta doctrina, además de conferir al ánimo un completo
sosiego, tiene también la ventaja de que nos enseña en
qué consiste nuestra más alta felicidad o beatitud, a
saber: en el solo conocimiento de Dios, por el cual somos inducidos a
hacer tan sólo aquello que el amor y el sentido del deber
aconsejan. Por ello entendemos claramente cuánto se alejan de
una verdadera estimación de la virtud aquellos que esperan de
Dios una gran recompensa en pago a su virtud y sus buenas acciones,
como si se tratase de recompensar una estrecha servidumbre, siendo
así que la virtud y el servicio de Dios son ellos mismos la
felicidad y la suprema libertad.
2° En
cuanto enseña cómo debemos comportarnos ante los sucesos
de la fortuna (los que no caen bajo nuestra potestad, o sea, no se
siguen de nuestra naturaleza), a saber: contemplando y soportando con
ánimo equilibrado las dos caras de la suerte, ya que de los
eternos decretos de Dios se siguen todas las cosas con la misma
necesidad con que se sigue de la esencia del triángulo que sus
tres ángulos valen dos rectos.
3.° Esta
doctrina es útil para la vida social, en cuanto enseña a
no odiar ni despreciar a nadie, a no burlarse de nadie ni encolerizarse
contra nadie, a no envidiar a nadie. Además es útil en
cuanto enseña a cada uno a contentarse con lo suyo, y a auxiliar
al prójimo, no por mujeril misericordia, ni por parcialidad o
superstición, sino sólo por la guía de la
razón, según lo demanden el tiempo y las circunstancias,
como mostraré en la Cuarta Parte.
4.° Por
último, esta doctrina es también de no poca utilidad para
la sociedad civil, en cuanto enseña de qué modo han de
ser gobernados y dirigidos los ciudadanos, a saber: no para que sean
siervos, sino para que hagan libremente lo mejor. Y con ello he
terminado lo que me había propuesto tratar en este Escolio, y
pongo fin a nuestra Segunda Parte, en la que creo haber explicado la
naturaleza del alma humana y sus propiedades con bastante amplitud y,
en cuanto lo permite la dificultad de la cuestión, con bastante
claridad, y creo haber expuesto cosas tales que de ellas pueden
concluirse otras muy notables, sumamente útiles, y de necesario
conocimiento...
* * *
Para ayudarnos a entender lo abstracto de Spinoza
a)
Hace algunos meses se realizó en la Universidad de Chile un coloquio
internacional sobre el pensamiento de Baruch Spinoza. En esa oportunidad
fueron recurrentes los análisis de la filosofía política del autor. Sus
ideas con respecto a la libertad de expresión, comunidad y democracia,
marcaron la pauta para una discusión actual sobre estos problemas.
Es indudable que la distancia temporal e histórica contingente que nos
separan, hace muy difícil el replanteamiento de su filosofía en el
presente. Pero tengo la certeza de que en un Occidente (que ya casi es
global) en decadencia, Spinoza puede decirnos algo; quizás no planteando
soluciones (como he dicho, los contextos históricos son muy disímiles),
pero por lo menos mostrándonos lo que hemos perdido (aunque rescatar lo
perdido, en nuestro mundo, parece imposible; por ello el recordar será
por el momento una buena terapia).
Al igual que la de Lutero, la filosofía de Spinoza es esencialmente
práctica. Su interés es el de conducir al hombre a la felicidad
absoluta, a un "gozo eterno y a una alegría suprema y contínua".
Por la complejidad de su filosofía, por su completa sistematicidad, en
donde de manera efectiva todos los conceptos están interrelacionados, me
veo obligado a dar por supuesta toda su metafísica (entendiendo por
ello todo el discurso de la "Ética"); sólo de esa manera podré acotar el
tema que me involucra, esto es, su pensamiento sobre la comunidad y la
democracia.
La estructura de la investigación es simple: en una primera sección
expondré las relaciones entre estado de naturaleza y sociedad civil,
esto es, como del estado de naturaleza surge como necesario el
surgimiento del Estado como la forma propia de la organización social;
en una segunda parte me abocaré específicamente a su análisis de la
democracia como la única forma de gobierno legítimo (absolutamente) y
absoluta; para concluir con un breve intento de aproximación actual de
los problemas que surjan, y así intentar recalcar la vigencia de su
pensamiento político. Para luego presentar consideraciones personales
sobre la investigación en general.
Las obras de B. Spinoza poseen las siglas usuales, estas son: E =
Ética; IE = Tratado de la reforma del entendimiento; Ep =
Correspondencia; TTP = Tratado teológico político; TP = Tratado
político. Las referencias de las citas de las obras de Spinoza
corresponden a las de la edición de Gebhardt .
Introducción
El proyecto político de Baruch Spinoza cobra verdadero sentido en la
medida en que se lo comprende a la luz de un proyecto mucho más amplio, a
saber, el propio proyecto vital del autor, cuestión que genera todo su
sistema filosófico.
En efecto, en el "Tratado de la Reforma del Entendimiento", Spinoza a
partir de su experiencia de decepción y desesperanza, emprende la
aventura de dotar de sentido a esta vida ordinaria que padecemos los
hombres, y en la que todo lo que suele ocurrir es vano y fútil. Habrá
algo, se pregunta el filósofo, que "poseído, me hiciera gozar
eternamente de una alegría continua y suprema".
Supongo que tras largas horas de desgarro (porque pensar es un desgarro)
por fin este judío holandés apreció que el sentido que buscaba estaba
ahí, latente en sí mismo y en lo que le rodeaba. La posibilidad de
saberse integrante del orden eterno de la naturaleza, de a través de la
actividad libre del entendimiento eternizarse a sí mismo, superando así
la contingencia que lo abrumaba, entregándole de esta manera a la vida
la categoría de felicidad, es lo que el filósofo con certeza descubrió y
practicó hasta su muerte. "A la felicidad se llega por la vía de la
alegría desbordante y de la acción. Hay que saber descartar los
encuentros tristes, reconocer aquellas cosas que nos convienen y
transformar lo inevitable que nos es contrario: en definitiva, cargarse
de buen humor y gozar del conocimiento de sí y de los demás." Para
Spinoza la clave de la felicidad está en dar con aquello que nos hace
crecer, y evitar aquello otro que nos empequeñece. Para saber que nos
hace crecer y que no hay que probar, experimentar. La alegría es la
prueba de que algo aumenta la potencia vital que cada uno es, la
tristeza, en cambio, es el síntoma de que lo que hago, disminuye y apoya
la fuerza vital.
Sin embargo, y esto es de importancia para lo que ahora nos interesa,
Spinoza no concebía la meta como algo individual sino que, por el
contrario, creía que la toma de posesión de aquella naturaleza propia
estable era posible -y, quizás, sólo gracias a ...- en conjunto con
otros hombres, por lo que la consecución y realización de ello dependía
de que muchos otros lo lograran paralelamente: "Este es, pues, el fin al
que tiendo: adquirir tal naturaleza y procurar que muchos la adquieran
conmigo; es decir, que a mi felicidad pertenece contribuir a que otros
muchos entiendan lo mismo que yo". Más, al ser ésta una tarea colectiva,
el entorno, el medio en el que los hombres se desenvuelven y
despliegan, cobra una gran importancia y, por lo tanto, establecer un
modo de convivencia funcional a este fin es -junto con reformar el
entendimiento - una tarea prioritaria: "es necesario, además, formar una
sociedad, tal como cabría desear, a fin de que el mayor número posible
de individuos alcance dicha naturaleza con la máxima facilidad y
seguridad".
Es así como el proyecto político de Spinoza debe apreciarse como un
momento crucial de su proyecto vital; puesto que si entendemos el
establecimiento de dicha sociedad como condición de posibilidad del
logro del Bien Supremo y Verdadero, caeremos en la cuenta de que es
absolutamente necesario pensar en los fundamentos y propiedades de dicha
sociedad, para completar y proyectar a la realidad cotidiana y social
la tarea vital a la que me he referido.
A.- Del Estado de Naturaleza a la Sociedad Civil
Para comprender La importancia que tiene en Spinoza la organización
civil de la sociedad, es imprescindible referirse al "estado de
naturaleza", en la medida en que es desde este concepto que nuestro
autor entiende dicha sociedad como el único modo posible de organizar la
vida humana. En efecto, la necesidad de la sociedad civil se explica en
Spinoza, sólo a partir de la comprensión del estado natural, como un
estado imposibilitador del desarrollo físico y espiritual del hombre;
como un estado que, en definitiva, no admite que los hombres puedan
concentrarse en conseguir el Verdadero Bien.
El "estado de naturaleza" no es otra cosa que la condición en que se
encuentran los hombres, antes de dotarse a sí mismos de un conjunto de
leyes que regulen su convivencia. Debemos pensar, para comprender la
idea de "estado de naturaleza", en una situación de interrelación humana
que carezca de una legislación que limite o acote la potencia de cada
uno, una situación en la que cada uno pudiera desplegarse guiado por sus
propios intereses en una completa impunidad, manteniéndose una
interrelación inorgánica y de constante enfrentamiento.
No cabe duda que esta suerte de estado pre-civil mantendría a los
hombres inmersos en un aparente caos, en un marco de inestabilidad y de
inseguridad. Para Spinoza en este estado, los hombres son frecuentemente
dominados por un afecto de odio (por ejemplo la ira, la envidia, etc.),
lo que implica que se relacionen agresivamente, ya que al estar, la
mayoría de ellos, determinados por sus pasiones, no pueden dirigirse
hacia metas o fines comunes sino que, por el contrario, son guiados en
distintos sentidos, enfrentándose irremediablemente los unos con los
otros, lo que finalmente conduce a la destrucción y desaparición del
hombre.
La idea de "estado de naturaleza" ilumina la comprensión del concepto de
Derecho Natural. En efecto, en la condición natural la existencia y
todos los actos humanos (así como de toda la realidad) no están sino
determinados por las leyes de la naturaleza de cada hombre, leyes que en
definitiva dirigen el obrar de cada individuo hacia su propia
conservación ("conatus"). Así todo lo que pueda realizar un modo (sea un
hombre o un pez) lo hará en virtud del derecho natural, que Spinoza
define de la siguiente manera: "Así, pues, por derecho natural entiendo
las misas leyes o reglas de la naturaleza con forme a las cuales se
hacen todas las cosas, es decir, el mismo poder de la naturaleza. De ahí
que el derecho natural de toda la naturaleza y, por lo mismo, de cada
individuo se extiende hasta donde llega su poder".
Ya que todo ente participa del derecho de la naturaleza, y que es en
virtud de dicha participación que la existencia y el accionar de los
seres esta determinados por las reglas de su propia naturaleza, es
necesario comprender de qué modo participa el hombre de su derecho.
Según Spinoza es un hecho que los hombres no viven únicamente guiados
por la razón sino que, como ya hemos dicho, son los afectos los que
llevan a un individuo a actuar de tal o cual manera. Es por esto que la
existencia y el obrar humano están guiados tanto por la razón como por
los afectos; ambos elementos son parte de nuestra propia naturaleza y,
en esa medida, nuestras acciones, ya si están guiadas por la razón, ya
por los afectos, no hacen sino manifestar el conatus de cada hombre.
Nuestro derecho natural está, por tanto, determinado por ambos factores,
lo que significa que si nuestros actos son racionales o afectivos
estaremos obrando consecuentemente en armonía con la naturaleza.
Pero entonces surge la pregunta de porqué es necesaria la sociedad
civil, entendida como un estado más racional de convivencia humana, si
de cualquier modo en el "estado de naturaleza" cada individuo se sigue
rigiendo por la ley natural. La argumentación que realiza Spinoza es la
que sigue.
De acuerdo con el filósofo el conatus es la ley suprema de toda la
naturaleza. En este sentido cada individuo tiene la obligación natural
de satisfacer aquellas necesidades básicas (por lo menos) que le
permitan seguir siendo. Como en el "estado de naturaleza" los hombres
viven determinados principalmente por las causas exteriores, por su
potestad y apetitos individuales; cada uno tiene el derecho de buscar
los medios que juzgue útiles para satisfacer sus propias necesidades. En
este afán los individuos se ven constantemente limitados por los demás,
ya que cada cual, de acuerdo a su potencia, lucha por saciar sus
propios apetitos lo que, como he señalado, hace que en "estado de
naturaleza" el conatus individual se vea constantemente amenazado de
manera más radical aún. En consecuencia, y ya que según Spinoza el poder
de cada uno disminuye en la medida que aumentan las causas del temor,
en el "estado de naturaleza" el derecho de cada uno es prácticamente
inexistente.
Ahora bien, la magnitud del derecho natural se mide según la potencia de
éste. Es evidente que si dos o más individuos unen sus derechos tendrán
más poder y, por lo tanto, más derechos de los que tenían aisladamente.
El que un grupo de hombres unan sus potencias individuales, no sólo
implica que todos ellos juntos posean más derechos, sino también, que se
abre la posibilidad de que estos derechos -ahora comunes- sean
debidamente resguardados, lo que disipa en gran medida tanto el temor,
como la inseguridad propia del Estado de Naturaleza: "Concluimos, pues,
que el derecho natural, que es propio del género humano, apenas si puede
ser concebido, sino allí donde los hombres poseen derechos comunes, de
suerte que no sólo pueden reclamar tierras, que puedan habitar y
cultivar, sino también fortificarse y repeler toda fuerza, de forma que
puedan vivir según el común sentir de todos".
Sin embargo, como he insinuado, cuando los individuos actúan
determinados fundamentalmente por sus apetitos, no hay consenso posible.
Sólo en tanto procuren dirigir sus acciones guiados por la razón, el
acuerdo se hará posible y podrán vivir no ya según la fuerza y el deseo
individuales, sino según la potencia y la voluntad de todos. Es entonces
gracias a la razón que los hombres comprenden el bien que implica para
ellos normar su convivencia de común acuerdo.
La comprensión del "estado de naturaleza" como un estado inútil para el
desarrollo y despliegue de la existencia del hombre, es el indicio
fundamental para afirmar la necesidad de la sociedad civil. Entonces
dicha afirmación surge como la constatación del hecho de que en la
medida que la sociedad civil disminuye (pero no anula) las posibilidades
de enfrentamiento entre los hombres, el conatus se ve menos amenazado
que en el estado natural, entonces se desprende que dicha sociedad es el
modo más eficaz de organizar la vida humana.
En el "Tratado Teológico Político" Spinoza plantea -aunque sucintamente-
la existencia de un pacto social, el cual es definido como la tendencia
a "dirigirlo todo por el sólo dictamen de la razón (...) y frenar el
apetito en cuanto aconseje algo en perjuicio de otro, no hacer a nadie
lo que no se quiere que le hagan a uno, y defender, finalmente, el
derecho ajeno como el suyo propio". Si bien podría pensarse que Spinoza
fundamenta la obligatoriedad de la sociedad civil en esta suerte de
pacto o tratado, constatemos que esto no es del todo así al
concentrarnos en la complejidad que comporta este concepto al interior
de la filosofía política del autor.
Tanto en el ámbito personal o público, los tratados son válidos sólo en
tanto que las causas que los originaron permanezcan; así, "el pacto no
puede tener fuerza alguna, sino en razón de la utilidad, y que,
suprimida ésta, se suprime ipso facto el pacto y queda sin valor".
Entonces, a diferencia de Hobbes, Spinoza considera que los pactos no
son un fundamento suficiente para el resguardo y la armonía de la
sociedad civil, pues "por derecho de naturaleza, todo el mundo puede
actuar con fraude y nadie está obligado a observar los pactos, si no es
por la esperanza de un bien mayor o por el miedo de un mayor mal".
Ahora bien, he dicho anteriormente que sólo en virtud de los dictámenes
de la razón, los individuos pueden visualizar aquello que promueve su
conatus. En este sentido el pacto o tratado social adquiere una mayor
consistencia si lo entendemos como un acto racional, como el resultado
del uso adecuado de la razón, la que nos señala que si bien el acuerdo o
la decisión común significa -en principio- la renuncia a la libertad
individual, al derecho y poder propio, a determinar la propia vida según
los apetitos individuales, dicho acuerdo es la solución más propia para
el estado de inseguridad y temor al que los hombres se encuentran
sometidos en la condición natural. La contingencia, el poder ser propio
de todo pacto desaparece al ser entendido como un acto puramente
racional. La razón aporta la necesidad que este pacto podría requerir.
Pues bien, si lo que puede hacer del acuerdo un momento necesario es su
fundamentación racional, no es menos cierto que la obligatoriedad que
dicho momento contiene está asegurada también en relación con aquellos
hombres que viven determinados más por sus pasiones que por su razón, ya
que éstos actúan de acuerdo con la ley de la naturaleza humana que dice
que "cada uno elegirá, de dos bienes, el que le parece mayor y, de dos
males, el que le parece menor". Es, por ende, en virtud tanto de la
fundamentación racional del acuerdo, como de la búsqueda irreflexiva de
un bien mayor que los individuos transfieren libremente su poder y
derechos naturales a la sociedad.
A partir de este momento tiene lugar lo que Spinoza denomina Estado o
Soberano Imperio: "Allí donde los hombres poseen derechos comunes y
todos son guiados como una sola mente (...) derecho que se define por el
poder de la multitud, suele denominarse Estado" Con la introducción de
este concepto el filósofo intenta denominar aquel espacio en el que se
concentra todo el poder que los individuos han cedido en vistas de
procurarse una vida más estable y segura. La posibilidad de una
fundamentación consistente de la sociedad civil surge así de manera más
clara. En efecto, si entendemos que los individuos, ya sea en virtud de
la razón, ya por la esperanza de un bien mayor o el temor a más grandes
males, renuncian al poder de defender su propia existencia y le otorgan
dicho poder a los individuos en conjunto, y sí además comprendemos esta
renuncia como un acto de libertad (en la medida en que dicho acto no
está sino determinado por la propia naturaleza humana, la que nos
conduce necesariamente a la actividad del conatus), podremos concluir
que el surgimiento de la sociedad civil, y la consecuente existencia del
Estado se fundamenta en una cuestión por demás sólida, a saber: en la
libre transferencia del poder propio de cada individuo hacia el
colectivo, guiado por las leyes eternas de la Naturaleza.
B.- La Democracia como Poder Absoluto
Como ya he afirmado, la diferencia que distancia definitivamente a los
dos grandes teóricos del absolutismo (Hobbes y Spinoza) son las
conclusiones a las que llegan.
La necesidad de un Estado Absoluto para Spinoza, se puede deducir por
lo expuesto anteriormente de manera clara. Pero no por ello resulta
evidente que el "Estado Absoluto" se identifique con la Democracia. Si
bien puede resultar retórico, veo como útil y necesario replantear
sintéticamente la fundamentación spinoceana del Estado en relación con
su proyecto filosófico para, desde ahí, visualizar fehacientemente su
argumentación en favor de esta forma de organizar el Estado, y así
entender cual es el significado que el autor le atribuye a ésta.
La filosofía de Spinoza posee un marcado factor ético-político, no sólo
porque la contingencia lo requería, sino también porque su Sistema lo
necesitaba y promovía como el momento cúlmine de éste.
La metafísica del "modo" afirma que ésta es una realidad inconsistente y
no autosuficiente, en tanto que es "aquello que es en otra cosa, por
medio de la cual es también concebido". Es decir que el "modo" se define
por su finitud y por ser parte del devenir del Ser. Estas
características son propias de toda realidad modal, pero es mucho más
fuerte en el hombre, ya que éste puede llegar a ser conciente de ello; y
es esto lo que Spinoza constata, y a lo cual se refiere en el "Tratado
de la Reforma del Entendimiento".
El hecho de que el hombre esté determinado por la finitud, pero al mismo
tiempo por el conatus, presenta la necesidad imperiosa para todo hombre
de crear relaciones y lazos estables entre ellos; esto porque las
determinaciones externas pueden ser enfrentadas de manera más adecuada
con la unión de las potestades individuales, activando así, de forma más
efectiva el conatus de cada uno. Entonces es necesaria una comunidad de
hombres, una suma de potestades particulares, porque esa es la
instancia más propicia para la realización del conatus. Para Spinoza,
por su formación matemática, es claro que mientras más y mayores son los
factores de la suma, más grande será el poder de la cosa singular
resultante, por lo que mayores serán sus derechos; es decir, que a mayor
número de hombres que conformen una comunidad más cerca estarán de
identificarse con el "poder absoluto" de la naturaleza humana, y es por
ello imperiosa la formación de ésta.
Pero esta "suma" se puede efectuar de tres maneras principales, lo que
va a dar como resultado los tres tipos de Estado que Spinoza expone en
el "Tratado Político": la Monarquía, la Aristocracia y la Democracia.
Para el filósofo es claro y es un hecho que tanto la Monarquía como la
Aristocracia no son fieles expresiones del Estado como "poder absoluto";
y esto lo demuestra tanto a priori como a posteriori.
El primer argumento es puramente metafísico, y aunque no lo he
encontrado de manera explícita en los textos estudiados, creo que puede
deducirse de lo ya expuesto, y se refiere a la imposibilidad originaria
de que un sólo hombre se haga cargo de la suma del poder de la sociedad
civil; me explico: supuestamente en la Monarquía todos los hombres, en
comunidad, le entregan su poder -y por lo tanto sus derechos- a un sólo
individuo que se denomina desde ese momento "monarca" o "rey", pero,
para que esto se realice efectivamente, es decir, para que sea un hecho y
no sólo una mera estructura jurídica, el individuo que recibe el poder
debería, por sí mismo, ser capaz de asumir ese poder y esos derechos
como suyos, esto es, como su sí mismo; pero esto es tan imposible como
absurdo, puesto que para que ello sea así el individuo debería igualarse
con el poder absoluto, debería ser ese poder, lo que como ya dije es
imposible, puesto que la metafísica del "modo finito" lo impide. El
segundo argumento tiene un carácter más psicológico: éste se refiere a
la impotencia originaria del hombre y al temor que esto promueve en él;
en efecto, el hombre en el "estado de naturaleza" está determinado por
su potestad, pero ésta es muy limitada frente a lo externo, por lo que
en realidad el hombre en este estado está primordialmente determinado
por las causas externas, por los afectos que ellas le producen; y
entonces, como ya he dicho, se hace necesaria la sociedad civil y el
Estado, pero , por esta misma determinación primigenia surge como
imposible que el hombre entregue todo su poder -y todos sus derechos-
para que sea controlado por un sólo hombre; no sólo porque, como dice el
filósofo, nadie desea ser controlado en todos sus actos (porque esto es
lo que implica la entrega de todos los derechos), sino que además
porque en la sociedad civil, por estar compuesta de hombres que se guían
principalmente por sus pasiones, continúa un cierto temor para con los
demás (por lo pronto un temor bien fundado para aquellos que conocen la
naturaleza humana), y ese temor sería el que imposibilitaría el ceder
los derechos y el poder propio a cabalidad. Pero también Spinoza
argumenta que la entrega del poder y de los derechos de la sociedad
civil a un sólo hombre no es efectiva: "No cabe duda que quienes creen
que es posible que uno sólo detente el poder supremo de la sociedad,
están equivocados (...). De ahí que el rey, que la multitud eligió, se
rodea de jefes militares, consejeros o amigos, a los que confía la
salvación propia y de la comunidad. Y así, el Estado que pasa por ser
una monarquía absoluta, es, en la práctica, una verdadera aristocracia,
no manifiesta, sino latente y, por eso mismo, pésima".
De lo anterior concluimos que un Estado Absoluto sólo será posible si,
efectivamente, todos los individuos que componen una sociedad cedan sus
derechos al conjunto de la comunidad y no a uno o varios representantes
de ésta (que es lo que ocurre en el caso de la Monarquía y la
Aristocracia), formándose, de esta manera, una identidad entre los
derechos particulares y el de la comunidad plena. Así, gracias a esta
igualdad entre los derechos particulares y sociales, se cumple, además,
con una de las leyes básicas de la naturaleza humana, que es aquella que
promueve la mantención del poder individual, como si el hombre
permaneciera en el estado natural, pero ahora en una comunidad; en otras
palabras, promueve la conservación del sí mismo que está determinado
por dicho poder.
Y estos son precisamente los fundamentos que Spinoza le atribuye al
Estado Democrático, que él define como "la asociación general de los
hombres, que posee colegialmente el supremo derecho a todo lo que
puede".
Pero detengámonos un momento en esta definición, para así no sólo
verificar que se encuentra en completa correlación con la estructura
conceptual y las pretensiones prácticas del filósofo, sino además, para
comprender más a fondo el significado que el autor le atribuye a esta
forma de Estado, cuestión que es de mayor importancia aun.
Podemos apreciar que ella posee todos los componentes propios de lo que
Spinoza entiende por Estado se encuentra el concepto de "comunidad" ("la
asociación general de los hombres..."), y los conceptos de "derecho" y
"poder absoluto" ("... a todo aquello que puede"), pero no me detendré
en ellos puesto que creo que ya los he analizado con cierta profundidad;
pero también encontramos uno nuevo, que es precisamente el que define
al Estado como "democrático", este es el de "poder colegial". Pero qué
entiende Spinoza por ello, y cuál es el alcance de esto, para la
concepción de Democracia que el filósofo pretende reafirmar
.
Ya he mostrado que en la crítica a la Monarquía, uno de los argumentos
sostenía que ella es imposible de hecho porque ningún hombre estaría
dispuesto a entregar sus derechos a un sólo hombre, para que éste lo
gobierne de manera absoluta, esto, por que el hombre en la sociedad
civil continúa con cierto temor -que es propio de su impotencia, pero
además, y este es el motivo de la necesidad del "poder colegial", porque
el hombre tiende a la autodeterminación, el hombre quiere ser libre
(aunque ya hemos visto que la libertad humana metafísicamente es
negada), quiere poseer una libertad aunque sea al modo humano; y por
esto "toda sociedad debe tener, si es posible, el poder en forma
colegial, a fin de que todos estén obligados a obedecer a sí mismos y
nadie a su igual".
Las consecuencias de esto son radicales, pues de esta forma se da pie
para la disolución del Estado como estructura de poder jerárquica, y se
promueve a la Democracia como una forma de vida, como una efectiva
comunidad política: "Como la obediencia consiste en que alguien cumpla
las órdenes por la sola autoridad de quien manda, se sigue que la
obediencia no tiene cabida en una sociedad cuyo poder está en manos de
todos y cuyas leyes son sancionadas por el consenso general; y que en
semejante sociedad, ya aumenten las leyes, ya disminuyan, el pueblo
sigue siendo igualmente libre, porque no actúa por la autoridad de otro,
sino por su propio consentimiento". Entonces, la Democracia se
establece como el único "poder absoluto" que, como tal, es el único
medio en que el hombre puede realizar su libertad.
Pero Spinoza sabe que esto es prácticamente imposible, porque ello
supone la absoluta racionalización de la vida humana. Sólo el hombre que
actúa racionalmente ya no estará determinado por sus pasiones (será
libre), y sabrá la verdadera causa de los hechos, por lo tanto conocerá
su bien y sabrá que este bien se encuentra en la formación de la
"comunidad política", comunidad que es el único medio en el cual el
hombre podrá efectuar su libertad, objetivo ético-político de toda la
filosofía spinoceana... Pero para esto es necesario primero "procurar
que muchos reformen el entendimiento junto conmigo, es decir, que a mi
felicidad pertenece contribuir a que otros muchos entiendan lo mismo que
yo".
3. Final
¿Acaso los fundamentos de la Democracia son la participación ciudadana,
la igualdad, cierto grado de libertad, un sistema representativo y un
sistema electoral basado en la ley de la mayoría? Si Spinoza viviera
actualmente, creo que se reiría de esos pretendidos fundamentos; se
reiría, pero con un lamento oculto: el no haber sido escuchado.
