385

Spinoza


1632 - 1677

Baruch Spinoza y Albert Einstein consideraban que Dios
es básicamente la suma total de las leyes físicas que describen al Universo.
Carl Sagan

Proemio

En el reciente escrito 381, titulado "Einstein y Dios" me llamó la atención que Einstein menciona a Spinoza señalando:

Entre sus biógrafos opinan que:

El Dios en el que creía Einstein era el Dios de Spinoza,
de modo que la Naturaleza y Dios se identifican
 
Gerald Holto

Einstein era un pitagórico creyente "en el Dios de Spinoza que se revela en la armonía del mundo, no en un Dios que se ocupa del destino y los actos de los seres humanos". Sentía una gran admiración por el filósofo Baruch Spinoza y cuya visión del mundo le resultaba próxima a la que él mismo había elaborado a partir de la física del siglo XIX.

Para entender el papel de la experiencia religiosa en la vida de Einstein, hemos de retroceder a su juventud. A los doce años, al someter la interpretación literal de la Biblia al análisis científico, entró en una crisis de fe que le llevó a un episodio de ateísmo. La posterior lectura de los escritos de filósofos, como Spinoza, y, sobre todo, sus propias reflexiones personales sería lo que le reconcilió con la creencia en Dios. Puede decirse que debajo de la experiencia religiosa de Einstein late el corazón de dos filósofos que fueron muy queridos por él: Arthur Schopenhauer (1788-1860) y, sobre todo, Baruch Spinoza (1632-1677).

En repetidas ocasiones, Einstein se proclamó seguidor de Spinoza en su concepción filosófica del mundo, de Dios, de lo humano y de la religión.  No hablaremos aquí de la notable influencia de la filosofía de Spinoza sobre el desarrollo de la filosofía misma y de las ciencias moderna y contemporánea, sino de cómo concebía a Dios. Para la Filosofía de la Religión de Spinoza y de Einstein, Dios y el universo constituyen una totalidad esencial, una unidad. Para Spinoza, Dios está presente en cada una de las manifestaciones materiales, en cada objeto que puebla el Universo por más pequeño que sea. En cada mota de polvo, en cada átomo, en cada partícula subatómica, está Dios.

Si Dios es perfecto y ha cambiado, o ha dejado de ser perfecto o antes en realidad no lo era y ahora sí, como Dios es perfecto por definición, entonces no cabe la posibilidad de cambio, y como en la filosofía de Spinoza, Dios y el Universo forman una unidad, si Dios no puede cambiar, el universo tampoco. Para Einstein aceptar que el Universo cambiaba con el tiempo, que evolucionaba, era como admitir que Dios mismo cambiaba, que Dios evolucionaba, por lo que la perfección de Dios se veía comprometida. ¿Como podía cambiar algo que era perfecto? Si Dios era perfecto, no podía cambiar, no podía verse afectado por el paso del tiempo. Lo que es perfecto, si cambia, sólo puede cambiar para transformarse en algo inferior, pues la perfección ha de ser un estado único, no puede haber dos perfecciones y Dios no puede cambiar a un estado inferior. Como consecuencia de ello, el Universo, ha de ser infinito, eterno e inmutable.

Tal vez un resumen de su pensamiento puede encontrarse en la respuesta que dio a un rabino americano que le preguntó si creía en Dios. Respondió: “creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la armonía de lo existente regido por leyes, no creo en un Dios que se ocupe de la suerte y de los actos de los humanos”. No obstante, en su discurso en el Seminario Teológico de Princeton en 1939, dejó claros sus fundamentos éticos: “Los más elevados principios de nuestras aspiraciones y juicios nos los proporciona la tradición judeo-cristiana”. Sus más profundas convicciones se enraizaban en dicha tradición: “Sólo una vida vivida para los demás vale la pena ser vivida”.

Al releer esta afinidad de Einstein con Spinoza, recibí por idea un título, "Spinoza", es decir, teniendo el título debo dar forma al escrito 385. Mi intelecto es limitado, ignoro quien fue Spinoza. Esto, y... me hizo pensar: ¿Por qué Einstein, alguien que vino del futuro, admiró y respetó tanto a Baruch Spinoza? Entonces Decidí buscar sobre ese filósofo Spinoza y, con sorpresa, orgullo y grato agrado, lograr intentar dejarlo ahora en la Galería de Personajes del Portal MUNDO MEJOR, sabiendo que no me será fácil armar de lo abstracto de su magno pensar algo ojalá, por lo menos para mí, más concreto y entendible. Para Spinoza no soy del vulgo ya que el opinó que:

Ahora bien, la Escritura suele pintar a Dios a imagen del hombre y atribuirle alma, ánimo, afectos e incluso cuerpo y aliento, a causa de la débil inteligencia del vulgo.

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Desarrollo

La nueva síntesis es un fenómeno del siglo XX, por el cual todos los campos del conocimiento convergen, para mostrar que la evolución física, biológica y psicosocial son sólo distintas facetas de un solo proceso cosmológico. La nueva síntesis se inicia en este siglo con Einstein quien, mediante su entendimiento profundo de la filosofía de Spinoza, logró una nueva comprensión de cómo está estructurado el universo.
John David Garcia

Sobre su vida se comenta que:

Baruch (o Benedictus, como él firmaba, o Bento, como lo llamaban sus amigos) fue dos veces maldito: en vida, por los judíos, y después de su muerte, por los cristianos, a pesar de haber sido un hombre bueno, honesto, sabio y profundamente religioso.

Nació en Ámsterdam, en 1632. Pertenecía a una comunidad sefardí de antiguos españoles y portugueses, que eran rigurosamente ortodoxos. Vivió en un barrio floreciente, cerca de la casa de Rembrandt. Entre los 6 y los 22 años perdió a su madre, a dos hermanos, su padre y su madrastra, probablemente padeció de silicosis pulmonar por ser tallador pulidor de cristales, enfermedad que lo mataría 20 años después.
Spinoza cursó estudios de teología y comercio en la escuela judía, donde aprendió hebreo y conoció el Talmud, pero en la escuela latina de Van don Enden descubrió la filosofía y las investigaciones científicas cartesianas. Testigo de la lucha entre republicanos y partidarios de los Orange, tomó partido por la república de Juan de Witt.
Con el único hermano que le quedaba puso un comercio de fruta. Concurría regularmente a la sinagoga y era un estudioso de la Biblia, a la que conocía demasiado bien. Este conocimiento lo apartó progresivamente del judaísmo, a quien acusó de sostener leyes ilógicas, injustas y anticuadas. En la comunidad había un tremendo conflicto con un sefardí portugués, Da Costa, quien fue azotado en la plaza pública y, humillado, se suicidó. No querían otro conflicto con Spinoza. Le propusieron una discusión en privado, pero, viendo que era un polemista imbatible, decidieron sobornarlo, ofreciéndole una pensión de 1.000 florines para que se callara y se hiciera ver, de vez en cuando, en la sinagoga. Esto enfureció a Baruch, quien hizo público su disenso.
El 27 de julio de 1656, el Colegio Rabínico lo expulsó y maldijo para toda la eternidad, ordenando que nadie tuviera trato con él. Un fanático intentó asesinarlo en la calle. Se trasladó a Ringsburg y luego a La Haya...
Fue un notable filósofo racionalista y pensador religioso holandés, considerado como el exponente moderno más completo del panteísmo. Spinoza recibió una educación que ponía un gran énfasis en el estudio de las fuentes clásicas judías. Más tarde, sin embargo, se apartó del judaísmo ortodoxo como consecuencia de sus estudios de ciencias físicas y por el efecto que le produjeron los escritos del filósofo inglés Thomas Hobbes y del científico y filósofo francés René Descartes. En 1656 fue excomulgado por los rabinos, que le desterraron de Amsterdam. Durante cinco años, Spinoza permaneció en las afueras de la ciudad, puliendo lentes para vivir. Durante ese periodo escribió su primer trabajo filosófico, Tratado de Dios, del hombre y de su felicidad, donde se prefiguran ya las líneas maestras del que sería su sistema filosófico. El Tratado teológico-político y la disertación De la reforma del entendimiento quizá fueron escritos también en este periodo, aunque el primero no se publicó hasta 1670 y el segundo hasta 1677. En 1661 se trasladó a Rinjnsburg, ciudad cercana a Leiden, y dos o tres años más tarde a Voorburg, no lejos de La Haya. Poco después, al trasladarse a La Haya, se le ofreció una cátedra de filosofía occidental en la Universidad de Heidelberg. El responsable de ello fue Charles Louis, el elector palatino. Sin embargo, Spinoza rechazó esta responsabilidad, para poder mantenerse libre de cualquier restricción que pudieran aplicar los teólogos sobre sus actividades intelectuales. También rechazó una pensión que le ofreció el rey de Francia Luis XIV, a cambio de que dedicara al monarca uno de sus trabajos.
La más completa expresión de Spinoza es su gran obra Etica demostrada según el orden geométrico (1674). De acuerdo con este tratado, el universo es idéntico a Dios, que es la 'sustancia' incausada de todas las cosas. El concepto de sustancia, que Spinoza saca de los filósofos escolásticos, no es el de una realidad material, sino más bien el de una entidad metafísica, una base amplia y autosuficiente de toda realidad. Spinoza admitió la posible existencia de atributos infinitos de la sustancia, pero mantuvo que tan sólo dos son accesibles a la mente humana, a saber, la extensión, o el mundo de las cosas materiales, y la racionalidad. El pensamiento y la extensión existen en una última realidad que es Dios, de quien dependen. La causalidad, en el sistema de Spinoza, puede hallarse entre los objetos individuales (es decir, entre los cuerpos físicos) en el atributo extensión, o entre ideas individuales en el atributo pensamiento, pero no entre objetos e ideas. Para explicar las aparentes interacciones causales entre objetos e ideas, Spinoza propuso una teoría conocida como paralelismo, según la cual cada idea tiene un complemento físico y, del mismo modo, cada objeto físico tiene su correspondiente idea.
El punto de partida de la filosofía de Spinoza es la identificación de Dios con la naturaleza. Dios es un ser que se confunde completamente con la naturaleza, tanto si ésta ha sido creada como si se crea a sí misma. Dios es la sustancia única, de la que Spinoza dice al principio de la Etica que es "aquello cuya esencia implica la existencia, es decir, aquello que no necesita de otra cosa para ser creado". Y, por el conocimiento, el ser humano accede al amor intelectual de Dios, que hace conocer por medio del entendimiento intuitivo la esencia singular en forma de eternidad, la cual no guarda relación con la noción común de inmortalidad.
Para Spinoza se puede conocer el mundo, porque el entendimiento, en tanto parte del entendimiento de Dios, es una modificación o «modo» de la misma sustancia divina, entendimiento infinito de Dios, que «piensa» su objeto extenso o cuerpo, de modo que el entendimiento puro puede «aprehender» la realidad, porque el alma, o sea la idea del cuerpo, «replica» lo que afecta a éste cuerpo. La unidad del alma y el cuerpo está justificada por la unidad de la sustancia infinita de la que son sus modificaciones finitas o modos.

Su posición en la historia de la filosofía es única en muchos aspectos. No perteneció a ninguna escuela y no fundó ninguna. Aunque en ciertos puntos su trabajo se basaba en el de algunos de sus predecesores, muestra y afirma un individualismo tan acusado como para que se le pueda considerar un simple continuador o epígono, incluso en el caso del pensamiento de Descartes. Por la profundidad y la grandeza de sus ideas y su notable capacidad de síntesis, Spinoza se sitúa junto a los mayores pensadores filosóficos de todos los tiempos. Hasta un siglo después de su muerte, ocurrida el 21 febrero de 1677, su pensamiento no obtuvo reconocimiento y, aunque su sistema no consiguiera seguidores organizados, ha tenido, tal vez, la más penetrante influencia de todos los filósofos modernos con la excepción de Immanuel Kant. No sólo metafísicos sino también poetas como Johann Wolfgang von Goethe, William Wordsworth y Percy Bysshe Shelley han consultado y estudiado los trabajos de Spinoza en busca de inspiración y su pensamiento ha influido en el panteísmo poético subyacente de muchas interpretaciones modernas de la naturaleza.

Spinoza publicó dos obras en vida:

El resto de sus obras, incluyendo la Ética, fueron publicadas por amigos suyos en las Ópera pósthuma (OP) / Nagelate Schriften (NS) de 1677, excepto el Tratado breve, que fue descubierto y publicado en 1852:

Además de las mencionadas, se atribuyen a Spinoza dos pequeñas obras de carácter científico, publicadas de manera anónima en 1687. Sin embargo, la autenticidad de estas obras se encuentra en disputa.

Por último, se encuentran las cartas de Spinoza, las cuales están fechadas entre 1661 y 1676 y son consideradas de interés filosófico.


*   *   *

Reflexiones y frases de Spinoza

La vida de Spinoza fue la de un sabio. Para poder pensar con libertad, decidió vivir del trabajo manual, y dedicó una parte de su tiempo a pulir lentes para instrumentos ópticos. Sabemos por sus biógrafos que era sencillo y bueno, que vivía austeramente y que, a pesar de su mala salud, era feliz. También sabemos que estaba profundamente vinculado a  la República de Holanda y que consideraba que la libertad de conciencia y la libertad política se contaban entre los bienes más preciosos. Como buscaba los principios de la Religión verdadera y pretendía reemplazar la revolución por las luces naturales de la razón, fue acusado de ateísmo. Practicaba, como prueba de su Religión, una vida sencilla y frugal, indiferente a todo lo que no fuera la Verdad. La salvación está, pues, en la búsqueda del espíritu de Dios en nosotros. La salvación está en la filosofía. La filosofía es la verdad de toda religión.
Alain, filósofo francés Émile-Auguste Chartier (1868-1951)


A la esencia del hombre no pertenece el ser de la sustancia, o sea, no es una sustancia lo que constituye la forma del hombre. En efecto: el ser de la sustancia implica la existencia necesaria. Así pues, si a la esencia del hombre perteneciese el ser de la sustancia, dada la sustancia, se daría necesariamente el hombre, y, consiguientemente, el hombre existiría de un modo necesario, lo que es absurdo. No hay dos sustancias de la misma naturaleza. Pero, dado que pueden existir varios hombres, entonces no es el ser de la
sustancia lo que constituye la forma del hombre. De aquí se sigue que la esencia del hombre está constituida por ciertas modificaciones de los atributos de Dios.

A la naturaleza de la sustancia le pertenece existir; su esencia envuelve necesariamente la existencia.


Además, no se sigue que esta idea o conocimiento del alma se de en Dios en cuanto que es infinito, sino en cuanto es afectado por otra idea de una cosa singular. Ahora bien, el orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas, luego esta idea o conocimiento del alma se sigue en dios, y se refiere a Dios, del mismo modo que la idea o conocimiento del cuerpo.

Ahora bien, la Escritura suele pintar a Dios a imagen del hombre y atribuirle alma, ánimo, afectos e incluso cuerpo y aliento, a causa de la débil inteligencia del vulgo.

Aquello que es en sí y se concibe por sí; esto es, aquello cuyo concepto no necesita del concepto de otra cosa, a partir de lo cual deba formarse.

Aún más, en la cosa creada es una perfección que ella exista y que sea causada por Dios, ya que la mayor de todas las imperfecciones es el no existir.


Comprender es el principio de aprobar.

Cualquier cosa que sea contraria a la naturaleza lo es también a la razón y cualquier cosa que sea contraria a la razón es absurda.

Cuanto más conocemos las cosas singulares, tanto más conocemos a Dios.

Demostré que nadie está obligado, según el derecho natural, a vivir a gusto de otro, sino que cada uno es protector nato de su propia libertad.

Debido a que no podemos controlar los objetos que valoramos y que influyen sobre nuestro bienestar, debemos tratar de controlar las evaluaciones que hacemos de nosotros mismos para poder disminuir la influencia que los objetos externos ejercen en nosotros.

Dios es la causa inmanente y no transeúnte, de todas las cosas.

Digo que no bastan la "decisión" por la libertad ni la pura reflexión a favor de la misma. Se requiere "experimentarla". La experiencia de la libertad sólo puede realizarse en la negatividad, o mejor dicho, a partir de su opuesto. La "medida" de la libertad es una negación débilmente sustentada en un factor de difícil localización y complicada expresión: el impulso o, en términos psicoanalíticos, la pulsión de "no querer ser esclavos de lo que hay". Esta provocación, aunque se manifiesta espontáneamente, emerge después de un trabajoso esfuerzo ante la carencia de "rectitud", es decir, de compasión. Quien no se sienta impulsado a prestar ayuda a los demás ni por la razón ni por la compasión, es llamado con justicia inhumano.

Digo que pertenece a la esencia de una cosa aquello dado lo cual la cosa resulta necesariamente dada, y quitado lo cual la cosa necesariamente no se da; o sea, aquello sin lo cual la cosa —y viceversa, aquello que sin la cosa— no puede ni ser ni concebirse.

El alma humana es apta para percibir muchísimas cosas, y tanto más apta cuanto de más maneras pueda estar dispuesto su cuerpo.

El alma humana no puede destruirse absolutamente con el cuerpo, sino que de ella queda algo que es eterno. Se da en Dios necesariamente un concepto o idea que expresa la esencia del cuerpo humano, y esa idea de la esencia del cuerpo humano es, por ello, algo que pertenece a la esencia del alma humana. Desde luego, no atribuimos duración alguna, definible por el tiempo, al alma humana, sino en la medida en que ésta expresa la existencia actual del cuerpo, que se desarrolla en la duración y puede definirse por el tiempo; esto es, no atribuimos duración al alma sino en tanto que dura el cuerpo. Como, de todas maneras, eso que se concibe con una cierta necesidad eterna por medio de la esencia misma de Dios es algo, ese algo, que pertenece a la esencia del alma, será necesariamente eterno.

El alma humana tiene un conocimiento adecuado de la eterna e infinita esencia de Dios. No hay en el alma ninguna voluntad absoluta o libre, sino que el alma es determinada a querer esto o aquello por una causa, que también es determinada por otra, y ésta a su vez por otra, y así hasta el infinito.

El amor por una cosa eterna e infinita alimenta el alma de pura alegría y la libra de toda tristeza, lo que es muy de desear y digno de ser buscado con todas nuestras fuerzas.}

El amor y el deseo pueden tener exceso.

El conocimiento de la esencia eterna e infinita de Dios, implícito en toda idea, es adecuado y perfecto.

El contento de sí mismo puede nacer de la razón, y, naciendo de ella, es el mayor contento que puede darse.

El deseo es la verdadera esencia del hombre.

El hombre piensa.

El miedo no puede existir sin la esperanza y la esperanza no puede existir sin el miedo.

El objeto de la idea que constituye el alma humana es un cuerpo, o sea, cierto modo de la Extensión existente en acto, y no otra cosa.

El odio nunca puede ser bueno.

El orden y la conexión de las ideas es lo mismo que el orden y la conexión de las cosas.

El pecado no puede ser concebido en un estado natural, sino sólo en un estado civil, donde es decretado por común consentimiento qué es bueno o malo.

El Pensamiento es un atributo de Dios, o sea, Dios es una cosa pensante.

El soberbio ama la presencia de los parásitos o de los aduladores, y odia la de los generosos.

El Universo es idéntico a Dios, que es la “sustancia” incausada de todas las cosas. 

El vulgo entiende por potencia de Dios una voluntad libre y un derecho sobre todas las cosas que existen, y que son, por ello, comúnmente consideradas contingentes. Dicen, en efecto, que Dios tiene la potestad de destruirlo todo y reducirlo a la nada. Y comparan, además, muy frecuentemente la potencia de Dios con la de los reyes... Hemos mostrado que Dios actúa con la misma necesidad con que se entiende a sí mismo; esto es, así como en virtud de la necesidad de la divina naturaleza se sigue que Dios se entiende a sí mismo, con la misma necesidad se sigue también que Dios obra infinitas cosas de infinitos modos... Hemos mostrado que la potencia de Dios no es otra cosa que la esencia activa de Dios, y, por tanto, nos es tan imposible concebir que Dios no actúa como que Dios no existe. Por lo demás, si me pluguiera proseguir con este tema, podría mostrar también aquí que esa potencia que el vulgo se imagina haber en Dios no sólo es humana (lo que muestra que Dios es concebido por el vulgo como un hombre, o a semejanza de un hombre), sino que implica, además, impotencia. Pero no quiero reiterar tantas veces el mismo discurso. Pues nadie podrá percibir rectamente lo que pretendo, a no ser que se guarde muy bien de confundir la potencia de Dios con la humana potencia, o derecho, de los reyes.

En la medida en que el alma concibe las cosas según el dictamen de la razón, es afectada igualmente por la idea de una cosa futura, que por la de una pretérita o presente.

En la razón ordenada matemáticamente, entra todo, incluso, la emoción geométrica.

Entiendo por atributo lo que el entendimiento percibe de la sustancia como constitutivo de su esencia. La mente humana conoce sólo dos «atributos» o formas de aparecer de Dios, el pensamiento y la extensión, aunque sus atributos deben ser infinitos. Los individuos son a su vez modos, determinaciones concretas, de los atributos. La sustancia es la realidad, que es causa de sí misma y a la vez de todas las cosas; que existe por sí misma y es productora de toda la realidad; por tanto, la naturaleza es equivalente a Dios. Dios y el mundo, su producción, son entonces idénticos.

Entiendo por cosas singulares las cosas que son finitas y tienen una existencia limitada; y si varios individuos cooperan a una sola acción de tal manera que todos sean a la vez causa de un solo efecto, los considero a todos ellos, en este respecto, como una sola cosa singular.

Entiendo por cuerpo un modo que expresa de cierta y determinada manera la esencia de Dios, en cuanto se la considera como una cosa extensa.

Entiendo por idea adecuada una idea que, en cuanto considerada en sí misma, sin relación al objeto, posee todas las propiedades o denominaciones intrínsecas de una idea verdadera. Digo «intrínsecas» para excluir algo extrínseco, a saber: la conformidad de la idea con lo ideado por ella.

Entiendo por idea un concepto del alma, que el alma forma por ser una cosa pensante. Digo concepto, más bien que percepción, porque la palabra «percepción» parece indicar que el alma padece por obra del objeto; en cambio, «concepto» parece expresar una acción del alma.

Es un hecho comprobado que el pueblo ha logrado cambiar muchas veces de tirano, mas nunca suprimirlo.

Esclavo es quien está obligado a obedecer las órdenes del señor, que sólo buscan la utilidad del que manda.

Hay en Dios conocimiento de todo cuanto ocurre en el objeto singular de una idea cualquiera sólo en cuanto Dios tiene la idea de ese
objeto.

Hay en Dios necesariamente una idea, tanto de su esencia, como de todo lo que se sigue necesariamente de esa esencia.

He cuidado atentamente de no burlarme de las acciones humanas, no deplorarlas, ni detestarlas, sino entenderlas.

La abyección lleva implícita una falsa apariencia de moralidad y religión. Y aunque la abyección sea contraria a la soberbia, está, con todo, el abyecto muy próximo del soberbio.

La acción realizada por un mandato, es decir; la obediencia suprime de algún modo la libertad; pero no es la obediencia, sino el fin de la acción, lo que hace a uno esclavo. Si el fin de la acción no es la utilidad del mismo agente, sino del que manda, entonces el agente es esclavo e inútil para sí.

La actividad más importante que un ser humano puede lograr es aprender para entender, porque entender es ser libre.

La alegría es el paso del hombre de una menor perfección a una mayor.

La causa que hace surgir, que conserva y que fomenta la superstición es, pues, el miedo.

La duración es una continuación indefinida de la existencia. Digo «indefinida», porque no puede ser limitada en modo alguno por la naturaleza misma de la cosa existente, ni tampoco por la causa eficiente, la cual, en efecto, da necesariamente existencia a la cosa, pero no se la quita.

La esencia del hombre está constituida por ciertos modos de los atributos de Dios, a saber, por modos de pensar, de todos los cuales es la idea, por naturaleza, el primero, y, dada ella, los restantes modos (es decir, aquellos a quienes la idea es anterior por naturaleza) deben darse en el mismo individuo. Y así, la idea es lo primero que constituye el ser del alma humana. Pero no la idea de una cosa inexistente, pues en ese caso no podría decirse que existe la idea misma. Se tratará, pues, de la idea de una cosa existente en acto. Pero no de una cosa infinita, ya que una cosa infinita debe existir siempre necesariamente, ahora bien, eso es absurdo, y, por consiguiente, lo primero que constituye el ser actual del alma humana es la idea de una cosa singular existente en acto.

La esencia del hombre no implica la existencia necesaria, esto es: en virtud del orden de la naturaleza, tanto puede ocurrir que este o aquel hombre exista como que no exista.

La experiencia nos ha demostrado que a la persona no le resulta nada más difícil de dominar que su lengua.

La Extensión es un atributo de Dios, o sea, Dios es una cosa extensa.

La fe sin obras está muerta.

La felicidad es una virtud no es un premio.

La felicidad o infelicidad depende de la calidad del objeto al que estamos apegados por el amor.

La idea de Dios, de la que se siguen infinitas cosas de infinitos modos, sólo puede ser única.

La idea de una cosa singular existente en acto tiene como causa a Dios no en cuanto es infinito, sino en cuanto se lo considera afectado por la idea de otra cosa singular existente en acto, de la que Dios es también causa en cuanto afectado por una tercera, y así hasta el infinito. La idea de una cosa singular existente en acto es un modo singular de pensar y distinto de los demás y así, tiene como causa a Dios en cuanto es sólo cosa pensante. Pero no en cuanto es cosa pensante en términos absolutos, sino en cuanto se lo considera afectado por otro modo de pensar, y de éste es Dios también causa en cuanto afectado por otro, y así hasta el infinito. Ahora bien: el orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las causas; por consiguiente, de la idea de una cosa singular es causa otra idea, o sea, Dios en cuanto se lo considera afectado por otra idea, y también de ésta en cuanto es afectado por otra, y así hasta el infinito.

La idea que constituye el ser formal del alma humana no es simple, sino compuesta de muchísimas ideas. El alma humana no conoce el cuerpo humano mismo, ni sabe que éste existe, sino por las ideas de las afecciones de que es afectado el cuerpo. Se da también en Dios una idea o conocimiento del alma humana, cuya idea se sigue en Dios y se refiere a Dios de la misma manera que la idea o conocimiento del cuerpo humano. La idea de la idea de una afección cualquiera del cuerpo humano no implica el conocimiento adecuado del alma humana. Digo expresamente que el alma no tiene ni de sí misma, ni de su cuerpo, ni de los cuerpos exteriores un conocimiento adecuado, sino sólo confuso y mutilado, cuantas veces percibe las cosas según el orden común de la naturaleza, esto es, siempre que es determinada de un modo externo, a saber, según la fortuita presentación de las cosas, a considerar esto o aquello; y no cuantas veces es determinada de un modo interno —a saber, en virtud de la consideración de muchas cosas a la vez— a entender sus concordancias, diferencias y oposiciones, pues siempre que está internamente dispuesta, de ese modo o de otro, entonces considera las cosas clara y distintamente.

La mente humana conoce sólo dos «atributos» o formas de aparecer de Dios, el pensamiento y la extensión, aunque sus atributos deben ser infinitos. Los individuos son a su vez modos, determinaciones concretas, de los atributos. Este monismo radical resuelve el problema cartesiano de la relación entre pensamiento y extensión, pues son sólo formas de presentarse la sustancia divina, así como el conflicto entre libertad y necesidad, que se identifican desde el punto de vista de Dios, pues es libre como natura naturans (en cuanto causa) y determinado en cuanto natura naturata (en cuanto efecto). Desde el punto de vista del hombre, la libertad individual es una ilusión.

La mayor soberbia, y la mayor abyección, son la mayor ignorancia de sí mismo.

La potencia humana es sumamente limitada, y la potencia de las causas exteriores la supera infinitamente. Por ello, no tenemos la
potestad absoluta de amoldar según nuestra conveniencia las cosas exteriores a nosotros. Sin embargo, sobrellevaremos con serenidad los acontecimientos contrarios a las exigencias de la regla de nuestra utilidad, si somos conscientes de haber cumplido con nuestro deber, y de que nuestra potencia no ha sido lo bastante fuerte como para evitarlos, y de que somos una parte de la naturaleza total, cuyo orden seguimos. Si entendemos eso con claridad y distinción, aquella parte nuestra que se define por el conocimiento, es decir, nuestra mejor parte, se contentará por completo con ello, esforzándose por perseverar en ese contento. Pues en la medida en que conocemos, no podemos apetecer sino lo que es necesario, ni, en términos absolutos, podemos sentir contento si no es ante la verdad. De esta suerte, en la medida en que entendemos eso rectamente, el esfuerzo de lo que es en nosotros la mejor parte concuerda con el orden de la naturaleza entera.

La sabiduría, es decir, la inteligencia, únicamente nos enseña a temer a Dios racionalmente, o sea, a darle culto verdaderamente religioso.

La soberbia más grande y abyecta implica el mayor desconocimiento de sí. Tal soberbia delata igual impotencia interior. El soberbio ama a los adulones y parásitos, y, en cambio, odia a los generosos.

La sobreestimación hace soberbio con facilidad al hombre que es sobreestimado.

Las academias que se forman a cargo del Estado se instituyen no tanto para cultivar las mentes, cuanto para embridarlas.

Las ideas de las cosas singulares —o sea, de los modos— no existentes deben estar comprendidas en la idea infinita de Dios, tal como las esencias formales de las cosas singulares, o sea, de los modos, están contenidas en los atributos de Dios.

Las ideas no son unas pinturas mudas sobre una pizarra; una idea, en tanto que es idea, incluye una afirmación o una negación.

Las ideas son tanto más perfectas cuanto mayor es la perfección del objeto que expresan: no admiramos igualmente al artista que ha concebido una iglesia cualquiera que al que ha ideado un templo magnífico.

Lo primero que constituye el ser actual del alma humana no es más que la idea de una cosa singular existente en acto. El alma humana es una parte del entendimiento infinito de Dios.

Los afectos de la sobreestimación y el menosprecio son siempre malos.

Los hombres luchan por su servidumbre como si fuese su libertad.
 
Los hombres se engañan al creerse libres; y el motivo de esta opinión es que tienen conciencia de sus acciones, pero ignoran las causas por que son determinadas; por tanto, lo que constituye su idea de libertad, es que no conocen causa alguna de sus acciones.

Los modos de pensar, como el amor, el deseo o cualquier otro de los que son denominados «afectos del ánimo», no se dan si no se da en el mismo individuo la idea de la cosa amada, deseada, etc. Pero puede darse una idea sin que se dé ningún otro modo de pensar.

Los modos de un atributo cualquiera tienen como causa a Dios sólo en cuanto se lo considera desde el atributo del que son modos, y no en cuanto se lo considera desde algún otro atributo.

Llamo causa adecuada aquella cuyo efecto puede ser percibido clara y distintamente en virtud de ella misma. Por el contrario, llamo inadecuada o parcial aquella cuyo efecto no puede entenderse por ella sola.

Llegué finalmente a esta consecuencia, que hay que dejar a cada cual la libertad de su juicio, y los poderes de entender los principios de la religión como le plazca, y juzgar sólo la piedad o la impiedad de cada uno según sus obra.

Me he esmerado en no ridiculizar ni lamentar ni detestar las acciones humanas, sino en entenderlas.

Mientras las cosas singulares existen sólo en la medida en que están comprendidas en los atributos de Dios, su ser objetivo, o sea, sus ideas, existen sólo en la medida en que existe la idea infinita de Dios, y cuando se dice que las cosas singulares existen, no sólo en la medida en que están comprendidas en los atributos de Dios, sino cuenta habida de su duración, entonces sus ideas implican también esa existencia, atendiendo a la cual se dice que duran.

Mientras pensamos no podemos fingir que pensamos y que no pensamos, así también una vez que hemos conocido la naturaleza del cuerpo, no podemos fingir una mosca infinita; e igualmente, después que hemos conocido la naturaleza del alma, no podemos fingir que es cuadrada, aunque podamos expresar todas esas cosas con palabras.

Muchos filósofos, que se han creído que fuera del pequeño campo del globito terráqueo, donde ellos están, no existe ningún otro, puesto que ellos no lo observan.


Nada hay azaroso en el universo. El hombre sabio ha de asumir que su aparente libertad no es más que una ficción producto de su ignorancia sobre el orden racional y necesario que impera en el mundo. Deus sive natura.

No existe nada de cuya naturaleza no siga algún efecto.

No me arrepiento de nada. El que se arrepiente de lo que ha hecho es doblemente miserable.

No percibimos ni tenemos conciencia de ninguna cosa singular más que los cuerpos y los modos de pensar.

Nosotros tenemos miedo de las cosas inciertas que nos van a producir tristeza.

Nuestros afectos, amor, rabia, odio, envidia, orgullo, celos, etc, se manifiestan de la misma necesidad y fuerza de la naturaleza.


Para que yo sepa que sé, debo saber primero.

Para servirnos correctamente de nuestro entendimiento  en el conocimiento de las cosas debemos conocerlas en sus causas; ahora bien, siendo Dios la causa primera de todas las cosas se sigue que el conocimiento de Dios precede por prioridad de naturaleza al conocimiento de todos los demás objetos; y así el conocimiento de todas las demás cosas debe derivarse del de la causa primera.

Por Dios entiendo un ser absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita. Digo absolutamente infinito, y no en su género; pues de aquello que es meramente infinito en su género podemos negar infinitos atributos, mientras que a la esencia de lo que es absolutamente infinito pertenece todo cuanto expresa su esencia, y no implica negación alguna.

Por naturaleza naturante entendemos un ser que captamos clara y distintamente por sí mismo y sin tener que acudir a algo distinto de él, como todos los atributos que hemos descrito hasta aquí, y ese ser es Dios.

Por realidad entiendo lo mismo que por perfección.

Pues bien, nosotros hemos dicho que el alma es una idea, que existe en la cosa pensante y que procede de la existencia de una cosa que existe en la naturaleza.

Que un entendimiento finito no puede entender nada por sí mismo, a menos que sea determinado por algo exterior.

Quien se deja llevar por el miedo, y hace el bien para evitar el mal, no es guiado por la razón.

Quizá alguien piense, sin embargo, que de este modo convertimos a los súbditos en esclavos, por creer que es esclavo quien obra por una orden, y libre quien vive a su antojo. Pero esto está muy lejos de ser verdad, ya que, en realidad, quien es llevado por sus apetitos y es incapaz de ver ni hacer nada que le sea útil, es esclavo al máximo.

Se llama libre a aquella cosa que existe en virtud de la sola necesidad de su naturaleza y es determinada por sí sola a obrar; y necesaria, o mejor compelida, a la que es determinada por otra cosa a existir y operar, de cierta y determinada manera.

Se llama Sustancia es aquello que es en sí y se concibe por sí, esto es, aquello cuyo concepto, para formarse, no precisa del concepto de otra cosa.

Sé también que es tan imposible que el vulgo se libere de la superstición como del miedo.

Si el hombre tiene una idea de Dios, Dios debe existir formalmente.

Si los hombres nacieran libres, no formarían, en tanto que siguieran siendo libres, concepto alguno del bien y del mal.

Si no quieres repetir el pasado, estúdialo.

Sólo es libre aquel que vive con sinceridad bajo la sola guía de la razón.

Sólo es libre aquello que existe por las necesidades de su propia naturaleza y cuyos actos se originan exclusivamente dentro de sí.

Solamente es libre lo que existe por las necesidades de su propia naturaleza, y es influenciado en sus acciones sólo por sí mismo.

Sólo los hombres Libres son entre sí muy agradecidos.

Sustancia es «aquello que es en sí mismo y se concibe por sí mismo», por lo que sólo puede existir una sustancia, la divina. 

Tenemos conciencia de que un cuerpo es afectado de muchas maneras.

Toda idea que en nosotros es absoluta, o sea, adecuada y perfecta, es verdadera.

Todas las cosas que hay en la naturaleza son o cosas o acciones. Ahora bien, el bien y el mal no son cosas ni acciones. Luego el bien y el mal no existen en la naturaleza.

Todas las ideas, en cuanto referidas a Dios, son verdaderas.

Todas las ideas que se siguen en el alma de ideas que en ella son adecuadas, son también adecuadas.