La Democracia no es eso o, por lo menos, sólo eso, ni tampoco es en
principio eso (estoy conciente que la forma democrática que concebía
Spinoza se refieren a una "democracia participativa" y no a una
"representativa", como la que han cultivado los estados modernos; pero
eso no niega el hecho de que esos fundamentos son demasiado débiles y no
se pueden sostener por sí mismos en el tiempo). La Democracia, si
atendiéramos a Spinoza, debería estar fundada en algo mucho más profundo
y duradero, esto es, el vivir democráticamente. Esta forma de vida es
la que el filósofo quiso mostrar.
Pero él, como buen psicólogo y conocedor de la naturaleza humana, sabía
que esto era imposible; y por ello sus palabras se presentan como un
sollozo en el vacío de la humanidad, como una muestra de lo que hemos
perdido y de lo que siempre estaremos perdiendo (claro está, para aquel
que quiere la Democracia).
El tener conciencia de esta imposibilidad originaria del hombre es lo
que marca todo el pensamiento spinoceano, y el colocar a la Democracia
no como una utopía, sino como una idea reguladora de la vida política,
es su conclusión. Pero en esta tarea hasta los grandes "ilustrados"
erraron, ellos creyeron que la Democracia era posible -su visión de la
naturaleza humana era demasiado optimista-, y con esta posibilidad
marcaron el desarrollo de la vida moderna hasta nuestros días.
Por esto, creo que Spinoza estaría de acuerdo con la distinción
politológica entre "democracia ideal" (normativa, filosófica) y
"democracia real" (científica). ¿Pero podemos afirmar que una distinción
salvará el abismo creado? Yo creo que, por el contrario, marca su
definitiva escisión.
Grandes politólogos sostienen que esa división no es lo suficientemente
analítica, entonces hablan de "poliarquía"; pero con ello lo único que
realizan es multiplicar los entes ya existentes en el complejo aparato
conceptual de su ciencia; porque ¿acaso la "poliarquía" es un hecho? No,
ella es sólo una tendencia, y por ello, un nuevo ideal. (En realidad me
extraña que politólogos pertenecientes a la tradición anglosajona hayan
olvidado las enseñanzas de su maestro Occam.)
Pero en definitiva ninguno de sus conceptos puede explicar y dar
respuesta al problema fundamental: ¿existe la Democracia? ¿Ella es
factible? No pueden dar respuesta y ni siquiera pueden pretender darla,
pues toda su trama conceptual sólo tiende a conocer el fenómeno
político. Esta tarea sigue aun guardada para pensamientos más
especulativos.
Y entonces se plantea nuevamente el problema original: el terror que ha
provocado la separación de la vida y el conocimiento; y la tarea
prioritaria que involucra la responsabilidad del saber.
Claudio Marín Medina, Licenciado en Filosofía
b)
Jorge Luis Borges (1899 - 1986), uno de los más grandes pensadores,
argentino, escritor y poeta que debió, en justicia ser Nobel de
Literatura, a quien destaqué en dos de mis libros, el 363 y 364,
dedicó algunos poemas a Spinoza:
-I-
Soneto a SPINOZA
Las traslúcidas manos del judío
labran en la penumbra los cristales
y la tarde que muere es miedo y frío.
(Las tardes a las tardes son iguales.)
Las manos y el espacio de jacinto
que palidece en el confín del Ghetto
casi no existen para el hombre quieto
que está soñando un claro laberinto.
No lo turba la fama, ese reflejo
de sueños en el sueño de otro espejo,
ni el temeroso amor de las doncellas.
Libre de la metáfora y del mito
labra un arduo cristal: el infinito
mapa de Aquel que es todas Sus estrellas.
-II-
BARUCH SPINOZA
Bruma de oro, el Occidente alumbra
La ventana. El asiduo manuscrito
Aguarda, ya cargado de infinito.
Alguien construye a Dios en la penumbra
Un hombre engendra a Dios. Es un judío
De tristes ojos y de piel cetrina;
Lo lleva el tiempo como lleva el río
Una hoja en el agua que declina.
No importa. El hechicero insiste y labra
A Dios con geometría delicada;
Desde su enfermedad, desde su nada,
Sigue erigiendo a Dios con la palabra,
El más pródigo amor le fue otorgado,
El amor que no espera ser amado.
-III-
EL ALQUIMISTA
Lento en el alba un joven que han gastado
la larga reflexión y las avaras
vigilias considera ensimismado
los insomnes braseros y alquitaras.
Sabe que el oro, ese Proteo, acecha
bajo cualquier azar, como el destino;
sabe que está en el polvo del camino,
en el arco, en el brazo y en la flecha.
En su oscura visión de un ser secreto
que se oculta en el astro y en el lodo,
late aquel otro sueño de que todo
es agua, que vio Tales de Mileto.
Otra visión habrá; la de un eterno
Dios cuya ubicua faz es cada cosa,
que explicará el geométrico Spinoza
en un libro más arduo que el Averno…
En los vastos confines orientales
del azul palidecen los planetas,
el alquimista piensa en las secretas
leyes que unen planetas y metales.
Y mientras cree tocar enardecido
el oro aquel que matará la Muerte,
Dios, que sabe de alquimia, lo convierte
en polvo, en nadie, en nada y en olvido.
*
De
Borges he tomado dos Conferencias con la intención de entender
algo más a Spinoza en su amplia, para mí abstracta Filosofía y
concepción de Dios, que es el real propósito de este
escrito.
-I-
Borges reflexiona sobre Spinoza
Domingo 22 de febrero de 1981. La Opinión Cultural. Buenos Aires, Argentina
Señoras, señores:
Diré unas cuantas palabras y luego vendrá lo esencial, nuestro diálogo.
Estos últimos días estuve leyendo todo lo que encontraba sobre Spinoza, y
releí el artículo de Froude, amigo y biógrafo de Carlyle -me pareció de
lo más enumerativo-, luego aquél capítulo de la Historia de la
filosofía occidental de Russell dedicado a Spinoza y luego leí algunas
páginas de la Ética, el artículo de Renan, y otros. He llegado a una
curiosa comprobación, y es ésta: creo entender esencialmente el sistema
de Spinoza, salvo que, para mí, no es un sistema, yo diría que se trata
más bien de un acto de fe. Es decir, la filosofía de Spinoza puede ser
profesada como una religión y sin duda él lo sintió como una religión.
Ahora, hay un hecho que nos aleja de Spinoza y al mismo tiempo hace que
lo veamos como algo original. Y ese hecho es que la filosofía esté
explicada, como todos ustedes saben, ordine geometrico o more
geometrico, no recuero cuál de los dos latines usa él, y ese sistema lo
ha hecho famoso y al mismo tiempo ha hecho que el libro sea menos
asequible. El hecho que yo quería señalar es éste: es que para nosotros,
Spinoza, Baruch Spinoza, es una figura patética. Si yo pronuncio la
palabra Spinoza, ustedes no pensarán ciertamente en un sistema o en la
filosofía que él quiso explicar mediante ese sistema. Ustedes pensarán
en él, en ese pobre hombre quizá desdichado pero que no quería ser
desdichado, que tenía el culto de la felicidad, que creía, como Remy de
Gourmont, que debemos ser felices. Remy de Gourmont agregaba: "Debemos
ser felices aunque no sea más que por orgullo". Eso no hubiera sido
aceptado por Spinoza. Pero todo el sistema de Spinoza es un sistema que
creo que podemos aceptar, creo que, fuera del concepto de Dios, y vamos a
ver en qué reside la novedad del concepto de Dios de Spinoza, lo demás
del sistema de Spinoza, el panteísmo, es algo que puede ser aceptado.
Yo tengo sentimiento religioso. He sido educado como cristiano, mi
familia era católica, mi abuela inglesa era protestante, era anglicana,
sus mayores eran predicadores metodistas, sabía de memoria la Biblia, de
manera que había un ambiente doblemente religioso en casa, muy católico
en mi familia criolla y protestante, anglicano, metodista,
esencialmente, en mi abuela inglesa. Sin embargo, yo he encontrado
siempre una dificultad en la fe cristiana, y esa dificultad es la idea
de un Dios dios personal. Hay algo en mí que rechaza esa idea. Spinoza
la reemplaza por otra, pero esa idea es aún de más difícil aceptación.
Es una idea tan vasta que tiene, digamos, un valor estético, y es la
idea de un Dios dios infinito, y al decir infinito no quiero decir
innumerable. La idea de lo infinito se encuentra en el budismo, pero ahí
se encuentra, está forzada a ello, porque el budismo, como otras
religiones de la India, acepta las transmigraciones del alma, o, ya que
los budistas descreen de la existencia del alma, se supone que cada
individuo a lo largo de su vida está fabricando continuamente su karma,
una suerte de artificio mental, y ese artificio mental va fabricándolo,
enriqueciéndolo día a día, también de noche en los sueños, ya que todo
produce un karma. Y ese karma se hace no sólo con las obras, con los
pecados, con las virtudes, con las incertidumbres, con lo sueños, todo
eso produce ese mecanismo, y ese mecanismo puede continuar en otro
individuo después de la muerte del hombre que lo ha creado.
Ahora bien, si se supone que cada destino individual está regido por el
karma de una vida anterior, llegamos a la obligación de un infinito, ya
que si hay una primera vida esa primera vida tiene que admitir ciertas
condiciones, y esas condiciones tienen que ser determinadas por una vida
anterior, y esa por una vida anterior, y así hasta el infinito. De
suerte que, para el budismo, casa uno de nosotros ha vivido un número
infinito de veces. Y, al decir infinito no quiero decir indefinido ni
innumerable, quiero decir estrictamente infinito, es decir no hay un
principio y puede no haber un fin si no nos salvamos y nos perdemos en
el Nirvana.
Ahora, Spinoza tenía un concepto parecido de Dios. Creo que lo define
como una sustancia infinita, infinitamente dotada de infinitos
atributos. Ese concepto, me parece, es extraño a otras teologías, es
propio de Spinoza. Spinoza, como ustedes saben, quiso explicar su
filosofía -lo que para mí sería más bien explicar su religión-, quiso
explicarla more geometrico, es decir, usó el mecanismo euclidiano de
axiomas, de definiciones, de postulados. Y ese mecanismo es lo que hace
difícil su lectura.
Yo he visto en los Estados Unidos una traducción de la Ética de Spinoza
que se titula Of God, De Dios, y, en esa edición, de fácil lectura, se
ha prescindido de todo el aparato geométrico. Ahora, ese aparato
geométrico no fue elegido arbitrariamente por Spinoza, ya que, en aquel
tiempo, se creía que los matemáticos eran infalibles. Ahora, por
ejemplo, hay axiomas, postulados de Euclides, que han sido puestos en
duda, pero eso no ocurría en el siglo XVII. Y se suponía que la verdad
en las matemáticas dependía de esa forma de exposición. Sin embargo, si
uno piensa en las definiciones de la geometría, son ciertamente
falibles. Pro ejemplo, yo digo: el punto no tiene extensión, la línea
tiene extensión pero no anchura y consta de un número infinito de
puntos, el volumen tiene extensión y anchura y consta de un número
infinito de líneas. Es evidente que todo eso es abstracto, es decir que
lo que realmente existe son tres dimensiones. Es que no corresponde a
la realidad, no podemos imaginar un punto que no ocupe espacio, no
podemos imaginar una línea, por delgada que sea, que no tenga alguna
anchura. Sabemos, podemos dibujar una línea muy fina y luego la miramos
con una lupa, vemos que es ancha, que no es pura longitud estricta.
Sin embargo, sobre eso se basa todo el edificio de la geometría. Creo
que Bertrand Russell conjetura que ese edificio es una larga tautología,
es decir, que si uno admite ciertos principios, por ejemplo, la
enumeración, el hecho de poder contar uno, dos, tres, es evidente que
ésa serie será infinita. Y si uno acepta esas ficciones necesarias, esas
ficciones fatales -la línea, el punto, la superficie, el volumen- uno
tiene que admitir toda la geometría, hasta la geometría de cuatro, de
cinco dimensiones, que existe como un hecho intelectual aunque no sea
concebible por la mente humana.
Se supone, en general, que Spinoza procede del cartesianismo, y él
siguió el método de Descartes. Pero estuve leyendo un libro de un autor
francés y ese autor dice que Spinoza no conocía bien el sistema de
Descartes, que habrá tenido otros puntos de partida pero que luego
siguió el sistema de Descartes porque le pareció el más lógico. El
quería convencer a sus lectores. Según ese autor -de cuyo nombre no
quiero, no, de cuyo nombre no puedo acordarme-, Spinoza habría partido
de los neoplatónicos y de las especulaciones de la cábala.
Sin duda Spinoza creía que si uno aceptaba su sistema geométrico uno
tenía que aceptar sus sistema. ¿Y qué ocurre ahora? No pensamos en
Spinoza, no pensamos en su sistema, pensamos en él como hombre y lo
vemos, como dice Bertrand Russell, como el más querible de todos los
filósofos, ya que grandes filósofos ciertamente no fueron queribles. No
sé si Platón fue querible, no creo que Schopenhauer fuera querible. Creo
que Berkeley sí fue querible, pero Spinoza lo es más.
Spinoza concibe un Dios, y ese Dios está dotado de infinitos atributos.
Spinoza declara que sólo conocemos dos de esos atributos, y esos
atributos son la extensión y la consciencia. O, creo que podemos buscar
palabras sinónimas, sería el espacio y el tiempo, más que consciencia.
Lo que realmente es asombroso es que Spinoza supone que su Dios está
dotado de esos dos atributos y además de otros, infinitos, estrictamente
infinitos, que no conocemos, que no podemos ni siquiera adivinar o
intuir de algún modo.
Ahora sabemos que lo que ocurre, lo que nos ocurre, ocurre en el tiempo y
en el espacio. Por ejemplo, si me hieren, si me dan una puñalada, yo
tengo la consciencia del dolor y además -y eso correspondería al
tiempo-, la sensación. Es parte de las miles de sensaciones que yo tengo
a lo largo del día y alo largo de mi vida, y luego ocurre también un
cambio en el tiempo porque el puñal entra en mi cuerpo. Pero, refiere
Spinoza, ocurren además otras infinitas cosas, y esas ocurren en la
mente de Dios. No podemos imaginarlas, es decir que habría un número
infinito de universos paralelos. A nosotros nos ha sido dada la
consciencia de dos: la del tiempo y la del espacio. Pero, además, hay
otros atributos, y esos atributos son infinitos.
Esto lo sospecho, que quizá el fin de todo pensamiento o de todo sistema
sea el de aliviarnos de la multiplicidad de las cosas, sea sentir que
hay menos cosas, sea reproducirlas con unas pocas. La generalización
parece una condición necesaria del pensamiento, aunque sabemos que toda
generalización es falsa, pero estamos obligados a generalizar para
pensar.
Spinoza reduce el universo a una cosa, o mejor dicho, dice que universo,
que él llama naturaleza, y Dios son la misma cosa. Muchas veces, a lo
largo de su obra, vemos la expresión Deus sive natura, Dios o la
naturaleza son la misma cosa. Después de la muerte de Spinoza alguien
encontró un nombre para ese sistema, y, con raíces griegas se forjó,
creo que en Inglaterra, la palabra panteísmo, sugerida sin duda por
ateísmo. Los enemigos de Spinoza lo habían acusado de no tener Dios.
Quiere decir que no tenía un Dios personal ya que si sólo existe Dios
todo es Dios. Salvo que Dios exista no sólo en cada instante de nuestra
vida, en cada átomo, si es que hay átomos, en cada cosa, sino de otros
infinitos modos y Dios se ame a sí mismo con infinito amor intelectual.
Nuestro deber es amar a Dios, no debemos esperar ser amados por él. Eso
no fue un acto de negación, como creyó Goethe, de parte de Spinoza. No,
él concebía a Dios perfecto y no podía desear en Dios una pasión como la
de sentir amor por un individuo que no estuviera en él. Creo que se
hubiera maleado su idea de Dios. Ahora, Spinoza declara que el tiempo
-el tiempo es un atributo de Dios- pero, para Dios, todos los tiempos
coexisten. Yo he leído un libro sobre Spinoza titulado Eternitas,
Eternidad, y Spinoza condena por eso la esperanza y el temor, porque se
refieren a cosas futuras y no hay razón para decir que están dentro del
tiempo, no hay razón para aceptar la ilusión del tiempo.
Podría contestarse, y yo desde mi insuficiencia metafísica contesto,
que, si nosotros sentimos la sucesión, y ciertamente la sentimos, uno no
puede imaginar una vida sin sucesión ¿por qué suponer que esa sucesión
es ilusoria? Spinoza nos diría que debemos subordinar nuestra idea de
sucesión a Dios ya que para Dios no hay diferencia entre all our
yesterdays, todo nuestro pasado y el momento presente y todo el porvenir
que podemos suponer infinito. Todo esto coexiste para él. Ahora bien,
creo que la idea de que Dios está en todas las cosas, la idea de la
ubicuidad de Dios, se encuentra curiosamente en un verso de Virgilio,
que dice Omnia sunt plena jovis. Todas las cosas están llenas de la
divinidad. Esa idea puede ser cierta, y podría concordar con una idea de
la evolución, salvo que en la evolución, se supone que el mundo está
progresando, está cambiando. Y, en cambio, para Spinoza, todo eso es
parte de nuestra ilusión temporal.
Recuerdo que Bernard Shaw dijo: God is in the making, Dios está
haciéndose, in the making, ese hacerse de Dios somos nosotros, Dios está
haciéndose en nosotros. Podemos concebir, entonces, ya que Dios está en
todas las cosas, podemos suponer que está muerto en la materia, que
duerme en las plantas, que sueña en los animales y que en nosotros toma
consciencia por sí mismo. Y esa idea, que no tiene por qué ser rechazada
por la ciencia, si es que existe la ciencia, creo que podemos aceptar
esa idea. Ahora, lo que nos cuesta aceptar y lo que, según el mismo
Spinoza, es inconcebible, en la idea de un Dios dotado de infinitos
atributos. Quiero suponer que, además del tiempo y del espacio, pueden
existir otras cosas.
He conversado ayer con un amigo mío y le dije que yo podía concebir el
universo sin espacio, pero no podía concebirlo sin tiempo, sin sucesión.
El me dijo que le pasaba lo contrario, que él podía imaginar, por
ejemplo, el universo tal como existe, con galaxias, con átomos. Todo eso
podrá existir, y como no habría tiempo, en el sentido de que no habría
ninguna consciencia de ello, existiría solamente el espacio. Creo que
esto es un error, porque nuestro concepto del espacio depende de
nuestros sentidos, depende sobre todo del tacto, depende del gusto,
depende el olfato, quizá parcialmente de la vista. Pero, en cuanto a mí,
yo me creo capaz de imaginar un mundo sin espacio... no sé si ustedes
pueden hacerlo. Un mundo en el que hubiera un número por qué no infinito
de individuos, consciencias, y esas consciencias podrían expresarse por
medio de la música, por medio de palabras. Todo eso podría existir y no
tendría por qué haber espacio. Yo estoy escribiendo un cuento sobre ese
tema, es solamente una idea literaria.
Ahora sabemos, imaginamos a Spinoza, que era un santo y al mismo tiempo
encontramos rasgos de él, sentencias de él, que nos dejan perplejos. Pro
ejemplo, Spinoza condena el remordimiento, ya que él dice "si un acto
malo es un mal, pero luego recordarlo, apenarse, es agregar otro mal, es
agregar otra tristeza", y la esperanza también es condenable. Como dice
el dicho español, tan sabio, que todos sabemos, "el que espera
desespera", esperar es desesperar. Y aquí quiero citar una estrofa de
quien para mí es el máximo poeta de todos los poetas del instrumento de
lengua castellana, Fray Luis de León. Fray Luis de León dice:
Vivir quiero conmigo,
Gozar quiero del bien que debo al cielo
A solas sin testigo
Libre de amor, de celo,
De odio, de esperanza, de recelo
Libre de amor, porque el amor quiere algo, el amor es una ansiedad, ya
el amor duda, es una aventura. Luego, Libre de amor, / De odio, -no creo
que nadie pueda entender el odio- luego de esperanza, también la
esperanza es un mal.
Aquí recuerdo una broma de Bernard Shaw, que dijo que Dios había escrito
en el dintel del infierno Lasciate ogni speranza voi ch'entrate para
tranquilizar a los réprobos. Están en el infierno, ya no puede
sucederles nada peor, estén tranquilos. No creo que esa fuera la
intención de Dante pero la línea admite esa interpretación. Es decir,
Spinoza nos invita a vivir "bajo cierta apariencia de eternidad".
Es decir, debemos pensar que lo que nos sucede es algo efímero, por
consiguiente esto no importa. Debemos amar a Dios, ahora ¿qué significa
amar a Dios para Spinoza? Ciertamente no se amaba a una persona, ya que
Dios es mucho más que una persona, ya que Dios no es sólo todo el
espacio y todo el tiempo sino una infinitud de otras cosas que
ignoramos. Es decir que amar a Dios sería querer la concatenación de
efectos y de causas. He dicho efectos antes que causas para que se
sienta que ese sistema es infinito. De igual modo que en el hinduismo,
en la declaraciones que hay de ese sistema se empieza siempre por la
aniquilación del mundo y luego un período en que nada ocurre y luego un
período en que el mundo vuelve. Pero se empieza por el Juicio Final para
dar a entender que la serie es infinita.
Ahora, le dijeron a Spinoza que si no hay libre albedrío, que si Dios
quiere todo, entonces por qué condenar ciertas cosas. Los ejemplos que
le dieron fueron el hecho de que Nerón matara a su madre, el hecho de
que Adán comiera el fruto prohibido. Ahora él contesta que lo que hay de
positivo en esos actos es bueno, que lo que hay de negativo es malo,
pero, para Dios, supongo que Dios ve esa concatenación infinita, esos
hechos no son malos. De modo que si uno acepta la ética de Spinoza no
habría hechos malos ya que no hay hechos voluntarios ya que todo ha sido
querido por un Dios inescrutable que está más allá de nuestros juicios
personales.
Sabemos que Spinoza no fue excomulgado -Spinoza vivió tan lejos de la
sinagoga como de la Iglesia- y sin embargo hay un libro en la Biblia, el
Libro de Job, en el cual creo que se llega a una idea parecida.
Recordarán ustedes que el tema central del Libro de Job es el hecho de
que el justo sea desdichado. ¿Cómo justificar la idea, cómo reconciliar
la idea de un Dios omnipotente y de un Dios justo con la idea de que un
hombre justo sufra males? En los últimos capítulos Dios habla con Job y
con sus amigos del torbellino. Los condena a todos, a quienes han
querido defenderlo de él, que se ha quejado de los males que lo afligen.
Ahora, como el Libro de Job está escrito por una mente para la cual era
esencialmente extraño el razonamiento, yo creo que pensaban por
imágenes, en esos últimos capítulos se recurre a dos monstruos,
Behemoth, cuyo nombre es plural para significar que es muy grande, creo
que es elefante, y Leviatán puede ser una gran serpiente o puede ser una
ballena. Y Dios se compara con esos monstruos. De modo que la idea
sería la misma. La idea sería que nuestros juicios éticos son
inaplicables a Dios, que Dios está más allá de la ética y que nosotros
podemos tratar de estar dentro de ella, debemos tratar de amar, es
decir, amar todo lo que ocurre.
No sé qué latino acuñó aquella frase espléndida de amor fati, el amor
del hado, el amor del destino, querer todo lo que es, aunque sea nuestra
desdicha, aunque lo que suceda sea nuestra desventura, nuestra muerte,
nuestro tormento. Tenemos que olvidarlo, o tratar de olvidar eso y
tenemos que sentir el universo o Dios, ya que natura o Deus es la misma
cosa, habría que sentir un mecanismo infinitamente complejo, que no
podemos juzgar pero que debemos aceptar. Y sabemos que Spinoza dedicó su
vida a ser digno de ese sistema que él explicó more geometrico pero que
fue una religión para él. Pensamos en él como un santo, sobre todo un
santo porque no espera nada ya que él descreía de la inmortalidad
personal. El pensaba que nosotros como individuos somos modos efímeros
de esos dos atributos de Dios, la extensión y la consciencia, o el
espacio y el tiempo. Y al mismo tiempo dice: "sentimos y sabemos que
somos inmortales, pero ciertamente no inmortales como individuos sino
inmortales por la partícula de divinidad que hay en nosotros".
Yo creo que ese ideal es un ideal máximo, aunque desde luego yo me
siento incapaz de abrazarlo. Pero, a veces, lejos de toda idea
filosófica, me he preguntado por qué me interesa tanto el destino de un
individuo llamado Borges que vivía en el siglo XIX en una ciudad llamada
Buenos Aires, en el hemisferio meridional, por qué me interesa tanto su
suerte que no es nada del universo, pero es difícil acogerse a ese tipo
de consuelo. Yo he tratado a mi modo de ser spinozista pero no he
logrado serlo. Estoy seguro de no poder seguir los razonamientos de
Spinoza. Creo que todo lector ha sido derrotado pro el método geométrico
de Spinoza, pero creo que todo lector de Spinoza ha sentido algo que no
le hubiera interesado a Spinoza, es decir la presencia personal de
Spinoza, esa persona que el mismo Spinoza juzgaba ilusoria. Sin embargo
existe para nosotros y creo que seguirá existiendo. Creo que Spinoza
tiene que ser sentido como un santo. Creo que todos tenemos que deplorar
no haberlo conocido personalmente como deploramos no haber conocido,
como yo en mi caso, a Berkeley, a Montaigne. Siento no haberlos conocido
personalmente. Me sucede lo mismo con Spinoza y creo que a todos los
hombres les pasará lo mismo.
Y, ahora, este exordio ha sido demasiado largo y querría que ustedes me
tomaran examen a mí y demostraran que yo sé muy poco de Spinoza, porque
la verdad es ésa. Ahora vamos a entrar en lo realmente importante y
quiero que perdonen este prólogo tan repetitivo, tan largo, pero todo
eso ha sido dictado por el hecho de que soy muy tímido. Y ahora vamos a
divertirnos un rato, vamos a conversar, vamos a olvidar que somos
muchos, aunque somos muchos. Spinoza dice que sólo existe Dios. De modo
que acá está Dios monologando a través de nosotros, usándonos como
instrumento. Podemos hablar de Spinoza o si ustedes han llegado a la
conclusión de que sé muy poco sobre este tema elijamos otro.
-II-
El Labrador de Infinitos
Conferencia sobre Baruj Spinoza de Jorge Luis
Borges en la Sociedad Hebraica Argentina
Señoras, señores:
En una novela de Joseph Conrad, que para mí
es el novelista, un navegante, que es el narrador, ve desde la proa de su
nave algo. Una sombra, una claridad en los confines del horizonte. Y se dice
que esa claridad, esa sombra, es de la costa de África. Y que más allá hay
fiebres, imperios, ruinas, Sahara, los grandes ríos que exploraron Stanley,
Livingstone, y luego palmeras, y lo que queda de Cartago, que Roma borró con el
fuego y con la sal. Y luego la historia de portugueses, de holandeses, de
zulúes, de bantúes, y también los compradores de esclavos, y ruinas, y
pirámides. Es decir, un vastísimo mundo. De selvas, desde luego, de leopardos,
de pájaros.