Todas las maneras en las que un cuerpo es afectado por otro se siguen de la naturaleza del cuerpo afectado y, a la vez, de la naturaleza del cuerpo que lo afecta; de suerte que un solo y mismo cuerpo es movido de diversas maneras según la diversidad de la naturaleza de los cuerpos que lo mueven, y, por contra, cuerpos distintos son movidos de diversas maneras por un solo y mismo cuerpo.

Todo aquello que deseamos y hacemos y de lo que somos causa en cuanto tenemos idea de Dios o en cuanto conocemos a Dios lo refiero a la religión. Pero el deseo de hacer el bien que nace del hecho de vivir según la guía de la razón, lo llamo moralidad.

Todo cuanto acaece en el objeto de la idea que constituye el alma humana debe ser percibido por el alma humana o, lo que es lo mismo, habrá necesariamente una idea de ello en el alma. Es decir: si el objeto de la idea que constituye el alma humana es un cuerpo, nada podrá acaecer en ese cuerpo que no sea percibido por el alma.

Todo cuanto hacemos debe tender al progreso y al perfeccionamiento.

Todo cuanto los hombres deciden para su bienestar no se sigue que sea también para el bienestar de toda la naturaleza, sino más bien, por el contrario, puede ser para la destrucción de otras muchas cosas.

Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida. Desea el bien directamente, esto es, desea obrar, vivir o conservar su ser poniendo como fundamento la búsqueda de su propia utilidad, y, por ello, en nada piensa menos que en la muerte, sino que su sabiduría es una meditación de la vida.

Una misma cosa puede ser al mismo tiempo buena, mala, e indiferente. Por ejemplo, la música es buena para la melancolía, mala para los que están de luto, y ni buena ni mala para el sordo.

Y como aquellos que no entienden la naturaleza de las cosas nada afirman realmente acerca de ellas, sino que sólo se las imaginan, y confunden la imaginación con el entendimiento, creen por ello firmemente que en las cosas hay un Orden, ignorantes como son de la naturaleza de las cosas y de la suya propia. Pues decimos que están bien ordenadas cuando están dispuestas de tal manera que, al representárnoslas por medio de los sentidos, podemos imaginarlas fácilmente y, por consiguiente, recordarlas con facilidad; y, si no es así, decimos que están mal ordenadas o que son confusas. Y puesto que las cosas que más nos agradan son las que podemos imaginar fácilmente, los hombres prefieren, por ello, el orden a la confusión, como si, en la naturaleza, el orden fuese algo independiente de nuestra imaginación.

Y de todas las ideas, que cada uno tiene, hacemos un todo o, lo que es lo mismo, un ente de razón, al que llamamos entendimiento.



*   *   *

Del Pensar de Spinoza

-I-

El Estado democrático

Así, pues, se puede formar una sociedad y lograr que todo pacto sea siempre observado con máxima fidelidad sin que ello contradiga al derecho natural, a condición que cada uno transfiera a la sociedad todo el derecho que él posee, de suerte que ella sola mantenga el supremo derecho de la naturaleza a todo, es decir, la potestad suprema, a la que todo el mundo tiene que obedecer, ya por propia iniciativa, ya por miedo al máximo suplicio.

El derecho de dicha sociedad se llama democracia; ésta se define, pues, la asociación general de los hombres, que posee colegialmente el supremo derecho a todo lo que puede. De donde se sigue que la potestad suprema no está sometida a ninguna ley, sino que todos deben obedecerla en todo. Todos, en efecto, tuvieron que hacer, tácita o expresamente, este pacto, cuando le transfirieron a ella todo su poder de defenderse, esto es, todo su derecho. Porque, si quisieran conservar algo para sí, debieran haber previsto cómo podrían defenderlo con seguridad, pero, como no lo hicieron ni podían haberlo hecho sin dividir y, por tanto, destruir la potestad suprema, se sometieron totalmente, ipso facto al arbitrio de la suprema autoridad. Puesto que lo han hecho incondicionalmente (ya fuera, como hemos dicho porque la necesidad les obligó o porque la razón se lo aconsejó), se sigue que estamos obligados a cumplir absolutamente todas las órdenes de la potestad suprema, por más absurdas que sean, a menos que queramos ser enemigos del Estado y obrar contra la razón, que nos aconseja defenderlo con todas las fuerzas. Porque la razón nos manda cumplir dichas órdenes, a fin de que elijamos de dos males el menor.
Adviértase, además, que cualquiera podía asumir fácilmente este peligro, a saber, de someterse incondicionalmente al poder y al arbitrio de otro. Ya que, según hemos demostrado, las supremas potestades sólo poseen este derecho de mandar cuanto quieran, en tanto en cuanto tienen realmente la suprema potestad; pues, si la pierden, pierden, al mismo tiempo, el derecho de mandarlo todo, el cual pasa a aquel o aquellos que lo han adquirido y pueden mantenerlo. Por eso, muy rara vez puede acontecer que las supremas potestades manden cosas muy absurdas, puesto que les interesa muchísimo velar por el bien común y dirigirlo todo conforme al dictamen de la razón, a fin de velar por sí mismas y conservar el mando. Pues, como dice Séneca, nadie mantuvo largo tiempo gobiernos violentos.
Añádase a lo anterior que tales absurdos son menos de temer en un Estado democrático; es casi imposible, en efecto, que la mayor parte de una asamblea, si ésta es numerosa, se ponga de acuerdo en un absurdo. Lo impide, además, su mismo fundamento y su fin, el cual no es otro, según hemos visto, que evitar los absurdos del apetito y mantener a los hombres, en la medida de lo posible, dentro de los límites de la razón, a fin de que vivan en paz y concordia; si ese fundamento se suprime, se derrumbará fácilmente todo el edificio. Ocuparse de todo esto incumbe, pues, solamente a la suprema potestad; a los súbditos, en cambio, incumbe, como hemos dicho, cumplir sus órdenes y no reconocer otro derecho que el proclamado por la suprema autoridad.
Quizá alguien piense, sin embargo, que de este modo convertimos a los súbditos en esclavos, por creer que es esclavo quien obra por una orden, y libre quien vive a su antojo. Pero esto está muy lejos de ser verdad, ya que, en realidad, quien es llevado por sus apetitos y es incapaz de ver ni hacer nada que le sea útil, es esclavo al máximo; y sólo es libre aquel que vive con sinceridad bajo la sola guía de la razón. La acción realizada por un mandato, es decir; la obediencia suprime de algún modo la libertad; pero no es la obediencia, sino el fin de la acción, lo que hace a uno esclavo. Si el fin de la acción no es la utilidad del mismo agente, sino del que manda, entonces el agente es esclavo e inútil para sí. Ahora bien, en el Estado y en el gobierno, donde la suprema ley es la salvación del pueblo y no del que manda, quien obedece en todo a la suprema potestad, no debe ser considerado como esclavo inútil para sí mismo, sino como súbdito. De ahí que el Estado más libre será aquel cuyas leyes están fundadas en la sana razón, ya que en él todo el mundo puede ser libre, es decir, vivir sinceramente según la guía de la razón, donde quiera. Y así también, aunque los hijos tienen que obedecer en todo a sus padres, no por eso son esclavos: porque los preceptos paternos buscan, ante todo, la utilidad de los hijos. Admitimos, pues, una gran diferencia entre el esclavo, el hijo y el súbdito. Los definimos así: esclavo es quien está obligado a obedecer las órdenes del señor, que sólo buscan la utilidad del que manda; hijo, en cambio, es aquel que hace, por mandato de los padres, lo que le es útil; súbdito, finalmente, es aquel que hace, por mandato de la autoridad suprema, lo que es útil a la comunidad y, por tanto, también a él.
Con esto pienso haber mostrado, con suficiente claridad, los fundamentos del Estado democrático. He tratado de él, con preferencia a todos los demás, porque me parecía el más natural y el que más se aproxima a la libertad que la naturaleza concede a cada individuo. Pues en este Estado, nadie transfiere a otro su derecho natural, hasta el punto de que no se le consulte nada en lo sucesivo, sino que lo entrega a la mayor parte de toda la sociedad, de la que él es una parte. En este sentido, siguen siendo todos iguales, como antes en el estado natural. Por otra parte, sólo he querido tratar expresamente de este Estado, porque responde al máximo al objetivo que me he propuesto, de tratar de las ventajas de la libertad en el Estado. Prescindo, pues, de los fundamentos de los demás Estados, ya que, para conocer sus derechos, tampoco es necesario que sepamos en dónde tuvieron su origen y en dónde lo tienen con frecuencia; esto lo sabemos ya con creces por cuanto hemos dicho. Efectivamente, a quien ostenta la suprema potestad, ya sea uno, ya varios, ya todos, le compete, sin duda alguna, el derecho supremo de mandar cuanto quiera. Por otra parte, quien ha transferido a otro, espontáneamente o por la fuerza, su poder de defenderse, le cedió completamente su derecho natural y decidió, por tanto, obedecerle plenamente en todo, y está obligado a hacerlo sin reservas, mientras el rey o los nobles o el pueblo conserven la potestad suprema que recibieron y que fue la razón de que los individuos les transfirieran su derecho. Y no es necesario añadir más a esto.

 -II-

El odio religioso
El odio se incrementa con un odio recíproco y, en cambio, puede ser destruido por el amor, de suerte que el odio se transforme en amor. Quien quiere vengar las ofensas mediante un odio recíproco vive, sin duda, miserablemente. Quien, por el contrario, procura vencer el odio con el amor lucha con alegría y confianza, resiste con igual facilidad a muchos que a uno solo, y apenas necesita la ayuda de la fortuna. Si vence, sus vencidos están alegres, pues su derrota se produce no por defecto de fuerza, sino por aumento de ella.

El odio más profundo suele ser el odio teológico.
El odio al ser justo lo contrario del amor, surge del error que procede de la opinión. Surge también del simple testimonio, como lo vemos en los turcos contra los judíos y cristianos, en los judíos contra turcos y cristianos, en los cristianos contra judíos y turcos, etc. ¡Cuán ignorante es, en efecto, la gran masa de todos estos acerca de la religión y las costumbres de los otros!
El amor de los hebreos a la patria no era, pues, simple amor, sino piedad, que junto con el odio a las otras naciones, era fomentada y alimentada mediante el culto diario, hasta el punto de convertirse en una segunda naturaleza.
Debió surgir en ellos un odio permanente, que arraigó en su interior más que otro ninguno, puesto que era un odio nacido de una gran piedad o devoción y tenido por piadoso, que es el mayor y más pertinaz que puede existir. No faltaba, además, la causa habitual, que siempre suele encender sin cesar el odio, a saber, su reciprocidad, puesto que las otras naciones no pudieron menos de corresponderles con el odio más terrible.
El orden de la Iglesia Romana, que usted tanto elogia, confieso que es político y lucrativo para muchísimos, y yo no creería que hubiera otro más adecuado para engañar a la plebe y para subyugar a los espíritus humanos, de no existir el orden de la Iglesia Mahometana, que lo aventaja con mucho. Ya que, desde la época que comenzó esta superstición, no surgió ningún cisma en su iglesia.
Deseche esa mortífera superstición y reconozca la razón que Dios le ha concedido y cultívela, si no quiere ser contado entre los brutos. Deje de llamar misterios a los errores absurdos, ni confunda torpemente las cosas que nos son desconocidas o que aún no hemos descubierto con aquellas que se demuestran que son absurdas, como lo son los horribles secretos de esa iglesia que, cuanto más repugnan a la recta razón, más cree usted que trascienden al entendimiento.
Dice que no me queda ningún argumento para demostrar que Mahoma no fue un verdadero profeta. Incluso intenta probarlo a partir de mis opiniones, siendo así que de ellas se sigue claramente que fue un impostor, puesto que él suprime de raíz aquella libertad que la religión universal, iluminada por la luz natural y profética, concede y yo he probado que se debe conceder a toda costa. Y aunque así no fuera, ¿estoy yo obligado, pregunto, a probar que alguien es un falso profeta? 
Por lo que respecta a los mismos turcos y a los demás pueblos, si adoran a Dios mediante la práctica de la justicia y del amor hacia el prójimo, creo que ellos poseen el espíritu o mente de Cristo y se salvan, cualquiera que sea la opinión que, por ignorancia, tengan sobre Mahoma y sus oráculos.
Me ha sorprendido muchas veces que hombres, que se glorían de profesar la religión cristiana, es decir, el amor, la alegría, la paz, la continencia y la lealtad a todos, se atacaran unos a otros con tal malevolencia y se odiaran a diario con tal crueldad, que se conoce mejor su fe por estos últimos sentimientos que por los primeros.
Tiempo ha que las cosas han llegado a tal extremo, que ya no es posible distinguir quién es casi nadie –si cristiano, turco, judío o pagano-, a no ser por el vestido y el comportamiento exterior, o porque frecuenta esta o aquella iglesia o porque, finalmente, simpatiza con tal o cual opinión y suele jurar en el nombre de tal maestro. Por lo demás, la forma de vida es la misma para todos.
Al investigar la causa de este mal, me he convencido plenamente de que reside en que el vulgo ha llegado a poner la religión en considerar los ministerios eclesiásticos como dignidades y los oficios como beneficios, y en tener en alta estima a los pastores. Pues, tan pronto se introdujo tal abuso en la iglesia, surgió inmediatamente en los peores un ansia desmedida por ejercer oficios religiosos, degenerando el deseo de propagar la religión divina en sórdida avaricia y ambición.
De ahí que el mismo templo degeneró en teatro, donde no se escucha ya a doctores eclesiásticos, sino a oradores, arrastrados por el deseo, no ya de enseñar al pueblo, sino de atraerse su admiración, de reprender públicamente a los disidentes y de enseñar tan sólo cosas nuevas e insólitas, que son las que más sorprenden al vulgo.
Fue, pues, inevitable, que surgieran de ahí grandes controversias, envidias y odios, que ni el paso del tiempo ha logrado suavizar.

-III-

Conjunto de ideas sobre el Comercio

En esta gran ciudad, Ámsterdam, en que me encuentro, no habiendo hombre alguno, salvo yo, que no se dedique a los negocios, cada cual se halla tan atento a su provecho que bien podría yo permanecer aquí toda mi vida sin ser jamás visto por nadie. Me paseo todos los días entre la confusión de este gran pueblo, con tanta libertad y relajo como podríais hacerlo vos por vuestras alamedas, y no considero a los hombres que veo de manera distinta a como haría con los árboles que se hallan en vuestros bosques o a los animales que en ellos pacen.
Para conceder un préstamo a alguien, se preocupan solamente por saber si es rico o pobre, si obra habitualmente de buena fe o de forma fraudulenta. Por lo demás, la religión o la secta no les interesa en absoluto.
Tiene a otro bajo su potestad, quien lo tiene preso o quien le quitó sus armas, o quien le infundió miedo o lo vinculó a él mediante favores.
Otro elemento que desempeña un importante papel en favor de la paz y la concordia, es que ningún ciudadano posea bienes inmuebles. De ahí que los peligros derivados de la guerra son casi iguales para todos. En efecto, el afán de lucro hará que todos se dediquen al comercio.
Las ganancias de los senadores deben ser tales que les resulte más ventajosa la paz que la guerra. Por eso se les asignará la centésima o la quincuagésima parte de las mercancías que se exportan del Estado a otras regiones.
Se llama libre a aquella cosa que existe en virtud de la sola necesidad de su naturaleza.
Tener comercio con otras cosas es ser producido por ellas o producirlas,
Ninguna cosa que es finita y tiene una existencia determinada, puede existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir y obrar por otra causa, que es también  finita y tiene una existencia determinada.
El cuerpo humano necesita, para conservarse, de muchísimos otros cuerpos, y es como si éstos lo regenerasen continuamente.
Nosotros no podemos prescindir de todo lo que nos es externo, para conservar nuestro ser, y que no podemos vivir sin tener algún comercio (nullum commercium habemus con las cosas que están fuera de nosotros.
Aquellas cosas que tienen comercio con otras, como sucede con todas las que existen en la Naturaleza, serán entendidas, y sus esencias objetivas tendrán ese mismo comercio unas con otras.
Todos los cuerpos están rodeados por otros, y determinados los unos por los otros a existir y a obrar de forma precisa y determinada, y siempre al servicio de una misma relación entre movimiento y reposo en todos ellos a la vez, es decir, en todo el universo. Se sigue de aquí que todo cuerpo, en tanto que existe modificado según un cierto modo, debe considerarse como parte del universo entero, convenir con el todo y estar en cohesión con el resto de los cuerpos.
¿Por qué saciar el hambre y la sed va a ser más decente que desechar la melancolía? Nada puede concordar mejor con la naturaleza de una cosa que los demás individuos de su especie.
Si nos imaginamos que alguien disfruta con alguna cosa que uno solo puede poseer, nos esforzaremos por lograr que ya no la posea.
En la medida en que los hombres están sujetos a las pasiones, no puede decirse que concuerden en naturaleza.
Porque los hombres que tienen mucho ocio, suelen maquinar crímenes.
Buscar el dinero tan sólo en cuanto es suficiente para conservar la vida y la salud y para imitar las costumbres ciudadanas que no se oponen a nuestro objetivo. El dinero ha llegado a ser un compendio de todas las cosas.

-IV-

El Entendimiento

Baruch Spinoza con su obra que lo hizo ser maldecido en vida por sus pares judíos, maldecido post-morten al publicarse su obra por cristianos, mahometanos...
Y bendecido por los modernos pensantes en el Orden Cósmico de Dios en todo y en Todos... sin a ninguno discriminar


-V-

Del Tratado de la Reforma

La experiencia me enseñó que cuanto ocurre frecuentemente en la vida ordinaria es vano y fútil; veía que todo lo que para mí era causa u objeto de temor no contenía en sí nada bueno ni malo, fuera del efecto que excitaba en mi alma: resolví finalmente investigar si no habría algo que fuera un bien verdadero, posible de alcanzar y el único capaz de afectar el alma una vez rechazadas todas las demás cosas; un bien cuyo descubrimiento y posesión tuvieran por resultado una eternidad de goce continuo y soberano. Digo resolví finalmente, porque a primera vista parecía insensato renunciar a algo seguro por algo inseguro. Veía, por cierto, las ventajas que nos procuran el honor y la riqueza y cuya persecución debería abandonar si quería contraerme seriamente a algún propósito nuevo; si la felicidad suprema residía en ellos, debía renunciar a poseerla; y en el caso de que no la contuvieran, el apego exclusivo a esas ventajas me la haría perder igualmente. Se inquietaba mi alma por saber si acaso era posible instituir una vida nueva, o cuando menos adquirir alguna certeza respecto de ello, sin cambiar el orden antiguo ni la conducta ordinaria de mi vida. Muchas veces lo intenté en vano. Pues lo más frecuente en la vida, lo que los hombres, según puede inferirse de sus acciones, consideran como el bien supremo, se reduce, en efecto, a estas tres cosas: riqueza, honor y placer sensual. Cada una distrae el espíritu de cualquier pensamiento relativo a otro bien: en el placer el alma queda suspensa como si descansara en un bien verdadero, lo que le impide en absoluto pensar en otro bien; por otra parte, al goce sucede una tristeza profunda, que, si no suspende el pensamiento, lo perturba y embota. La persecución del honor y de la riqueza no absorbe menos el espíritu; especialmente cuando la riqueza se la busca por sí misma pues entonces se la supone el bien supremo.
El honor absorbe el espíritu más exclusivamente aún porque siempre se le considera como algo bueno en sí y como un fin último al que se refieren todas las acciones. Además, el honor y la riqueza no son seguidos de arrepentimiento, como sucede con el placer; por el contrario, cuanto más poseemos de ellos, el gozo experimentado acrece, de donde se deriva la constante excitación a aumentarlos; y si algunas veces se frustra nuestra esperanza, sentimos extrema tristeza. El honor, en fin, constituye un gran impedimento porque para lograrlo es preciso vivir según la manera de ver de la gente, es decir, huir de lo que ella huye y buscar lo que ella busca.
Viendo, pues, que esos objetos obstaculizan la institución de un nuevo modo de vida, que hasta existe entre ellos y éste una oposición que hace necesario renunciar a unos o a otro, me vi constreñido a buscar qué partido era más útil; parecía, en efecto, como dije, que quería cambiar un bien cierto por otro incierto. Pero después de alguna reflexión sobre este asunto, reconocí, en primer lugar, que si dejaba estas cosas de lado y me entregaba al nuevo modo de vida, abandonaría un bien incierto por su naturaleza, como se infiere claramente de lo dicho, por un bien incierto, no por su naturaleza (pues yo buscaba un bien estable), sino en cuanto a su logro. Una meditación más prolongada me persuadió de que si podía decidirme por completo, renunciaba a males seguros por un bien seguro. Veía que estaba expuesto a un peligro extremo, y obligado a buscar, con todas mis fuerzas, un remedio, aunque fuera inseguro, como el enfermo grave que, cuando prevé una muerte segura si no recurre a algún remedio, se ve impelido a buscarlo con todas sus fuerzas, por incierto que sea, pues constituye toda su esperanza.
Ahora bien; las cosas que el vulgo persigue no sólo no ofrecen ningún remedio para la conservación de nuestro ser, sino que la impiden y son, a menudo, causa de ruina de los que las poseen y siempre causa de muerte de los poseídos por ellas.
Son numerosos los ejemplos de hombres que a causa de sus riquezas han sufrido una persecución que llegó hasta la muerte; y también de hombres que, por adquirir bienes, se expusieron a tantos peligros que acabaron por pagar su desatino con la vida. Y no son menos numerosos los ejemplos de quienes sufrieron cruelmente por adquirir o conservar el honor. Innumerables, en fin, son los ejemplos de aquellos que han apresurado su muerte por el exceso de placer. Por lo demás, esos males parecían provenir de que toda nuestra felicidad o infelicidad reside en un sólo punto: ¿á qué clase de objeto estamos apegados por el amor? En efecto, lo que no se ama no engendra nunca disputa; no estaremos tristes si se pierde, ni sentiremos envidia si cae en posesión de otro; ni temor, ni odio, en una palabra, ninguna conmoción del alma. Pero estas pasiones son nuestra herencia cuando amamos cosas perecederas, como aquellas de que hemos hablado. Mas el amor hacia una cosa eterna e infinita alimenta el alma con una alegría pura y exenta de toda tristeza; bien grandemente deseable y que merece ser buscado con todas nuestras fuerzas. Por cierto no he escrito sin razón estas palabras: sólo si podía reflexionar seriamente. Pues por más claramente que mi espíritu percibiera lo que precede, aun no podía desprenderme por entero de toda avidez, deseo de placer y de gloria.
Un solo punto era claro: mientras mi espíritu estaba entregado a tales meditaciones, se apartaba de las cosas perecederas y seriamente pensaba en la institución de una vida nueva. Esto fue para mí gran consuelo, pues vi que el mal no era de naturaleza irremediable. Aunque esos intervalos fueron al principio raros y de breve duración, a medida que conocí cada vez más el verdadero bien, se hicieron más frecuentes y prolongados, sobre todo cuando observé que el atesorar, el placer y la gloria sólo son perjudiciales en tanto se les persigue por sí mismos y no como medios para otros fines. Al contrario, si se les busca como medios, nunca excederán de cierta medida, y, lejos de perjudicar, contribuirán mucho a lograr el fin que uno se propone, como mostraremos a su tiempo.
Aquí sólo diré brevemente lo que entiendo por bien verdadero y también qué es el soberano bien. Para entenderlo rectamente, es preciso advertir que bien y mal se expresan en forma puramente relativa, y que una sola y misma cosa puede ser llamada buena y mala según como se la considere; lo mismo ocurre con lo perfecto y lo imperfecto. Ninguna cosa, en efecto, considerada en su propia naturaleza, podrá llamarse perfecta o imperfecta, sobre todo cuando sabemos que cuanto sucede se cumple según el orden eterno y las leyes determinadas de la naturaleza. Pero como la flaqueza humana no puede abrazar este orden con el pensamiento, concibe por eso una naturaleza humana muy superior en fuerza a la suya, y como no ve que nada le impida adquirir una semejante, está impulsada a buscar los medios que la conduzcan a esa perfección. Todo lo que desde entonces puede servirle de medio para llegar a ella es llamado bien verdadero; y es considerado bien soberano llegar a disfrutar, con otros individuos si es posible, de esa naturaleza superior. ¿Cuál es, pues, esa naturaleza? La expondremos en su lugar correspondiente y mostraremos que es el conocimiento de la unión que tiene la mente con la naturaleza entera.
Tal es, pues, el fin a que tiendo: adquirir esa naturaleza superior y hacer cuanto pueda para que muchos la adquieran conmigo; pues también pertenece a mi felicidad esforzarme para que otros conozcan claramente lo que es claro para mí, de manera que su entendimiento y sus deseos concuerden plenamente con mi propio entendimiento y con mi propio deseo. Para llegar a este fin es necesario tener de la Naturaleza una comprensión que baste para adquirir esa naturaleza, y además constituir una sociedad tal como se requiere para que el mayor número posible llegue a ese fin tan fácil y seguramente como se pueda. Hay que dedicarse luego a la
Filosofía moral y a la Ciencia de la educación; y como la salud no es un medio desdeñable para conseguir ese fin, sería necesario crear una Medicina perfecta; como, en fin, el arte vuelve fáciles muchas cosas, difíciles, ahorra tiempo y aumenta las comodidades de la vida, no deberá ser descuidada la Mecánica. Pero ante todo hay que pensar en el medio de curar el entendimiento y de purificarlo, hasta donde sea posible al comienzo, de modo que conozca las cosas fácilmente, sin error y lo mejor posible.
Desde ahora puede verse que quiero dirigir todas las ciencias a un solo fin y a un solo propósito, que es llegar a la suprema perfección humana de que hemos hablado; todo lo que en las ciencias no nos hace avanzar hacia nuestro fin deberá desecharse como inútil; en tina palabra, todos nuestros actos y pensamientos deberán dirigirse a ese fin. Pero mientras nos esforzamos por alcanzarlo y por llevar nuestro entendimiento por el recto camino, es necesario vivir; estamos, pues, obligados, ante todo, a establecer algunas reglas que reputaremos buenas y que son éstas:
I. Hablar según la capacidad del vulgo y hacer, a su modo, todo lo que no nos impida alcanzar nuestro propósito: ganaremos bastante con él con tal que, en la medida de lo posible, condescendamos con su manera de ver y encontraremos así oídos dispuestos a escuchar la verdad.
II. Gozar de los placeres justamente lo necesario para conservar la salud.
III. Por último, buscar el dinero o cualquier otro bien material semejante sólo en cuanto es necesario para conservar la vida y la salud y para conformarnos con los usos sociales que no se opongan a nuestro fin.
Establecidas estas reglas, me pongo a la tarea y me dedico ante todo a la que tiene prelación, es decir, a reformar el entendimiento y a volverlo apto para conocer las cosas como es preciso para lograr nuestro fin. Para esto, el orden natural exige que revise todos los modos de percepción que he usado hasta ahora para afirmar o negar con certeza, a fin de escoger el mejor y de empezar al mismo tiempo a conocer mis fuerzas y mi naturaleza, que deseo perfeccionar.
Si discurro con atención, lo mejor que puedo hacer es reducir esos modos de percepción a cuatro:
I. Existe una percepción adquirida de oídas o mediante algún signo convencional arbitrario.
II. Existe una percepción adquirida por experiencia vaga, es decir, por una experiencia que no está determinada por el entendimiento; se llama así porque, adquirida fortuitamente y no contradicha por otra alguna, subsiste en nosotros como inquebrantable.
III. Existe una percepción en que la esencia de una cosa se infiere de otra, pero no adecuadamente, como ocurre cuando de un efecto inferimos la causa, o bien cuando una conclusión se extrae de algún carácter general, siempre acompañado de cierta propiedad.
IV. Existe, en fin, una percepción en la cual la cosa es percibida por su sola esencia o por el conocimiento de su causa próxima.
...Toda percepción tiene por objeto una cosa considerada como existencia o bien sólo su esencia y como la mayoría de las ficciones se refieren a cosas consideradas como existentes, hablaré ante todo de esta última especie, es decir, de la que sólo la existencia es imaginada, mientras que la cosa que uno se representa ficticiamente en esa condición es conocida o se supone que lo es. Por ejemplo, me forjo la idea de que Pedro, a quien conozco, va a su casa, me visita u otras cosas semejantes. Si inquiero a qué se refiere tal idea, veo que se relaciona únicamente con las cosas posibles, pero no necesarias ni imposibles.
Llamo imposible a una cosa cuya naturaleza implica que hay contradicción si establecemos su existencia; llamo posible a una cosa cuya existencia, por su naturaleza misma, no implica que hay contradicción en plantear la existencia o la no existencia, ya que la posibilidad o la imposibilidad de la existencia de esta cosa depende de causas que desconocemos mientras imaginamos su existencia; por consiguiente, si esta necesidad o esta imposibilidad, que depende de causas exteriores, nos fuera conocida, no podríamos forjar ninguna ficción a propósito de esta cosa. Por tanto, si existiese un dios o algún ser omnisciente, este ser no podría forjar* absolutamente ficción alguna.
Respecto de nosotros, apenas sé que existo no puedo forjar ficción alguna respecto a mi existencia o no existencia, como tampoco puedo representarme un elefante que pase por el ojo de una aguja. Cuando conozco la naturaleza de Dios tampoco me la represento ficticiamente como existente o no existente. Preciso es reconocer que lo mismo acaece con la Quimera, cuya naturaleza se opone a la
existencia. Resulta, pues, evidente que la ficción de que hablamos no puede darse respecto de las verdades eternas. Antes de proseguir es preciso advertir de paso que la diferencia existente entre la esencia de una cosa y la de otra, existe también entre la actualidad o la existencia de la primera y la actualidad o la existencia de la segunda. Si quisiéramos, pues, concebir la existencia de Adán, por ejemplo, por medio de la existencia en general, ocurriría como si para concebir la esencia de Adán dirigiéramos nuestro pensamiento hacia la naturaleza del ser y definiéramos a Adán como un ser. Por eso cuanto más se concibe la existencia en general, más confusamente se la concibe y más fácilmente puede ser atribuida a cualquier cosa; por el contrario, apenas es concebida como la existencia más particular de una cosa, tenemos de ella una idea más clara y difícilmente podemos atribuirla (aun cuando no nos preocupemos del orden de la naturaleza) a otra cosa; y esto convenía destacarlo.

-VI-

Religión y Superstición

Entre la religión y la superstición yo descubro esta diferencia capital: que esta tiene por fundamento la ignorancia, y aquella la sabiduría. ¿Nos extrañaremos, entonces, que de la antigua religión (cristiana) no haya quedado más que el culto externo (con el que el vulgo parece adular a Dios, más bien que adorarlo) y de que la fe ya no sea más que credulidad y prejuicios? Pero unos prejuicios que transforman a los hombres de racionales en brutos. ¡Dios mío!, la piedad y la religión consisten en absurdos misterios. Y aquellos que desprecian completamente la razón y rechazan el entendimiento, como si estuviera corrompido por naturaleza, son precisamente quienes cometen la iniquidad de creerse en posesión de la luz divina. ¡Qué feliz sería nuestra época si la viéramos libre de toda superstición!

Por lo que toca a los milagros, estoy persuadido de que la certeza de la divina revelación solamente se puede fundar sobre la sabiduría de la doctrina y no sobre los milagros, es decir, sobre la ignorancia.

LA VERDADERA RELIGIÓN SE FUNDA EN LA SABIDURÍA; LA SUPERSTICIÓN, EN LA IGNORANCIA

Sólo añadiré aquí que entre la religión y la superstición yo descubro esta diferencia capital: que esta tiene por fundamento la ignorancia, y aquella la sabiduría.

Y esta me parece ser la causa de que los cristianos se distinguen de los demás, no por la fe ni por la caridad, ni por los demás frutos del Espíritu Santo, sino únicamente por la opinión; pues, como se defienden, como todos los demás, con los milagros, o lo que es lo mismo, con la ignorancia, que es la fuente de toda malicia, convierten la fe, incluso verdadera, en superstición.

Y para expresar más claramente mi opinión, digo que para salvarse no es en absoluto necesario conocer a Cristo según la carne; de forma muy distinta, sin embargo, hay que opinar de aquel hijo eterno de Dios, a saber, la sabiduría eterna de Dios, que se manifestó en todas las cosas y, sobre todo, en el alma humana y, más que en ninguna otra cosa, en Jesucristo.

Pues sin esa sabiduría nadie puede llegar al estado de beatitud, ya que sólo ella enseña qué es lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo. Y como, según he dicho, esa sabiduría se manifestó, ante todo, en Jesucristo, por eso sus discípulos la predicaron tal como les fue revelada por él y mostraron que podían gloriarse más que nadie de aquél espíritu de Cristo.

En cuanto a lo que añaden algunas Iglesias, que Dios asumió la naturaleza humana, advertí expresamente que no sé qué dicen; aún más, si he de confesar la verdad, no me parecen hablar de modo menos absurdo que si alguien me dijera que el círculo ha revestido la forma del cuadrado”.

LA FE CRISTIANA YA NO ES MÁS QUE CREDULIDAD Y PREJUICIOS

¿Nos extrañaremos, entonces, que de la antigua religión (cristiana) no haya quedado más que el culto externo (con el que el vulgo parece adular a Dios, más bien que adorarlo) y de que la fe ya no sea más que credulidad y prejuicios? Pero unos prejuicios que transforman a los hombres de racionales en brutos, puesto que impiden que cada uno use de su libre juicio y distinga lo verdadero de lo falso; se diría que fueron expresamente inventados para extinguir del todo la luz del entendimiento.

¡Dios mío!, la piedad y la religión consisten en absurdos arcanos. Y aquellos que desprecian completamente la razón y rechazan el entendimiento, como si estuviera corrompido por naturaleza, son precisamente quienes cometen la iniquidad de creerse en posesión de la luz divina.

Claro que si tuvieran el mínimo destello de esa luz, no desvariarían con tanta altivez, sino que aprenderían a rendir culto a Dios con más prudencia y se distinguirían, no por el odio que ahora tienen, sino por el amor hacia los demás; ni perseguirían tampoco con tanta animosidad a quienes no comparten sus opiniones, sino que más bien se compadecerían de ellos, si es que realmente temen por su salvación y no por su propia suerte.

Por otra parte, si poseyeran alguna luz divina, aparecería, al menos, en su doctrina. Ahora bien, yo confieso que nunca se han dado por satisfechos en su admiración hacia los profundísimos misterios de la Escritura; pero no veo que hayan enseñado nada, aparte de las especulaciones de aristotélicos y platónicos, ya que, para no dar la impresión de seguir a los gentiles, adaptaron a ellas la Escritura. No satisfechos de desvariar ellos con los griegos, quisieron que también los profetas delirasen con éstos”.

LA DOCTRINA DE CRISTO CONSISTIÓ EN SENCILLAS LECCIONES MORALES

Aunque la religión, tal como la predicaban los apóstoles, en cuanto se limitaban a narrar la historia de Cristo, no cae bajo el dominio de la razón, cualquiera puede, sin embargo, alcanzar fácilmente por la luz natural una síntesis de la misma, ya que consiste esencialmente, como toda la doctrina de Cristo (es decir, aquella que él había enseñado en la montaña y que menciona Mateo cap. 5 y ss.), en enseñanzas morales.

Si recorremos ahora con cierta atención las mismas cartas de los apóstoles, veremos que estos convienen sin duda en la religión, en cuanto tal, pero que discrepan mucho en los fundamentos. De este hecho se sigue, sin duda alguna, que han surgido muchas discusiones y cismas que han vejado continuamente a la Iglesia, desde la misma época de los apóstoles, y que la seguirán vejando eternamente, hasta que la religión se separe, al fin, de las especulaciones filosóficas y se reduzca a los poquísimos y sencillísimos dogmas que enseñó Cristo a los suyos.

Los apóstoles no pudieron lograrlo, porque, como el evangelio era desconocido por los hombres, para que la novedad de su doctrina no hiriera demasiado sus oídos, la adaptaron cuanto pudieron al ingenio de los hombres de su tiempo (ver 1ª Corintios 9: 19-20) y la construyeron sobre los fundamentos entonces mejor conocidos y aceptados. Por eso ningún apóstol filosofó más que Pablo, que fue llamado a predicar a los gentiles.

Los demás, en cambio, como predicaron a los judíos, que desprecian, como se sabe, la filosofía, también se adaptaron a su ingenio (véase sobre esto Gálatas 2:11) y les enseñaron la religión desprovista de especulaciones filosóficas. ¡Qué feliz sería también nuestra época, si la viéramos libre, además, de toda superstición! 


-VII-

De su Doctrina

Eso que dices acerca del común consenso de multitud de hombres, y de la ininterrumpida sucesión de la Iglesia, es la misma cantinela de los fariseos. No presumo de haber encontrado la mejor de todas las filosofías, pero sí sé que conozco la verdadera, y si me preguntas que cómo lo sé, te responderé que del mismo modo que tú sabes que los ángulos de un triángulo valen dos rectos.

Así también, un modo de la extensión y la idea de dicho modo son una sola y misma cosa, pero expresada de dos maneras. Esto parecen haberlo visto ciertos hebreos como al través de la niebla: me refiero a quienes afirman que Dios, el entendimiento de Dios, y las cosas por él entendidas son todo uno y lo mismo. Por ejemplo, un círculo existente en la naturaleza, y la idea de ese círculo existente, que también es en Dios, son una sola y misma cosa, que se explica por medio de atributos distintos, y, por eso, ya concibamos la naturaleza desde el atributo de la Extensión, ya desde el atributo del Pensamiento, ya desde otro cualquiera, hallaremos un solo y mismo orden, o sea, una sola y misma conexión de causas, esto es: hallaremos las mismas cosas siguiéndose unas de otras. Y si he dicho que Dios es causa, por ejemplo, de la idea de círculo sólo en cuanto que es cosa pensante, y del círculo mismo sólo en cuanto que es cosa extensa, ello se ha debido a que el ser formal de la idea del círculo no puede percibirse sino por medio de otro modo de pensar, que desempeña el papel de su causa próxima, y éste a su vez por medio de otro, y así hasta el infinito; de manera que, en tanto se consideren las cosas como modos de pensar, debemos explicar el orden de la naturaleza entera, o sea, la conexión de las causas, por el solo atributo del Pensamiento, y en tanto se consideren como modos de la Extensión, el orden de la naturaleza entera debe asimismo explicarse por el solo atributo de la Extensión, y lo mismo entiendo respecto de los otros atributos. Por lo cual, Dios es realmente causa de las cosas tal como son en sí, en cuanto que consta de infinitos atributos. Y por el momento no puedo explicar esto más claramente.

Sólo después de haber conocido la naturaleza de las cosas y gustado las excelencias de la ciencia es posible fijar las bases de la moral y comprender la verdadera virtud". De ahí que: sólo después de haber conocido la naturaleza de las cosas y gustado las excelencias de la ciencia es posible fijar las bases de la moral y comprender la verdadera virtud". De ahí que:

1. El verdadero culto religioso es temer a Dios racionalmente, 
2. La religión es una virtud interior por la cual la inteligencia rinde "culto" a la naturaleza.

El culto de la religión y el ejercicio de la piedad deben acomodarse a la paz y a la utilidad de la república y ser determinados únicamente por los poderes soberanos, que de este modo se convierten en intérpretes suyos. Hablo expresamente del ejercicio de la piedad y del culto externo de la religión, no de la piedad misma y del culto interno, o sea, los medios con los cuales se dispone interiormente del espíritu para adorar a Dios en la interioridad de la conciencia. El culto interno de Dios y la piedad misma son un derecho de cada uno... que no puede depositarse en otro. El Pontífice o la Institución no debe nunca interpretar la religión como culto interior, aunque sí tiene el deber de hacerlo con respecto al culto externo. Los derechos de la conciencia son inalienables y cada uno puede profesar el culto que mejor le parezca de acuerdo con una actitud de tolerancia.


Queda sólo por indicar cuan útil es para la vida el conocimiento de esta doctrina, lo que advertiremos fácilmente por lo que sigue, a saber:

1.° En cuanto nos enseña que obramos por el solo mandato de Dios, y somos partícipes de la naturaleza divina, y ello tanto más cuanto más perfectas acciones llevamos a cabo, y cuanto más y más entendemos a Dios. Por consiguiente, esta doctrina, además de conferir al ánimo un completo sosiego, tiene también la ventaja de que nos enseña en qué consiste nuestra más alta felicidad o beatitud, a saber: en el solo conocimiento de Dios, por el cual somos inducidos a hacer tan sólo aquello que el amor y el sentido del deber aconsejan. Por ello entendemos claramente cuánto se alejan de una verdadera estimación de la virtud aquellos que esperan de Dios una gran recompensa en pago a su virtud y sus buenas acciones, como si se tratase de recompensar una estrecha servidumbre, siendo así que la virtud y el servicio de Dios son ellos mismos la felicidad y la suprema libertad.
2° En cuanto enseña cómo debemos comportarnos ante los sucesos de la fortuna (los que no caen bajo nuestra potestad, o sea, no se siguen de nuestra naturaleza), a saber: contemplando y soportando con ánimo equilibrado las dos caras de la suerte, ya que de los eternos decretos de Dios se siguen todas las cosas con la misma necesidad con que se sigue de la esencia del triángulo que sus tres ángulos valen dos rectos.
3.° Esta doctrina es útil para la vida social, en cuanto enseña a no odiar ni despreciar a nadie, a no burlarse de nadie ni encolerizarse contra nadie, a no envidiar a nadie. Además es útil en cuanto enseña a cada uno a contentarse con lo suyo, y a auxiliar al prójimo, no por mujeril misericordia, ni por parcialidad o superstición, sino sólo por la guía de la razón, según lo demanden el tiempo y las circunstancias, como mostraré en la Cuarta Parte.
4.° Por último, esta doctrina es también de no poca utilidad para la sociedad civil, en cuanto enseña de qué modo han de ser gobernados y dirigidos los ciudadanos, a saber: no para que sean siervos, sino para que hagan libremente lo mejor. Y con ello he terminado lo que me había propuesto tratar en este Escolio, y pongo fin a nuestra Segunda Parte, en la que creo haber explicado la naturaleza del alma humana y sus propiedades con bastante amplitud y, en cuanto lo permite la dificultad de la cuestión, con bastante claridad, y creo haber expuesto cosas tales que de ellas pueden concluirse otras muy notables, sumamente útiles, y de necesario conocimiento...

*  *  *

Para ayudarnos a entender lo abstracto de Spinoza

a)

Hace algunos meses se realizó en la Universidad de Chile un coloquio internacional sobre el pensamiento de Baruch Spinoza. En esa oportunidad fueron recurrentes los análisis de la filosofía política del autor. Sus ideas con respecto a la libertad de expresión, comunidad y democracia, marcaron la pauta para una discusión actual sobre estos problemas. Es indudable que la distancia temporal e histórica contingente que nos separan, hace muy difícil el replanteamiento de su filosofía en el presente. Pero tengo la certeza de que en un Occidente (que ya casi es global) en decadencia, Spinoza puede decirnos algo; quizás no planteando soluciones (como he dicho, los contextos históricos son muy disímiles), pero por lo menos mostrándonos lo que hemos perdido (aunque rescatar lo perdido, en nuestro mundo, parece imposible; por ello el recordar será por el momento una buena terapia).
Al igual que la de Lutero, la filosofía de Spinoza es esencialmente práctica. Su interés es el de conducir al hombre a la felicidad absoluta, a un "gozo eterno y a una alegría suprema y contínua". Por la complejidad de su filosofía, por su completa sistematicidad, en donde de manera efectiva todos los conceptos están interrelacionados, me veo obligado a dar por supuesta toda su metafísica (entendiendo por ello todo el discurso de la "Ética"); sólo de esa manera podré acotar el tema que me involucra, esto es, su pensamiento sobre la comunidad y la democracia.
La estructura de la investigación es simple: en una primera sección expondré las relaciones entre estado de naturaleza y sociedad civil, esto es, como del estado de naturaleza surge como necesario el surgimiento del Estado como la forma propia de la organización social; en una segunda parte me abocaré específicamente a su análisis de la democracia como la única forma de gobierno legítimo (absolutamente) y absoluta; para concluir con un breve intento de aproximación actual de los problemas que surjan, y así intentar recalcar la vigencia de su pensamiento político. Para luego presentar consideraciones personales sobre la investigación en general. Las obras de B. Spinoza poseen las siglas usuales, estas son: E = Ética; IE = Tratado de la reforma del entendimiento; Ep = Correspondencia; TTP = Tratado teológico político; TP = Tratado político. Las referencias de las citas de las obras de Spinoza corresponden a las de la edición de Gebhardt .
Introducción
El proyecto político de Baruch Spinoza cobra verdadero sentido en la medida en que se lo comprende a la luz de un proyecto mucho más amplio, a saber, el propio proyecto vital del autor, cuestión que genera todo su sistema filosófico. En efecto, en el "Tratado de la Reforma del Entendimiento", Spinoza a partir de su experiencia de decepción y desesperanza, emprende la aventura de dotar de sentido a esta vida ordinaria que padecemos los hombres, y en la que todo lo que suele ocurrir es vano y fútil. Habrá algo, se pregunta el filósofo, que "poseído, me hiciera gozar eternamente de una alegría continua y suprema".
Supongo que tras largas horas de desgarro (porque pensar es un desgarro) por fin este judío holandés apreció que el sentido que buscaba estaba ahí, latente en sí mismo y en lo que le rodeaba. La posibilidad de saberse integrante del orden eterno de la naturaleza, de a través de la actividad libre del entendimiento eternizarse a sí mismo, superando así la contingencia que lo abrumaba, entregándole de esta manera a la vida la categoría de felicidad, es lo que el filósofo con certeza descubrió y practicó hasta su muerte. "A la felicidad se llega por la vía de la alegría desbordante y de la acción. Hay que saber descartar los encuentros tristes, reconocer aquellas cosas que nos convienen y transformar lo inevitable que nos es contrario: en definitiva, cargarse de buen humor y gozar del conocimiento de sí y de los demás." Para Spinoza la clave de la felicidad está en dar con aquello que nos hace crecer, y evitar aquello otro que nos empequeñece. Para saber que nos hace crecer y que no hay que probar, experimentar. La alegría es la prueba de que algo aumenta la potencia vital que cada uno es, la tristeza, en cambio, es el síntoma de que lo que hago, disminuye y apoya la fuerza vital.
Sin embargo, y esto es de importancia para lo que ahora nos interesa, Spinoza no concebía la meta como algo individual sino que, por el contrario, creía que la toma de posesión de aquella naturaleza propia estable era posible -y, quizás, sólo gracias a ...- en conjunto con otros hombres, por lo que la consecución y realización de ello dependía de que muchos otros lo lograran paralelamente: "Este es, pues, el fin al que tiendo: adquirir tal naturaleza y procurar que muchos la adquieran conmigo; es decir, que a mi felicidad pertenece contribuir a que otros muchos entiendan lo mismo que yo". Más, al ser ésta una tarea colectiva, el entorno, el medio en el que los hombres se desenvuelven y despliegan, cobra una gran importancia y, por lo tanto, establecer un modo de convivencia funcional a este fin es -junto con reformar el entendimiento - una tarea prioritaria: "es necesario, además, formar una sociedad, tal como cabría desear, a fin de que el mayor número posible de individuos alcance dicha naturaleza con la máxima facilidad y seguridad". Es así como el proyecto político de Spinoza debe apreciarse como un momento crucial de su proyecto vital; puesto que si entendemos el establecimiento de dicha sociedad como condición de posibilidad del logro del Bien Supremo y Verdadero, caeremos en la cuenta de que es absolutamente necesario pensar en los fundamentos y propiedades de dicha sociedad, para completar y proyectar a la realidad cotidiana y social la tarea vital a la que me he referido.
A.- Del Estado de Naturaleza a la Sociedad Civil
Para comprender La importancia que tiene en Spinoza la organización civil de la sociedad, es imprescindible referirse al "estado de naturaleza", en la medida en que es desde este concepto que nuestro autor entiende dicha sociedad como el único modo posible de organizar la vida humana. En efecto, la necesidad de la sociedad civil se explica en Spinoza, sólo a partir de la comprensión del estado natural, como un estado imposibilitador del desarrollo físico y espiritual del hombre; como un estado que, en definitiva, no admite que los hombres puedan concentrarse en conseguir el Verdadero Bien.
El "estado de naturaleza" no es otra cosa que la condición en que se encuentran los hombres, antes de dotarse a sí mismos de un conjunto de leyes que regulen su convivencia. Debemos pensar, para comprender la idea de "estado de naturaleza", en una situación de interrelación humana que carezca de una legislación que limite o acote la potencia de cada uno, una situación en la que cada uno pudiera desplegarse guiado por sus propios intereses en una completa impunidad, manteniéndose una interrelación inorgánica y de constante enfrentamiento.
No cabe duda que esta suerte de estado pre-civil mantendría a los hombres inmersos en un aparente caos, en un marco de inestabilidad y de inseguridad. Para Spinoza en este estado, los hombres son frecuentemente dominados por un afecto de odio (por ejemplo la ira, la envidia, etc.), lo que implica que se relacionen agresivamente, ya que al estar, la mayoría de ellos, determinados por sus pasiones, no pueden dirigirse hacia metas o fines comunes sino que, por el contrario, son guiados en distintos sentidos, enfrentándose irremediablemente los unos con los otros, lo que finalmente conduce a la destrucción y desaparición del hombre.
La idea de "estado de naturaleza" ilumina la comprensión del concepto de Derecho Natural. En efecto, en la condición natural la existencia y todos los actos humanos (así como de toda la realidad) no están sino determinados por las leyes de la naturaleza de cada hombre, leyes que en definitiva dirigen el obrar de cada individuo hacia su propia conservación ("conatus"). Así todo lo que pueda realizar un modo (sea un hombre o un pez) lo hará en virtud del derecho natural, que Spinoza define de la siguiente manera: "Así, pues, por derecho natural entiendo las misas leyes o reglas de la naturaleza con forme a las cuales se hacen todas las cosas, es decir, el mismo poder de la naturaleza. De ahí que el derecho natural de toda la naturaleza y, por lo mismo, de cada individuo se extiende hasta donde llega su poder".
Ya que todo ente participa del derecho de la naturaleza, y que es en virtud de dicha participación que la existencia y el accionar de los seres esta determinados por las reglas de su propia naturaleza, es necesario comprender de qué modo participa el hombre de su derecho.
Según Spinoza es un hecho que los hombres no viven únicamente guiados por la razón sino que, como ya hemos dicho, son los afectos los que llevan a un individuo a actuar de tal o cual manera. Es por esto que la existencia y el obrar humano están guiados tanto por la razón como por los afectos; ambos elementos son parte de nuestra propia naturaleza y, en esa medida, nuestras acciones, ya si están guiadas por la razón, ya por los afectos, no hacen sino manifestar el conatus de cada hombre. Nuestro derecho natural está, por tanto, determinado por ambos factores, lo que significa que si nuestros actos son racionales o afectivos estaremos obrando consecuentemente en armonía con la naturaleza.
Pero entonces surge la pregunta de porqué es necesaria la sociedad civil, entendida como un estado más racional de convivencia humana, si de cualquier modo en el "estado de naturaleza" cada individuo se sigue rigiendo por la ley natural. La argumentación que realiza Spinoza es la que sigue.
De acuerdo con el filósofo el conatus es la ley suprema de toda la naturaleza. En este sentido cada individuo tiene la obligación natural de satisfacer aquellas necesidades básicas (por lo menos) que le permitan seguir siendo. Como en el "estado de naturaleza" los hombres viven determinados principalmente por las causas exteriores, por su potestad y apetitos individuales; cada uno tiene el derecho de buscar los medios que juzgue útiles para satisfacer sus propias necesidades. En este afán los individuos se ven constantemente limitados por los demás, ya que cada cual, de acuerdo a su potencia, lucha por saciar sus propios apetitos lo que, como he señalado, hace que en "estado de naturaleza" el conatus individual se vea constantemente amenazado de manera más radical aún. En consecuencia, y ya que según Spinoza el poder de cada uno disminuye en la medida que aumentan las causas del temor, en el "estado de naturaleza" el derecho de cada uno es prácticamente inexistente.
Ahora bien, la magnitud del derecho natural se mide según la potencia de éste. Es evidente que si dos o más individuos unen sus derechos tendrán más poder y, por lo tanto, más derechos de los que tenían aisladamente. El que un grupo de hombres unan sus potencias individuales, no sólo implica que todos ellos juntos posean más derechos, sino también, que se abre la posibilidad de que estos derechos -ahora comunes- sean debidamente resguardados, lo que disipa en gran medida tanto el temor, como la inseguridad propia del Estado de Naturaleza: "Concluimos, pues, que el derecho natural, que es propio del género humano, apenas si puede ser concebido, sino allí donde los hombres poseen derechos comunes, de suerte que no sólo pueden reclamar tierras, que puedan habitar y cultivar, sino también fortificarse y repeler toda fuerza, de forma que puedan vivir según el común sentir de todos".
Sin embargo, como he insinuado, cuando los individuos actúan determinados fundamentalmente por sus apetitos, no hay consenso posible. Sólo en tanto procuren dirigir sus acciones guiados por la razón, el acuerdo se hará posible y podrán vivir no ya según la fuerza y el deseo individuales, sino según la potencia y la voluntad de todos. Es entonces gracias a la razón que los hombres comprenden el bien que implica para ellos normar su convivencia de común acuerdo.
La comprensión del "estado de naturaleza" como un estado inútil para el desarrollo y despliegue de la existencia del hombre, es el indicio fundamental para afirmar la necesidad de la sociedad civil. Entonces dicha afirmación surge como la constatación del hecho de que en la medida que la sociedad civil disminuye (pero no anula) las posibilidades de enfrentamiento entre los hombres, el conatus se ve menos amenazado que en el estado natural, entonces se desprende que dicha sociedad es el modo más eficaz de organizar la vida humana.
En el "Tratado Teológico Político" Spinoza plantea -aunque sucintamente- la existencia de un pacto social, el cual es definido como la tendencia a "dirigirlo todo por el sólo dictamen de la razón (...) y frenar el apetito en cuanto aconseje algo en perjuicio de otro, no hacer a nadie lo que no se quiere que le hagan a uno, y defender, finalmente, el derecho ajeno como el suyo propio". Si bien podría pensarse que Spinoza fundamenta la obligatoriedad de la sociedad civil en esta suerte de pacto o tratado, constatemos que esto no es del todo así al concentrarnos en la complejidad que comporta este concepto al interior de la filosofía política del autor.
Tanto en el ámbito personal o público, los tratados son válidos sólo en tanto que las causas que los originaron permanezcan; así, "el pacto no puede tener fuerza alguna, sino en razón de la utilidad, y que, suprimida ésta, se suprime ipso facto el pacto y queda sin valor". Entonces, a diferencia de Hobbes, Spinoza considera que los pactos no son un fundamento suficiente para el resguardo y la armonía de la sociedad civil, pues "por derecho de naturaleza, todo el mundo puede actuar con fraude y nadie está obligado a observar los pactos, si no es por la esperanza de un bien mayor o por el miedo de un mayor mal".
Ahora bien, he dicho anteriormente que sólo en virtud de los dictámenes de la razón, los individuos pueden visualizar aquello que promueve su conatus. En este sentido el pacto o tratado social adquiere una mayor consistencia si lo entendemos como un acto racional, como el resultado del uso adecuado de la razón, la que nos señala que si bien el acuerdo o la decisión común significa -en principio- la renuncia a la libertad individual, al derecho y poder propio, a determinar la propia vida según los apetitos individuales, dicho acuerdo es la solución más propia para el estado de inseguridad y temor al que los hombres se encuentran sometidos en la condición natural. La contingencia, el poder ser propio de todo pacto desaparece al ser entendido como un acto puramente racional. La razón aporta la necesidad que este pacto podría requerir.
Pues bien, si lo que puede hacer del acuerdo un momento necesario es su fundamentación racional, no es menos cierto que la obligatoriedad que dicho momento contiene está asegurada también en relación con aquellos hombres que viven determinados más por sus pasiones que por su razón, ya que éstos actúan de acuerdo con la ley de la naturaleza humana que dice que "cada uno elegirá, de dos bienes, el que le parece mayor y, de dos males, el que le parece menor". Es, por ende, en virtud tanto de la fundamentación racional del acuerdo, como de la búsqueda irreflexiva de un bien mayor que los individuos transfieren libremente su poder y derechos naturales a la sociedad.
A partir de este momento tiene lugar lo que Spinoza denomina Estado o Soberano Imperio: "Allí donde los hombres poseen derechos comunes y todos son guiados como una sola mente (...) derecho que se define por el poder de la multitud, suele denominarse Estado" Con la introducción de este concepto el filósofo intenta denominar aquel espacio en el que se concentra todo el poder que los individuos han cedido en vistas de procurarse una vida más estable y segura. La posibilidad de una fundamentación consistente de la sociedad civil surge así de manera más clara. En efecto, si entendemos que los individuos, ya sea en virtud de la razón, ya por la esperanza de un bien mayor o el temor a más grandes males, renuncian al poder de defender su propia existencia y le otorgan dicho poder a los individuos en conjunto, y sí además comprendemos esta renuncia como un acto de libertad (en la medida en que dicho acto no está sino determinado por la propia naturaleza humana, la que nos conduce necesariamente a la actividad del conatus), podremos concluir que el surgimiento de la sociedad civil, y la consecuente existencia del Estado se fundamenta en una cuestión por demás sólida, a saber: en la libre transferencia del poder propio de cada individuo hacia el colectivo, guiado por las leyes eternas de la Naturaleza.
B.- La Democracia como Poder Absoluto
Como ya he afirmado, la diferencia que distancia definitivamente a los dos grandes teóricos del absolutismo (Hobbes y Spinoza) son las conclusiones a las que llegan. La necesidad de un Estado Absoluto para Spinoza, se puede deducir por lo expuesto anteriormente de manera clara. Pero no por ello resulta evidente que el "Estado Absoluto" se identifique con la Democracia. Si bien puede resultar retórico, veo como útil y necesario replantear sintéticamente la fundamentación spinoceana del Estado en relación con su proyecto filosófico para, desde ahí, visualizar fehacientemente su argumentación en favor de esta forma de organizar el Estado, y así entender cual es el significado que el autor le atribuye a ésta.
La filosofía de Spinoza posee un marcado factor ético-político, no sólo porque la contingencia lo requería, sino también porque su Sistema lo necesitaba y promovía como el momento cúlmine de éste. La metafísica del "modo" afirma que ésta es una realidad inconsistente y no autosuficiente, en tanto que es "aquello que es en otra cosa, por medio de la cual es también concebido". Es decir que el "modo" se define por su finitud y por ser parte del devenir del Ser. Estas características son propias de toda realidad modal, pero es mucho más fuerte en el hombre, ya que éste puede llegar a ser conciente de ello; y es esto lo que Spinoza constata, y a lo cual se refiere en el "Tratado de la Reforma del Entendimiento".
El hecho de que el hombre esté determinado por la finitud, pero al mismo tiempo por el conatus, presenta la necesidad imperiosa para todo hombre de crear relaciones y lazos estables entre ellos; esto porque las determinaciones externas pueden ser enfrentadas de manera más adecuada con la unión de las potestades individuales, activando así, de forma más efectiva el conatus de cada uno. Entonces es necesaria una comunidad de hombres, una suma de potestades particulares, porque esa es la instancia más propicia para la realización del conatus. Para Spinoza, por su formación matemática, es claro que mientras más y mayores son los factores de la suma, más grande será el poder de la cosa singular resultante, por lo que mayores serán sus derechos; es decir, que a mayor número de hombres que conformen una comunidad más cerca estarán de identificarse con el "poder absoluto" de la naturaleza humana, y es por ello imperiosa la formación de ésta. Pero esta "suma" se puede efectuar de tres maneras principales, lo que va a dar como resultado los tres tipos de Estado que Spinoza expone en el "Tratado Político": la Monarquía, la Aristocracia y la Democracia.
Para el filósofo es claro y es un hecho que tanto la Monarquía como la Aristocracia no son fieles expresiones del Estado como "poder absoluto"; y esto lo demuestra tanto a priori como a posteriori. El primer argumento es puramente metafísico, y aunque no lo he encontrado de manera explícita en los textos estudiados, creo que puede deducirse de lo ya expuesto, y se refiere a la imposibilidad originaria de que un sólo hombre se haga cargo de la suma del poder de la sociedad civil; me explico: supuestamente en la Monarquía todos los hombres, en comunidad, le entregan su poder -y por lo tanto sus derechos- a un sólo individuo que se denomina desde ese momento "monarca" o "rey", pero, para que esto se realice efectivamente, es decir, para que sea un hecho y no sólo una mera estructura jurídica, el individuo que recibe el poder debería, por sí mismo, ser capaz de asumir ese poder y esos derechos como suyos, esto es, como su sí mismo; pero esto es tan imposible como absurdo, puesto que para que ello sea así el individuo debería igualarse con el poder absoluto, debería ser ese poder, lo que como ya dije es imposible, puesto que la metafísica del "modo finito" lo impide. El segundo argumento tiene un carácter más psicológico: éste se refiere a la impotencia originaria del hombre y al temor que esto promueve en él; en efecto, el hombre en el "estado de naturaleza" está determinado por su potestad, pero ésta es muy limitada frente a lo externo, por lo que en realidad el hombre en este estado está primordialmente determinado por las causas externas, por los afectos que ellas le producen; y entonces, como ya he dicho, se hace necesaria la sociedad civil y el Estado, pero , por esta misma determinación primigenia surge como imposible que el hombre entregue todo su poder -y todos sus derechos- para que sea controlado por un sólo hombre; no sólo porque, como dice el filósofo, nadie desea ser controlado en todos sus actos (porque esto es lo que implica la entrega de todos los derechos), sino que además porque en la sociedad civil, por estar compuesta de hombres que se guían principalmente por sus pasiones, continúa un cierto temor para con los demás (por lo pronto un temor bien fundado para aquellos que conocen la naturaleza humana), y ese temor sería el que imposibilitaría el ceder los derechos y el poder propio a cabalidad. Pero también Spinoza argumenta que la entrega del poder y de los derechos de la sociedad civil a un sólo hombre no es efectiva: "No cabe duda que quienes creen que es posible que uno sólo detente el poder supremo de la sociedad, están equivocados (...). De ahí que el rey, que la multitud eligió, se rodea de jefes militares, consejeros o amigos, a los que confía la salvación propia y de la comunidad. Y así, el Estado que pasa por ser una monarquía absoluta, es, en la práctica, una verdadera aristocracia, no manifiesta, sino latente y, por eso mismo, pésima".
De lo anterior concluimos que un Estado Absoluto sólo será posible si, efectivamente, todos los individuos que componen una sociedad cedan sus derechos al conjunto de la comunidad y no a uno o varios representantes de ésta (que es lo que ocurre en el caso de la Monarquía y la Aristocracia), formándose, de esta manera, una identidad entre los derechos particulares y el de la comunidad plena. Así, gracias a esta igualdad entre los derechos particulares y sociales, se cumple, además, con una de las leyes básicas de la naturaleza humana, que es aquella que promueve la mantención del poder individual, como si el hombre permaneciera en el estado natural, pero ahora en una comunidad; en otras palabras, promueve la conservación del sí mismo que está determinado por dicho poder. Y estos son precisamente los fundamentos que Spinoza le atribuye al Estado Democrático, que él define como "la asociación general de los hombres, que posee colegialmente el supremo derecho a todo lo que puede". Pero detengámonos un momento en esta definición, para así no sólo verificar que se encuentra en completa correlación con la estructura conceptual y las pretensiones prácticas del filósofo, sino además, para comprender más a fondo el significado que el autor le atribuye a esta forma de Estado, cuestión que es de mayor importancia aun.
Podemos apreciar que ella posee todos los componentes propios de lo que Spinoza entiende por Estado se encuentra el concepto de "comunidad" ("la asociación general de los hombres..."), y los conceptos de "derecho" y "poder absoluto" ("... a todo aquello que puede"), pero no me detendré en ellos puesto que creo que ya los he analizado con cierta profundidad; pero también encontramos uno nuevo, que es precisamente el que define al Estado como "democrático", este es el de "poder colegial". Pero qué entiende Spinoza por ello, y cuál es el alcance de esto, para la concepción de Democracia que el filósofo pretende reafirmar .
Ya he mostrado que en la crítica a la Monarquía, uno de los argumentos sostenía que ella es imposible de hecho porque ningún hombre estaría dispuesto a entregar sus derechos a un sólo hombre, para que éste lo gobierne de manera absoluta, esto, por que el hombre en la sociedad civil continúa con cierto temor -que es propio de su impotencia, pero además, y este es el motivo de la necesidad del "poder colegial", porque el hombre tiende a la autodeterminación, el hombre quiere ser libre (aunque ya hemos visto que la libertad humana metafísicamente es negada), quiere poseer una libertad aunque sea al modo humano; y por esto "toda sociedad debe tener, si es posible, el poder en forma colegial, a fin de que todos estén obligados a obedecer a sí mismos y nadie a su igual".
Las consecuencias de esto son radicales, pues de esta forma se da pie para la disolución del Estado como estructura de poder jerárquica, y se promueve a la Democracia como una forma de vida, como una efectiva comunidad política: "Como la obediencia consiste en que alguien cumpla las órdenes por la sola autoridad de quien manda, se sigue que la obediencia no tiene cabida en una sociedad cuyo poder está en manos de todos y cuyas leyes son sancionadas por el consenso general; y que en semejante sociedad, ya aumenten las leyes, ya disminuyan, el pueblo sigue siendo igualmente libre, porque no actúa por la autoridad de otro, sino por su propio consentimiento". Entonces, la Democracia se establece como el único "poder absoluto" que, como tal, es el único medio en que el hombre puede realizar su libertad.
Pero Spinoza sabe que esto es prácticamente imposible, porque ello supone la absoluta racionalización de la vida humana. Sólo el hombre que actúa racionalmente ya no estará determinado por sus pasiones (será libre), y sabrá la verdadera causa de los hechos, por lo tanto conocerá su bien y sabrá que este bien se encuentra en la formación de la "comunidad política", comunidad que es el único medio en el cual el hombre podrá efectuar su libertad, objetivo ético-político de toda la filosofía spinoceana... Pero para esto es necesario primero "procurar que muchos reformen el entendimiento junto conmigo, es decir, que a mi felicidad pertenece contribuir a que otros muchos entiendan lo mismo que yo".
3. Final
¿Acaso los fundamentos de la Democracia son la participación ciudadana, la igualdad, cierto grado de libertad, un sistema representativo y un sistema electoral basado en la ley de la mayoría? Si Spinoza viviera actualmente, creo que se reiría de esos pretendidos fundamentos; se reiría, pero con un lamento oculto: el no haber sido escuchado.
La Democracia no es eso o, por lo menos, sólo eso, ni tampoco es en principio eso (estoy conciente que la forma democrática que concebía Spinoza se refieren a una "democracia participativa" y no a una "representativa", como la que han cultivado los estados modernos; pero eso no niega el hecho de que esos fundamentos son demasiado débiles y no se pueden sostener por sí mismos en el tiempo). La Democracia, si atendiéramos a Spinoza, debería estar fundada en algo mucho más profundo y duradero, esto es, el vivir democráticamente. Esta forma de vida es la que el filósofo quiso mostrar. Pero él, como buen psicólogo y conocedor de la naturaleza humana, sabía que esto era imposible; y por ello sus palabras se presentan como un sollozo en el vacío de la humanidad, como una muestra de lo que hemos perdido y de lo que siempre estaremos perdiendo (claro está, para aquel que quiere la Democracia).
El tener conciencia de esta imposibilidad originaria del hombre es lo que marca todo el pensamiento spinoceano, y el colocar a la Democracia no como una utopía, sino como una idea reguladora de la vida política, es su conclusión. Pero en esta tarea hasta los grandes "ilustrados" erraron, ellos creyeron que la Democracia era posible -su visión de la naturaleza humana era demasiado optimista-, y con esta posibilidad marcaron el desarrollo de la vida moderna hasta nuestros días.
Por esto, creo que Spinoza estaría de acuerdo con la distinción politológica entre "democracia ideal" (normativa, filosófica) y "democracia real" (científica). ¿Pero podemos afirmar que una distinción salvará el abismo creado? Yo creo que, por el contrario, marca su definitiva escisión.
Grandes politólogos sostienen que esa división no es lo suficientemente analítica, entonces hablan de "poliarquía"; pero con ello lo único que realizan es multiplicar los entes ya existentes en el complejo aparato conceptual de su ciencia; porque ¿acaso la "poliarquía" es un hecho? No, ella es sólo una tendencia, y por ello, un nuevo ideal. (En realidad me extraña que politólogos pertenecientes a la tradición anglosajona hayan olvidado las enseñanzas de su maestro Occam.)
Pero en definitiva ninguno de sus conceptos puede explicar y dar respuesta al problema fundamental: ¿existe la Democracia? ¿Ella es factible? No pueden dar respuesta y ni siquiera pueden pretender darla, pues toda su trama conceptual sólo tiende a conocer el fenómeno político. Esta tarea sigue aun guardada para pensamientos más especulativos. Y entonces se plantea nuevamente el problema original: el terror que ha provocado la separación de la vida y el conocimiento; y la tarea prioritaria que involucra la responsabilidad del saber.
Claudio Marín Medina, Licenciado en Filosofía

b)

Jorge Luis Borges (1899 - 1986), uno de los más grandes pensadores, argentino, escritor y poeta que debió, en justicia ser Nobel de Literatura, a quien destaqué en dos de mis libros, el 363 y 364, dedicó algunos poemas a Spinoza:

-I-

Soneto a SPINOZA

Las traslúcidas manos del judío
labran en la penumbra los cristales
y la tarde que muere es miedo y frío.
(Las tardes a las tardes son iguales.)

Las manos y el espacio de jacinto
que palidece en el confín del Ghetto
casi no existen para el hombre quieto
que está soñando un claro laberinto.

No lo turba la fama, ese reflejo
de sueños en el sueño de otro espejo,
ni el temeroso amor de las doncellas.

Libre de la metáfora y del mito
labra un arduo cristal: el infinito
mapa de Aquel que es todas Sus estrellas.

-II-

BARUCH SPINOZA

Bruma de oro, el Occidente alumbra
La ventana. El asiduo manuscrito
Aguarda, ya cargado de infinito.
Alguien construye a Dios en la penumbra

Un hombre engendra a Dios. Es un judío

De tristes ojos y de piel cetrina;
Lo lleva el tiempo como lleva el río
Una hoja en el agua que declina.

No importa. El hechicero insiste y labra

A Dios con geometría delicada;
Desde su enfermedad, desde su nada,

Sigue erigiendo a Dios con la palabra,

El más pródigo amor le fue otorgado,
El amor que no espera ser amado.


-III-

  EL ALQUIMISTA

Lento en el alba un joven que han gastado
la larga reflexión y las avaras
vigilias considera ensimismado
los insomnes braseros y alquitaras.

Sabe que el oro, ese Proteo, acecha
bajo cualquier azar, como el destino;
sabe que está en el polvo del camino,
en el arco, en el brazo y en la flecha.

En su oscura visión de un ser secreto
que se oculta en el astro y en el lodo,
late aquel otro sueño de que todo
es agua, que vio Tales de Mileto.

Otra visión habrá; la de un eterno
Dios cuya ubicua faz es cada cosa,
que explicará el geométrico Spinoza
en un libro más arduo que el Averno…

En los vastos confines orientales
del azul palidecen los planetas,
el alquimista piensa en las secretas
leyes que unen planetas y metales.

Y mientras cree tocar enardecido
el oro aquel que matará la Muerte,
Dios, que sabe de alquimia, lo convierte
en polvo, en nadie, en nada y en olvido.

*
De Borges he tomado dos Conferencias con la intención de entender algo más a Spinoza en su amplia, para mí abstracta Filosofía y concepción de Dios, que es el real propósito de este escrito.