Bueno, a mí me sucede algo parecido. Me he
comprometido a hablar de Spinoza. Me he pasado la vida explorando a Spinoza y,
sin embargo, qué puedo decir de él. Puedo decir de él lo que dice el narrador
de la novela de Conrad. Ha vislumbrado algo. Sabe que eso que vislumbra es
vastísimo. Yo me propuse alguna vez un libro sobre Spinoza. Tengo encasa,
bueno, varias ediciones de la Ethica, en alemán, en francés, en inglés. Y
muchos estudios sobre Spinoza, y biografías. Sin embargo, qué puedo confesar
ahora sino mi ignorancia, mi deslumbrada ignorancia. Pero tengo la impresión de
algo no solo infinito sino esencial también. Algo que de algún modo me
pertenece. Yo pensaba escribir un libro sobre Spinoza. Junté los materiales, y
luego descubrí que no podía explicar a otros lo que yo mismo no puedo
explicarme. Pero hay algo que puedo sentir, misterioso como la música,
misterioso como su Dios.
Pero pensé en estos días que Spinoza había consagrado
su vida a construir dos imágenes. Una es la que conocemos todos. Recuerdo
aquellas palabras que en la presentación acaba de recitar un amigo mío: un
hombre engendra a Dios... Ese fue Spinoza, que dedicó su vida no solo a pulir
lentes sino también a pulir lo que yo he llamado en un soneto ese otro claro
laberinto de la Divinidad, ese ser infinito, que viene a ser el más complejo de
los dioses.
Una de las tareas de la humanidad ha sido imaginar a
Dios. Pero, de los casi infinitos dioses que se han imaginado, ninguno, ni
siquiera el Dios de la Escolástica, el Dios de Santo Tomás, por ejemplo, puede
competir en variedad, en insondabilidad (si se me permite el barbarismo), con
el Dios de Spinoza. Bueno, esa imagen ha quedado y será parte de la memoria de
todos los hombres. Más allá de los otros dioses del panteísmo, por ejemplo la
esfera infinita de Parménides, por ejemplo el Brama de la India, que crea el
mundo, Visnú, que lo conserva, y Siva, que lo destruye. Salvo que Siva es, a la
vez, el que destruye y el que engendra, ya que la muerte y el acto sexual
vienen a ser lo mismo, porque uno es causa del otro.
Bueno, Spinoza dedicó su vida a imaginar a Dios con amor, con
lo que él llamó amor intelectual, una expresión que tomó de Moisés Maimónides.
Dedicó su vida a imaginar a Dios con imaginación, con amor y con una rigurosa
razón que suele llamarse razón cartesiana. Salvo que Spinoza fue mucho más
riguroso que Descartes, su maestro. Ya que si Descartes parte del rigor
cartesiano y concluye en el Vaticano y en la Trinidad, no muchos podemos
esperar de ese rigor. En cambio Spinoza llevó su voluntad, no diré de engendrar,
sino de erigir a Dios, ese cristalino laberinto, hasta el fin.
Pero, mientras él se dedicaba a ese propósito, estaba
creando otra imagen. Esa otra imagen no es menos inmortal que la de Dios. Es la
imagen que ha dejado en cada uno de nosotros. La imagen de su propia vida.
Recuerdo una expresión latina, vita umbratiles, vida en la sombra. Es la que
buscó Spinoza y la que no ha logrado ciertamente, ya que ahora, tantos siglos
después, estamos aquí, en el extremo de un continente que casi ignoró, estamos
aquí pensando en él, yo tratando de hablar de él, y todos extrañándolo. Y,
curiosamente, queriéndolo, lo cual es lo más importante.
Bueno, veamos primero esa imagen de la vida de Spinoza
que sin duda ustedes conocen mejor que yo.
En Holanda
Suele leerse que Spinoza era un judío portugués. En todo
caso, su familia se embarcó en Lisboa huyendo del quemadero inquisitorial y
buscó refugio en la más tolerante de las naciones, Holanda. Y Spinoza fue un
buen ciudadano holandés.
Leí hace años en una biografía de Spinoza un catálogo
de su biblioteca. Y, curiosamente, no figuraban libros portugueses. Pero había
ejemplares de Cervantes, y de Quevedo también.
Y leí en la admirable History of Western Philosophy,
de Bertrand Russell, que Spinoza conocía el castellano, el portugués (su
familia se embarcó en Lisboa, y además conocer un idioma es conocer a otros,
las diferencias son mínimas, como yo lo he comprobado muchas veces), y supo
también latín.
Es una lástima que hayamos perdido el latín. Todos
sentimos la nostalgia del latín, y la literatura la siente. En versos de
Quevedo, pro ejemplo. Feroz, de tierra, el débil muro escalas. El hipérbaton
latino. Quiere decir: feroz escalas el débil muro... Y otro hipérbaton famoso
de Elegía a las ruinas Itálicas: Esto, Fabio, ay dolor, que ves ahora..., que
parecen palabras casi amontonadas al azar, y luego todo se explica al empezar
el segundo verso: campos de soledad, mustio collado. Y tendríamos ejemplos de
Góngora más forzados y menos felices...
Pero, en fin. Spinoza llegó no solo a escribir en
latín, sino, estoy casi seguro, a pensar en latín. Es una lástima que se haya
perdido esa lengua universal. Y todos sentimos esa nostalgia. Es una
característica de las literaturas. De todas. Querer volver al latín, ese idioma
que Browning llamó el idioma de mármol: latín, marble language.
Pues bien. Spinoza conoció desde luego el holandés.
Fue su lengua. Estudió quizás algo de griego, estudió el hebreo, y algo de le
habrá alcanzado del italiano, y del francés también. Su familia era humilde.
Mis fechas son vagas, pero espero no equivocarme al hablar de 1632- 1677, lo
cual daría una vida bastante larga, cuarenta y cinco años, dada la tuberculosis
que lo aquejó. Recuerdo haber escrito aquel soneto, donde me refiero a la
tuberculosis, que dice así: Las traslúcidas manos del judío / Labran en la
penumbra los cristales / Y la tarde que muere es miedo y frío / (Las tardes a
las tardes son iguales). Luego explico que esos cristales son los lentes que él
pulía, ya que existe esa buena tradición judía de que el rabino tenga un oficio
manual. Y luego esos otros cristales que constituyen el laberinto de la
Divinidad.
Spinoza estudió el hebreo, estudió la escritura,
estudió el Talmud, estudió la filosofía de Maimónides y estudió la Cábala. En
cuanto a la Cábala, la consideró un delirio. Y en cuanto a todo lo demás, esa
idea de un Dios que es un ser personal, un Dios que elige un pueblo, un Dios
que hace pacto con el pueblo, todo eso le resultó del todo extraño. El lo
rechazó y divulgó sus dudas entre sus compañeros. Y eso se supo, y tiene que
haber sido bastante importante su influencia, ya que quisieron sobornarlo con
mil florines, que él rechazó, y, según se dice, trataron de asesinarlo. Pero
como él persistía en sus opiniones heréticas, la Sinagoga lo excomulgó. En las
biografías de él están las terribles palabras del Anatema: Anatema sea cuando
está solo. Anatema sea en la calle. Anatema sen en el lecho. Que ningún hombre
se acerque a él...
Una cosa terrible. Bueno, fue excomulgado, arrojado de
Israel, y quizá lo atrajo la Escolástica, quizás habrá leído algo del teólogo
irlandés del siglo IX Escoto Erígena. Escoto quiere decir irlandés. Erígena
nacido en Erín, en Irlanda. Es decir, dos veces irlandés. Escoto llegó a la
corte de Carlos el Calvo desde su monasterio en Irlanda, perseguido por los
sajones, e inventó un sistema según el cual todas las cosas emanan de la
Divinidad, y después del Juicio Final regresan a la Divinidad. Curiosamente,
ese sistema es el mismo que otro irlandés más famoso, George Bernard Shaw,
dramatiza en el pentateuco metabiológico Vuelta a Matusalén, en el cual dice
que no hay hombres adultos, por lo menos en Occidente, y que la edad mínima
debe ser de trescientos años. Ya la final, en el último acto, todas las cosas
vuelven a la Divinidad.
Hay una expresión muy linda, admirable, de este
sistema, en la obra Contemplations, de Víctor Hugo. El poema se titula
hermosamente Ce que dit la bouche d'ombre, Lo que dice la boca de sombra, y al
final todos los seres, sin excluir al demonio, vuelven a Dios, y vuelven también
los dragones, las serpientes, los reptiles que hemos hecho símbolos del mal, y
todos ellos vuelven a la Divinidad y no se sabe qué sucede después.
Pulir, pensar, escribir
Pues bien, Spinoza vive humildemente en distintas
ciudades de Holanda, da pruebas de su valor en alguna circunstancia patriótica
y rechaza dos sobornos. En un caso, le ofrecieron no sé qué cargo muy
importante en Francia a condición de que él dedicara un libro a Luis XIV, el gran
monarca. Pero Spinoza rechazó aquello. Y luego le ofrecieron también una
cátedra de filosofía en Heidelberg, Alemania. Y le prometieron que tendría
plena libertad de expresar su pensamiento. El rechazó este soborno también y
siguió puliendo lentes, pensando y escribiendo. Escribiendo en un árido latín,
como Swedenborg, el místico sueco que fue su contemporáneo.
Tenía muchos amigos. En Inglaterra, en Holanda, en
Alemania. Decidió escribir su libro siguiendo el método geométrico de Euclides,
y eso hace que su lectura sea muy difícil. Goethe dice que no se atrevió a
entrar en ese laberinto que vendría a ser la Ethica de Spinoza porque leyó
algunas páginas y no se sintió mejorado en ningún momento, pero que vio lo
bastante de Spinoza para sentir su grandeza, para sentir que ahí había algo
distinto.
Spinoza recibió la visita de Leibniz, y, según he
leído, Leibniz habría tomado de él la doctrina de la armonía preestablecida,
pero luego negó haberlo conocido. No se condujo bien con él. Pues bien, Spinoza
llevaba su vida. Era una vida muy sencilla. Creo que le gustaba la sopa de
lentejas, se retiraba muy temprano y su ocupación principal era el pensamiento.
Ilustre vida. Ahora, ese modo de escribir, en el cual
sigue la geometría de Euclides, no es arbitrario, ya que veía todo el Universo
como lógicamente justificable. Y. Si creía que la geometría podía justificarse
lógicamente, no es un capricho (y además Descartes ya había hecho algo
parecido) que explicara su filosofía de ese modo, mediante axiomas, definiciones,
proposiciones, corolarios. En los Estados Unidos, tuve ocasión de manejar un
libro titulado On God (De Dios), que es el nombre de otra obra de Spinoza, pero
ese libro está construido de este modo: se suprime todo el incómodo andamio
geométrico y está el texto de Spinoza. Y se han combinado la Ethica y el
Tractatus con las cartas de él a sus amigos en las cuales explica sin aparato
geométrico el sistema.
Pues bien, Spinoza llevó esa vida. Bertrand Russell
dijo que quizá no es el más riguroso de los filósofos, pero, y esto es mucho
más importante, sí The most lovely, el más querible de todos los filósofos, ya
que otros pueden ser admirados, pero no queridos. Y es más importante ser
querido que admirado.
El, quizá tomando esa idea de Maimónides, predicó el
amor intelectual de Dios. Pero dice ( y esto no lo entendió bien Goethe) que
ese amor no espera ser correspondido. Debemos querer a Dios, pero no debemos
esperar que él nos quiera. Dios se quiere infinitamente a sí mismo y no tiene
por qué querernos a nosotros, que somos atributos o modos muy parciales, casi
infinitesimales, de la Divinidad.
Sabemos, entonces, que Spinoza vivió solo, que se
retiraba temprano. Pero hay un rasgo un tanto ingrato que, sin embargo, no
tengo por qué ocultar, ya que nos ayuda a tener una imagen suya. Ese rasgo es
que le gustaba organizar y presenciar riñas de arañas. Veía en esos duelos
símbolos de la maldad y las pasiones de los hombres. Siento haber tenido que
recordar eso.
Bueno, ya tenemos esa vida que pasa de una ciudad a
otra en Holanda, que rechaza honores ofrecidos en Heidelberg, ofrecidos
también, creo, por La Sorbona, en París, y que prefiere el placer intelectual a
cualquier otro.
Parece que siendo muy joven se enamoró, que su amor no
fue correspondido, que él volvió a ese otro amor, el amor de Dios. Vivió
cuarenta y cinco años, murió tísico, e inmediatamente se dijo que había sido
ateo. Lo cual parece un castigo justo para un hombre que pensaba que solo Dios
existe.
Hay un verso de Amado Nervo que vendría a ser una
suerte de síntesis, quizás involuntaria, de la filosofía de Spinoza. Ese verso,
si no me engaño, dice: Dios existe / nosotros somos los que no existimos.
He llegado a pensar que la filosofía de Spinoza puede
llegar a desaparecer, pero que quedará su imagen. John Toland, unos cuarenta
años después de la muerte de Spinoza, acuñó una palabra que parece
imprescindible ahora y que él no conoció: la palabra panteísmo. Es lo contrario
a ateísmo. Ateísmo quiere decir que no hay Dios, y panteísmo, que todo es Dios.
Spinoza usa la frase Deus sive natura, (Dios o la Naturaleza). Es decir, ambas
cosas son iguales. Dios o el Universo. Salvo que el universo no es solo el
Universo material, el del espacio astronómico, sino lo que llamamos el proceso
cósmico. Es decir, el Universo comprende todo lo que existe. Nos comprende, por
ejemplo, a cada uno de nosotros, comprende esta tardía tarde posterior a la
muerte de Spinoza, comprende toda nuestra vida, lo que soñamos, lo que
entresoñamos, lo que hemos hecho, comprende la historia universal, y todo eso
también es Dios.
Ahora, el panteísmo como sistema es antiguo. Lo
encontramos por ejemplo en Parménides. Creía que solo existe una esfera,
infinita, pero esa esfera es material. Y en la filosofía de la India, tenemos a
Brama, que es también el Universo. Y luego hubo otras filosofías panteístas
posteriores. Pero la más extraña es la de Baruj Spinoza, o benedictus Spinoza.
Para él hay un solo ser, y ese ser es Dios. Pero ese Dios es harto más complejo
que las otras divinidades que nos han propuesto los teólogos de todas las
sectas y de todas partes del mundo. La definición, creo, está en la primera
página de la Ethica, aunque es de difícil comprensión y no estoy seguro de
haberla entendido. Pero quizá podamos adelantar algo en la infinita exploración
de esa frase. El define a Dios como una sustancia infinita, dotada de infinitos
modos o a tributos. Y agrega que esa sustancia es su propia causa. Eso es lo
más difícil, o en todo caso me resulta a mí lo más difícil. Pero podemos pensar
en la definición ontológica de la Divinidad que da el escolástico San Anselmo.
Según parece, era un italiano, arzobispo de Canterbury, y creía en Dios, y le
pidió que, ya que había tanta gente que no creía en Él, le diera un prueba, y
descubrió así lo que se ha dado en llamar la prueba ontológica, la prueba del
Ser. Hay otras pruebas que dicen que Dios existe ya que en este mundo se
observa un orden. Por ejemplo, las diversas edades del hombre, las diversas
estaciones, el orden de los astros, el hecho de que las cosas se dividan en
animales, minerales, vegetales. Ese vendría a ser el orden cosmológico, pero el
ontológico es más raro. Voy a decirlo con las mismas palabras de San Anselmo,
que quizá lo hagan más fácil, aunque no convincente. Empieza por preguntar:
¿Puedes tú concebir un ser perfecto? Y para seguir el juego tenemos que decir
que sí. Entonces sigue: ¿Puedes concebir un Ser absolutamente poderoso,
absolutamente omnisciente, absolutamente justo? Tenemos que contestar que sí.
Luego San Anselmo nos pregunta: ¿Ese Ser existe o no? Entonces, si somos
sinceros, contestamos que no sabemos. Y San Anselmo nos dice: Entonces, no has
imaginado al Ser más perfecto, ya que le falta el atributo de existir. Y
podemos imaginar otro más perfecto, que además exista. Luego, Dios existe.
Ahora, no entiendo esta prueba, porque me parece muy
raro que una combinación de palabras pueda determinar la existencia de Dios.
Porque al fin, lo que San Anselmo ha dicho, y Spinoza también, no son más que
combinaciones de palabras dichas en latín, o en castellano, o en la lengua que
ustedes quieran, en cierto orden.
Luego, Hegel toma ese argumento de un modo insolente
que no puede convencer a nadie. Empieza por preguntarnos si una hormiga existe.
Le contestamos, previsiblemente, que sí. Entonces, Hegel dice: Bueno, si una
hormiga, que es un ser mínimo que podemos aniquilar de un pisotón, existe, cómo
no va a existir Dios, que es un ser todopoderoso.
No sé si este es un juego de palabras o mucho más. A
mí, personalmente, esto no me convence.
Pues bien, Spinoza nos propone ese ser que es causa de
sí mismo, y luego de dedica a explorarlo. Y ya que ese ser es Dios, tiene que
ser infinito. Y Spinoza piensa en una sustancia infinita, dotada de infinitos
modos o atributos. Y aquí viene quizá lo más sorprendente de su concepto de
Dios. Sé que todo esto es raro, para ustedes y para mí, pero tengo que
explicarlo de algún modo. Pues bien, Spinoza imagina esa sustancia infinita,
dotada de infinitos atributos. Y al decir infinito no quiero decir múltiple,
quiero decir estrictamente infinito. Por ejemplo, si pensamos en el tiempo, el
tiempo es estrictamente infinito, ya que no podemos concebir ni un principio ni
un fin. Ya lo mismo ocurre con la idea de Spinoza. Pero dos de los atributos, y
aquí prepárense para algo muy asombroso también, son lo que él llama la
extensión y el pensamiento. Pero quizá más fácil para nosotros sea decir el
espacio y el tiempo. Esos vendrían a ser dos de los atributos de Dios. Ahora,
Leibniz tomó su idea de la armonía preestablecida de Spinoza, y esto podría
explicarse así: imaginemos dos cosas tan distintas como la materia y el
espíritu. ¿Cómo puede una influir en la otra? Por ejemplo: alguien clava una
aguja en mi carne. Ese es un hecho físico. Yo siento dolor. Ese es un hecho
mental, o espiritual. ¿Cómo puede ser que uno esté causado por el otro? O, por
ejemplo, en este momento alguien saca una fotografía. Yo, a pesar de mi
ceguera, veo el flash. ¿Cómo puede ese flash, que es meramente físico, ser
percibido por mi mente, que es espiritual? Todos tendemos a pensar, quizá sea
imposible no pensar, que lo material influye en lo físico. Por ejemplo, yo
estoy pronunciando estas palabras. Ustedes las oyen. Es difícil suponer que mi
pronunciación de estas explicativas y torpes palabras no sea la causa de lo que
ustedes oyen. Pero, según Leibniz, y según Spinoza, el hecho no es ese. El
hecho vendría a ser que son dos cosas paralelas, pero no una, causa de la otra.
El ejemplo que da Leibniz es este: él imagina dos relojes. Los dos funcionan
perfectamente. Les dan cuerda. En el mismo momento en que uno marca las siete
de la tarde, el otro marca las siete. Pero ninguno de esos dos relojes ejerce
una influencia en el otro. Los dos han sido condicionados para ese hecho. Pues
bien, según Leibniz, y según Spinoza, cada uno de nosotros ha sido condicionado
por la Divinidad para una serie de hechos. Y esos hechos son paralelos. En el
momento en que yo golpeo la mesa, ustedes oyen el golpe. Pero no se trata de
que el golpe haya producido esa impresión en ustedes. Se trata de que cada uno
de nosotros ha sido condicionado inconcebiblemente para ese fin.
Yo tengo 85 años. Posiblemente, me he muerto hace unos
días, y ustedes han sido condicionados para seguir escuchándome. O ustedes no
han venido, han ido todos a oír la conferencia sin duda muy superior de Octavio
Paz, pero yo he sido condicionado para oírlos a ustedes y sentir que están
aquí.
No sé si ustedes pueden aceptar eso. Pero eso no es
nada. Yo creo que la filosofía y la teología son las formas más extravagantes y
más admirables de la literatura fantástica. Ahora viene algo aún más raro que
las muchas cosas raras que he dicho.
Atributos infinitos
Según Spinoza, Dios es una sustancia infinita que
consta de un número infinito de atributos. Uno de ellos es el espacio, o lo que
llama la extensión, y el otro el tiempo, o lo que llama el pensamiento. Pero,
además, hay un número infinito de otros atributos. A nosotros solo se nos ha
dado sentir dos: el espacio y el tiempo. Entonces, yo decido abrir los dedos de
esta manos, y eso es el pensamiento. Luego, yo abro lentamente los dedos, y esa
es la extensión, el espacio. Pero, paralelamente, en otra serie ocurren
infinitas otras cosas que ni siquiera podemos concebir. Y eso vendría a ser el
Universo.
Si eso es así, casa uno de nosotros ha sido
condicionado, y ninguno de nosotros merece ser castigado, o premiado. Con eso
se borra la idea de un establecimiento penal, el Infierno, y un establecimiento
premial, el Cielo. Somos autómatas condicionados para un fin, y nuestro arduo
deber es el amor de Dios, que vendría a ser no el amor de un Ser, sino el amor
de todo este sistema.
Ahora, en cuanto a Dios, Spinoza le concede la
imaginación, Dios imagina hasta el más ínfimo detalle de nuestras vidas, que
además conciernen a todos los atributos infinitos. Pero, curiosamente, le niega
dos posibilidades. Una, la de comprender, ya que, si yo comprendo algo, el
instante anterior fue de incomprensión. Yo, de golpe, comprendo que estoy
hablando demasiado tiempo, o que no he hablado bastante, pero hay un momento
anterior. Y luego, Spinoza le niega también a Dios la voluntad, ya que querer
algo es carecer de algo. Si yo quiero salir de aquí, si yo quiero haber
llegado, quiere decir que hubo un momento en que no estuve aquí, un momento en
el cual decidiré irme. Y Dios, que es todas las cosas, Dios, que agota todas
las posibilidades, no puede desear nada y no puede comprender nada. El es todas
las cosas.
Un consejo
Y entonces Spinoza aconseja a los hombres, si es que
cabe aconsejar algo a alguien que ha sido condicionado, no arrepentirse, porque
el arrepentimiento es un error, ya que obrar mal es un error, y arrepentirse es
agregar una tristeza también. De modo que él aconsejaría la serenidad, si es
que depende de nosotros la serenidad.
Y recuero aquí inesperadamente una estrofa de un gran
poeta español, de origen judío también como su nombre lo indica, Fray Luis de
León (los toponímicos corresponden a apellidos judíos), que dice: Vivir quiero
conmigo / gozar quiero del bien que debo al Cielo / a solas sin testigo / libre
de amor, de celo / de odio, de esperanza, de recelo.
Libre de amor, ya que el amor es una pasión, una
pasión que nos inquieta, y puede aniquilarnos. Luego, de celos, de odio, de
esperanza, de recelo. Pero, como esos atributos son de algún modo imaginarios,
ya que no agotan la sustancia divina, Spinoza dice que los hombres deben tratar
de liberarse de la esperanza y del temor, que se parecen tanto. El que espera
desespera. Además, ambas cosas se refieren al tiempo. Esperar algo es esperar
algo del tiempo, suponer que mañana puede suceder algo. Temer algo es, de algún
modo, lo mismo, y todo eso está contra la idea de Spinoza de que el tiempo es
ilusorio, como lo es el espacio. Son dos de los atributos de la Divinidad, pero
los dos, y queda un número estrictamente infinito de otros. Bueno... cuando
vine aquí me recordaron una frase de Spinoza que dice algo así como no llorar,
no esperar, no temer. Sí tratar de comprender, ya que es tan vasto ese
territorio que llamamos la Divinidad que no acabaremos de recorrerlo.
No sé si he logrado darles a ustedes una idea de ese
querible ser humano Baruj Spinoza. Fue anatemizado, la Sinagoga lo rechazó, ahora
ha vuelto póstumamente a anexarlo, no sé si eso puede importarle a él... Él no
creía en la inmortalidad personal. Spinoza escribió: sentimos, experimentamos
ser inmortales. Pero no se refería a su yo, sino a esa sustancia que somos. De
algún modo sentimos la inmortalidad de esa sustancia anterior en el tiempo a
nuestro nacimiento, posterior a nuestra muerte en el tiempo.
* * *
Los
que han tratado de crearle un nombre y estudiar al Principio
Incognoscible
de todas las cosas, al intentar hacerlo sólo han logrado
degradarlo
hasta su nivel, al no poder nivelarlo por el humano entendimiento para
su comprensión. Todo lo que es, ha sido y será,
está
compenetrado por el TODO que es DIOS; su manifestación abarca
desde
lo más sutil y cercano a ÉL, hasta lo más denso o
lejano de ÉL, pero en ÉL nada es cercano o lejano,
sólo
ES. En la organización del Universo manifestado corresponde a
diferentes
Jerarquías Espirituales actuar como transformadores de la
Energía
que desde ÉL dimana, para hacerla llegar graduada a los planos
menos
sutiles que no podrían recibir una vibración tan elevada
sin desintegrarse. Esa Energía es la chispa de vida que mantiene
con vida cada partícula, átomo y molécula. Chispa
que en el hombre llega desde el personal espíritu siendo
transformada
plano a plano por sus cuerpos cada vez más densos. Ello nos
diferencia
del mundo animal, vegetal y mineral.
Cuando Tatios pregunta a Hermes sobre DIOS, el Trismegisto le
responde:
Hablar
de DIOS es imposible hijo, pues lo corpóreo no puede expresar a
lo incorpóreo... Lo que no posee cuerpo ni apariencia, forma ni
materia, no puede ser comprendido por los sentidos. Yo comprendo
Tatios,
comprendo, que lo imposible de definir, eso es DIOS.
De la Sagrada Enseñanza
La Gran Obra de Baruch Spinoza
Ética demostrada según el orden geométrico
Esta monumental obra publicada de manera póstuma por amigos en 1677, Spinoza la divide en cinco partes, a saber:
PARTE PRIMERA: DE DIOS
PARTE SEGUNDA: DE LA NATURALEZA Y ORIGEN DEL ALMA
PARTE TERCERA: DEL ORIGEN Y NATURALEZA DE LOS AFECTOS
PARTE CUARTA: DE LA SERVIDUMBRE HUMANA, O DE LA FUERZA DE LOS AFECTOS
PARTE QUINTA: DEL PODER DEL ENTENDIMIENTO O DE LA LIBERTAD HUMANA
In extenso transcribiré la Primera Parte sobre DIOS.
DE DIOS
DEFINICIONES
I.—Por causa de sí entiendo aquello cuya esencia implica
la existencia, o, lo que es lo mismo, aquello cuya naturaleza
sólo puede concebirse como existente.
II.—Se llama finita en su género aquella cosa que puede,
ser limitada por otra de su misma naturaleza. Por ejemplo, se dice que
es finito un cuerpo porque concebimos siempre otro mayor. De igual modo, un pensamiento es
limitado por otro pensamiento. Pero un cuerpo no es limitado por un
pensamiento, ni un pensamiento por un cuerpo.
III.—Por sustancia entiendo aquello que es en sí y se
concibe por sí, esto es, aquello cuyo concepto, para formarse,
no precisa del concepto de otra cosa.
IV.—Por atributo entiendo aquello que el entendimiento percibe de
una sustancia como constitutivo de la esencia de la misma.
V.—Por modo entiendo las afecciones de una sustancia, o sea,
aquello que es en otra cosa, por medio de la cual es también
concebido.
VI.—Por Dios entiendo un
ser absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de
infinitos atributos, cada uno de los cuales
expresa una esencia eterna e infinita.