-I-

Borges reflexiona sobre Spinoza

Domingo 22 de febrero de 1981. La Opinión Cultural. Buenos Aires, Argentina

Señoras, señores:
Diré unas cuantas palabras y luego vendrá lo esencial, nuestro diálogo. Estos últimos días estuve leyendo todo lo que encontraba sobre Spinoza, y releí el artículo de Froude, amigo y biógrafo de Carlyle -me pareció de lo más enumerativo-, luego aquél capítulo de la Historia de la filosofía occidental de Russell dedicado a Spinoza y luego leí algunas páginas de la Ética, el artículo de Renan, y otros. He llegado a una curiosa comprobación, y es ésta: creo entender esencialmente el sistema de Spinoza, salvo que, para mí, no es un sistema, yo diría que se trata más bien de un acto de fe. Es decir, la filosofía de Spinoza puede ser profesada como una religión y sin duda él lo sintió como una religión.
Ahora, hay un hecho que nos aleja de Spinoza y al mismo tiempo hace que lo veamos como algo original. Y ese hecho es que la filosofía esté explicada, como todos ustedes saben, ordine geometrico o more geometrico, no recuero cuál de los dos latines usa él, y ese sistema lo ha hecho famoso y al mismo tiempo ha hecho que el libro sea menos asequible. El hecho que yo quería señalar es éste: es que para nosotros, Spinoza, Baruch Spinoza, es una figura patética. Si yo pronuncio la palabra Spinoza, ustedes no pensarán ciertamente en un sistema o en la filosofía que él quiso explicar mediante ese sistema. Ustedes pensarán en él, en ese pobre hombre quizá desdichado pero que no quería ser desdichado, que tenía el culto de la felicidad, que creía, como Remy de Gourmont, que debemos ser felices. Remy de Gourmont agregaba: "Debemos ser felices aunque no sea más que por orgullo". Eso no hubiera sido aceptado por Spinoza. Pero todo el sistema de Spinoza es un sistema que creo que podemos aceptar, creo que, fuera del concepto de Dios, y vamos a ver en qué reside la novedad del concepto de Dios de Spinoza, lo demás del sistema de Spinoza, el panteísmo, es algo que puede ser aceptado.
Yo tengo sentimiento religioso. He sido educado como cristiano, mi familia era católica, mi abuela inglesa era protestante, era anglicana, sus mayores eran predicadores metodistas, sabía de memoria la Biblia, de manera que había un ambiente doblemente religioso en casa, muy católico en mi familia criolla y protestante, anglicano, metodista, esencialmente, en mi abuela inglesa. Sin embargo, yo he encontrado siempre una dificultad en la fe cristiana, y esa dificultad es la idea de un Dios dios personal. Hay algo en mí que rechaza esa idea. Spinoza la reemplaza por otra, pero esa idea es aún de más difícil aceptación. Es una idea tan vasta que tiene, digamos, un valor estético, y es la idea de un Dios dios infinito, y al decir infinito no quiero decir innumerable. La idea de lo infinito se encuentra en el budismo, pero ahí se encuentra, está forzada a ello, porque el budismo, como otras religiones de la India, acepta las transmigraciones del alma, o, ya que los budistas descreen de la existencia del alma, se supone que cada individuo a lo largo de su vida está fabricando continuamente su karma, una suerte de artificio mental, y ese artificio mental va fabricándolo, enriqueciéndolo día a día, también de noche en los sueños, ya que todo produce un karma. Y ese karma se hace no sólo con las obras, con los pecados, con las virtudes, con las incertidumbres, con lo sueños, todo eso produce ese mecanismo, y ese mecanismo puede continuar en otro individuo después de la muerte del hombre que lo ha creado.
Ahora bien, si se supone que cada destino individual está regido por el karma de una vida anterior, llegamos a la obligación de un infinito, ya que si hay una primera vida esa primera vida tiene que admitir ciertas condiciones, y esas condiciones tienen que ser determinadas por una vida anterior, y esa por una vida anterior, y así hasta el infinito. De suerte que, para el budismo, casa uno de nosotros ha vivido un número infinito de veces. Y, al decir infinito no quiero decir indefinido ni innumerable, quiero decir estrictamente infinito, es decir no hay un principio y puede no haber un fin si no nos salvamos y nos perdemos en el Nirvana.
Ahora, Spinoza tenía un concepto parecido de Dios. Creo que lo define como una sustancia infinita, infinitamente dotada de infinitos atributos. Ese concepto, me parece, es extraño a otras teologías, es propio de Spinoza. Spinoza, como ustedes saben, quiso explicar su filosofía -lo que para mí sería más bien explicar su religión-, quiso explicarla more geometrico, es decir, usó el mecanismo euclidiano de axiomas, de definiciones, de postulados. Y ese mecanismo es lo que hace difícil su lectura.
Yo he visto en los Estados Unidos una traducción de la Ética de Spinoza que se titula Of God, De Dios, y, en esa edición, de fácil lectura, se ha prescindido de todo el aparato geométrico. Ahora, ese aparato geométrico no fue elegido arbitrariamente por Spinoza, ya que, en aquel tiempo, se creía que los matemáticos eran infalibles. Ahora, por ejemplo, hay axiomas, postulados de Euclides, que han sido puestos en duda, pero eso no ocurría en el siglo XVII. Y se suponía que la verdad en las matemáticas dependía de esa forma de exposición. Sin embargo, si uno piensa en las definiciones de la geometría, son ciertamente falibles. Pro ejemplo, yo digo: el punto no tiene extensión, la línea tiene extensión pero no anchura y consta de un número infinito de puntos, el volumen tiene extensión y anchura y consta de un número infinito de líneas. Es evidente que todo eso es abstracto, es decir que lo que realmente existe son tres dimensiones. Es que no corresponde a la realidad, no podemos imaginar un punto que no ocupe espacio, no podemos imaginar una línea, por delgada que sea, que no tenga alguna anchura. Sabemos, podemos dibujar una línea muy fina y luego la miramos con una lupa, vemos que es ancha, que no es pura longitud estricta.
Sin embargo, sobre eso se basa todo el edificio de la geometría. Creo que Bertrand Russell conjetura que ese edificio es una larga tautología, es decir, que si uno admite ciertos principios, por ejemplo, la enumeración, el hecho de poder contar uno, dos, tres, es evidente que ésa serie será infinita. Y si uno acepta esas ficciones necesarias, esas ficciones fatales -la línea, el punto, la superficie, el volumen- uno tiene que admitir toda la geometría, hasta la geometría de cuatro, de cinco dimensiones, que existe como un hecho intelectual aunque no sea concebible por la mente humana.
Se supone, en general, que Spinoza procede del cartesianismo, y él siguió el método de Descartes. Pero estuve leyendo un libro de un autor francés y ese autor dice que Spinoza no conocía bien el sistema de Descartes, que habrá tenido otros puntos de partida pero que luego siguió el sistema de Descartes porque le pareció el más lógico. El quería convencer a sus lectores. Según ese autor -de cuyo nombre no quiero, no, de cuyo nombre no puedo acordarme-, Spinoza habría partido de los neoplatónicos y de las especulaciones de la cábala.
Sin duda Spinoza creía que si uno aceptaba su sistema geométrico uno tenía que aceptar sus sistema. ¿Y qué ocurre ahora? No pensamos en Spinoza, no pensamos en su sistema, pensamos en él como hombre y lo vemos, como dice Bertrand Russell, como el más querible de todos los filósofos, ya que grandes filósofos ciertamente no fueron queribles. No sé si Platón fue querible, no creo que Schopenhauer fuera querible. Creo que Berkeley sí fue querible, pero Spinoza lo es más.
Spinoza concibe un Dios, y ese Dios está dotado de infinitos atributos. Spinoza declara que sólo conocemos dos de esos atributos, y esos atributos son la extensión y la consciencia. O, creo que podemos buscar palabras sinónimas, sería el espacio y el tiempo, más que consciencia. Lo que realmente es asombroso es que Spinoza supone que su Dios está dotado de esos dos atributos y además de otros, infinitos, estrictamente infinitos, que no conocemos, que no podemos ni siquiera adivinar o intuir de algún modo.
Ahora sabemos que lo que ocurre, lo que nos ocurre, ocurre en el tiempo y en el espacio. Por ejemplo, si me hieren, si me dan una puñalada, yo tengo la consciencia del dolor y además -y eso correspondería al tiempo-, la sensación. Es parte de las miles de sensaciones que yo tengo a lo largo del día y alo largo de mi vida, y luego ocurre también un cambio en el tiempo porque el puñal entra en mi cuerpo. Pero, refiere Spinoza, ocurren además otras infinitas cosas, y esas ocurren en la mente de Dios. No podemos imaginarlas, es decir que habría un número infinito de universos paralelos. A nosotros nos ha sido dada la consciencia de dos: la del tiempo y la del espacio. Pero, además, hay otros atributos, y esos atributos son infinitos.
Esto lo sospecho, que quizá el fin de todo pensamiento o de todo sistema sea el de aliviarnos de la multiplicidad de las cosas, sea sentir que hay menos cosas, sea reproducirlas con unas pocas. La generalización parece una condición necesaria del pensamiento, aunque sabemos que toda generalización es falsa, pero estamos obligados a generalizar para pensar.
Spinoza reduce el universo a una cosa, o mejor dicho, dice que universo, que él llama naturaleza, y Dios son la misma cosa. Muchas veces, a lo largo de su obra, vemos la expresión Deus sive natura, Dios o la naturaleza son la misma cosa. Después de la muerte de Spinoza alguien encontró un nombre para ese sistema, y, con raíces griegas se forjó, creo que en Inglaterra, la palabra panteísmo, sugerida sin duda por ateísmo. Los enemigos de Spinoza lo habían acusado de no tener Dios. Quiere decir que no tenía un Dios personal ya que si sólo existe Dios todo es Dios. Salvo que Dios exista no sólo en cada instante de nuestra vida, en cada átomo, si es que hay átomos, en cada cosa, sino de otros infinitos modos y Dios se ame a sí mismo con infinito amor intelectual. Nuestro deber es amar a Dios, no debemos esperar ser amados por él. Eso no fue un acto de negación, como creyó Goethe, de parte de Spinoza. No, él concebía a Dios perfecto y no podía desear en Dios una pasión como la de sentir amor por un individuo que no estuviera en él. Creo que se hubiera maleado su idea de Dios. Ahora, Spinoza declara que el tiempo -el tiempo es un atributo de Dios- pero, para Dios, todos los tiempos coexisten. Yo he leído un libro sobre Spinoza titulado Eternitas, Eternidad, y Spinoza condena por eso la esperanza y el temor, porque se refieren a cosas futuras y no hay razón para decir que están dentro del tiempo, no hay razón para aceptar la ilusión del tiempo.
Podría contestarse, y yo desde mi insuficiencia metafísica contesto, que, si nosotros sentimos la sucesión, y ciertamente la sentimos, uno no puede imaginar una vida sin sucesión ¿por qué suponer que esa sucesión es ilusoria? Spinoza nos diría que debemos subordinar nuestra idea de sucesión a Dios ya que para Dios no hay diferencia entre all our yesterdays, todo nuestro pasado y el momento presente y todo el porvenir que podemos suponer infinito. Todo esto coexiste para él. Ahora bien, creo que la idea de que Dios está en todas las cosas, la idea de la ubicuidad de Dios, se encuentra curiosamente en un verso de Virgilio, que dice Omnia sunt plena jovis. Todas las cosas están llenas de la divinidad. Esa idea puede ser cierta, y podría concordar con una idea de la evolución, salvo que en la evolución, se supone que el mundo está progresando, está cambiando. Y, en cambio, para Spinoza, todo eso es parte de nuestra ilusión temporal.
Recuerdo que Bernard Shaw dijo: God is in the making, Dios está haciéndose, in the making, ese hacerse de Dios somos nosotros, Dios está haciéndose en nosotros. Podemos concebir, entonces, ya que Dios está en todas las cosas, podemos suponer que está muerto en la materia, que duerme en las plantas, que sueña en los animales y que en nosotros toma consciencia por sí mismo. Y esa idea, que no tiene por qué ser rechazada por la ciencia, si es que existe la ciencia, creo que podemos aceptar esa idea. Ahora, lo que nos cuesta aceptar y lo que, según el mismo Spinoza, es inconcebible, en la idea de un Dios dotado de infinitos atributos. Quiero suponer que, además del tiempo y del espacio, pueden existir otras cosas.
He conversado ayer con un amigo mío y le dije que yo podía concebir el universo sin espacio, pero no podía concebirlo sin tiempo, sin sucesión. El me dijo que le pasaba lo contrario, que él podía imaginar, por ejemplo, el universo tal como existe, con galaxias, con átomos. Todo eso podrá existir, y como no habría tiempo, en el sentido de que no habría ninguna consciencia de ello, existiría solamente el espacio. Creo que esto es un error, porque nuestro concepto del espacio depende de nuestros sentidos, depende sobre todo del tacto, depende del gusto, depende el olfato, quizá parcialmente de la vista. Pero, en cuanto a mí, yo me creo capaz de imaginar un mundo sin espacio... no sé si ustedes pueden hacerlo. Un mundo en el que hubiera un número por qué no infinito de individuos, consciencias, y esas consciencias podrían expresarse por medio de la música, por medio de palabras. Todo eso podría existir y no tendría por qué haber espacio. Yo estoy escribiendo un cuento sobre ese tema, es solamente una idea literaria.
Ahora sabemos, imaginamos a Spinoza, que era un santo y al mismo tiempo encontramos rasgos de él, sentencias de él, que nos dejan perplejos. Pro ejemplo, Spinoza condena el remordimiento, ya que él dice "si un acto malo es un mal, pero luego recordarlo, apenarse, es agregar otro mal, es agregar otra tristeza", y la esperanza también es condenable. Como dice el dicho español, tan sabio, que todos sabemos, "el que espera desespera", esperar es desesperar. Y aquí quiero citar una estrofa de quien para mí es el máximo poeta de todos los poetas del instrumento de lengua castellana, Fray Luis de León. Fray Luis de León dice:

Vivir quiero conmigo,
Gozar quiero del bien que debo al cielo
A solas sin testigo
Libre de amor, de celo,
De odio, de esperanza, de recelo

Libre de amor, porque el amor quiere algo, el amor es una ansiedad, ya el amor duda, es una aventura. Luego, Libre de amor, / De odio, -no creo que nadie pueda entender el odio- luego de esperanza, también la esperanza es un mal.
Aquí recuerdo una broma de Bernard Shaw, que dijo que Dios había escrito en el dintel del infierno Lasciate ogni speranza voi ch'entrate para tranquilizar a los réprobos. Están en el infierno, ya no puede sucederles nada peor, estén tranquilos. No creo que esa fuera la intención de Dante pero la línea admite esa interpretación. Es decir, Spinoza nos invita a vivir "bajo cierta apariencia de eternidad".
Es decir, debemos pensar que lo que nos sucede es algo efímero, por consiguiente esto no importa. Debemos amar a Dios, ahora ¿qué significa amar a Dios para Spinoza? Ciertamente no se amaba a una persona, ya que Dios es mucho más que una persona, ya que Dios no es sólo todo el espacio y todo el tiempo sino una infinitud de otras cosas que ignoramos. Es decir que amar a Dios sería querer la concatenación de efectos y de causas. He dicho efectos antes que causas para que se sienta que ese sistema es infinito. De igual modo que en el hinduismo, en la declaraciones que hay de ese sistema se empieza siempre por la aniquilación del mundo y luego un período en que nada ocurre y luego un período en que el mundo vuelve. Pero se empieza por el Juicio Final para dar a entender que la serie es infinita.
Ahora, le dijeron a Spinoza que si no hay libre albedrío, que si Dios quiere todo, entonces por qué condenar ciertas cosas. Los ejemplos que le dieron fueron el hecho de que Nerón matara a su madre, el hecho de que Adán comiera el fruto prohibido. Ahora él contesta que lo que hay de positivo en esos actos es bueno, que lo que hay de negativo es malo, pero, para Dios, supongo que Dios ve esa concatenación infinita, esos hechos no son malos. De modo que si uno acepta la ética de Spinoza no habría hechos malos ya que no hay hechos voluntarios ya que todo ha sido querido por un Dios inescrutable que está más allá de nuestros juicios personales.
Sabemos que Spinoza no fue excomulgado -Spinoza vivió tan lejos de la sinagoga como de la Iglesia- y sin embargo hay un libro en la Biblia, el Libro de Job, en el cual creo que se llega a una idea parecida. Recordarán ustedes que el tema central del Libro de Job es el hecho de que el justo sea desdichado. ¿Cómo justificar la idea, cómo reconciliar la idea de un Dios omnipotente y de un Dios justo con la idea de que un hombre justo sufra males? En los últimos capítulos Dios habla con Job y con sus amigos del torbellino. Los condena a todos, a quienes han querido defenderlo de él, que se ha quejado de los males que lo afligen. Ahora, como el Libro de Job está escrito por una mente para la cual era esencialmente extraño el razonamiento, yo creo que pensaban por imágenes, en esos últimos capítulos se recurre a dos monstruos, Behemoth, cuyo nombre es plural para significar que es muy grande, creo que es elefante, y Leviatán puede ser una gran serpiente o puede ser una ballena. Y Dios se compara con esos monstruos. De modo que la idea sería la misma. La idea sería que nuestros juicios éticos son inaplicables a Dios, que Dios está más allá de la ética y que nosotros podemos tratar de estar dentro de ella, debemos tratar de amar, es decir, amar todo lo que ocurre.
No sé qué latino acuñó aquella frase espléndida de amor fati, el amor del hado, el amor del destino, querer todo lo que es, aunque sea nuestra desdicha, aunque lo que suceda sea nuestra desventura, nuestra muerte, nuestro tormento. Tenemos que olvidarlo, o tratar de olvidar eso y tenemos que sentir el universo o Dios, ya que natura o Deus es la misma cosa, habría que sentir un mecanismo infinitamente complejo, que no podemos juzgar pero que debemos aceptar. Y sabemos que Spinoza dedicó su vida a ser digno de ese sistema que él explicó more geometrico pero que fue una religión para él. Pensamos en él como un santo, sobre todo un santo porque no espera nada ya que él descreía de la inmortalidad personal. El pensaba que nosotros como individuos somos modos efímeros de esos dos atributos de Dios, la extensión y la consciencia, o el espacio y el tiempo. Y al mismo tiempo dice: "sentimos y sabemos que somos inmortales, pero ciertamente no inmortales como individuos sino inmortales por la partícula de divinidad que hay en nosotros".
Yo creo que ese ideal es un ideal máximo, aunque desde luego yo me siento incapaz de abrazarlo. Pero, a veces, lejos de toda idea filosófica, me he preguntado por qué me interesa tanto el destino de un individuo llamado Borges que vivía en el siglo XIX en una ciudad llamada Buenos Aires, en el hemisferio meridional, por qué me interesa tanto su suerte que no es nada del universo, pero es difícil acogerse a ese tipo de consuelo. Yo he tratado a mi modo de ser spinozista pero no he logrado serlo. Estoy seguro de no poder seguir los razonamientos de Spinoza. Creo que todo lector ha sido derrotado pro el método geométrico de Spinoza, pero creo que todo lector de Spinoza ha sentido algo que no le hubiera interesado a Spinoza, es decir la presencia personal de Spinoza, esa persona que el mismo Spinoza juzgaba ilusoria. Sin embargo existe para nosotros y creo que seguirá existiendo. Creo que Spinoza tiene que ser sentido como un santo. Creo que todos tenemos que deplorar no haberlo conocido personalmente como deploramos no haber conocido, como yo en mi caso, a Berkeley, a Montaigne. Siento no haberlos conocido personalmente. Me sucede lo mismo con Spinoza y creo que a todos los hombres les pasará lo mismo.
Y, ahora, este exordio ha sido demasiado largo y querría que ustedes me tomaran examen a mí y demostraran que yo sé muy poco de Spinoza, porque la verdad es ésa. Ahora vamos a entrar en lo realmente importante y quiero que perdonen este prólogo tan repetitivo, tan largo, pero todo eso ha sido dictado por el hecho de que soy muy tímido. Y ahora vamos a divertirnos un rato, vamos a conversar, vamos a olvidar que somos muchos, aunque somos muchos. Spinoza dice que sólo existe Dios. De modo que acá está Dios monologando a través de nosotros, usándonos como instrumento. Podemos hablar de Spinoza o si ustedes han llegado a la conclusión de que sé muy poco sobre este tema elijamos otro.


-II-

El Labrador de Infinitos

Conferencia sobre Baruj Spinoza de Jorge Luis Borges en la Sociedad Hebraica Argentina

Señoras, señores:
En una novela de Joseph Conrad, que para mí es el novelista, un navegante, que es el narrador, ve desde la proa de su nave algo. Una sombra, una claridad en los confines del horizonte. Y se dice que esa claridad, esa sombra, es de la costa de África. Y que más allá hay fiebres, imperios, ruinas, Sahara, los grandes ríos que exploraron Stanley, Livingstone, y luego palmeras, y lo que queda de Cartago, que Roma borró con el fuego y con la sal. Y luego la historia de portugueses, de holandeses, de zulúes, de bantúes, y también los compradores de esclavos, y ruinas, y pirámides. Es decir, un vastísimo mundo. De selvas, desde luego, de leopardos, de pájaros.

Bueno, a mí me sucede algo parecido. Me he comprometido a hablar de Spinoza. Me he pasado la vida explorando a Spinoza y, sin embargo, qué puedo decir de él. Puedo decir de él lo que dice el narrador de la novela de Conrad. Ha vislumbrado algo. Sabe que eso que vislumbra es vastísimo. Yo me propuse alguna vez un libro sobre Spinoza. Tengo encasa, bueno, varias ediciones de la Ethica, en alemán, en francés, en inglés. Y muchos estudios sobre Spinoza, y biografías. Sin embargo, qué puedo confesar ahora sino mi ignorancia, mi deslumbrada ignorancia. Pero tengo la impresión de algo no solo infinito sino esencial también. Algo que de algún modo me pertenece. Yo pensaba escribir un libro sobre Spinoza. Junté los materiales, y luego descubrí que no podía explicar a otros lo que yo mismo no puedo explicarme. Pero hay algo que puedo sentir, misterioso como la música, misterioso como su Dios.
Pero pensé en estos días que Spinoza había consagrado su vida a construir dos imágenes. Una es la que conocemos todos. Recuerdo aquellas palabras que en la presentación acaba de recitar un amigo mío: un hombre engendra a Dios... Ese fue Spinoza, que dedicó su vida no solo a pulir lentes sino también a pulir lo que yo he llamado en un soneto ese otro claro laberinto de la Divinidad, ese ser infinito, que viene a ser el más complejo de los dioses.
Una de las tareas de la humanidad ha sido imaginar a Dios. Pero, de los casi infinitos dioses que se han imaginado, ninguno, ni siquiera el Dios de la Escolástica, el Dios de Santo Tomás, por ejemplo, puede competir en variedad, en insondabilidad (si se me permite el barbarismo), con el Dios de Spinoza. Bueno, esa imagen ha quedado y será parte de la memoria de todos los hombres. Más allá de los otros dioses del panteísmo, por ejemplo la esfera infinita de Parménides, por ejemplo el Brama de la India, que crea el mundo, Visnú, que lo conserva, y Siva, que lo destruye. Salvo que Siva es, a la vez, el que destruye y el que engendra, ya que la muerte y el acto sexual vienen a ser lo mismo, porque uno es causa del otro.
Bueno, Spinoza dedicó su vida a imaginar a Dios con amor, con lo que él llamó amor intelectual, una expresión que tomó de Moisés Maimónides. Dedicó su vida a imaginar a Dios con imaginación, con amor y con una rigurosa razón que suele llamarse razón cartesiana. Salvo que Spinoza fue mucho más riguroso que Descartes, su maestro. Ya que si Descartes parte del rigor cartesiano y concluye en el Vaticano y en la Trinidad, no muchos podemos esperar de ese rigor. En cambio Spinoza llevó su voluntad, no diré de engendrar, sino de erigir a Dios, ese cristalino laberinto, hasta el fin.
Pero, mientras él se dedicaba a ese propósito, estaba creando otra imagen. Esa otra imagen no es menos inmortal que la de Dios. Es la imagen que ha dejado en cada uno de nosotros. La imagen de su propia vida. Recuerdo una expresión latina, vita umbratiles, vida en la sombra. Es la que buscó Spinoza y la que no ha logrado ciertamente, ya que ahora, tantos siglos después, estamos aquí, en el extremo de un continente que casi ignoró, estamos aquí pensando en él, yo tratando de hablar de él, y todos extrañándolo. Y, curiosamente, queriéndolo, lo cual es lo más importante.
Bueno, veamos primero esa imagen de la vida de Spinoza que sin duda ustedes conocen mejor que yo.

En Holanda
Suele leerse que Spinoza era un judío portugués. En todo caso, su familia se embarcó en Lisboa huyendo del quemadero inquisitorial y buscó refugio en la más tolerante de las naciones, Holanda. Y Spinoza fue un buen ciudadano holandés.
Leí hace años en una biografía de Spinoza un catálogo de su biblioteca. Y, curiosamente, no figuraban libros portugueses. Pero había ejemplares de Cervantes, y de Quevedo también.
Y leí en la admirable History of Western Philosophy, de Bertrand Russell, que Spinoza conocía el castellano, el portugués (su familia se embarcó en Lisboa, y además conocer un idioma es conocer a otros, las diferencias son mínimas, como yo lo he comprobado muchas veces), y supo también latín.
Es una lástima que hayamos perdido el latín. Todos sentimos la nostalgia del latín, y la literatura la siente. En versos de Quevedo, pro ejemplo. Feroz, de tierra, el débil muro escalas. El hipérbaton latino. Quiere decir: feroz escalas el débil muro... Y otro hipérbaton famoso de Elegía a las ruinas Itálicas: Esto, Fabio, ay dolor, que ves ahora..., que parecen palabras casi amontonadas al azar, y luego todo se explica al empezar el segundo verso: campos de soledad, mustio collado. Y tendríamos ejemplos de Góngora más forzados y menos felices...
Pero, en fin. Spinoza llegó no solo a escribir en latín, sino, estoy casi seguro, a pensar en latín. Es una lástima que se haya perdido esa lengua universal. Y todos sentimos esa nostalgia. Es una característica de las literaturas. De todas. Querer volver al latín, ese idioma que Browning llamó el idioma de mármol: latín, marble language.
Pues bien. Spinoza conoció desde luego el holandés. Fue su lengua. Estudió quizás algo de griego, estudió el hebreo, y algo de le habrá alcanzado del italiano, y del francés también. Su familia era humilde. Mis fechas son vagas, pero espero no equivocarme al hablar de 1632- 1677, lo cual daría una vida bastante larga, cuarenta y cinco años, dada la tuberculosis que lo aquejó. Recuerdo haber escrito aquel soneto, donde me refiero a la tuberculosis, que dice así: Las traslúcidas manos del judío / Labran en la penumbra los cristales / Y la tarde que muere es miedo y frío / (Las tardes a las tardes son iguales). Luego explico que esos cristales son los lentes que él pulía, ya que existe esa buena tradición judía de que el rabino tenga un oficio manual. Y luego esos otros cristales que constituyen el laberinto de la Divinidad.
Spinoza estudió el hebreo, estudió la escritura, estudió el Talmud, estudió la filosofía de Maimónides y estudió la Cábala. En cuanto a la Cábala, la consideró un delirio. Y en cuanto a todo lo demás, esa idea de un Dios que es un ser personal, un Dios que elige un pueblo, un Dios que hace pacto con el pueblo, todo eso le resultó del todo extraño. El lo rechazó y divulgó sus dudas entre sus compañeros. Y eso se supo, y tiene que haber sido bastante importante su influencia, ya que quisieron sobornarlo con mil florines, que él rechazó, y, según se dice, trataron de asesinarlo. Pero como él persistía en sus opiniones heréticas, la Sinagoga lo excomulgó. En las biografías de él están las terribles palabras del Anatema: Anatema sea cuando está solo. Anatema sea en la calle. Anatema sen en el lecho. Que ningún hombre se acerque a él...
Una cosa terrible. Bueno, fue excomulgado, arrojado de Israel, y quizá lo atrajo la Escolástica, quizás habrá leído algo del teólogo irlandés del siglo IX Escoto Erígena. Escoto quiere decir irlandés. Erígena nacido en Erín, en Irlanda. Es decir, dos veces irlandés. Escoto llegó a la corte de Carlos el Calvo desde su monasterio en Irlanda, perseguido por los sajones, e inventó un sistema según el cual todas las cosas emanan de la Divinidad, y después del Juicio Final regresan a la Divinidad. Curiosamente, ese sistema es el mismo que otro irlandés más famoso, George Bernard Shaw, dramatiza en el pentateuco metabiológico Vuelta a Matusalén, en el cual dice que no hay hombres adultos, por lo menos en Occidente, y que la edad mínima debe ser de trescientos años. Ya la final, en el último acto, todas las cosas vuelven a la Divinidad.
Hay una expresión muy linda, admirable, de este sistema, en la obra Contemplations, de Víctor Hugo. El poema se titula hermosamente Ce que dit la bouche d'ombre, Lo que dice la boca de sombra, y al final todos los seres, sin excluir al demonio, vuelven a Dios, y vuelven también los dragones, las serpientes, los reptiles que hemos hecho símbolos del mal, y todos ellos vuelven a la Divinidad y no se sabe qué sucede después. Pulir, pensar, escribir
Pues bien, Spinoza vive humildemente en distintas ciudades de Holanda, da pruebas de su valor en alguna circunstancia patriótica y rechaza dos sobornos. En un caso, le ofrecieron no sé qué cargo muy importante en Francia a condición de que él dedicara un libro a Luis XIV, el gran monarca. Pero Spinoza rechazó aquello. Y luego le ofrecieron también una cátedra de filosofía en Heidelberg, Alemania. Y le prometieron que tendría plena libertad de expresar su pensamiento. El rechazó este soborno también y siguió puliendo lentes, pensando y escribiendo. Escribiendo en un árido latín, como Swedenborg, el místico sueco que fue su contemporáneo.
Tenía muchos amigos. En Inglaterra, en Holanda, en Alemania. Decidió escribir su libro siguiendo el método geométrico de Euclides, y eso hace que su lectura sea muy difícil. Goethe dice que no se atrevió a entrar en ese laberinto que vendría a ser la Ethica de Spinoza porque leyó algunas páginas y no se sintió mejorado en ningún momento, pero que vio lo bastante de Spinoza para sentir su grandeza, para sentir que ahí había algo distinto.
Spinoza recibió la visita de Leibniz, y, según he leído, Leibniz habría tomado de él la doctrina de la armonía preestablecida, pero luego negó haberlo conocido. No se condujo bien con él. Pues bien, Spinoza llevaba su vida. Era una vida muy sencilla. Creo que le gustaba la sopa de lentejas, se retiraba muy temprano y su ocupación principal era el pensamiento.
Ilustre vida. Ahora, ese modo de escribir, en el cual sigue la geometría de Euclides, no es arbitrario, ya que veía todo el Universo como lógicamente justificable. Y. Si creía que la geometría podía justificarse lógicamente, no es un capricho (y además Descartes ya había hecho algo parecido) que explicara su filosofía de ese modo, mediante axiomas, definiciones, proposiciones, corolarios. En los Estados Unidos, tuve ocasión de manejar un libro titulado On God (De Dios), que es el nombre de otra obra de Spinoza, pero ese libro está construido de este modo: se suprime todo el incómodo andamio geométrico y está el texto de Spinoza. Y se han combinado la Ethica y el Tractatus con las cartas de él a sus amigos en las cuales explica sin aparato geométrico el sistema.
Pues bien, Spinoza llevó esa vida. Bertrand Russell dijo que quizá no es el más riguroso de los filósofos, pero, y esto es mucho más importante, sí The most lovely, el más querible de todos los filósofos, ya que otros pueden ser admirados, pero no queridos. Y es más importante ser querido que admirado.
El, quizá tomando esa idea de Maimónides, predicó el amor intelectual de Dios. Pero dice ( y esto no lo entendió bien Goethe) que ese amor no espera ser correspondido. Debemos querer a Dios, pero no debemos esperar que él nos quiera. Dios se quiere infinitamente a sí mismo y no tiene por qué querernos a nosotros, que somos atributos o modos muy parciales, casi infinitesimales, de la Divinidad.
Sabemos, entonces, que Spinoza vivió solo, que se retiraba temprano. Pero hay un rasgo un tanto ingrato que, sin embargo, no tengo por qué ocultar, ya que nos ayuda a tener una imagen suya. Ese rasgo es que le gustaba organizar y presenciar riñas de arañas. Veía en esos duelos símbolos de la maldad y las pasiones de los hombres. Siento haber tenido que recordar eso.
Bueno, ya tenemos esa vida que pasa de una ciudad a otra en Holanda, que rechaza honores ofrecidos en Heidelberg, ofrecidos también, creo, por La Sorbona, en París, y que prefiere el placer intelectual a cualquier otro.
Parece que siendo muy joven se enamoró, que su amor no fue correspondido, que él volvió a ese otro amor, el amor de Dios. Vivió cuarenta y cinco años, murió tísico, e inmediatamente se dijo que había sido ateo. Lo cual parece un castigo justo para un hombre que pensaba que solo Dios existe.
Hay un verso de Amado Nervo que vendría a ser una suerte de síntesis, quizás involuntaria, de la filosofía de Spinoza. Ese verso, si no me engaño, dice: Dios existe / nosotros somos los que no existimos.
He llegado a pensar que la filosofía de Spinoza puede llegar a desaparecer, pero que quedará su imagen. John Toland, unos cuarenta años después de la muerte de Spinoza, acuñó una palabra que parece imprescindible ahora y que él no conoció: la palabra panteísmo. Es lo contrario a ateísmo. Ateísmo quiere decir que no hay Dios, y panteísmo, que todo es Dios. Spinoza usa la frase Deus sive natura, (Dios o la Naturaleza). Es decir, ambas cosas son iguales. Dios o el Universo. Salvo que el universo no es solo el Universo material, el del espacio astronómico, sino lo que llamamos el proceso cósmico. Es decir, el Universo comprende todo lo que existe. Nos comprende, por ejemplo, a cada uno de nosotros, comprende esta tardía tarde posterior a la muerte de Spinoza, comprende toda nuestra vida, lo que soñamos, lo que entresoñamos, lo que hemos hecho, comprende la historia universal, y todo eso también es Dios.
Ahora, el panteísmo como sistema es antiguo. Lo encontramos por ejemplo en Parménides. Creía que solo existe una esfera, infinita, pero esa esfera es material. Y en la filosofía de la India, tenemos a Brama, que es también el Universo. Y luego hubo otras filosofías panteístas posteriores. Pero la más extraña es la de Baruj Spinoza, o benedictus Spinoza. Para él hay un solo ser, y ese ser es Dios. Pero ese Dios es harto más complejo que las otras divinidades que nos han propuesto los teólogos de todas las sectas y de todas partes del mundo. La definición, creo, está en la primera página de la Ethica, aunque es de difícil comprensión y no estoy seguro de haberla entendido. Pero quizá podamos adelantar algo en la infinita exploración de esa frase. El define a Dios como una sustancia infinita, dotada de infinitos modos o a tributos. Y agrega que esa sustancia es su propia causa. Eso es lo más difícil, o en todo caso me resulta a mí lo más difícil. Pero podemos pensar en la definición ontológica de la Divinidad que da el escolástico San Anselmo. Según parece, era un italiano, arzobispo de Canterbury, y creía en Dios, y le pidió que, ya que había tanta gente que no creía en Él, le diera un prueba, y descubrió así lo que se ha dado en llamar la prueba ontológica, la prueba del Ser. Hay otras pruebas que dicen que Dios existe ya que en este mundo se observa un orden. Por ejemplo, las diversas edades del hombre, las diversas estaciones, el orden de los astros, el hecho de que las cosas se dividan en animales, minerales, vegetales. Ese vendría a ser el orden cosmológico, pero el ontológico es más raro. Voy a decirlo con las mismas palabras de San Anselmo, que quizá lo hagan más fácil, aunque no convincente. Empieza por preguntar: ¿Puedes tú concebir un ser perfecto? Y para seguir el juego tenemos que decir que sí. Entonces sigue: ¿Puedes concebir un Ser absolutamente poderoso, absolutamente omnisciente, absolutamente justo? Tenemos que contestar que sí. Luego San Anselmo nos pregunta: ¿Ese Ser existe o no? Entonces, si somos sinceros, contestamos que no sabemos. Y San Anselmo nos dice: Entonces, no has imaginado al Ser más perfecto, ya que le falta el atributo de existir. Y podemos imaginar otro más perfecto, que además exista. Luego, Dios existe.
Ahora, no entiendo esta prueba, porque me parece muy raro que una combinación de palabras pueda determinar la existencia de Dios. Porque al fin, lo que San Anselmo ha dicho, y Spinoza también, no son más que combinaciones de palabras dichas en latín, o en castellano, o en la lengua que ustedes quieran, en cierto orden.
Luego, Hegel toma ese argumento de un modo insolente que no puede convencer a nadie. Empieza por preguntarnos si una hormiga existe. Le contestamos, previsiblemente, que sí. Entonces, Hegel dice: Bueno, si una hormiga, que es un ser mínimo que podemos aniquilar de un pisotón, existe, cómo no va a existir Dios, que es un ser todopoderoso.
No sé si este es un juego de palabras o mucho más. A mí, personalmente, esto no me convence.
Pues bien, Spinoza nos propone ese ser que es causa de sí mismo, y luego de dedica a explorarlo. Y ya que ese ser es Dios, tiene que ser infinito. Y Spinoza piensa en una sustancia infinita, dotada de infinitos modos o atributos. Y aquí viene quizá lo más sorprendente de su concepto de Dios. Sé que todo esto es raro, para ustedes y para mí, pero tengo que explicarlo de algún modo. Pues bien, Spinoza imagina esa sustancia infinita, dotada de infinitos atributos. Y al decir infinito no quiero decir múltiple, quiero decir estrictamente infinito. Por ejemplo, si pensamos en el tiempo, el tiempo es estrictamente infinito, ya que no podemos concebir ni un principio ni un fin. Ya lo mismo ocurre con la idea de Spinoza. Pero dos de los atributos, y aquí prepárense para algo muy asombroso también, son lo que él llama la extensión y el pensamiento. Pero quizá más fácil para nosotros sea decir el espacio y el tiempo. Esos vendrían a ser dos de los atributos de Dios. Ahora, Leibniz tomó su idea de la armonía preestablecida de Spinoza, y esto podría explicarse así: imaginemos dos cosas tan distintas como la materia y el espíritu. ¿Cómo puede una influir en la otra? Por ejemplo: alguien clava una aguja en mi carne. Ese es un hecho físico. Yo siento dolor. Ese es un hecho mental, o espiritual. ¿Cómo puede ser que uno esté causado por el otro? O, por ejemplo, en este momento alguien saca una fotografía. Yo, a pesar de mi ceguera, veo el flash. ¿Cómo puede ese flash, que es meramente físico, ser percibido por mi mente, que es espiritual? Todos tendemos a pensar, quizá sea imposible no pensar, que lo material influye en lo físico. Por ejemplo, yo estoy pronunciando estas palabras. Ustedes las oyen. Es difícil suponer que mi pronunciación de estas explicativas y torpes palabras no sea la causa de lo que ustedes oyen. Pero, según Leibniz, y según Spinoza, el hecho no es ese. El hecho vendría a ser que son dos cosas paralelas, pero no una, causa de la otra. El ejemplo que da Leibniz es este: él imagina dos relojes. Los dos funcionan perfectamente. Les dan cuerda. En el mismo momento en que uno marca las siete de la tarde, el otro marca las siete. Pero ninguno de esos dos relojes ejerce una influencia en el otro. Los dos han sido condicionados para ese hecho. Pues bien, según Leibniz, y según Spinoza, cada uno de nosotros ha sido condicionado por la Divinidad para una serie de hechos. Y esos hechos son paralelos. En el momento en que yo golpeo la mesa, ustedes oyen el golpe. Pero no se trata de que el golpe haya producido esa impresión en ustedes. Se trata de que cada uno de nosotros ha sido condicionado inconcebiblemente para ese fin.
Yo tengo 85 años. Posiblemente, me he muerto hace unos días, y ustedes han sido condicionados para seguir escuchándome. O ustedes no han venido, han ido todos a oír la conferencia sin duda muy superior de Octavio Paz, pero yo he sido condicionado para oírlos a ustedes y sentir que están aquí.
No sé si ustedes pueden aceptar eso. Pero eso no es nada. Yo creo que la filosofía y la teología son las formas más extravagantes y más admirables de la literatura fantástica. Ahora viene algo aún más raro que las muchas cosas raras que he dicho.
Atributos infinitos
Según Spinoza, Dios es una sustancia infinita que consta de un número infinito de atributos. Uno de ellos es el espacio, o lo que llama la extensión, y el otro el tiempo, o lo que llama el pensamiento. Pero, además, hay un número infinito de otros atributos. A nosotros solo se nos ha dado sentir dos: el espacio y el tiempo. Entonces, yo decido abrir los dedos de esta manos, y eso es el pensamiento. Luego, yo abro lentamente los dedos, y esa es la extensión, el espacio. Pero, paralelamente, en otra serie ocurren infinitas otras cosas que ni siquiera podemos concebir. Y eso vendría a ser el Universo.
Si eso es así, casa uno de nosotros ha sido condicionado, y ninguno de nosotros merece ser castigado, o premiado. Con eso se borra la idea de un establecimiento penal, el Infierno, y un establecimiento premial, el Cielo. Somos autómatas condicionados para un fin, y nuestro arduo deber es el amor de Dios, que vendría a ser no el amor de un Ser, sino el amor de todo este sistema.
Ahora, en cuanto a Dios, Spinoza le concede la imaginación, Dios imagina hasta el más ínfimo detalle de nuestras vidas, que además conciernen a todos los atributos infinitos. Pero, curiosamente, le niega dos posibilidades. Una, la de comprender, ya que, si yo comprendo algo, el instante anterior fue de incomprensión. Yo, de golpe, comprendo que estoy hablando demasiado tiempo, o que no he hablado bastante, pero hay un momento anterior. Y luego, Spinoza le niega también a Dios la voluntad, ya que querer algo es carecer de algo. Si yo quiero salir de aquí, si yo quiero haber llegado, quiere decir que hubo un momento en que no estuve aquí, un momento en el cual decidiré irme. Y Dios, que es todas las cosas, Dios, que agota todas las posibilidades, no puede desear nada y no puede comprender nada. El es todas las cosas.
Un consejo
Y entonces Spinoza aconseja a los hombres, si es que cabe aconsejar algo a alguien que ha sido condicionado, no arrepentirse, porque el arrepentimiento es un error, ya que obrar mal es un error, y arrepentirse es agregar una tristeza también. De modo que él aconsejaría la serenidad, si es que depende de nosotros la serenidad.
Y recuero aquí inesperadamente una estrofa de un gran poeta español, de origen judío también como su nombre lo indica, Fray Luis de León (los toponímicos corresponden a apellidos judíos), que dice: Vivir quiero conmigo / gozar quiero del bien que debo al Cielo / a solas sin testigo / libre de amor, de celo / de odio, de esperanza, de recelo.
Libre de amor, ya que el amor es una pasión, una pasión que nos inquieta, y puede aniquilarnos. Luego, de celos, de odio, de esperanza, de recelo. Pero, como esos atributos son de algún modo imaginarios, ya que no agotan la sustancia divina, Spinoza dice que los hombres deben tratar de liberarse de la esperanza y del temor, que se parecen tanto. El que espera desespera. Además, ambas cosas se refieren al tiempo. Esperar algo es esperar algo del tiempo, suponer que mañana puede suceder algo. Temer algo es, de algún modo, lo mismo, y todo eso está contra la idea de Spinoza de que el tiempo es ilusorio, como lo es el espacio. Son dos de los atributos de la Divinidad, pero los dos, y queda un número estrictamente infinito de otros. Bueno... cuando vine aquí me recordaron una frase de Spinoza que dice algo así como no llorar, no esperar, no temer. Sí tratar de comprender, ya que es tan vasto ese territorio que llamamos la Divinidad que no acabaremos de recorrerlo.
No sé si he logrado darles a ustedes una idea de ese querible ser humano Baruj Spinoza. Fue anatemizado, la Sinagoga lo rechazó, ahora ha vuelto póstumamente a anexarlo, no sé si eso puede importarle a él... Él no creía en la inmortalidad personal. Spinoza escribió: sentimos, experimentamos ser inmortales. Pero no se refería a su yo, sino a esa sustancia que somos. De algún modo sentimos la inmortalidad de esa sustancia anterior en el tiempo a nuestro nacimiento, posterior a nuestra muerte en el tiempo.


*   *   *
Los que han tratado de crearle un nombre y estudiar al Principio Incognoscible de todas las cosas, al intentar hacerlo sólo han logrado degradarlo hasta su nivel, al no poder nivelarlo por el humano entendimiento para su comprensión. Todo lo que es, ha sido y será, está compenetrado por el TODO que es DIOS; su manifestación abarca desde lo más sutil y cercano a ÉL, hasta lo más denso o lejano de ÉL, pero en ÉL nada es cercano o lejano, sólo ES. En la organización del Universo manifestado corresponde a diferentes Jerarquías Espirituales actuar como transformadores de la Energía que desde ÉL dimana, para hacerla llegar graduada a los planos menos sutiles que no podrían recibir una vibración tan elevada sin desintegrarse. Esa Energía es la chispa de vida que mantiene con vida cada partícula, átomo y molécula. Chispa que en el hombre llega desde el personal espíritu siendo transformada plano a plano por sus cuerpos cada vez más densos. Ello nos diferencia del mundo animal, vegetal y mineral.
Cuando Tatios pregunta a Hermes sobre DIOS, el Trismegisto le responde: Hablar de DIOS es imposible hijo, pues lo corpóreo no puede expresar a lo incorpóreo... Lo que no posee cuerpo ni apariencia, forma ni materia, no puede ser comprendido por los sentidos. Yo comprendo Tatios, comprendo, que lo imposible de definir, eso es DIOS.
De la Sagrada Enseñanza

La Gran Obra de Baruch Spinoza

Ética demostrada según el orden geométrico

Esta monumental obra publicada de manera póstuma por amigos en 1677, Spinoza la divide en cinco partes, a saber:

PARTE PRIMERA: DE DIOS
PARTE SEGUNDA: DE LA NATURALEZA Y ORIGEN DEL ALMA
PARTE TERCERA: DEL ORIGEN Y NATURALEZA DE LOS AFECTOS
PARTE CUARTA: DE LA SERVIDUMBRE HUMANA, O DE LA FUERZA DE LOS AFECTOS
PARTE QUINTA: DEL PODER DEL ENTENDIMIENTO O DE LA LIBERTAD HUMANA

In extenso transcribiré la Primera Parte sobre DIOS.


DE DIOS
DEFINICIONES
I.—Por causa de sí entiendo aquello cuya esencia implica la existencia, o, lo que es lo mismo, aquello cuya naturaleza sólo puede concebirse como existente.
II.—Se llama finita en su género aquella cosa que puede, ser limitada por otra de su misma naturaleza. Por ejemplo, se dice que es finito un cuerpo porque concebimos siempre otro mayor. De igual modo, un pensamiento es limitado por otro pensamiento. Pero un cuerpo no es limitado por un pensamiento, ni un pensamiento por un cuerpo.
III.—Por sustancia entiendo aquello que es en sí y se concibe por sí, esto es, aquello cuyo concepto, para formarse, no precisa del concepto de otra cosa.
IV.—Por atributo entiendo aquello que el entendimiento percibe de una sustancia como constitutivo de la esencia de la misma.
V.—Por modo entiendo las afecciones de una sustancia, o sea, aquello que es en otra cosa, por medio de la cual es también concebido.
VI.—Por Dios entiendo un ser absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita.
Explicación:
Digo absolutamente infinito, y no en su género; pues de aquello que es meramente infinito en su género podemos negar infinitos atributos,
mientras que a la esencia de lo que es absolutamente infinito pertenece todo cuanto expresa su esencia, y no implica negación alguna.
VII.—Se llama libre a aquella cosa que existe en virtud de la sola necesidad de su naturaleza y es determinada por sí sola a obrar; y necesaria, o mejor compelida, a la que es determinada por otra cosa a existir y operar, de cierta y determinada manera.
VIII.—Por eternidad entiendo la existencia misma, en cuanto se la concibe como siguiéndose necesariamente de la sola definición de una cosa eterna.
Explicación: En efecto, tal existencia se concibe como una verdad eterna, como si se tratase de la esencia de la cosa, y por eso no puede explicarse por la duración o el tiempo, aunque se piense la duración como careciendo de AXIOMAS
I.-Todo lo que es, o es en sí, o en otra cosa.
II. —Lo que no puede concebirse por medio de otra cosa, debe concebirse por sí.
III.—De una determinada causa dada se sigue necesariamente un efecto, y, por el contrario, si no se da causa alguna determinada, es imposible que un efecto se siga.
IV.—El conocimiento del efecto depende del conocimiento de la causa, y lo implica.
V.—Las cosas que no tienen nada en común una con otra, tampoco pueden entenderse una por otra, esto es, el concepto de una de ellas no implica el concepto de la otra.
VI.—Una idea verdadera debe ser conforme a lo ideado por ella.
VII.—La esencia de todo lo que puede concebirse como no existente no implica la existencia.
PROPOSICIÓN I
Una sustancia es anterior, por naturaleza, a sus afecciones.
Demostración: Es evidente por las Definiciones 3 y 5.