Explicación:
Digo absolutamente infinito, y no en su
género; pues de aquello que es meramente infinito en su
género podemos negar infinitos atributos, mientras que a la esencia de lo que es absolutamente infinito pertenece
todo cuanto expresa su esencia, y no implica negación alguna.
VII.—Se llama libre a aquella cosa que existe en virtud de la sola
necesidad de su naturaleza y es determinada por sí sola a obrar;
y necesaria, o mejor compelida, a la que es determinada por otra cosa a existir y operar, de cierta y determinada manera.
VIII.—Por eternidad entiendo la existencia misma, en cuanto se la
concibe como siguiéndose necesariamente de la sola
definición de una cosa eterna.
Explicación: En efecto, tal existencia se concibe como una
verdad eterna, como si se tratase de la esencia de la cosa, y por eso
no puede explicarse por la duración o el tiempo, aunque se piense la duración como careciendo de AXIOMAS
I.-Todo lo que es, o es en sí, o en otra cosa.
II. —Lo que no puede concebirse por medio de otra cosa, debe concebirse por sí.
III.—De una determinada causa dada se sigue necesariamente un
efecto, y, por el contrario, si no se da causa alguna determinada, es
imposible que un efecto se siga.
IV.—El conocimiento del efecto depende del conocimiento de la causa, y lo implica.
V.—Las cosas que no tienen nada en común una con otra,
tampoco pueden entenderse una por otra, esto es, el concepto de una de
ellas no implica el concepto de la otra.
VI.—Una idea verdadera debe ser conforme a lo ideado por ella.
VII.—La esencia de todo lo que puede concebirse como no existente no implica la existencia.
PROPOSICIÓN I
Una sustancia es anterior, por naturaleza, a sus afecciones.
Demostración: Es evidente por las Definiciones 3 y 5.
PROPOSICIÓN II
Dos sustancias que tienen atributos distintos no tienen nada en
común entre sí.
Demostración: Es evidente por la
Definición 3. En efecto: cada una debe ser en sí y
concebirse por sí, esto es, el concepto de una no implica el
concepto de la otra.
PROPOSICIÓN III
No puede una cosa ser causa de otra, si entre sí nada tienen en
común.
Demostración: Si nada común tienen una con
otra, entonces (por el Axioma 5) no pueden entenderse una por otra, y,
por tanto (por el Axioma 4), una no puede ser causa de la otra. Quod
erat demonstrandum (en lo sucesivo Q.E.D.). (Del latín= lo que se quería demostrar).
PROPOSICIÓN IV
Dos o más cosas distintas se distinguen entre sí, o por
la diversidad de los atributos de las sustancias o por la diversidad
de las afecciones de las mismas.
Demostración: Todo lo que es, o es en sí, o en otra cosa
(por el Axioma 1), esto es (por las Definiciones 3 y 5), fuera del
entendimiento nada se da excepto las sustancias y sus afecciones. Por
consiguiente, nada hay fuera del entendimiento que sea apto para
distinguir varias cosas entre sí, salvo las sustancias o, lo
que es lo mismo (por la Definición 4), sus atributos y sus
afecciones. Q.E.D.
PROPOSICIÓN V
En el orden natural no pueden darse dos o más sustancias de la misma naturaleza, o sea, con el mismo atributo.
Demostración: Si se diesen varias sustancias distintas,
deberían distinguirse entre sí, o en virtud de la
diversidad de sus atributos, o en virtud de la diversidad de sus
afecciones (por la Proposición anterior). Si se distinguiesen
por la diversidad de sus atributos, tendrá que concederse que no
hay sino una con el mismo atributo. Pero si se distinguiesen por la
diversidad de sus afecciones, entonces, como es la sustancia anterior
por naturaleza a sus afecciones (por la Proposición 1), dejando,
por consiguiente, aparte esas afecciones, y considerándola en
sí, esto es (por la Definición 3 y el Axioma 6),
considerándola en verdad, no podrá ser pensada como
distinta de otra, esto es (por la Proposición precedente), no
podrán darse varias, sino sólo una. Q.E.D.
PROPOSICIÓN VI
Una sustancia no puede ser producida por otra sustancia.
Demostración: En la naturaleza no puede haber dos sustancias
con el mismo atributo (por la Proposición anterior), esto es
(por la
Proposición 2), no puede haber dos sustancias que tengan algo
de común entre sí. De manera que (por la
Proposición 3) una no puede ser causa de la otra, o sea, no
puede ser producida por la otra. Q.E.D.
Corolario: Se sigue de
aquí que una sustancia no puede ser
producida por otra cosa. Pues nada hay en la naturaleza excepto las
sustancias y sus afecciones, como es evidente por el Axioma 1 y las
Definiciones 3 y 5. Pero como (por la Proposición anterior) una
sustancia no puede ser producida por otra sustancia, entonces una
sustancia no puede, en términos absolutos, ser producida por
otra cosa. Q.E.D.
De otra manera: Se demuestra ésta más fácilmente
todavía en virtud del absurdo de su contradictoria. Pues, si la sustancia pudiese ser producida por otra cosa, su conocimiento debería depender del conocimiento de
su causa (por el Axioma 4); y, por lo tanto (según la
Definición 3), no sería una sustancia.
PROPOSICIÓN VII
A la naturaleza de una sustancia pertenece el existir.
Demostración: Una sustancia no puede ser producida por otra
cosa (por el Corolario de la Proposición anterior); será,
por tanto, causa de sí, es decir (por la Definición 1),
que su esencia implica necesariamente la existencia, o sea, que a su
naturaleza pertenece el existir. Q.E.D.
PROPOSICIÓN VIII
Toda sustancia es necesariamente infinita.
Demostración: No existe
más que una única sustancia con el mismo atributo (por la
Proposición 5), y el
existir pertenece a su naturaleza (por la Proposición 7). Por consiguiente, competerá a su naturaleza existir, ya como
finita, ya como infinita. Pero como finita no puede existir, pues (por
la Definición 2) debería ser limitada por otra cosa de su
misma naturaleza, que también debería existir
necesariamente (por la proposición 7); y entonces habría
dos sustancias con el mismo atributo, lo cual es absurdo (por la
Proposición 5). Por tanto, existe como infinita. Q.E.D.
Escolio 1: Como el ser finito es realmente una negación parcial,
y el ser infinito una afirmación absoluta de la existencia de
cualquier
naturaleza, se sigue, pues, de la sola Proposición 7, que toda sustancia debe ser infinita.
Escolio 2: No dudo que sea
difícil concebir la
demostración de la Proposición 7 para todos los que
juzgan confusamente de las cosas y no están acostumbrados a
conocerlas por sus primeras causas; y ello porque no distinguen entre
las modificaciones de las sustancias y las sustancias mismas, ni
saben cómo se producen las cosas. De donde resulta que imaginen
para las sustancias un principio como el que ven que tienen las cosas
naturales; pues quienes ignoran las verdaderas causas de las cosas lo
confunden todo, y, sin repugnancia mental alguna, forjan en su
espíritu árboles que hablan como los hombres, y se
imaginan que los hombres se forman tanto a partir de piedras como de
semen, y que cualesquiera formas se transforman en otras cualesquiera.
Así también, quienes confunden la naturaleza divina con
la humana atribuyen fácilmente a Dios afectos humanos, sobre
todo mientras ignoran cómo se producen los afectos en el alma.
Pero si los hombres atendieran a la naturaleza de la sustancia, no
dudarían un punto de la verdad de la Proposición 7; muy
al contrario, esta Proposición sería para todos un
axioma, y se contaría entre las nociones comunes. Pues por
sustancia entenderían aquello que es en sí y se concibe
por sí, esto es, aquello cuyo conocimiento no precisa del
conocimiento de otra cosa. En cambio, por modificaciones
entenderían aquello que es en otra cosa, y cuyo concepto se
forma a partir del concepto de la cosa en la que es: por lo cual
podemos tener ideas verdaderas de modificaciones no existentes;
supuesto que, aunque no existan en acto fuera del entendimiento, su
esencia está, sin embargo, comprendida en otra cosa, de tal modo
que pueden concebirse por medio de ésta. Por contra, la verdad de las sustancias fuera del entendimiento está sólo en
sí mismas, ya que se conciben por sí. Por tanto, si alguien dijese que tiene una idea clara y distinta —esto es,
verdadera— de una sustancia y, con todo, dudara de si tal sustancia existe, sería en verdad lo mismo que si dijese que tiene una idea verdadera y, con todo, dudara
de si es falsa (como resulta patente al que preste la suficiente
atención); o si alguien afirma que una sustancia es creada, afirma a la vez que una idea falsa
se ha hecho verdadera: y, sin duda, no puede concebirse nada más
absurdo. Por ello, debe reconocerse que la existencia de una sustancia
es, como su esencia, una verdad eterna. Mas de ello, de otra manera,
podemos concluir que no hay sino una única sustancia de la
misma naturaleza, lo cual he pensado que merecía la pena mostrar
aquí. Pero para hacerlo con orden, debe notarse: 1) que la
verdadera definición de cada cosa no implica ni expresa nada
más que la naturaleza de la cosa definida. De lo cual se sigue
esto: 2) que ninguna definición conlleva ni expresa un
número determinado de individuos, puesto que no expresa
más que la naturaleza de la cosa definida. Por ejemplo, la
definición de un triángulo no expresa otra cosa que la
simple naturaleza del triángulo, pero no un determinado
número de triángulos. 3) Debe notarse que se da
necesariamente alguna causa determinada de cada cosa existente. 4) Por
último, debe notarse que esa causa, en cuya virtud existe una
cosa, o bien debe estar contenida en la misma naturaleza y
definición de la cosa existente (ciertamente, porque el existir
es propio de su naturaleza), o bien debe darse fuera de ella. Sentado
esto, se sigue que, si en la naturaleza existe un determinado
número de individuos, debe darse necesariamente una causa en
cuya virtud existan esos individuos, ni más ni menos. Si, por
ejemplo, existen en la naturaleza veinte hombres (que, para mayor
claridad, supongo existen a un tiempo, y sin que en la naturaleza haya
habido otros antes), no bastará (para dar razón de por
qué existen veinte hombres) con mostrar la causa de la
naturaleza humana en general, sino que además habrá que
mostrar la causa en cuya virtud no existen ni más ni menos que
veinte, puesto que (por la Observación 3) debe haber
necesariamente una causa de la existencia de cada uno. Pero esta causa
(por las Observaciones 2 y 3) no puede estar contenida en la naturaleza
humana misma, toda vez que la verdadera definición del hombre no
implica el número veinte; y de esta suerte (por la
Observación 4), la causa por la que esos veinte hombres existen,
y, consiguientemente, por la que existe cada uno, debe darse
necesariamente fuera de cada uno de ellos; y por ello es preciso
concluir, en absoluto, que todo aquello de cuya naturaleza puedan
existir varios individuos, debe tener necesariamente, para que existan,
una causa externa. Entonces, y puesto que existir es propio de la
naturaleza de una sustancia (por lo ya mostrado en este Escolio), debe
su definición conllevar la existencia como necesaria y,
consiguientemente, su existencia debe concluirse de su sola
definición. Pero de su definición (como ya mostramos en
las Observaciones 2 y 3) no puede seguirse la
existencia de varias sustancias; por consiguiente, se sigue
necesariamente de ella, como nos proponíamos demostrar, que
existe sólo una única sustancia de la misma naturaleza.
PROPOSICIÓN IX
Cuanto más realidad o ser tiene una cosa, tantos más atributos le competen.
Demostración: Es evidente por la Definición 4.
PROPOSICIÓN X
Cada atributo de una misma sustancia debe concebirse por sí.
Demostración: Un atributo es, en efecto, lo que el entendimiento
percibe de una sustancia como constitutivo de la esencia de la misma
(por la Definición 4); por tanto (por la Definición 3), debe concebirse por sí. Q.E.D.
Escolio: Según lo dicho, es manifiesto que, aunque dos atributos
se conciban como realmente distintos —esto es, uno sin
intervención del otro—, no podemos,
sin embargo, concluir de ello que constituyan dos entes o dos
sustancias diversas, ya que es propio de la naturaleza de una sustancia
que cada uno de sus atributos se conciba por sí, supuesto que todos
los atributos que tiene han existido siempre a la vez en ella, y
ninguno ha podido ser producido por otro, sino que cada uno expresa la
realidad o ser de la sustancia. Por tanto, dista mucho de ser absurdo
el atribuir varios atributos a una misma sustancia, pues nada hay
más claro en la naturaleza que el hecho de que cada ente deba
concebirse bajo algún atributo, y cuanta más realidad o
ser tenga, tantos más atributos tendrá que expresen
necesidad, o sea, eternidad e infinitud; y, por tanto, nada más
claro tampoco que el hecho de que un ente absolutamente infinito haya
de ser necesariamente definido (según hicimos en la
Definición 6) como el ente que consta de infinitos atributos,
cada uno de los cuales expresa una determinada esencia eterna e
infinita. Si alguien pregunta ahora en virtud de qué signo
podríamos reconocer la diversidad de las sustancias, lea las
Proposiciones siguientes, las cuales muestran que en la naturaleza no
existe sino una única sustancia, y que ésta es
absolutamente infinita, por lo que dicho signo sería buscado en
vano.
PROPOSICIÓN XI
Dios, o sea, una sustancia que consta de infinitos atributos, cada uno
de los cuales expresa una esencia eterna e infinita, existe
necesariamente.
Demostración: Si niegas esto, concibe, si es posible, que Dios
no existe. En ese caso (por el Axioma 7) su esencia no implicará
la existencia. Pero eso (por la Proposición 7) es absurdo: luego Dios existe necesariamente. Q.E.D.
De otra manera: Debe asignársele a cada cosa una causa, o sea,
una razón, tanto de su existencia, como de su no existencia. Por
ejemplo, si un triángulo existe, debe darse una razón o causa por la que existe, y si no
existe, también debe darse una razón o causa que impide
que exista, o que le quita su existencia. Ahora bien, esta razón
o causa, o bien debe estar contenida en la naturaleza de la cosa, o
bien fuera de ella. Por ejemplo, la razón por la que un círculo cuadrado no existe la indica su misma naturaleza: ya que
ello implica, ciertamente, una contradicción. Y al contrario, la
razón por la que existe una sustancia se sigue también de su sola naturaleza, ya que,
efectivamente, ésta implica la existencia (ver
Proposición 7). Pero la razón por la que un
círculo o un
triángulo existen o no existen, no se sigue de su naturaleza,
sino del orden de la naturaleza corpórea como un todo: pues de
tal orden debe seguirse, o bien
que ese triángulo existe ahora necesariamente, o bien que es
imposible que exista ahora. Y esto es patente por sí mismo. De
donde se sigue que existe necesariamente
aquello de lo que no se da razón ni causa alguna que impida que
exista. Así pues, si no puede darse razón o causa alguna
que impida que Dios
exista o que le prive de su existencia, habrá que concluir,
absolutamente, que existe de un modo necesario. Mas, si tal
razón o causa se diese, debería darse,
o bien en la misma naturaleza de Dios, o bien fuera de ella, esto es,
en otra sustancia de otra naturaleza. Pues si fuese de la misma
naturaleza, por ello
mismo se concedería que hay Dios. Pero una sustancia que fuese
de otra naturaleza no tendría nada en común con Dios (por
la Proposición 2), y, por tanto,
no podría ni poner ni quitar su existencia. No pudiendo, pues,
darse una razón o causa, que impida la existencia divina, fuera
de la naturaleza divina,
deberá por necesidad darse, si es que realmente Dios no existe,
en su misma naturaleza, la cual conllevaría entonces una
contradicción. Pero es absurdo
afirmar eso de un Ser absolutamente infinito y sumamente perfecto; por
consiguiente, ni en Dios ni fuera de Dios se da causa o razón
alguna que impida su existencia y, por ende, Dios existe necesariamente. Q.E.D.
De otra manera: Poder no existir es impotencia, y, por contra, poder existir es potencia (como es notorio por sí). De este modo, si lo que ahora existe necesariamente no son sino entes finitos, entonces hay entes finitos
más potentes que el Ser absolutamente infinito, pero esto (como
es por sí notorio) es absurdo; luego, o nada existe, o existe también necesariamente un Ser absolutamente infinito. Ahora bien, nosotros existimos, o en nosotros o en otra cosa que existe necesariamente (ver Axioma 1 y Proposición 7). Por consiguiente, un Ser absolutamente infinito, esto es (por la Definición 6), Dios, existe necesariamente. Q.E.D.
Escolio: En esta última demostración he querido mostrar la existencia de Dios a posteriori, para que se percibiera más fácilmente la demostración, pero no porque la existencia de Dios no se siga apriori de ese mismo fundamento. Pues siendo potencia el poder existir, se sigue que cuanta más realidad compete a la naturaleza de esa cosa, tantas más fuerzas tiene para existir por sí; y, por tanto, un Ser absolutamente infinito, o sea Dios, tiene por sí una potencia absolutamente infinita de existir, y por eso existe absolutamente. Sin embargo, acaso muchos no podrán ver fácilmente la evidencia de esta demostración, porque están acostumbrados a considerar sólo las cosas que provienen de causas externas, y de entre esas cosas, ven que las que se producen rápidamente, esto es, las que existen fácilmente, perecen también con facilidad, y, por contra, piensan que es más difícil que se produzcan, esto es, que no es nada fácil que existan, aquellas cosas que conciben como más complejas. Mas, para que se libren de esos prejuicios, no tengo necesidad de mostrar aquí en qué medida es verdadero el dicho «lo que pronto se hace, pronto perece», ni tampoco si respecto de la naturaleza total todas las cosas son o no igualmente fáciles. Basta sólo con advertir que yo no hablo aquí de las cosas que se producen en virtud de causas externas, sino únicamente de las sustancias, que (por la Proposición 6) no pueden ser producidas por ninguna causa externa. Pues las cosas que se producen en virtud de causas externas, ya consten de muchas partes, ya de pocas, deben cuanto de perfección o realidad tienen a la virtud de la causa externa y, por tanto, su existencia brota de la sola perfección de la causa externa, y no de la suya propia. Por contra, nada de lo que una sustancia tiene de perfección se debe a causa externa alguna; por lo cual también su existencia debe seguirse de su sola naturaleza que, por ende, no es otra cosa que su esencia. Pues la
perfección de una cosa no impide la existencia, sino que, al
contrario, la pone, en tanto que la imperfección, por contra, la quita, y de esta suerte no podemos estar más seguros de la existencia de cosa alguna que de la existencia del Ser absolutamente infinito, o sea, perfecto, esto es, Dios. Pues siendo así que su esencia excluye toda imperfección, e implica la perfección absoluta, aparta por eso mismo todo motivo de duda acerca de su existencia, y da de ella una certeza suma, lo que creo ha de ser claro para quien atienda medianamente.
PROPOSICIÓN XII
No puede verdaderamente concebirse ningún atributo de una sustancia del que se siga que esa sustancia puede ser dividida.
Demostración: En efecto, las partes en las que una sustancia así concebida se dividiría, o bien conservarían la naturaleza de la sustancia, o bien no. Si lo primero, entonces (por la Proposición 8) cada parte debería ser infinita, y (por la Proposición 6) causa de sí, y (por la Proposición 5) poseer un atributo distinto; por tanto, de una sola sustancia podrían formarse varias, lo que (por la Proposición 6) es absurdo. Añádase que esas partes (por la Proposición 2) nada tendrían en común con su todo, y el todo (por la Definición 4 y la Proposición 10) podría ser y ser concebido sin sus partes, lo que nadie podrá dudar que es absurdo. Pero si se admite lo segundo, a saber, que las partes no conservarían la naturaleza de la sustancia, entonces, habiéndose dividido toda la sustancia en partes iguales, perdería la naturaleza de sustancia y dejaría de ser, lo que (por la Proposición 7) es absurdo.
PROPOSICIÓN XIII
Una sustancia absolutamente infinita es indivisible.
Demostración: En efecto: si fuese divisible, las partes en las que se dividiría, o bien conservarían la naturaleza de una sustancia absolutamente infinita, o bien no. Si lo primero, habría, consiguientemente, varias sustancias de la misma naturaleza, lo que (por la Proposición 5) es absurdo. Si se admite lo segundo, una sustancia absolutamente infinita podría (como vimos antes) dejar de ser, lo que (por la Proposición 11) es también absurdo.
Corolario: De aquí se sigue que ninguna sustancia y, consiguientemente, ninguna sustancia corpórea, en cuanto sustancia, es divisible.
Escolio: Se entiende de un modo más sencillo que la sustancia sea indivisible, a partir del hecho de que la naturaleza de la sustancia no puede concebirse sino como infinita, y que por «Parte» de una sustancia no puede entenderse otra cosa que una sustancia finita, lo que (por la Proposición 8) implica una contradicción manifiesta.
PROPOSICIÓN XIV
No puede darse ni concebirse sustancia alguna excepto Dios.
Demostración: Siendo Dios un ser absolutamente infinito, del cual no puede negarse ningún atributo que exprese una esencia de sustancia, y existiendo necesariamente (por la Proposición 11), si aparte de Dios se diese alguna sustancia, ésta debería explicarse por algún atributo de Dios, y, de ese modo, existirían dos sustancias con el mismo atributo, lo cual (por la Proposición 5) es absurdo; por tanto, ninguna sustancia excepto Dios puede darse ni, por consiguiente, tampoco concebirse. Pues si pudiera concebirse, debería concebirse necesariamente como existente, pero eso (por la primera Parte de esta Demostración) es absurdo. Luego no puede darse ni concebirse sustancia alguna excepto Dios. Q.E.D.
Corolario I: De aquí se sigue muy claramente: primero, que Dios es único, esto es (por la Definición 6), que en la naturaleza no hay sino una sola sustancia, y que ésta es absolutamente infinita, como ya indicamos en el Escolio de la Proposición 10.
Corolario II: Se sigue: segundo, que la cosa extensa y la cosa pensante, o bien son atributos de Dios, o bien (por el Axioma 1) afecciones de los atributos de Dios.
PROPOSICIÓN XV
Todo cuanto es, es en Dios, y sin Dios nada puede ser ni concebirse.
Demostración: Excepto Dios, no existe ni puede concebirse sustancia alguna (por la Proposición 14), esto es (por la Definición 3), cosa alguna que sea en sí y se conciba por sí. Pero los modos (por la Definición 5) no pueden ser ni concebirse sin una sustancia; por lo cual pueden sólo ser en la naturaleza divina y concebirse por ella sola. Ahora bien, nada hay fuera de sustancias y modos (por el Axioma 1). Luego nada puede ser ni
concebirse sin Dios. Q.E.D.
Escolio: Los hay que se representan a Dios como un hombre: compuesto de cuerpo y alma y sometido a pasiones; pero ya consta, por las anteriores demostraciones, cuan lejos vagan éstos de un verdadero conocimiento de Dios. Pero los excluyo de mi consideración, pues todos cuantos han examinado de algún modo la naturaleza divina niegan que Dios sea corpóreo. Lo cual prueban muy bien partiendo de que por cuerpo entendemos toda cantidad larga, ancha y profunda, limitada según cierta figura, y nada más absurdo que eso puede decirse de Dios, o sea, del ser absolutamente infinito.
Sin embargo, al mismo tiempo, se esfuerzan por demostrar con otras razones, y manifiestan claramente, que ellos consideran la sustancia corpórea o extensa como separada por completo de la naturaleza divina, y la afirman creada por Dios. Pero ignoran totalmente en virtud de qué potencia divina haya podido ser creada; lo que claramente muestra que no entienden lo que ellos mismos dicen. Yo al menos he demostrado, con bastante claridad a mi juicio (ver Corolario de la Proposición 6 y Escolio 2 de la Proposición 8), que ninguna sustancia puede ser producida o creada por otra cosa. Además hemos mostrado en la Proposición 14 que, excepto Dios, no puede darse ni concebirse sustancia alguna; y de ello hemos concluido que la sustancia extensa es uno de los infinitos atributos de Dios. De todas maneras, para una más completa explicación, refutaré los argumentos de tales adversarios, que se reducen a lo siguiente: Primero: que la sustancia corpórea, en cuanto sustancia, consta, según creen, de partes; y por ello niegan que pueda ser infinita y, consiguientemente, que pueda pertenecer a Dios. Y explican eso con muchos ejemplos, de los que daré alguno que otro. Si la sustancia corpórea —dicen— es infinita, concíbasela dividida en dos partes: cada una de esas partes será, o bien finita, o bien infinita. Si finita, entonces un infinito se compone de dos partes finitas, lo que es absurdo. Si infinita, entonces hay un infinito dos veces mayor que otro infinito, lo que también es absurdo.
Además, si una cantidad infinita se mide mediante partes que tengan un pie de longitud, constará de un número infinito de dichas partes, lo mismo que si se la mide mediante partes de una pulgada de longitud; y, por tanto, un número infinito será doce veces mayor que otro número infinito. Por último, si se concibe que, a partir de un punto de una cantidad infinita, dos líneas AB y AC, separadas al principio por cierta y determinada distancia, se
prolongan hasta el infinito, es indudable que la distancia entre B y C
aumentará continuamente, y que, de ser determinada, pasará a ser indeterminable. Siguiéndose, pues, dichos absurdos —según creen— de la suposición de una cantidad infinita, concluyen de ello que la sustancia corpórea debe ser finita y, consiguientemente, que no pertenece a la esencia de Dios. Un segundo argumento se obtiene a partir de la suma perfección de Dios. Dios —dicen—, como es un ser sumamente perfecto, no puede padecer; ahora bien, la sustancia corpórea, dado que es divisible, puede padecer; luego se sigue que no pertenece a la esencia de Dios. Éstos son los argumentos que encuentro en los escritores, con los que se esfuerzan por probar que la sustancia corpórea es indigna de la naturaleza divina y no puede pertenecer a ella. Pero en realidad, si bien se mira, se advertirá que yo ya he respondido a esos argumentos, toda vez que sólo se fundan en la suposición de que la sustancia corpórea se compone de partes, lo que ya probé ser absurdo (Proposición 12, con el Corolario de la Proposición 13). Además, si se quiere sopesar con cuidado la cuestión, se verá que todos esos absurdos (supuesto que lo sean, cosa que ahora no discuto) en virtud de los cuales pretenden concluir que una sustancia extensa es finita, en absoluto se siguen de la suposición de
una cantidad infinita, sino de que esa cantidad infinita se supone mensurable y compuesta de partes finitas; por lo cual, de los absurdos que de eso se siguen no pueden concluir otra cosa sino que la cantidad infinita no es mensurable, y que no puede estar compuesta de partes finitas. Pero eso es ya precisamente lo mismo que nosotros hemos demostrado ya antes (Proposición 12, etc.). Por lo cual, el dardo que nos lanzan lo arrojan, en realidad, contra sí mismos. Si, pese a todo, quieren concluir, a partir de su propio absurdo, que la sustancia extensa debe ser finita, no hacen, en verdad, otra cosa que quien, por el hecho de imaginar un círculo con las propiedades del cuadrado, concluye que el círculo no tiene un centro a partir del cual todas las líneas trazadas hasta la circunferencia son iguales, pues la sustancia corpórea, que no puede concebirse sino como infinita, única e indivisible, la conciben ellos compuesta de partes, múltiple y divisible, para poder concluir que es finita.