PROPOSICIÓN II
Dos sustancias que tienen atributos distintos no tienen nada en común entre sí.
Demostración: Es evidente por la Definición 3. En efecto: cada una debe ser en sí y concebirse por sí, esto es, el concepto de una no implica el concepto de la
otra.
PROPOSICIÓN III
No puede una cosa ser causa de otra, si entre sí nada tienen en común.
Demostración: Si nada común tienen una con otra, entonces (por el Axioma 5) no pueden entenderse una por otra, y, por tanto (por el Axioma 4), una no puede ser causa de la otra. Quod erat demonstrandum (en lo sucesivo Q.E.D.).
(Del latín= lo que se quería demostrar).
PROPOSICIÓN IV
Dos o más cosas distintas se distinguen entre sí, o por la diversidad de los atributos de las sustancias o por la diversidad de las afecciones de las mismas.
Demostración: Todo lo que es, o es en sí, o en otra cosa (por el Axioma 1), esto es (por las Definiciones 3 y 5), fuera del entendimiento nada se da excepto las sustancias y sus afecciones. Por consiguiente, nada hay fuera del entendimiento que sea apto para distinguir varias cosas entre sí, salvo las sustancias o, lo que es lo mismo (por la Definición 4), sus atributos y sus afecciones. Q.E.D.
PROPOSICIÓN V
En el orden natural no pueden darse dos o más sustancias de la misma naturaleza, o sea, con el mismo atributo.
Demostración: Si se diesen varias sustancias distintas, deberían distinguirse entre sí, o en virtud de la diversidad de sus atributos, o en virtud de la diversidad de sus afecciones (por la Proposición anterior). Si se distinguiesen por la diversidad de sus atributos, tendrá que concederse que no hay sino una con el mismo atributo. Pero si se distinguiesen por la diversidad de sus afecciones, entonces, como es la sustancia anterior por naturaleza a sus afecciones (por la Proposición 1), dejando, por consiguiente, aparte esas afecciones, y considerándola en sí, esto es (por la Definición 3 y el Axioma 6), considerándola en verdad, no podrá ser pensada como distinta de otra, esto es (por la Proposición precedente), no podrán darse varias, sino sólo una. Q.E.D.
PROPOSICIÓN VI
Una sustancia no puede ser producida por otra sustancia.
Demostración: En la naturaleza no puede haber dos sustancias con el mismo atributo (por la Proposición anterior), esto es (por la Proposición 2), no puede haber dos sustancias que tengan algo de común entre sí. De manera que (por la Proposición 3) una no puede ser causa de la otra, o sea, no puede ser producida por la otra. Q.E.D.
Corolario: Se sigue de aquí que una sustancia no puede ser producida por otra cosa. Pues nada hay en la naturaleza excepto las sustancias y sus afecciones, como es evidente por el Axioma 1 y las Definiciones 3 y 5. Pero como (por la Proposición anterior) una sustancia no puede ser producida por otra sustancia, entonces una sustancia no puede, en términos absolutos, ser producida por otra cosa. Q.E.D.
De otra manera: Se demuestra ésta más fácilmente todavía en virtud del absurdo de su contradictoria. Pues, si la sustancia pudiese ser producida por otra cosa, su conocimiento debería depender del conocimiento de su causa (por el Axioma 4); y, por lo tanto (según la Definición 3), no sería una sustancia.
PROPOSICIÓN VII
A la naturaleza de una sustancia pertenece el existir.
Demostración: Una sustancia no puede ser producida por otra cosa (por el Corolario de la Proposición anterior); será, por tanto, causa de sí, es decir (por la Definición 1), que su esencia implica necesariamente la existencia, o sea, que a su naturaleza pertenece el existir. Q.E.D.
PROPOSICIÓN VIII
Toda sustancia es necesariamente infinita.
Demostración: No existe más que una única sustancia con el mismo atributo (por la Proposición 5), y el existir pertenece a su naturaleza (por la Proposición 7). Por consiguiente, competerá a su naturaleza existir, ya como finita, ya como infinita. Pero como finita no puede existir, pues (por la Definición 2) debería ser limitada por otra cosa de su misma naturaleza, que también debería existir necesariamente (por la proposición 7); y entonces habría dos sustancias con el mismo atributo, lo cual es absurdo (por la Proposición 5). Por tanto, existe como infinita. Q.E.D.
Escolio 1: Como el ser finito es realmente una negación parcial, y el ser infinito una afirmación absoluta de la existencia de cualquier naturaleza, se sigue, pues, de la sola Proposición 7, que toda sustancia debe ser infinita.
Escolio 2: No dudo que sea difícil concebir la demostración de la Proposición 7 para todos los que juzgan confusamente de las cosas y no están acostumbrados a conocerlas por sus primeras causas; y ello porque no distinguen entre las modificaciones de las sustancias y las sustancias mismas, ni saben cómo se producen las cosas. De donde resulta que imaginen para las sustancias un principio como el que ven que tienen las cosas naturales; pues quienes ignoran las verdaderas causas de las cosas lo confunden todo, y, sin repugnancia mental alguna, forjan en su espíritu árboles que hablan como los hombres, y se imaginan que los hombres se forman tanto a partir de piedras como de semen, y que cualesquiera formas se transforman en otras cualesquiera. Así también, quienes confunden la naturaleza divina con la humana atribuyen fácilmente a Dios afectos humanos, sobre todo mientras ignoran cómo se producen los afectos en el alma. Pero si los hombres atendieran a la naturaleza de la sustancia, no dudarían un punto de la verdad de la Proposición 7; muy al contrario, esta Proposición sería para todos un axioma, y se contaría entre las nociones comunes. Pues por sustancia entenderían aquello que es en sí y se concibe por sí, esto es, aquello cuyo conocimiento no precisa del conocimiento de otra cosa. En cambio, por modificaciones entenderían aquello que es en otra cosa, y cuyo concepto se forma a partir del concepto de la cosa en la que es: por lo cual podemos tener ideas verdaderas de modificaciones no existentes; supuesto que, aunque no existan en acto fuera del entendimiento, su esencia está, sin embargo, comprendida en otra cosa, de tal modo que pueden concebirse por medio de ésta. Por contra, la verdad de las sustancias fuera del entendimiento está sólo en sí mismas, ya que se conciben por sí. Por tanto, si alguien dijese que tiene una idea clara y distinta —esto es, verdadera— de una sustancia y, con todo, dudara de si tal sustancia existe, sería en verdad lo mismo que si dijese que tiene una idea verdadera y, con todo, dudara de si es falsa (como resulta patente al que preste la suficiente atención); o si alguien afirma que una sustancia es creada, afirma a la vez que una idea falsa se ha hecho verdadera: y, sin duda, no puede concebirse nada más absurdo. Por ello, debe reconocerse que la existencia de una sustancia es, como su esencia, una verdad eterna. Mas de ello, de otra manera, podemos concluir que no hay sino una única sustancia de la misma naturaleza, lo cual he pensado que merecía la pena mostrar aquí. Pero para hacerlo con orden, debe notarse: 1) que la verdadera definición de cada cosa no implica ni expresa nada más que la naturaleza de la cosa definida. De lo cual se sigue esto: 2) que ninguna definición conlleva ni expresa un número determinado de individuos, puesto que no expresa más que la naturaleza de la cosa definida. Por ejemplo, la definición de un triángulo no expresa otra cosa que la simple naturaleza del triángulo, pero no un determinado número de triángulos. 3) Debe notarse que se da necesariamente alguna causa determinada de cada cosa existente. 4) Por último, debe notarse que esa causa, en cuya virtud existe una cosa, o bien debe estar contenida en la misma naturaleza y definición de la cosa existente (ciertamente, porque el existir es propio de su naturaleza), o bien debe darse fuera de ella. Sentado esto, se sigue que, si en la naturaleza existe un determinado número de individuos, debe darse necesariamente una causa en cuya virtud existan esos individuos, ni más ni menos. Si, por ejemplo, existen en la naturaleza veinte hombres (que, para mayor claridad, supongo existen a un tiempo, y sin que en la naturaleza haya habido otros antes), no bastará (para dar razón de por qué existen veinte hombres) con mostrar la causa de la naturaleza humana en general, sino que además habrá que mostrar la causa en cuya virtud no existen ni más ni menos que veinte, puesto que (por la Observación 3) debe haber necesariamente una causa de la existencia de cada uno. Pero esta causa (por las Observaciones 2 y 3) no puede estar contenida en la naturaleza humana misma, toda vez que la verdadera definición del hombre no implica el número veinte; y de esta suerte (por la Observación 4), la causa por la que esos veinte hombres existen, y, consiguientemente, por la que existe cada uno, debe darse necesariamente fuera de cada uno de ellos; y por ello es preciso concluir, en absoluto, que todo aquello de cuya naturaleza puedan existir varios individuos, debe tener necesariamente, para que existan, una causa externa. Entonces, y puesto que existir es propio de la naturaleza de una sustancia (por lo ya mostrado en este Escolio), debe su definición conllevar la existencia como necesaria y, consiguientemente, su existencia debe concluirse de su sola definición. Pero de su definición (como ya mostramos en las Observaciones 2 y 3) no puede seguirse la existencia de varias sustancias; por consiguiente, se sigue necesariamente de ella, como nos proponíamos demostrar, que existe sólo una única sustancia de la misma naturaleza.
PROPOSICIÓN IX
Cuanto más realidad o ser tiene una cosa, tantos más atributos le competen.
Demostración: Es evidente por la Definición 4.
PROPOSICIÓN X
Cada atributo de una misma sustancia debe concebirse por sí.
Demostración: Un atributo es, en efecto, lo que el entendimiento percibe de una sustancia como constitutivo de la esencia de la misma (por la Definición 4); por tanto (por la Definición 3), debe concebirse por sí. Q.E.D.
Escolio: Según lo dicho, es manifiesto que, aunque dos atributos se conciban como realmente distintos —esto es, uno sin intervención del otro—, no podemos, sin embargo, concluir de ello que constituyan dos entes o dos sustancias diversas, ya que es propio de la naturaleza de una sustancia que cada uno de sus atributos se conciba por sí, supuesto que todos los atributos que tiene han existido siempre a la vez en ella, y ninguno ha podido ser producido por otro, sino que cada uno expresa la realidad o ser de la sustancia. Por tanto, dista mucho de ser absurdo el atribuir varios atributos a una misma sustancia, pues nada hay más claro en la naturaleza que el hecho de que cada ente deba concebirse bajo algún atributo, y cuanta más realidad o ser tenga, tantos más atributos tendrá que expresen necesidad, o sea, eternidad e infinitud; y, por tanto, nada más claro tampoco que el hecho de que un ente absolutamente infinito haya de ser necesariamente definido (según hicimos en la Definición 6) como el ente que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una determinada esencia eterna e infinita. Si alguien pregunta ahora en virtud de qué signo podríamos reconocer la diversidad de las sustancias, lea las Proposiciones siguientes, las cuales muestran que en la naturaleza no existe sino una única sustancia, y que ésta es absolutamente infinita, por lo que dicho signo sería buscado en vano.
PROPOSICIÓN XI
Dios, o sea, una sustancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita, existe necesariamente.
Demostración: Si niegas esto, concibe, si es posible, que Dios no existe. En ese caso (por el Axioma 7) su esencia no implicará la existencia. Pero eso (por la Proposición 7) es absurdo: luego Dios existe necesariamente. Q.E.D.
De otra manera: Debe asignársele a cada cosa una causa, o sea, una razón, tanto de su existencia, como de su no existencia. Por ejemplo, si un triángulo existe, debe darse una razón o causa por la que existe, y si no existe, también debe darse una razón o causa que impide que exista, o que le quita su existencia. Ahora bien, esta razón o causa, o bien debe estar contenida en la naturaleza de la cosa, o bien fuera de ella. Por ejemplo, la razón por la que un círculo cuadrado no existe la indica su misma naturaleza: ya que ello implica, ciertamente, una contradicción. Y al contrario, la razón por la que existe una sustancia se sigue también de su sola naturaleza, ya que, efectivamente, ésta implica la existencia (ver Proposición 7). Pero la razón por la que un círculo o un triángulo existen o no existen, no se sigue de su naturaleza, sino del orden de la naturaleza corpórea como un todo: pues de tal orden debe seguirse, o bien que ese triángulo existe ahora necesariamente, o bien que es imposible que exista ahora. Y esto es patente por sí mismo. De donde se sigue que existe necesariamente aquello de lo que no se da razón ni causa alguna que impida que exista. Así pues, si no puede darse razón o causa alguna que impida que Dios exista o que le prive de su existencia, habrá que concluir, absolutamente, que existe de un modo necesario. Mas, si tal razón o causa se diese, debería darse, o bien en la misma naturaleza de Dios, o bien fuera de ella, esto es, en otra sustancia de otra naturaleza. Pues si fuese de la misma naturaleza, por ello mismo se concedería que hay Dios. Pero una sustancia que fuese de otra naturaleza no tendría nada en común con Dios (por la Proposición 2), y, por tanto, no podría ni poner ni quitar su existencia. No pudiendo, pues, darse una razón o causa, que impida la existencia divina, fuera de la naturaleza divina, deberá por necesidad darse, si es que realmente Dios no existe, en su misma naturaleza, la cual conllevaría entonces una contradicción. Pero es absurdo afirmar eso de un Ser absolutamente infinito y sumamente perfecto; por consiguiente, ni en Dios ni fuera de Dios se da causa o razón alguna que impida su existencia y, por ende, Dios existe necesariamente. Q.E.D.
De otra manera: Poder no existir es impotencia, y, por contra, poder existir es potencia (como es notorio por sí). De este modo, si lo que ahora existe necesariamente no son sino entes finitos, entonces hay entes finitos más potentes que el Ser absolutamente infinito, pero esto (como es por sí notorio) es absurdo; luego, o nada existe, o existe también necesariamente un Ser absolutamente infinito. Ahora bien, nosotros existimos, o en nosotros o en otra cosa que existe necesariamente (ver Axioma 1 y Proposición 7). Por consiguiente, un Ser absolutamente infinito, esto es (por la Definición 6), Dios, existe necesariamente. Q.E.D.
Escolio: En esta última demostración he querido mostrar la existencia de Dios a posteriori, para que se percibiera más fácilmente la demostración, pero no porque la existencia de Dios no se siga apriori de ese mismo fundamento. Pues siendo potencia el poder existir, se sigue que cuanta más realidad compete a la naturaleza de esa cosa, tantas más fuerzas tiene para existir por sí; y, por tanto, un Ser absolutamente infinito, o sea Dios, tiene por sí una potencia absolutamente infinita de existir, y por eso existe absolutamente. Sin embargo, acaso muchos no podrán ver fácilmente la evidencia de esta demostración, porque están acostumbrados a considerar sólo las cosas que provienen de causas externas, y de entre esas cosas, ven que las que se producen rápidamente, esto es, las que existen fácilmente, perecen también con facilidad, y, por contra, piensan que es más difícil que se produzcan, esto es, que no es nada fácil que existan, aquellas cosas que conciben como más complejas. Mas, para que se libren de esos prejuicios, no tengo necesidad de mostrar aquí en qué medida es verdadero el dicho «lo que pronto se hace, pronto perece», ni tampoco si respecto de la naturaleza total todas las cosas son o no igualmente fáciles. Basta sólo con advertir que yo no hablo aquí de las cosas que se producen en virtud de causas externas, sino únicamente de las sustancias, que (por la Proposición 6) no pueden ser producidas por ninguna causa externa. Pues las cosas que se producen en virtud de causas externas, ya consten de muchas partes, ya de pocas, deben cuanto de perfección o realidad tienen a la virtud de la causa externa y, por tanto, su existencia brota de la sola perfección de la causa externa, y no de la suya propia. Por contra, nada de lo que una sustancia tiene de perfección se debe a causa externa alguna; por lo cual también su existencia debe seguirse de su sola naturaleza que, por ende, no es otra cosa que su esencia. Pues la perfección de una cosa no impide la existencia, sino que, al contrario, la pone, en tanto que la imperfección, por contra, la quita, y de esta suerte no podemos estar más seguros de la existencia de cosa alguna que de la existencia del Ser absolutamente infinito, o sea, perfecto, esto es, Dios. Pues siendo así que su esencia excluye toda imperfección, e implica la perfección absoluta, aparta por eso mismo todo motivo de duda acerca de su existencia, y da de ella una certeza suma, lo que creo ha de ser claro para quien atienda medianamente.
PROPOSICIÓN XII
No puede verdaderamente concebirse ningún atributo de una sustancia del que se siga que esa sustancia puede ser dividida.
Demostración: En efecto, las partes en las que una sustancia así concebida se dividiría, o bien conservarían la naturaleza de la sustancia, o bien no. Si lo primero, entonces (por la Proposición 8) cada parte debería ser infinita, y (por la Proposición 6) causa de sí, y (por la Proposición 5) poseer un atributo distinto; por tanto, de una sola sustancia podrían formarse varias, lo que (por la Proposición 6) es absurdo. Añádase que esas partes (por la Proposición 2) nada tendrían en común con su todo, y el todo (por la Definición 4 y la Proposición 10) podría ser y ser concebido sin sus partes, lo que nadie podrá dudar que es absurdo. Pero si se admite lo segundo, a saber, que las partes no conservarían la naturaleza de la sustancia, entonces, habiéndose dividido toda la sustancia en partes iguales, perdería la naturaleza de sustancia y dejaría de ser, lo que (por la Proposición 7) es absurdo.
PROPOSICIÓN XIII
Una sustancia absolutamente infinita es indivisible.
Demostración: En efecto: si fuese divisible, las partes en las que se dividiría, o bien conservarían la naturaleza de una sustancia absolutamente infinita, o bien no. Si lo primero, habría, consiguientemente, varias sustancias de la misma naturaleza, lo que (por la Proposición 5) es absurdo. Si se admite lo segundo, una sustancia absolutamente infinita podría (como vimos antes) dejar de ser, lo que (por la Proposición 11) es también absurdo.
Corolario: De aquí se sigue que ninguna sustancia y, consiguientemente, ninguna sustancia corpórea, en cuanto sustancia, es divisible.
Escolio: Se entiende de un modo más sencillo que la sustancia sea indivisible, a partir del hecho de que la naturaleza de la sustancia no puede concebirse sino como infinita, y que por «Parte» de una sustancia no puede entenderse otra cosa que una sustancia finita, lo que (por la Proposición 8) implica una contradicción manifiesta.
PROPOSICIÓN XIV
No puede darse ni concebirse sustancia alguna excepto Dios.
Demostración: Siendo Dios un ser absolutamente infinito, del cual no puede negarse ningún atributo que exprese una esencia de sustancia, y existiendo necesariamente (por la Proposición 11), si aparte de Dios se diese alguna sustancia, ésta debería explicarse por algún atributo de Dios, y, de ese modo, existirían dos sustancias con el mismo atributo, lo cual (por la Proposición 5) es absurdo; por tanto, ninguna sustancia excepto Dios puede darse ni, por consiguiente, tampoco concebirse. Pues si pudiera concebirse, debería concebirse necesariamente como existente, pero eso (por la primera Parte de esta Demostración) es absurdo. Luego no puede darse ni concebirse sustancia alguna excepto Dios. Q.E.D.
Corolario I: De aquí se sigue muy claramente: primero, que Dios es único, esto es (por la Definición 6), que en la naturaleza no hay sino una sola sustancia, y que ésta es absolutamente infinita, como ya indicamos en el Escolio de la Proposición 10.
Corolario II: Se sigue: segundo, que la cosa extensa y la cosa pensante, o bien son atributos de Dios, o bien (por el Axioma 1) afecciones de los atributos de Dios.
PROPOSICIÓN XV
Todo cuanto es, es en Dios, y sin Dios nada puede ser ni concebirse.
Demostración: Excepto Dios, no existe ni puede concebirse sustancia alguna (por la Proposición 14), esto es (por la Definición 3), cosa alguna que sea en sí y se conciba por sí. Pero los modos (por la Definición 5) no pueden ser ni concebirse sin una sustancia; por lo cual pueden sólo ser en la naturaleza divina y concebirse por ella sola. Ahora bien, nada hay fuera de sustancias y modos (por el Axioma 1). Luego nada puede ser ni concebirse sin Dios. Q.E.D.
Escolio: Los hay que se representan a Dios como un hombre: compuesto de cuerpo y alma y sometido a pasiones; pero ya consta, por las anteriores demostraciones, cuan lejos vagan éstos de un verdadero conocimiento de Dios. Pero los excluyo de mi consideración, pues todos cuantos han examinado de algún modo la naturaleza divina niegan que Dios sea corpóreo. Lo cual prueban muy bien partiendo de que por cuerpo entendemos toda cantidad larga, ancha y profunda, limitada según cierta figura, y nada más absurdo que eso puede decirse de Dios, o sea, del ser absolutamente infinito.
Sin embargo, al mismo tiempo, se esfuerzan por demostrar con otras razones, y manifiestan claramente, que ellos consideran la sustancia corpórea o extensa como separada por completo de la naturaleza divina, y la afirman creada por Dios. Pero ignoran totalmente en virtud de qué potencia divina haya podido ser creada; lo que claramente muestra que no entienden lo que ellos mismos dicen. Yo al menos he demostrado, con bastante claridad a mi juicio (ver Corolario de la Proposición 6 y Escolio 2 de la Proposición 8), que ninguna sustancia puede ser producida o creada por otra cosa. Además hemos mostrado en la Proposición 14 que, excepto Dios, no puede darse ni concebirse sustancia alguna; y de ello hemos concluido que la sustancia extensa es uno de los infinitos atributos de Dios. De todas maneras, para una más completa explicación, refutaré los argumentos de tales adversarios, que se reducen a lo siguiente: Primero: que la sustancia corpórea, en cuanto sustancia, consta, según creen, de partes; y por ello niegan que pueda ser infinita y, consiguientemente, que pueda pertenecer a Dios. Y explican eso con muchos ejemplos, de los que daré alguno que otro. Si la sustancia corpórea —dicen— es infinita, concíbasela dividida en dos partes: cada una de esas partes será, o bien finita, o bien infinita. Si finita, entonces un infinito se compone de dos partes finitas, lo que es absurdo. Si infinita, entonces hay un infinito dos veces mayor que otro infinito, lo que también es absurdo.
Además, si una cantidad infinita se mide mediante partes que tengan un pie de longitud, constará de un número infinito de dichas partes, lo mismo que si se la mide mediante partes de una pulgada de longitud; y, por tanto, un número infinito será doce veces mayor que otro número infinito. Por último, si se concibe que, a partir de un punto de una cantidad infinita, dos líneas AB y AC, separadas al principio por cierta y determinada distancia, se prolongan hasta el infinito, es indudable que la distancia entre B y C aumentará continuamente, y que, de ser determinada, pasará a ser indeterminable. Siguiéndose, pues, dichos absurdos —según creen— de la suposición de una cantidad infinita, concluyen de ello que la sustancia corpórea debe ser finita y, consiguientemente, que no pertenece a la esencia de Dios. Un segundo argumento se obtiene a partir de la suma perfección de Dios. Dios —dicen—, como es un ser sumamente perfecto, no puede padecer; ahora bien, la sustancia corpórea, dado que es divisible, puede padecer; luego se sigue que no pertenece a la esencia de Dios. Éstos son los argumentos que encuentro en los escritores, con los que se esfuerzan por probar que la sustancia corpórea es indigna de la naturaleza divina y no puede pertenecer a ella. Pero en realidad, si bien se mira, se advertirá que yo ya he respondido a esos argumentos, toda vez que sólo se fundan en la suposición de que la sustancia corpórea se compone de partes, lo que ya probé ser absurdo (Proposición 12, con el Corolario de la Proposición 13). Además, si se quiere sopesar con cuidado la cuestión, se verá que todos esos absurdos (supuesto que lo sean, cosa que ahora no discuto) en virtud de los cuales pretenden concluir que una sustancia extensa es finita, en absoluto se siguen de la suposición de
una cantidad infinita, sino de que esa cantidad infinita se supone mensurable y compuesta de partes finitas; por lo cual, de los absurdos que de eso se siguen no pueden concluir otra cosa sino que la cantidad infinita no es mensurable, y que no puede estar compuesta de partes finitas. Pero eso es ya precisamente lo mismo que nosotros hemos demostrado ya antes (Proposición 12, etc.). Por lo cual, el dardo que nos lanzan lo arrojan, en realidad, contra sí mismos. Si, pese a todo, quieren concluir, a partir de su propio absurdo, que la sustancia extensa debe ser finita, no hacen, en verdad, otra cosa que quien, por el hecho de imaginar un círculo con las propiedades del cuadrado, concluye que el círculo no tiene un centro a partir del cual todas las líneas trazadas hasta la circunferencia son iguales, pues la sustancia corpórea, que no puede concebirse sino como infinita, única e indivisible, la conciben ellos compuesta de partes, múltiple y divisible, para poder concluir que es finita.
Así también, otros, tras imaginar que la línea se compone de puntos, encuentran fácilmente muchos argumentos con los que muestran que la línea no puede dividirse hasta lo infinito. Y, desde luego, no es menos absurdo afirmar que la sustancia corpórea está compuesta de cuerpos, o sea de partes, que afirmar que el cuerpo está compuesto de superficies, las superficies de líneas y las líneas de puntos. Ahora bien, esto deben reconocerlo todos los que saben que una razón clara es infalible y, antes que nadie, los que niegan que haya vacío, pues si la sustancia corpórea pudiera dividirse de modo que sus partes fuesen realmente distintas, ¿por qué no podría entonces aniquilarse una sola parte, permaneciendo las demás conectadas entre sí, como antes? ¿Y por qué todas deben ajustarse de modo que no haya vacío? Ciertamente, si hay cosas que son realmente distintas entre sí, una puede existir y permanecer en su estado sin la otra. Pero como en la naturaleza no hay vacío (de esto he hablado en otro lugar), sino que todas sus partes deben concurrir de modo que no lo haya, se sigue de ahí que esas partes no pueden distinguirse realmente, esto es, que la sustancia
corpórea, en cuanto sustancia, no puede ser dividida. Si alguien, con todo, pregunta ahora que por qué somos tan propensos por naturaleza a dividir la cantidad, le respondo que la cantidad es concebida por nosotros de dos maneras, a saber: abstractamente, o sea, superficialmente, es decir, como cuando actuamos con la imaginación; o bien como sustancia, lo que sólo hace el entendimiento. Si consideramos la cantidad tal como se da en la imaginación —que es lo que hacemos con mayor facilidad y frecuencia—, aparecerá finita, divisible y compuesta de partes; pero si la consideramos tal como se da en el entendimiento, y la concebimos en cuanto sustancia —lo cual es muy difícil—, entonces, como ya hemos demostrado suficientemente, aparecerá infinita, única e indivisible. Lo cual estará bastante claro para todos los que hayan sabido distinguir entre imaginación y entendimiento: sobre todo, si se considera también que la materia es la misma en todo lugar, y que en ella no se distinguen partes, sino en cuanto la concebimos como afectada de diversos modos, por lo que entre sus partes hay sólo distinción modal, y no real. Por ejemplo, concebimos que el agua, en cuanto es agua, se divide, y que sus partes se separan unas de otras; pero no en cuanto que es sustancia corpórea, pues en cuanto tal ni se separa ni se divide. Además el agua, en cuanto agua, se genera y se corrompe, pero en cuanto sustancia ni se genera ni se corrompe. Y con esto creo que he respondido también al segundo argumento, puesto que éste se funda también en que la materia, en cuanto sustancia, es divisible y se compone de partes. Y aunque esto no fuese así, no sé por qué la materia sería indigna de la naturaleza divina, supuesto que (por la Proposición 14) no puede darse fuera de Dios sustancia alguna por la que pueda padecer. Digo, pues, que todas las cosas son en Dios, y que todo lo que ocurre, ocurre en virtud de las solas leyes de la infinita naturaleza de Dios y se sigue (como en seguida mostraré) de la necesidad de su esencia; por lo cual no hay razón alguna para decir que Dios padezca en virtud de otra cosa, o que la sustancia extensa sea indigna de la naturaleza divina, aunque se la suponga divisible, con tal que se conceda que es eterna e infinita. Pero, por el momento, ya hemos dicho bastante de esto.
PROPOSICIÓN XVI
De la necesidad de la naturaleza divina deben seguirse infinitas cosas de infinitos modos (esto es, todo lo que puede caer bajo un entendimiento infinito).
Demostración: Esta Proposición debe ser patente para cualquiera, sólo con que considere que de una definición dada de una cosa cualquiera concluye el entendimiento varias propiedades, que se siguen realmente, de un modo necesario, de dicha definición (esto es, de la esencia misma de la cosa), y tantas más cuanta mayor realidad expresa la definición de la cosa, esto es, cuanta más realidad implica la esencia de la cosa definida. Pero como la naturaleza divina tiene absolutamente infinitos atributos (por la Definición 6), cada uno de los cuales expresa también una esencia infinita en su género, de la necesidad de aquélla deben seguirse, entonces, necesariamente infinitas cosas de infinitos modos (esto es, todo lo que puede caer bajo un entendimiento infinito). Q.E.D.
Corolario I: De aquí se sigue: primero, que Dios es causa eficiente de todas las cosas que pueden caer bajo un entendimiento infinito.
Corolario II: Se sigue: segundo, que Dios es causa por sí y no por accidente.
Corolario III: Se sigue: tercero, que Dios es absolutamente causa primera.
PROPOSICIÓN XVII
Dios obra en virtud de las solas leyes de su naturaleza, y no forzado por nadie.
Demostración: Según hemos mostrado en la Proposición 16, se siguen absolutamente infinitas cosas de la sola necesidad de la naturaleza divina, o, lo que es lo mismo, de las solas leyes de su naturaleza; y en la Proposición 15 hemos demostrado que nada puede ser ni concebirse sin Dios, sino que todas las cosas son en Dios; por lo cual, nada puede haber fuera de él que lo determine o fuerce a obrar, y por ello Dios obra en virtud de las solas leyes de su naturaleza, y no forzado por nadie. Q.E.D.
Corolario I: De aquí se sigue: primero, que no hay ninguna causa que, extrínseca o intrínsecamente, incite a Dios a obrar, a no ser la perfección de su misma naturaleza.
Corolario II: Se sigue: segundo, que sólo Dios es causa libre. En efecto, sólo Dios existe en virtud de la sola necesidad de su naturaleza (por la Proposición 11 y el Corolario 1 de la Proposición 14) y obra en virtud de la sola necesidad de su naturaleza (por la Proposición anterior). Por tanto (por la Definición 7), sólo él es causa libre. Q.E.D.
Escolio: Otros piensan que Dios es causa libre porque puede, según creen, hacer que no ocurran —o sea, que no sean producidas por él— aquellas cosas que hemos dicho que se siguen de su naturaleza, esto es, que están en su potestad. Pero esto es lo mismo que si dijesen que Dios puede hacer que de la naturaleza del triángulo no se siga que sus tres ángulos valen dos rectos, o que, dada una causa, no se siga de ella un efecto, lo cual es absurdo.
Además, mostraré más adelante, sin ayuda de esta Proposición, que ni el entendimiento ni la voluntad pertenecen a la naturaleza de Dios. Ya sé que hay muchos que creen poder demostrar que a la naturaleza de Dios pertenecen el entendimiento sumo y la voluntad libre, pues nada más perfecto dicen conocer, atribuible a Dios, que aquello que en nosotros es la mayor perfección. Además, aunque conciben a Dios como sumamente inteligente en acto, no creen, con todo, que pueda hacer que existan todas las cosas que entiende en acto, pues piensan que de ese modo destruirían la potencia de Dios. Si hubiese creado —dicen— todas las cosas que están en su
entendimiento, entonces no hubiese podido crear nada más, lo que, según creen, repugna a la omnipotencia de Dios, y así han preferido admitir un Dios indiferente a todo, y que nada crea salvo lo que ha decidido crear en virtud de una cierta voluntad absoluta. Pero yo pienso haber mostrado bastante claramente (ver Proposición 16) que de la suma potencia de Dios, o sea, de su
infinita naturaleza, han dimanado necesariamente, o sea, se siguen siempre con la misma necesidad, infinitas cosas de infinitos modos, esto es, todas las cosas; del mismo modo que de la naturaleza del triángulo se sigue, desde la eternidad y para la eternidad, que sus tres ángulos valen dos rectos. Por lo cual, la omnipotencia de Dios ha estado en acto desde siempre, y permanecerá para siempre en la misma actualidad. Y de esta manera, a mi juicio por lo menos, la omnipotencia de Dios se enuncia mucho más
perfectamente. Para decirlo abiertamente: son, muy al contrario, mis adversarios quienes parecen negar la omnipotencia de Dios. En efecto: se ven obligados a confesar que Dios entiende infinitas cosas creables, las cuales, sin embargo, no podrá crear nunca. Pues de otra manera, a saber, si crease todas las cosas que entiende, agotaría, según ellos, su omnipotencia, y se volvería imperfecto. Así pues, para poder afirmar que Dios es perfecto, se ven reducidos a tener que afirmar, a la vez, que no puede hacer todo aquello a
que se extiende su potencia, y no veo qué mayor absurdo puede imaginarse, ni cosa que repugne más a la omnipotencia de Dios. Además (para decir aquí también algo acerca del entendimiento y la voluntad que atribuimos comúnmente a Dios), si el entendimiento y la voluntad pertenecen a la esencia eterna de Dios, entonces ha de entenderse por ambos atributos algo distinto de lo que ordinariamente entienden los hombres. Pues esos entendimiento y voluntad que constituirían la esencia de Dios deberían diferir por completo de nuestro entendimiento y voluntad, y no podrían concordar con ellos en nada, salvo el nombre: a saber, no de otra manera que como concuerdan entre sí el Can, signo celeste, y el can, animal labrador. Demostraré esto como sigue. Si el entendimiento pertenece a la naturaleza divina, no podrá, como nuestro entendimiento, ser por naturaleza posterior (como creen los más) o simultáneo a las cosas entendidas, supuesto que Dios, en virtud de ser causa, es anterior a todas las cosas (por el Corolario 1 de la Proposición 16); sino que, por el contrario, la verdad y esencia formal de las cosas es de tal y cual manera porque de tal y cual manera existen objetivamente en el entendimiento de Dios. Por lo cual, el entendimiento de Dios, en cuanto se le concibe como constitutivo de la esencia de Dios, es realmente causa de las cosas, tanto de su esencia como de su existencia; lo que parece haber sido advertido también por quienes han aseverado que el entendimiento, la voluntad y la potencia de Dios son todo uno y lo mismo. Y de este modo, como el entendimiento de Dios es la única causa de las cosas, es decir (según hemos mostrado), tanto de su esencia como de su existencia, debe necesariamente diferir de ellas, tanto en razón de la esencia, como en razón de la existencia. En efecto, lo causado difiere de su causa precisamente por aquello que en virtud de la causa tiene. Por ejemplo, un hombre es causa de la existencia, pero no de la esencia, de otro hombre, pues ésta es una verdad eterna, y por eso pueden concordar del todo según la esencia, pero según la existencia deben diferir; y, a causa de ello, si perece la existencia de uno, no perecerá por eso la del otro, pero si la esencia de uno pudiera destruirse y volverse falsa, se destruiría también la esencia del otro. Por lo cual, la cosa que es causa no sólo de la esencia, sino también de la existencia de algún efecto, debe diferir de dicho efecto tanto en razón de la esencia como en razón de la existencia. Ahora bien: el entendimiento de Dios es causa no sólo de la esencia, sino también de la existencia de nuestro entendimiento. Luego el entendimiento de Dios, en cuanto se le concibe como constitutivo de la esencia divina, difiere de nuestro entendimiento tanto en razón de la esencia como en razón de la existencia, y no puede concordar con él en cosa alguna, excepto en el nombre, como queríamos.
Acerca de la voluntad se procede de la misma manera, como cualquiera puede ver fácilmente.
PROPOSICIÓN XVIII
Dios es causa inmanente, pero no transitiva, de todas las cosas.
Demostración: Todo lo que es, es en Dios y debe concebirse por Dios (por la Proposición 15); y así (por el Corolario 1 de la Proposición 16 de esta parte), Dios es causa de las cosas que son en El: que es lo primero. Además, excepto Dios no puede darse sustancia alguna (por la Proposición 14), esto es (por la Definición 3), cosa alguna excepto Dios, que sea en sí: que era lo segundo. Luego Dios es causa inmanente, pero no transitiva, de todas las cosas. Q.E.D.
PROPOSICIÓN XIX
Dios es eterno, o sea, todos los atributos de Dios son eternos.
Demostración: En efecto, Dios (por la Definición 6) es una sustancia, que (por la Proposición 11) existe necesariamente, esto es (por la Proposición 7), a cuya naturaleza pertenece el existir, o lo que es lo mismo, de cuya definición se sigue que existe, y así (por la Definición 8) es eterno. Además, por atributos de Dios debe entenderse aquello que (por la Definición 4) expresa la esencia de la sustancia divina, esto es, aquello que pertenece a la sustancia: eso mismo es lo que digo que deben implicar los atributos. Ahora bien: la eternidad pertenece a la naturaleza de la sustancia (como ya he demostrado por la Proposición 7). Por consiguiente, cada atributo debe implicar la eternidad, y por tanto todos son eternos. Q.E.D.
Escolio: También es evidente esta Proposición, y lo más claramente posible, por la manera como he demostrado la existencia de Dios (Proposición 11); en virtud de esta demostración, digo, consta que la existencia de Dios es, como su esencia, una verdad eterna. Además (Proposición 19 de los «Principios de la Filosofía de Descartes»), también he demostrado de otra manera la eternidad de Dios, y no hace falta repetirla aquí.
PROPOSICIÓN XX
La existencia de Dios y su esencia son uno y lo mismo.
Demostración: Dios (por la Proposición anterior) y todos sus atributos son eternos, esto es (por la Definición 8), cada uno de sus atributos expresa la existencia. Por consiguiente, los mismos atributos de Dios que (por la Definición 4) explican la esencia eterna de Dios explican a la vez su existencia eterna, esto es: aquello mismo que constituye la esencia de Dios, constituye a la vez su existencia, y así ésta y su esencia son uno y lo mismo. Q.E.D.
Corolario I: Se sigue de aquí: primero, que la existencia de Dios es, como su esencia, una verdad eterna.
Corolario II: Se sigue: segundo, que Dios es inmutable, o sea, que todos los atributos de Dios son inmutables. Ya que si mudaran por razón de la existencia, deberían también (por la Proposición anterior) mudar por razón de la esencia, esto es (como es por sí notorio), convertirse de verdaderos en falsos, lo que es absurdo.
PROPOSICIÓN XXI
Todo lo que se sigue de la naturaleza, tomada en términos absolutos, de algún atributo de Dios, ha debido existir siempre y ser infinito, o sea, es eterno e infinito en virtud de ese atributo.
Demostración: Caso de que lo neguéis, concebid, si es posible, que en un atributo de Dios se siga, en virtud de su naturaleza tomada en términos absolutos, algo que sea infinito y tenga una existencia, esto es, una duración determinada; por ejemplo, la idea de Dios en el pensamiento. Ahora bien, el pensamiento, dado que se le supone atributo de Dios, es necesariamente (por la Proposición 11) infinito por su naturaleza. Sin embargo, en cuanto que contiene la idea de Dios, se le supone finito. Pero (por la Definición 2) no se le puede concebir como finito más que si está limitado por el pensamiento mismo. Ahora bien: por el pensamiento mismo, en cuanto constituye la idea de Dios, no puede estarlo, ya que es en cuanto tal como se le supone finito; luego estará limitado por el pensamiento en cuanto que no constituye la idea de Dios que, sin embargo (por la Proposición 11), debe existir necesariamente.
Hay, pues, un pensamiento que no constituye la idea de Dios, y por eso de su naturaleza, en cuanto pensamiento tomado en términos absolutos, no se sigue necesariamente la idea de Dios (se lo concibe, en efecto, como constituyendo la idea de Dios, y como no constituyéndola). Pero eso va contra la hipótesis. Por lo cual, si la idea de Dios en el pensamiento, o cualquier otra cosa (lo mismo da, ya que la demostración es universal) se sigue, en algún atributo de Dios, en virtud de la necesidad de la naturaleza, tomada en términos absolutos, de ese mismo atributo, ello deberá ser necesariamente infinito. Que era lo primero.
Además, aquello que de tal modo se sigue de la necesidad de la naturaleza de algún atributo, no puede tener una existencia —o sea, una duración— determinada. Si negáis eso, suponéis que una cosa que se sigue de la necesidad de la naturaleza de un atributo se da en algún atributo de Dios (por ejemplo, la idea de Dios en el pensamiento), y que la tal no ha existido o no va a existir alguna vez. Ahora bien: como se supone que el pensamiento es un atributo de Dios, debe no sólo existir necesariamente, sino también ser inmutable (por la Proposición 11 y el Corolario 2 de la Proposición 20). Por lo cual, más allá de los límites de la duración de la idea de Dios (que se supone, en efecto, no haber existido o no deber existir alguna vez), el pensamiento deberá existir sin la idea de Dios. Pero esto va contra la hipótesis: ya que se supone que, dado el pensamiento, la idea de Dios se sigue necesariamente de él. Por consiguiente, la idea de Dios en el pensamiento, o cualquier otra cosa que necesariamente se siga de la naturaleza de algún atributo, tomada en términos absolutos, no puede tener una duración determinada, sino que, en virtud de ese atributo, es eterna. Que era lo segundo. Nótese que esto mismo debe afirmarse de cualquier cosa que se siga necesariamente, en un atributo de Dios, de la naturaleza divina tomada en términos absolutos.
PROPOSICIÓN XXII
Todo lo que se sigue a partir de un atributo de Dios, en cuanto afectado de una modificación tal que en virtud de dicho atributo existe necesariamente y es infinita, debe también existir necesariamente y ser infinito.
Demostración: La demostración a esta Proposición procede de la misma manera que la demostración de la anterior.
PROPOSICIÓN XXIII
Todo modo que existe necesariamente y es infinito, ha debido seguirse necesariamente, o bien de la naturaleza de algún atributo de Dios considerada en absoluto, o bien a partir de algún atributo afectado de una modificación que existe necesariamente y es infinita.
Demostración: En efecto, un modo es en otra cosa, por la cual debe ser concebido (por la Definición 5), esto es (por la Proposición 15), que es en Dios sólo, y a través de Dios solo puede ser concebido. Por consiguiente, si se concibe que un modo existe necesariamente y es infinito, ambas cosas deben necesariamente concluirse, o percibirse, en virtud de algún atributo de Dios, en cuanto se concibe que dicho atributo expresa la infinitud y necesidad de la existencia, o (lo que es lo mismo, por la Definición 8) la eternidad, esto es (por la Definición 6 y la Proposición 19), en cuanto se lo considera en términos absolutos. Por tanto, un modo que existe necesariamente y es infinito ha debido seguirse de la naturaleza de algún atributo de Dios tomado en términos absolutos; y ello, o bien inmediatamente (sobre esto, Proposición 21), o bien a través de alguna modificación que se sigue de su naturaleza absolutamente considerada, esto es (por la Proposición anterior), que existe necesariamente y es infinita. Q.E.D..
PROPOSICIÓN XXIV
La esencia de las cosas producidas por Dios no implica la existencia.
Demostración: Es evidente por la Definición 1. En efecto, aquello cuya naturaleza (a saber: considerada en sí) implica la existencia es causa de sí, y existe en virtud de la sola necesidad de su naturaleza.
Corolario: Se sigue de aquí que Dios no sólo es causa de que las cosas comiencen a existir, sino también de que perseveren en la existencia, o sea (para usar un término escolástico), que Dios es causa del ser de las cosas. Pues, existan las cosas o no, siempre que consideramos su esencia hallamos que ésta no implica ni la existencia ni la duración, y así su esencia no puede ser causa de su existencia ni de su duración, sino sólo Dios, única naturaleza a la que pertenece el existir (por el Corolario 1 de la Proposición 14).
PROPOSICIÓN XXV
Dios no es sólo causa eficiente de la existencia de las cosas, sino también de su esencia.
Demostración: Si negáis eso, entonces Dios no es causa de la esencia de las cosas, y de esta suerte (por el Axioma, 4) puede concebirse sin Dios la esencia de las cosas: pero eso (por la Proposición 15) es absurdo. Luego Dios es causa también de la esencia de las cosas. Q.E.D.
Escolio: Esta Proposición deriva más claramente de la Proposición 16. En efecto, se sigue de ésta que, dada la naturaleza divina, de ella deben concluirse necesariamente tanto la esencia como la existencia de las cosas; en una palabra: en el mismo sentido en que se dice que Dios es causa de sí, debe decirse también que es causa de todas las cosas, lo que constará aún más claramente por el siguiente Corolario.
Corolario: Las cosas particulares no son sino afecciones de los atributos de Dios, o sea, modos por los cuales los atributos de Dios se expresan de cierta y determinada manera. La demostración de esto es evidente por la Proposición 
PROPOSICIÓN XXVI
Una cosa que ha sido determinada a obrar algo, lo ha sido necesariamente por Dios; y la que no lo ha sido por Dios, no puede determinarse a sí misma a obrar.
Demostración: Aquello por lo que se dice que las cosas están determinadas a obrar algo es, necesariamente, algo positivo (como es por sí notorio). Y de esta suerte, Dios es por necesidad causa eficiente (por las Proposiciones 25 y 16) tanto de la esencia de ello como de su existencia. Que era lo primero. De lo que se sigue también, muy claramente, lo que se propone como segundo. En efecto: si la cosa no determinada por Dios pudiera determinarse a sí misma, entonces la primera parte de esta Proposición sería falsa, lo que es absurdo, como hemos mostrado.
PROPOSICIÓN XXVII
Una cosa que ha sido determinada por Dios a obrar algo, no puede convenirse a sí misma en indeterminada.
Demostración: Esta Proposición es evidente por el Axioma tercero.
PROPOSICIÓN XXVIII
Ninguna cosa singular, o sea, ninguna cosa que es infinita y tiene una existencia determinada, puede existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir y obrar por otra causa, que es también finita y tiene una existencia determinada; y, a su vez, dicha causa no puede tampoco existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir y obrar por otra, que también es finita y tiene una existencia determinada, y así hasta el infinito.
Demostración: Todo cuanto está determinado a existir y obrar, es determinado por Dios (por la Proposición 16 y el Corolario de la Proposición 24). Pero lo que es finito y tiene una existencia determinada no ha podido ser producido por la naturaleza, considerada en absoluto, de algún atributo de Dios, pues todo lo que se sigue de la naturaleza, tomada en absoluto, de algún atributo de Dios,
es infinito y eterno (por la Proposición 21). Ha debido seguirse, entonces, a partir de Dios, o sea, de algún atributo suyo, en cuanto se le considera afectado por algún modo, ya que nada hay fuera de sustancia y modos (por el Axioma 1 y las Definiciones 3 y 5), y los modos no son otra cosa (por el Corolario de la Proposición 25) que afecciones de los atributos de Dios. Ahora bien: tampoco ha podido seguirse a partir de Dios, o de algún atributo suyo, en cuanto afectado por alguna modificación que sea eterna e infinita (por la Proposición 22). Por consiguiente, ha debido seguirse de Dios, o bien ser determinado a existir y obrar por Dios, o por algún atributo suyo, en cuanto modificado por una modificación que sea infinita y tenga una existencia determinada. Que era lo primero. Además, esta causa, o sea, este modo, a su vez (por la misma razón de que nos hemos servido ahora mismo en la primera parte de esta demostración), ha debido también ser determinado por otra, que es también finita y tiene una existencia determinada, y, a su vez, esta última (por la misma razón) por otra, y así siempre (por la misma razón) hasta el infinito. Q.E.D.
Escolio: Como ciertas cosas han debido ser producidas por Dios inmediatamente, a saber: las que se siguen necesariamente de su naturaleza considerada en absoluto, y, por la mediación de estas primeras, otras, que, sin embargo, no pueden ser ni concebirse sin Dios, se sigue de aquí: primero, que Dios es causa absolutamente «próxima» de las cosas inmediatamente producidas por él; y no «en su género», como dicen. Se sigue: segundo, que Dios no puede con propiedad ser llamado causa «remota» de las cosas singulares, a no ser, quizá, con objeto de que distingamos esas cosas de las que Él produce inmediatamente, o mejor dicho, de las que se siguen de su naturaleza, considerada en absoluto. Pues por «remota» entendemos una causa tal que no está, de ninguna manera, ligada con su efecto. Pero todo lo que es, es en Dios, y depende de Dios de tal modo que sin Él no puede ser ni concebirse.
PROPOSICIÓN XXIX
En la naturaleza no hay nada contingente, sino que, en virtud de la necesidad de la naturaleza divina, todo está determinado a existir y obrar de cierta manera.
Demostración: Todo lo que es, es en Dios (por la Proposición 15): pero Dios no puede ser llamado cosa contingente. Pues (por la Proposición 11) existe necesariamente, y no contingentemente. Además, los modos de la naturaleza divina se han seguido de ella también de un modo necesario, no contingente (por la Proposición 16), y ello, ya sea en cuanto la naturaleza divina es considerada en términos absolutos (por la Proposición 21), ya sea en cuanto se la considera como determinada a obrar de cierta manera (por la Proposición 27). Además, Dios es causa de estos modos no sólo en cuanto simplemente existen (por el Corolario de la Proposición 24), sino también (por la Proposición 26) en cuanto se los considera como determinados a obrar algo. Pues, si no son determinados por Dios (por la misma Proposición), es imposible, y no contingente, que se determinen a sí mismos; y, al contrario (por la Proposición 27), si son determinados por Dios, es imposible, y no contingente, que se conviertan a sí mismos en indeterminados. Por lo cual, todas las cosas están determinadas, en virtud de la necesidad de la naturaleza divina, no sólo a existir, sino también a existir y obrar de cierta manera, y no hay nada contingente. Q.E.D.
Escolio: Antes de seguir adelante, quiero explicar aquí —o más bien advertir— qué debe entenderse por Naturaleza naturante, y qué por Naturaleza naturada. Pues creo que ya consta, por lo anteriormente dicho, que por Naturaleza naturante debemos entender lo que es en sí y se concibe por sí, o sea, los atributos de la sustancia que expresan una esencia eterna e infinita, esto es (por el Corolario 1 de la Proposición 14 y el Corolario 2 de la Proposición 17), Dios, en cuanto considerado como causa libre. Por Naturaleza naturada, en cambio, entiendo todo aquello que se sigue de la necesidad de la naturaleza de Dios, o sea, de cada uno de los atributos de Dios, esto es, todos los modos de los atributos de Dios, en cuanto considerados como cosas que son en Dios, y que sin Dios no pueden ser ni concebirse.
PROPOSICIÓN XXX
El entendimiento finito en acto, o el infinito en acto, debe comprender los atributos de Dios y las afecciones de Dios, y nada más.
Demostración: Una idea verdadera debe ser conforme a lo ideado por ella (por el Axioma 6), esto es (como es por sí notorio): lo que está contenido objetivamente en el entendimiento debe darse necesariamente en la naturaleza; ahora bien: en la naturaleza (por el Corolario 1 de la Proposición 14) no hay sino una sola sustancia, a saber, Dios, y no hay otras afecciones (por la Proposición 15) que las que son en Dios, y no pueden (por la misma Proposición) ser ni concebirse sin Dios; luego el entendimiento en acto, finito o infinito, debe comprender los atributos de Dios  las afecciones de Dios, y nada más. Q.E.D.
PROPOSICIÓN XXXI
El entendimiento en acto, sea finito o infinito, así como la voluntad, el deseo, el amor, etc., deben ser referidos a la Naturaleza naturada, y no a la naturante.
Demostración: En efecto (como es notorio por sí), no entendemos por «entendimiento» el pensamiento en términos absolutos, sino sólo un cierto modo del pensar, que difiere de otros modos como el deseo, el amor, etc. y que, por tanto, debe ser concebido por medio del pensamiento tomado en términos absolutos, es decir (por la Proposición 15 y la Definición 6), debe concebirse por medio de un atributo de Dios que exprese la eterna e infinita esencia del pensamiento de tal modo que sin él no pueda ser ni ser concebido,
y por ello (por el Escolio de la Proposición 29) debe ser referido a la Naturaleza naturada, como también los demás modos del  pensar, y no a la naturante. Q.E.D.
Escolio; La razón por la que hablo aquí de entendimiento en acto no es la de que yo conceda que hay un entendimiento en potencia, sino que, deseando evitar toda confusión, no he querido hablar más que de lo percibido por nosotros con mayor claridad, a saber, de la intelección misma como un hecho, que es lo que más claramente percibimos. Pues no podemos entender nada que no conduzca a un más perfecto conocimiento del hecho de entender.
PROPOSICIÓN XXXII
La voluntad no puede llamarse causa libre, sino sólo causa necesaria.
Demostración: La voluntad, como el entendimiento, es sólo un cierto modo del pensar, y así (por la Proposición 28) ninguna volición puede existir ni ser determinada a obrar si no es determinada por otra causa, y ésta a su vez por otra, y así hasta el infinito. Pues si se supone una voluntad infinita, debe también ser determinada por Dios a existir y obrar, no en cuanto Dios es sustancia absolutamente infinita, sino en cuanto tiene un atributo que expresa la esencia infinita y eterna del pensamiento (por la Proposición 23).
Concíbasela, pues, del modo que sea, ya como finita, ya como infinita, requiere una causa en cuya virtud sea determinada a existir y obrar; y así (por la Definición 7) no puede llamarse causa libre, sino sólo necesaria o compelida. Q.E.D.
Corolario I: Se sigue de aquí: primero, que Dios no obra en virtud de la libertad de su voluntad.
Corolario II: Se sigue: segundo, que la voluntad y el entendimiento se relacionan con la naturaleza de Dios como lo hacen el movimiento y el reposo y, en general, todas las cosas de la naturaleza, las cuales (por la Proposición 29) deben ser determinadas por Dios a existir y obrar de cierta manera. Pues la voluntad, como todo lo demás, precisa de una causa que la determine a existir y obrar de cierta manera. Y aunque de una voluntad o entendimiento dado se sigan infinitas cosas, no por ello puede decirse, sin embargo, que Dios actúa en virtud de la libertad de su voluntad, como tampoco puede decirse, por el hecho de que también se sigan infinitas cosas del movimiento y el reposo (como, en efecto, ocurre), que Dios actúa en virtud de la libertad del movimiento y el reposo. Por lo cual, la voluntad no pertenece a la naturaleza de Dios más que las cosas naturales, sino que se relaciona con ella de igual manera que el reposo y el movimiento y todas las demás cosas que hemos mostrado se siguen de la necesidad de la divina naturaleza y son determinadas por ella a existir y obrar de cierta manera.
PROPOSICIÓN XXXIII
Las cosas no han podido ser producidas por Dios de ninguna otra manera y en ningún otro orden que como lo han sido.
Demostración: En efecto, todas las cosas, dada la naturaleza de Dios, se han seguido necesariamente (por la Proposición 16), y en virtud de la necesidad de la naturaleza de Dios están determinadas a existir y obrar de cierta manera (por la Proposición 29.) Siendo así, si las cosas hubieran podido ser de otra naturaleza tal, o hubieran podido ser determinadas a obrar de otra manera tal, que el orden de la naturaleza fuese otro, entonces también la naturaleza de Dios podría ser otra de la que es actualmente; y, por ende, también esa otra naturaleza (por la Proposición 11) debería existir, y, consiguientemente, podrían darse dos o varios Dioses, lo cual (por el Corolario 1 de la Proposición 14) es absurdo. Por ello, las cosas no han podido ser producidas por Dios de ninguna otra manera y en ningún otro orden, etc. Q.E.D.
Escolio I: Aunque con lo dicho he mostrado, más claramente que la luz meridiana, que no hay nada absolutamente en las cosas, en cuya virtud puedan llamarse contingentes, quiero ahora explicar en pocas palabras lo que debemos entender por «contingente»; pero antes, lo que debemos entender por «necesario» e «imposible». Se llama «necesaria» a una cosa, ya en razón de su esencia, ya en razón de su causa. En efecto: la existencia de una cosa cualquiera se sigue necesariamente, o bien de su esencia y definición, o bien de una causa eficiente dada. Además, por iguales motivos, se llama «imposible» a una cosa: o porque su esencia —o sea, su definición- implica contradicción, o porque no hay causa externa alguna determinada a producir tal cosa. Pero una cosa se llama «contingente» sólo con respecto a una deficiencia de nuestro conocimiento. En efecto, una cosa de cuya esencia ignoramos si implica contradicción, o de la que sabemos bien que no implica contradicción alguna, pero sin poder afirmar nada cierto de su existencia, porque se nos oculta el orden de las causas; tal cosa —digo— nunca puede aparecérsenos como necesaria, ni como imposible, y por eso la llamamos contingente o posible.
Escolio II: De lo anterior se sigue claramente que las cosas han sido producidas por Dios con una perfección suma: puesto que, dada una naturaleza perfectísima, se han seguido de ella necesariamente. Y esto no arguye imperfección alguna en Dios; más bien es su perfección la que nos compele a afirmarlo. Aún más: de lo contrario de ello se seguiría claramente (como acabo de mostrar) que Dios no es sumamente perfecto, porque, sin duda, si las cosas hubiesen sido producidas de otra manera, debería serle atribuida a Dios otra naturaleza distinta de la que nos hemos visto obligados a atribuirle en virtud de su consideración como ser perfectísimo. Ahora bien: no dudo de que muchos rechazarán esta doctrina como absurda, y no querrán parar su atención en sopesarla; y ello, no por otro motivo que el de estar acostumbrados a atribuir a Dios otra libertad —a saber, la voluntad absoluta— muy distinta de la que nosotros hemos enseñado (Definición 7). Pero tampoco dudo de que, si quisieran meditar la cuestión y sopesar rectamente la serie de nuestras demostraciones, rechazarán de plano una libertad como la que ahora atribuyen a Dios, no sólo como algo fútil, sino también como un gran obstáculo para la ciencia. Y no hace falta que repita aquí lo que he dicho en el Escolio de la Proposición 17. Con todo, y en gracia a ellos, mostraré todavía que, aun concediendo que la voluntad pertenezca a la esencia de Dios, no por ello deja de seguirse de su perfección que las cosas no han podido ser creadas por Dios de ninguna otra manera y en ningún otro orden. Lo que será fácil mostrar si tenemos en cuenta primero lo que ellos mismos conceden, a saber: que el hecho de que una cosa sea lo que es, depende sólo del decreto y voluntad de Dios. Pues, de otro modo, Dios no sería causa de todas las cosas. Conceden además que todos los decretos de Dios han sido sancionados por Dios mismo desde la eternidad. Pues, de otro modo, se argüiría en Dios imperfección e inconstancia. Pero como en la eternidad no hay cuándo, antes ni después, se sigue de aquí —a saber: de la sola perfección de Dios— que Dios nunca puede ni nunca ha podido decretar otra cosa; o sea, que Dios no ha existido antes de sus decretos, ni puede existir sin ellos. Me dirán, sin embargo, que, aun suponiendo que Dios hubiese hecho de otra manera la naturaleza de las cosas, o que desde la eternidad hubiese decretado otra cosa acerca de la naturaleza y su orden, de ahí no se seguiría imperfección alguna en Dios. Pero si dicen eso, conceden al mismo tiempo que Dios puede cambiar sus decretos. Pues si Dios hubiera decretado algo distinto de lo que decretó acerca de la naturaleza y su orden, esto es, si hubiese querido y concebido otra cosa respecto de la naturaleza, entonces habría tenido necesariamente otro entendimiento y otra voluntad que los que actualmente tiene. Y si es lícito atribuir a Dios otro entendimiento y otra voluntad, sin cambio alguno de su esencia y perfección, ¿qué causa habría para que no pudiera cambiar ahora sus decretos acerca de las cosas creadas, sin dejar por ello de permanecer igualmente perfecto? Pues, en lo que toca a las cosas creadas y al orden de éstas, su entendimiento y voluntad, como quiera que se los conciba, se comportan del mismo modo respecto de su esencia y perfección. Además, todos los filósofos que conozco conceden que en Dios no se da entendimiento alguno en potencia, sino sólo en acto; pero dado que tanto su entendimiento como su voluntad no se distinguen de su misma esencia, según conceden también todos, se sigue, por tanto, también de aquí que, si Dios hubiera tenido otro entendimiento y otra voluntad en acto, su esencia habría sido también necesariamente distinta; y, por ende (como concluí desde el principio), si las cosas hubieran sido producidas por
Dios de otra manera que como ahora son, el entendimiento y la voluntad de Dios, esto es (según se concede), su esencia, debería ser otra, lo que es absurdo.
Y de esta suerte, como las cosas no han podido ser producidas por Dios de ninguna otra manera ni en ningún otro orden —y que esto es verdad se sigue de la suprema perfección de Dios—, ninguna sana razón podrá, ciertamente, persuadirnos para que creamos que Dios no ha querido crear todas las cosas que están en su entendimiento con la misma perfección con que las entiende. Me dirán, empero, que en las cosas no hay ninguna perfección ni imperfección, sino que aquello que en ellas hay, en cuya virtud son llamadas perfectas o imperfectas, y buenas o malas, depende sólo de la voluntad de Dios; y, siendo así, Dios habría podido hacer, si hubiera querido, que lo que actualmente es perfección fuese suma imperfección, y al contrario. Pero ¿qué sería esto sino afirmar abiertamente que Dios, que entiende necesariamente aquello que quiere, puede hacer, en virtud de su voluntad, que él mismo entienda las cosas de otra manera que como las entiende? Lo cual (como acabo de mostrar) es un gran absurdo. Por ello, puedo retorcer contra los adversarios su propio argumento, de la manera siguiente: todas las cosas dependen de la potestad de Dios, de modo que para que las cosas pudiesen ser de otra manera, la voluntad de Dios debería ser también necesariamente de otra manera; ahora bien: la voluntad de Dios no puede ser de otra manera (como acabamos de mostrar con toda evidencia, en virtud de la perfección de Dios); luego, las cosas tampoco pueden serlo. Confieso que la opinión que somete todas las cosas a una cierta voluntad divina indiferente, y que sostiene que todo depende de su capricho, me parece alejarse menos de la verdad que la de aquellos que sostienen que Dios actúa en todo con la mira puesta en el bien, pues estos últimos parecen establecer fuera de Dios algo que no depende de Dios, y a lo cual Dios se somete en su obrar como a un modelo, o a lo cual tiende como a un fin determinado. Y ello, sin duda, no significa sino el sometimiento de Dios al destino, que es lo más absurdo que puede afirmarse de Dios, de quien ya demostramos ser primera y única causa libre, tanto de la esencia de todas las cosas como de su existencia. Por lo cual, no hay motivo para perder el tiempo en refutar este absurdo.
PROPOSICIÓN XXXIV
La potencia de Dios es su esencia misma.
Demostración: En efecto, de la sola necesidad de la esencia de Dios se sigue que Dios es causa de sí (por la Proposición 11) y (por la Proposición 16 y su Corolario) de todas las cosas. Luego la potencia de Dios, por la cual son y obran él mismo y todas las cosas, es su esencia misma. Q.E.D.
PROPOSICIÓN XXXV
Todo lo que concebimos que está en la potestad de Dios, es necesariamente.
Demostración: En efecto, todo lo que está en la potestad de Dios debe (por la
Proposición anterior) estar comprendido en su esencia de tal manera que se siga necesariamente de ella, y es, por tanto, necesariamente. Q.E.D.
PROPOSICIÓN XXXVI
Nada existe de cuya naturaleza no se siga algún efecto.
Demostración: Todo cuanto existe expresa (por el Corolario de la Proposición 25) la naturaleza, o sea, la esencia de Dios de una cierta y determinada manera, esto es (por la Proposición 34), todo cuanto existe expresa de cierta y determinada manera la potencia de Dios, que es causa de todas las cosas, y así (por la Proposición 16) debe seguirse de ello algún efecto. Q.E.D.