Así también, otros, tras imaginar que la línea se compone de puntos, encuentran fácilmente muchos argumentos con los que muestran que la línea no puede dividirse hasta lo infinito. Y, desde luego, no es menos absurdo afirmar que la sustancia corpórea está compuesta de cuerpos, o sea de partes, que afirmar que el cuerpo está compuesto de superficies, las superficies de líneas y las líneas de puntos. Ahora bien, esto deben reconocerlo todos los que saben que una razón clara es infalible y, antes que nadie, los que niegan que haya vacío, pues si la sustancia corpórea pudiera dividirse de modo que sus partes fuesen realmente distintas,
¿por qué no podría entonces aniquilarse una sola
parte, permaneciendo las demás conectadas entre sí, como antes? ¿Y por qué todas deben ajustarse de modo que no haya vacío? Ciertamente, si hay cosas que son realmente distintas entre sí, una puede existir y permanecer en su estado sin la otra. Pero como en la naturaleza no hay vacío (de esto he hablado en otro lugar), sino que todas sus partes deben concurrir de modo que no lo haya, se sigue de ahí que esas partes no pueden distinguirse realmente, esto es, que la sustancia
corpórea, en cuanto sustancia, no puede ser dividida. Si alguien, con todo, pregunta ahora que por qué somos tan propensos por naturaleza a dividir la cantidad, le respondo que la cantidad es concebida por nosotros de dos maneras, a saber: abstractamente, o sea, superficialmente, es decir, como cuando actuamos con la imaginación; o bien como sustancia, lo que sólo hace el entendimiento. Si consideramos la cantidad tal como se da en la imaginación —que es lo que hacemos con mayor facilidad y frecuencia—, aparecerá finita, divisible y compuesta de partes; pero si la consideramos tal como se da en el entendimiento, y la concebimos en cuanto sustancia —lo cual es muy difícil—, entonces, como ya hemos demostrado suficientemente, aparecerá infinita, única e indivisible. Lo cual estará bastante claro para todos los que hayan sabido distinguir entre imaginación y entendimiento: sobre todo, si se considera también que la materia es la misma en todo lugar, y que en ella no se distinguen partes, sino en cuanto la concebimos como afectada de diversos modos, por lo que entre sus partes hay sólo distinción modal, y no real. Por ejemplo, concebimos que el agua, en cuanto es agua, se divide, y que sus partes se separan unas de otras; pero no en cuanto que es sustancia corpórea, pues en cuanto tal ni se separa ni se divide. Además el agua, en cuanto agua, se genera y se corrompe, pero en cuanto sustancia ni se genera ni se corrompe. Y con esto creo que he respondido también al segundo argumento, puesto que éste se funda también en que la materia, en cuanto sustancia, es divisible y se compone de partes. Y aunque esto no fuese así, no sé por qué la materia sería indigna de la naturaleza divina, supuesto que (por la Proposición 14) no puede darse fuera de Dios sustancia alguna por la que pueda padecer. Digo, pues, que todas las cosas son en Dios, y que todo lo que ocurre, ocurre en virtud de las solas leyes de la infinita naturaleza de Dios y se sigue (como en seguida mostraré) de la necesidad de su esencia; por lo cual no hay razón alguna para decir que Dios padezca en virtud de otra cosa, o que la sustancia extensa sea indigna de la naturaleza divina,
aunque se la suponga divisible, con tal que se conceda que es eterna e
infinita. Pero, por el momento, ya hemos dicho bastante de esto.
PROPOSICIÓN XVI
De la necesidad de la naturaleza divina deben seguirse infinitas cosas de infinitos modos (esto es, todo lo que puede caer bajo un entendimiento infinito).
Demostración: Esta Proposición debe ser patente para cualquiera, sólo con que considere que de una definición dada de una cosa cualquiera concluye el entendimiento varias propiedades, que se siguen realmente, de un modo necesario, de dicha definición (esto es, de la esencia misma de la cosa), y tantas más cuanta mayor realidad expresa la definición de la cosa, esto es, cuanta más realidad implica la esencia de la cosa definida. Pero como la naturaleza divina tiene absolutamente infinitos atributos (por la Definición 6), cada uno de los cuales expresa también una esencia infinita en su género, de la necesidad de aquélla deben seguirse, entonces, necesariamente infinitas cosas de infinitos modos (esto es, todo lo que puede caer bajo un entendimiento infinito). Q.E.D.
Corolario I: De aquí se sigue: primero, que Dios es causa eficiente de todas las cosas que pueden caer bajo un entendimiento infinito.
Corolario II: Se sigue: segundo, que Dios es causa por sí y no por accidente.
Corolario III: Se sigue: tercero, que Dios es absolutamente causa primera.
PROPOSICIÓN XVII
Dios obra en virtud de las solas leyes de su naturaleza, y no forzado por nadie.
Demostración: Según hemos mostrado en la Proposición 16, se siguen absolutamente infinitas cosas de la sola necesidad de la naturaleza divina, o, lo que es lo mismo, de las solas leyes de su naturaleza; y en la Proposición 15 hemos demostrado que nada puede ser ni concebirse sin Dios, sino que todas las cosas son en Dios; por lo cual, nada puede haber fuera de él que lo determine o fuerce a obrar, y por ello Dios obra en virtud de las solas leyes de su naturaleza, y no forzado por nadie. Q.E.D.
Corolario I: De aquí se sigue: primero, que no hay ninguna causa
que, extrínseca o intrínsecamente, incite a Dios a obrar,
a no ser la perfección de su misma naturaleza.
Corolario II: Se sigue: segundo, que sólo Dios es causa libre. En efecto, sólo Dios existe en virtud de la sola necesidad de su naturaleza (por la Proposición 11 y el Corolario 1 de la Proposición 14) y obra en virtud de la sola necesidad de su naturaleza (por la Proposición anterior). Por tanto (por la Definición 7), sólo él es causa libre. Q.E.D.
Escolio: Otros piensan que Dios es causa libre porque puede, según creen, hacer que no ocurran —o sea, que no sean producidas por él— aquellas cosas que hemos dicho que se siguen de su naturaleza, esto es, que están en su potestad. Pero esto es lo mismo que si dijesen que Dios puede hacer que de la naturaleza del triángulo no se siga que sus tres ángulos valen dos rectos, o que, dada una causa, no se siga de ella un efecto, lo cual es absurdo.
Además, mostraré más adelante, sin ayuda de esta Proposición, que ni el entendimiento ni la voluntad pertenecen a la naturaleza de Dios. Ya sé que hay muchos que creen poder demostrar que a la naturaleza de Dios pertenecen el entendimiento sumo y la voluntad libre, pues nada más perfecto dicen conocer, atribuible a Dios, que aquello que en nosotros es la mayor perfección. Además, aunque conciben a Dios como sumamente inteligente en acto, no creen, con todo, que pueda hacer que existan todas las cosas que entiende en acto, pues piensan que de ese modo destruirían la potencia de Dios. Si hubiese creado —dicen— todas las cosas que están en su
entendimiento, entonces no hubiese podido crear nada más, lo que, según creen, repugna a la omnipotencia de Dios, y así han preferido admitir un Dios indiferente a todo, y que nada crea salvo lo que ha decidido crear en virtud de una cierta voluntad absoluta. Pero yo pienso haber mostrado bastante claramente (ver Proposición 16) que de la suma potencia de Dios, o sea, de su
infinita naturaleza, han dimanado necesariamente, o sea, se siguen siempre con la misma necesidad, infinitas cosas de infinitos modos, esto es, todas las cosas; del mismo modo que de la naturaleza del triángulo se sigue, desde la eternidad y para la eternidad, que sus tres ángulos valen dos rectos. Por lo cual, la omnipotencia de Dios ha estado en acto desde siempre, y permanecerá para siempre en la misma actualidad. Y de esta manera, a mi juicio por lo menos, la omnipotencia de Dios se enuncia mucho más
perfectamente. Para decirlo abiertamente: son, muy al contrario, mis
adversarios quienes parecen negar la omnipotencia de Dios. En efecto:
se ven obligados a confesar que Dios entiende infinitas cosas creables, las cuales, sin embargo, no podrá crear nunca. Pues de otra manera, a saber, si crease todas las cosas que entiende, agotaría, según ellos, su omnipotencia, y se volvería imperfecto. Así pues, para poder afirmar que Dios es perfecto, se ven reducidos a tener que afirmar, a la vez, que no puede hacer todo aquello a
que se extiende su potencia, y no veo qué mayor absurdo puede imaginarse, ni cosa que repugne más a la omnipotencia de Dios. Además (para decir aquí también algo acerca del entendimiento y la voluntad que atribuimos comúnmente a Dios), si el entendimiento y la voluntad pertenecen a la esencia eterna de Dios, entonces ha de entenderse por ambos atributos algo distinto de lo que ordinariamente entienden los hombres. Pues esos entendimiento y voluntad que constituirían la esencia de Dios deberían diferir por completo de nuestro entendimiento y voluntad, y no podrían concordar con ellos en nada, salvo el nombre: a saber, no de otra manera que como concuerdan entre sí el Can, signo celeste, y el can, animal labrador. Demostraré esto como sigue. Si el entendimiento pertenece a la naturaleza divina, no podrá, como nuestro entendimiento, ser por naturaleza posterior (como creen los más) o simultáneo a las cosas entendidas, supuesto que Dios, en virtud de ser causa, es anterior a todas las cosas (por el Corolario 1 de la Proposición 16); sino que, por el contrario, la verdad y esencia formal de las cosas es de tal y cual manera porque de tal y cual manera existen objetivamente en el entendimiento de Dios. Por lo cual, el entendimiento de Dios, en cuanto se le concibe como constitutivo de la esencia de Dios, es realmente causa de las cosas, tanto de su esencia como de su existencia; lo que parece haber sido advertido también por quienes han aseverado que el entendimiento, la voluntad y la potencia de Dios son todo uno y lo mismo. Y de este modo, como el entendimiento de Dios es la única causa de las cosas, es decir (según hemos mostrado), tanto de su esencia como de su existencia, debe necesariamente diferir de ellas, tanto en razón de la esencia, como en razón de la existencia. En efecto, lo causado difiere de su causa precisamente por aquello que en virtud de la causa tiene. Por ejemplo, un hombre es causa de la existencia, pero no de la esencia, de otro hombre, pues ésta es una verdad eterna, y por eso pueden concordar del todo según la esencia, pero según la existencia deben diferir; y, a causa de ello, si perece la existencia de uno, no perecerá por eso la del otro, pero si la esencia de uno
pudiera destruirse y volverse falsa, se destruiría
también la esencia del otro. Por lo cual, la cosa que es causa no sólo de la esencia, sino también de la existencia de algún efecto, debe diferir de dicho efecto tanto en razón de la esencia como en razón de la existencia. Ahora bien: el entendimiento de Dios es causa no sólo de la esencia, sino también de la existencia de nuestro entendimiento. Luego el entendimiento de Dios, en cuanto se le concibe como constitutivo de la esencia divina, difiere de nuestro entendimiento tanto en razón de la esencia como en razón de la existencia, y no puede concordar con él en cosa alguna, excepto en el nombre, como queríamos.
Acerca de la voluntad se procede de la misma manera, como cualquiera puede ver fácilmente.
PROPOSICIÓN XVIII
Dios es causa inmanente, pero no transitiva, de todas las cosas.
Demostración: Todo lo que es, es en Dios y debe concebirse por Dios (por la Proposición 15); y así (por el Corolario 1 de la Proposición 16 de esta parte), Dios es causa de las cosas que son en El: que es lo primero. Además, excepto Dios no puede darse sustancia alguna (por la Proposición 14), esto es (por la Definición 3), cosa alguna excepto Dios, que sea en sí: que era lo segundo. Luego Dios es causa inmanente, pero no transitiva, de todas las cosas. Q.E.D.
PROPOSICIÓN XIX
Dios es eterno, o sea, todos los atributos de Dios son eternos.
Demostración: En efecto, Dios (por la Definición 6) es una sustancia, que (por la Proposición 11) existe necesariamente, esto es (por la Proposición 7), a cuya naturaleza pertenece el existir, o lo que es lo mismo, de cuya definición se sigue que existe, y así (por la Definición 8) es eterno. Además, por atributos de Dios debe entenderse aquello que (por la Definición 4) expresa la esencia de la sustancia divina, esto es, aquello que pertenece a la sustancia: eso mismo es lo que digo que deben implicar los atributos. Ahora bien: la eternidad pertenece a la naturaleza de la sustancia (como ya he demostrado por la Proposición 7). Por consiguiente, cada atributo debe implicar la eternidad, y por tanto todos son eternos. Q.E.D.
Escolio: También es evidente esta Proposición, y lo más claramente posible, por la manera como he demostrado la existencia de Dios (Proposición 11); en virtud de esta demostración, digo, consta que la existencia de Dios es, como su esencia, una verdad eterna. Además (Proposición 19 de los «Principios de la Filosofía de Descartes»), también he demostrado de otra manera la eternidad de Dios, y no hace falta repetirla aquí.
PROPOSICIÓN XX
La existencia de Dios y su esencia son uno y lo mismo.
Demostración: Dios (por la Proposición anterior) y todos sus atributos son eternos, esto es (por la Definición 8), cada uno de sus atributos expresa la existencia. Por consiguiente, los mismos atributos de Dios que (por la
Definición 4) explican la esencia eterna de Dios explican a la
vez su existencia eterna, esto es: aquello mismo que constituye la esencia de Dios, constituye a la vez su existencia, y así ésta y su esencia son uno y lo mismo. Q.E.D.
Corolario I: Se sigue de aquí: primero, que la existencia de Dios es, como su esencia, una verdad eterna.
Corolario II: Se sigue: segundo, que Dios es inmutable, o sea, que todos los atributos de Dios son inmutables. Ya que si mudaran por razón de la existencia, deberían también (por la Proposición anterior) mudar por razón de la esencia, esto es (como es por sí notorio), convertirse de verdaderos en falsos, lo que es absurdo.
PROPOSICIÓN XXI
Todo lo que se sigue de la naturaleza, tomada en términos absolutos, de algún atributo de Dios, ha debido existir siempre y ser infinito, o sea, es eterno e infinito en virtud de ese atributo.
Demostración: Caso de que lo neguéis, concebid, si es posible, que en un atributo de Dios se siga, en virtud de su naturaleza tomada en términos absolutos, algo que sea infinito y tenga una existencia, esto es, una duración determinada; por ejemplo, la idea de Dios en el pensamiento. Ahora bien, el pensamiento, dado que se le supone atributo de Dios, es necesariamente (por la Proposición 11) infinito por su naturaleza. Sin embargo, en cuanto que contiene la idea de Dios, se le supone finito. Pero (por la Definición 2) no se le puede concebir como finito más que si está limitado por el pensamiento mismo. Ahora bien: por el pensamiento mismo, en cuanto constituye la idea de Dios, no puede estarlo, ya que es en cuanto tal como se le supone finito; luego estará limitado por el pensamiento en cuanto que no constituye la idea de Dios que, sin embargo (por la Proposición 11), debe existir necesariamente.
Hay, pues, un pensamiento que no constituye la idea de Dios, y por eso de su naturaleza, en cuanto pensamiento tomado en términos absolutos, no se sigue necesariamente la idea de Dios (se lo concibe, en efecto, como constituyendo la idea de Dios, y como no constituyéndola). Pero eso va contra la hipótesis. Por lo cual, si la idea de Dios en el pensamiento, o cualquier otra cosa (lo mismo da, ya que la demostración es universal) se sigue, en algún atributo de Dios, en virtud de la necesidad de la naturaleza, tomada en términos absolutos, de ese mismo atributo, ello deberá ser necesariamente infinito. Que era lo primero.
Además, aquello que de tal modo se sigue de la necesidad de la naturaleza de algún atributo, no puede tener una existencia —o sea, una duración— determinada. Si negáis eso, suponéis que una cosa que se sigue de la necesidad de la naturaleza de un atributo se da en algún atributo de Dios (por ejemplo, la idea de Dios en el pensamiento), y que la tal no ha existido o no va a existir alguna vez. Ahora bien: como se supone que el pensamiento es un atributo de Dios, debe no sólo existir necesariamente, sino también ser inmutable (por la Proposición 11 y el Corolario 2 de la Proposición 20). Por lo cual, más allá de los límites de la duración de la idea de Dios (que se supone, en efecto, no haber existido o no deber existir alguna vez), el pensamiento deberá existir sin la idea de Dios. Pero esto va contra la hipótesis: ya que se supone que, dado el pensamiento, la idea de Dios se sigue necesariamente de él. Por consiguiente, la idea de Dios en el pensamiento, o cualquier otra cosa que necesariamente se siga de la naturaleza de algún atributo, tomada en términos absolutos, no puede tener una duración determinada, sino que, en virtud de ese atributo, es eterna. Que era lo segundo. Nótese que esto mismo debe afirmarse de cualquier cosa que se siga necesariamente, en un atributo de Dios, de la naturaleza divina tomada en términos absolutos.
PROPOSICIÓN XXII
Todo lo que se sigue a
partir de un atributo de Dios, en cuanto afectado de una
modificación tal que en virtud de dicho atributo existe
necesariamente y es infinita, debe también existir
necesariamente y ser infinito.
Demostración: La demostración a esta Proposición procede de la misma manera que la demostración de la anterior.
PROPOSICIÓN XXIII
Todo modo que existe necesariamente y es infinito, ha debido seguirse necesariamente, o bien de la naturaleza de algún atributo de Dios considerada en absoluto, o bien a partir de algún atributo afectado de una modificación que existe necesariamente y es infinita.
Demostración: En efecto, un modo es en otra cosa, por la cual debe ser concebido (por la Definición 5), esto es (por la Proposición 15), que es en Dios sólo, y a través de Dios solo puede ser concebido. Por consiguiente, si se concibe que un modo existe necesariamente y es infinito, ambas cosas
deben necesariamente concluirse, o percibirse, en virtud de
algún atributo de Dios, en cuanto se concibe que dicho atributo expresa la infinitud y necesidad de la existencia, o (lo que es lo mismo, por la Definición 8) la eternidad, esto es (por la Definición 6 y la Proposición 19), en cuanto se lo considera en términos absolutos. Por tanto, un modo que existe necesariamente y es infinito ha debido seguirse de la naturaleza de algún atributo de Dios tomado en términos absolutos; y ello, o bien inmediatamente (sobre esto, Proposición 21), o bien a través de alguna modificación que se sigue de su naturaleza absolutamente considerada, esto es (por la Proposición anterior), que existe necesariamente y es infinita. Q.E.D..
PROPOSICIÓN XXIV
La esencia de las cosas producidas por Dios no implica la existencia.
Demostración: Es evidente por la Definición 1. En efecto, aquello cuya naturaleza (a saber: considerada en sí) implica la existencia es causa de sí, y existe en virtud de la sola necesidad de su naturaleza.
Corolario: Se sigue de aquí que Dios no sólo es causa de que las cosas comiencen a existir, sino también de que perseveren en la existencia, o sea (para usar un término escolástico), que Dios es causa del
ser de las cosas. Pues, existan las cosas o no, siempre que
consideramos su esencia hallamos que ésta no implica ni la existencia ni la duración, y así su esencia no puede ser causa de su existencia ni de su duración, sino sólo Dios, única naturaleza a la que pertenece el existir (por el Corolario 1 de la Proposición 14).
PROPOSICIÓN XXV
Dios no es sólo causa eficiente de la existencia de las cosas, sino también de su esencia.
Demostración: Si negáis eso, entonces Dios no es causa de la esencia de las cosas, y de esta suerte (por el Axioma, 4) puede concebirse sin Dios la esencia de las cosas: pero eso (por la Proposición 15) es absurdo. Luego Dios es causa también de la esencia de las cosas. Q.E.D.
Escolio: Esta Proposición deriva más claramente de la Proposición 16. En efecto, se sigue de ésta que, dada la naturaleza divina, de ella deben concluirse necesariamente tanto la esencia como la existencia de las cosas; en una palabra: en el mismo sentido en que se dice que Dios es causa de sí, debe decirse también que es causa de todas las cosas, lo que constará aún más claramente por el siguiente Corolario.
Corolario: Las cosas particulares no son sino afecciones de los atributos de Dios, o sea, modos por los cuales los atributos de Dios se expresan de cierta y determinada manera. La demostración de esto es evidente por la Proposición
PROPOSICIÓN XXVI
Una cosa que ha sido determinada a obrar algo, lo ha sido necesariamente por Dios; y la que no lo ha sido por Dios, no puede determinarse a sí misma a obrar.
Demostración: Aquello por lo que se dice que las cosas están determinadas a obrar algo es, necesariamente, algo positivo (como es por sí notorio). Y de esta suerte, Dios es por necesidad causa eficiente (por las Proposiciones 25 y 16) tanto de la esencia de ello como de su existencia. Que era lo primero. De lo que se sigue también, muy claramente, lo que se propone como segundo. En efecto: si la cosa no determinada por Dios pudiera determinarse a sí misma, entonces la primera parte de esta Proposición sería falsa, lo que es absurdo, como hemos mostrado.
PROPOSICIÓN XXVII
Una cosa que ha sido determinada por Dios a obrar algo, no puede convenirse a sí misma en indeterminada.
Demostración: Esta Proposición es evidente por el Axioma tercero.
PROPOSICIÓN XXVIII
Ninguna cosa singular, o sea, ninguna cosa que es infinita y tiene una existencia determinada, puede existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir y obrar por otra causa, que es también finita y tiene una existencia determinada; y, a su vez, dicha causa no puede tampoco existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir y obrar por otra, que también es finita y tiene una existencia determinada, y así hasta el infinito.
Demostración: Todo cuanto está determinado a existir y obrar, es determinado por Dios (por la Proposición 16 y el Corolario de la Proposición 24). Pero lo que es finito y tiene una existencia determinada no ha podido ser producido por la naturaleza, considerada en absoluto, de algún atributo de Dios, pues todo lo que se sigue de la naturaleza, tomada en absoluto, de algún atributo de Dios,
es infinito y eterno (por la Proposición 21). Ha debido seguirse, entonces, a partir de Dios, o sea, de algún atributo suyo, en cuanto se le considera afectado por algún modo, ya que nada hay fuera de sustancia y modos (por el Axioma 1 y las Definiciones 3 y 5), y los modos no son otra cosa (por el Corolario de la Proposición 25) que afecciones de los atributos de Dios. Ahora bien: tampoco ha podido seguirse a partir de Dios, o de algún atributo suyo, en cuanto afectado por alguna modificación que sea eterna e infinita (por la Proposición 22). Por consiguiente, ha debido seguirse de Dios, o bien ser determinado a existir y obrar por Dios, o por algún atributo suyo, en cuanto modificado por una modificación que sea infinita y tenga una existencia determinada. Que era lo primero. Además, esta causa, o sea, este modo, a su vez (por la misma razón de que nos hemos servido ahora mismo en la primera parte de esta demostración), ha debido también ser determinado
por otra, que es también finita y tiene una existencia
determinada, y, a su vez, esta última (por la misma razón) por otra, y así siempre (por la misma razón) hasta el infinito. Q.E.D.
Escolio: Como ciertas cosas han debido ser producidas por Dios inmediatamente, a saber: las que se siguen necesariamente de su naturaleza considerada en absoluto, y, por la mediación de estas primeras, otras, que, sin embargo, no pueden ser ni concebirse sin Dios, se sigue de aquí: primero, que Dios es causa absolutamente «próxima» de las cosas inmediatamente producidas por él; y no «en su género», como dicen. Se sigue: segundo, que Dios no puede con propiedad ser llamado causa «remota» de las cosas singulares, a no ser, quizá, con objeto de que distingamos esas cosas de las que Él produce inmediatamente, o mejor dicho, de las que se siguen de su naturaleza, considerada en absoluto. Pues por «remota» entendemos una causa tal que no está, de ninguna manera, ligada con su efecto. Pero todo lo que es, es en Dios, y depende de Dios de tal modo que sin Él no puede ser ni concebirse.
PROPOSICIÓN XXIX
En la naturaleza no hay nada contingente, sino que, en virtud de la necesidad de la naturaleza divina, todo está determinado a existir y obrar de cierta manera.
Demostración: Todo lo que es, es en Dios (por la Proposición 15): pero Dios no puede ser llamado cosa contingente. Pues (por la Proposición 11) existe necesariamente, y no contingentemente. Además, los modos de la naturaleza divina se han seguido de ella también de un modo necesario, no contingente (por la Proposición 16), y ello, ya sea en cuanto la naturaleza divina es considerada en términos absolutos (por la Proposición 21), ya sea en cuanto se la considera como determinada a obrar de cierta manera (por la Proposición 27). Además, Dios es causa de estos modos no sólo en cuanto simplemente existen (por el Corolario de la Proposición 24), sino también (por la Proposición 26) en cuanto se los considera como determinados a obrar algo. Pues, si no son determinados por Dios (por la misma Proposición), es imposible, y no contingente, que se determinen a sí mismos; y, al contrario (por
la Proposición 27), si son determinados por Dios, es imposible,
y no contingente, que se conviertan a sí mismos en indeterminados. Por lo cual, todas las cosas están determinadas, en virtud de la necesidad de la naturaleza divina, no sólo a existir, sino también a existir y obrar de cierta manera, y no hay nada contingente. Q.E.D.
Escolio: Antes de seguir adelante, quiero explicar aquí —o más bien advertir— qué debe entenderse por Naturaleza naturante, y qué por Naturaleza naturada. Pues creo que ya consta, por lo anteriormente dicho, que por Naturaleza naturante debemos entender lo que es en sí y se concibe por sí, o sea, los atributos de la sustancia que expresan una esencia eterna e infinita, esto es (por el Corolario 1 de la Proposición 14 y el Corolario 2 de la Proposición 17), Dios, en cuanto considerado como causa libre. Por Naturaleza naturada, en cambio, entiendo todo aquello que se sigue de la necesidad de la naturaleza de Dios, o sea, de cada uno de los atributos de Dios, esto es, todos los modos de los atributos de Dios, en cuanto considerados como cosas que son en Dios, y que sin Dios no pueden ser ni concebirse.
PROPOSICIÓN XXX
El entendimiento finito en acto, o el infinito en acto, debe comprender los atributos de Dios y las afecciones de Dios, y nada más.
Demostración: Una idea verdadera debe ser conforme a lo ideado por ella (por el Axioma 6), esto es (como es por sí notorio): lo que está contenido objetivamente en el entendimiento debe darse necesariamente en la naturaleza; ahora bien: en la naturaleza (por el Corolario 1 de la Proposición 14) no hay sino una sola sustancia, a saber, Dios, y no hay otras afecciones (por la Proposición 15) que las que son en Dios, y no pueden (por la misma Proposición) ser ni concebirse sin Dios; luego el entendimiento en acto, finito o infinito, debe comprender los atributos de Dios las afecciones de Dios, y nada más. Q.E.D.
PROPOSICIÓN XXXI
El entendimiento en acto, sea finito o infinito, así como la voluntad, el deseo, el amor, etc., deben ser referidos a la Naturaleza naturada, y no a la naturante.
Demostración: En efecto (como es notorio por sí), no entendemos por «entendimiento» el pensamiento en términos absolutos, sino sólo un cierto modo del pensar, que difiere de otros modos como el deseo, el amor, etc. y que, por tanto, debe ser concebido por medio del pensamiento tomado en términos absolutos, es decir (por la Proposición 15 y la
Definición 6), debe concebirse por medio de un atributo de Dios
que exprese la eterna e infinita esencia del pensamiento de tal modo que sin él no pueda ser ni ser concebido,
y por ello (por el Escolio de la Proposición 29) debe ser referido a la Naturaleza naturada, como también los demás modos del pensar, y no a la naturante. Q.E.D.
Escolio; La razón por la que hablo aquí de entendimiento en acto no es la de que yo conceda que hay un entendimiento en potencia, sino que, deseando evitar toda confusión, no he querido hablar más que de lo percibido por nosotros con mayor claridad, a saber, de la intelección misma como un hecho, que es lo que más claramente percibimos. Pues no podemos entender nada que no conduzca a un más perfecto conocimiento del hecho de entender.
PROPOSICIÓN XXXII
La voluntad no puede llamarse causa libre, sino sólo causa necesaria.
Demostración: La voluntad, como el entendimiento, es sólo un cierto modo del pensar, y así (por la Proposición 28) ninguna volición puede existir ni ser determinada a obrar si no es determinada por otra causa, y ésta a su vez por otra, y así hasta el infinito. Pues si se supone una voluntad infinita, debe también ser determinada por Dios a existir y obrar, no en cuanto Dios es sustancia absolutamente infinita, sino en cuanto tiene un atributo que expresa la esencia infinita y eterna del pensamiento (por la Proposición 23).
Concíbasela, pues, del modo que sea, ya como finita, ya como infinita, requiere una causa en cuya virtud sea determinada a existir y obrar; y así (por la Definición 7) no puede llamarse causa libre, sino sólo necesaria o compelida. Q.E.D.
Corolario I: Se sigue de aquí: primero, que Dios no obra en virtud de la libertad de su voluntad.
Corolario II: Se sigue: segundo, que la voluntad y el entendimiento se
relacionan con la naturaleza de Dios como lo hacen el movimiento y el
reposo y, en general, todas las cosas de la naturaleza, las cuales (por la Proposición 29) deben ser determinadas por Dios a existir y obrar de cierta manera. Pues la voluntad, como todo lo demás, precisa de una causa que la determine a existir y obrar de cierta manera. Y aunque de una voluntad o entendimiento dado se sigan infinitas cosas, no por ello puede decirse, sin embargo, que Dios actúa en virtud de la libertad de su voluntad, como tampoco puede decirse, por el hecho de que también se sigan infinitas cosas del movimiento y el reposo (como, en efecto, ocurre), que Dios actúa en virtud de la libertad del movimiento y el reposo. Por lo cual, la voluntad no pertenece a la naturaleza de Dios más que las cosas naturales, sino que se relaciona con ella de igual manera que el reposo y el movimiento y todas las demás cosas que hemos mostrado se siguen de la necesidad de la divina naturaleza y son determinadas por ella a existir y obrar de cierta manera.
PROPOSICIÓN XXXIII
Las cosas no han podido ser producidas por Dios de ninguna otra manera y en ningún otro orden que como lo han sido.
Demostración: En efecto, todas las cosas, dada la naturaleza de Dios, se han seguido necesariamente (por la Proposición 16), y en virtud de la necesidad de la naturaleza de Dios están determinadas a existir y obrar de cierta manera (por la Proposición 29.) Siendo así, si las cosas hubieran podido ser de otra naturaleza tal, o hubieran podido ser determinadas a obrar de otra manera tal, que el orden de la naturaleza fuese otro, entonces también la naturaleza de Dios podría ser otra de la que es actualmente; y, por ende, también esa otra naturaleza (por la Proposición 11) debería existir, y, consiguientemente, podrían darse dos o varios Dioses, lo cual (por el Corolario 1 de la Proposición 14) es absurdo. Por ello, las cosas no han podido ser producidas por Dios de ninguna otra manera y en ningún otro orden, etc. Q.E.D.
Escolio I: Aunque con lo dicho he mostrado, más claramente que la luz meridiana, que no hay nada absolutamente en las cosas, en cuya virtud puedan llamarse contingentes, quiero ahora explicar en pocas palabras lo que debemos entender por «contingente»; pero antes, lo que debemos entender por «necesario» e «imposible». Se llama «necesaria» a una cosa, ya en razón de su esencia, ya en razón de su causa. En efecto: la existencia de una cosa cualquiera se sigue necesariamente, o bien de su esencia y definición, o bien de una causa eficiente dada. Además, por iguales motivos, se llama «imposible» a una cosa: o porque su esencia —o sea, su definición- implica contradicción, o porque no hay causa externa alguna determinada a producir tal cosa. Pero una cosa se llama «contingente» sólo con respecto a una deficiencia de nuestro conocimiento. En efecto, una cosa de cuya esencia ignoramos si implica contradicción, o de la que sabemos bien que no implica contradicción alguna, pero sin poder afirmar nada cierto de su existencia, porque se nos oculta el orden de las causas; tal cosa —digo— nunca puede aparecérsenos como necesaria, ni como imposible, y por eso la llamamos contingente o posible.
Escolio II: De lo anterior se sigue claramente que las cosas han sido producidas por Dios con una perfección suma: puesto que, dada una naturaleza perfectísima, se han seguido de ella necesariamente. Y esto no arguye imperfección alguna en Dios; más bien es su perfección la que nos compele a afirmarlo. Aún más: de lo contrario de ello se seguiría claramente (como acabo de mostrar) que Dios no es sumamente perfecto, porque, sin duda, si las cosas hubiesen sido producidas de otra manera, debería serle atribuida a Dios otra naturaleza distinta de la que nos hemos visto obligados a atribuirle en virtud de su consideración como ser perfectísimo. Ahora bien: no dudo de que muchos rechazarán esta doctrina como absurda, y no querrán parar su atención en sopesarla; y ello, no por otro motivo que el de estar acostumbrados a atribuir a Dios otra libertad —a saber, la voluntad absoluta— muy distinta de la que nosotros hemos enseñado (Definición 7). Pero tampoco dudo de que, si quisieran meditar la cuestión y sopesar rectamente la serie de nuestras demostraciones, rechazarán de plano una libertad como la que ahora atribuyen a Dios, no sólo como algo fútil, sino también como un gran obstáculo para la ciencia. Y no hace falta que repita aquí lo que he dicho en el Escolio de la Proposición 17. Con todo, y en gracia a ellos, mostraré todavía que, aun concediendo que la voluntad pertenezca a la esencia de Dios, no por ello deja de seguirse de su perfección
que las cosas no han podido ser creadas por Dios de ninguna otra manera
y en ningún otro orden. Lo que será fácil mostrar si tenemos en cuenta primero lo que ellos mismos conceden, a saber: que el hecho de que una cosa sea lo que es, depende sólo del decreto y voluntad de Dios. Pues, de otro modo, Dios no sería causa de todas las cosas. Conceden además que todos los decretos de Dios han sido sancionados por Dios mismo desde la eternidad. Pues, de otro modo, se argüiría en Dios imperfección e inconstancia. Pero como en la eternidad no hay cuándo, antes ni después, se sigue de aquí —a saber: de la sola perfección de Dios— que Dios nunca puede ni nunca ha podido decretar otra cosa; o sea, que Dios no ha existido antes de sus decretos, ni puede existir sin ellos. Me dirán, sin embargo, que, aun suponiendo que Dios hubiese hecho de otra manera la naturaleza de las cosas, o que desde la eternidad hubiese decretado otra cosa acerca de la naturaleza y su orden, de ahí no se seguiría imperfección alguna en Dios. Pero si dicen eso, conceden al mismo tiempo que Dios puede cambiar sus decretos. Pues si Dios hubiera decretado algo distinto de lo que decretó acerca de la naturaleza y su orden, esto es, si hubiese querido y concebido otra cosa respecto de la naturaleza, entonces habría tenido necesariamente otro entendimiento y otra voluntad que los que actualmente tiene. Y si es lícito atribuir a Dios otro entendimiento y otra voluntad, sin cambio alguno de su esencia y perfección, ¿qué causa habría para que no pudiera cambiar ahora sus decretos acerca de las cosas creadas, sin dejar por ello de permanecer igualmente perfecto? Pues, en lo que toca a las cosas creadas y al orden de éstas, su entendimiento y voluntad, como quiera que se los conciba, se comportan del mismo modo respecto de su esencia y perfección. Además, todos los filósofos que conozco conceden que en Dios no se da entendimiento alguno en potencia, sino sólo en acto; pero dado que tanto su entendimiento como su voluntad no se distinguen de su misma esencia, según conceden también todos, se sigue, por tanto, también de aquí que, si Dios hubiera tenido otro entendimiento y otra voluntad en acto, su esencia habría sido también necesariamente distinta; y, por ende (como concluí desde el principio), si las cosas hubieran sido producidas por
Dios de otra manera que como ahora son, el entendimiento y la voluntad de Dios, esto es (según se concede), su esencia, debería ser otra, lo que es absurdo.
Y de esta suerte, como las cosas no han podido ser producidas por Dios de ninguna otra manera ni en ningún otro orden —y que esto es verdad se sigue de la suprema perfección de Dios—, ninguna sana razón podrá, ciertamente, persuadirnos para que creamos que Dios no ha querido crear todas las cosas que están en su entendimiento con la misma perfección con que las entiende. Me dirán, empero, que en las cosas no hay ninguna perfección ni imperfección, sino que aquello que en ellas hay, en cuya virtud son llamadas perfectas o imperfectas, y buenas o malas, depende sólo de la voluntad de Dios; y, siendo así, Dios habría podido hacer, si hubiera querido, que lo que actualmente es perfección fuese suma imperfección, y al contrario. Pero ¿qué sería esto sino afirmar abiertamente que Dios, que entiende necesariamente aquello que quiere, puede hacer, en virtud de su voluntad, que él mismo entienda las cosas de otra manera que como las entiende? Lo cual (como acabo de mostrar) es un gran absurdo. Por ello, puedo retorcer contra los adversarios su propio argumento, de la manera siguiente: todas las cosas dependen de la potestad de Dios, de modo que para que las cosas pudiesen ser de otra manera, la voluntad de Dios debería ser también necesariamente de otra manera; ahora bien: la voluntad de Dios no puede ser de otra manera (como acabamos de mostrar con toda evidencia, en virtud de la perfección de Dios); luego, las cosas tampoco pueden serlo. Confieso que la opinión que somete todas las cosas a una cierta voluntad divina indiferente, y que sostiene que todo depende de su capricho, me parece alejarse menos de la verdad que la de aquellos que sostienen que Dios actúa en todo con la mira puesta en el bien, pues estos últimos parecen establecer fuera de Dios algo que no depende de Dios, y a lo cual Dios se somete en su obrar como a un modelo, o a lo cual tiende como a un fin determinado. Y ello, sin duda, no significa sino el sometimiento de Dios al destino, que es lo más absurdo que puede afirmarse de Dios, de quien ya demostramos ser primera y única causa libre, tanto de la esencia de todas las cosas como de su existencia. Por lo cual, no hay motivo para perder el tiempo en refutar este absurdo.
PROPOSICIÓN XXXIV
La potencia de Dios es su esencia misma.
Demostración: En
efecto, de la sola necesidad de la esencia de Dios se sigue que Dios es
causa de sí (por la Proposición 11) y (por la
Proposición 16 y su Corolario)
de todas las cosas. Luego la potencia de Dios, por la cual son y obran
él mismo y todas las cosas, es su esencia misma. Q.E.D.
PROPOSICIÓN XXXV
Todo lo que concebimos que
está en la potestad de Dios, es
necesariamente.
Demostración: En efecto, todo lo que está
en la potestad de Dios debe (por la Proposición
anterior) estar comprendido en su esencia de tal manera que se siga
necesariamente de ella, y es, por tanto, necesariamente. Q.E.D.
PROPOSICIÓN XXXVI
Nada existe de cuya naturaleza
no se siga algún efecto.
Demostración: Todo cuanto existe
expresa (por el Corolario de la Proposición 25) la naturaleza, o
sea, la esencia de Dios de una cierta y determinada manera, esto es
(por la Proposición 34), todo cuanto existe expresa de cierta y
determinada manera la potencia de Dios, que es causa de todas las
cosas, y así (por la Proposición 16) debe seguirse de
ello algún efecto. Q.E.D.
APÉNDICE
Con lo dicho, he explicado la
naturaleza de Dios y sus propiedades, a saber: que existe
necesariamente; que es único; que es y obra en virtud de la sola
necesidad
de su naturaleza; que es causa libre de todas las cosas, y de
qué modo lo es; que todas las cosas son en Dios y dependen de
Él, de suerte qué sin
Él no pueden ser ni concebirse; y, por último, que todas
han sido predeterminadas por Dios, no, ciertamente, en virtud de la
libertad de su voluntad o por su capricho absoluto, sino en virtud de
la naturaleza de Dios, o sea, su infinita potencia, tomada
absolutamente. Además, siempre que he tenido ocasión, he
procurado remover los prejuicios que hubieran
podido impedir que mis demostraciones se percibiesen bien, pero, como
aún quedan no pocos prejuicios que podrían y pueden, en
el más alto grado, impedir que los hombres comprendan la
concatenación de las cosas en el orden en que la he explicado,
he pensado que valía la pena someterlos aquí al examen de
la razón. Todos los prejuicios que intento indicar aquí
dependen de uno solo, a saber: el hecho de que los hombres supongan,
comúnmente, que todas las cosas de la naturaleza actúan,
al igual que ellos mismos, por razón de un fin, e incluso tienen
por cierto que Dios mismo dirige todas las cosas hacia un cierto fin,
pues dicen que Dios ha hecho todas las cosas con vistas al hombre, y ha
creado al hombre para que le rinda culto. Consideraré, pues,
este solo prejuicio, buscando, en primer lugar, la causa por la que le
presta su asentimiento la mayoría, y por la que todos son tan
propensos, naturalmente, a darle acogida. Después
mostraré su falsedad y, finalmente, cómo han surgido de
él los prejuicios acerca del bien y el mal, el mérito y
el pecado, la alabanza y el vituperio, el orden y la confusión,
la belleza y la fealdad, y otros de este género.
Ahora bien: deducir todo ello
a partir de la naturaleza del alma43 humana no es de este lugar.
Aquí me bastará con tomar como fundamento lo que todos deben
reconocer, a saber: que todos los hombres nacen ignorantes de las
causas de las cosas, y que todos los hombres poseen apetito de buscar
lo que les es útil, y de ello son conscientes. De ahí se
sigue, primero, que los hombres se imaginan ser libres, puesto que son
conscientes de sus voliciones y de su apetito, y ni soñando
piensan en las causas que les disponen a apetecer y querer, porque las
ignoran. Se sigue, segundo, que los hombres actúan siempre con
vistas a un fin, a saber: con vistas a la utilidad que apetecen, de lo
que resulta que sólo anhelan siempre saber las causas finales de
las cosas que se llevan a cabo, y, una vez que se han enterado de
ellas, se tranquilizan, pues ya no les queda motivo alguno de duda. Si
no pueden enterarse de ellas por otra persona, no les queda otra salida
que volver sobre sí mismos y reflexionar sobre los fines en
vista de los cuales suelen ellos determinarse en casos semejantes, y
así juzgan necesariamente de la
índole ajena a partir de la propia. Además, como
encuentran, dentro y fuera de sí mismos, no pocos medios que
cooperan en gran medida a la consecución de lo que les es
útil, como, por ejemplo, los ojos para ver, los dientes para
masticar, las hierbas y los animales para alimentarse, el sol para
iluminar, el mar para criar peces, ello hace que consideren todas las
cosas de la naturaleza como si fuesen medios para conseguir lo que les
es útil. Y puesto que saben que esos medios han sido
encontrados, pero no organizados por ellos, han tenido así un
motivo para creer que hay algún otro que ha organizado dichos
medios con vistas a que ellos los usen. Pues una vez que han
considerado las cosas como medios, no han podido creer que se hayan
hecho a sí mismas, sino que han tenido que concluir,
basándose en el hecho de que ellos mismos suelen servirse de
medios, que hay algún o algunos rectores de la naturaleza,
provistos de libertad humana, que les han proporcionado todo y han
hecho todas las cosas para que ellos las usen. Ahora bien: dado que no
han tenido nunca noticia de la índole de tales rectores, se han
visto obligados a juzgar de ella a partir de la suya, y así han
afirmado que los dioses enderezan todas las cosas a la humana utilidad,
con el fin de atraer a los hombres y ser tenidos por ellos en el
más alto honor; de donde resulta que todos, según su
propia índole,
hayan excogitado diversos modos de dar culto a Dios, con el fin de que
Dios los amara más que a los otros, y dirigiese la naturaleza
entera en provecho de
su ciego deseo e insaciable avaricia. Y así, este prejuicio se
ha trocado en superstición, echando profundas raíces en
las almas, lo que ha sido causa de que todos se hayan esforzado al
máximo por entender y explicar las causas finales de todas las
cosas. Pero al pretender mostrar que la naturaleza no hace nada en vano
(esto es: no hace nada que no sea útil a los hombres), no han
mostrado —parece— otra cosa sino que la naturaleza y los
dioses deliran lo mismo que los hombres. Os ruego consideréis en
qué ha parado el asunto. En medio de tantas ventajas naturales
no han podido dejar de hallar muchas desventajas, como tempestades,
terremotos, enfermedades, etc.; entonces han afirmado que ello
ocurría porque los dioses estaban airados a causa de las ofensas
que los hombres les inferían o a causa de los errores cometidos
en el culto. Y aunque la experiencia proclamase cada día, y
patentizase con infinitos ejemplos, que los beneficios y las desgracias
acaecían indistintamente a piadosos y a impíos, no por
ello han desistido de su inveterado prejuicio: situar este hecho entre
otras cosas desconocidas, cuya utilidad ignoraban (conservando
así su presente e innato estado de ignorancia) les ha sido
más fácil que destruir todo aquel edificio y planear otro
nuevo. Y de ahí que afirmasen como cosa cierta que los juicios
de los dioses superaban con mucho la capacidad humana,
afirmación que habría sido, sin duda, la única
causa de que la verdad permaneciese
eternamente oculta para el género humano, si la
Matemática, que versa no sobre los fines, sino sólo sobre
las esencias y propiedades de las figuras, no hubiese mostrado a los
hombres otra norma de verdad; y, además de la Matemática,
pueden también señalarse otras causas (cuya
enumeración es aquí superflua) responsables de que los
hombres se diesen cuenta de estos vulgares prejuicios y se orientasen
hacia el verdadero conocimiento de las cosas. Con esto he explicado
suficientemente lo que prometí en primer lugar. Mas para mostrar
ahora que la naturaleza no tiene fin alguno prefijado, y que todas las
causas finales son, sencillamente, ficciones humanas, no harán
falta muchas palabras. Creo, en efecto, que ello ya consta
suficientemente, tanto en virtud de los fundamentos y causas de donde
he mostrado que este prejuicio tomó su origen, cuanto en virtud
de la Proposición 16 y los Corolarios de la Proposición
32, y, además, en virtud de todo aquello por lo que he mostrado
que las cosas de la naturaleza acontecen todas con una necesidad eterna
y una suprema perfección. Sin embargo, añadiré
aún que esta doctrina acerca del fin transtorna por completo la
naturaleza, pues considera como efecto lo que es en realidad causa, y
viceversa. Además, convierte en posterior lo que es, por
naturaleza, anterior. Y, por último, trueca en
imperfectísimo lo que es supremo y perfectísimo. Pues
(omitiendo los dos primeros puntos, ya que son
manifiestos por sí),
según consta en virtud de las Proposiciones 21, 22 y 23, el
efecto producido inmediatamente por Dios es el más perfecto, y
una cosa es tanto
más imperfecta cuantas más causas intermedias necesita
para ser producida. Pero, si las cosas inmediatamente producidas por
Dios hubieran sido hechas para que Dios alcanzase su fin propio,
entonces las últimas, por cuya causa se han hecho las
anteriores, serían necesariamente las más excelentes de
todas. Además, esta doctrina priva de perfección a Dios:
pues, si Dios actúa con vistas a un fin, es que
—necesariamente— apetece algo de lo que carece. Y, aunque
los teólogos y los metafísicos distingan entre fin de
carencia y fin de asimilación, confiesan, sin embargo, que Dios
ha hecho todas las cosas por causa de sí mismo, y no por causa
de las cosas que iban a ser creadas, pues, aparte de Dios, no pueden
señalar antes de la creación nada en cuya virtud Dios
obrase; y así se ven forzados a confesar que Dios carecía
de aquellas cosas para cuya consecución quiso disponer los
medios, y que las deseaba, como es claro por sí mismo. Y no debe
olvidarse aquí que los secuaces de esta doctrina, que han
querido exhibir su ingenio señalando fines a las cosas, han
introducido, para probar esta doctrina suya, una nueva manera de
argumentar, a saber: la reducción, no a lo imposible, sino a la
ignorancia, lo que muestra que no había ningún otro medio
de probarla. Pues si, por ejemplo, cayese una piedra desde lo alto
sobre la cabeza de
alguien, y lo matase, demostrarán que la piedra ha caído
para matar a ese hombre, de la manera siguiente. Si no ha caído
con dicho fin, queriéndolo Dios, ¿cómo han podido
juntarse al azar tantas circunstancias? (y, efectivamente, a menudo
concurren muchas a la vez). Acaso responderéis que ello ha
sucedido porque el viento soplaba y el hombre pasaba por allí.
Pero —insistirán— ¿por qué soplaba
entonces el viento? ¿Por qué el hombre pasaba por
allí entonces? Si respondéis, de nuevo, que el viento se
levantó porque el mar, estando el tiempo aún tranquilo,
había empezado a agitarse el día anterior, y que el
nombre había sido invitado por un amigo, insistirán de
nuevo, a su vez —ya que el preguntar no tiene fin—:
¿y por qué se agitaba el mar? ¿por qué el
hombre fue invitado en aquel momento? Y, de tal suerte, no
cesarán de preguntar las causas de las causas, hasta que os
refugiéis en la voluntad de Dios, ese asilo de la ignorancia44.
Así también, cuando contemplan la fábrica del
cuerpo humano, quedan estupefactos, y concluyen, puesto que ignoran las
causas de algo tan bien hecho, que es obra no mecánica, sino
divina o sobrenatural, y constituida de modo tal que ninguna parte
perjudica a otra. Y de aquí proviene que quien investiga las
verdaderas causas de los milagros, y procura, tocante a las cosas
naturales, entenderlas como sabio, y no admirarlas como necio, sea
considerado hereje e impío, y proclamado tal por aquellos
a quien el vulgo adora como intérpretes de la naturaleza y de
los dioses. Porque ellos saben que, suprimida la ignorancia, se suprime
la estúpida admiración, esto es, se les quita el
único medio que tienen de argumentar y de preservar su
autoridad. Pero voy a dejar este asunto, y pasar al que he decidido
tratar aquí en tercer lugar.
Una vez que los hombres se han
persuadido de que todo lo que ocurre ocurre por causa de ellos, han
debido juzgar como lo principal en toda cosa aquello que
les resultaba más útil, y estimar como las más
excelentes de todas aquellas cosas que les afectaban del mejor modo. De
donde han debido formar nociones, con las que intentan explicar la
naturaleza de las cosas, tales como Bien, Mal, Orden, Confusión,
Calor, Frío, Belleza y Fealdad; y, dado que se consideran
a sí mismos como libres, de ahí han salido nociones tales
como Alabanza, Vituperio, Pecado y Mérito: estas últimas
las explicaré más adelante, después que trate de la naturaleza humana; a las primeras me
referiré ahora brevemente. Han llamado Bien a todo lo que se
encamina a la salud y al culto de
Dios, y Mal, a lo contrario de esas cosas. Y como aquellos que no
entienden la naturaleza de las cosas nada afirman realmente acerca de
ellas, sino que sólo
se las imaginan, y confunden la imaginación con el
entendimiento, creen por ello firmemente que en las cosas hay un Orden,
ignorantes como son de la naturaleza
de las cosas y de la suya propia. Pues decimos que están bien
ordenadas cuando están dispuestas de tal manera que, al
representárnoslas por
medio de los sentidos, podemos imaginarlas fácilmente y, por
consiguiente, recordarlas con facilidad; y, si no es así,
decimos que están mal ordenadas o que son confusas. Y puesto que
las cosas que más nos agradan son las que podemos imaginar
fácilmente, los hombres prefieren, por ello, el orden a la
confusión, corno si, en la naturaleza, el orden fuese algo
independiente de nuestra imaginación; y dicen que Dios ha creado
todo según un orden, atribuyendo de ese modo, sin darse cuenta,
imaginación a Dios, a no ser quizá que prefieran creer
que Dios, providente con la humana imaginación, ha dispuesto
todas las cosas de manera tal que ellos puedan imaginarlas muy
fácilmente. Y acaso no sería óbice para ellos el
hecho de que se encuentran infinitas cosas que sobrepasan con mucho
nuestra imaginación, y muchísimas que la confunden a
causa de su debilidad. Pero de esto ya he dicho bastante. Por lo que
toca a las otras nociones, tampoco son otra cosa que modos de imaginar,
por los que la imaginación es afectada de diversas maneras, y,
sin embargo, son consideradas por los ignorantes como si fuesen los
principales atributos de las cosas; porque, como ya hemos dicho, creen
que todas las cosas han sido hechas con vistas a ellos, y a la
naturaleza de una cosa la llaman buena o mala, sana o pútrida y
corrompida, según son afectados por ella. Por ejemplo, si el
movimiento que los nervios reciben de los objetos captados por los ojos
conviene a la salud, los objetos por los que es causado son llamados
bellos; y feos, los que provocan un movimiento contrario. Los que
actúan sobre el sentido por medio de la nariz son llamados
aromáticos o fétidos; los que actúan por medio de
la lengua, dulces o amargos, sabrosos o insípidos, etc.; los que
actúan por medio del tacto, duros o blandos, ásperos o
lisos, etc. Y, por último, los que excitan el oído se
dice que producen
ruido, sonido o armonía, y esta última ha enloquecido a
los hombres hasta el punto de creer que también Dios se complace
con la armonía; y no faltan filósofos persuadidos de que
los movimientos celestes componen una armonía. Todo ello muestra
suficientemente que cada cual juzga de las cosas según la
disposición de su cerebro, o, más bien, toma por
realidades las afecciones de su imaginación. Por ello, no es de
admirar (notémoslo de pasada) que hayan surgido entre los
hombres tantas controversias como conocemos, y de ellas, por
último, el
escepticismo. Pues, aunque los cuerpos humanos concuerdan en muchas
cosas, difieren, con todo, en muchas más, y por eso lo que a uno
le parece bueno, parece malo a otro; lo que ordenado a uno, a otro
confuso; lo agradable para uno es desagradable para otro; y así
ocurre con las demás cosas, que omito aquí no sólo
por no ser éste lugar para tratar expresamente de ellas, sino
porque todos tienen suficiente experiencia del caso. En efecto, en boca
de todos están estas sentencias: hay tantas opiniones como
cabezas; cada cual abunda en su opinión; no hay menos desacuerdo
entre cerebros que entre paladares. Ellas muestran suficientemente que
los hombres juzgan de las cosas según la disposición de
su cerebro, y que más bien las imaginan que las entienden. Pues
si las entendiesen —y de ello es testigo la
Matemática—, al menos las cosas serían igualmente convincentes para todos, ya que no igualmente atractivas.
Vemos, pues, que todas las
nociones por las cuales suele el vulgo explicar la naturaleza son
sólo modos de imaginar, y no indican la naturaleza de cosa
alguna, sino sólo la contextura de la imaginación; y,
pues tienen nombres como los que tendrían entidades existentes
fuera de la imaginación, no las llamo entes de razón,
sino de imaginación, y así, todos los argumentos que
contra nosotros se han obtenido de tales nociones, pueden rechazarse
fácilmente. En efecto, muchos suelen argumentar así: si
todas las cosas se han seguido en virtud de la necesidad de la
perfectísima naturaleza de Dios, ¿de dónde han
surgido entonces tantas imperfecciones en la naturaleza, a saber: la
corrupción de las cosas hasta el hedor, la fealdad que provoca
náuseas, la confusión, el mal, el pecado, etc.? Pero,
como acabo de decir, esto se refuta fácilmente. Pues la
perfección de las cosas debe estimarse por su sola naturaleza y
potencia, y no son mas o menos perfectas porque deleiten u ofendan los
sentidos de los hombres, ni porque convengan o repugnen a la naturaleza
humana. Y a quienes preguntan: ¿por qué Dios no ha creado
a todos los hombres de manera que se gobiernen por la sola guía
de la razón? respondo sencillamente: porque no le ha faltado
materia para crearlo todo, desde el más alto al más bajo
grado de perfección; o, hablando con más propiedad,
porque las leyes de su naturaleza han sido lo bastante amplias como
para producir todo lo que puede ser concebido por un entendimiento
infinito, según he demostrado en la Proposición 16.