APÉNDICE
Con lo dicho, he explicado la naturaleza de Dios y sus propiedades, a saber: que existe necesariamente; que es único; que es y obra en virtud de la sola necesidad de su naturaleza; que es causa libre de todas las cosas, y de qué modo lo es; que todas las cosas son en Dios y dependen de Él, de suerte qué sin Él no pueden ser ni concebirse; y, por último, que todas han sido predeterminadas por Dios, no, ciertamente, en virtud de la libertad de su voluntad o por su capricho absoluto, sino en virtud de la naturaleza de Dios, o sea, su infinita potencia, tomada absolutamente. Además, siempre que he tenido ocasión, he procurado remover los prejuicios que hubieran podido impedir que mis demostraciones se percibiesen bien, pero, como aún quedan no pocos prejuicios que podrían y pueden, en el más alto grado, impedir que los hombres comprendan la concatenación de las cosas en el orden en que la he explicado, he pensado que valía la pena someterlos aquí al examen de la razón. Todos los prejuicios que intento indicar aquí dependen de uno solo, a saber: el hecho de que los hombres supongan, comúnmente, que todas las cosas de la naturaleza actúan, al igual que ellos mismos, por razón de un fin, e incluso tienen por cierto que Dios mismo dirige todas las cosas hacia un cierto fin, pues dicen que Dios ha hecho todas las cosas con vistas al hombre, y ha creado al hombre para que le rinda culto. Consideraré, pues, este solo prejuicio, buscando, en primer lugar, la causa por la que le presta su asentimiento la mayoría, y por la que todos son tan propensos, naturalmente, a darle acogida. Después mostraré su falsedad y, finalmente, cómo han surgido de él los prejuicios acerca del bien y el mal, el mérito y el pecado, la alabanza y el vituperio, el orden y la confusión, la belleza y la fealdad, y otros de este género.
Ahora bien: deducir todo ello a partir de la naturaleza del alma43 humana no es de este lugar. Aquí me bastará con tomar como fundamento lo que todos deben reconocer, a saber: que todos los hombres nacen ignorantes de las causas de las cosas, y que todos los hombres poseen apetito de buscar lo que les es útil, y de ello son conscientes. De ahí se sigue, primero, que los hombres se imaginan ser libres, puesto que son conscientes de sus voliciones y de su apetito, y ni soñando piensan en las causas que les disponen a apetecer y querer, porque las ignoran. Se sigue, segundo, que los hombres actúan siempre con vistas a un fin, a saber: con vistas a la utilidad que apetecen, de lo que resulta que sólo anhelan siempre saber las causas finales de las cosas que se llevan a cabo, y, una vez que se han enterado de ellas, se tranquilizan, pues ya no les queda motivo alguno de duda. Si no pueden enterarse de ellas por otra persona, no les queda otra salida que volver sobre sí mismos y reflexionar sobre los fines en vista de los cuales suelen ellos determinarse en casos semejantes, y así juzgan necesariamente de la índole ajena a partir de la propia. Además, como encuentran, dentro y fuera de sí mismos, no pocos medios que cooperan en gran medida a la consecución de lo que les es útil, como, por ejemplo, los ojos para ver, los dientes para masticar, las hierbas y los animales para alimentarse, el sol para iluminar, el mar para criar peces, ello hace que consideren todas las cosas de la naturaleza como si fuesen medios para conseguir lo que les es útil. Y puesto que saben que esos medios han sido encontrados, pero no organizados por ellos, han tenido así un motivo para creer que hay algún otro que ha organizado dichos medios con vistas a que ellos los usen. Pues una vez que han considerado las cosas como medios, no han podido creer que se hayan hecho a sí mismas, sino que han tenido que concluir, basándose en el hecho de que ellos mismos suelen servirse de medios, que hay algún o algunos rectores de la naturaleza, provistos de libertad humana, que les han proporcionado todo y han hecho todas las cosas para que ellos las usen. Ahora bien: dado que no han tenido nunca noticia de la índole de tales rectores, se han visto obligados a juzgar de ella a partir de la suya, y así han afirmado que los dioses enderezan todas las cosas a la humana utilidad, con el fin de atraer a los hombres y ser tenidos por ellos en el más alto honor; de donde resulta que todos, según su propia índole, hayan excogitado diversos modos de dar culto a Dios, con el fin de que Dios los amara más que a los otros, y dirigiese la naturaleza entera en provecho de su ciego deseo e insaciable avaricia. Y así, este prejuicio se ha trocado en superstición, echando profundas raíces en las almas, lo que ha sido causa de que todos se hayan esforzado al máximo por entender y explicar las causas finales de todas las cosas. Pero al pretender mostrar que la naturaleza no hace nada en vano (esto es: no hace nada que no sea útil a los hombres), no han mostrado —parece— otra cosa sino que la naturaleza y los dioses deliran lo mismo que los hombres. Os ruego consideréis en qué ha parado el asunto. En medio de tantas ventajas naturales no han podido dejar de hallar muchas desventajas, como tempestades, terremotos, enfermedades, etc.; entonces han afirmado que ello ocurría porque los dioses estaban airados a causa de las ofensas que los hombres les inferían o a causa de los errores cometidos en el culto. Y aunque la experiencia proclamase cada día, y patentizase con infinitos ejemplos, que los beneficios y las desgracias acaecían indistintamente a piadosos y a impíos, no por ello han desistido de su inveterado prejuicio: situar este hecho entre otras cosas desconocidas, cuya utilidad ignoraban (conservando así su presente e innato estado de ignorancia) les ha sido más fácil que destruir todo aquel edificio y planear otro nuevo. Y de ahí que afirmasen como cosa cierta que los juicios de los dioses superaban con mucho la capacidad humana, afirmación que habría sido, sin duda, la única causa de que la verdad permaneciese eternamente oculta para el género humano, si la Matemática, que versa no sobre los fines, sino sólo sobre las esencias y propiedades de las figuras, no hubiese mostrado a los hombres otra norma de verdad; y, además de la Matemática, pueden también señalarse otras causas (cuya enumeración es aquí superflua) responsables de que los hombres se diesen cuenta de estos vulgares prejuicios y se orientasen hacia el verdadero conocimiento de las cosas. Con esto he explicado suficientemente lo que prometí en primer lugar. Mas para mostrar ahora que la naturaleza no tiene fin alguno prefijado, y que todas las causas finales son, sencillamente, ficciones humanas, no harán falta muchas palabras. Creo, en efecto, que ello ya consta suficientemente, tanto en virtud de los fundamentos y causas de donde he mostrado que este prejuicio tomó su origen, cuanto en virtud de la Proposición 16 y los Corolarios de la Proposición 32, y, además, en virtud de todo aquello por lo que he mostrado que las cosas de la naturaleza acontecen todas con una necesidad eterna y una suprema perfección. Sin embargo, añadiré aún que esta doctrina acerca del fin transtorna por completo la naturaleza, pues considera como efecto lo que es en realidad causa, y viceversa. Además, convierte en posterior lo que es, por naturaleza, anterior. Y, por último, trueca en imperfectísimo lo que es supremo y perfectísimo. Pues (omitiendo los dos primeros puntos, ya que son
manifiestos por sí), según consta en virtud de las Proposiciones 21, 22 y 23, el efecto producido inmediatamente por Dios es el más perfecto, y una cosa es tanto más imperfecta cuantas más causas intermedias necesita para ser producida. Pero, si las cosas inmediatamente producidas por Dios hubieran sido hechas para que Dios alcanzase su fin propio, entonces las últimas, por cuya causa se han hecho las anteriores, serían necesariamente las más excelentes de todas. Además, esta doctrina priva de perfección a Dios: pues, si Dios actúa con vistas a un fin, es que —necesariamente— apetece algo de lo que carece. Y, aunque los teólogos y los metafísicos distingan entre fin de carencia y fin de asimilación, confiesan, sin embargo, que Dios ha hecho todas las cosas por causa de sí mismo, y no por causa de las cosas que iban a ser creadas, pues, aparte de Dios, no pueden señalar antes de la creación nada en cuya virtud Dios obrase; y así se ven forzados a confesar que Dios carecía de aquellas cosas para cuya consecución quiso disponer los medios, y que las deseaba, como es claro por sí mismo. Y no debe olvidarse aquí que los secuaces de esta doctrina, que han querido exhibir su ingenio señalando fines a las cosas, han introducido, para probar esta doctrina suya, una nueva manera de argumentar, a saber: la reducción, no a lo imposible, sino a la ignorancia, lo que muestra que no había ningún otro medio de probarla. Pues si, por ejemplo, cayese una piedra desde lo alto sobre la cabeza de alguien, y lo matase, demostrarán que la piedra ha caído para matar a ese hombre, de la manera siguiente. Si no ha caído con dicho fin, queriéndolo Dios, ¿cómo han podido juntarse al azar tantas circunstancias? (y, efectivamente, a menudo concurren muchas a la vez). Acaso responderéis que ello ha sucedido porque el viento soplaba y el hombre pasaba por allí. Pero —insistirán— ¿por qué soplaba entonces el viento? ¿Por qué el hombre pasaba por allí entonces? Si respondéis, de nuevo, que el viento se levantó porque el mar, estando el tiempo aún tranquilo, había empezado a agitarse el día anterior, y que el nombre había sido invitado por un amigo, insistirán de nuevo, a su vez —ya que el preguntar no tiene fin—: ¿y por qué se agitaba el mar? ¿por qué el hombre fue invitado en aquel momento? Y, de tal suerte, no cesarán de preguntar las causas de las causas, hasta que os refugiéis en la voluntad de Dios, ese asilo de la ignorancia44. Así también, cuando contemplan la fábrica del cuerpo humano, quedan estupefactos, y concluyen, puesto que ignoran las causas de algo tan bien hecho, que es obra no mecánica, sino divina o sobrenatural, y constituida de modo tal que ninguna parte perjudica a otra. Y de aquí proviene que quien investiga las verdaderas causas de los milagros, y procura, tocante a las cosas naturales, entenderlas como sabio, y no admirarlas como necio, sea considerado hereje e impío, y proclamado tal por aquellos a quien el vulgo adora como intérpretes de la naturaleza y de los dioses. Porque ellos saben que, suprimida la ignorancia, se suprime la estúpida admiración, esto es, se les quita el único medio que tienen de argumentar y de preservar su autoridad. Pero voy a dejar este asunto, y pasar al que he decidido tratar aquí en tercer lugar.
Una vez que los hombres se han persuadido de que todo lo que ocurre ocurre por causa de ellos, han debido juzgar como lo principal en toda cosa aquello que les resultaba más útil, y estimar como las más excelentes de todas aquellas cosas que les afectaban del mejor modo. De donde han debido formar nociones, con las que intentan explicar la naturaleza de las cosas, tales como Bien, Mal, Orden, Confusión, Calor, Frío, Belleza y Fealdad; y, dado que se consideran a sí mismos como libres, de ahí han salido nociones tales como Alabanza, Vituperio, Pecado y Mérito: estas últimas las explicaré más adelante, después que trate de la naturaleza humana; a las primeras me referiré ahora brevemente. Han llamado Bien a todo lo que se encamina a la salud y al culto de Dios, y Mal, a lo contrario de esas cosas. Y como aquellos que no entienden la naturaleza de las cosas nada afirman realmente acerca de ellas, sino que sólo se las imaginan, y confunden la imaginación con el entendimiento, creen por ello firmemente que en las cosas hay un Orden, ignorantes como son de la naturaleza de las cosas y de la suya propia. Pues decimos que están bien ordenadas cuando están dispuestas de tal manera que, al representárnoslas por medio de los sentidos, podemos imaginarlas fácilmente y, por consiguiente, recordarlas con facilidad; y, si no es así, decimos que están mal ordenadas o que son confusas. Y puesto que las cosas que más nos agradan son las que podemos imaginar fácilmente, los hombres prefieren, por ello, el orden a la confusión, corno si, en la naturaleza, el orden fuese algo independiente de nuestra imaginación; y dicen que Dios ha creado todo según un orden, atribuyendo de ese modo, sin darse cuenta, imaginación a Dios, a no ser quizá que prefieran creer que Dios, providente con la humana imaginación, ha dispuesto todas las cosas de manera tal que ellos puedan imaginarlas muy fácilmente. Y acaso no sería óbice para ellos el hecho de que se encuentran infinitas cosas que sobrepasan con mucho nuestra imaginación, y muchísimas que la confunden a causa de su debilidad. Pero de esto ya he dicho bastante. Por lo que toca a las otras nociones, tampoco son otra cosa que modos de imaginar, por los que la imaginación es afectada de diversas maneras, y, sin embargo, son consideradas por los ignorantes como si fuesen los principales atributos de las cosas; porque, como ya hemos dicho, creen que todas las cosas han sido hechas con vistas a ellos, y a la naturaleza de una cosa la llaman buena o mala, sana o pútrida y corrompida, según son afectados por ella. Por ejemplo, si el movimiento que los nervios reciben de los objetos captados por los ojos conviene a la salud, los objetos por los que es causado son llamados bellos; y feos, los que provocan un movimiento contrario. Los que actúan sobre el sentido por medio de la nariz son llamados aromáticos o fétidos; los que actúan por medio de la lengua, dulces o amargos, sabrosos o insípidos, etc.; los que actúan por medio del tacto, duros o blandos, ásperos o lisos, etc. Y, por último, los que excitan el oído se dice que producen ruido, sonido o armonía, y esta última ha enloquecido a los hombres hasta el punto de creer que también Dios se complace con la armonía; y no faltan filósofos persuadidos de que los movimientos celestes componen una armonía. Todo ello muestra suficientemente que cada cual juzga de las cosas según la disposición de su cerebro, o, más bien, toma por realidades las afecciones de su imaginación. Por ello, no es de admirar (notémoslo de pasada) que hayan surgido entre los hombres tantas controversias como conocemos, y de ellas, por último, el escepticismo. Pues, aunque los cuerpos humanos concuerdan en muchas cosas, difieren, con todo, en muchas más, y por eso lo que a uno le parece bueno, parece malo a otro; lo que ordenado a uno, a otro confuso; lo agradable para uno es desagradable para otro; y así ocurre con las demás cosas, que omito aquí no sólo por no ser éste lugar para tratar expresamente de ellas, sino porque todos tienen suficiente experiencia del caso. En efecto, en boca de todos están estas sentencias: hay tantas opiniones como cabezas; cada cual abunda en su opinión; no hay menos desacuerdo entre cerebros que entre paladares. Ellas muestran suficientemente que los hombres juzgan de las cosas según la disposición de su cerebro, y que más bien las imaginan que las entienden. Pues si las entendiesen —y de ello es testigo la Matemática—, al menos las cosas serían igualmente convincentes para todos, ya que no igualmente atractivas.
Vemos, pues, que todas las nociones por las cuales suele el vulgo explicar la naturaleza son sólo modos de imaginar, y no indican la naturaleza de cosa alguna, sino sólo la contextura de la imaginación; y, pues tienen nombres como los que tendrían entidades existentes fuera de la imaginación, no las llamo entes de razón, sino de imaginación, y así, todos los argumentos que contra nosotros se han obtenido de tales nociones, pueden rechazarse fácilmente. En efecto, muchos suelen argumentar así: si todas las cosas se han seguido en virtud de la necesidad de la perfectísima naturaleza de Dios, ¿de dónde han surgido entonces tantas imperfecciones en la naturaleza, a saber: la corrupción de las cosas hasta el hedor, la fealdad que provoca náuseas, la confusión, el mal, el pecado, etc.? Pero, como acabo de decir, esto se refuta fácilmente. Pues la perfección de las cosas debe estimarse por su sola naturaleza y potencia, y no son mas o menos perfectas porque deleiten u ofendan los sentidos de los hombres, ni porque convengan o repugnen a la naturaleza humana. Y a quienes preguntan: ¿por qué Dios no ha creado a todos los hombres de manera que se gobiernen por la sola guía de la razón? respondo sencillamente: porque no le ha faltado materia para crearlo todo, desde el más alto al más bajo grado de perfección; o, hablando con más propiedad, porque las leyes de su naturaleza han sido lo bastante amplias como para producir todo lo que puede ser concebido por un entendimiento infinito, según he demostrado en la Proposición 16.
Éstos son los prejuicios que aquí he pretendido señalar. Si todavía quedan algunos de la misma estofa, cada cual podrá corregirlos a poco que medite.

*  *  *

Complemento:

Spinoza pertenecía a la comunidad judía de Amsterdam, pero pronto fue excomulgado y expulsado de la sinagoga por heterodoxo. Pocos filósofos en la era moderna han sido tan calumniados y perseguidos por sus ideas como este hombre. Incluso fue víctima de un intento de asesinato. La causa era sus críticas a la religión oficial. Pensaba que lo único que mantenía vivo tanto al cristianismo como al judaísmo eran los dogmas anticuados y los ritos externos. Fue el primero en emplear lo que llamamos una visión crítico-histórica de la Biblia.

Negó que la Biblia estuviera inspirada por Dios. Cuando leemos la Biblia debemos tener siempre presente la época en la que fue escrita. Una lectura crítica de este tipo también revelará una serie de discrepancias entre las distintas escrituras. No obstante, bajo la superficie de las escrituras del Nuevo Testamento, nos encontramos a Jesús, que muy bien puede ser denominado el portavoz de Dios. Porque la predicación de Jesús representó precisamente una liberación del anquilosado judaísmo. Jesús predicó una religión de la "razón" que ponía el amor sobre todas las cosas, y aquí Spinoza se refiere tanto al amor a Dios como al amor al prójimo. Pero el cristianismo también quedó pronto anquilosado en dogmas fijos y ritos externos.

Todo es pensamiento y extensión a un tiempo, aunque nada puede ser pensado como ambas cosas a un mismo tiempo. La sustancia aparece, sin embargo, en infinidad de modos: las cosas, el hombre incluido, son infinitos modos de ser la sustancia infinita.

“Dios o la   naturaleza”:   Considerada como pensamiento y extensión      = “Naturaleza naturante”
                   
  Una única sustancia        Considerada como modos infinitos                       = “Naturaleza naturada”

El hombre es un modo finito de manifestarse el pensamiento y la extensión de la sustancia. Como parte de la Naturaleza naturada, donde no hay nada contingente, pertenece al mundo de lo necesario; no hay en él libertad por lo mismo que no hay finalidad en la naturaleza: «Todas las causas finales son, sencillamente, ficciones humanas». Su esencia –como igualmente pasa en Dios– se expresa en el conatus, a saber, en la conservación del propio ser, en el obrar, el vivir, en el «deseo» –que en Dios es potencia. Como el alma es necesariamente consciente de sí por medio de las ideas de las afecciones del cuerpo, es, por lo tanto consciente de su esfuerzo. Ésta es la clase de conocimiento al que puede aplicarse rigurosamente el «método geométrico» de pensar: a partir de definiciones captadas intuitivamente se construye deductivamente la idea, o esencia concreta, de una cosa. En ninguna otra cosa distinta que el logro del mayor conocimiento posible consiste la libertad del hombre: «es libre quien se guía sólo por la razón»; la libertad no es cosa de la voluntad humana, sino del entendimiento. El hombre, parte de la Naturaleza naturada, despliegue de la naturaleza divina según razones y causas necesarias, está también él sujeto a la necesidad; es extensión, tanto como pensamiento y, por consiguiente, sometido a la ley del «reposo y el movimiento». Si el hombre se cree libre, es porque ignora las causas que lo determinan. La libertad no es sino lucha contra la ignorancia y los prejuicios: libertad de pensamiento.

Gilles Deleuze, en su tratado Nietzsche y la filosofía señala:

Spinoza se dio cuenta antes que Nietzsche de que una fuerza no era separable de un poder de ser afectado, y que este poder expresaba su poder. Nietzsche no deja de criticar a Spinoza, pero sobre otro punto: Spinoza no supo elevarse hasta la concepción de una voluntad de poder, confundió el poder con la simple fuerza y concibió la fuerza de manera.

Diana Kateryn Hernández Padilla, destaca:

La filosofía de Spinoza posee un marcado factor ético-político, no sólo porque la contingencia lo requería, sino también porque su Sistema lo necesitaba y promovía como el momento cúlmine de éste. La metafísica del "modo" afirma que ésta es una realidad inconsistente y no autosuficiente, en tanto que es "aquello que es en otra cosa, por medio de la cual es también concebido". Es decir que el "modo" se define por su finitud y por ser parte del devenir del Ser. Estas características son propias de toda realidad modal, pero es mucho más fuerte en el hombre, ya que éste puede llegar a ser conciente de ello; y es esto lo que Spinoza constata, y a lo cual se refiere en el "Tratado de la Reforma del Entendimiento".
Para Spinoza, por su formación matemática, es claro que mientras más y mayores son los factores de la suma, más grande será el poder de la cosa singular resultante, por lo que mayores serán sus derechos; es decir, que a mayor número de hombres que conformen una comunidad más cerca estarán de identificarse con el "poder absoluto" de la naturaleza humana, y es por ello imperiosa la formación de ésta. Pero esta "suma" se puede efectuar de tres maneras principales, lo que va a dar como resultado los tres tipos de Estado que Spinoza expone en el "Tratado Político": la Monarquía, la Aristocracia y la Democracia.
Las consecuencias de esto son radicales, pues de esta forma se da pie para la disolución del Estado como estructura de poder jerárquica, y se promueve a la Democracia como una forma de vida, como una efectiva comunidad política: "Como la obediencia consiste en que alguien cumpla las órdenes por la sola autoridad de quien manda, se sigue que la obediencia no tiene cabida en una sociedad cuyo poder está en manos de todos y cuyas leyes son sancionadas por el consenso general; y que en semejante sociedad, ya aumenten las leyes, ya disminuyan, el pueblo sigue siendo igualmente libre, porque no actúa por la autoridad de otro, sino por su propio consentimiento". Entonces, la Democracia se establece como el único "poder absoluto" que, como tal, es el único medio en que el hombre puede realizar su libertad.
Pero Spinoza sabe que esto es prácticamente imposible, porque ello supone la absoluta racionalización de la vida humana. Sólo el hombre que actúa racionalmente ya no estará determinado por sus pasiones (será libre), y sabrá la verdadera causa de los hechos, por lo tanto conocerá su bien y sabrá que este bien se encuentra en la formación de la "comunidad política", comunidad que es el único medio en el cual el hombre podrá efectuar su libertad, objetivo ético-político de toda la filosofía spinoceana... Pero para esto es necesario primero "procurar que muchos reformen el entendimiento junto conmigo, es decir, que a mi felicidad pertenece contribuir a que otros muchos entiendan lo mismo que yo".

José Luis Díaz manifiesta:

Ciertamente Baruch Spinoza (1632-1677) propuso una imagen del cosmos particularmente compatible con una ciencia y una religiosidad abiertas e inquisitivas. La clave de esa imagen es la inmanencia de lo divino en el mundo. No se trata de un panteísmo grosero según el cual todo lo que existe es divino, sino de un mundo esencialmente complejo y múltiple que puede ser considerado como materia y como espíritu indistintamente. La propuesta contiene, entre otras cosas, una solución posible al problema mente-cuerpo, ya que el proceso corporal es físico y psíquico a la vez: el cuerpo vivo y en acción no es sólo materia ni sólo mente, es cuerpo-mente, una tesis desarrollada por el filósofo fenomenólogo y existencialista francés Maurice Merleau-Ponty. La materia, como diría el también espinoziano Teilhard de Chardin, está cargada de espíritu y la realidad última del mundo es ambigua y misteriosa.
Teilhard de Chardin (1881-1955) merece un comentario especial en el contexto de este libro y de este capítulo, ya que se trata de un hombre de ciencia, de un religioso y de un pensador que intentó amalgamar sus dispares intereses en una obra de gran aliento. Teilhard hizo importantes aportaciones geológicas y paleontológicas, en particular el descubrimiento del llamado "hombre de Pekín", la creación de la geobiología como una síntesis de la paleontología y la geografía, así como una larga labor sobre la ortogénesis, es decir, la convergencia evolutiva en particular del fenómeno de encefalización y evolución de la mente, a los cuales reunió en el concepto de noogénesis. Teilhard, convencido evolucionista, propuso en El fenómeno humano que la evolución tiene una direccionalidad: el incremento de la conciencia sobre la Tierra, desde un caldo de materia primordial (el alfa) hasta un punto de convergencia final, el punto omega, que simbólicamente corresponde a la segunda venida de Cristo. En forma similar a Spinoza, que fuera condenado tanto por teólogos judíos como cristianos, la obra de Teilhard fue objeto de prohibición y de ataques del Vaticano, y no se pudo publicar sino hasta después de su muerte.

En el Portal Plano Sur hay un artículo sobre Spinoza titulado el Hombre Libre:

Spinoza es muy preciso cuando comenta que entre el ser que se deja conducir por la opinión y quien lo hace por la razón existe una contundente diferencia, pues quien lo hace por sus afecciones no es conciente de lo que hace (quiéralo o no) y al contrario, quien dirige sus actos de una manera clara y distinta, sabe que no tiene que agradar más que así mismo y realizar entonces solamente lo que sabe que ocupa el primer lugar en su vida. Spinoza de manera enfática denomina siervo a quien se conduce sin razón y denomina libre al que con plenitud y tranquilidad se apropia de una vida racional.
De igual forma, para nuestro autor es libre quien se conoce y conoce la naturaleza de forma adecuada, quien comprende que la naturaleza no obra con fines o en un sentido teleológico que busca satisfacer de forma exclusiva la condición humana; es un ser que trata en lo posible de actuar, no de padecer.  
Recordemos asimismo que el hombre libre actúa en virtud de una sabiduría que no está en función de la muerte sino que por el contrario, es una constante meditación acerca de la vida. Este ser humano que es capaz de dirigir sus actos según el libre gobierno de la razón no está orientado por el temor a la muerte, deseando así vivir o conservar su ser de acuerdo al principio de “la investigación de la utilidad propia”, cosa que significa según Spinoza desear de manera directa lo que es bueno.
Para el autor igualmente la virtud del hombre libre demuestra su grandeza tanto al evitar los peligros (entiéndase por ello lo que puede ser causa de algún mal: tristeza, odio, etc.) como al triunfar en ellos. Spinoza afirma vehementemente que “el hombre libre escoge la huida con la misma firmeza de alma o presencia de espíritu que el combate”.
De manera similar, el hombre libre en la perspectiva Spinozista trata en lo posible de evitar favores cuando vive entre quienes se dejan llevar vanamente por sus deseos (alude a la independencia de la razón, ello no entraña desprecio). ¿Por qué trata de evitarlos?, porque sabe la diferencia de visiones de mundo que existe entre quien se conduce por la opinión (quien se contrista si no le devuelven un beneficio) y por la razón (trata de establecer con los demás hombres un lazo de amistad y no de devolución de beneficios –debe ser prudente para que no parezca que desprecia o teme por avaricia-). Por eso destaca con precisión que “el hombre libre para no ser odiado de los ignorantes se ha de esforzar en lo posible de evitar sus beneficios”.
Debemos comprender de igual forma que los hombres libres de ninguna manera son seres amargados y aislados, nos dice el ilustre pensador que antes bien ellos poseen entre sí una gratitud recíproca; cosa que por el contrario en aquellos hombres que se dirigen por el deseo ciego se traduce en un reconocimiento mutuo que las más de las veces es un tráfico o un engaño que un verdadero y leal agradecimiento.

Gerardo Laveaga expone sobre el Filósofo que le hizo Amar a Dios:

Crecí en una familia profundamente conservadora; apegada, hasta la ignominia, a la línea doctrinal de la Iglesia católica. Por ello, cuando a los 17 años experimenté mi crisis de fe, me vi obligado a buscar consejo. “Hasta los grandes científicos han creído en Dios”, me espetó un sacerdote al que consulté: “Ahí tienes a Einstein”. Cuando hurgué en la biblioteca de la preparatoria, di con la clave. “Claro que creo en Dios”, reconocía el físico alemán: “en el Dios de Spinoza”.
Ni tardo ni perezoso, me dirigí a una librería para comprar cualquier libro de ese Spinoza al que citaba Einstein. Su Ética me pareció ininteligible. Si, en mi edición de Sépan Cuantos, no se hubiera incluido, también, el Tratado Teológico Político, habría renunciado a leerlo… Pero el tratado me pasmó. No se me ocurre otro libro que haya tenido mayor impacto en mi vida.
Partiendo del Antiguo Testamento —campo en el que yo era “experto” a mi pesar—, comencé a advertir cómo Dios no era sino un pretexto, un símbolo maleable que profetas y guerreros utilizaban a su conveniencia, para conducir a su gente a donde la quería llevar. Más tarde, leí la Historia de la Filosofía Occidental, de Bertrand Russell, donde hallé el estímulo que me hacía falta para hincarle el diente a la Ética: “Spinoza es el más noble y el más amable de los grandes filósofos. Intelectualmente, algunos le han superado, pero éticamente es supremo”.
Fue así como, apoyándome en diversos comentaristas, me convertí en discípulo de Spinoza. Descubrí que, con el afán de evitar más enconos de los que ya suscitaba —los judíos lo habían expulsado de la comunidad a la que pertenecía y los católicos lo consideraban un ateo—, el holandés había utilizado un lenguaje oscuro, inaccesible para la mayoría de sus lectores. No era para menos: lo que afirmaba era que no existían cuerpo y alma, como enseñó Descartes, sino que todo estaba hecho de “la sustancia”, a la que él llamaba Dios. La tristeza y el sol; la envidia y el mar, la conmiseración y el universo entero eran Dios…
Heredero de Demócrito y Lucrecio, Spinoza rechazó la existencia de un espíritu barbado que deambulara entre las nubes, pero nunca abjuró. Advirtió, eso sí,  “quien ama a Dios, no puede esforzarse porque Dios le ame a su vez”. Con la actitud de Horacio —Carpe Diem—, explicó, a través de un método riguroso, por qué estamos obligados a buscar la felicidad en el estrecho marco del tiempo y lugar que nos tocó vivir. Puede gustarnos o no, pero es mejor que nos guste, dice. Después de todo, no somos sino una parte insignificante del universo, de Dios mismo. Esta “humildad táctica” nos obliga, a la larga, a construir un mundo más habitable.
En política, siguió a Hobbes pero, a diferencia del autor del Leviatán, concluyó que la mejor forma de gobierno era la democracia. Adelantado a William James y a los neurobiólogos del siglo XXI, fue contundente al afirmar que “los hombres opinan que son libres, porque son conscientes de sus voliciones y de sus deseos, y ni por sueños piensan en las causas por las que están inclinados a apetecer y a desear, puesto que los ignoran”.
Si yo tuviera que quedarme con un gran filósofo —con uno solo— éste sería Baruj Spinoza. Vivió y murió en el siglo XVII, pero su visión posee una actualidad escandalosa. Hoy día, se editan y reeditan los textos sobre sus ideas. Biblioteca Buridá tradujo, recientemente, El hereje y el cortesano, donde Matthew Stewart lo compara con Leibnitz. Es un libro formidable. Me habría gustado tenerlo a la mano a mis 17 años. A 380 años del nacimiento de Spinoza, es la mejor introducción que podría recomendar a cualquiera que quisiera aproximarse a este monstruo de luz, del que aún queda mucho, mucho por explorar…

*   *   *
  Finale

Spinoza fue hijo de una familia de judíos sefardíes portugueses emigrados a Holanda a finales del siglo XVI. Spinoza fue educado en los principios estrictos de su religión. Sin embargo, debido a que, desde muy joven no aceptó el judaísmo ortodoxo, hecho patente en sus escritos, fue excomulgado y expulsado de la comunidad judía de Amsterdam en 1656, dedicándose desde entonces al oficio de pulidor de lentes para instrumentos ópticos, además de pensar y mucho, filosofar, discernir y ser uno de los grandes pensadores no condicionados que, en lo religioso, sirvió de inspiración, entre otros a Albert Einstein.