Éstos son los
prejuicios que aquí he pretendido señalar. Si
todavía quedan algunos de la misma estofa, cada cual
podrá corregirlos a poco que medite.
* * *
Complemento:
Spinoza pertenecía a la comunidad judía de Amsterdam,
pero pronto fue excomulgado y expulsado de la sinagoga por heterodoxo.
Pocos filósofos en la era moderna han sido tan calumniados y
perseguidos por sus ideas como este hombre. Incluso fue víctima
de un intento de asesinato. La causa era sus críticas a la
religión oficial. Pensaba que lo único que
mantenía vivo tanto al cristianismo como al judaísmo eran
los dogmas anticuados y los ritos externos. Fue el primero en emplear
lo que llamamos una visión crítico-histórica de la
Biblia.
Negó que la Biblia
estuviera inspirada por Dios. Cuando leemos la Biblia debemos tener
siempre presente la época en la que fue escrita. Una lectura
crítica de este tipo también revelará una serie de
discrepancias entre las distintas escrituras. No obstante, bajo la
superficie de las escrituras del Nuevo Testamento, nos encontramos a
Jesús, que muy bien puede ser denominado el portavoz de Dios.
Porque la predicación de Jesús representó
precisamente una liberación del anquilosado judaísmo.
Jesús predicó una religión de la "razón"
que ponía el amor sobre todas las cosas, y aquí Spinoza
se refiere tanto al amor a Dios como al amor al prójimo. Pero el
cristianismo también quedó pronto anquilosado en dogmas
fijos y ritos externos.
Todo es pensamiento y
extensión a un tiempo, aunque nada puede ser pensado como ambas
cosas a un mismo tiempo. La sustancia aparece, sin embargo, en
infinidad de modos: las cosas, el hombre incluido, son infinitos modos
de ser la sustancia infinita.
“Dios
o la
naturaleza”:
Considerada como pensamiento y extensión
= “Naturaleza naturante”
Una única sustancia Considerada como modos
infinitos
= “Naturaleza naturada”
El hombre es un modo finito de
manifestarse el pensamiento y la extensión de la sustancia. Como
parte de la Naturaleza naturada, donde no hay nada contingente,
pertenece al mundo de lo necesario; no hay en él libertad por lo
mismo que no hay finalidad en la naturaleza: «Todas las causas
finales son, sencillamente, ficciones humanas». Su esencia
–como igualmente pasa en Dios– se expresa en el conatus, a
saber, en la conservación del propio ser, en el obrar, el vivir,
en el «deseo» –que en Dios es potencia. Como el alma
es necesariamente consciente de sí por medio de las ideas de las
afecciones del cuerpo, es, por lo tanto consciente de su esfuerzo. Ésta es la clase de
conocimiento al que puede aplicarse rigurosamente el
«método geométrico» de pensar: a partir de
definiciones captadas intuitivamente se construye deductivamente la
idea, o esencia concreta, de una cosa. En ninguna otra cosa distinta
que el logro del mayor conocimiento posible consiste la libertad del
hombre: «es libre quien se guía sólo por la
razón»; la libertad no es cosa de la voluntad humana, sino
del entendimiento. El hombre, parte de la Naturaleza naturada,
despliegue de la naturaleza divina según razones y causas
necesarias, está también él sujeto a la necesidad;
es extensión, tanto como pensamiento y, por consiguiente,
sometido a la ley del «reposo y el movimiento». Si el
hombre se cree libre, es porque ignora las causas que lo determinan. La
libertad no es sino lucha contra la ignorancia y los prejuicios:
libertad de pensamiento.
Gilles Deleuze, en su tratado Nietzsche y la filosofía señala:
Spinoza se dio cuenta antes que Nietzsche de que una
fuerza no era separable de un poder de ser afectado, y que este poder expresaba
su poder. Nietzsche no deja de criticar a Spinoza, pero sobre otro punto:
Spinoza no supo elevarse hasta la concepción de una voluntad de poder,
confundió el poder con la simple fuerza y concibió la fuerza de manera.
Diana Kateryn Hernández Padilla, destaca:
La filosofía de Spinoza posee un marcado factor ético-político, no sólo porque la
contingencia lo requería, sino también porque su Sistema lo necesitaba y promovía
como el momento cúlmine de éste. La metafísica del "modo" afirma que ésta es una
realidad inconsistente y no autosuficiente, en tanto que es "aquello que es en otra cosa,
por medio de la cual es también concebido". Es decir que el "modo" se define por su
finitud y por ser parte del devenir del Ser. Estas características son propias de toda
realidad modal, pero es mucho más fuerte en el hombre, ya que éste puede llegar a ser
conciente de ello; y es esto lo que Spinoza constata, y a lo cual se refiere en el "Tratado
de la Reforma del Entendimiento".
Para Spinoza, por su formación matemática, es claro que
mientras más y mayores son los factores de la suma, más grande será el poder de la cosa
singular resultante, por lo que mayores serán sus derechos; es decir, que a mayor
número de hombres que conformen una comunidad más cerca estarán de identificarse
con el "poder absoluto" de la naturaleza humana, y es por ello imperiosa la formación
de ésta. Pero esta "suma" se puede efectuar de tres maneras principales, lo que va a dar
como resultado los tres tipos de Estado que Spinoza expone en el "Tratado Político": la
Monarquía, la Aristocracia y la Democracia.
Las consecuencias de esto son radicales, pues de esta forma se da pie para la disolución
del Estado como estructura de poder jerárquica, y se promueve a la Democracia como
una forma de vida, como una efectiva comunidad política: "Como la obediencia consiste
en que alguien cumpla las órdenes por la sola autoridad de quien manda, se sigue que la
obediencia no tiene cabida en una sociedad cuyo poder está en manos de todos y cuyas
leyes son sancionadas por el consenso general; y que en semejante sociedad, ya
aumenten las leyes, ya disminuyan, el pueblo sigue siendo igualmente libre, porque no
actúa por la autoridad de otro, sino por su propio consentimiento". Entonces, la
Democracia se establece como el único "poder absoluto" que, como tal, es el único
medio en que el hombre puede realizar su libertad.
Pero Spinoza sabe que esto es prácticamente imposible, porque ello supone la absoluta
racionalización de la vida humana. Sólo el hombre que actúa racionalmente ya no estará
determinado por sus pasiones (será libre), y sabrá la verdadera causa de los hechos, por
lo tanto conocerá su bien y sabrá que este bien se encuentra en la formación de la
"comunidad política", comunidad que es el único medio en el cual el hombre podrá
efectuar su libertad, objetivo ético-político de toda la filosofía spinoceana... Pero para
esto es necesario primero "procurar que muchos reformen el entendimiento junto
conmigo, es decir, que a mi felicidad pertenece contribuir a que otros muchos entiendan
lo mismo que yo".
José Luis Díaz manifiesta:
Ciertamente Baruch Spinoza (1632-1677) propuso una imagen del cosmos
particularmente compatible con una ciencia y una religiosidad abiertas e
inquisitivas. La clave de esa imagen es la inmanencia de lo divino en
el mundo. No se trata de un panteísmo grosero según el cual todo lo que
existe es divino, sino de un mundo esencialmente complejo y múltiple que
puede ser considerado como materia y como espíritu indistintamente. La
propuesta contiene, entre otras cosas, una solución posible al problema
mente-cuerpo, ya que el proceso corporal es físico y psíquico a la vez:
el cuerpo vivo y en acción no es sólo materia ni sólo mente, es
cuerpo-mente, una tesis desarrollada por el filósofo fenomenólogo y
existencialista francés Maurice Merleau-Ponty. La materia, como diría el
también espinoziano Teilhard de Chardin, está cargada de espíritu y la
realidad última del mundo es ambigua y misteriosa.
Teilhard de Chardin (1881-1955) merece un comentario especial en el contexto
de este libro y de este capítulo, ya que se trata de un hombre de ciencia, de
un religioso y de un pensador que intentó amalgamar sus dispares intereses en
una obra de gran aliento. Teilhard hizo importantes aportaciones geológicas
y paleontológicas, en particular el descubrimiento del llamado "hombre de Pekín",
la creación de la geobiología como una síntesis de la paleontología y la geografía,
así como una larga labor sobre la ortogénesis, es decir, la convergencia evolutiva
en particular del fenómeno de encefalización y evolución de la mente, a los
cuales reunió en el concepto de noogénesis. Teilhard, convencido evolucionista,
propuso en El fenómeno humano que la evolución tiene una direccionalidad:
el incremento de la conciencia sobre la Tierra, desde un caldo de materia primordial
(el alfa) hasta un punto de convergencia final, el punto omega, que simbólicamente
corresponde a la segunda venida de Cristo. En forma similar a Spinoza, que fuera
condenado tanto por teólogos judíos como cristianos, la obra de Teilhard fue
objeto de prohibición y de ataques del Vaticano, y no se pudo publicar sino
hasta después de su muerte.
En el Portal Plano Sur hay un artículo sobre Spinoza titulado el Hombre Libre:
Spinoza es muy preciso cuando comenta que entre el
ser que se deja conducir por la opinión y quien lo hace por la razón existe una
contundente diferencia, pues quien lo hace por sus afecciones no es conciente
de lo que hace (quiéralo o no) y al contrario, quien dirige sus actos de una
manera clara y distinta, sabe que no tiene que agradar más que así mismo y
realizar entonces solamente lo que sabe que ocupa el primer lugar en su vida.
Spinoza de manera enfática denomina siervo a quien se conduce sin razón y denomina
libre al que con plenitud y tranquilidad se apropia de una vida racional.
De igual forma, para nuestro autor es libre quien
se conoce y conoce la naturaleza de forma adecuada, quien comprende que la
naturaleza no obra con fines o en un sentido teleológico que busca satisfacer
de forma exclusiva la condición humana; es un ser que trata en lo posible de
actuar, no de padecer.
Recordemos asimismo que el hombre libre actúa en
virtud de una sabiduría que no está en función de la muerte sino que por el contrario,
es una constante meditación acerca de la vida. Este ser humano que es capaz de
dirigir sus actos según el libre gobierno de la razón no está orientado por el
temor a la muerte, deseando así vivir o conservar su ser de acuerdo al principio
de “la investigación de la utilidad propia”, cosa que significa según Spinoza
desear de manera directa lo que es bueno.
Para el autor igualmente la virtud del hombre libre
demuestra su grandeza tanto al evitar los peligros (entiéndase por ello lo que
puede ser causa de algún mal: tristeza, odio, etc.) como al triunfar en ellos.
Spinoza afirma vehementemente que “el hombre libre escoge la huida con la misma
firmeza de alma o presencia de espíritu que el combate”.
De manera similar, el hombre libre en la
perspectiva Spinozista trata en lo posible de evitar favores cuando vive entre
quienes se dejan llevar vanamente por sus deseos (alude a la independencia de
la razón, ello no entraña desprecio). ¿Por qué trata de evitarlos?, porque sabe
la diferencia de visiones de mundo que existe entre quien se conduce por la
opinión (quien se contrista si no le devuelven un beneficio) y por la razón
(trata de establecer con los demás hombres un lazo de amistad y no de
devolución de beneficios –debe ser prudente para que no parezca que desprecia o
teme por avaricia-). Por eso destaca con precisión que “el hombre libre para no
ser odiado de los ignorantes se ha de esforzar en lo posible de evitar sus
beneficios”.
Debemos comprender de igual forma que los hombres
libres de ninguna manera son seres amargados y aislados, nos dice el ilustre
pensador que antes bien ellos poseen entre sí una gratitud recíproca; cosa que
por el contrario en aquellos hombres que se dirigen por el deseo ciego se
traduce en un reconocimiento mutuo que las más de las veces es un tráfico o un
engaño que un verdadero y leal agradecimiento.
Gerardo Laveaga expone sobre el Filósofo que le hizo Amar a Dios:
Crecí en una familia profundamente conservadora; apegada, hasta la
ignominia, a la línea doctrinal de la Iglesia católica. Por ello, cuando
a los 17 años experimenté mi crisis de fe, me vi obligado a buscar
consejo. “Hasta los grandes científicos han creído en Dios”, me espetó
un sacerdote al que consulté: “Ahí tienes a Einstein”.
Cuando hurgué en la biblioteca de la preparatoria, di con la clave.
“Claro que creo en Dios”, reconocía el físico alemán: “en el Dios de Spinoza”.
Ni tardo ni perezoso, me dirigí a una librería para comprar cualquier libro de ese Spinoza al que citaba Einstein. Su Ética me pareció ininteligible. Si, en mi edición de Sépan Cuantos, no se hubiera incluido, también, el Tratado Teológico Político,
habría renunciado a leerlo… Pero el tratado me
pasmó. No se me ocurre otro libro que haya tenido mayor impacto
en mi vida.
Partiendo del Antiguo Testamento —campo en el que yo era “experto” a
mi pesar—, comencé a advertir cómo Dios no era sino un pretexto, un
símbolo maleable que profetas y guerreros utilizaban a su conveniencia,
para conducir a su gente a donde la quería llevar. Más tarde, leí la Historia de la Filosofía Occidental, de Bertrand Russell, donde hallé el estímulo que me hacía falta para hincarle el diente a la Ética: “Spinoza
es el más noble y el más amable de los grandes filósofos.
Intelectualmente, algunos le han superado, pero éticamente es supremo”.
Fue así como, apoyándome en diversos comentaristas, me convertí en discípulo de Spinoza.
Descubrí que, con el afán de evitar más enconos de los que ya suscitaba
—los judíos lo habían expulsado de la comunidad a la que pertenecía y
los católicos lo consideraban un ateo—, el holandés había utilizado un
lenguaje oscuro, inaccesible para la mayoría de sus lectores. No era
para menos: lo que afirmaba era que no existían cuerpo y alma, como
enseñó Descartes, sino que todo estaba hecho de “la sustancia”, a la que él llamaba Dios. La tristeza y el sol; la envidia y el mar, la conmiseración y el universo entero eran Dios…
Heredero de Demócrito y Lucrecio, Spinoza
rechazó la existencia de un espíritu barbado que deambulara entre las
nubes, pero nunca abjuró. Advirtió, eso sí, “quien ama a Dios, no puede
esforzarse porque Dios le ame a su vez”. Con la actitud de Horacio
—Carpe Diem—, explicó, a través de un método riguroso, por qué estamos
obligados a buscar la felicidad en el estrecho marco del tiempo y lugar
que nos tocó vivir. Puede gustarnos o no, pero es mejor que nos guste,
dice. Después de todo, no somos sino una parte insignificante del
universo, de Dios mismo. Esta “humildad táctica” nos obliga, a la larga,
a construir un mundo más habitable.
En política, siguió a Hobbes pero, a diferencia del autor del Leviatán, concluyó que la mejor forma de gobierno era la democracia. Adelantado a William James
y a los neurobiólogos del siglo XXI, fue contundente al afirmar que
“los hombres opinan que son libres, porque son conscientes de sus
voliciones y de sus deseos, y ni por sueños piensan en las causas por
las que están inclinados a apetecer y a desear, puesto que los ignoran”.
Si yo tuviera que quedarme con un gran filósofo —con uno solo— éste sería Baruj Spinoza.
Vivió y murió en el siglo XVII, pero su visión posee una actualidad
escandalosa. Hoy día, se editan y reeditan los textos sobre sus ideas.
Biblioteca Buridá tradujo, recientemente, El hereje y el cortesano, donde Matthew Stewart lo compara con Leibnitz. Es un libro formidable. Me habría gustado tenerlo a la mano a mis 17 años. A 380 años del nacimiento de Spinoza,
es la mejor introducción que podría recomendar a cualquiera que
quisiera aproximarse a este monstruo de luz, del que aún queda mucho,
mucho por explorar…
* * *
Finale
Spinoza fue hijo de una
familia de judíos sefardíes portugueses emigrados a Holanda a finales del
siglo XVI. Spinoza fue educado en los principios estrictos de su
religión. Sin embargo, debido a que, desde muy joven no
aceptó el judaísmo ortodoxo, hecho patente en sus
escritos, fue excomulgado y expulsado de la comunidad judía de
Amsterdam en 1656, dedicándose desde entonces al oficio de
pulidor de lentes para instrumentos ópticos, además de pensar y mucho, filosofar,
discernir y ser uno de los grandes pensadores no condicionados que, en
lo religioso, sirvió de inspiración, entre otros a Albert Einstein.
Decreto
de excomunión de Baruch de Spinoza - 1656
"Los
dirigentes de la comunidad ponen en su conocimiento que desde hace mucho
tenían noticia de las equivocadas opiniones y errónea
conducta de Baruch de Spinoza y por diversos medios y advertencias han
tratado de apartarlo del mal camino. Como no obtuvieran ningún
resultado y como, por el contrario, las horribles herejías que
practicaba y enseñaba, lo mismo que su inaudita conducta fueran
en aumento, resolvieron de acuerdo con el rabino, en presencia de testigos
fehacientes y del nombrado Spinoza, que éste fuera excomulgado
y expulsado del pueblo de Israel, según el siguiente decreto
de excomunión: Por la decisión de los ángeles,
y el juicio de los santos, excomulgamos, expulsamos, execramos y maldecimos
a Baruch de Spinoza, con la aprobación del Santo Dios y de toda
esta Santa comunidad, ante los Santos Libros de la Ley con sus 613 prescripciones,
con la excomunión con que Josué excomulgó a Jericó,
con la maldición con que Eliseo maldijo a sus hijos y con todas
las execraciones escritas en la Ley. Maldito sea de día y maldito
sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito sea cuando se
levanta; maldito sea cuando sale y maldito sea cuando regresa. Que el
Señor no lo perdone. Que la cólera y el enojo del Señor
se desaten contra este hombre y arrojen sobre él todas las maldiciones
escritas en el Libro de la Ley. El Señor borrará su nombre
bajo los cielos y lo expulsará de todas las tribus de Israel
abandonándolo al Maligno con todas las maldiciones del cielo
escritas en el Libro de la Ley. Pero vosotros, que sois fieles al Señor
vuestro Dios, vivid en paz. Ordenamos que nadie mantenga con él
comunicación oral o escrita, que nadie le preste ningún
favor, que nadie permanezca con él bajo el mismo techo o a menos
de cuatro yardas, que nadie lea nada escrito o trascripto por él." |
Quedo anonadado, al igual
como quedé anonadado con el veredicto de la Inquisición
que llevó a la hoguera a Giordano Bruno. No entiendo tanto odio
en el nombre de Dios. Por tener Spinoza un adelantado pensar para la
época se le
excomulgó de su vernácula religión y, quizá
por no ser cristiano y su principal obra ser publicada
después de él morir, se
libró de la "purificación" por la santa hoguera en la
santa ignorancia de la
santa inquisición
que, cincuenta y seis años antes había inmolado en Italia
al gran
pensador y
visionario Giordano Bruno, quien hubiera admirado a Spinoza.
* * *
Amigas, Amigos:
Baruch Spinoza tuvo la sinceridad de señalar que al leer el
Evangelio le causó una gran impresión
considerándolo superior al judaísmo. 300 años después, su "discípulo" religioso Einstein
interpretó el abstracto concepto de Dios de Spinoza desde una
perspectiva cósmica, a diferencia del sentido humano que se le
ha dado, por ejemplo al interpretar los Evangelios. El sentido
cósmico que allí hay no es externo o exotérico, es
interno o esotérico...
Es más, Einstein sobre Jesús dijo:
De niño yo recibí instrucción tanto de la Biblia como del
talmud (libro de las tradiciones de los ancianos judíos). Yo soy Judío, pero me
conmueve la luminosa figura del Nazareno.
"El "Jesús" de Emil Ludwig es bastante frívolo. Jesús
es demasiado colosal para la pluma de los mercaderes de palabras, aunque éstos
escribieran con arte. ¡Ningún humano puede expresar al Cristianismo con un bon
mot!
A la pregunta ¿Acepta usted la existencia histórica de Jesús? Einstein respondió:
¡Sin
duda alguna!. Nadie puede leer los
Evangelios sin sentir la verdadera presencia de Jesús. Su
personalidad vibra en
todas sus palabras. Ningún mito está tan rebosante de tal
vitalidad. No soy ateo, y no pienso que se me pueda llamar
panteísta (doctrina del
que identifica a Dios con la naturaleza y con el mundo). Estamos en la
posición
de un niño pequeño entrando en una gigantesca
librería llena de libros escritos
en muchas lenguas. El niño sabe que alguien debió de
haber escrito esos libros.
Pero no sabe como. Tampoco entiende los lenguajes en los que
están escritos. El
niño sospecha borrosamente que existe un misterioso orden en el
acomodo de los
libros, pero no sabe cual es ese orden. Ésta, me parece a
mí, es la actitud
hacia Dios, aún del más inteligente ser humano.
Contemplamos al universo
maravillosamente dispuesto y obedeciendo a ciertas leyes, pero
solamente de
manera borrosa entendemos esas leyes. Nuestras mentes limitadas
perciben una
fuerza misteriosa que mueve a las constelaciones.
Esto me lleva a recordar a los Hasidim:
Una definición actual de ellos dice:
Los Hasidim, es decir “los piadosos” son un
grupo judío de carácter místico que pretende reproducir el Antiguo
Testamento con la mayor fidelidad posible. Son, de hecho, una cultura
dentro de la cultura judía y sobresalen por su rigorismo, puritanismo y
meticulosidad en la observancia de la ley. Políticamente son
decididamente antisionistas ya que defienden la esencia exílica de los
judíos. Su regeneración será obra del Mesías, no de los políticos. Así
que se niegan a pagar impuestos al Estado de Israel, lo cual no quiere
decir, sin embargo, que hagan ascos a las subvenciones. Su literatura es
riquísima...
Admiro a los primarios Hasidim y lo hago sobre la base del estudio realizado por Vladimir Linderberg quien señala:
A
mediados del siglo XVII tuvo lugar, entre la población
judía de las regiones ruso-polaca y de la Galicia oriental, un
resurgimiento de la fe en la obra fundamental de la antigua
religión hebrea. De ellos se desprende una madurez humana, una
bondad, una predisposición al sacrificio, una tolerancia y un
acercamiento a Dios que raramente pueden encontrarse...
No
es que la doctrina del hasidismo sea diferente de la enseñanza
hebrea ortodoxa, sino más bien lo que se diferencia es la
cualidad del amor, de la humildad y del acercamiento a Dios. El hasid
siente la realidad de Dios y lo experimenta como si estuviera presente
"ahora y siempre". No solo le reza en la sinagoga o a la hora de la
oración, sino por el hecho de que Dios "está ahí
ahora y siempre", convirtiendo su vida entera, sus actos y sus
pensamientos en constante comunión con Él.
Dios
está, vive en todas partes, en todas sus criaturas, hombres,
animales, plantas, insectos, piedras, hasta en las cosas que hacen los
hombres con su manos. Cada cosa lleva destellos del Alma
inconmensurable de Dios. Con su mayor inteligencia y su libertad de
opción, el hombre es su Mensajero: Su deber es liberar los
destellos del Alma de Dios captados por las criaturas y por todas las
cosas. Esto lo puede hacer si trata con amor, mansedumbre y
consideración a todas las criaturas y a las cosas que caen
dentro del círculo en que se desenvuelve su vida y ejerce
su acción.
El
hombre vive y actúa en Dios, siente su mano sobre él en
todo momento y en todas partes, y sabe que está protegido. Ello
significa que vive sin temor, una vida confiada al Supremo Ser.
Aunque
persiste la separación entre el bien y el mal como polaridades
éticas, el bien no es mirado únicamente como bien ni el
mal como mal. Ambos están en el mundo como realidades y no es
posible pensar en uno sin el otro. Cualquier cosa buena puede hacerse
mala por la hipocresía, la falta de amor, de complacencia, y
cualquier cosa mala puede volverse buena con un poco de perspicacia y
amor. Detrás de la perversa faz de cada diablo se esconde la del
ángel ya sonriente en espera de conversión y
salvación.
El fundador del hasidismo, el rabino nacido en Ucrania Israel Baalschemtov (1698 - 1760)
enseñaba a sus discípulos que:
El
hombre ha de librar una
lucha de todos los instantes, hasta la muerte, y tal es, por cierto,
precisamente la misión del hombre en el mundo. El hombre tiene
que saber descubrir y pulir las piedrezuelas que cayeron cuando Dios
estaba construyendo y destruyendo mundos. De la piedra a la planta, de
la planta al animal, del animal al ser dotado de la palabra, el hombre
irá purificando la divina chispa que se halla dentro de la
cáscara de la materia. Y quien pueda elevar, por la fuerza de su
espíritu, a la divina chispa de la piedra a la planta, de la
planta al animal, del animal al ser dotado de la palabra, la
habrá puesto en libertad; no hay liberación de cautivos
más meritoria que esta. Es como si alguien hubiera sacado al
hijo de un rey de prisión y lo hubiera conducido hacia el trono
de su padre... Cuando habléis, pensad en el misterio de la
voz y de la palabra, reflexionad en que el mundo de la palabra habla a
través de vuestros labios. Y entonces ennobleceréis las
palabras. No olvidéis que no sois más que una vasija, un
recipiente, que vuestros pensamientos, y vuestra palabra son mundos que
irradian lejos; el mundo de la palabra es la gloria que habita en ella,
deseada en vuestro hablar por el mundo del pensamiento, y cuando
hayáis proyectado la luz de Dios en vuestro pensar y vuestra
palabra, dejad que vuestra oración sea como la plena gracia
divina vertida por el mundo del pensamiento a través del mundo
de la palabra. Entonces hallaréis lo que necesitáis,
porque está escrito: "Déjanos encontrar a Ti en nuestras
oraciones. En nuestras mismas súplicas ha de encontrarse a Dios.
El hombre ha de reunir a todas las cosas de todos los mundos en todo lo
que piense, diga o haga y volverse hacia Dios con toda su verdad y
simplicidad. Por nada del mundo ha de quedarse fuera de la unidad de
Dios. Quienquiera que haga algo que no sea para Dios, separa la
acción de Él".
Con mi limitado entendimiento
entiendo que esos hasidim ven a todos los hombres por igual hijos de
Dios y, además quien ve a Dios en todas las cosas y en todos los
hombres iguala a todos los humanos por entender que ninguno debe
considerarse
superior
o inferior a otro, a pesar que el apego al mundo diga lo contrario y,
por cuna menos aún considerar a alguien o considerarse un
elegido de Dios.
Einstein fue valiente, realista y crítico con el Antiguo Testamento al
decir, quizá molesto por la forma y el contenido de la excomunión de su admirado Spinoza:
El antiguo Jehová está todavía
de
viaje. Mata al inocente junto con el culpable, de manera tan
salvajemente
ciega, que no pueden ni sentir su propia culpa. Nos encontramos en una
epidemia de tristeza, que luego de haber causado infinitos
sufrimientos,
un día desaparecerá y se transformará en uno
monstruoso
e incomprensible motivo de estupor para las generaciones venideras.
Además guardó
hasta hace unos cinco años una verdad sobre su sentido
cósmico religioso que es fundamental para estos tiempos. esa
Verdad se conoció al salir a remate una carta suya escrita poco
antes de morir, carta dirigida
al filósofo Eric Gutkind en enero de 1954, la cual no fue
quemada, se guardó y salió a remate por 404 mil
dólares. Allí Einstein sobre los elegidos señala:
Para mí la religión judía, como todas las demás, es
la manifestación de una superstición infantil. Y el pueblo judío, al que
alegremente pertenezco, no tiene una cualidad diferente a la del resto
de los pueblos. Según mi experiencia, no somos mejores que otros grupos
humanos, aunque nuestra falta de poder nos vacuna contra ciertos
cánceres. No creo que en el pueblo judío haya nada de «elegido».
Al conocer la Biografía de Spinoza, humildemente recordé
mi época escolar cuando era
expulsado de clase de religión por no compartir ese
personalizado o antropomórfico dios castigador, casi sin amor... y decir al sacerdote profesor con
valor que ese no era mi dios.
De niño acepté la REENCARNACIÓN como algo natural
que le daba sentido a la vida y me ayudó a entender que Dios ES
Amor para con todos
por
igual. Entonces, desde niño fui un antimundo rebelde
con causa. No se me expulsó de mi sociedad, supongo no fui
excomulgado, tampoco, por la época llegué a la hoguera,
pero sí
tenía un hermoso rojo por nota en Religión. Ahora, en
este día de hoy, en octubre de 2012, después de tantos
años de ese
recuerdo
juvenil y, como lobo estepario Guerrero en acción, carente de
humano apoyo grupal, ya no soy
antimundo, es más, mi anhelo es que los más salgan del
embotado estado de hombre-masa, Despierten y se preparen a afrontar con
dignidad y sin temor el Parto Planetario ad portas...
Entiendo que el
sentido cósmico de Spinoza, Einstein y otros, los hace ver una
Verdad que es trascendente para HOY. ¿Por qué?
Porque vivimos los finales de dolores de parte planetario en que las
contracciones (calamidades) se intensifican en frecuencia y magnitud.
Estando los menos preparados para ese parto. Parto que será el
renacer
de cada uno a un nivel de consciencia en la esfera superior, acorde al
grado evolutivo logrado y juventud o adultez del alma ahora encarnada.
Repetita Iuvant o las repeticiones son útiles: Más una
vez he destacado el Mensaje del médico y psicólogo Dr. Carl Gustav Jung,
hijo de un pastor luterano, crítico de Sigmund Freud, fundador de la escuela de Psicología Analítica un genio del pensamiento moderno, centró
su trabajo en la formulación de teorías
psicológicas y en la práctica clínica,
también incursionó en otros campos de las humanidades,
desde el estudio comparativo de las religiones, la filosofía y
la sociología hasta la crítica del arte y la literatura.
En 1946 al
confiado mundo post Segunda Guerra Mundial declaró:
Mi conciencia de Médico me aconseja cumplir con el deber de
advertir, que a la
Humanidad le esperan hechos tales, que
corresponden al Fin de una Era y me inquieta la suerte de aquellos que sin
estar preparados hayan de ser sorprendidos por los acontecimientos.
Él,
por su amor al género humano, con preocupación en 1961 poco antes de morir, hace 51 años,
enfatizó y reforzó la advertencia, al decir
además, sin ser comprendido:
...advertir a los menos de quienes puedo hacerme oír y se extravíen ante el
carácter
incomprensible de los acontecimientos. Hasta ahora, que yo sepa, nadie se ha sentido movido a
considerar los posibles efectos psíquicos del cambio que es de
prever.
Jung,
un elegido de los dioses con una mente-cerebro envidiable, al finalizar
sus días
murió frustrado por no ser escuchado y su mística
señal suprasensorial ser
ignorada. ¿Por qué alguien que tanto logró y a los
demás tanto ayudó con su sabiduría, sano consejo, enseñanza,
murió frustrado? Al contrario, no estamos perdidos Dr. Jung, tu MENSAJE ha sido
escuchado y, como en todos mis últimos libros destaco, ya, por
tres vías diferentes hay un 1% de humanos con mente-cerebros
desarrollados en función de ayudar a los demás, ayudar
neutralizando cual imán mental la negatividad humana actual,
son, como decirlo, depuradores psíquicos magnéticos de
una negatividad humana que es espantosa y supera todos los niveles del
caos, en todo orden de cosas. Además hay un 9% de personas que
se dan cuenta de lo que pasa, no acatan al nuevo orden mundial que nos
lleva hacia un Armagedón terminal, no aceptan ser idiotizados
al igual que el 90% condicionado, acatador de ajenas interesadas opiniones; pasivo hombre-masa, pensando solo
en lo material y olvidando su Misión espiritual. Ese 9% recibe
mental apoyo del 1% y, ese 1+9 = 10% recibe mental apoyo subconsciente desde
el astral superior por parte de Seres de Luz que allí laboran
previo a la manifestación del Padre en la Tierra...
En Mendoza y Córdoba,
además de la música
clásica inspirada que en mis estudios me apoyaban, entre otros, a manera de relax
escuchaba las canciones de los
Chalchaleros. Mientras este final escribo en la pieza
biblioteca-computacional, en el comedor está vibrando la armonía de un CD con sus
melodías, la de los Chalchaleros y
mi mente se aleja del escrito frente a este pensamiento que ellos
entonan:
Sueño del alma que a veces muere sin florecer.
No permitamos en la presente vida que nuestra alma deje de florecer. Muy pocas flores tiene el hombre-masa. Cultivemos el
jardín interior mediante el Buen Pensar, por medio de la
Oración y quien tiene credo solo manifieste lo positivo de su credo.
Usemos la Meditación y eliminemos el temor, temor que, de manera
sistemática los medios de comunicación siembran. Quien
tiene FE en un Dios de Amor para con todos por igual, no debe tener
temor a las necesarias contracciones del cercano parto planetario, por el
contrario, debería estar feliz por su cercano renacer.
Se menciona ya en TV el negativo efecto electromagnético sobre
el cerebro por las explosiones solares, no señalan que la
magnetosfera se debilitó en el hemisferio norte
favoreciendo la ionización sobre el planeta. A eso atribuyen la
sensación que los días son más cortos y los
más, como a diario lo aprecian psiquiatras, psicólogos y
profesores, reaccionan mal. Para Spinoza Dios está en todo y el
camino hacia él es por la vía interior. La Ciencia
todavía señala como paradigma al caduco aleatorio Big-Bang, viene al caso
rememorar mi personal teoría sobre el tema:
God-Bang, lo opuesto al big-bang
Ignora la Ciencia que Dios en su
infinitud Inmanifestada, por su Pensamiento da forma a una creación que es en
Él e infinita y renovable en Su programación con un Propósito más allá del
humano pensar. Dice la Ciencia:
La relatividad general indica que hace aproximadamente 10 ó 20 mil
millones de años el universo estaba infinitamente contraído: la distancia entre
dos puntos cualesquiera era cero, la densidad de la materia era infinita y el
volumen del universo entero era cero. El universo pasó a estar en un estado muy
singular; Sucedió un evento singular, muy semejante a
una gran explosión el momento de su origen, que es llamado
el "Big Bang" o Gran Explosión... Se dice que, al azar un
gas fluyó a través del espacio, sin fricción formando estrellas,
galaxias, planetas y satélites...
Lo
precedente es Ciencia Pura, siendo ciencia ficción, al leerlo algo siento, para
mejor decirlo ¿cómo poder expresar en palabras lo abstracto que en mi interior
visionó real?: A lo menos hace 150 mil millones de años, vivimos la
presencia de la realidad
infinitamente contraída
del vacío absoluto como fruto de una Idea Divina de materia de
densidad
infinita y volumen cero, idea previa a la Manifestación
Universal de nuestra
evolución. Sin embargo captamos que ese vacío de infinita
contracción con
volumen cero y densidad infinita de materia no lo es tal, es ya un
poderoso
OmniPensamiento emitido desde lo Inmanifestado en Dios para dar forma
al escalar ciclo de la Manifestado en Dios. Sucede con expansiva
Fuerza, Energía e
Información que por SU Programación
permite a las dimensiones, el tiempo y el espacio ser para la VIDA sin
AZAR
sino que en un perfecto orden cósmico por LA MENTE DIVINA
Ideado.
Ese vacío sin
límites es latente Inteligencia Pura infinita que al hacerse
manifiesto crea, a
la velocidad del pensamiento, bruscamente, la Expresión
Manifestada formando un
punto en el espacio-tiempo relativo que ÉL, con Su Pensar ha
creado. Ese punto
infinitesimal
dotado de infinitas potencialidades, da lugar a la explosión
cósmica desde la
Mente de DIOS, que he llamado GOD Bang
cual gran explosión inicial o "Big Bang" para este universo,
seguida de innúmeres Little Bangs en un vacío que, a
pesar del universo con sus
galaxias, sigue en un 99.99% vacío desde el punto de vista físico de
la materia y, por la acción
de la Divina Mente estalla en su creadora idea conceptual y se hace
realidad
manifiesta inentendible para nuestras limitadas mentes expresadas por
un
cerebro de tercera dimensión: Y a la velocidad del Divino
pensamiento se
expande en una maravillosa e infinita secuencia de constantes e
ininterrumpidas
pequeñas explosiones de
renovada
Fuerza, Energía e Información, obra Pura de la
acción Creadora del Pensamiento
de DIOS plasmado en realidad manifestada por SU
Voluntad que todo lo compenetra y
que a todo le permite armónicamente ser. Lo hace sin azar en una
matriz
holográfica preestablecida de lógica secuencia. Toma
forma lo Manifestado en la
matriz conceptual del Pensamiento Divino y se plasman los modelos de
las
subpartículas cuyas agrupaciones darán lugar a
partículas y átomos con los
elementos de cada una de las dimensiones y sus subniveles, donde cada
átomo
está separado de su vecino como un sol lo está de otro
sol, por un 99.99% de
vacío. Se plasman las matrices de las agrupaciones de
átomos que pasarán a ser
moléculas y en su conjunto células. Se plasman las
matrices de los sistemas
solares con sus planetas, donde cada sol está separado del
vecino por 5 años
luz de distancia a lo menos, es decir todo ese Micro y MegaUniverso al
que la
agregación de conjuntos de miles de millones de sistemas solares
va dando lugar
a galaxias, cuyo conjunto dará lugar a hipergalaxias, cuyo
conjunto dará lugar
a megagalaxias en diferentes planos de la vibración de la
Inteligencia Pura del
Pensamiento primigenio. El cosmos es un 99.99% de aparente vacío que para
nuestros sentidos
será lo sólido gracias a la mente humana que viene estructurada
por el alma para
sentir sólido lo que llamamos materia, pero que para la realidad
atómica es a
su vez un 99.99% de vacío sustentado en aparentes condensaciones
llamadas
partículas y subpartículas que no son tales, aunque para
la mente son. Vemos,
vivimos y vivenciamos en una ilusoria realidad fruto de la
conceptualización de nuestra mente hecha al aparente
vacío que toda la
Manifestación es. Vacío que representa Absoluta
Inteligencia Pura Creadora en
constante actividad, la que a todo le permite ser y existir, y ser
nosotros
reales en una existencia aparentemente inexistente, un TODO sustentado
en la
indivisible unidad del Primigenio Pensamiento que permite ser a la
Creación
Universal, en un matemático lógico orden perfecto con una
natural razón de ser
como es la de dar el "terreno" para la acción de nuestros
espíritus
que emergerán desde lo Inmanifestado para desarrollarse en lo
creado.
A
la velocidad de la
Instantaneidad del Divino Pensamiento surgido desde la Inmanifestado en
DIOS,
apareció lo Manifestado en DIOS, cual si siempre el universo
hubiese estado
allí, sin pasado previo. Eso, si así quieren llamarlo,
fue el Big Bang seguido
de continuos Little Bangs que seguirán hasta un infinito. Sin
embargo, todo lo
creado debe, a su debido tiempo, finalizar y este universo en aparente
eterna
expansión dejará de ser cuando los espíritus
emanados desde DIOS, con su Misión
cumplida logren manifestar los atributos necesarios para su
desarrollo... En un
ciclo de nunca acabar ante la emanación desde DIOS de nuevos
espíritus que
requerirán nuevos universos. Todo está regido por un
Propósito estructurado en
una Cósmica CAUSALIDAD. Causalidad de la que cada uno como ser
humano es
importante.
Cada espíritu al completar su específica
Misión en los diferentes planos dimensionales, retorna a Dios y,
en Dios, sin perder la individualidad se embebe de nuevos potenciales
atributos a manifestar. Entonces se emergerá cual Logos, en
diferentes grados jerárquicos según edad, como Rectores de Universos, Padres de constelaciones o Regentes de mundos habitados por seres pensantes, plasmando lo preestablecido por el Pensamiento de Dios...
Intenta abstraerte de lo
negativo que es la norma que nos rodea, medita en lo positivo que los
más no ven: Mira una flor, mira un ave, mira la vida, mira hacia
las estrellas, mira dentro de ti y ve a Dios en todo ello. Eso te
quitará el temor del fanatismo, fundamentalismo y dogmatismo
religioso, o el temor del ateo carente de futuro. Para entender en parte lo que somos
digo: Somos mente, simplemente mente y, para explicitarlo, dejé inserta en
el frontispicio del Portal MUNDO MEJOR esta cósmica inscripción que a Todos
nos iguala:
Antes que tu cerebro fuera tu mente ya era.
Antes que tu mente fuera tu alma ya era.
Antes que tu alma fuera tu espíritu ya era.
Antes que tu espíritu fuera Dios ya era, es y será.
Como espíritu desde Dios emanaste.
Como alma por tu espíritu eres regido.
Como mente desde tu alma programado vienes.
Como cerebro por tu mente eres conducido.
Como organismo por tu cerebro eres dirigido.
No se encontraba en mi
limitada línea de conocimiento el filósofo Baruch
Spinoza, ahora, en parte, algo se de él. Gracias a Einstein al
escribir y leer mi libro "Einstein y
Dios" con el número 383 supe de la influencia de Baruch Spinoza
en su cósmico pensar y profundo sentir religioso del gran sabio moderno
con un cerebro especial para poder manifestar lo que, mentalmente al
mundo entregó. Ese Spinoza
excomulgado de su religión judía en un documento plagado
de maldiciones y odio cuando tenía 24 años por no vender
su silencio por una buena suma del vil dinero, se dedicó a pulir
lentes sin dejar de
pensar, sin aceptar los cantos de sirena de un rey para quien
debería escribir. Los 21 años que le quedaban de vida,
además de pulir lentes los vivió de manera austera, digna, humilde, pensando y filosofando
en abstracto sobre Dios, el ser humano, la sociedad, la vida...
quedando en monumentales obras sus ideas principales publicadas
post-mortem, ideas que entonces, al ser conocidas a los cristianos de Europa
enfurecieron. Esas ideas
captaron mi atención, admiración y ayudaron a que
entendiera mejor lo cósmico de cada uno, en especial como entes
pensantes en lo cósmico de
Dios y así dar forma al presente título 385 que, casi
finalizando el 2012 llega a término al lograr armar el
intrincado collage inicial. Título que me pareció una
misión casi imposible, más aún al tomar como
guía su gran obra: Ética demostrada según el orden geométrico.
Mientras escribía tuve
la sensación que esos notables personajes como Spinoza y
Einstein, míticamente, por la vía subconsciente o del
sueño lúcido, o en abstracción me decían: ¡Sigue adelante! Estás en Misión. Entrega el Mensaje... ¿Cuál Mensaje? Y aquí está:
¿Qué hacer con
el 90% hombre-masa de la modernidad? La respuesta la daré en
nombre del maestro rabino Hasidim de Zans, quien a su discípulos
relataba:
"En
mi juventud, como estaba inflamado por el amor de DIOS, yo creía
que podía convertir a EL al mundo entero. Pero pronto
comprendí que tendría ya bastante si llegaba a convertir
a la población de mi ciudad, y lo intenté durante largo
tiempo; pero sin éxito. Entonces me di cuanta de que
había exagerado también, y concentré mi
atención en las personas que vivían en mi casa. Tampoco
logré convertirlas. Finalmente, me vino la revelación:
debo ponerme yo mismo en orden y servir a DIOS en verdad. Pero ni
siquiera he logrado aún esta conversión".
¡Cuánta humildad y sabiduría! de alguien que fue Maestro. Es una
Enseñanza que nos indica que antes de intentar hacer cambiar a
los demás, por muy nobles que sean nuestras intenciones, lo
primero es cambiarnos a nosotros mismos, y esa tarea no es nada
fácil. Es decir, antes de preocuparte del pensar del 90%
hombre-masa fíjate en tú calidad de Pensar y en tu
Actitud Mental, Que el Pensar y la Actitud Mental tuya sea a diario, en
lo posible, cada vez un poco mejor. Así los ayudarás por
imantación mental más de lo que supones o te hacen creer.
Estamos mentalmente facultados para hacer de este infierno un cielo. Se
habla del peligro de la
hiperactividad solar con sus explosiones más intensas, con una
magnetosfera debilitada... que esto además de alterar los
sistemas eléctricos, repercute negativamente en el
psiquismo de las personas por una radiación
electromagnética cósmico solar que el 2012 entró y
aumentará al 2013. Sin embargo podría ser lo contrario,
no favorable para todos, pero sí positivo para quienes Despiertan y entienden que: Podemos
prepararnos para que eso cósmico nos sea beneficioso, mediante
el Mejor Pensar, la Oración, la Meditación, eliminando el
temor religioso, el temor a las señales de los tiempos... y, en
especial, sabiendo que DIOS es tan solo Amor, Comprensión,
Perdón hacia
TODOS por igual y no para unos pocos... Es decir, no sentirse por grupo
o credo un escogido marginando a los demás, esa actitud mental
es
terriblemente negativa, egoísta e injusta con Dios, dios
antropomórfico al que, según lo escrito, solo a ellos favorece,
unos pocos ante los 9.000 millones de humanos pensantes, jugando dios a los
dados los haría nacer al 10% para ser salvos y al 90% = 8.000 millones para ser
condenados. Como la
moderna ciencia imaginológica cerebral lo demuestra, esa Actitud
Mental religiosa negativa es
dañina para quien así piensa, por ello se insiste que, en
el credo
que tengas tan solo usa lo positivo del mismo, eliminando de tu modelo de pensamiento todo aquello
que es injusto y discriminatorio para con los más, aunque
fuera para uno solo.
Esos más son iguales a ti a los ojos del Padre. No está
demás recordar el reiterado Mensaje de Swami vedanta Vivekananda en el
Primer Parlamento Mundial de las Religiones de Chicago en 1893. Les
dijo:
Si el Congreso de las Religiones ha demostrado
algo al mundo es lo siguiente: Ha probado que la santidad, la pureza y
la caridad no son la posesión exclusiva de ninguna iglesia del mundo
y que cada sistema ha producido hombres y mujeres del más elevado
orden. En presencia de este hecho evidente: Si alguien sueña con
la exclusiva supervivencia de su propia religión y la destrucción
de las otras, le compadezco desde el fondo de mi corazón.
Además conviene escuchar al Maestro Taimni quien hace 60 años esta Enseñanza dejó:
Mucho de lo malo que vemos en la gente
se debe tan solo a falta de desarrollo de
cualidades y facultades buenas en su alma.
Lo que generalmente llamamos vicios,
se debe a la ausencia de las correspondientes
virtudes que todavía no se han incorporado en el alma.
Si bajo esta Luz miramos a nuestros prójimos,
tendremos que adoptar una actitud más caritativa
hacia sus debilidades y deficiencias de carácter,
y en vez de considerarlos malos o pecadores,
los consideraremos simplemente como almas poco
desarrolladas aún. Les falta completar sus retratos
de seres perfectos, que todos tendremos que
completar; y no es razonable que adoptemos otra
actitud que la de simpatía y tratemos de ayudarlos.
Lo expresado
por Taimni es un poema místico de Sabiduría con la Rvelación de la máxima
expresión cósmica de bondad divina destinada a ayudarnos, en esta o en futuras
encarnaciones, entendernos a nosotros mismos y a los demás y saber que ninguno
es superior a otro ni inferior a nadie. Nos permite mirarnos a los ojos y saber
que seremos mejores... y que por algo no lo somos aún...
Sugiero
en Meditación pedir al Padre que la Magnetosfera terrestre sea reforzada cual
escudo protector planetario. Pedir al Padre Fuerza, Salud, Protección y que
nuestra mente y cerebro estén preparados para las explosiones solares, las
radiaciones electromagnéticas cósmico solares que están llegando y que, como
humano, nuestra Consciencia sea elevada al Plano Superior.
Tienes dudas, piensas que no podrás. Tu mente es más
poderosa de lo que supones, al dudar y sentir que no podrás, ese
es el Mensaje que entregas a tu subconsciente mental y él eso lo
hará realidad. Revierte la polaridad mental consciente negativa
pensando positivo; porque DIOS TE AMA,
siente que SÍ PUEDES y LO LOGRARÁS, porque eres un pensante hijo
de Dios viviendo en un Fin de Tiempo. Hay solo un ser que te lo puede
impedir, ese ser eres tu mismo. De ti depende. Lo que eres, lo que te
ha sucedido hasta el día de hoy, donde estés... lo es
porque así tu mismo como alma en tu subconsciente mental lo programaste por una causa. ¿Cuál causa? Tu
alma así lo requiere para que ajustes Karma de tus anteriores
errores y desarrolles en la materia nuevos atributos positivos que el alma por
medio de tu mente y cerebro necesita desarrollar para evolucionar.
Debes saber que por algo naciste en un Fin de Tiempo, fue un privilegio
dado que, aunque no lo creas, has avanzado más de un curso en la
Escuela de la Materia y aún es tiempo para dar el gran salto al
estadio superior de evolución, donde los ángeles te
aguardan como un igual.
Debes aceptar que el pasado
ya pasó, no es; aceptar que el futuro es un hipotético, aun no
es; sólo es el momento presente y, en este presente nada nos
impide Pensar Mejor, pedir que tus justos anhelos sean realidad, ser mejor persona, no sentirte superior ni
inferior a nadie, porque en todos podrás captar por igual a Dios
con su Amor, Amor que podrás por tu aura reflejar y, la Luz
llegará, la veremos fluir a la Tierra y en cada uno de nosotros la Luz
será...
Correo electrónico de cierre de página (Una Causalidad)
De hace
cierto tiempo dejé de participar coloquialmente con CiberLectores. Así tenía
que ser. Sin embargo la Sabiduría señala que, el menos en ciertas ocasiones,
conviene ser flexible como la espada samurai o la caña de bambú. Estaba
revisando el último párrafo de este libro previo llevarlo a la impresora para
la revisión final cuando, a mi programa filtro, ingresa un correo desde
Uruguay. Coincidió con que tengo planificado escribir al Sindicato Médico de
Uruguay para, ahora que en mi Patria, Chile y en Uruguay, he cumplido 50 años
de médico y sigo ejerciendo la profesión, poder agradecer lo recibido y
reconocer lo que me honra tener en la Consulta ese Diploma del Sindicato Médico
de Uruguay y el título uruguayo de Doctor en Medicina con su gran y hermoso
diploma. Acá a fin de año hay una ceremonia para quienes hemos cumplido 50 años
de profesión, no es fácil al estepario decidirse a hacer vida social... Todo
ello amiga me lleva a insertar tu amable correo:
Asunto: Reencuentro
Desde: Uruguay
Fecha: 30-09-2012
Querido amigo Iván:
Pasaron 10 años desde la última
vez que me comuniqué contigo!!!! En principio fue una cuestión material: se me
rompió la compu!!!, estuve mucho tiempo yendo al cyber para abrir correos y
navegar por la Internet... seguía "buscando" (adentro y afuera). Mundo
Mejor siempre ha sido una referencia: porque me confirmaba que lo que yo
intuía, otros ya lo decían (es decir, encontraban las palabras que permitían
transmitir lo que a mi me resultaba difícil). Y tú, podrás no ser un Maestro,
un Gurú, pero creo que eres un gran Decodificador de planos más sutiles! y eso
te convierte en maestro, porque permites que cada persona acceda al
conocimiento y discierna aquello que su alma le pide... de acuerdo a su momento
evolutivo y a su misión (aunque la mayoría no tengamos claro cuál es!).
El Buen Pensar, lo experimenté por primera vez cuando a la edad de 8 años vi la
película "Mary Poppins" de Walt Disney, particularmente la escena en
donde toman el té en el aire, flotando!!! y ese estado lo mantenían sólo si
tenían Buenos pensamientos!!! y también cuando, al despertar por la mañana,
pronunciaban la palabra "supercalifragilísticoexpialidoso" ;) por
mucho tiempo, se transformó en mí en un mantra... hasta ahora (y ya cumplí 52) me
sale decirla.
Esta necesidad de comunicarme nuevamente contigo, me surgió en varios momentos
en estos años, en especial porque ya no tenía el mismo correo electrónico, pero
fue hoy, luego de finalizar la lectura del escrito 375, que lo hice manifiesto.
Te agradezco que permanezcas en el cyberespacio proclamando
antiapolalípticamente un Mundo Mejor,
Un abrazo y hasta pronto
Estela Goldaracena
desde Rivera - Uruguay
Amiga Estela no olvido que, hace 50 años, tu Patria me
recibió y permitió lograra el título de Doctor en
Medicina que, por Ley de 1917 de ambas Repúblicas, era
habilitante en Chile. Estuve solo 4 meses en Montevideo, su recuerdo
como el de Mendoza y Córdoba en Argentina, no ha desaparecido y mi gratitud
tampoco. Quizá en mi Autobiografía haya sido
lo suficientemente agradecido con Argentina y con Uruguay; y gracias a
ello ser lo que
ahora soy... Hablas que has finalizado el escrito 375, tienes
tarea por delante hasta
llegar al actual 385. Más una vez, como te consta, debí
ser duro con agradecidos ciber lectores para rechazar el título de maestro,
guía, gurú, iluminado, o lo que sea que NO SOY. Como lobo
estepario sin pertenecer a grupo humano alguno, en una amplia etapa de
mi vida antimundo, como rebelde con causa, recibí un amplio
Conocimiento que, de manera paradojal, compartí con el mundo
hablando y escribiendo en lenguaje coloquial, no abstracto, e
intentando lo complejo hacerlo, por la palabra, simple para Exponer sin
nada imponer, con la intención que cada uno, por sí
mismo, en su personal Discernir decidiera lo que es válido o no
y, sin pedir nada a cambio. Soy humano, simplemente humano, con
imperfecciones y algunas virtudes. Un humano que aceptó una
Misión y desde hace años vi este presente y, a mi manera,
creo haber cumplido la Misión. Ahora soy sobreviviente en
acción, desde que mi señora dejó la forma
física en enero, con Nueva Misión que se refleja en los escritos
finales del 2011 y los del 2012, en mis diarias meditaciones
dinámicas visualizadas, intentando además Pensar Mejor y,
mirando la imagen del Padre en esta pieza escritorio computacional y en
mi dormitorio, Pedirle a Él y entender que debo estar tranquilo y saber el
por qué son necesarios los dolores de parto planetario y el por
qué debo esforzarme por cambiar yo antes de intentar que otros
cambien...
Nuestra mente tan sólo puede acceder hasta el PADRE
Amiga, este es el Rostro con que al Padre Visualizo...
Pedid al Padre y se os dará...
Dr.
Iván Seperiza Pasquali
Octubre de 2012
Con
la absoluta certeza que pasaremos 2013 y... ... ...
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