Decreto de excomunión de Baruch de Spinoza - 1656

"Los dirigentes de la comunidad ponen en su conocimiento que desde hace mucho tenían noticia de las equivocadas opiniones y errónea conducta de Baruch de Spinoza y por diversos medios y advertencias han tratado de apartarlo del mal camino. Como no obtuvieran ningún resultado y como, por el contrario, las horribles herejías que practicaba y enseñaba, lo mismo que su inaudita conducta fueran en aumento, resolvieron de acuerdo con el rabino, en presencia de testigos fehacientes y del nombrado Spinoza, que éste fuera excomulgado y expulsado del pueblo de Israel, según el siguiente decreto de excomunión: Por la decisión de los ángeles, y el juicio de los santos, excomulgamos, expulsamos, execramos y maldecimos a Baruch de Spinoza, con la aprobación del Santo Dios y de toda esta Santa comunidad, ante los Santos Libros de la Ley con sus 613 prescripciones, con la excomunión con que Josué excomulgó a Jericó, con la maldición con que Eliseo maldijo a sus hijos y con todas las execraciones escritas en la Ley. Maldito sea de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito sea cuando se levanta; maldito sea cuando sale y maldito sea cuando regresa. Que el Señor no lo perdone. Que la cólera y el enojo del Señor se desaten contra este hombre y arrojen sobre él todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. El Señor borrará su nombre bajo los cielos y lo expulsará de todas las tribus de Israel abandonándolo al Maligno con todas las maldiciones del cielo escritas en el Libro de la Ley. Pero vosotros, que sois fieles al Señor vuestro Dios, vivid en paz. Ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita, que nadie le preste ningún favor, que nadie permanezca con él bajo el mismo techo o a menos de cuatro yardas, que nadie lea nada escrito o trascripto por él."

Quedo anonadado, al igual como quedé anonadado con el veredicto de la Inquisición que llevó a la hoguera a Giordano Bruno. No entiendo tanto odio en el nombre de Dios. Por tener Spinoza un adelantado pensar para la época se le excomulgó de su vernácula religión y, quizá por no ser cristiano y su principal obra ser publicada después de él morir, se libró de la "purificación" por la santa hoguera en la santa ignorancia de la santa inquisición que, cincuenta y seis años antes había inmolado en Italia al gran pensador y visionario Giordano Bruno, quien hubiera admirado a Spinoza.

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Amigas, Amigos:

Baruch Spinoza tuvo la sinceridad de señalar que al leer el Evangelio le causó una gran impresión considerándolo superior al judaísmo. 300 años después, su "discípulo" religioso Einstein interpretó el abstracto concepto de Dios de Spinoza desde una perspectiva cósmica, a diferencia del sentido humano que se le ha dado, por ejemplo al interpretar los Evangelios. El sentido cósmico que allí hay no es externo o exotérico, es interno o esotérico...

Es más, Einstein sobre Jesús dijo:

De niño yo recibí instrucción tanto de la Biblia como del talmud (libro de las tradiciones de los ancianos judíos). Yo soy Judío, pero me conmueve la luminosa figura del Nazareno.
 
"El "Jesús" de Emil Ludwig es bastante frívolo. Jesús es demasiado colosal para la pluma de los mercaderes de palabras, aunque éstos escribieran con arte. ¡Ningún humano puede expresar al Cristianismo con un bon mot!

A la pregunta ¿
Acepta usted la existencia histórica de Jesús? Einstein respondió:

¡Sin duda alguna!. Nadie puede leer los Evangelios sin sentir la verdadera presencia de Jesús. Su personalidad vibra en todas sus palabras. Ningún mito está tan rebosante de tal vitalidad. No soy ateo, y no pienso que se me pueda llamar panteísta (doctrina del que identifica a Dios con la naturaleza y con el mundo). Estamos en la posición de un niño pequeño entrando en una gigantesca librería llena de libros escritos en muchas lenguas. El niño sabe que alguien debió de haber escrito esos libros. Pero no sabe como. Tampoco entiende los lenguajes en los que están escritos. El niño sospecha borrosamente que existe un misterioso orden en el acomodo de los libros, pero no sabe cual es ese orden. Ésta, me parece a mí, es la actitud hacia Dios, aún del más inteligente ser humano. Contemplamos al universo maravillosamente dispuesto y obedeciendo a ciertas leyes, pero solamente de manera borrosa entendemos esas leyes. Nuestras mentes limitadas perciben una fuerza misteriosa que mueve a las constelaciones. 

Esto me lleva a recordar a los Hasidim:

Una
definición actual de ellos dice:

Los Hasidim, es decir “los piadosos” son un grupo judío de carácter místico que pretende reproducir el Antiguo Testamento con la mayor fidelidad posible. Son, de hecho, una cultura dentro de la cultura judía y sobresalen por su rigorismo, puritanismo y meticulosidad en la observancia de la ley. Políticamente son decididamente antisionistas ya que defienden la esencia exílica de los judíos. Su regeneración será obra del Mesías, no de los políticos. Así que se niegan a pagar impuestos al Estado de Israel, lo cual no quiere decir, sin embargo, que hagan ascos a las subvenciones. Su literatura es riquísima... 

Admiro a los primarios Hasidim y lo hago sobre la base del estudio realizado por Vladimir Linderberg quien señala:

A mediados del siglo XVII tuvo lugar, entre la población judía de las regiones ruso-polaca y de la Galicia oriental, un resurgimiento de la fe en la obra fundamental de la antigua religión hebrea. De ellos se desprende una madurez humana, una bondad, una predisposición al sacrificio, una tolerancia y un acercamiento a Dios que raramente pueden encontrarse... 
No es que la doctrina del hasidismo sea diferente de la enseñanza hebrea ortodoxa, sino más bien lo que se diferencia es la cualidad del amor, de la humildad y del acercamiento a Dios. El hasid siente la realidad de Dios y lo experimenta como si estuviera presente "ahora y siempre". No solo le reza en la sinagoga o a la hora de la oración, sino por el hecho de que Dios "está ahí ahora y siempre", convirtiendo su vida entera, sus actos y sus pensamientos en constante comunión con Él.
Dios está, vive en todas partes, en todas sus criaturas, hombres, animales, plantas, insectos, piedras, hasta en las cosas que hacen los hombres con su manos. Cada cosa lleva destellos del Alma inconmensurable de Dios. Con su mayor inteligencia y su libertad de opción, el hombre es su Mensajero: Su deber es liberar los destellos del Alma de Dios captados por las criaturas y por todas las cosas. Esto lo puede hacer si trata con amor, mansedumbre y consideración a todas las criaturas y a las cosas que caen  dentro del círculo en que se desenvuelve su vida y ejerce su acción.
El hombre vive y actúa en Dios, siente su mano sobre él en todo momento y en todas partes, y sabe que está protegido. Ello significa que vive sin temor, una vida confiada al Supremo Ser.
Aunque persiste la separación entre el bien y el mal como polaridades éticas, el bien no es mirado únicamente como bien ni el mal como mal. Ambos están en el mundo como realidades y no es posible pensar en uno sin el otro. Cualquier cosa buena puede hacerse mala por la hipocresía, la falta de amor, de complacencia, y cualquier cosa mala puede volverse buena con un poco de perspicacia y amor. Detrás de la perversa faz de cada diablo se esconde la del ángel ya sonriente en espera de conversión y salvación.  

El fundador del hasidismo, el rabino nacido en Ucrania Israel Baalschemtov (1698 - 1760) enseñaba a sus discípulos que:

El hombre ha de librar una lucha de todos los instantes, hasta la muerte, y tal es, por cierto, precisamente la misión del hombre en el mundo. El hombre tiene que saber descubrir y pulir las piedrezuelas que cayeron cuando Dios estaba construyendo y destruyendo mundos. De la piedra a la planta, de la planta al animal, del animal al ser dotado de la palabra, el hombre irá purificando la divina chispa que se halla dentro de la cáscara de la materia. Y quien pueda elevar, por la fuerza de su espíritu, a la divina chispa de la piedra a la planta, de la planta al animal, del animal al ser dotado de la palabra, la habrá puesto en libertad; no hay liberación de cautivos más meritoria que esta. Es como si alguien hubiera sacado al hijo de un rey de prisión y lo hubiera conducido hacia el trono de su padre...  Cuando habléis, pensad en el misterio de la voz y de la palabra, reflexionad en que el mundo de la palabra habla a través de vuestros labios. Y entonces ennobleceréis las palabras. No olvidéis que no sois más que una vasija, un recipiente, que vuestros pensamientos, y vuestra palabra son mundos que irradian lejos; el mundo de la palabra es la gloria que habita en ella, deseada en vuestro hablar por el mundo del pensamiento, y cuando hayáis proyectado la luz de Dios en vuestro pensar y vuestra palabra, dejad que vuestra oración sea como la plena gracia divina vertida por el mundo del pensamiento a través del mundo de la palabra. Entonces hallaréis lo que necesitáis, porque está escrito: "Déjanos encontrar a Ti en nuestras oraciones. En nuestras mismas súplicas ha de encontrarse a Dios. El hombre ha de reunir a todas las cosas de todos los mundos en todo lo que piense, diga o haga y volverse hacia Dios con toda su verdad y simplicidad. Por nada del mundo ha de quedarse fuera de la unidad de Dios. Quienquiera que haga algo que no sea para Dios, separa la acción de Él".                                                                                                                                                                                                                         
Con mi limitado entendimiento entiendo que esos hasidim ven a todos los hombres por igual hijos de Dios y, además quien ve a Dios en todas las cosas y en todos los hombres iguala a todos los humanos por entender que ninguno debe considerarse superior o inferior a otro, a pesar que el apego al mundo diga lo contrario y, por cuna menos aún considerar a alguien o considerarse un elegido de Dios.

Einstein fue valiente, realista y crítico con el Antiguo Testamento al decir, quizá molesto por la forma y el contenido de la excomunión de su admirado Spinoza:

El antiguo Jehová está todavía de viaje. Mata al inocente junto con el culpable, de manera tan salvajemente ciega, que no pueden ni sentir su propia culpa. Nos encontramos en una epidemia de tristeza, que luego de haber causado infinitos sufrimientos, un día desaparecerá y se transformará en uno monstruoso e incomprensible motivo de estupor para las generaciones venideras.

Además guardó hasta hace unos cinco años una verdad sobre su sentido cósmico religioso que es fundamental para estos tiempos. esa Verdad se conoció al salir a remate una carta suya escrita poco antes de morir, carta
dirigida al filósofo Eric Gutkind en enero de 1954, la cual no fue quemada, se guardó y salió a remate por 404 mil dólares. Allí Einstein sobre los elegidos señala:

Para mí la religión judía, como todas las demás, es la manifestación de una superstición infantil. Y el pueblo judío, al que alegremente pertenezco, no tiene una cualidad diferente a la del resto de los pueblos. Según mi experiencia, no somos mejores que otros grupos humanos, aunque nuestra falta de poder nos vacuna contra ciertos cánceres. No creo que en el pueblo judío haya nada de «elegido».

Al conocer la Biografía de Spinoza, humildemente recordé mi época escolar cuando era expulsado de clase de religión por no compartir ese personalizado o antropomórfico dios castigador, casi sin amor... y decir al sacerdote profesor con valor que ese no era mi dios. De niño acepté la REENCARNACIÓN como algo natural que le daba sentido a la vida y me ayudó a entender que Dios ES Amor para con todos por igual. Entonces, desde niño fui un antimundo rebelde con causa. No se me expulsó de mi sociedad, supongo no fui excomulgado, tampoco, por la época llegué a la hoguera, pero sí tenía un hermoso rojo por nota en Religión. Ahora, en este día de hoy, en octubre de 2012, después de tantos años de ese recuerdo juvenil y, como lobo estepario Guerrero en acción, carente de humano apoyo grupal, ya no soy antimundo, es más, mi anhelo es que los más salgan del embotado estado de hombre-masa, Despierten y se preparen a afrontar con dignidad y sin temor el Parto Planetario ad portas...

Entiendo que el sentido cósmico de Spinoza, Einstein y otros, los hace ver una Verdad que es trascendente para HOY. ¿Por qué?

Porque vivimos los finales de dolores de parte planetario en que las contracciones (calamidades) se intensifican en frecuencia y magnitud. Estando los menos preparados para ese parto. Parto que será el renacer de cada uno a un nivel de consciencia en la esfera superior, acorde al grado evolutivo logrado y juventud o adultez del alma ahora encarnada.

Repetita Iuvant o las repeticiones son útiles: Más una vez he destacado el Mensaje del médico y psicólogo
Dr. Carl Gustav Jung,
hijo de un pastor luterano, crítico de Sigmund Freud, fundador de la escuela de Psicología Analítica un genio del pensamiento moderno, centró su trabajo en la formulación de teorías psicológicas y en la práctica clínica, también incursionó en otros campos de las humanidades, desde el estudio comparativo de las religiones, la filosofía y la sociología hasta la crítica del arte y la literatura.
En 1946 al confiado mundo post Segunda Guerra Mundial declaró:

Mi conciencia de Médico me aconseja cumplir con el deber de advertir, que a la Humanidad le esperan hechos tales, que corresponden al Fin de una Era y me inquieta la suerte de aquellos que sin estar preparados hayan de ser sorprendidos por los acontecimientos.

Él, por su amor al género humano, con preocupación en 1961 poco antes de morir, hace 51 años, enfatizó y reforzó la advertencia, al decir además, sin ser comprendido:

...advertir a los menos de quienes puedo hacerme oír y se extravíen ante el carácter incomprensible de los acontecimientos. Hasta ahora, que yo sepa, nadie se ha sentido movido a considerar los posibles efectos psíquicos del cambio que es de prever.

Jung, un elegido de los dioses con una mente-cerebro envidiable, al finalizar sus días murió frustrado por no ser escuchado y su mística señal suprasensorial ser ignorada. ¿Por qué alguien que tanto logró y a los demás tanto ayudó con su sabiduría, sano consejo, enseñanza, murió frustrado? Al contrario, no estamos perdidos Dr. Jung, tu MENSAJE ha sido escuchado y, como en todos mis últimos libros destaco, ya, por tres vías diferentes hay un 1% de humanos con mente-cerebros desarrollados en función de ayudar a los demás, ayudar neutralizando cual imán mental la negatividad humana actual, son, como decirlo, depuradores psíquicos magnéticos de una negatividad humana que es espantosa y supera todos los niveles del caos, en todo orden de cosas. Además hay un 9% de personas que se dan cuenta de lo que pasa, no acatan al nuevo orden mundial que nos lleva hacia un Armagedón terminal, no aceptan ser idiotizados al igual que el 90% condicionado, acatador de ajenas interesadas opiniones; pasivo hombre-masa, pensando solo en lo material y olvidando su Misión espiritual. Ese 9% recibe mental apoyo del 1% y, ese 1+9 = 10% recibe mental apoyo subconsciente desde el astral superior por parte de Seres de Luz que allí laboran previo a la manifestación del Padre en la Tierra...

En Mendoza y Córdoba, además de la música clásica inspirada que en mis estudios me apoyaban, entre otros, a manera de relax escuchaba las canciones de los Chalchaleros. Mientras este final escribo en la pieza biblioteca-computacional, en el comedor está vibrando la armonía de un CD con sus melodías, la de los Chalchaleros y mi mente se aleja del escrito frente a este pensamiento que ellos entonan:

Sueño del alma que a veces muere sin florecer.

No permitamos en la presente vida que nuestra alma deje de florecer. Muy pocas flores tiene el hombre-masa. Cultivemos el jardín interior mediante el Buen Pensar, por medio de la Oración y quien tiene credo solo manifieste lo positivo de su credo. Usemos la Meditación y eliminemos el temor, temor que, de manera sistemática los medios de comunicación siembran. Quien tiene FE en un Dios de Amor para con todos por igual, no debe tener temor a las necesarias contracciones del cercano parto planetario, por el contrario, debería estar feliz por su cercano renacer.

Se menciona ya en TV el negativo efecto electromagnético sobre el cerebro por las explosiones solares, no señalan que la magnetosfera se debilitó en el hemisferio norte favoreciendo la ionización sobre el planeta. A eso atribuyen la sensación que los días son más cortos y los más, como a diario lo aprecian psiquiatras, psicólogos y profesores, reaccionan mal. Para Spinoza Dios está en todo y el camino hacia él es por la vía interior. La Ciencia todavía señala como paradigma al caduco aleatorio Big-Bang, viene al caso rememorar mi personal teoría sobre el tema:

God-Bang, lo opuesto al big-bang

Ignora la Ciencia que Dios en su infinitud Inmanifestada, por su Pensamiento da forma a una creación que es en Él e infinita y renovable en Su programación con un Propósito más allá del humano pensar. Dice la Ciencia:

La relatividad general indica que hace aproximadamente 10 ó 20 mil millones de años el universo estaba infinitamente contraído: la distancia entre dos puntos cualesquiera era cero, la densidad de la materia era infinita y el volumen del universo entero era cero. El universo pasó a estar en un estado muy singular; Sucedió un evento singular, muy semejante a una gran explosión  el  momento de su origen, que es llamado el "Big Bang" o Gran Explosión... Se dice que, al azar un gas fluyó a través del espacio, sin fricción formando estrellas, galaxias, planetas y satélites...

Lo precedente es Ciencia Pura, siendo ciencia ficción, al leerlo algo siento, para mejor decirlo ¿cómo poder expresar en palabras lo abstracto que en mi interior visionó real?:  A lo menos hace 150 mil millones de años, vivimos la presencia de la realidad infinitamente contraída del vacío absoluto como fruto de una Idea Divina de materia de densidad infinita y volumen cero, idea previa a la Manifestación Universal de nuestra evolución. Sin embargo captamos que ese vacío de infinita contracción con volumen cero y densidad infinita de materia no lo es tal, es ya un poderoso OmniPensamiento emitido desde lo Inmanifestado en Dios para dar forma al escalar ciclo de la Manifestado en Dios. Sucede con expansiva Fuerza, Energía e Información que por SU Programación permite a las dimensiones, el tiempo y el espacio ser para la VIDA sin AZAR sino que en un perfecto orden cósmico por LA MENTE DIVINA Ideado. Ese vacío sin límites es latente Inteligencia Pura infinita que al hacerse manifiesto crea, a la velocidad del pensamiento, bruscamente, la Expresión Manifestada formando un punto en el espacio-tiempo relativo que ÉL, con Su Pensar ha creado. Ese punto infinitesimal dotado de infinitas potencialidades, da lugar a la explosión cósmica desde la Mente de DIOS, que he llamado GOD Bang cual gran explosión inicial o "Big Bang" para este universo, seguida de innúmeres Little Bangs en un vacío que, a pesar del universo con sus galaxias, sigue en un 99.99% vacío desde el punto de vista físico de la materia y, por la acción de la Divina Mente estalla en su creadora idea conceptual y se hace realidad manifiesta inentendible para nuestras limitadas mentes expresadas por un cerebro de tercera dimensión: Y a la velocidad del Divino pensamiento se expande en una maravillosa e infinita secuencia de constantes e ininterrumpidas  pequeñas explosiones de renovada  Fuerza, Energía e Información, obra Pura de la acción Creadora del Pensamiento de DIOS plasmado en realidad manifestada por SU  Voluntad  que todo lo compenetra y que a todo le permite armónicamente ser. Lo hace sin azar en una matriz holográfica preestablecida de lógica secuencia. Toma forma lo Manifestado en la matriz conceptual del Pensamiento Divino y se plasman los modelos de las subpartículas cuyas agrupaciones darán lugar a partículas y átomos con los elementos de cada una de las dimensiones y sus subniveles, donde cada átomo está separado de su vecino como un sol lo está de otro sol, por un 99.99% de vacío. Se plasman las matrices de las agrupaciones de átomos que pasarán a ser moléculas y en su conjunto células. Se plasman las matrices de los sistemas solares con sus planetas, donde cada sol está separado del vecino por 5 años luz de distancia a lo menos, es decir todo ese Micro y MegaUniverso al que la agregación de conjuntos de miles de millones de sistemas solares va dando lugar a galaxias, cuyo conjunto dará lugar a hipergalaxias, cuyo conjunto dará lugar a megagalaxias en diferentes planos de la vibración de la Inteligencia Pura del Pensamiento primigenio. El cosmos es un 99.99% de aparente vacío que para nuestros sentidos será lo sólido gracias a la mente humana que viene estructurada por el alma para sentir sólido lo que llamamos materia, pero que para la realidad atómica es a su vez un 99.99% de vacío sustentado en aparentes condensaciones llamadas partículas y subpartículas que no son tales, aunque para la mente son. Vemos, vivimos y vivenciamos en una ilusoria realidad fruto de la conceptualización de nuestra mente hecha al aparente vacío que toda la Manifestación es. Vacío que representa Absoluta Inteligencia Pura Creadora en constante actividad, la que a todo le permite ser y existir, y ser nosotros reales en una existencia aparentemente inexistente, un TODO sustentado en la indivisible unidad del Primigenio Pensamiento que permite ser a la Creación Universal, en un matemático lógico orden perfecto con una natural razón de ser como es la de dar el "terreno" para la acción de nuestros espíritus que emergerán desde lo Inmanifestado para desarrollarse en lo creado.

A la velocidad de la Instantaneidad del Divino Pensamiento surgido desde la Inmanifestado en DIOS, apareció lo Manifestado en DIOS, cual si siempre el universo hubiese estado allí, sin pasado previo. Eso, si así quieren llamarlo, fue el Big Bang seguido de continuos Little Bangs que seguirán hasta un infinito. Sin embargo, todo lo creado debe, a su debido tiempo, finalizar y este universo en aparente eterna expansión dejará de ser cuando los espíritus emanados desde DIOS, con su Misión cumplida logren manifestar los atributos necesarios para su desarrollo... En un ciclo de nunca acabar ante la emanación desde DIOS de nuevos espíritus que requerirán nuevos universos. Todo está regido por un Propósito estructurado en una Cósmica CAUSALIDAD. Causalidad de la que cada uno como ser humano es importante.  Cada espíritu al completar su específica Misión en los diferentes planos dimensionales, retorna a Dios y, en Dios, sin perder la individualidad se embebe de nuevos potenciales atributos a manifestar. Entonces se emergerá cual Logos, en diferentes grados jerárquicos según edad, como Rectores de Universos, Padres de constelaciones o Regentes de mundos habitados por seres pensantes, plasmando lo preestablecido por el Pensamiento de Dios...

Intenta abstraerte de lo negativo que es la norma que nos rodea, medita en lo positivo que los más no ven: Mira una flor, mira un ave, mira la vida, mira hacia las estrellas, mira dentro de ti y ve a Dios en todo ello. Eso te quitará el temor del fanatismo, fundamentalismo y dogmatismo religioso, o el temor del ateo carente de futuro. Para entender en parte lo que somos digo: Somos mente, simplemente mente y, para explicitarlo, dejé inserta en el frontispicio del Portal MUNDO MEJOR esta cósmica inscripción que a Todos nos iguala:

Antes que tu cerebro fuera tu mente ya era.
Antes que tu mente fuera tu alma ya era.
Antes que tu alma fuera tu espíritu ya era.
Antes que tu espíritu fuera Dios ya era, es y será.
Como espíritu desde Dios emanaste.
Como alma por tu espíritu eres regido.
Como mente desde tu alma programado vienes.
Como cerebro por tu mente eres conducido.
Como organismo por tu cerebro eres dirigido.


No se encontraba en mi limitada línea de conocimiento el filósofo Baruch Spinoza, ahora, en parte, algo se de él. Gracias a Einstein al escribir y leer mi libro "Einstein y Dios" con el número 383 supe de la influencia de Baruch Spinoza en su cósmico pensar y profundo sentir religioso del gran sabio moderno con un cerebro especial para poder manifestar lo que, mentalmente al mundo entregó. Ese Spinoza excomulgado de su religión judía en un documento plagado de maldiciones y odio cuando tenía 24 años por no vender su silencio por una buena suma del vil dinero, se dedicó a pulir lentes sin dejar de pensar, sin aceptar los cantos de sirena de un rey para quien debería escribir. Los 21 años que le quedaban de vida, además de pulir lentes los vivió de manera austera, digna, humilde, pensando y filosofando en abstracto sobre Dios, el ser humano, la sociedad, la vida... quedando en monumentales obras sus ideas principales publicadas post-mortem, ideas que entonces, al ser conocidas a los cristianos de Europa enfurecieron. Esas ideas captaron mi atención, admiración y ayudaron a que entendiera mejor lo cósmico de cada uno, en especial como entes pensantes en lo cósmico de Dios y así dar forma al presente título 385 que, casi finalizando el 2012 llega a término al lograr armar el intrincado collage inicial. Título que me pareció una misión casi imposible, más aún al tomar como guía su gran obra: Ética demostrada según el orden geométrico. 

Mientras escribía tuve la sensación que esos notables personajes como Spinoza y Einstein, míticamente, por la vía subconsciente o del sueño lúcido, o en abstracción me decían: ¡Sigue adelante! Estás en Misión. Entrega el Mensaje... ¿Cuál Mensaje? Y aquí está:

¿Qué hacer con el 90% hombre-masa de la modernidad? La respuesta la daré en nombre del maestro rabino Hasidim de Zans, quien a su discípulos relataba:

"En mi juventud, como estaba inflamado por el amor de DIOS, yo creía que podía convertir a EL al mundo entero. Pero pronto comprendí que tendría ya bastante si llegaba a convertir a la población de mi ciudad, y lo intenté durante largo tiempo; pero sin éxito. Entonces me di cuanta de que había exagerado también, y concentré mi atención en las personas que vivían en mi casa. Tampoco logré convertirlas. Finalmente, me vino la revelación: debo ponerme yo mismo en orden y servir a DIOS en verdad. Pero ni siquiera he logrado aún esta conversión".

¡Cuánta humildad y sabiduría! de alguien que fue Maestro. Es una Enseñanza que nos indica que antes de intentar hacer cambiar a los demás, por muy nobles que sean nuestras intenciones, lo primero es cambiarnos a nosotros mismos, y esa tarea no es nada fácil. Es decir, antes de preocuparte del pensar del 90% hombre-masa fíjate en tú calidad de Pensar y en tu Actitud Mental, Que el Pensar y la Actitud Mental tuya sea a diario, en lo posible, cada vez un poco mejor. Así los ayudarás por imantación mental más de lo que supones o te hacen creer.

Estamos mentalmente facultados para hacer de este infierno un cielo. Se habla del peligro de la hiperactividad solar con sus explosiones más intensas, con una magnetosfera debilitada... que esto además de alterar los sistemas eléctricos, repercute negativamente en el psiquismo de las personas por una radiación electromagnética cósmico solar que el 2012 entró y aumentará al 2013. Sin embargo podría ser lo contrario, no favorable para todos, pero sí positivo para quienes Despiertan y entienden que: Podemos prepararnos para que eso cósmico nos sea beneficioso, mediante el Mejor Pensar, la Oración, la Meditación, eliminando el temor religioso, el temor a las señales de los tiempos... y, en especial, sabiendo que DIOS es tan solo Amor, Comprensión, Perdón hacia TODOS por igual y no para unos pocos... Es decir, no sentirse por grupo o credo un escogido marginando a los demás, esa actitud mental es terriblemente negativa, egoísta e injusta con Dios, dios antropomórfico al que, según lo escrito, solo a ellos favorece, unos pocos ante los 9.000 millones de humanos pensantes, jugando dios a los dados los haría nacer al 10% para ser salvos y al 90% = 8.000 millones para ser condenados. Como la moderna ciencia imaginológica cerebral lo demuestra, esa Actitud Mental religiosa negativa es dañina para quien así piensa, por ello se insiste que, en el credo que tengas tan solo usa lo positivo del mismo, eliminando de tu modelo de pensamiento todo aquello que  es injusto y discriminatorio para con los más, aunque fuera para uno solo. Esos más son iguales a ti a los ojos del Padre. No está demás recordar el reiterado Mensaje de Swami vedanta Vivekananda en el Primer Parlamento Mundial de las Religiones de Chicago en 1893. Les dijo:

Si el Congreso de las Religiones ha demostrado algo al mundo es lo siguiente: Ha probado que la santidad, la pureza y la caridad no son la posesión exclusiva de ninguna iglesia del mundo y que cada sistema ha producido hombres y mujeres del más elevado orden. En presencia de este hecho evidente: Si alguien sueña con la exclusiva supervivencia de su propia religión y la destrucción de las otras, le compadezco desde el fondo de mi corazón.

Además conviene escuchar al Maestro Taimni quien hace 60 años esta Enseñanza dejó:

Mucho de lo malo que vemos en la gente
se debe tan solo a falta de desarrollo de
cualidades y facultades buenas en su alma.
Lo que generalmente llamamos vicios,
se debe a la ausencia de las correspondientes
virtudes que todavía no se han incorporado en el alma.
Si bajo esta Luz miramos a nuestros prójimos,
tendremos que adoptar una actitud más caritativa
hacia sus debilidades y deficiencias de carácter,
y en vez de considerarlos malos o pecadores,
los consideraremos simplemente como almas poco
desarrolladas aún. Les falta completar sus retratos
 de seres perfectos, que todos tendremos que
completar; y no es razonable que adoptemos otra
actitud que la de simpatía y tratemos de ayudarlos. 

Lo expresado por Taimni es un poema místico de Sabiduría con la Rvelación de la máxima expresión cósmica de bondad divina destinada a ayudarnos, en esta o en futuras encarnaciones, entendernos a nosotros mismos y a los demás y saber que ninguno es superior a otro ni inferior a nadie. Nos permite mirarnos a los ojos y saber que seremos mejores... y que por algo no lo somos aún...

Sugiero en Meditación pedir al Padre que la Magnetosfera terrestre sea reforzada cual escudo protector planetario. Pedir al Padre Fuerza, Salud, Protección y que nuestra mente y cerebro estén preparados para las explosiones solares, las radiaciones electromagnéticas cósmico solares que están llegando y que, como humano, nuestra Consciencia sea elevada al Plano Superior.

Tienes dudas, piensas que no podrás. Tu mente es más poderosa de lo que supones, al dudar y sentir que no podrás, ese es el Mensaje que entregas a tu subconsciente mental y él eso lo hará realidad. Revierte la polaridad mental consciente negativa pensando positivo; porque DIOS TE AMA, siente que SÍ PUEDES y LO LOGRARÁS, porque eres un pensante hijo de Dios viviendo en un Fin de Tiempo. Hay solo un ser que te lo puede impedir, ese ser eres tu mismo. De ti depende. Lo que eres, lo que te ha sucedido hasta el día de hoy, donde estés... lo es porque así tu mismo como alma en tu subconsciente mental lo programaste por una causa. ¿Cuál causa? Tu alma así lo requiere para que ajustes Karma de tus anteriores errores y desarrolles en la materia nuevos atributos positivos que el alma por medio de tu mente y cerebro necesita desarrollar para evolucionar. Debes saber que por algo naciste en un Fin de Tiempo, fue un privilegio dado que, aunque no lo creas, has avanzado más de un curso en la Escuela de la Materia y aún es tiempo para dar el gran salto al estadio superior de evolución, donde los ángeles te aguardan como un igual.


Debes aceptar que el pasado ya pasó, no es; aceptar que el futuro es un hipotético, aun no es; sólo es el momento presente y, en este presente nada nos impide Pensar Mejor, pedir que tus justos anhelos sean realidad, ser mejor persona, no sentirte superior ni inferior a nadie, porque en todos podrás captar por igual a Dios con su Amor, Amor que podrás por tu aura reflejar y, la Luz llegará, la veremos fluir a la Tierra y en cada uno de nosotros la Luz será...


Correo electrónico de cierre de página (Una Causalidad)

De hace cierto tiempo dejé de participar coloquialmente con CiberLectores. Así tenía que ser. Sin embargo la Sabiduría señala que, el menos en ciertas ocasiones, conviene ser flexible como la espada samurai o la caña de bambú. Estaba revisando el último párrafo de este libro previo llevarlo a la impresora para la revisión final cuando, a mi programa filtro, ingresa un correo desde Uruguay. Coincidió con que tengo planificado escribir al Sindicato Médico de Uruguay para, ahora que en mi Patria, Chile y en Uruguay, he cumplido 50 años de médico y sigo ejerciendo la profesión, poder agradecer lo recibido y reconocer lo que me honra tener en la Consulta ese Diploma del Sindicato Médico de Uruguay y el título uruguayo de Doctor en Medicina con su gran y hermoso diploma. Acá a fin de año hay una ceremonia para quienes hemos cumplido 50 años de profesión, no es fácil al estepario decidirse a hacer vida social... Todo ello amiga me lleva a insertar tu amable correo:

Asunto: Reencuentro
Desde: Uruguay
Fecha: 30-09-2012

Querido amigo Iván:
Pasaron 10 años desde la última vez que me comuniqué contigo!!!! En principio fue una cuestión material: se me rompió la compu!!!, estuve mucho tiempo yendo al cyber para abrir correos y navegar por la Internet... seguía "buscando" (adentro y afuera). Mundo Mejor siempre ha sido una referencia: porque me confirmaba que lo que yo intuía, otros ya lo decían (es decir, encontraban las palabras que permitían transmitir lo que a mi me resultaba difícil). Y tú, podrás no ser un Maestro, un Gurú, pero creo que eres un gran Decodificador de planos más sutiles! y eso te convierte en maestro, porque permites que cada persona acceda al conocimiento y discierna aquello que su alma le pide... de acuerdo a su momento evolutivo y a su misión (aunque la mayoría no tengamos claro cuál es!).

El Buen Pensar, lo experimenté por primera vez cuando a la edad de 8 años vi la película "Mary Poppins" de Walt Disney, particularmente la escena en donde toman el té en el aire, flotando!!! y ese estado lo mantenían sólo si tenían Buenos pensamientos!!! y también cuando, al despertar por la mañana, pronunciaban la palabra "supercalifragilísticoexpialidoso" ;) por mucho tiempo, se transformó en mí en un mantra... hasta ahora (y ya cumplí 52) me sale decirla.
Esta necesidad de comunicarme nuevamente contigo, me surgió en varios momentos en estos años, en especial porque ya no tenía el mismo correo electrónico, pero fue hoy, luego de finalizar la lectura del escrito 375, que lo hice manifiesto.
Te agradezco que permanezcas en el cyberespacio proclamando antiapolalípticamente un Mundo Mejor,
Un abrazo y hasta pronto
Estela Goldaracena
desde Rivera - Uruguay

Amiga Estela no olvido que, hace 50 años, tu Patria me recibió y permitió lograra el título de Doctor en Medicina que, por Ley de 1917 de ambas Repúblicas, era habilitante en Chile. Estuve solo 4 meses en Montevideo, su recuerdo como el de Mendoza y Córdoba en Argentina, no ha desaparecido y mi gratitud tampoco. Quizá en mi Autobiografía haya sido lo suficientemente agradecido con Argentina y con Uruguay; y gracias a ello ser lo que ahora soy... Hablas que has finalizado el escrito 375, tienes tarea por delante hasta llegar al actual 385. Más una vez, como te consta, debí ser duro con agradecidos ciber lectores para rechazar el título de maestro, guía, gurú, iluminado, o lo que sea que NO SOY. Como lobo estepario sin pertenecer a grupo humano alguno, en una amplia etapa de mi vida antimundo, como rebelde con causa, recibí un amplio Conocimiento que, de manera paradojal, compartí con el mundo hablando y escribiendo en lenguaje coloquial, no abstracto, e intentando lo complejo hacerlo, por la palabra, simple para Exponer sin nada imponer, con la intención que cada uno, por sí mismo, en su personal Discernir decidiera lo que es válido o no y, sin pedir nada a cambio. Soy humano, simplemente humano, con imperfecciones y algunas virtudes. Un humano que aceptó una Misión y desde hace años vi este presente y, a mi manera, creo haber cumplido la Misión. Ahora soy sobreviviente en acción, desde que mi señora dejó la forma física en enero, con Nueva Misión que se refleja en los escritos finales del 2011 y los del 2012, en mis diarias meditaciones dinámicas visualizadas, intentando además Pensar Mejor y, mirando la imagen del Padre en esta pieza escritorio computacional y en mi dormitorio, Pedirle a Él y entender que debo estar tranquilo y saber el por qué son necesarios los dolores de parto planetario y el por qué debo esforzarme por cambiar yo antes de intentar que otros cambien...

Nuestra mente tan sólo puede acceder hasta el PADRE

Amiga, este es el Rostro con que al Padre Visualizo...

Pedid al Padre y se os dará...



Dr. Iván Seperiza Pasquali
Octubre de 2012
Con la absoluta certeza que pasaremos 2013 y... ... ...
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